El grandote sin dudas daba miedo a la pobre Ritsuko, pero por suerte para ella el puñetazo que le iba a la mandíbula logró esquivarlo tras caerse de culo con algo de ayuda de los grilletes que todavía estaban en sus piernas. Podría tomarse las molestias de quitárselos con más lava pero justo el larguirucho hizo acto de presencia y se abalanzó sobre ella con un cuchillo.
~¡Injusto! ¡Tres contra uno! ~pensaba la kunoichi aunque tomaba a Gonken como dos en uno.
De todas formas, al más delgado creía poder cargárselo lanzándole todos los shurikens que tenía en su portaobjetos, apuntando uno específicamente a la cara. Ya si Gonken no la interrumpía se pondría a elaborar los sellos necesarios para soltar algo más de lava y fundiría la cadena que le mantenía los pies atados.
Luego tendría que darse a la fuga seguramente, estaba gastando demasiado chakra y le pasaría factura si no descansaba aunque sea un poco.
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Ritsuko se arrojó al suelo para esquivar el puñetazo de Gonken; sin embargo, se encontró con una desagradable sorpresa cuando sintió un fuerte golpe en la nariz que le hizo ver las estrellas. Al punzante dolor se sumó la calidez de la sangre cayendo sobre sus labios y, en menos que canta un gallo, el gigantón la había vuelto a agarrar del pelo.
—Maldita perra, desagradecida... —escuchó la voz de Daiko acercándose. Ya no llevaba una daga consigo, sino un hierro que debía haber calentado en las llamas de la hoguera, a juzgar por el terrorífico brillo rojo de su extremo—. ¡¿Acaso crees que te vamos a dejar escapar así como así?!
Se acercaba, paso a paso, mientras Gonken seguía sujetándola.
—¡Levántale bien la cabeza! Ninguno de los tres quiere que falle, ¿verdad? —Daiko estiró sus labios de nuevo en aquella sonrisa tan escalofriante...
Y, dicho y hecho, Gonken le pegó un tirón del pelo para que levantara la cabeza y Ritsuko sintió la gélida caricia de un cuchillo contra su cuello.
El hombretón resultaba ser toda una amenaza, una de la que ella misma se encargaría en algún momento aunque muy probablemente no sería hasta pasados un buen par de días y tendría que hacerlo a traición, de lo contrario se repetiría la historia y terminaría peor que en aquel momento.
Tumbada, aturdida y sangrando, sin siquiera fuerza para quejarse, la levantaron una vez más por los pelos y un frío y filoso artefacto se posó en su cuello sin mencionar aquel brillante que traía Daigo. Era algo que Ritsuko conocía muy bien, el trabajo de su padre implicaba manejar constantemente cosas de ese estilo al rojo vivo, pero jamás se había planteado el daño que podría generar uno de esos en contacto directo con la piel humana.
No podía hacer absolutamente nada, solo lloriquear en silencio y tratar de mantener en su cerebro las caras de aquellos dos para en algún futuro cobrarse venganza. De momento solo podía tragar y resignarse a lo peor, nada más.
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Lo que en un principio debería haber sido una misión fácil y sencilla, digna de un genin, se había tranformado rápidamente en la peor de las pesadillas de Ritsuko. Gonken seguía agarrándola firmemente del cabello, amenazando su cuello con aquella gélida navaja, mientras Daiko se acercaba a ellos con aquella terrorífica sonrisa dibujada en el rostro.
Pronto dejaría de sentir el frío del metal en su cuello. Porque sería brutalmente sustituido por el abrasador calor que sintió entonces en su frente. Inmune a las reacciones de la kunoichi, Daiko mantuvo el hierro en su posición durante varios segundos, hasta que un desagradable olor a carne quemada inundó sus narices. Lo apartó después, dejando una marca permanente a modo de quemadura con forma de D. Con el deber cumplido, Gonken la soltó sin ningún tipo de delicadeza y Daiko se volvió hacia las tres personas que aguardaban en la distancia.
—Damas y caballeros, lamentamos los imprevistos surgidos. ¡La subasta puede comenzar! ¡La puja comienza con 1.000 ryos! ¿Quién da más de 1.000 ryos?
—¡Yo doy 1.500! —resonó una voz, masculina, grave y potente.
Llorar y llorar era lo único que sabía que podía hacer sin ganarse un puñetazo de esos que la dejaban tonta y de paso sangrando. Varias neuronas se le debieron haber muerto en esos pocos golpes que el grandulón le había dado y ahora para colmo la amenazaban con un filo al cuello. No se podía estar peor, ¿verdad?
Aunque la pelirroja no quisiera una respuesta a esa pregunta, el de sonrisa maliciosa al final le demostró que sí, se podía estar peor. Un segundo después de que la hoja de la navaja fuese removida de su cuello un calor más intenso que el de una bola de fuego impactó contra su frente obligándola a retorcerse y chillar tanto como podía, casi parecía estar a punto de desgarrarse las cuerdas vocales pero a aquellos dos no parecía importarle aquello, pues la dejaron marcada probablemente de por vida.
Irónico que la marca fuese exactamente igual al sello de aprobación que se pone en los pergaminos de misiones, también lo era que justamente fuese el de rango D, como la misión que supuestamente debía de completar.
Ahora, ¿se suponía que luego de todo esto volvía a fiarse de nadie? Suponiendo que sobreviviese claro, su propio kage la había enviado con estos dos que habían logrado ingresar a la aldea sin problemas y nadie se percató de nada. ¿No había nada raro allí? ¿En serio? Sencillamente flipante.
A nadie le importaba una mierda de ella, esta ya era la segunda vez que terminaba vendida a alguien solo que esta vez era una subasta. La primera simplemente fue intercambiada por una cifra y ya, milagro que a la larga regresase a la aldea y esta vez a saber si lo lograba, ya ilesa no iba a salir puesto que tenía terrible marca en la frente.
~Es injusto, todos son unos mierdas y la pago yo ~pensaba la kunoichi destrozada mentalmente.
Ritsuko yacía en el piso, exactamente donde los otros dos hombres la habían dejado, en absoluto silencio y con una mirada inexpresiva aunque las lágrimas no paraban de fluir.
—Tal vez tengas que hacer las cosas tú misma —sugirió aquella voz que solo ella era capaz de escuchar.
~Empezando por el viejo, ¿no? ~respondió en su cabeza la menor.
—Tú lo dijiste.
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—¡1.500! ¡El caballero ofrece 1.500 ryos! ¿Alguien da más?
—¡2.000! —exclamó una voz femenina, gélida como el hielo.
—¡2.000 para la mujer! ¿Quién da más?
Daiko seguía canturreando como si estuviera en el mejor de sus momentos. Las cifras iban y venían como un baile caótico y sin sentido en aquella terrible pesadilla mientras la noche caía sin ningún tipo de repercusión. Gonken se mantenía a un lado, de brazos cruzados, en completo silencio y sin mover un solo músculo.
—¡9.500 ryos! ¡Vamos señores, la cosa se anima! ¿Nadie ofrece más de 9.500 ryos?
Un tenso silencio invadió el lugar, dos de las personas se removían en sus sitios con cierta incomodidad mientras que el que había ofrecido la última cifra se cruzaba de brazos confiado en su suerte.
—¡9.500 ryos a la una! ¡9.500 ryos a las dos...! ¡¡ADJ...!!
El suelo tembló con violencia. La roca se partió como una simple tableta de chocolate y algo surgió de sus entrañas, retorciéndose y moviéndose como una maraña de serpientes. Pero no eran serpientes, su superficie era demasiado dura y rugosa como para serlo. Eran raíces. La primera sacudió a Daiko en el estómago y lo envió varios metros más allá. Otra maraña de raíces se enredó en torno al cuerpo de Gonken, y cuando este se resistió y luchó con todas sus fuerzas contra su opresión, la madre naturaleza terminó por atravesarle el pecho de parte a parte. Los aullidos aterrorizados de los asistentes a la subasta seguían escuchándose aún cuando llevaban recorridos varios centenares de metros, pero una serie de sombras se movieron con agilidad felina en la oscuridad y los redujeron rápidamente.
El cúmulo de raíces regresaron a su normal inmovilidad y, con ellas, regresó el silencio.
—Maldita sea... ¡Ha escapado! —gruñó la voz de un hombre que acababa de entrar en escena y no dejaba de mirar a su alrededor con desesperación. Vestía el característico uniforme de los ninjas de rango alto. Tenía el pelo rizado, de color castaño, y llevaba la mitad inferior del rostro oculta bajo una máscara de tela. En su frente lucía la bandana de Kusagakure.
Y es que, entre todo el jaleo que se había formado, Daiko había desaparecido sin dejar rastro alguno.
Al final, el recién llegado se dio por vencido y se volvió hacia Ritsuko.
—¡Ey, chica! ¿Sigues consciente? —se acuclilló junto a ella, preocupado, y le echó un vistazo. No pudo evitar soltar un siseo al reparar en la marca que la muchacha ahora lucía en la frente y cuando se dio cuenta de las lágrimas que corrían por sus mejillas, apoyó con cierta torpeza una mano sobre sus hombros—. Tranquila, todo está bien ya. He venido a ayudarte...
Hasta donde Ritsuko sabía, todas las cartas ya estaban en juego y nada ni nadie la sacaría de ese lío en que se había metido, si para colmo le sumábamos sus sospechas de que fue en realidad Kenzou el que pretendió quitársela de encima de una forma poco ortodoxa, pues las cosas solo podían empeorar para ella.
Pero no todo era tan malo, básicamente porque una parda de raíces comenzaron a deformar el suelo justo para el momento en que la subasta parecía estar a punto de llegar al final. ~¿Y eso? ~fue lo único que atinó a pensar la kunoichi que permanecía tumbada en el suelo y con una mirada melancólica que parecía indicar que ya se había dado por vencida.
Casi diez mil ryos fueron los que estuvieron a punto de pagar por ella, una buena suma realmente, más de lo que jamás se hubiese esperado y más si considerábamos que por la misión original le iban a terminar pagando unos miserables quinientos ryos. Pero el dinero no era lo importante aquí, sino que las raíces no apuntaron a ella sino a todos los demás que podrían catalogarse de delincuentes, después de todo estaban vendiendo o comprando a una chica en calidad de esclava.
Aquel que hizo aparecer aquellas formaciones de madera y básicamente se cargó al grandulón que la había dejado tan maltrecha, hizo acto de presencia al fin, aunque con una máscara por lo que la pelirroja no pudo distinguirle más que por la bandana que tenía a simple vista con un símbolo exactamente igual al que ella poseía en la suya.
—¿Eh? —apenas atinó a responder en un primer momento para cuando el desconocido se le acercó—¿Kenzou te mandó? —preguntó luego con cierta esperanza.
Lo que menos quería era tener que desconfiar de absolutamente todos en la aldea, pero luego de todo lo ocurrido casi que se veía obligada a hacerlo puesto que se había dedicado a cumplir las órdenes que se le dieron y ya. Ni siquiera había hecho nada malo como para terminar en semejante situación.
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Había esperado que la muchacha pudiera haber reaccionado de manera violenta ante su acercamiento. No la habría culpado, de todas maneras, después de lo que acababa de vivir era una reacción más que comprensible. Pero, afortunadamente, no fue así.
—¿Eh? —murmuró Ritsuko, profundamente aturdida—. ¿Kenzou te mandó?
Él asintió, con la lástima brillando en sus ojos.
—Sí. Estabas tardando demasiado en dar señales de vida, y el señor Shiro Gohan contactó con nosotros para preguntar por el genin que en teoría había mandado Kenzou-sama para recoger el cargamento de arroz. Así que me envió en tu búsqueda.
Se apartó un poco, pero sólo para ayudarla a reincorporarse pasando un brazo por detrás de sus hombros.
—Siento no haber podido llegar antes —se disculpó, inclinando sutilmente la cabeza, y comenzó a dirigirse hacia el carro que hasta el momento habían estado llevando Daiko y Gonken. Los caballos piafaron nerviosos, pero el shinobi los calmó enseguida acariciando sus hocicos—. Esos dos hombres no eran los transportistas del señor Shiro —añadió, con cierto deje de rabia tintado en su voz—. Encontré el cuerpo del verdadero transportista en el camino hacia aquí. Esos dos debían de conocer su misión y le reemplazaron después de asesinarlo...
Apretaba los puños, lleno de rabia. Pero después de respirar hondo se volvió hacia Ritsuko.
—Ven, acércate, tenemos que curar esa herida antes de que se infecte y vaya a peor.
Aquel shinobi al que no había manera de reconocerle por la bendita máscara afirmó que le habían mandado tras no recibir noticias durante un buen rato, también mencionó un par de cosas bastante curiosas y que de haber sabido probablemente nunca habría pasado por semejante situación, siquiera tendría aquella horrenda marca en la frente. Pero una vez más, ¿cómo es que se les habían escapado cuando estaban frente a las puertas de la aldea?
—Entiendo —murmuró la kunoichi aun algo aturdida e incapaz de saber si podía fiarse o no.
Es cierto que la había salvado, también que ahora mismo la estaba ayudando a reincorporarse y demás, ¿pero no la habían tratado excesivamente bien aquellos dos que terminaron por secuestrarla?
—Supongo que tendré que regresar y reportar la misión fallida —mencionó llevándose la diestra a la frente.
Aún sentía la molestia por la carne quemada y por ende algo endurecida, era como si no pudiese mover perfectamente los músculos de su rostro y considerando que aún estaba lloriqueando de forma bastante silenciosa sentía más fácilmente las molestias. Al menos le molestaba a la hora de parpadear.
Estuvo a punto de retirarse, a buscar alguna posada o algo similar, ni siquiera tenía mucha idea de cómo debía de actuar frente a aquel shinobi que obviamente era un superior, pero este mismo le indicó que se acercase. Tampoco era que se sintiese en posición de hacer nada en su contra aunque en cuanto intentó dar un simple paso hacia adelante recordó que aún tenía las piernas atadas.
—Espere… —Soltó en un murmullo vagamente audible y volvió a tomar asiento en el piso, aunque algo torpe.
Luego de eso la chica comenzó a hacer unos sellos, lentamente y con mucha paciencia con la simple intención de volver a expulsar lava por las válvulas de sus manos para así poder cortar las cadenas que le mantenían las piernas parcialmente imposibilitadas, al menos para caminar se volvían una molestia.
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—Supongo que tendré que regresar y reportar la misión fallida —murmuró la pelirroja, palpándose la herida de la frente.
Sin embargo, el recién llegado parpadeó, claramente sorprendido.
—¿De qué hablas? Tu misión era ir a los Arrozales del Silencio y llevar hasta Kusagakure la carga sana y salva, ¿no? Aún estás a tiempo de completarla... Bueno, si te sientes con fuerzas para ello. Los arrozales están como a un día y medio de camino. Aunque con los caballos te llevará algo menos de tiempo.
El hombre apremió a que se acercara a él y la kunoichi solicitó algo de tiempo para derretir con ayuda de su lava las cadenas que unían sus tobillos y desprenderse de las últimas ataduras que le restaban.
—Guau. Deberías haber hecho eso antes y haber salido corriendo. Te habría ahorrado más de un problema —comentó el jonin.
Estaba sacando varios utensilios de la bolsa que llevaba atada a su cintura y, cuando Ritsuko se acercó vio que se trataba de una serie de vendajes, ungüentos de diversa naturaleza y herramientas.
—No soy médico, pero puedo hacerte un apaño que te aguante hasta que llegues a Kusagakure. Al menos así no se infectará la lesión y no lo empeoraremos aún más.
Un fuerte aroma a romero, lavanda y tomillo inundó el aire cuando el shinobi destapó una de las botellas y vertió su contenido sobre las compresas que había dispuesto frente a sí.
—Esto te va a escocer, no te voy a mentir, pero eliminará cualquier infección —afirmó, dispuesto a colocar la gasa sobre la frente de la muchacha y a fijarla con algo de cinta aislante—. Bien, con esto debería aguantar hasta que llegues a un hospital en condiciones. Bien, chica, ¿qué vas a hacer entonces?
¿Seguir la misión? Sería un buen detalle en su historial, “luego de ser secuestrada y herida cumplió de todas formas su misión”, definitivamente se vería muy bonito, aunque todavía le quedaba el asunto de Kenzou rondándole por la cabeza.
De todas formas aquel superior soltó un comentario relacionado a la lava de la pelirroja que seguramente no habría hecho de haber sabido cómo se dieron las cosas, es decir, cuando se intentó liberar se llevó un buen par de golpes que la dejaron atontada, no era que no lo hubiese intentado, pero le había salido todo fatal.
Aun así, no dijo absolutamente nada al respecto, se dirigió hacia el contrario tras derretir las cadenas y a escasa distancia se detuvo alzando la cabeza para facilitarle el trabajo al shinobi.
Siguió hablando y la verdad que Ritsuko no estaba en buenas condiciones para hacerlo, todavía estaba decaída y mareada, necesitaba un descanso pero seguramente para toda Kusa tenía mayor importancia aquella misión de rango D que su propia vida así que… Les daría el gusto, por una vez lo haría.
—Esto te va a escocer —. Fue lo que dijo justo antes de que la chica sintiese ese terrible ardor que la hizo tensar cada músculo de su cuerpo, incluso tuvo un ligero espasmo que parecía indicar que intentó golpear al shinobi, aunque al final no lo hizo y apretó tanto dientes como párpados para intentar aguantarse eso. Ya con tantos golpes no estaba en condiciones de estarse aguantando nimiedades como esas.
—Ya, iré a llevar la carga… —Respondió alejándose un par de pasos mientras se frotaba la frente con una mano—Lo entrego y ya, ¿verdad? —Consultó esta vez mirando el carromato.
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—Ya, iré a llevar la carga… —respondió la pelirroja, después de que el hombre terminara con su tratamiento. Tal y como había pronosticado, le dolía, y así lo demostraba el gesto de su rostro mientras se frotaba la zona herida—. Lo entrego y ya, ¿verdad?
El hombre de la máscara se encogió de hombros.
—Bueno, eres tú la que debe conocer los detalles de su misión, no yo —replicó, mientras apoyaba las manos en las rodillas y se reincorporaba—. Por mi parte, yo ya he terminado mi misión aquí y debo informar a Kenzou-sama de lo ocurrido. Buena suerte, chica.
Sin nada más que decir, el hombre desapareció en apenas un parpadeo. Ahora Ritsuko se había quedado a solas y sólo a ella correspondía tomar la decisión de lo que debía hacer a continuación. Afortunadamente, tanto si decidía continuar con aquella aventura como si deseaba volver a Kusagakure, los caballos no parecían haber sufrido ningún daño, por lo que aguantarían el viaje sin ningún tipo de problema.
¿Detalles? Con suerte si le dieron el pergamino, aunque si vamos al caso podría haber preguntado algo a Kenzou, cosa que no hizo y probablemente aquel shinobi que la acababa de salvar le diría, cualquiera se lo diría…
—Tendrías que haber preguntado… —
¡Hasta su madre lo hace! Lo que vendría significando que la kunoichi reconocía su error, aunque no en un tono lo suficientemente ‘alto’ para que el mundo entero se diera por enterado, claro.
—Sí señor —respondió con una ligera reverencia.
Poco después de ello el hombre se retiró, desapareció tan fácilmente como había aparecido lo cual le dejaba cierta amargura a la pelirroja principalmente porque uno de los dos que la habían secuestrado escapó. «Seguramente vaya a volver, aunque sea para matarme »Pensó antes de darse por enterada de tanto la carga como los caballos seguían ahí, lo que significaba que —efectivamente como le dijeron— podría continuar con la misión y tal vez completarla exitosamente.
Lo único preocupante para la chica era el saber si realmente había un cargamento de arroz o solo jaulas vacías… De paso si había cargamento y no solo jaulas vacías, podría aligerar un poco la carga para los caballos si quitaba lo innecesario, después de todo, seguramente los armatostes esos pesarían lo suyo.
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