Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
4/10/2017, 01:48 (Última modificación: 25/10/2017, 02:42 por Uchiha Datsue.)
2 de Viento Gris del 217
El sonido del oleaje subiendo y bajando, colándose en su oído como una nana cantada por una madre a su hija. La suave brisa de invierno, acariciando su piel como el suspiro de una amante. La arena, amoldándose a su espalda como un duro colchón. Tenía frío, y aun así sudaba. Todo en el exterior transmitía paz y tranquilidad, y aun así su mente estaba en guerra.
Escuchó una risa escalofriante. Una risa que conocía demasiado bien. Y, entonces, se despertó.
Estaba en la playa, tumbado sobre una toalla y una almohada que se había traído, expresamente para dormir. Últimamente lo hacía mucho. O lo intentaba, más bien. Como había dejado por misión imposible tener una plácida noche de sueño en su apartamento, había ido probando distintos sitios que le reconfortasen. Primero había probado en el Jardín de los Cerezos, con nulo éxito. Luego, había pensado en darle una oportunidad a las Costas del Remolino y su ambiente tranquilo. El resultado había sido prácticamente igual. Se había despertado a la media hora, empapado en sudor —por mucho que hiciese un viento refrescante—, y sin sentir que estaba descansado.
Porque no, hacía mucho tiempo que no tenía un sueño reparador. Uno de ocho horas seguidas, en el que realmente el cuerpo le diese tiempo a reponerse.
—Puta mierda —masculló, sentándose y abrazándose las piernas, tiritando. La superficie del mar había cobrado un extraño tinte carmesí, reflejando un sol que estaba poniéndose. El Uchiha había probado a ir a dormir a la tarde, porque hacía demasiados días que tenía el horario de sueño descontrolado. Ni creía que lo fuese a controlar nunca más. No mientras aquella bestia siguiese en su interior. No mientras siguiese disfrutando torturándole con pesadillas—. Voy a tener que empezar a probar otros métodos —se dijo. Llevaba diciéndose aquello días, y la razón de que no hubiese partido ya en busca de su nueva posible solución era Akame. ¿Debía contarle su plan? ¿O debería probarlo él primero, y ya luego contárselo si salía bien? Conociéndole como le conocía, dudaba que le dejase hacerlo si se lo decía.
«Sí… Mejor será que en esto vaya por mi cuenta. Un Hermano del Desierto en solitario. Datsue el Intrépido a la aventura, como en los viejos tiempos.»
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Después de todo lo acontecido en el valle de los dojos, la Kageyama no podía hacer la vista gorda de lo que había ocurrido, no podía fingir que todo estaba en orden luego de lo que le pasó al enfrentarse a uno de sus compañeros, peor sería para ella si se enteraba que en realidad, era mayor que el chico que la había eliminado del torneo en la primera ronda.
Pero ya de nada valía lamentarse, tenía que hacer algo al respecto y durante todo ese tiempo, desde su regreso a Uzushiogakure hasta el día de la fecha, la Yotsuki no había parado de estudiar y entrenar, tanto así que adelgazó considerablemente pero sin llegar a lo enfermizo, luego todo lo demás seguía siendo exactamente igual en ella. Su rostro, su cabello, su busto, todo exactamente igual pero con algunos kilos menos.
Aquel día en particular, frío como cualquier día de invierno, la rubia tras terminar su ritual de limpieza matutina, vistió un conjunto de prendas moradas y negras lo suficientemente gruesas para contrarrestar el frío que hacía fuera. Este conjunto constaba de un pantalón largo, una camiseta de mangas largas y cuello de tortuga y por encima de esto una chaqueta y una bufanda. Para los pies simplemente se calzó un par de botas para asegurarse que el viento helado no le congelase los pies.
Con todo listo, la kunoichi salió de su departamento para comenzar a correr de aquí allá, de un lado a otro hasta el cansancio y poco más. También aprovechó las vueltas para comprar algunas que otras cosas que le hacían falta como detergentes, algunos trapos y ya que estaba, algunas mandarinas que iría comiendo al regresarse.
Meses atrás, la pecosa jamás se hubiese desviado tanto del recorrido habitual, mucho menos saldría a ejercitarse por la tarde, pero las cosas habían cambiado y no solo se centraba en el estado físico, ahora también estudiaba y eso le resultaba más productivo durante la mañana. Por eso y alguna que otra cosa adicional ahora se tomaba las molestias de salir a correr por la tarde.
Momento en el cual, por alguna casualidad de la vida se encontró con su vecino, tiritando, como si fuese un pobre diablo que además de no tener dinero para comer hasta saciar su apetito tampoco pudiera comprar ropa para combatir el frío. «Dios mío »pensó la kunoichi tras suspirar pesadamente.
Sin ánimos de asustarle ni nada similar, se acercó al shinobi sin cuidar sus pasos, de modo que el ruido le alertase de algo.
—Hey —se anunció mientras se acercaba por uno de los laterales del contrario.
Cargaba consigo un par de bolsas de papel marrón, en uno llevaba los artículos de limpieza que había adquirido recientemente y en la otra las frutas, de las cuales tomó una y se la ofreció al chico.
—¿No te molesta enfermarte? —preguntó inocentemente aun sosteniendo la fruta en la mano que mantenía extendida hacia el contrario por si accedía a tomarla.
El Uchiha desvío la mirada hacia un lado al escuchar una voz. Una voz que le resultaba muy familiar, y que en seguida reconoció.
Era su vecina. Novia de Akame y compañera de Villa. A pesar de ser tantas cosas, apenas la había visto en meses, cuando se encontraban esporádicamente al entrar o salir de casa. Datsue no quedaba con Akame cuando estaba con Koko; y Akame no le invitaba cuando pensaba verse con ella. Era un extraño acuerdo tácito al que habían llegado sin siquiera hablarlo. Prueba de que no la había visto en mucho tiempo fue la sorpresa que tuvo al apreciarla más… delgada. A pesar de su gruesa vestimenta para protegerse del frío, a la kunoichi se le notaba que había perdido más de un par de kilos.
—¿No te molesta enfermarte?
Datsue esbozó una sonrisa sardónica. Lo cierto era que no iba tan desabrigado. A mayores de su habitual vestimenta, portaba un gorro de lana gris en su cabeza, que le ocultaba parte de las orejas y tan solo dejaba entrever unos mechones sueltos del flequillo. Además, sobre el torso, ahora envuelto también sobre sus piernas como si se tratase de una manta, vestía una túnica blanca con detalles decorativos de color carmesí en las mangas y el símbolo de Uzushiogakure —también en carmesí— a la espalda.
Y de todas formas tiritaba, pues la brisa enfriaba todavía más su camisa interior empapada por el sudor.
—No más que otras cosas —respondió finalmente, tras unos largos segundos. Aceptó la mandarina que le ofrecía y empezó a pelarla con los dedos—. Es como ese picor que a veces surge en la espalda, ¿sabes? Si no te rascas, molesta. Pero imagínate ahora que, mientras te está picando, te das un golpe con el dedo meñique del pie contra la esquina de un mueble. El picor debería seguir molestando, ¿no? Pero queda tan en segundo plano por el súbito dolor que ni te enteras de que está ahí.
El Uchiha tomó la primera pieza de la mandarina y se la llevó a la boca, dejando que su paladar se empapase con el sabor.
—Pues algo así me pasa a mí —zanjó, creyendo que había hecho la metáfora perfecta con lo que le sucedía—. ¿Qué haces por aquí? —señaló las bolsas—. No es que la playa quede de camino al mercado, precisamente.
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Le había dado por hablar con cierto misticismo, asesinado por los ejemplos mundanos que estaba dando. De cualquier forma, ¿se lo tenía que tomar como que estaba bien o que podría estar mejor? A saber, pero tampoco iba a preguntar. Simplemente tomó asiento a un lado de él.
—Creo que capté la idea —respondió dejando las bolsas a un lado de ella y sacando otra fruta pero esta vez para ella—. Daba un paseo, después de correr me pasé por el mercado y me quedó pendiente la caminata así que… Aquí estoy.
Tras responder comenzó a pelar la mandarina, se tomaba su tiempo en aquellas cosas para poder sacar todo en una sola pieza. Era un simple capricho en realidad.
—¿Y tú qué hacías? Es raro verte tan lejos del departamento o la zona comercial —preguntó mirándole de reojo.
Poco después de ello, terminó de quitarle la cáscara a la mandarina y pudo al fin probarla, aunque fue una decepción, al menos para ella. «Podría estar mejor »pensó escupiendo unas cuantas semillas.
—¿Y tú qué hacías? Es raro verte tan lejos del departamento o la zona comercial.
—¿Lo es? —preguntó, y esbozó una media sonrisa para quitarle hierro a la réplica—. Necesitaba… —«Dormir»—. Pensar. Ordenar algunas cosas en mi cabeza.
Se llevó otro trozo de mandarina a la boca y dejó que el jugo inundase su paladar al morder. No estaba mal, aunque las había probado mejores.
—Las de Kusa saben mejor. —Datsue solía meterse mucho con los shinobis de Kusagakure, pero si algo tenía que reconocer, es que cultivaban como nadie—. ¿Y a ti qué? ¿Cómo te va? Parece que hace una eternidad desde la última vez que hablamos. —Había sido… ¿en el Valle de los Dojos? ¿Cuándo le había pedido a Koko que hablase con Akame? Nunca supo si lo había hecho o no, ni tampoco le daba importancia. Al fin y al cabo, se había reconciliado con él al día de volver a la Villa.
Inconscientemente, se llevó la vista al antebrazo, ahora cubierto por la túnica, y sintió un pequeño escalofrío. Todavía recordaba aquel sello explosivo que le había pegado Akame y que casi le había dejado lisiado.
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Era raro, pero sentía que algo en Datsue había cambiado, no estaba inventándose historias sorprendentes ni nada similar para quedar como una figura a idolatrar ni nada similar. Estaba siendo normal por una vez en la vida.
Acerca de las mandarinas, la rubia solo asintió con la cabeza. Las había probado y definitivamente sabían mejores que aquella que estaba comiendo en ese momento. Jugosa, pero casi sin sabor y repleta de semillas, era irritante estar más tiempo escupiendo que disfrutando de la fruta en sí.
—Bien, aunque me sigue dando vueltas por la cabeza el torneo.
Al decir eso la kunoichi engulló lo que le quedaba de mandarina que sería tal vez la mitad o tal vez algo más. Pero no le importó, incluso ignoró la de semillas que tenía y las tragó junto con el resto de la fruta. Total, todo se iría de la misma manera y el poco sabor del jugo serviría para aliviar la amargura de las semillas.
Mientras comía recordó algo, un detalle que vio repetidas veces aunque siempre en las mismas dos personas, aquellas que también compartían apellido.
—Hey… —llamó—. ¿Para qué les sirve ese cambio de color en los ojos? —prosiguió, girándose para ver al shinobi a su lado—. Te he visto a ti hacer el cambio y también lo hizo Akame durante nuestro combate pero nunca supe si hacía algo en particular.
Si insistían en efectuar dicho cambio en sus ojos tenía que servir para algo, ¿verdad? O tal vez no, pero resultaba irritante para la Kageyama el no saber nada de algo así. Algo que tal vez le haya jugado en contra durante la pelea por justamente no tener una mínima idea de lo que significaba ese cambio.
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme solo para rememorar lo ocurrido. Los combates; la revista; Aiko; Ayame y su cebolla… Sacudió la cabeza. ¿A qué seguía dándole vueltas Koko? ¿Qué era tan importante como para que todavía lo recordase? ¿La revista, quizá?
Sin embargo, Koko no especificó a qué se refería, sino que lanzó una nueva pregunta: quería saber para qué servía el Sharingan. Datsue alzó una ceja, intrigado. Primero, porque no entendía cómo estando con Akame todavía no lo sabía. ¿Acaso era tan cerrado con el clan que no se lo había revelado ni a su propia novia? Y, lo segundo, porque pese a que él fuese más descuidado con aquellos temas, no le gustaba andar descubriendo los secretos de su clan al primero que se pasase a preguntar. Ni siquiera a una compañera de Villa.
—¿Por qué no se lo preguntas a Akame? —No quiso sonar brusco, pero estaba demasiado cansado como para responder con más tacto. El Uchiha siempre se despertaba con malas pulgas, y ahora que ni siquiera dormía… estaba insoportable la mayor parte del tiempo.
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Tan seco no se podía ser. Decirle que le pregunte a otro, como si le hubiese molestado que le preguntasen. ¿Tan importante podía ser un cambio de ojos? Por dios…
—Bien —le respondió igual de cortante.
Desvió la mirada al lado contrario donde estaba el shinobi, a mirar el horizonte.
Se había terminado su mandarina —que no estaba muy buena— y se había encontrado con alguien que no parecía estar de humor ni siquiera para intentar mantener buena relación con una persona con quien había buscado reconciliarse meses atrás.
«Luego de mandarte las cagadas pides perdón, imbécil »se decía la kunoichi que ahora estaba con el entrecejo fruncido por molestia.
Aunque si en algo llevaba razón Datsue, era que tendría que haberle preguntado hacía tiempo ya a Akame, y probablemente le haría bien entrenar alguna vez con él, para saber cómo diablos se las ingenió para ganar el maldito torneo.
—Bien —ratificó Datsue, para acto seguido escupir las semillas, que trazaron una pequeña parábola hasta caer sobre la arena. Luego, ya sin mandarina que comer, se recostó de nuevo sobre la toalla, cruzando las manos bajo la cabeza y apoyándose en la almohada, para entonces cerrar los ojos—. Gracias por la mandarina. —Como diría Akame, un shinobi nunca debía perder los modales, por muy estresado que estuviese.
Respiró hondo, y dejó escapar un largo suspiro. No la había oído recoger las bolsas, así que supuso que todavía seguía allí.
—¿Qué es eso del torneo al que le sigues dando vueltas? —preguntó, esta vez con voz más suave, aunque con los ojos todavía cerrados.
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Con aquello parecía ser que la conversación había terminado, que no hablarían más y por ello, la Kageyama se giró dispuesta a tomar sus bolsas e irse de allí. Total, Datsue es su vecino, le va a seguir viendo de todas maneras. Pero no.
—La pelea, me tocó contra Akame y perdí —respondió acomodando las cosas dentro de las bolsas—. Muy feo para colmo, no pude hacer nada.
Y aquello le jodía horrores, no poder defenderse contra alguien que fácilmente podría haberla matado es frustrante.
6/10/2017, 20:30 (Última modificación: 6/10/2017, 20:32 por Uchiha Datsue.)
«Ah, así que era eso… El combate»
—Bueno, a Ayame le pasó lo mismo, y era finalista. —Pese a que no lo había dicho para consolarla, le salió con tanta franqueza y naturalidad que quizá lo logró de forma inconsciente—. ¿Qué es lo que te preocupa realmente? —preguntó, curioso—. ¿La imagen que pudiste dar en el torneo, no sentirte preparada para el combate, o no poder vencer a Akame?
»Vencer al actual Akame es sencillo —mintió, todavía con los ojos cerrados—. Si sabes cómo —entreabrió un ojo para mirarla de refilón—. Es cómo… ese rompecabezas complicadísimo, ¿sabes lo que te digo? Al principio, parece imposible. Pero una vez das con el truco, resolverlo se vuelve fácil.
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Era extraño, pero parecía ser que Datsue había intentado consolarla de alguna manera sacando a la luz el asunto de que la última contrincante de Akame había sufrido una derrota similar a la propia. Aunque ella misma lo había visto y desde su punto de vista Ayame había dado mucha más pelea.
—Me preocupa la diferencia que hubo, tuvo que haber sido abismal si no le ofrecí ningún tipo de resistencia —dijo casi en un murmullo mientras flexionaba las piernas para poder apoyar el rostro en sus rodillas.
No es bonito ser un shinobi y perder tan mal contra alguien en un combate amistoso. Es decir, sabías perfectamente que tenías a un enemigo delante y pudiste verle la cara por un buen rato, no es que te atacaron por sorpresa ni similares.
Aunque haya sido una sorpresa para la pecosa que aquellos clones pudieran golpearla.
Aun así, el Uchiha parecía convencido de que el problema de la Kageyama era en realidad Akame, y eso no era así, no le importaba si su novio podía vencerla o no, lo que le importaba era qué tan fácil le pudiera llegar a resultar.
—Da igual si gano o pierdo, quiero por lo menos ofrecer un reto. Quiero decir, perdí contra él sin siquiera poder devolverle un solo golpe y tuve la suerte de que fue contra un compañero de la aldea, ¿qué hubiese pasado si hubiese sido en el campo de batalla?
Decía la rubia sin despegar el rostro de sus rodillas, las cuales ahora abrazaba por debajo de las mismas con ambos brazos. Aunque algo le había resultado llamativo y eso era que el chico se negase a contarle nada del cambio de color del iris, ¿sería importante para los Uchihas? Podría responder con una suposición, pero hasta que no le preguntase a Akame no podría dar nada por seguro.
9/10/2017, 00:26 (Última modificación: 9/10/2017, 00:29 por Uchiha Datsue.)
Las suposiciones de Datsue resultaron erradas. Lo que a Koko le preocupaba era mucho más simple que todo aquello. Más simple, pero a la vez más alarmante. Sin rodeos, preguntó qué hubiese pasado de haber sido aquella batalla un combate real. El Uchiha creía que ella misma ya debía conocer la respuesta, pero aún así se la dio:
—Que hubieses muerto. —Directo y sin adornos—. Tal y como hubiésemos muerto el resto de participantes, salvo Akame —añadió, otra vez franco. No había muchas más vueltas que darle. Una muerte más o menos honrosa, pero en aquel supuesto, todos hubiesen acabado conociéndola. Y la muerte era para todos igual, por mucho que le ofrecieses más o menos resistencia.
»Aunque entiendo tu punto —añadió. Había estado mirándola con un ojo entreabierto todo aquel tiempo, pero entonces fijó la vista en el cielo—. Si me aceptas un consejo: lucha. Lucha contra todo aquel que creas pueda suponerte un reto. Entrenar; estudiar; aprender nuevos jutsus… —hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia—. Todo eso está muy bien, pero de donde más he aprendido yo ha sido de mis adversarios. Eri, en paz descanse, me enseñó a darle la vuelta a las cosas. A hacer de lo predecible lo impredecible. A transformar una buena defensa en el mejor ataque —recordaba perfectamente aquel kawarimi, no para evadir ningún ataque, sino precisamente para atacar ella—. Daruu me enseñó a vigilar mis espaldas. A nunca confiarme. A siempre pensar que, por buena que sea tu estratagema, tu oponente puede tener una igual o mejor. A usar el campo de batalla como una herramienta más. Como un arma, y aprovecharte de ella antes de que tu oponente lo haga. —La visión del enorme tsunami que Daruu había convocado le vino a la mente. Aquel jutsu colosal no le había dado de milagro, pero aún sin darle, había hecho algo mucho más importante: había transformado el campo de batalla en el campo de Daruu. Podría decirse que era parecido, pero no lo era en absoluto—. Akame —continuó, citando a su otro gran adversario hasta la fecha—, bueno, si empiezo a contarte todo lo que me enseñó mi hermano, no acabaría hasta mañana, pero lo resumiré en anticiparse. No ya solo a los movimientos del rival, sino a sus pensamientos. Leer los movimientos de un adversario es una ventaja, pero si logras leer también su mente, eso es tener ya medio combate en el bolsillo.
»Además —continuó, ya para finalizar—, dicen que de las derrotas es donde más se aprende. Como nunca perdí —ahí estaba, latente y en estado de reposo, pero ahí. La fanfarronería era algo que nunca perdería, por muchas horas de insomnio que padeciese—, es algo que solo sé de oídas. Pero supongo que es cierto. ¿Contra quiénes luchaste tú, aparte de Akame? —se interesó. También era mala suerte haberse ido a enfrentar justo al Campeón del Torneo.
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Era extraño poder hablar seriamente con Datsue sin que hayan intentos de estafa o cosas similares, simplemente estaban allí hablando tranquilamente de lo que había ocurrido en el torneo y tenía sentido, la gran mayoría de las cosas que decía sobre los combates y demás seguramente tendrían detrás alguna historia de los encuentros que él había tenido pero… Ella no tuvo la misma suerte.
Varios de los consejos que le estaban dando probablemente los tendría en cuenta, pero dudaba mucho que sirviera de mucho que se lo imaginase y por encima de todo, lo último, el pelear contra quien sea que le suponga algún reto era algo demasiado versátil. Por ejemplo, su hermano le supone un reto, pero actualmente es imposible para ella vencerle y lo tiene más que comprobado, seguramente de aquellos encuentros es que haya desarrollado cierta resistencia a pesar de nunca entrenar en dicho aspecto.
—Se podría aprender si por lo menos hicieses algo —le contradijo rápidamente—. Solo contra Akame y mi hermano, los dos son demasiado para mí.
Aquello fue lo que la impulsó incorporar a su repertorio otro estilo que le serviría para combates a distancia, el shurikenjutsu. Lamentablemente no posee las herramientas para solo depender de aquello y por si fuera poco, su maestra no podría enseñarle estrategias y trucos sobre cómo implementar estos estilos ya que… Bueno, no posee la movilidad para ello.
En ese momento se le ocurrió una idea, algo que puede termine por hacer que se arrepienta durante mucho tiempo, o puede que no, a saber, pero tenía a su lado a otro Uchiha, la otra persona en la que vio el cambio de color en los ojos y que también había logrado avanzar bastante en el torneo. Podría ser un reto, si es que no estaba fardando demasiado.
—¿Te hace un combate amistoso? —preguntó girando la cabeza para mirarle—. A ver si el mote de ”el intrépido” te pega o es un mal invento —agregó acompañando sus palabras con una risilla para indicarle que iba a broma.
9/10/2017, 01:25 (Última modificación: 9/10/2017, 01:26 por Uchiha Datsue.)
Koko bromeó sobre su apodo, y el Uchiha rio. Rio con ganas, más por querer reír que porque le hubiese resultado la mar de gracioso. Últimamente no reía mucho. Debía hacerlo más. Eso, o pronto entraría en una espiral de depresión y hastío de la que tendría difícil salir.
Entonces volvió a erguirse, abrazándose las piernas y posando la mirada en el mar. Resopló.
—No sé, Koko… Lo cierto es que no me gusta mucho combatir.
Era una media verdad. Pero como todas las medias verdades, a veces tenían más de verdad o de mentira. Aquella tenía más de verdad. Si bien había descubierto un extraño gusto por la estrategia, por analizar al rival y actuar en consecuencia, como una buena partida al shōgi, al final siempre se veía obligado a bajar al fango, y eso no le compensaba. Además, sabía muy bien cómo eran los combates amistosos. Siempre se empezaban con una sonrisa en la cara, con cuidado de no dañar demasiado al rival, de no darle en los llamados puntos críticos. En cuanto uno de los dos recibía una hostia mal dada, sin embargo, raro era no ver un katonazo a bocajarro capaz de reducir a cenizas un bosque entero. O un kunai directo al cuello. O un sello explosivo capaz de reventar una roca gigantesca pegada directamente en la entrepierna. Y de ahí directo al hospital, y con suerte sin secuelas. Sin ella, acababas como su compadre: con la nariz torcida y decenas de cicatrices.
No, definitivamente no le gustaba luchar.
—Lo hago por obligación, cuando no queda más remedio, o cuando hay una recompensa de por medio —«Por Amateratsu, sí que estoy sincero hoy…».
»Tengo una idea —añadió, y cuando lo dijo, ya se estaba arrepintiendo. Aun así, continuó:—. Apostemos algo. Algo que me pueda interesar… —el qué podría ser, eso era algo que el Uchiha no tenía ni idea. Nada, al menos, que pudiese conseguir de Koko. Aunque a ella quizá se le ocurriese algo…—, y lucharé —aseguró, con voz firme y contundente.
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