No hay otra cosa que defina más la apariencia de Datsue que sus ojos. Tiene unos ojos oscuros, muy oscuros, pero con una casi imperceptible tonalidad anaranjada. Los ojos de un joven zorro, astuto pero inexperto, cuya simple mirada expresa más que cualquier otra palabra que pudiese decir. Es de facciones suaves, y luce una media melena castaña clara siempre recogida en un moño. En ocasiones, cuando la situación lo amerita, se hace dos trenzas mohicanas en cada lateral. Dichas trenzas dan un efecto rapado a los lados de la cabeza, y nacen al borde del flequillo formando un arco descendente hasta llegar a la nuca y caer sobre el nacimiento de los hombros.

Su estatura es normal, ni alto ni bajo, con una complexión delgada, de piernas anchas y una musculatura fibrosa. En su hombro derecho tiene un estandarte, conocido como la Marca del Hierro —un hacha sobre un escudo—, que le marcaron con un hierro candente. En su antebrazo derecho externo tiene una gran porción de piel rosada, fruto de una antigua quemadura que su compañero Uchiha Akame le dejó. Además, como la amplia mayoría, es diestro.

Porta un pequeño pendiente negro en su oreja derecha, cuya forma hace recordar a un fūma shuriken de tres puntas o, incluso, a las tres aspas de un sharingan. En su antebrazo izquierdo, muy cerca de la muñeca, un tatuaje minimalista de un velero surcando el mar. En el dedo anular derecho, un tatuaje minimalista de un diamante. En el dedo corazón izquierdo, un anillo de sello de plata con el símbolo del clan Uchiha.

Viste una elegante chaqueta negra, con las mangas dobladas y con solapas de un azul oscuro, del mismo color que su pantalón, largo y que termina por debajo de unas botas negras —típicas botas ninjas que muestran los dedos de los pies—. La chaqueta, abierta, deja ver una camiseta de un blanco oscuro por debajo, un cinturón carmesí, y un característico colgante: un simple cordón negro que sujeta un mechero con el símbolo del clan Uchiha inscrito en él.

Este mechero perteneció a Uchiha Akame, y lo lleva como recuerdo.

Datsue es una persona complicada, en el sentido de que no es lo que parece. Parece una persona extrovertida, jovial y alegre, pero en realidad le cuesta mucho mostrar sus verdaderos sentimientos y dar muestras de afecto a las personas que quiere.

Su experiencia con sus padres le hizo contemplar el amor y la lealtad de una forma cínica, y teme enamorarse o cogerle demasiado afecto a alguien para luego ser traicionado. Prefiere no encariñarse demasiado con nadie, y vivir la vida libre de ataduras.

Además, siempre fue un chico muy soñador. De pequeño fantaseaba con épicas aventuras y secretos milenarios, y con el paso del tiempo fue adaptándolos a sueños más realizables. Adora los libros de fantasía y, desde hace poco, ha decidido plasmar sus ideas en papel para escribir en un futuro una novela. Sin embargo, la vida shinobi no es tan idílica como creía. Le resulta aburrida, tediosa y demasiado estricta. Una profesión que no dudaría en desechar cuando reuniese el suficiente dinero para vivir sin preocupaciones.

Y es que, si algo le gusta a Datsue, eso es el dinero. Su meta en la vida es ganar el suficiente como para no tener que preocuparse por él nunca más ni tener la necesidad de trabajar. Porque si algo odia Uchiha Datsue, eso es trabajar. No tanto por el hecho de que no le guste hacer algo, sino por tener la sensación de que va a tener que hacer ese algo durante el resto de su vida. Y sí, también porque es un vago.

Se muestra seco ante los desconocidos, y si alguna vez es amable y cortés seguramente sea porque quiere sacar algo de ellos. Para él, el fin justifica los medios, siempre y cuando no se lleve por delante a alguien a quien quiere. Cosa difícil, pues puede contar a sus amigos de verdad con los dedos de una mano —y le sobrarían muchos dedos—.

Prefiere pensar antes que actuar, y si puede solucionar un problema sin pelear, lo hará. Le gustan los juegos competitivos, sobre todo los intelectuales, pero nunca tuvo interés en medirse en combate frente a otros. Si tiene que luchar, será por algo más que satisfacer su ego personal.

Escuchaba sus gritos a través de las paredes. Estaban discutiendo. Últimamente lo hacían mucho.

De pronto, oyó un portazo. Se aproximó a la ventana, se subió a una silla y asomó la cabeza: su padre, Ryouta, se iba cojeando calle abajo. El miedo que comprimía el corazón de Datsue y no le permitía casi ni respirar se aflojó un poco. Seguramente estaría yendo a casa de Akira, donde se suponía que debía estar él.

Correteó hasta la cama y se escondió de nuevo bajo ella, hecho un ovillo. Datsue tenía un plan. Un plan para que sus padres no discutiesen: permanecer en casa. Había notado que en su presencia lo evitaban, y por eso se había escaqueado aquel día de su niñera. Sin embargo, el plan no estaba saliendo todo lo bien que hubiese deseado...




Tac, tac, tac. Tac, tac, tac. Los muñecos luchaban en una encarnizada batalla. El de la derecha, de pelo azul y ojos dorados, parecía que perdía el combate ante un muñeco viejo y decrépito con bastón. Pero sólo era en apariencia. Datsue lo elevó hasta el colchón que tenía sobre la cabeza e hizo que cayese en picado contra el viejo, asestándole el golpe final.

—¡Ueeeee! —jaleó en susurros—. ¡Kenzou cae derrotado! ¡Kenzou a plantar lechugas! ¡Kenzou a plantar lechugas! ¡Ueeee! ¡Ueee…!

Entre los ruidos del combate le llegó el sonido de una puerta abriéndose abajo. Era su padre, lo más probable, que al ver que Datsue no estaba en casa de Akira había vuelto, preocupado. Las escaleras del pasillo crujieron, y el pequeño se abrazó las piernas con los brazos, temeroso de la bronca que estaba a punto de caerle…

… pero los pasos siguieron más allá de su puerta. Datsue suspiró de alivio. Todavía no le buscaban. ¿Y si aprovechaba ahora que estaban sus padres en la habitación para irse? Quizá todavía estaba a tiempo de llegar junto a Akira y fingir que no había pasado nada.

Con ese propósito, salió de debajo de la cama haciendo el mínimo ruido posible y salió al pasillo. Bajó por las escaleras como si estuviese pisando huevos, y se desvió hacia la cocina para coger algo para el camino. Por desgracia, la nevera estaba vacía. Últimamente siempre estaba vacía.

Iba a salir ya cuando escuchó extraños ruidos procedentes de arriba. Se asustó.

—¿Mamá...? —susurró, al creer haberla oído.

Volvió sobre sus pasos, escaleras arriba, y se dirigió de puntillas hacia la habitación de sus padres. Alguien estaba… gritando. Era un gemido, más bien. Un gemido débil y agudo, pero que persistía de forma intermitente.

La mano de Datsue, temblorosa, bajó milímetro a milímetro el picaporte de la puerta, atrayéndola hacia sí lo justo y necesario como para ver por la rendija con uno de sus ojos. Su mirada se dirigió al suelo, donde un fajo de billetes yacía desperdigado. Luego subieron, hasta llegar a unos pies tapados por unos pantalones bajados.

—¿Papá...? —susurró con voz queda.

No, no era papá. La espalda de un hombre obeso se contorsionaba de adelante hacia atrás, en un movimiento que hacía tambalear cada pliegue de su grasa. Estaba desnudo, de pie y pegado al pie de la cama, cuyos muelles no paraban de rechinar. La cabeza del hombre se giró, y Datsue pudo captar una sonrisa lasciva dibujada en su boca… Entonces se dio cuenta de quién era.

Gouka, el hombre de la otra Ribera. La Ribera del Sur.

Crack. Como un leño al partirse, algo en su interior se rompió.

Agachó la cabeza, con la mirada iluminada por un destello rojo, dejando caer la mano del picaporte y arrastrando los pies a lo largo del pasillo. Como un muerto viviente, deambuló escaleras abajo hasta salir de casa.

Entonces se tapó los oídos y gritó. Gritó y gritó, todo lo alto que pudo, hasta que los gemidos de su madre quedaron eclipsados por su llanto.

Datsue no paraba de dar vueltas en el vacío y polvoriento apartamento en el que se encontraba, solo interrumpiendo aquel bucle infinito para echar de vez en cuando una ojeada por la ventana.

De pronto, oyó el característico chasquido de la cerradura al abrirse.

—¡Al fin! —exclamó, al ver que Okane se encontraba al otro lado—. ¡Ya pensé que estabas más perdido que un Uzureño en combate!

Okane le miró. Datsue le devolvió la mirada, confuso al principio, luego con comprensión. ¡Plaf! Datsue se acababa de cruzar la cara. Una bofetada a sí mismo que le dejó la mejilla roja.

—¡No digas nada, vale! Lo estoy controlando…

Okane enseñó las palmas de las manos, inocente.

—No iba a decir nada —su sonrisa traviesa indicaba lo contrario.

—¿Pudiste hablar con ellos? ¿Pudiste hablar con Okura y Sobokuna?

Okane cerró la puerta tras de sí. Pese a que quería ocultarlo, un brillo iluminaba su mirada.

—Así es. Pero recuerda que ellos solo son unos fracasos de Chunnins. Lo que verdaderamente importa es la opinión de Akiko, y, en última instancia, la de Shiona. Pero sí. He hablado con ellos y están de acuerdo.

Datsue apretó con fuerza el puño y dio un puñetazo al aire, descargando toda la tensión acumulada del día.

—¡Joder, sí! ¿Y cómo es que no estamos ya celebrándolo?

Okane entreabrió la boca. Desvió la mirada hacia un lado y se mesó la papada, generosa y flácida. Pudo percibir la duda entorno a sus ojos.

—No sé, Datsue-kun… ¿Estás seguro de esto? Convertirse en ninja no es una decisión que deba tomarse tan a la ligera, y no te veo muy… como decirlo, empapado de la cultura Uzureña.

Datsue hizo un ademán de hastío.

—¡Bah! ¡Minucias! Me he estudiado el nombre de todos los Kages, las fechas en las que tomaron y dejaron el cargo, y el pequeño lapsus de antes… Le estoy poniendo remedio, ¿vale? Si yo en realidad siempre empleaba la broma con los Kusareños… Pero claro, viviendo en la Ribera del Norte… Mi madre me castigaba cada vez que me oía decirla, así que al final lo acabé cambiando por los de Uzu. ¡Pero es una simple…!

—Pues ya que sacas el tema —le interrumpió, consciente de que Datsue solía enrollarse más que una persiana—. No crees que deberías contarle la verdad a tu madre y a tu…

—Mi madre es una puta —escupió.

Por un momento, un silencio muy incómodo invadió la estancia. Okane, que por unos momentos parecía haberse quedado congelado, literalmente, frunció el ceño.

—No deberías hablar así de tu madre.

—Pero lo es. Yo soy la prueba viviente de ello, ¿no? Como es que siendo mi madre y mi padre simples campesinos sin asden… aslen…

—Ascendencia —le ayudó Okane.

—Eso, ascendencia shinobi, ¿sea yo un Uchiha?

—Pero quizá haya una explicación para…

Datsue dio un manotazo a la pared, interrumpiéndole.

—Te voy a decir yo la explicación que hay —la ira apenas contenida reverberaba en su voz como una olla a presión—. La explicación es que mi padre lleva dos infartos, y que descubrir que su hijo en realidad no es su hijo, le provocará un tercero. Probablemente el último. Así que no, paso. La versión que le dimos de que me voy contigo a abrir una tienda de armas en Yamiria está muy bien. Por no decir que es la verdad, leñe.

—No exactamente la verdad.

—La suficiente —zanjó Datsue, que no quería hablar más del tema—. Además, ¿cómo se supone que nuestro Plan Ultrasecreto vaya a funcionar sin estar yo en una Villa?

Okane se quedó mudo. Datsue sabía muy bien porqué: porque no existia respuesta alguna para aquella pregunta.

—Más perdido que un Kusareño en combate. Más perdido que un Kusareño en combate. Más perdido que un Kusareño en combate. Más perdido que un Kusareño en combate. Más perdido que un Kusareño en combate.

—¿Hmm? ¿Decías algo, Datsue? —preguntó Akiko, interrumpiendo los murmullos obsesivos del Uchiha.

—¿Ehm? ¡Nada, nada! Solo decía que… ¡Que parecemos más perdidos que un Kusareño en combate! —estalló, esbozando una sonrisa de satisfacción al comprobar que lo había dicho bien.

Akiko no parecía tan complacida.

—No deberías hablar así de tus futuros compañeros de profesión. En Uzushiogakure enseñamos a mantener cierto código de honor y respeto, incluso con shinobis extranjeros.

—Ehm… Claro, claro. L-lo siento.

—No pasa nada —Akiko le dedico una de esas dulces sonrisas que hacían que su corazón se detuviese por un segundo, como si fuese un poderoso y extraño ninjutsu—. Es normal. Estás nervioso. Pero no te preocupes. Pocos pueden decir que tienen tus ojos. A Shiona le gustarás, estoy convencida. Y sino…

Akiko no terminó la frase, y aquello fue una mayor amenaza que cualquier otra cosa que hubiese podido decir. El corazón de Datsue, ahora atenazado por el miedo, avanzaba de forma inexorable gracias a la pequeña carreta en la que iba montado.

Su destino era claro: Uzushiogakure no Sato.

—¡Larga vida a Uzushiogakure no sato! —rugió, acompañando el grito de decenas y decenas de críos que, como él, acababan de graduarse. Rio junto a los otros, se abrazó a ellos y dio saltitos de alegría con los puños en alto, invadido de pronto por una repentina y extraña felicidad.

Lo había hecho. Lo había conseguido. Al fin era shinobi. Al fin, su Plan Ultrasecreto podría dar comienzo. Sacó un papelito de su bolsillo y, con la mirada húmeda por la emoción, lo releyó por décima vez en el día:


Arrugó el papelito con la mano y lo volvió a introducir en el bolsillo, casi con lágrimas de emoción. Sí, el Plan Ultrasecreto estaba a punto de dar comienzo, y con él, el sueño de Datsue. El sueño de convertirse en el shinobi de todo Oonindo más rico del mundo.

Verano

Otoño

Invierno

Primavera

Verano

Otoño

Invierno

Primavera

Verano

Otoño

Invierno

Primavera

Verano

Otoño

Invierno

• Misión C: De vuelta al mar
  
• (D): Murió la kunoichi, permaneció su leyenda
  
• (D) Un día de canguro
  
• (C) Con patas y a lo loco
  
• (B) La tumba de Umikiba Kaido
  
• (C) Un asesinato en el Norte
  
• Mi primera gran charla seria
  
• Yamata-no-Orochi
  
• (I) La Prisión del Yermo
  
• (II) La Prisión del Yermo
  
• Crónica de una Muerte Anunciada
  
• El Fantasma de las Navidades Pasadas
  
• ¡Brindad marineros yoho!
  
• La Reina del Océano
  
• Ryūgū-jō
  
• La Gran Reunión
  
• (C) La fuga del Yermo
  
• Kaji Saiban
  
• El hombre que invita
  
• De nuestras cenizas
  
• El precio del poder
  
• Lo que se esconde tras la niebla
  
• El Heraldo del Dragón
  
• Se necesita un monstruo para matar a otro [En proceso...]