Tras la primera ronda, los participantes se sometieron a los cuidados médicos de las Tres Grandes Aldeas, que consiguieron que se recuperaran a tiempo para la segunda parte del evento, que ocurriría dos semanas después. Algunos necesitaron apenas unos días para estar en forma, otros más de una semana, pero al final, no hubo que retrasarla.

Para esta segunda ronda, se supuso que los participantes ya conocían el procedimiento, de modo que no se les explicó nada, tan sólo se les recogió, de nuevo, uno a uno, y se les condujo a sus respectivos cubículos.

Y a su debido tiempo, cada uno escucharía su llamada. Las puertas volverían a abrirse, el clamor del público volvería a llegar a ellos...

...y de nuevo, sería hora de combatir.

Las puertas de su cubículo se abrieron. Daruu suspiró y se levantó.

Había entrenado mucho para aquél día. Había entrenado mucho en general, pero eso sí, no se había acostumbrado todavía al dichoso calor que hacía en aquél lugar remoto de Oonindo. Por eso vestía sin chaqueta, con su habitual camiseta de manga corta de color azul cielo.

¿Con quién le tocaría combatir en esa ocasión? ¿Contra Ayame? Ojalá que sí. Estaba deseando medir sus fuerzas contra ella. ¿Contra Akame? Ojalá que también. ¿Contra alguien... desconocido? Esa era sin duda la peor de sus opciones, ni que fuera sólo por la incertidumbre, el no saber a qué enfrentarse.

Recibió la algarabía del público de la misma manera que a la luz del Sol: bajando la cabeza para que no le deslumbrara. Evidentemente, Daruu no era un muchacho tan fuerte como para que la gente le admirase, pero aquella turba en las gradas quería espectáculo. Y espectáculo habían dado todos los ganadores de los anteriores combates. Ahora estaban expectantes.

Expectativas. ¿Lograría cumplirlas? Todo el mundo esperaba mucho de él. Su madre, su sensei... Pero él quería aspirar a más. Él quería sorprender a Yui.

Daruu había reflexionado mucho acerca de la finalidad de aquél torneo.

Aquél torneo era un espectáculo. Sólo un circo. Y su misión era entretener. Pues bien...

...daría espectáculo.

El muchacho se plantó en el lugar que le correspondía con ambos puños cerrados y el cuerpo en tensión, preparado para el combate, y dirigió una mirada atenta hacia la puerta contraria. Suspiró.


—

1 AO

No paraba de mirarse la palma de la mano. De analizarla. De buscar un patrón lógico a las decenas de arrugas que la cruzaban. Trataba de leer las líneas de vida, tal y como aseguraban poder hacer muchas ancianas de Yamiria, a cambio de una generosa propina. ¿Qué decían las suyas? ¿Qué auguraba su destino para aquel día?

Resopló. Debía centrarse en el combate. Tras probar el sabor dulce de la gloria, el Uchiha quería más. Una sola vez le había bastado para volverse adicto. Por eso, había entrenado como nunca, se había esforzado y había puesto su mente a trabajar de forma incansable en estrategias y posibles movimientos. Recordó la técnica que había sellado secretamente antes de luchar contra Eri, encerrado en aquel mismo habitáculo. Era todo un milagro que no la hubiese activado por accidente, pero allí seguía, bien sellada en su cuerpo. Quizá le viniese bien para aquel combate…

«...pero no es suficiente»




Cuando salió por las puertas del estadio, el Uchiha no pudo evitar sentirse ligeramente decepcionado. ¿Dónde estaban los fuegos artificiales? ¿Y la música de entrada? ¿Y las bombas? Estaba claro que el samurai de cejas pobladas no había trasladado las sugerencias de Datsue a sus superiores, porque de haberlo hecho, el Uchiha veía inconcebible que no les hubiese parecido bien.

Pero el público rugió con su entrada, y aquello lo consoló.

—¡Datsue el Intrépido! ¡Datsue el Intrépido! —se canturreó, a sí mismo, tratando de convencerse de que aquello era lo que cantaba también el público. Levantó las manos y saludó, primero, a la grada donde se sentaba la mayoría de los de Uzushiogakure, para luego saludar al resto mientras seguía caminando. En cierto momento, incluso, se atrevió a lanzar un par de besos fugaces aquí y allá, animado con el ambiente.

Cuando subió por las escaleras del tatami, en cambio, su pulso se aceleró. En frente tenía a nada más y nada menos que un Ameriense, y eso… no le gustaba. No solo por la fama que tenían de buenos shinobis, tan brutos como letales, sino porque siempre se imaginaba que cualquiera de ellos podía ser el mismísimo jinchuuriki. Llegó hasta la distancia acordada, y entonces le vio los ojos…

—Vaya, debes de ser Daruu, ¿cierto? —preguntó, haciendo una leve reverencia—. Uchiha Datsue, aunque mis amigos me llaman Datsue el Intrépido, un placer —se presentó. Recordaba lo que había dicho Akame sobre aquel chico. Recordaba que precisamente le había indicado que se dejaba llevar fácilmente por las provocaciones. Si la táctica de desestabilización le había funcionado contra Eri… ¿por qué no también contra él? Por eso, esbozó una pequeña sonrisa y añadió:—. Uchiha Akame te manda recuerdos.



—

1 técnica sellada del combate de Eri

1 AO nueva

Las puertas del compartimento contrario se abrieron. Daruu estuvo tentado de utilizar el Byakugan para otear la identidad de su rival desde la distancia, pero no estaba seguro de que aquello estuviera permitido. Si su oponente no había llegado a la marca de inicio, lo único que se podía hacer es preparar alguna treta y esperar.

Pronto se discernió una figura saliendo de la oscuridad del estadio. Caminaba segura, sin ningún vacile en el andar. Tenía la mirada de quienes tienen más que ocultar que mostrar, ese brillo canalla difícil de explicar. Esos ojos negros le recordaban a algo, o a alguien, pero no sabía exactamente a quien. Su pelo era tan negro como los ojos y estaba recogido en un moño. Vestía como alguien que va de fin de semana al lago con los colegas, no a una pelea ninja: pantalones cortos beis, camiseta arremangada, y unas getas de madera que a Daruu siempre le habían parecido muy incómodas.

«¿Pero y este idiota? ¿Está saludando al público?». Ni en el más egocéntrico de los sueños de Daruu hubiera podido imaginarse lo que estaba viendo. «¡Acaba de besar al aire, el muy capullo!»

—Vaya, debes de ser Daruu, ¿cierto? —«¿Huh? ¿Cómo sabe...?». El extraño hizo una leve reverencia, y se presentó—: Uchiha Datsue, aunque mis amigos me llaman Datsue el Intrépido, un placer. —«Datsue el fanfarrón»—. Uchiha Akame te manda recuerdos.

Daruu frunció el entrecejo, apretó los dientes y aún más los puños, que se cerraron con fuerza sobre las dos bombas de humo.

—Bien. Te daré recuerdos de mi parte para él.

Arrojó la que tenía en la mano derecha entre los dos con presteza, e inmediatamente echó el brazo hacia atrás y lanzó la segunda hacia el cielo, bien alto, justo encima de la nube de humo que ya se había dispersado. Entretanto, el brazo derecho había hecho ya otra trastada y había dado con un senbon que instantes después lanzó a la segunda kemuridama.

Entrelazó las manos para hacer sellos.

Al otro lado de la nube de humo, Datsue vería a un objeto sobrevolar el cielo, e instantes después descubriría que se trataba de una bomba de humo que estalló e hizo la columna de polvo aún más grande si cabe. Esto tendría tres consecuencias. La primera de ellas era que, al menos según los planes de Daruu, la segunda bomba de humo actuaría como una pequeña distracción y confundiría a su oponente. La segunda era que el Daruu que salió de entre la nube, a ras de suelo, evidentemente falso, parecería terminar aquella estrategia circense convirtiéndola en la típica treta de un torneo de genins...

...y la tercera, es que la ola de cinco metros de altura, oculta tras el polvo, continuaría la saga y la convertiría en una bilogía que asombraría al público.

OOOOOOOOOOOHHHH.

Pudiera o no evitar el ataque, la marea engulliría la nube de humo —disipándola— y todo lo que hubiera por delante en esos momentos, abriendo un boquete en la madera, resquebrajándola y fabricando una suerte de lago artificial que no mucho después volvería de rebote a los pies de Daruu, quien se había visto obligado a recortar la distancia con su oponente mientras formulaba los sellos, consciente del alcance de la técnica. Daruu flexionó las piernas y emitió chakra por las plantas de los pies a tiempo de que el agua lamiese las suelas de sus botas con tal de balancearse y mantener el equilibrio, como quien surfea por una pequeña ola de un metro.

Jadeaba. «Puta mierda, eso ha sido imprudente, pero ¡ha quedado genial! Sí... Escucha al público. Eso es lo que quieren. Ellos. Los kage. ¡Todo el mundo! Están esperando un espectáculo. ¿Y Datsue? ¿Le he dado?»

—Bien. Te daré recuerdos de mi parte para él.

—No te preocupes, ya…

Pero aquel chico ni siquiera le dejó terminar la frase. De un rápido movimiento, lanzó una bomba de humo entre ellos dos, levantando una densa humareda que les ocultó el uno del otro. «¡Pero bueno! ¡Así no hay quien use la táctica de desestabilización!» Cabreado, el sharingan se dibujó en sus ojos, mientras retrocedía hacia atrás, previsor, exactamente de la misma forma que había hecho con Eri: tres metros hacia atrás, pero ligeramente hacia la derecha, por si a su oponente se le ocurría lanzarle un kunai directo al gaznate.

No pareció ser el caso, sin embargo. Una segunda humareda le sorprendió, justo encima de la otra. «Pero, ¿qué cojones?» Sus ojos teñidos por la sangre de Uchiha Hazama captaron movimiento por delante. Un embuste. Simplemente otro tipo de humo impregnado de chakra. Pero entonces…

—¡L-la hostia!

Las fauces de Susano'o se abrían ante él, dispuesto a tragarlo de un bocado. En una milésima de segundo, supo qué tenía que hacer y cómo hacerlo, poseído por una extraña calma. Sus manos entrelazaron sellos mientras extendía un pie hacia arriba, como si fuese a chutar una pelota. Quizá aquellas sandalias no fueran del todo cómodas, pero si algo bueno tenían era lo fácil que era desprenderse de ellas.

La sandalia salió volando como una saeta, trazando un pronunciado arco por encima de la ola y alcanzando los quince metros de altura en el punto más alto. El Uchiha terminó los sellos, y entonces…

—¡Susano’o, ¿acaso no reconoces a tu padre?!

Por primera vez en su vida, Uchiha Datsue escuchó el silencio. Era como si de verdad Susano’o estuviese dudando de si aquel era en verdad el mismísimo Izanami disfrazado en el cuerpo de un mortal, porque por un segundo, la ola se detuvo, a escasos centímetros del rostro de Datsue, mientras éste le esperaba con los brazos abiertos, como el padre que va a darle un abrazo a su hijo rebelde. El público ahogó una exclamación, y Datsue bendijo su suerte y la feliz casualidad que se había dado…

… porque no, si él fuese un Dios, sin duda sería uno asustadizo y falso. Sonrió, y en seguida oyó el rugido del desengaño. La ola se desplomó en el acto, formando un enorme cráter en el suelo y aplastando a Datsue bajo su implacable furia.

O eso, al menos, creyó el público por unos instantes.

«Esto lo aprendí de ti, Eri. Va por ti»

Quizá Daruu supiese convocar el poder de Susano'o, pero Datsue, llevado en volandas por el ánimo del público, sentía que el fuego de Amateratsu corría por sus venas. Por eso, si el Hyuuga quería encontrarlo, tan solo había un sitio donde debía mirar…





… el cielo.

«¡Katon, Zukokku»

Y debía hacerlo con urgencia, porque el sol estaba cayendo en picado justo hacia él…

Su oponente no salía de debajo de la ola. Miró hacia un lado, hacia otro, y entonces... Miró hacia arriba. Allí estaba, su oponente, sí, pero no era lo que tenía toda su atención. El pequeño pero rápido proyectil de fuego se dirigía a toda velocidad hacia él. Formuló el sello del carnero.

«Mierd...»





Al principio, pareció que el proyectil y la consecuente explosión de llamas se había tragado a Daruu, pero luego una columna en forma de tornado acuático se elevó hasta el cielo y luchó unos instantes contra la llamarada, hasta terminar por devorarla por completo, dejando tan sólo un rastro de vapor de agua.

El agua descendió y cayó en el campo de batalla, moviendo de nuevo el oleaje que había creado el amejin unos segundos antes. Daruu resolló con dificultad y clavó una de sus rodillas en el agua, pero se mantuvo a flote, levantando la mirada a su rival, que suponía que estaría en una situación similar.

—Ah... ah... Joder. Eres... eres buen luchador, ¿eh? —tuvo que reconocer. Tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Admitió, interiormente, que quizá había proyectado demasiado de la imagen de Uchiha Akame en esa otra persona. Sólo eran compañeros, ¿no? No tenían por qué ser iguales. Se sintió un poco inmaduro, y eso sólo le hizo enfurecerse aún más. Precisamente lo que pensaba ese usucio de Akame sobre él—. ¿Qué tal está Akame? ¿Sigue tomándose tan en serio su trabajo?

Sonrió, agotado. Una gota de sudor recorrió el lateral de su frente, a pesar de estar empapado de agua.

Se retiró el sudor de la frente, jadeando profusamente.

—Hemos empezado fuerte, ¿eh? —dijo Daruu, observando a su oponente. Después de realizar su ataque en el aire, había aterrizado en el agua, a unos cinco metros de él. Tenía aspecto debilitado, como él—. Después de esto, querrán más, me temo. Pero no creo que pueda dar mucho más de mi sin un poco de descanso.

«Bien... Está igual de hecho mierda... Puedo tomarme un pequeño respiro.»

—¿Y bien? ¿Qué tal Akame?

—Tan profesional como siempre —respondió finalmente, tras haberse hecho de morar. No por hacerse el interesante, no por darle más suspense a su respuesta, sino porque, simplemente, se encontraba exhausto.

El Kawarimi era un jutsu que siempre le quitaba el aliento, y si aun por encima lo combinaba con el Zukokku, la mayor técnica ígnea que conocía hasta el momento, el resultado no podía ser otro que el de ahora. Respirando por la boca como un caballo desbocado, el Uchiha tuvo que esforzarse en erguirse por completo, abandonando su anterior postura con las manos sobre las rodillas y la espalda doblada.

El sharingan de Datsue recorrió el agua que había bajo los pies de ambos shinobis. No le gustaba. Aquél era el terreno de Susano’o. El propio Daruu había hecho brotar una barrera de agua de aquel mismo lago improvisado, y sabe los Dioses qué más podría hacer. «Seis metros de agua a mis espaldas… Unos cuatro de frente»

—Me habló de ti, ¿sabías? —añadió, para ganar tiempo—. Y con lo poco hablador que es el tío, eso es todo un halago. Me dijo…

»Me dijo que ojalá no le tocase contra ti en el torneo, porque eras tal vergüenza para nuestra profesión que temía que manchases su currículum como ninja —«Táctica de desestabilización, ¡en marcha!»—. Tengo curiosidad, Daruu. ¿Qué hiciste para que tenga tan mala imagen de ti?

Entre los dos shinobi había un pacto. Sí, un pacto. No era un pacto firmado sobre un trozo de papel, sino una de esas cosas que se escriben en las miradas, en los jadeos, en las gotas de sudor y en los músculos entumecidos. Mientras el chakra fluía por el interior de sus cuerpos, ellos conversaban... o conversaron, cuando recuperaron un poco el aliento.

Tras unos minutos de dicho silencio pactado, Datsue señaló que Akame seguía tan profesional como siempre. Y después ambos callaron, y ambos midieron la distancia que les separaba y tantearon el terreno que pisaban. Agua. Daruu estaba en ventaja técnica, pero eso no significaba nada. Eso podía no significar nada contra un oponente cuyas habilidades desconocías.

Incluso si conocías sus habilidades, o si creías conocerlas, un ninja sabio nunca baja la guardia.

Datsue volvió a intervenir, tratando de volver a saltar los nervios de Daruu. Lo que le dijo sonaba, desde luego, a Akame, o al menos al Akame cansado y hartado de todo que había conocido. Pese a todo, pese a que la rabia inundaba cada fibra de sí, Daruu sonrió. Sonrió porque...

—Resulta bastante obvio que quieres utilizar el pequeño encontronazo entre nosotros para que vuelva a perder los estribos, sin embargo —dijo, convencido—, tan sólo siento rabia porque llevo ya dos rondas del torneo y aún no le he visto la cara si no es fuera del estadio. Y por muchos recuerdos que puedas darle de mi parte, me gustaría hablar con él. Y pelear con él.

Daruu dejó escapar el aire de sus pulmones y volvió a tomarlo, recuperando las fuerzas para lo que vendría después.

—Pero si la curiosidad que sientes es sincera, no tengo ningún reparo en contarte lo que pasó —concedió—. Por circunstancias de la vida, reporté algo sospechoso a un chunin de tu aldea. En ese momento estaba con él. Me pareció una persona bastante interesante, aunque, como dices, poco habladora.

»A pesar de haber confiado en el Remolino, el chunin no consideró que yo debiera poseer dicha información, de modo que decidió ordenar a Akame y a otra kunoichi, Eri, que me matasen. Les di esquinazo y huí hacia el País de la Tormenta.

»Es una larga historia, pero vinieron a disculparse con una carta oficial de Shiona-dono. Los tres estábamos cansados, y hartos de todo. De modo que intercambiamos un par de palabras mordaces. Como dices, Akame es un profesional, de modo que para él esas disculpas eran una simple orden. Sus ojos no se estaban disculpando, ¿sabes? Me parece bien que tengas que seguir una orden, pero en fin, me pareció un capullo. Y él me dijo que no tenía por qué ser ninja a pesar de poseer un dojutsu.

»Quiero verle para medirme contra él y resolver una... tensión no resuelta. Si me obligas a ser vulgar, diría que sólo quiero darme un par de guantazos con él. En realidad, sus argumentos eran bastante válidos. Aún así, demostraré que puedo ser tan buen ninja como él.

»No encontrarás nada más donde hurgar, Datsue-san. Ahora, deberíamos continuar con el espectáculo. Creo que el público está empezando a aburrirse.

Datsue escuchaba con la sorpresa reflejada en su rostro las palabras de su oponente. El Uchiha había tratado de provocarle, sin saber realmente lo que había sucedido entre su compatriota y Daruu. Ni siquiera estaba seguro de si había sucedido algo remarcable.

«Vaya si ha sucedido…» Al parecer, Akame había tratado de asesinarle. Cuestión de honor. Simples órdenes. Órdenes que tuvieron luego que enmendarse, sin la más pizca de arrepentimiento por parte de su compañero de Aldea…

Sí. Aquello le sonaba mucho a Akame.

Una vez acabada la historia, sin embargo, el Hyuuga remarcó que no lograría enfurecerle de nuevo. Había descubierto su juego, y no pensaba volver a caer en su trampa. «Eso dicen todos… Hasta que mencionas a su madre»

Pero tenía razón. El público estaba impaciente por más acción. Ya habría tiempo de lanzar la puya dañina en el momento clave, lo que tocaba ahora era…

… atacar. La diestra de Datsue se dirigió rauda hacia el portaobjetos, y acto seguido se soltó cual látigo hacia adelante, lanzando una estrella metálica en dirección al pecho de Daruu. Un simple shuriken, una pequeña y diminuta ofensiva en comparación al anterior intercambio de golpes. Pero hasta los ataques más pequeños eran peligrosos si no se defendían adecuadamente…

Datsue respondió a su propia réplica con acción, para gozo y disfrute del expectante público. El Hyuuga detectó un movimiento y activó rápidamente su Byakugan. Se agachó un poco y elevó la palma de su mano a tiempo de emitir una ráfaga de chakra visible que bloqueó el shuriken que le había arrojado su adversario y lo lanzó hacia arriba en una especie de parábola debilitada. Daruu se impulsó hacia adelante, a la carrera, y agarró el shuriken cuando estaba precipitándose al agua. Con un rápido aspaviento, lo devolvió hacia su oponente.

«Hacía tanto que no usaba el juuken en un combate real...», pensó, embriagado por la adrenalina.

Formuló el sello del tigre y fingió tomar aire para escupirle una técnica a bocajarro, pero en vez de eso, adelantó la palma de la mano derecha para golpear su pecho con una nueva ráfaga de chakra, adelantando también la pierna por si necesitaba contraatacar.

Sus ojos, con las venas hinchadas, estaban clavados en las dos aspas del Sharingan de Datsue.

«Debo de suponer que ninguno de los dos sabe mucho del Dojutsu del otro, ¿eh?», pensó, con extrema curiosidad.

La facilidad con la que su oponente contrarrestó su ataque fue tan exagerada que, de haber sido Datsue un tipo orgulloso, hasta le habría parecido insultante. Un simple movimiento de mano, una repentina descarga de chakra, y el shuriken salió volando hacia arriba, en dirección contraria. Tan simple como complejo. Complejo porque, aunque su sharingan le permitía copiar un gran abanico de técnicas distintas, supo al instante que su cuerpo no sería capaz de reproducir aquella. Expulsar chakra por la palma de la mano era…

… imposible. O eso había pensado hasta aquel momento.

Sin previo aviso, Daruu salió escopeteado en su dirección. El sharingan le indicó que la mano de éste cogería al vuelo el shuriken por el camino. Lo leyó milésimas de segundo antes de que sucediese. Un movimiento seguro y tranquilo, como el que realiza un encantador de serpientes ante su público, al dejarse morder por la víbora sabiendo en secreto que le ha arrancado los colmillos venenosos…

… pero aquel shuriken todavía tenía un colmillo: el hilo.

Cuando la mano de Daruu empezaba a envolver el shuriken, antes incluso de que sus dos dedos aplicasen fuerza el uno contra el otro sobre la superficie plana del arma, el propio dedo del Uchiha se movió. También fue un movimiento sencillo, como el que su oponente había realizado la anterior vez, pero bastó para que una repentina ráfaga de chakra recorriese el hilo al que estaba atado su dedo, llegando hasta el arma metálica y provocando que su caída libre cambiase súbitamente de dirección. ¿Cuál? Hacia la palma de la mano de su oponente.

Su objetivo era sencillo: no sabía si la fuerza con la que iba la estrella metálica sería suficiente para clavarse en la piel del oponente, pero sí al menos para producirle un corte y desconcertarle momentáneamente. Y si uno quería ganar una batalla, tenía que aprovechar la sorpresa, pues estas eran escasas como la lluvia en el País del Viento.

—¡Amateratsu, ayúdame!

Sí, le gustaba ser melodramático. Avanzó un paso, la palma de la mano derecha salió disparada hacia adelante, casi de la misma forma que anteriormente había hecho Daruu, apuntando directamente hacia él. Las palabras habían sido pronunciadas, y el sello… liberado.

Como si hubiese invocado al mismísimo Dios, una cantidad ingente de llamas salió disparada de su mano, a modo de llamarada, que amenazó con devorar todo lo que se interpusiese en su camino. Datsue había sellado aquella técnica aquel mismo día, en la espera por su combate. Era su mejor as en la manga, y quizá se había precipitado usándola… Aunque eso, lo descubriría en breves segundos.

La mano de Daruu estaba a punto de rozar el filo del shuriken. Pero su Byakugan se cercioró del brillo del color del chakra de Datsue, que se filtró pretendiendo ser sutil por un cordón en subterfugio, como una fina serpiente traicionera. Inmediatamente, su palma emitió una ráfaga de chakra y el Shuriken voló, una vez más. Aterrizó en el agua y formuló el sello del Tigre, como ya antes había pensado hacer. Pero ahora el muchacho Uchiha le mostraba la palma de la mano. Allá, una pequeña luz se convirtió en una gran esfera ígnea en cuestión de un instante.

Daruu tragó saliva, y casi instintivamente, dejó de emitir chakra por las plantas de los pies, hundiéndose en la hondonada de agua estancada que había creado su primera técnica. Eso sí: antes, se aseguró de gritar, bien alto y bien fuerte, para que todo el mundo lo oyese. Para que Datsue lo oyese.

Entonces, algo agarró por la espalda a Datsue y se aferró a su cuello con todas sus fuerzas. El clon de agua que Daruu había creado después de contraatacar el shuriken le había pasado el brazo por delante del cuello y por la cintura, haciéndole una llave para inmovilizarlo.

Daruu deshizo el clon en su refugio submarino al tiempo que terminó de formular un nuevo sello del Tigre.

«¡Suiton: Suigadan!»

El taladro, de punta roma, salió desde la propia tripa a medio licuar del pobre Mizu Bunshin. Rompería su ropa y arañaría la piel de su espalda con la fuerza de un dios marino, mientras Daruu observaba la acción con su Byakugan.

Daruu surgió de la hondonada, volviéndose a mantener a flote, observando con precaución a Datsue. Tosió, prácticamente con las fuerzas agotadas. Y entonces comprendió...

«Voy a perder...»

«¿¡Cómo lo ha…!?» Su sharingan había leído como el Hyuuga iba a apresar el shuriken, pero en el último momento, justo cuando Datsue envió una corriente de chakra a través del hilo, la mano de su adversario cambió de parecer y expulsó una ráfaga de su propio chakra para desviarlo. «Solo alguien con sharingan podría haberlo previsto. A no ser…» Sus ojos carmesíes se fijaron en las pupilas blancas de Daruu. «A no ser que su dōjutsu también le permita distinguir el chakra»

Pero no había tiempo para más suposiciones. Su palma de la mano se adelantó, creyendo que la distancia que los separaba era demasiado pequeña como para evadir la ingente cantidad de llamas que había sellado en ella. A su vez, Daruu realizó un único y simple sello. El sharingan le permitió no solo copiar el sello, sino comprender la técnica que había ejecutado… «Un… ¿clon de agua?»

Las llamas salieron de su mano. Un grito agonizante se oyó al frente. Todo indicaba que le había dado, y sin embargo…

… y sin embargo algo le daba mala espina. «¡El clon!»

Cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. Un brazo que parecía hecho de agua, pero sólido, le apresó por el cuello. Otro le rodeó por la cintura. «Su puta… ¡Reacciona rápido!» Sus manos, libres, realizaron el primer sello que se le vino a la mente: el del tigre.

Un clon idéntico a él surgió a su lado, hecho de agua y listo para destruir a la copia de Daruu. Pero los Dioses le tenían preparada una nueva y macabra sorpresa: no hacía falta, porque el clon se deshizo solo…

… para transformarse en su lugar en un enorme taladro con funestas intenciones. De haber previsto aquella técnica, quizá hubiese podido evadirla. Pero los quizás no servían de nada en combate, tan solo para lamentaciones y excusas una vez hubiese terminado. Por eso, un grito desgarrador salió de su garganta. Un grito de verdad. Un grito de puro dolor.

Cayó de bruces contra el agua, con la espalda destrozada y con tal dolor que no se veía siquiera con la energía necesaria como para mover los brazos. Su cuerpo se hundió lentamente, su boca aspiró una lastimera bocanada de aire antes de sumergirse también, y entonces…

… el clon acudió a su rescate. Controlado por su mente —el único músculo que en aquellos momentos parecía poder funcionar correctamente—, le tomó por un brazo, pasándolo sobre sus hombros, y le irguió.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para simplemente levantar la cabeza. Entonces le vio, al Hyuuga, tosiendo y con las reservas de chakra bajo mínimos. No le supuso un gran alivio. Él tampoco estaba en mejores condiciones.

—Atácale —dijo, en un hilo de voz, Datsue, pese a saber que no era necesario darle órdenes en voz—. No dejes que se recupere.

Dicho y hecho. El clon soltó a Datsue, que cayó de rodillas sobre el agua y emitió un nuevo quejido de dolor, y salió disparado en dirección a Daruu. Poca era la distancia que los separaba, y cuando llegó a estar a dos metros de él, lanzó una patada al… agua, buscando salpicarle en el rostro y taponar su visión por unos breves instantes. Acto seguido, dio un salto y trató de atinarle un rodillazo en el rostro.

Mientras tanto, Datsue…

«Hijo de puta… Voy a perder…»

Para su sorpresa, habían dos Datsues frente a él: estaba el real, hecho polvo, con prácticamente nada de chakra en el sistema circulatorio —como Daruu—, y un clon de agua que lo sujetaba. Abrió mucho los ojos y enarcó una ceja con interés. «¿También sabe utilizar chakra de elemento Suiton además del Katon? ¿O acaso... o acaso...?» Observó aquellos dos irises de color carmesí, misteriosos, penetrantes. Realmente, ¿qué sabía sobre el Sharingan? Sólo que podía ver el chakra, como el suyo, ¿pero hasta qué punto? ¿Tan profundamente como él? ¿Quizá más?

Gruñó por lo bajo y se puso en guardia. Aquél Mizu Bunshin se había lanzado corriendo hacia él, y él, con la arrogancia de aquellos profundamente embriagados en un combate, que están disfrutando de él, pedorreó con los labios cuando la réplica pateó el agua para cegarle. Daruu cerró los ojos, pero siguió Viendo.

«Tratar de cegar a un Hyuuga obligándole a cerrar los ojos... Qué patético.»

Daruu puso una mano delante para bloquear el rodillazo y, con el canto de la otra mano, casi al momento, golpeó el agua hecha humano para descomponerla de nuevo en el elemento básico que debía ser. Luego se llevó una mano al portaobjetos, y agarró tres senbon entre los huecos de la mano izquierda. Con un aspaviento, los lanzó hacia Datsue: uno a la entrepierna, otro al centro del pecho, y otro a la cara.