Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
26/10/2017, 21:32 (Última modificación: 6/11/2017, 20:03 por Uchiha Akame.)
Y pese a que lo había intentado, nada de nada. No encontró a nadie capaz de ayudarla en su labor de crear un libro donde apuntar las cosas y sellarlo bajo la condición de que apareciese justo cuando ella resucitase. Después de preguntar y preguntar, todos y cada uno le habían dicho lo mismo. Parecía que todos tenían los secretos del Fuinjutsu para ellos, y que no querían compartir sus habilidades, ni tan siquiera por el bien de una compatriota. Así iba el mundo, de mal en peor...
—No se puede hacer eso, chica. El Fuinjutsu es un tipo de ninjutsu que debes conocer para poder liberar el sello tal y como quieres. Aunque pudiese sellarte un libro en el brazo, y liberarlo tal y como pides tras tu muerte, no podrías escribir en él, porque no sabes sacarlo, y mucho menos sabrás volver a sellarlo.
Así una, otra, otra, y otra vez. El viaje de regreso a Amegakure no había servido mas que para llevarse una gran decepción. Bueno, para eso y para tomar consigo una mochila repleta de útiles y bastante dinero. Tal y como había pedido Datsue, la chica se había encargado de gran parte de la comida, había pillado un saco de dormir, una brújula, un par de caballos y muchas ganas. Además, se había mantenido con vida, no había sucumbido a alguna de sus locuras, ni se había arriesgado en sobremedida. Todo un hito.
Por si fuese poco, se había encargado también de investigar sobre guías en Inaka, desde donde comenzarían el viaje al desierto. Tenía a un hombre, que según decía hablaba en nombre de Daimyo del País del Viento, y que quería realizar una expedición a las ruinas del desierto.
¿Habían mas ruinas interesantes en el desierto que no fuesen pirámides?
No, seguro que no, debían ser las pirámides que tanto buscaban. Sin dudar un solo instante, había afirmado a éste hombre que se reuniría con su socio —Datsue— y regresaría lo antes posible. Tras ello, regresó al lugar acordado con el chico, la misma posada, el día indicado. Tras ello, y junto a él —y tras terminar los últimos arreglos del viaje— ambos se presentaron en Inaka, en un viaje rápido y eficiente, pues disponían de montura.
Si, tantos años en vida le habían servido de algo, había reunido bastante dinero. ¿Cuanto? A saber, tan solo lo metía bajo el colchón, que al fin y al cabo, es el lugar mas seguro.
—Bueno Datsue, al fin llegamos. —afirmó la chica al llegar a las puertas de Inaka.
La chica continuó el paso un poco por delante, en su corcel. Tenía claro el lugar a donde acudir, puesto que ya lo había concertado, ahora tan solo tenían que presentarse al jefe de la expedición. Sin duda, lo peor era tener que llevar el ritmo de viaje que esa gentuza... pero en fin, al menos eran presa fácil para las primeras trampas, como bien había acordado con su compañero.
—El tipo que nos va a meter en la expedición que te dije nos esperaba en ésta posada. —le indicó, acompañando las palabras con un gesto de mano. —En fin, a presentarnos a la carne de cañón.
La chica bajó del caballo, y ató las riendas a un poste cercano. Sin prisa, pero sin pausa, se adentraría en la susodicha taberna.
Arrepentimiento. Esa era la primera palabra que le vendría a la cabeza si alguien le preguntaba cómo se encontraba. No era para menos, y es que, ¿en qué momento se le había ocurrido a él meterse en semejante locura? No solo había accedido a atravesar las dunas bajo un calor infernal —con lo que él odiaba el calor—, ¡sino que ahora también había aceptado hacer de escolta! En un país que no conocía, bajo unas condiciones térmicas extremas y sin saber a qué peligros se enfrentaban.
Definitivamente, una locura.
¿Y a cambio de qué? De notar como la camisa se le pegaba a la piel por el sudor. De los labios secos y agrietados. De la arena, que se colaba por su ropa a la mínima oportunidad, haciendo que le picase la piel. De un dolor de culo por la silla, rígida, que había sobre el caballo que montaba. ¿La inmortalidad? Ni rastro de ella. Aiko dormía —obviamente—, en su saco de dormir, y no había encontrado todavía la oportunidad para fisgonear su pie derecho.
El viaje había sido una tortura. Habían evitado las horas punta, eso sí, viajando tan solo en los amaneceres y atardeceres. El Uchiha, fiel a su palabra, había sellado un tanque de agua en un pergamino, que usaban no solo para hidratarse ellos mismos, sino para dar de beber a las monturas. También se había vestido para la ocasión: una túnica larga que le envolvía por completo; un gran sombrero cónico que le protegía del impetuoso sol; ropa de algodón por debajo, para ayudar a transpirar; botas en lugar de sus habituales sandalias, para protegerle del sol… Y crema, crema en la cara a raudales.
Inaka tampoco era la octava maravilla que se había esperado. Para ser la capital del país, dejaba mucho que desear. Prefería por mucho a Yamiria, Tane-Shigai o incluso a la propia Shinogi-to. Las calles le parecían sosas y aburridas, todas iguales. De hecho, se sorprendió de que Aiko fuese capaz de encontrar el lugar que buscaban a la primera. O las indicaciones que le habían dado eran rematadamente buenas, o la chica tenía un sentido de la orientación a años luz del Uchiha. Probablemente fuesen ambas cosas.
—No seas bárbara —dijo Datsue, cuando Aiko, tras atar los caballos a un poste, quiso entrar en seguida a la posada, fiel a su naturaleza de amejin—. Llevan cuatro horas arrastrando nuestros culos bajo la mirada de Amateratsu —dijo, en referencia a los corceles—. Se han ganado al menos un poco de agua.
Iba a extraer el pergamino con el tanque de agua sellado, que portaba en un bolsillo interior de la túnica, pero entonces vio un pozo a pocos metros de allí.
—Vamos, Tormenta —apremió, a la yegua con la que había compartido viaje durante más de tres días. Era un animal de cierto orgullo, y habían tenido sus desavenencias, pero al final había terminado por cogerle cariño.
Tras extraer un caldero rebosante de agua y abrevar con él a la yegua, ató, esta vez sí, el corcel a un poste que había junto a la posada.
—Bueena chica —decía, mientras le daba palmaditas en el cuello perlado en sudor—. Ya verás cuando te lleve a Uzu, eso va a ser el paraíso comparado con esto. Solo aguántame un poco más, ¿eh?
Finalmente, accedió a los deseos de la kunoichi y accedió junto a ella al interior de la posada, dejando que el sombrero cónico quedase colgando a su espalda, sujetado por su cuello a través del cordel que le rdeaba. ¿Qué les esperaba dentro? Estaban a punto de averiguarlo…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Cuando los muchachos entraron en el lugar, al instante se dieron cuenta de que aquello no era una posada cualquiera. No sólo podía intuirse aquello por el hecho de que estuviese ubicada en el barrio ostentoso de la ciudad, cerca del palacio del Daimyo de Kaze no Kuni, sino porque se trataba de un enorme edificio de varias plantas. Estaba construído siguiendo la arquitectura propia del País del Viento, con paredes redondeadas y ventanas circulares por todas partes, pero nada más entrar podía verse cierto atisbo de lujo. Lámparas de cristal, mobiliario de madera pulida y hombres y mujeres enchaquetados que iban de acá para allá como parte del servicio.
Nada más entrar vieron la recepción, un amplio recibidor presidido por una barra de madera reluciente tras la cual tres personas del servicio iban de aquí para allá. Al ver a los ninjas, una mujer encamisada les indicó que la siguieran y salió de detrás de la barra para dirigirse hacia el pasillo que quedaba a su derecha. Si lo hacían, pronto llegarían hasta el comedor del hotel.
Era una estancia muy amplia, repleta de mesas y con espacio suficiente para unos setenta comensales. El techo estaba adornado con brillantes lámparas de cristal y al menos una docena de camareros y camareras iba de un lado para otro cargando bandejas de aspecto pesado repletas de comida.
La recepcionista les llevó hasta su mesa y luego se marchó.
—¡Buenas noches! —les saludó un hombre, tras levantarse—. Buradoku Banadoru, profesor adjunto de la Escuela de Historia de Taikarune, un gusto —dijo, dedicándoles una ligera reverencia.
El tipo debía rondar la treintena, era algo más alto que los muchachos y su complexión no destacaba por ser ni atlética ni gruesa. Parecía, a todas luces, un tipo de lo más corriente, con el pelo negro y ligeramente largo revuelto y barba pronunciada, del mismo color. Sus ojos, avellanados, despedían un cierto brillo de astucia tras las gafas cuadradas que llevaba sobre la nariz. Vestía con sencillez pero sin perder el estilo típico de Hi no Kuni; camisa, haori, pantalón y botas con las que había sustituido sus sandalias para la ocasión. Llevaba, también, un pañuelo color dorado en torno al cuello.
—Les presento al resto de la comitiva —continuó Banadoru, abarcando la mesa con un gesto de su mano derecha—. Este caballero es Muten Rōshi-sensei, director de esta expedición.
El aludido, un hombre cincuentón, de pelo negro poblado de canas, bigote y perilla estilo mosca, les dedicó una inclinación de cabeza. Era alto y parecía curtido pese a conservar un inconfundible toque académico. También llevaba gafas, y vestía con elegancia un haori aguamarina.
—A su lado se sienta Haijinzu Jonaro-dono, jefe de seguridad de la expedición —Banadoru señaló al más corpulento de los cinco hombres, un tipo de aspecto recio y ojos oscuros, pelo castaño y barba recortada. Vestía con prendas sencillas y junto a su asiento reposaba, sobre la mesa, una espada de empuñadura roja y negra. Lo más llamativo era la cicatriz que le cruzaba el mentón, profunda y desagradable.
—Y finalmente Abudora Benimaru-dono, delegado de Daimyō-sama —informó, con otra reverencia, el profesor adjunto.
El último integrante de aquella cena era un tipo alto —aunque no más que Haijinzu Jonaro— y delgado, de piel color café y pelo negro ensortijado. Debía tener en torno a los treinta años y llevaba un bigote muy característico, tintado de verde.
Al acabar, Banadoru se quedó todavía de pie, expectante, esperando a que los muchachos se presentasen.
—¡La leche! ¡¿Y a esto lo llamabas tú posada?! —exclamó, cuando entró en el interior de la posada. O, más bien, del hotel. Porque posada era un término que se le quedaba demasiado corto.
Aquello era como encontrar un lago en medio del desierto. De hecho, los ninjas se habían encontrado un par por el camino, pero habían resultado ser simples espejismos. Aquel, sin embargo, no parecía serlo. Datsue vacío sus pulmones en un largo suspiro. Al fin, tras el agotador viaje, encontraban un sitio donde podían relajarse y descansar. El hotel era de lujo, de eso no cabía duda. No parecía escatimar en gastos ni en personal.
Antes de que se perdiese en la inmensidad del lugar, una recepcionista les condujo hasta el comedor. A Datsue se le hizo la boca agua nada más ver las bandejas llenas de comida y bebidas refrescantes que había repartidas por las mesas. Pero, para su desgracia, parecía que iba a tener que esperar un poquito más para poder hincarles el diente, porque en seguida un tipo con gafas se les presentó.
Se trataba de un profesor de Historia, que formaba parte de la expedición que los ninjas tendrían que custodiar. En seguida empezó a presentar al resto, ante un Datsue superado por tantos nombres. «¡La hostia! ¡Cuántos nombres tan complicados! Me voy a perder… A ver, está el Perillas, director de la expedición. Luego el Cicatrices, jefe de seguridad. Le pega. Ajá, y el Bigotes Verdes, delegado del Daimyō. También le pega. Y los nombres… Joder, solo me acuerdo de Muten Rōshi. Ese sí que es un nombre con personalidad, joder.»
Datsue interrumpió sus pensamientos cuando se dio cuenta que estaban esperando por su presentación. Carraspeó, e hinchó un poco el pecho, echando los hombros hacia atrás.
—Mi nombre es Uchiha Datsue, también conocido como Datsue el Intrépido. Soy uno de los Her… —se mordió la lengua. ¿De qué servía tener apodos chulos si no podías fardar de ellos fuera de la Villa? «Bueno, casi ni hasta en la propia Villa puedo»—, quiero decir —se corrigió rápidamente—, uno de los ninjas más famosos de Uzushiogakure no Sato. Ninguna misión logró jamás manchar mi expediente con la palabra fallida, ni permitiré que este encargo lo haga —terminó por decir, realizando una leve reverencia a los presentes.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Datsue pareció tomarle afecto en exceso a la yegua que había arrastrado su culo por gran parte de Oonido para comenzar la aventura, olvidando quizás que quizás ésta quedaba atrás cuando se encaminasen en el desierto. Pero bueno, hasta resultaba un consuelo ver que el chico parecía tomar sentimientos con rapidez. Quizás tratar a quienes querían contratarlos como meros peones no era la mejor de las estrategias a seguir para con él.
Al entrar en la posada, el chico se sorprendió gratamente. No comprendía el porqué la chica lo había catalogado como posada, cuando el nivel monetario que rondaba por sus salas realmente era desorbitado. Sin duda, el término posada, quedaba lejos de la realidad.
—Tiene habitaciones para dormir, y también te sirven comida y bebida... es una posada... aunque de lujo... —se explicó, encogiéndose de hombros.
Nada mas entrar, una de las trabajadoras del sitio les hizo un gesto para que se encaminasen en la dirección. Ésta les guió hacia una mesa dentro de un enorme comedor, en el que los camareros no paraban de ir y venir. Al llegar a la mesa, un primer hombre se presentó a ello con el nombre de Buradoku Banadoru, profesor adjunto de la Escuela de Historia de Taikarune. Un titulo que claramente representaba en apariencia, sin lugar a dudas. Y sin demora, éste mismo señor comenzó a presentar a lo que catalogó como el resto de la comitiva. Un total de cuatro señores contando al que los presentaba, y a cada cuál mas pintoresco.
«Vaya... si que he acertado al aceptar la palabra de ese otro tipo para lo de la expedición...»
Datsue no titubeó, y apresuró a presentarse, dando incluso una información que seguramente era innecesaria. Sin embargo, tampoco estaba mal su presentación después de ver la de éstos otros señores. Sin duda, tampoco los dejaría con la boca abierta, era algo complicado con sus rangos.
—Y mi nombres es Watasashi Aiko. —anunció con una reverencia. —La inmortal.
Si, quizás su "rango" si los dejaba con un poco mas de intriga. Tras anunciarse, retomó la compostura, dejando atrás la mas que formal reverencia.
La mesa recibió con una amalgama de muecas y miradas la presentación de los dos ninjas. El profesor Rōshi les dedicó una mirada poco interesada, indiferente, de esas que dicen "no me impresiona". Luego se ajustó sus lentes y miró a Banadoru; éste se encogió de hombros. El jefe de seguridad, Jonaro, contrajo su maltrecha barbilla en una mueca difícil de descifrar, que estaba entre una sonrisa lobuna y un fruncimiento de desagrado. Por su parte Benimaru, el representante del Daimyō del País del Viento, aplaudió con cierto aire infantil los sobrenombres y títulos que se daban Datsue y Aiko.
—¡Vaya, vaya! ¡Y yo que pensaba que todos los ninja eran más estirados que calzón de gorda! —rió con su propio chiste, y sus carcajadas eran precisas, como hechas a medida para durar ni mucho ni poco. Sólo lo correcto—. Y bueno, ¡contadnos el por qué de vuestros cómicos sobrenombres!
Buradoku Banadoru se acomodó el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello y les ofreció los dos asientos libres que quedaban en la mesa. Luego se sentó en su propia silla e hizo una seña a uno de los camareros para que se acercara y los ninjas pudieran pedir. Frente a ellos, en la mesa, tendrían sendas cartas con el listado completo de los lujosos platos que ponían en el hotel, así como todo tipo de bebidas.
Sin siquiera ofrecerles asiento, los comensales recibieron la presentación de sendos genin a su manera. El profesor Roshi apenas ni se molestó en tomar una mueca, simplemente miró al que les había recibido. Éste segundo, se encogió de hombros, como si no supiese de qué iba el tema. El jefe de seguridad hizo una pequeña mueca contrayendo su barbilla, aunque eso no esclareció nada; ni sorpresa, ni asombro, ni aceptación... absolutamente nada, nada en absoluto.
«Vaya, éstos científicos locos van a ser duritos de tratar...» pensó la chica, hasta que el tipo de la barba verde reclamó la atención de ambos genin.
El hombre que debiere ser el representante del Daimyō aplaudió con ánimo, admitió que pensaba que los shinobis eran unos estirados, pero que la sorpresa era grata. Sin preámbulos, ofreció asiento y reclamó saber el porqué de los títulos que llevaban los shinobis. Con mesura, e interesado, el tipo se recolocó el pañuelo que llevaba al cuello, esperando una respuesta por parte de los chicos.
—No todos los shinobis son unos sosos, hay un poco de todo... jajaja. —bromeó mientras tomaba asiento.
»Mi sobrenombre viene a causa de que ya intentaron matarme varias veces, y en todas fallaron... supongo que me llaman inmortal por el hecho de que no pudieron matarme aún... por suerte o desgracia, soy una chica difícil.
Tampoco era cosa de contar verdades, no estaban jugando con vasitos de chupitos, así que ésto no contaba.
¿Qué podía decir? Aquellos hombres no parecían ser de los que se dejaban impresionar fácilmente. Muten Rōshi se limitó a brindarle una mirada de indiferencia, como si más que no impresionarle, simplemente le aburriese. Tampoco el Perillas tuvo una mejor reacción. Ni Cicatrices. Tan solo Bigotes Verdes tuvo una respuesta mínimamente decente, aunque tampoco la ideal. Consideraba sus sobrenombres… cómicos.
«¡Ibas a enterarte de saber que maté a un Kage con mis propias manos! ¡A ver si eso te parecía cómico! ¡Ja!» Le hubiese gustado comparar las caras de aquella agria reacción a si pudiese contarles la verdad. Pero, no, claro que no podía. La voz de Akame, que de tantas veces que le había oído decir lo mismo se había alojado en su cabeza como una especie de segunda conciencia, resonaba en su cabeza. «Pero Datsue-san, entonces sabrían que eres el jinchuuriki. No puedes hacer eso, Datsue-san. Sería estúpido, y nosotros no somos ningunos estúpidos, Datsue-san.» Datsue-san, Datsue-san, Datsue-san... ¡A la mierda Akame y su Datsue-SAN! ¿De que servía ser un héroe si no podías fardar de ello? ¡Era como estar forrado y no poder gastar ni una moneda! ¡Un sacrilegio, eso es lo que era!
Pero no era el único que tenía que guardarse sus proezas. Aiko también maquilló su apodo, dando una versión mucho más descafeinada de la realidad. Datsue suspiró.
—Pues veréis —dijo, ya acomodado en la silla—, la gente suele pensar que es por alguna fantasmada. Que si maté a un dragón; que si me enfrenté a un ejército yo solo… Todo tonterías. No, lo cierto es que es por algo… mucho peor. Asalté una fortaleza, señores —confesó, asintiendo con la cabeza para reafirmarse—. Una fortaleza aparentemente inexpugnable, guarnecida por las más altas murallas y los mejores arqueros de todo Oonindo.
»Os pondré en situación —continuó, apoyando los codos en la mesa e inclinándose hacia adelante—. Era la fiesta de graduación, en un precioso jardín de cerezos donde yo y muchos otros compañeros celebrábamos nuestro ascenso a genin. Y, allí, en medio de la verbena, oh, una chica espectacular. En serio, estaba bue… —se acordó de que tenía a Aiko al lado. Carraspeó—, guapísima —se corrigió a tiempo—. ¿El problema? Era chūnin, y estaba guarnecida por una legión de amigas. En serio, no eran dos o tres como para que pudieses ir con un par de camaradas y que te hiciesen la cobertura. No, no. Un ejército entero. Entrar ahí era un suicidio. Así que entre broma y broma con mis compañeros va uno y suelta un reto. Una apuesta. La gente se echa atrás, yo doy un paso al frente, y digo: Me apunto.
»Luego llegó el debate. Que si solo me acercaría y diría hola. Que si no tendría huevos. Que si tal. En fin, que al final se decidió que tendría que llevarle algo, una especie de regalo, una prenda, para que no pudiese escaquearme. Pero estos tíos… Oh, estos tíos. ¿Sabéis qué mierda me dan? —preguntó, sabiendo que no lo adivinarían en la vida—. ¡Un puto condón! ¡Así como os lo cuento, joder! ¡Querían que fuese allí y con toda la cara del mundo le diese un condón! —soltó una carcajada. Luego, recordó nuevamente que había una dama en la mesa, y carraspeó—. Una broma de muy mal gusto, por supuesto. De muy muy mal gusto. Orquestado todo por Nabi el Pervertido. Si te encuentras alguna vez con él, Aiko, ten cuidado —le pidió, desviando su mirada hacia ella momentáneamente—. Pero bueno, yo había dado mi palabra, y Uchiha Datsue nunca se retracta de ella.
»Sin embargo, tendréis que concederme que mis amigos habían sido un poco retorcidos. No solo querían que me suicidase, sino que me humillasen en el proceso. Así que… decidí retorcer también sus palabras. Me sellé el preservativo en un pergamino. Así, legalmente seguiría cumpliendo mi parte del trato, pero sin pasar tanta vergüenza. Total, que me armo de valor y voy hasta ellas, y de camino pienso: Joder, ya que vas a morir, al menos muere matando, ¿no? Os explico muy brevemente, tengo el poder de cambiar levemente la apariencia de los objetos. Así que eso hago con el pergamino.
»Finalmente logro adentrarme en la fortaleza, superando todos los obstáculos, mientras observo las sonrisas formándose en todas y cada una de las amigas, a medida que iban entendiendo para qué iba hasta allí. Eran como arcos tensándose, con la flecha ya lista para estallar en carcajadas y hundirme en la miseria. —Dio un manotazo en la mesa—. Entonces llegó hasta el castillo, y pregunto: ¿Eres tú Uzumaki Hayami? Esto es para ti. Le entrego el pergamino, y entre miradas curiosas, lo abre. Entonces se da cuenta que es un pergamino de misión, con el mismísimo sello de la Uzukage, en el que aparece ella como única encargada de realizarla. ¿El objetivo de la misión? —pregunta, y deja que el silencio invada la sala por unos instantes antes de responderse a sí mismo—. Concederle un baile a Uchiha Datsue. —Dio una sonora palmada. Tenían que reconocerle que había sido ingenioso, como poco—. Ella se ríe. Sus amigas, apelotonadas a su alrededor para leer, también. Pero entonces noto un punto débil. Una abertura. La risa de ella no es burlona, ni punzante como la de sus amigas. Así que me digo: ¡A la mierda, de perdidos al río!. Y le comento: Me han dicho que tienes el expediente impoluto. Que nunca has fallado una misión….
Se sonrió, mientras se encogía de hombros, como un chico tremendamente orgulloso pero que lo mal disimulase.
—Señores, no gasten esfuerzo en preguntar qué pasó después. Soy un caballero, ante todo, y jamás entraría en semejantes detalles… Solo han de saber que, desde aquel día, y todos los que le siguieron a continuación, me llaman Datsue el Intrépido.
«Bueno, pues ni tan mal, ¿no? Se me alargó un poco quizá, pero sin contexto no tiene gracia. En fin, a ver qué comida ofrecen en la carta…» Casi se atraganta al ver los precios.
—¿Entiendo yo que estamos invitados a la cena, o es mucho presuponer por mi parte? —preguntó, con un hilo de voz.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Haijinzu Jonaro —el jefe de seguridad— soltó un bufido burlón ante la explicación de Aiko, pero tanto a Banadoru como al delegado del Daimyō, Benimaru, pareció interesarles. Tenía sentido, sobre todo contando con que había sido el profesor adjunto el que les había metido en aquella expedición.
Datsue captó la atención de todos cuando empezó a explicarse, pero las reacciones fueron bien distintas. Muten Rōshi bajó la mirada y siguió con su cena con gesto descaradamente indiferente poco después de que el shinobi empezara a contar su historia. Banadoru aguantó un poco más, pero cuando ya entrevió que el secreto tras ese apodo iba a ser poco más que una broma entre niños, se centró también en su plato y en hablar quedamente con su jefe y director de la expedición.
El que más aguantó fue Benimaru, que escuchó atento y soltando alguna risa que otra mientras se mesaba su bigote tintado de verde. Parecía encantado de encontrar a alguien a quien le gustase hablar tanto o más como a él, y encontraba —o fingía encontrar— igualmente interesante la anécdota de Datsue.
Sin embargo, cuando ya estaba por terminar, Jonaro dio un sonoro golpe sobre la mesa con su mano derecha —grande y curtida— que hizo levantar la cabeza a los dos académicos y callar a Benimaru.
—¡Por todos los dioses, pero es que este ninja no se calla! —protestó, visiblemente molesto—. ¿Tanta palabrería para contarnos que al final le diste un besito a una carajita? Nojoda, reverenda mierda de historia.
—Jonaro-dono, compórtese... —le reprendió Banadoru, ajustándose con gesto nervioso el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello.
—¿Cómo así, que me comporte? —replicó el otro—. Me dices que tú te encargas de encontrarnos a gente berraca, ¿y me traes a una mujer y a un niño de teta?
Un mesero, mientras tanto, esperaba con admirable estoicismo a que Aiko y Datsue —que le habían ignorado por completo— pidieran la cena.
La historia de la chica quedó bastante sencilla pero a la vez esclarecedora de la situación. Ni denso ni soso, simplemente efímero y eficaz. Al llegar el turno del chico, éste no tuvo consciencia, y comenzó a hablar sobre una dantesca y gloriosa conquista amorosa; en lo que no había sido mas que una apuesta entre amigachos. A Aiko le cambió la cara por completo, no sabía ni dónde meterse.
«No podía haberse inventado algo mejor y mas corto? ¿en serio?»
Sin embargo el chico no llegaría a dar final a su historia, entre medio de tanta palabra —a las cuales el tipo del bigote verde atendía con entusiasmo— el jefe de seguridad golpeó la mesa, visiblemente enojado. Expuso su motivación para interrumpir la historia, y desde luego que tenía razón. Banadoru, por el bien de todos, intentó calmar la situación en un vano intento. El enorme gorila no estaba dispuesto a hacerlo, estaba enojado y su principal motivo era el par de candidatos que éste había traido frente a ellos. A su ver, una chica y un charlatán no eran mas que un estorbo, un montón de basura que no harían mas que molestar.
—¿Me puede poner un vino rosado del 160? También tomaré un plato de filetes de pechuga de pavo a la salsa roquefort. —anunció al mesero, que arduamente esperaba.
Casi parecía que no había escuchado al gorila, pero no era así. Pero, se lo tomó con calma. Se cruzó de brazos, y dejó caer un profundo suspiro, dispuesta a darle contestación al tipo. Quizás en algún futuro no muy lejano llegaba a arrepentirse, pero eso ya sería algo de lo que se arrepentiría su yo del futuro.
—Señor Jonaro, no está hablando con una niña común. —aclaró, con suma tranquilidad. —Quizás no soy la mejor kunoichi de todo Ōnindo, pero pese a que han intentado matarme ya en incontables ocasiones, no tengo ni una sola cicatriz. La fuerza física no lo es todo, y de hecho, estoy segurisima de que usted —con todo lo fuerte que parece— sería incapaz de causarme una cicatriz.
Se encogió de hombros, y pese a que su tono de voz no era burlón, quizás sus palabras podían ser tomadas como tal. —¿Serías capaz de apostar 1000 ryos a que eres capaz de dejarme una marca?
»No venía para eso, pero el dinero fácil siempre es bienvenido.
Ya estaba llegando a la parte final, donde mencionaba su intrépido plan para conquistar a la chica y el público —normalmente masculino y de su edad— estallaba en vítores y aplausos, cuando Cicatrices estalló en protestas, cortando la charlatanería de Datsue como un rayo lo hace con el silencio.
No solo tuvo la desfachatez y atrevimiento de decir que su historia era una mierda, sino que incluso fue más allá, llamándole nada más y nada menos que un niño de teta. ¡A él! ¡A Uchiha Datsue el Intrépido! ¡A un Hermano del Desierto! A él, que había asesinado a un Kage y mantenía a un monstruo en su interior para que el mundo no sucumbiese ante su furia. ¡¿Cómo osaba?! ¿¡Cómo se atrevía!? «Te voy a dar yo a ti niño de teta… De la teta de tu madre, ¡no te jode!»
Suerte tuvo Cicatrices que Datsue el Intrépido encontrase de pronto sumamente interesante la carta que le había ofrecido el camarero, bajo la que escondía ahora su rostro del resto. Sí, todo un milagro… o de lo contrario aquel temerario no seguiría respirando en aquellos instantes.
«Tú haz como si nada y ya se le pasará…»
Pero entonces, cómo no, llegó el turno de Aiko. Se hundió todavía más bajo la carta, mientras un sudor frío recorría su espina dorsal. Y después ella se quejaba de que era muy difícil no morir… ¡Cómo para no serlo!, lanzando retos suicidas al primer hombretón con el que se cruzaba.
—P-pues yo querría… —dijo, en voz baja al camarero, como si no quisiese interrumpir la discusión que se había generado—. Este Cuscús de aquí, que creo es lo típico del País de la Arena, ¿me equivoco? —Ya que estaban allí, mejor probar la comida típica de aquella tierra. Podría liarse a pedir marisco… pero debía de estar más congelado que el corazón de un Amejin—. Después, este solomillo de camello y… de postre… Creo que me quedaré este helado de aquí, el de tres sabores. Oh, y unas rodajas de piña, sí. Ah —añadió, nada más acordarse—. Y nada de huevo, por favor. Que soy alérgico. Si algún plato que pedí lo tiene y no lo pueden hacer sin él pediré otra cosa.
«Fiuu… Pues con las coñas ya me he entretenido aquí un minutito, como poco… A ver si estos ya se calmaron…», pensó, mientras le entregaba la carta al camarero y, muy lentamente, torcía la vista hacia los compañeros de la expedición.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Si los comensales —a excepción del profesor Rōshi, que parecía imperturbable tan concentrado en su cena como estaba— ya se habían sobresaltado con la intervención del jefe de seguridad, la respuesta de Aiko los dejó directamente blancos. Benimaru, el delegado del Daimyō, alzó ambas manos y entonó una risilla nerviosa.
—Calma, calma caballeros y dama... No hay por qué ponerse así. Todos estamos disfrutando de esta velada, ¿cierto, Buradoku-san? —agregó, interpelando al profesor adjunto.
El aludido se reincorporó en su silla, espalda recta y hombros cuadrados, y se ajustó el pañuelo dorado con patente nerviosismo.
—¡En efecto, Abudora-dono! —respondió, y luego carraspeó varias veces—. He de pedirles a todos que mantengan las formas, por respeto a Daimyō-sama representado aquí por Abudora Benimaru-dono y a nuestro director, Muten-sensei.
Jonaro, que segundos antes había hecho amago de levantarse, volvió a recostarse completamente en su asiento. Su mano derecha había volado como una centella a la empuñadura de su espada, pero ahora volvía mansa como un pájaro hasta colocarse en el regazo de su dueño. No dijo nada, sino que se limitó a dedicarle a Aiko una sonrisa lobuna que parecía querer decir "ya ajustaremos cuentas".
El mesero, por su parte, parecía enormemente aliviado de que ambos recién llegados hubieran ordenado su cena porque así podría alejarse de la mesa donde el ambiente estaba tan caldeado. Tomó nota de todo lo que le pidieron Aiko y Datsue y se dio media vuelta, desapareciendo entre el ir y venir de los demás camareros.
—Bueno, ejem, Aiko-san, Datsue-san —les interpeló Banadoru, tomando un sorbo de vino—. Creo que es hora de que les informe en profundidad de los detalles de esta expedición. Verán, Muten-sensei es un reputado historiador de la Escuela de Historia de Taikarune. Recientemente su grupo de investigación —dijo aquello con gran orgullo, dejando patente que él pertenecía a ese grupo— encontró indicios de la ubicación de unas antiguas ruinas que datan de un tiempo muy anterior a la era de las Cinco Grandes Aldeas.
El profesor adjunto sacó un mapa de Kaze no Kuni de uno de los bolsillos de su camisa, lo desdobló y —tras hacer sitio en su parte de la mesa— lo extendió para que ambos gennin pudieran verlo.
—En esta zona —señaló un área entre las Pirámides de Sanbei y las Ruinas de Sunagakure— parece ser que se encuentra lo que en su día fue una biblioteca. Según nuestras investigaciones, gran parte del lugar podría estar todavía en un estado aceptable de conservación bajo la arena.
»Como se imaginarán, se trata de un proyecto sumamente interesante que podría ayudarnos a desentrañar mejor el modo de vida de nuestros antepasados antes de la fundación de la antigua Sunagakure.
Mientras Banadoru les explicaba, un par de camareras les trajeron su cena. Todo lucía apetitoso, y olía aun mejor. Una de ellas descorchó una botella de carísimo vino y se lo sirvió a Aiko, dejándoselo probar primero. Luego, como Datsue no había pedido nada de beber, le sirvieron una jarra de agua helada.
Por suerte, los ánimos caldeados parecieron rebajarse con la intervención del profesor. O, más bien, cuando éste mencionó al Daimyō. Por muy bravucón que fuese nadie, aquella era una palabra respetada en Oonindo entero.
Así pues, Datsue se permitió respirar de nuevo, mientras trataba de concentrarse en lo que les decía Banadoru. Había escuchado su nombre ya varias veces y empezaba a quedarse con él. «¿Una biblioteca enterrada bajo la arena? Joder, esto le hubiese encantado a mi compadre» Encantado era quedarse corto. Conociéndole como le conocía, estaba seguro que hubiese matado por poder embarcarse en aquella aventura. Incluso a él mismo le atraía la idea de descubrir los secretos de una biblioteca olvidada en el tiempo… Pero no debía olvidarse de su objetivo principal. Echó una breve mirada a Aiko, antes de dirigirse a Banadoru.
—Y… ¿Con qué tipo de contratiempos cuentan tener? ¿Hay algún peligro en especial por el que hayan contratado nuestros servicios? —preguntó, profesional. Meses pegado codo con codo a Akame dejaban secuelas…
«¡La madre que me…! ¡Qué pintaza tiene!» Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no lanzarse de cabeza hacia su plato. Tranquilo, tomó el tenedor y cuchillo y saboreó el primer bocado de su pedido: el cuscús. Riquísimo. No había otra palabra que lo definiese mejor. De cuando en cuando, lo combinaba con un sorbo al vaso de agua, que inteligentemente le habían traído tras su despiste. Lo cierto era que no hubiese querido otra cosa. Estaba demasiado sediento tras patearse kilómetros de desierto como para pedir cualquier zumo o, peor, vino. Lo que necesitaba era recuperar líquidos, no deshidratarse todavía más.
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La respuesta de la chica no dejó si no helados al resto de comensales. Los chirridos de varias sillas arrastrar al unísono fueron como cornetas que anuncian el comienzo de la guerra, el gran —y enorme— jefe de seguridad incluso puso la diestra en la empuñadura de su arma, dispuesto a darle uso. Sin embargo, la otra silla arrastrada no fue otra que la de uno que quiso evitar la catástrofe, no fue la silla de Aiko. La pelirroja se disponía con una amplia sonrisa en el rostro, encarando el desafío que ella bien había propuesto. Ni por asomo iba a retractarse, no podía permitírselo, aunque eso supusiese un nuevo "reset".
El de pañuelo dorado, mencionado por el primer interventor, solicitó respeto hacia el Daimyō representado allí por su presencia, así como hacia Muten, que casi ajeno a lo que sucedía en la mesa se limitaba a disfrutar de la cena. La chica tampoco tuvo que hacer demasiado, estaba calmada, pero no estaba dispuesta a dejarse ver en evidencia por un gorila del tres al cuarto. Éste no tuvo mas remedio que retomar su asiento, y dejar en paz su filoso metal. Entre tanto, Datsue parecía haber encontrado un buen refugio entre la comida y la carta, manteniéndose al margen de todo.
El profesor adjunto reclamó la atención de ambos jóvenes entonces, y comenzó a explicar con algo mas de profundidad la situación de la expedición. Según informaba, habían descubierto restos de algo anterior a las cinco grandes aldeas, lo cuál quizás fuese algo interesante, aunque solo fuese lo mas mínimo. Sin mas, tomó un plano y lo extendió en su parte de la mesa. Lo revisó por un instante, y lo extendió un poco para que los chicos pudiesen echarle un ojo. Señaló un punto en éste, entre lo que debieren ser las Pirámides de Sanbei y las Ruinas de Sunagakure, e informó que allí estaba el objetivo que tenían. Una biblioteca que podía tener libros de antes de las 5 grandes, y jutsus con mas de cientos de años evidentemente. Por último dijo que se trataba de una expedición para desentrañar la forma de vida antes de la formación de Sunagakure.
«Vaya...»
Datsue hizo entonces un nuevo comentario, en ésta ocasión bastante profesional. Preguntó sin titubeos cuál era la función de contratar dos shinobis para la incursión, algo no le cuadraba... y no era para menos. En cierto modo, la presencia de shinobis podía serles todo un estorbo, no tenía pinta de que fuese algo en lo que ayudar.
Entre tanto, la chica había podido saborear uno de los vinos mas caros de la carta, y tras ello el camarero le sirvió una copa. Sin duda, uno de los mejores que su paladar había podido degustar, al menos que recordase. Tomó otro sorbo de la copa, y tras dejarlo sobre la mesa, aclaró su voz con un ligero carraspeo.
—Pues a mi me preocupa mas la recompensa que establecí... ¿de verdad saben llegar hasta las ruinas que yo busco? Las Pirámides de Sanbei. —expuso la chica, sin pelos en la lengua. —Los peligros que debamos afrontar no me causan insomnio.
Banadoru atendió las dudas de ambos ninjas mientras enrollaba el mapa y volvía a doblarlo para devolverlo al interior de uno de sus bolsillos. Mientras, Jonaro terminaba con su plato —los restos de un gigantesco bistec— y Benimaru degustaba un postre parecido a un tiramisú helado cubierto de adornos.
—Y… ¿Con qué tipo de contratiempos cuentan tener? ¿Hay algún peligro en especial por el que hayan contratado nuestros servicios?
Datsue fue el primero en hablar. El profesor adjunto se acomodó otra vez su pañuelo —parecía un tic muy arraigado en él— y se aclaró la garganta.
—Una pregunta de lo más razonable. Verán, los peligros que pueden caer sobre una expedición de este tipo viajando entre las dunas son muchos y muy variados... Bestias salvajes, bandidos, y a saber —enumeró con los dedos de su mano zurda—. Entiendo que son ustedes ninjas suficientemente preparados para hacerle frente a esta clase de amenazas, ¿me equivoco? —agregó, con un tono suspicaz.
Sin embargo, en cuanto Aiko habló, la mesa entera alzó la vista hacia ella por segunda vez. Parecía que a la chica le gustaba dar la campanada. Banadoru intercambió una mirada confusa con su jefe, el profesor Rōshi, y luego otra con Jonaro. El delegado del Daimyō, por su parte, se cruzó de brazos con cara de pocos amigos mientras se mesaba el bigote tintado de verde.
—Watasashi-san, me temo que... Aquí ha habido una confusión —se excusó Banadoru, aunque más parecía que lo hiciera para su jefe y el delegado del Señor Feudal que para la kunoichi—. Quiero dejar muy claro que esta expedición no tiene como objetivo las Pirámides de Sanbei —afirmó, mirando a Benimaru—. En el anuncio se establecía muy firmemente que nuestro propósito es simplemente académico, y la recompensa ofrecida fue desde el principio una clara compensación económica.
El ambiente entre el profesor jefe, el encargado de la seguridad y el delegado del Daimyō pareció relajarse tras las explicaciones de Banadoru.