Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El tipo se partió la caja frente a ellos, literalmente las lágrimas le nublaban la vista, no podía contener la risa ante los comentarios de los genin. Éstos realmente no lo entendían, la pelirroja quedó con una mueca que claramente reflejaba su asombro ante tal reacción. Sin embargo, no se hizo de esperar una respuesta para tal reacción. El hombre explicó que no había motivo para ponerse tan dramáticos, que los caballos habían sido llevados por algún empleado del hotel a las cuadras. La chica ladeó la cabeza, aún mas extrañada.
«¿Éste sitio tiene sus propias cuadras?»
La verdad, era algo que realmente llamaba su atención, para nada lo hubiese imaginado. Llevó la mirada hacia el edificio, y por mas que observó no logró ver rastro alguno de ella. O bien el hombre se equivocaba, o simplemente no estaban a la vista. Raro sería que éste les mintiese, ¿no?
«¿Estarán en la parte de atrás...?»
El hombre inquirió que se diesen prisa, y montó rápidamente en su bichejo. Si, aún no le terminaban de agradar... eran unos animales a los que ella no estaba para nada acostumbrada. Tan pronto como se fue, el empleado que aguardaba aún con sus monturas inquirió que se diesen prisa, sí el también.
—Si, si... ya vamos. —anunció la chica, caminando directamente hacia una de las monturas.
»Bichito, pórtate bien y no des mucho por saco, ¿vale? —susurró la pelirroja a su animal, mientras acariciaba su extraño y corto pelaje. Por suerte o desgracia, normalmente solía caer bien a los animales, lo difícil sería acostumbrarse a montar a esa bestia sacada del corazón del desierto.
Sin demora, la chica se fue desplazando hacia el lateral del animal, y tras asegurarse de cómo debía hacerlo, se impulsó para domar a la bestia de dos jorobas. Directa y rauda, tomaría las riendas del animal, en pos de encaminarse junto a la cabeza del convoy.
—Sigo prefiriendo un buen caballo a ésta cosa... —comentaría a Datsue.
«En las cuadras del… ¿hotel?» Datsue abrió los ojos, sorprendido por la información. No porque el hotel tuviese cuadras, sino porque los empleados hubiesen podido llevar los caballos hasta allí. En las ciudades que él había visitado, si cometía el error de dejar un corcel atado a un simple poste por varios minutos sin nadie vigilando, lo siguiente que sabría de su yegua es que cabalgaba a leguas de allí, montada por algún ladronzuelo de poca monta. En Shinogi-to no hubiese durado ni cinco minutos sin ser robada. En Tane-Shigai, con la de ribereños del sur que había por allí, poco más. Y en Yamiria… Bueno, en Yamiria tenía sus dudas.
—Es para hoy —comentó el peón, con Banadoru ya alejándose. Datsue, absorto en sus pensamientos, todavía no había montado en el camello.
—Vísteme despacio que tengo prisa —replicó—. ¿Nunca oyó esa expresión?
Suspiró. Aquella bestia con patas era jodidamente más grande de lo se hubiese imaginado. Le dio un par de palmadas en el cuello, tanteándola.
—Pórtateme bien, ¿eh? —dijo, para luego auparse en ella y quedar encajado entre sus dos jorobas—. ¿Tiene algún nombre? —preguntó al peón, tras tomar las riendas. Definitivamente, era distinto a montar en caballo. Todavía no sabía si era mejor o peor, era muy pronto para decirlo, pero diferente era. La cabeza del animal estaba más alejada; le daba la impresión de que se encontraba más alto; y el hueco entre las dos jorobas hacía que sentarse en él resultase más cómodo… al menos al principio.
Dio un ligero toque con los talones a los costados del animal, esperando que así emprendiese la marcha.
—Sigo prefiriendo un buen caballo a ésta cosa... —oyó comentar a Aiko, que se había posicionado a su lado.
—¿En serio? —respondió, frunciendo el ceño, como sorprendido—. No me había dado esa impresión anoche… —esbozó una sonrisa irónica y le echó la lengua fuera, burlón.
No sabía si había captado la indirecta o no, pero, sin esperar su réplica, trató de que su camello aumentase la velocidad para alcanzar al profesor y al director de la expedición.
—¡Banadoru! ¡ Muten Rōshi! —exclamó al ponerse a su altura—. Díganme, ¿cuánto tiempo nos llevará llegar?
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El obrero pareció aliviado de que los ninjas por fin accediesen a coger sus monturas, y ni siquiera hizo caso del ingenioso comentario de Datsue antes de darse media vuelta e ir hasta el carromato con la toldilla, donde le esperaban sus compañeros. Los ninjas montaron en los camellos y —tras unos cuantos intentos— consiguieron más o menos habituarse al temple de las bestias, que eran mucho más calmadas que los caballos.
Así pues, se dirigieron a la cabeza de la comitiva. Al pasar junto al carro en el que iban los peones, sentados y arrebujados como cerdos camino del matadero, shinobi y kunoichi pudieron distinguir la figura de aquel tipo que había estado hablando con Jonaro. Era un hombre alto, de hombros escuálidos y mirada ladina; su piel café y sus ojos oscuros dejaban pocas dudas sobre su procedencia autóctona. El hombre llevaba una chaqueta plateada sin mangas sobre los hombros, y les lanzó un guiño con su ojo surcado por una horrenda cicatriz antes de sentarse junto a sus hombres.
Nada más acercarse Aiko y Datsue a la cabeza del convoy, Jonaro empezó a dar órdenes para que todos empezaran a moverse. Lenta pero segura, la caravana empezó su recorrido por las anchas avenidas de Inaka, camino a la salida de la ciudad y tras ella, al desierto.
—La llegada está previsa para cuando se haya puesto el Sol, Uchiha-san —contestó Muten Rōshi, acomodándose su haori azul y su sombrero de paja y tela blanca—. Hay dos paradas programadas durante el trayecto para avituallarnos y descansar. Con suerte no encontraremos complicaciones durante el viaje.
—¡Ah, qué excitante! No quepo en mí, Rōshi-sensei. Presiento que este descubrimiento sentará los precedentes de la investigación arqueológica en Oonindo —dijo Banadoru, visiblemente gozoso.
—Todos lo esperamos, Banadoru-kun, pero debes controlar tu ímpetu —contestó el director de la expedición—. Ambos hemos invertido mucho tiempo de nuestras vidas en llegar hasta aquí. Podemos esperar un día más.
El profesor adjunto se rascó la cabeza con gesto avergonzado y una risilla de culpabilidad emanó de sus labios.
22/11/2017, 19:00 (Última modificación: 22/11/2017, 19:00 por Aiko.)
Al igual que la pelirroja, Datsue no tomó a la ligera el montarse en el animal. No obstante, tampoco era extraño, eras animales que jamás habían montado... y al igual que cualquier tipo de corcel, una mala pata podría costarles un buen susto. Éste lo acarició, y también le dijo algo, tras lo cuál palpó el terreno y terminó por auparse. Sendos shinobis a lomos —o jorobas— del animal, comenzaron a tratarlo y poco a poco le fueron pillando el truco. Éstos camellos era realmente tranquilos, pero parecían tercos como mulas.
Aiko le dejó caer al Uchiha que prefería aún los caballos, puesto que eran mas fiables. Realmente era una mala apuesta para esas tierras, pero bien era cierto que no terminaba de gustarle, más no podía hacer. La respuesta de Datsue fue de lo mas extraña, alegando que no le dio esa misma impresión ayer noche. No tardó en sacarle la lengua, en una mueca de burla.
La chica no pudo ocultar tampoco un claro reflejo de duda, no comprendía del todo a qué se refería.
«¿Anoche...? Si tan solo bebí un poco y... oh... ya veo...»
Su rápida reflexión hizo que cayese en cuenta.
«¿Celoso? ¿Por qué...?»
Era un poco extraño, después de todo, él era quien presumía de haber conquistado hermoso valles y épicas montañas. Y no, no eran precisamente datos geográficos. No podía echarle eso en cara, pero que lo hubiese hecho solo podía significar que algo —aunque fuese algo minúsculo— sentía por ella.
—El caballo que tenía a mano ya tenía otra yegua que le acompañase. —dijo con mesura, elevando la cabeza y marchando un poco mas rápido.
Al avanzar, pudo ver que en el carruaje donde se había metido el obrero, se resguardaba también el tipo de la cicatriz que había estado hacía poco con el jefe de seguridad. Al pasar por su lado, les dedicó un guiño de lo mas extraño. Un gesto que ni venía a cuento, y que además en muchas epopeyas terminaba con una atroz catástrofe.
«Mierda... nos ha guiñado el ojo un tuerto... eso era mala suerte, ¿no?»
Sin embargo, no se detuvo, ni el Uchiha. Ambos prosiguieron hasta posicionarse en la cabeza del convoy, que ya había comenzado a movilizarse. Datsue preguntó sin pudor cuanto tardarían en llegar hasta el lugar, a lo que fue respondido con rapidez. Casi un día completo de viaje, con dos paradas, si es que todo marchaba según lo previsto.
La chica aprovechó para convertir los papeles que conformaban su cuerpo —su cabeza concretamente— en una capucha del mismo tono que su camisola. Ésto la ayudaría a prevenir el efecto del sol, al menos en parte. Eso si, la creó algo holgada, en pos de que no molestase demasiado a su visión.
Roshi y Banadoru entre tanto hablaban sobre lo emocionado que estaban de cumplir con ésta expedición.
—El caballo que tenía a mano ya tenía otra yegua que le acompañase.
Datsue frunció el ceño, confuso ante la réplica de Aiko. ¿Se estaba refiriendo a él? Porque si era a él, no recordaba haber dicho jamás que estaba comprometido. Era cierto que todavía albergaba esperanzas de que Noemi le perdonase, pero jamás se le ocurriría hablar a Aiko sobre ella. Entonces… «Oh… ¿No será por la historieta de mierda que conté?» Como fuese por eso, juraba colgarse de un árbol hasta la muerte. En serio había tirado un polvo y la oportunidad perfecta para descubrir el secreto de la inmortalidad… ¡¿por una jodida anécdota tan exagerada que cualquier coincidencia con la realidad era pura casualidad!?
«Me cago en mi madre… Voy a dejar las mentiras a partir de ahora», se mintió, Datsue.
—¿En serio? —preguntó, cuando ésta se puso a su altura. Mejor zanjar el posible malentendido cuanto antes—. Yo diría que es libre como el viento, Aiko. Como tú. Por cierto —no pudo evitar añadir—, te queda muy bien el pelo así.
Le guiñó un ojo, y se acercó a Banadoru. Por el camino, otro hombre se lo guiñó a ellos. Datsue dudaba que el resultado fuese el mismo, por mucho que ambos hubiesen hecho idéntica acción. Al Uchiha, al menos, le recorrió un escalofrío por la espina dorsal. Era el mismo hombre que había estado hablando con Jonaro, y que le cruzaba una cicatriz todavía más horrenda que a éste.
No sabía porqué, pero le daba mala espina.
—¿Quién es el hombre de la cicatriz en el ojo? —preguntó, en voz baja, a Banadoru, después de que Muten Rōshi le respondiese que llegarían al anochecer e intercambiar entre ellos unas palabras más. Al parecer, llevaban con aquel proyecto desde hacía mucho tiempo.
Luego, buscó con la mirada a Benimaru, el delegado del Daimyō. Aquel hombre le había reído todas y cada una de sus gracias la noche anterior, y apostaba a que su conversación con él sería mucho más amena que con aquellos dos. Aunque también podría quedarse con Aiko… Después de todo, todavía tenían mucho de lo que hablar.
«Ah, si estuviese Akame aquí… Seguro que me diría que me dejase de tanta charlatanería y estuviese más atento a mi alrededor. Pero es que, joder. ¡Aquí solo hay arena y más arena! Tendría que estar ciego para no ver venir una emboscada...»
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Banadoru se volteó hacia Datsue, que se había colocado a su lado, mientras pasaban junto a un enorme edificio con el kanji de Kaze no Kuni en su fachada. Era una construcción esférica, con aquella arquitectura tan propia del País del Viento heredada de la antigua Sunagakure. Mientras la comitiva avanzaba por la calle al amparo de la sombra que proyectaba aquel curioso edificio, el profesor adjunto contestó a la duda de Datsue.
—Le llaman Hanzō, o Hantō, o algo así —dijo Banadoru, visiblemente incómodo por haber sido sorprendido ignorando el nombre de uno de sus empleados, aunque fuese indirecto—. Es el capataz de los obreros. Un tipo bastante... —el profesor adjunto se acomodó el pañuelo dorado que llevaba al cuello—. Siniestro, podríamos decir. Jonaro-san nos ha asegurado que es un gran "líder de equipo" y que sus hombres están acostumbrados a los duros trabajos del desierto.
Las palabras de Banadoru no llevaban mucha confianza y eso se notaba.
Benimaru se acercó a la pareja, adelantando a Aiko, y se colocó junto a Datsue. El delegado del Daimyō se inclinó sobre su montura ligeramente para acercarse al oído del muchacho y, con unas palabras que estaban entre guasonas y afiladas, le preguntó sobre su compañera.
—Uchiha-san, ¿qué me dice de su compañera? —sonrió—. He oído que las mujeres ninja pueden ser tan habilidosas como los hombres pero, francamente, me es difícil de creer. ¿Qué talentos extraordinarios posee Watasashi-san?
La respuesta de la chica acerca del caballo, provocó en el Uchiha la misma reacción que previamente ella había tenido, parecía no comprender de qué hablaba ella. Tras unos breves segundos de deliberación —como bien la chica se había tomado para contestar— éste también respondió con escasa franqueza. Si, habían empezado una auténtica pantomima de sandeces que parecía no tener mas remedio que ser continuada. La verdad, ya empezaba a ser un tanto lioso, lioso cuanto menos...
La chica volvió a mirar al de orbes cambia-tonos, no pudo remediarlo. Con lo contenta que estaba anoche, seguro que se hubiese divertido con el chico. Por otro lado, Datsue no dejó escapar la oportunidad de echarle un ligero piropo, para concluir con un guiño.
La pelirroja no hizo por esconder su ligero ruborizado de mejillas, tan solo antepuso su mano para esconder una risa tonta que realmente estaba fuera de lugar...
Malditas hormonas...
—Gracias. —agradeció al chico el cumplido, entre risas.
Adelantaron el carromato, el del tipo siniestro que les guiñó el ojo. Tras ello, comenzaron a hablar, todos y cada uno de ellos a excepción de Jonaro. El tipo parecía realmente fijado en su objetivo, o simplemente desconfiar del resto del personal. Según Banadoru el que les había guiñado el ojo era un hombre de confianza para el jefe de seguridad, aunque no parecía ser de confianza para el resto.
Aiko, que mantenía un poco las distancias con Datsue, aunque no demasiado, pudo observar que el hombre del bigote verde se acercó al Uchiha para hablar con él con un poco mas de intimidad. De hecho, acercó bastante su montura, evitando que sus palabras tuviesen que alzarse demasiado.
«Vaya... el único con el que parece que puedo hablar es Datsue... el resto... en fin...»
La pelirroja llevó su mirada hacia un lado, y tras ello hacia el otro. Observaba con atención su alrededor, no fuese que por bien o mal comenzasen el viaje con mala pata. Después de todo, un tuerto les había guiñado... ninguna buena historia comienza con el guiño de un tuerto.
«Si crease unas alas de papel podría volar... sería mucho mejor que montar a caballo o camello, ¿no? Aunque... no tiene pinta de ser fácil... un día debería probar. A saber si no es que olvidé como hacerlo por alguna perdida de memoria...»
Aunque estaba concentrada, perdió ligeramente la atención con una absurda idea. Bueno, quizás no tan absurda.
«Así que siniestro… Ya decía yo que ese tipo daba mala espina.» Tampoco es que Banadoru le hubiese explicado mucho más, aparte de que era el capataz, pero ya solo el hecho de que diese aquel adjetivo a uno de sus hombres daba que pensar.
Fue entonces cuando se acercó el bueno de Benimaru. Sin embargo, nada más éste soltar la primera pregunta susurrada en su oído, al Uchiha le desaparecieron todas las ganas de hablar con él. Y más cuando vio su sonrisa. Esa sonrisa…
«Me cago en la puta… Es que surgen pretendientes de Aiko hasta debajo de las piedras, ¿o qué?» No es que estuviese celoso. Claro que no. De estarlo, no se hubiese contenido de sellarle un Gōkakyū en el pecho, con la condición de besar a quien no debía. El problema era que así solo conseguiría dañar a la propia Aiko. De haber tenido un jutsu más inofensivo, como un gas maloliente o algo por el estilo… otro gallo hubiese cantado.
—Las apariencias engañan, compañero —dijo en voz baja, en alusión a que Benimaru no creía que las kunoichis fuesen tan habilidosas como los shinobis—. Y las mejores kunoichis aprovechan que las subestimen para ser todavía más letales. Mire, le pondré un ejemplo. ¿Ve a Jonaro? —preguntó, todavía en susurros—. Fuerte, duro como una roca, decidido… Es como un toro. Mi amiga en cambio… se parece más bien a una serpiente. De apariencia frágil, escurridiza, pequeña…
»Alguien que desconociese por completo el mundo animal, temería antes al toro que a la serpiente. El toro es una gran bestia, diría. Y esos cuernos dan miedo. La serpiente en cambio solo tiene unos colmillos muy pequeños. Apenas me harían daño.
»Pero usted sabe tan bien como yo lo que hace el mordisco de una serpiente.
Datsue en ocasiones hablaba mucho y no decía nada. A veces, porque simplemente era un charlatán. En otras pocas, como aquella, adrede. No había dicho ni una sola de las habilidades de la kunoichi, pese a la pregunta directa de Benimaru. Los talentos de un ninja eran más valiosos cuanto más desconocidos eran, y el Uchiha no pensaba traicionar la confianza de Aiko.
No, al menos, gratis.
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23/11/2017, 17:54 (Última modificación: 23/11/2017, 17:54 por Uchiha Akame.)
Benimaru escuchó con interés la respuesta de Datsue mientras la caravana se aproximaba ya a las puertas de Inaka; unos enormes arcos de piedra que parecían haber sido construidos para que algo mucho más grande que cualquier cosa que los muchachos hubieran visto nunca, pasara por debajo. El delegado rió con sinceridad cuando Datsue le habló de su compañera con aquella parla, sin llegar a decir nada, y a juzgar por la sonrisa de su rostro, Benimaru era consciente de ello.
El delegado del Daimyō parecía un hombre curtido en las lides del lenguaje y la conversación. No era para menos; su cometido se reducía, muchas veces, a decir las palabras correctas en el tono adecuado para cerrar un trato, o apaciguar una negociación, o apremiar a algún subordinado. Era hábil, diríase que incluso más que el propio Datsue.
—Si me pregunta a mí, Uchiha-san, creo que su compañera no tendría nada que hacer contra Haijinzu-san —aseguró con una sonrisa picaruela, lanzando una rápida mirada al fornido jefe de seguridad—. Por mortífera que sea una serpiente, puede ser aplastada por la suela de un zapato.
Benimaru volvió a reír, y echó la vista atrás mientras pasaban bajo la sombra del gigantesco arco de piedra para dedicarle una última mirada a Inaka. A su ciudad.
Transición TIME. Si queréis hacer algo más (hablar con los npcs de algo, especificar algún detalle de cómo van vuestros pjs durante el viaje, lo que sea) es el momento. De lo contrario, mi siguiente post será transición ya a la llegada al campamento, al caer la noche.
Muy a su pesar, su compañero de viaje encontró conversación con el tipo de bigote verde. Ambos —genin y emisario— hablaron por un rato, tiempo en que la chica aprovechó para distraerse en su vigilancia, y así mismo distraerse de su propia distracción con otro asunto; la creación de unas alas de papel, con el propósito de permitirle volar libremente, cual pájaro. El camino continuaba, y la chica intentó centrarse en lo que debía.
El camino por el desierto no era cosa agradable, pero las situaciones climáticas mas extremas ya las había afrontado en mil y una ocasión. Aunque, quizás en el sentido contrario... humedad, tormentas, torbellinos, granizo. Ese era el adiestramiento más básico como genin de Ame, afrontar con valor las distintas desdichas temporales.
Contando con las dos paradas, la chica aprovechó para no separarse demasiado del Uchiha, pero tampoco demasiado cerca, hacía demasiada calor... o quizás por otro motivo. Fuere como fuere, tampoco hubo demasiado tiempo como para charlar de lo que quería con éste, así que debería esperar al amparo de la noche. De seguro a la noche descansaban un poco mejor.
También podía equivocarse.
Ante todo, varias dudas se daban constantes paseos por su cabeza. «¿Será que ya no tiene pareja? ¿será un mujeriego? ¿por qué sus ojos cambian de color? ¿es un tipo de fiar? ¿intentará Jonaro matarme? ¿por qué las tortugas ninja tienen a una rata como maestro?»
Datsue esbozó una sonrisa enigmática ante el comentario de Benimaru, sin responder. Tal y como él lo veía, aplastar a una serpiente con la suela de un zapato era relativamente fácil. El problema era que, las serpientes, por naturaleza, se revolvían, y difícil le parecía que esa propia pierna que descargaba todo su peso en ella no se encontrase con la mordedura de la víbora. Quizá la serpiente muriese por el golpe, pero no sin antes dejar su pequeño regalo en forma de veneno mortal.
No obstante, el Uchiha todavía estaba algo malhumorado por el madrugón, y no buscó continuar la conversación. Con el paso del tiempo, sin embargo, su humor fue a mejor, e incluso se permitió cantar un par de canciones con el shamisen en el primer descanso que se tomaron. La kusareña; Kusareño de Primavera; La borrachera del kusareño; y El novio de Izanagi, que era una canción bastante patriótica que esperaba gustase entre su inusual público.
Más adelante, cuando el sol pegaba con fuerza y el sudor se le colaba por cada rincón del cuerpo, volvió a ponerse arisco y poco hablador, y se pegó el resto del viaje apenas respondiendo con monosílabos cuando le preguntaban, aunque hacía un esfuerzo si quien le interpelaba era Aiko.
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El viaje transcurrió sin incidentes a través de las calurosas dunas de Kaze no Kuni. Conforme se fueron alejando de Inaka, los ninjas pudieron ver que el paisaje se recrudecía constantemente —razón por la cual la capital del País había sido ubicada en aquella zona y no más en el interior de los desiertos—. Pararon un par de veces en villas solitarias que encontraron casi por arte de magia, pues ni siquiera salían en el mapa de Banadoru, en las que repostaron provisiones y dieron de beber y comer a las bestias.
Las horas bajo el Sol —abrasador incluso en aquella época del año— se les hicieron eternas. Al caer la tarde finalmente pudieron divisar en el horizonte un par de postes de madera con banderas doradas atadas en lo alto.
—¡Al fin! ¡Allí es, allí es! —exclamó Banadoru, visiblemente aliviado y con la cara teñida de sudor—. Nuestro objetivo.
El convoy llegó al lugar designado media hora después. Los académicos desmontaron con visible fatiga mientras los obreros empezaban a hacer algunas hogueras y descargar un par de cajas de provisiones y agua. No movieron nada más de los carromatos, ni bajaron el equipo; sólo las tiendas de campaña. En apenas una hora montaron un improvisado campamento en el que ardían varios fuegos, se empezaban a cocinar algunos espetos de carne y estofado de verduras toscamente sazonado. Todo estaba dispuesto de forma bastante poco concienzuda, asentado con prisas y poco cuidado junto a una pequeña formación rocosa bajo la cual estaban las ruinas de la biblioteca.
Nada más ponerse el Sol un frío glaciar se adueñó del desierto y todos los integrantes de la expedición se juntaron en torno a los fuegos. Jonaro comía con voracidad una pata de carne junto a Hanzō, el jefe de los peones, mientras conversaban en voz baja y lanzaban de vez en cuando miradas inquisitivas a los carromatos. En otra hoguera descansaban, sobre unas telas de color marrón y verde, Benimaru, Banadoru y el profesor y director de la expedición, Rōshi.
—¡Acompañadnos! —llamó el delegado del Daimyō a los muchachos.
Si aceptaban su petición, les harían un hueco en torno a la hoguera. Los tres hombres estaban cubiertos con sus capas de viaje, muy gruesas y cubiertas de arena y tierra. En el centro había una olla que, a juzgar por su olor, contenía estofado de verduras con carne. Después de un largo y extenuante día de viaje por el desierto, aquella cena se antojaba mucho más apetitosa que todas las delicias del hotel en la noche anterior.
—Hay que descansar bien esta noche, mañana nos queda un largo día de trabajo —dijo Rōshi.
—Sí, Muten-sensei —replicó Banadoru, ajustándose el pañuelo dorado que llevaba en torno a la garganta con visible nerviosismo, y mirando de tanto en tanto al delegado del Daimyō con mal disimulo.
Tras un intenso día de viaje, donde el calor y el sudor no faltaba, por fin en el horizonte se avistó el objetivo. Banadoru no tardó en anunciar lo que no fue tan obvio para los chicos, puesto que no sabía de esa marca. Estaban casi en el punto, apenas unas centenas de metros los separaban de la maldita biblioteca. Maldita en el sentido de que había sido maldecida, o eso parecía por el hecho de estar enterrada en algún lugar en mitad de ese inmenso desierto.
—Al fin... —pensó en voz alta la pelirroja.
Tras acortar las distancias, en lo que apenas tomó media hora, el convoy comenzó a preparar todo para realizar una acampada. Los obreros apenas descargaron los carros, se limitaron a bajar las maderas para las fogatas, los sacos, y algún que otro trasto donde preparar la cena. Todo ésto tomó casi una hora, tiempo que la chica aprovecharía para echar un vistazo a la zona que les rodeaba. No buscaba nada concreto, tan solo analizar con brevedad el terreno en pos de reaccionar ante una emboscada. Por suerte o desgracia, tampoco podía alejarse demasiado. La noche les sumía en la oscuridad, y apenas se veía bien lejos de las grandes fogatas que habían realizado.
«Mierda... en realidad... éstos fuegos que hemos hecho, es casi como si hubiésemos dibujado unas putas dianas sobre nuestros culos... cualquier tipo que ande medianamente cerca, verá la luz a leguas...»
La chica se cruzó de brazos, y retomó el camino hacia el resto. En el mismo camino, cayó en cuenta de algo importante. Hacía un frío tremendo en ese valle de arena, un frío atroz. —Brrrrrrr.... —se estremeció por unos segundos, y continuó hacia las fogatas. Cuanto mas cerca se situaba de éstas, mas calor tomaba su cuerpo del fuego. Casi se podía estar allí sin morir de frío...
«Y pensar en lo que me quejé ésta tarde del calor...»
Aiko terminó su ligera travesía al lado de su compañero de viaje, y con la atención reclamada en el delegado, terminaría sentada junto a ellos. Los hombres ya se disponían para dormir, descansar era su prioridad dado que el día siguiente sería bien intenso. Por otro lado, tenían a su alcance una cacerola donde reposaba un auténtico manjar, lo mejor que podían comer en cientos de metros a la redonda.
—Está bien, que descansen bien. Nos veremos a la mañana. —aclaró a los que se preparaban paraa conversar con Morfeo.
Tomó sin prisas su saco, y lejos de tumbarse, lo dobló bien as su vera. —Datsue, ¿podemos hablar un momento?
»Verás, hay un par de cosas que tengo en mente, y no podré descansar si no las hablamos. —inquirió la chica, con un tono bastante mas bajo, con tal de no molestar al resto. —No te robaré demasiado tiempo.
La chica palmeó un par de veces el suelo a su vera, indicándole al Uchiha que se acercase un poco mas. Después de todo, el calor corporal es uno de los que mas abrigan en una noche de frío. Aunque, tampoco iban por ahí del todo los tiros.
—Bueno... creo que éstas fogatas van a llamar la atención de todo tipo de alimañas, por no hablar de posibles saqueadores. Nos van a pagar por protegerlos, y el delegado no se quedará contento con nosotros a menos que cumplamos, y con ello... si no cumplimos, no podremos pedir permiso para visitar el otro sitio. En fin, siendo francos... deberíamos repartirnos a medias la noche. Al menos uno de nosotros debe permanecer despierto, así nos aseguramos de que no nos desgracien a mitad de la madrugada. Me da igual que turno pillar, tan solo debemos avisarnos el uno al otro cuando ya estemos en el límite... o simplemente mitad y mitad. Puedo empezar yo si quieres, y descansas tu hasta entonces.
Era evidente que ella también estaba cansada del duro viaje, pero no podía dárselas de nada si no era capaz de pasar una simple noche en vela. ¿Qué clase de kunoichi era? No, ni por asomo podía dejar el destino en manos del azar. A veces, por no decir la mayoría de las veces, el destino tenía un vulgar sentido del humor.
—Y por cierto... entonces... ¿tienes o no tienes una relación con esa otra chica? —ésta pregunta le costó un tanto mas soltarla, pero tenía que asegurarse. —No es que me importe compartir a un chico, pero... no todo el mundo lo ve de esa manera...
Estaban sucediendo varias cosas que, pese a no inquietarle, sí le intrigaban. Eran Jonaro y Hanzō, esos hombres que parecían curtidos en más de una batalla y que hablaban en voz baja, como si tuviesen miedo a que les oyesen. Se trataba, también, de Banadoru, que había pasado de la ilusión de un niño al abrir un regalo a, justo cuando llegaron a su objetivo, un aparente nerviosismo. No paraba de ajustarse el pañuelo, y de lanzar miradas fugaces al delegado del Daimyō.
«Quizá sean imaginaciones mías», pensó, mientras terminaba de comerse el estofado. Comía de pie, porque se había pasado el día sentado sobre el duro lomo del camello y le dolía el culo. Curioso, seguía lanzando miradas a Banadoru, tratando de analizar su comportamiento, y de vez cuando torcía la cabeza hacia la hoguera del jefe de seguridad.
Mientras su estómago se llenaba, el cansancio empezaba a hacer mella en él, y sentía como el sueño ya tocaba a sus puertas. Unas puertas que, por el momento, se negaba abrir. Aiko le pidió hablar con él un momento a solas, y tras sentarse, le pidió al Uchiha que hiciese lo mismo con un gesto de mano, cosa que hizo, pegándose bien a ella para mantener el calor. O eso era lo que diría si le preguntaban… y Datsue era bien conocido por decir siempre la verdad.
Aiko fue directa al grano, argumentando que con aquellas fogatas eran un blanco fácil y que deberían permanecer en guardia. El Uchiha opinaba lo mismo, pese a que no le apetecía nada en absoluto perder más horas de sueño. Sin embargo, tenía que pensar en la jugosa recompensa que le esperaba si lo hacían bien.
—Estoy de acuerdo —respondió finalmente—. Duermo yo primero, ¿entonces? —Le parecía una idea estupenda. Dudaba que lograse mantenerse despierto con todo el cansancio acumulado que llevaba encima—. Despiértame con suavidad, porfa —pidió—, que últimamente tengo pesadillas y despierto de forma brusca.
Se arrepintió nada más decirlo. No el hecho de revelarle que sufría de pesadillas, sino haber cedido en ser él quien se acostase primero. «¿Una idea estupenda? ¡¿Una idea estupenda?! Joder, ¡una idea de mierda, eso es lo que es! Tenía que haberlo hecho al revés, así podría aprovechar mientras dormía para cotillear en esa bota suya». Estaba a punto de tratar de reparar su error cuando la kunoichi le sorprendió con una nueva pregunta.
—Y por cierto... entonces... ¿tienes o no tienes una relación con esa otra chica?
No pudo evitar sonreírse, aunque trató de disimularlo. Si hacía aquella pregunta, era porque irremediablemente estaba interesada en él. ¿Eso le alegraba? Por supuesto. Más de lo que querría reconocer.
—No es que me importe compartir a un chico, pero... no todo el mundo lo ve de esa manera...
Se sonrojó al instante. ¿Compartir chico? Aquello ya no era una indirecta, ¡sino una señora directa!
—C-claro que no —balbuceó Datsue. Ni estaba con esa chica, ni había estado. La única duda que podría tener era con Noemi, pero pese a la noche de amor desenfrenado que habían compartido, las cosas habían terminado mal. Muy mal. El Uchiha había marchado con la intención de reconquistarla, pero ahora que se encontraba a kilómetros de distancia y con Aiko al lado…—. No tengo ninguna relación ahora mismo con nadie —agregó, para dejarlo claro.
¿Qué debía hacer ahora? Aiko se lo estaba dejando en bandeja, pero le había pillado en frío y con el pie cambiado… ¿Debía besarla? ¿Debía lanzar primero alguna frase ocurrente en su lugar?
—Entonces… —Apartó los mechones sueltos ilusorios de ella con suavidad, pasándolas tras su oreja—. Esto significa que te gusto, ¿verdad? —preguntó, sin poder evitar un ligero temblor en el tono de su voz. Por mucho que ya la hubiese conquistado una vez, necesitaba oír su respuesta. Al final, eso sí, ni había soltado frase ocurrente ni la había besado, pero ya llegaría el momento. Con suerte, muy en breves…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El Uchiha no quiso contrariar lo dicho por la chica, parecía totalmente de a cuerdo con todo lo que ésta había dicho, o eso parecía. Lo que era innegable es que ambos tenían bastante sueño, demasiado, pero tenían un claro objetivo y no podían tan solo dejarse caer en las manos de Morfeo. El sería el primero en dormir, y tal y como él mismo iba preguntando, la chica afirmó con un gesto firme de cabeza. Antes de que nada sucediese, el chico advirtió de que tenía últimamente unas terribles pesadillas, que por favor le despertase de forma suave.
Aiko preguntó sin dilaciones si éste estaba soltero, o si bien tenía a alguien esperando. El chico balbuceó un poco, quizás sorprendido por la pregunta. Su respuesta sin embargo fue clara, no tenía a nadie. Ahora mismo estaba soltero, y por lo que parecía a simple vista, tampoco es que fuese un experto en el arte dela seducción.
Pero, no se puede dar precio a un esclavo tan solo por el color de su piel. Se ha de tener en cuentas muchos otros factores, así como el trabajo al que se le obligará. Datsue, ni corto ni perezoso, tanteó el terreno. Tras unos segundos, dio comienzo a otras palabras, no sin antes apartar uno de los mechones de la pelirroja de su rostro, recogiéndolo tras su oreja. Sin demora, el chico preguntó si eso significaba que le gustaba. Sus mejillas habían parecido antes tan rojas como el corazón de Amateratsu, pero ahora... ahora la ruborizada era ella.
Pero mas sabe el diablo por viejo que por diablo. Al menos eso dicen.
—Eres mono y tal, pero... por otro lado, creo que deberíamos dejar ésta conversación para otro momento. No se debe mezclar el trabajo con el placer, ¿verdad?
Ni le había dicho que le gustase, ni lo contrario. Sin embargo, había salido airosa del tumulto sin rasguño alguno... o eso quería pensar. Sin embargo, el chico era muy audaz, quizás buscase alguna manera de salirse con la suya, de obligar una respuesta o algo mas.
—Bueno, descansa un poco, que no se cuanto aguantaré yo despierta.
Sin mas, o con el objetivo de evitar la reacción o palabras de Datsue, la chica se levantaría en pos de caminar un poco alrededor del campamento improvisado. Su objetivo actual, permanecer andando por la pericia, en busca del frío del desierto. Ésto haría que le fuese imposible dormirse, eso seguro. Obviamente, iría acercándose de vez en cuando a los fuegos en pos de retomar un poco el calor en su cuerpo, tampoco era cosa de pillar una hipotermia.
Fuere como fuere, evitó usar técnica alguna, en pos de conservar las pocas energías que le quedaban.