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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ayudándose del chakra para adherirse a las paredes del túnel y subir con mayor facilidad, Datsue llegó a la boca de la salida instantes después de que la kunoichi lo hiciese. En ese momento, si su teoría sobre Jonaro era cierta o no —puesta en duda por ambos profesores— carecía ya de importancia. Los soldados del Daimyō habían llegado, y demandaban sangre.

El ejercito del Damyo está arriba, y han matado a todos.

Tal fue la sorpresa de Datsue, estupefacto, que se quedó con la misma cara que si le hubiesen soltado una bofetada: boquiabierto y con los ojos como platos. Se obligó a sacar de nuevo la cabeza, y el destello de las espadas entrechocando con otras o bañándose de sangre se reflejó en sus pupilas. No, quizá el resultado era el que aventuraba Aiko, pero la batalla todavía no había finalizado.

Entonces, ¿a qué venía aquello? Simplemente tenía mala vista, ¿o quería asustar a los profesores para que siguiesen sus consejos? A Datsue no le importaba apoyarla en la mentira, pero el plan que acababa de sugerir —quedarse escondidos hasta que la cosa se calmase—, no sabía si le convencía del todo.

Desvió la mirada hacia los profesores —si es que habían logrado subir junto a ellos—, y chasqueó la lengua.

A veces, lo prudente es temerario y lo temerario prudente —dijo, poniendo voz a sus pensamientos. Era una decisión jodida, que no debían tomar a la ligera, pero el reloj seguía su curso, y cuanto más tardasen en decidirse, peor sería—. Yo digo que aprovechemos mientras todavía están entretenidos en el campamento, bajo el cobijo de la noche. Como esperemos demasiado, igual la ventaja que tenemos ahora se nos echa en contra.

Miró a Aiko para ver qué opinaba, y luego desvió la mirada hacia los profesores.

Nada de lamentarse y querer irse con algo de valor —les espetó, viéndolo venir. No pensaba quedarse por ellos. No pensaba morir por ellos—. Esto ha salido una chapuza y tenemos que largarnos para poder volver otro día. —Él no pensaba volver ni loco—. ¿Hacia dónde deberíamos partir? —Datsue estaba más perdido que un kusareño en combate—.
¿Creéis que podemos conseguir escapar sin monturas?


Aquél era otro punto clave de por qué Datsue quería escapar ya. Robar un camello ahora sería mucho más fácil que cuando todo se hubiese tranquilizado y el vencedor hubiese aplastado al derrotado.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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A pie no llegaríamos a ningún sitio antes de perdernos, o morir de sed, o de cualquier otra cosa... —se lamentó Banadoru, bajando la mirada. Parecía descompuesto, quizá por la perspectiva de tener que quedarse allí a esperar la muerte, quizá por el hecho de que los soldados del Daimyō o los hombres de Hanzō suponían un peligro igualmente real.

De repente el profesor Rōshi se aclaró la garganta, atrayendo la atención de todos.

Esto es una situación imprevista y excepcional que requiere de formas excepcionales —dijo, seguro de sí mismo—. Y sin embargo, la fortuna nos ha sonreído. ¿Se dan cuenta, caballeros? Y señora. Nosotros estamos aquí, supuestamente encerrados, mientras los hombres de ese tal Hanzō han sido pillados con las manos en la masa.

Gesticuló cada palabra para darle un sentido más vivo.

¡Es nuestra oportunidad! Esos soldados de brillante armadura son nuestra salvación —no sonreía, pese a todo—. Nuestra expedición nunca tuvo como objetivo esta tumba. Los obreros, bajo el mando de ese canalla de rostro cicatricado, se rebelaron y nos obligaron a cambiar el rumbo... Hasta aquí. Para servir a... Sus codiciosos propósitos, claro. Así que nos entregamos, agradeciéndoles como los rescatadores que son, y nos escoltan de vuelta a Inaka.

Terminada su exposición, el profesor y director de la fallida expedición se cruzó de brazos y miró a los presentes.

Es una historia coherente y con fundamento. Nadie dudaría de mi palabra.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Habían pasado de ser muy ryosnarios a ser simplemente... nada. El destino a veces era realmente caprichoso, no habían podido pillar ni una puñetera moneda, ni un misero recuerdo. La chica se arrepentía de no haber dado veda al Uchiha a sellar cosas de la sala del tesoro en su supuesto bolsillo mágico, o donde fuera que iban a parar tantas cosas como decía que tenía selladas.

Sin embargo, no era hora de lamentos y lloriqueos. No señor, era hora de buscar soluciones a los problemas. Simple y sencillo.

Pese a que la noticia que transmitió había sido un tanto exagerada, el resto de los allí presentes barajaron varias opciones. Datsue parecía decidirse por escabullirse en a oscuridad de la noche, mientras que Roshi inquirió tan solo entregarse a modo de prisioneros. El hombre tenía cierta razón, podían hacerlo a su manera y quizás quedaran en paz. Pero, era casi absurdo pensar que dos shinobis iban a ser embaucados y forzados a algo similar sin luchar por su libertad. Al final quedarían o bien de lelos, o bien de estafadores, por no hablar de la mala imagen a sus respectivas carreras como militantes...

La chica miró de nuevo hacia arriba, y dedicó un leve silencio a los allí presentes. No pudo evitar una mueca de duda, no tenía muy claro por qué decantarse. Pero, sin demasiado vacilar, la chica se cruzó de brazos, y dejó caer un leve suspiro. Al fin, se había decidido.

No es mala opción, pero así tan solo se salvarán usted y Banadoru... —afirmó sin miedo —sin embargo, puede ser una de las mejores opciones para todos. Me explico. Podemos salir Datsue y yo de éste agujero, y entonces vosotros podéis gritar para que os socorran y saquen de aquí. Nosotros podremos escapar con algo mas de libertad para cuando ellos os atiendan, y vosotros seréis claramente victima de un engaño, atrapados por esos "malvados".

»Suena bastante creíble, y nos deja a nosotros vía libre para escapar también. ¿No es así, Datsue?
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A pie no llegaríamos a ningún sitio antes de perdernos, o morir de sed, o de cualquier otra cosa...

Datsue asintió con pesar. Ya se había temido aquella respuesta, pese a que él no temía morir de sed. Uchiha Datsue era, después todo, y antes que intrépido, muy precavido. No por nada se había sellado un pequeño tanque de agua agrícola en un pergamino antes de empezar el viaje: para combatir una situación como aquella.

No obstante, el desierto era demasiado grande, y seguían necesitando de una montura. Por no hablar de un mínimo de orientación. Miró la palma de su mano, perdido en sus pensamientos. No hacía demasiado, había puesto un sello de Rastreo en Ayame. Presumiblemente estaría al Norte, en el País de la Tormenta. Quizá podría servirles de brújula improvisada por la noche. Aunque seguía siendo arriesgado, y seguían necesitando una montura.

Entonces, Muten Rōshi propuso una alternativa: mentir, y aliarse con el enemigo. A Datsue no le disgustaba la idea, pese a que tenía miedo de que no saliese bien. ¿Y si no colaba? ¿Y si Benimaru estaba entre ellos y no se lo tragaba? ¿Y si, pese a creerles, tratasen de matarles igualmente por lo que habían visto? Al fin y al cabo, aquella era una tumba que querían mantener en secreto. Una tumba mancillada, por otra parte.

Aiko, recelosa del plan, propuso que lo siguiesen ellos, mientras ella y Datsue huían. Al Uchiha le parecía una idea fantástica, de no ser porque todavía no habían solucionado el tema de la montura…

… y la orientación. Torció la cabeza, sin responder todavía a la kunoichi, y sacó la cabeza del agujero para darle otra rápida visual. Buscó con la mirada algún caballo o camello lejos del campamento, que hubiese huido por el combate, y que fuese fácil de tomar sin correr demasiados riesgos de ser vistos.

Quizá Aiko tenga razón… Quizá, aunque nos crean, si descubren que la tumba ha sido profanada no quieran dejarnos marchar con esa información… —chasqueó la lengua. Estaban en una encrucijada de cuidado—. ¿Cuál es la ruta más rápida para salir del país? ¿Al Norte hacia el País de la Tormenta? Tengo un jodido tanque de agua sellado… Cosas de ninja —resumió, a los profesores, que probablemente no entendiesen de fuuinjutsu—. Con una montura quizá lo consiguiésemos, ¿no?

En ese momento, Uchiha Datsue activó el Sharingan. Su Dōjutsu le permitía, la mayoría de las veces, distinguir entre la mentira y la verdad. Sabía que en momentos tan delicados, hasta los más honorables soltaban una trola para su propio beneficio, y no quería que ninguno de ellos se la colase. Necesitaba estar seguro de lo que le decían para tomar la decisión final, fuese la que fuese.
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Los académicos se miraron un momento, confusos, ante las respuestas de los ninjas. Probablemente no comprendían por qué querían complicarse la vida escapando como si fuesen fugitivos, mientras tenían la posibilidad de argumentar que todos habían sido traicionados por Hanzō y arrojados a aquel pozo a la fuerza por sus hombres. Aquel mismo hecho les causaría incluso más problemas a Rōshi y Banadoru, que tendrían —muy a su pesar— que explicar por qué los dos shinobi se habían dado a la fuga si también habían sido víctimas del motín y no habían participado en ninguna actividad criminal.

El director de la expedición así les expresó sus dudas.

Hacia el Norte llegarán a las Llanuras de la Tempestad eterna, un paraje sumamente inhóspito y no menos peligroso que el propio Desierto —repuso el profesor—. Ninjas, deben entrar en razón. Lo mejor es que todos nos entreguemos y digamos que fuimos traicionados. Hubo un motín. Ni siquiera tenemos que decir que entramos en la tumba por nuestro propio pie... ¿Y si nos arrojaron directamente a este pozo, creyéndonos muertos, como hicieron con Jonaro-san? Tal vez nos drogaron igual que con Abudora Benimaru-san.

Banadoru, por su parte, parecía bastante nervioso. Sus ojos no paraban de ir del cadáver desangrado de Jonaro a la abertura en la boca del túnel que conducía hacia la superficie.

Ay, ay, ay... Esto no va a salir bien... Esto no va a salir bien... Yo... Esto...

Su maestro y superior se volvió para reprenderle con severidad, manifestando sin quererlo que él también estaba realmente nervioso.

Banadoru-kun, recompóngase, ¡hombre! —luego se volvió hacia los ninjas—. Ustedes hagan lo que crean oportuno. Pero, por lo que más quieran, ¡ayúdennos a salir de aquí! Esa pared es demasiado escarpada para dos hombres de libros.
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La información que iba soltando Muten Roshi era tan precisa como desalentadora. Les esperaba un viaje duro, donde el sol se empeñaría en pegarse en sus cogotes y en tratar de derretirles la piel. Sin alimentos, sin sombras tras las que cobijarse y con noches gélidas como peligroso contraste. Dejada la arena infinita atrás, se meterían de lleno en las Llanuras de la Tormenta. Datsue nunca se había internado en ellas, pero había oído hablar de lo inhóspito que eran aquellas planicies. Allí, el sol dejaría paso a nubarrones oscuros y eléctricos. El viento les azotaría de forma continua, nacido de una tormenta interminable, dificultándoles cada paso que diesen.

Superar un reto u otro era una tarea difícil. Superar ambos en el mismo viaje, y con las nulas provisiones que poseían aparte del agua, una verdadera epopeya. Y dígase una cosa de Uchiha Datsue: nunca se había considerado un héroe.

Quizá… —miró a Aiko con expresión dubitativa, con el Sharingan todavía reluciendo en su mirada—. Quizá podríamos seguir su plan… Ver si funciona, y si no cuela, Sunshin no Jutsu y adiós muy buenas. Entre la oscuridad no debería sernos difícil escondernos de nuevo.

Fuese como fuese, descendió por la angosta pared ayudándose del chakra e indicó a Banadoru que se agarrase a él, a modo de caballito. Luego, apretando los dientes, subió de nuevo para llevarle hasta la superficie.
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El director expresó que al norte podían llegar hasta las Llanuras de la Tempestad Eterna. Quizás para cualquier otro esa era una mala noticia, pero la chica era del país de la tormenta, y conocía casi que bastante bien esas tierras. Era perfecto, un salvoconducto que aseguraba que saliesen de allí sin morir al menos un par de veces... aunque bueno, si eso sucedía, Datsue no tenía continues; seguramente perecería por completo, y eso era realmente una pena...

Contestado aún al razonamiento de sendos shinobis, el profesor intentó entrar en razón a los chicos, asegurando que lo que planteaba era del todo creíble y les vendría de fábula. Quizás para él era la mejor de las opciones, pero para el par de shinobis no era mas que ensuciar su renombre. Banadoru por su parte no estaba seguro, dudaba de todo, hasta de su propia existencia. Sin duda, el miedo lo tenía dominado. Pero el profesor no le dejó hundirse en su propia miseria, inquirió que retomase la razón, y solicitó a los shinobis ayuda para salir de ese agujero.

Datsue, con unos ojos mas brillantes que los tesoros de la antesala funeraria, mostró cierta afinidad hacia la idea del profesor. Parecía dispuesto a intentarlo, aunque evidentemente —como buen shinobi— tenía una vía de escape pensada, la cual compartió con su compañera de aventura.

Está bien, podemos intentarlo. Igual, si nos vemos en el apuro y tenemos que huir, conozco bastante bien las Llanuras... puede ser una buena ruta de escape.

El Uchiha tomó a su espalda a uno de los hombres de libros, y con bastante esfuerzo comenzó a subir por la pared, ayudado por una fina capa de chakra tanto a los pies como a las manos. Quedaban la chica y el miembro restante del club del libro. La diferencia, era que claramente la chica no iba a poder con el hombre a sus espaldas, ni por asomo...

La chica deshizo su cuerpo en papeles, una enorme cantidad de papeles; aunque solo deshizo la mitad de su cuerpo. Los papeles que flotaron por unos segundos a su alrededor, tomaron la forma de la chica en mismas condiciones, en un total de dos chicas que flotaban como fantasmas. Una sola chica era incapaz de arrastrar con el hombre, pero entre las tres quizás podrían.

Vamos, agárrese.

Entre las tres chicas, llevarían al hombre hacia lo mas alto, y una vez fuera del agujero el par de chicas excedentes terminarían por desvanecerse en meros papeles.
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Muten Rōshi asintió con firmeza al entender que había convencido a los dos ninjas de que se entregasen a los soldados del Daimyō en lugar de intentar realizar una épica huída en solitario a través del desierto.

Vamos a ello pues —replicó.

Sin embargo, la dificultad de ambos genin para subir a los profesores por el angosto túnel hasta la superficie no fue idéntica en ambos casos, ni mucho menos. El director de la expedición disfrutó de un ascenso relativamente tranquilo y fácil gracias a los clones de papel de Aiko, que le llevaron casi en volandas, y en apenas unos minutos desaparecieron tras el agujero que daba a la superficie.

Datsue y Banadoru, sin embargo, tardaron bastante más. El profesor adjunto era notablemente más jóven y ágil que su maestro, pero aun así el Uchiha no tenía la fuerza necesaria, ni por asomo, para cargarle por completo y sin ayuda. Así pues, Banadoru tuvo que ir agarrándose como podía a las paredes del angosto túnel mientras Datsue intentaba por todos los medios ascender.

Un rato después, los cuatro estaban fuera.

Desde allí se podía ver la batalla de forma algo más clara; y conforme pasaba el tiempo, el panorama se fue clareando para dejar lugar a los vencedores. No habría sido demasiado difícil predecir el resultado correcto, después de todo la refriega la habían protagonizado obreros y maleantes frente a soldados bien entrenados y equipados. Antes de que los ninjas pudieran siquiera intervenir la sangrienta refriega ya se había decantado del lado de los militares. Los obreros restantes ya habían arrojado las armas y levantado los brazos en señal de rendición, mientras algunos jinetes del Daimyō cabalgaban de acá para allá dando caza a los que intentaban huir a pie.

Alea jacta est —recitó el profesor Rōshi con semblante tembloroso pero pretendidamente solemne—. Vamos allá.

Los dos académicos empezaron a andar con pasos cansados y nerviosos hacia el campamento. Llegados a cierta distancia, Rōshi levantó los brazos y empezó a gritar pidiendo auxilio. El caos de la batalla ya iba diluyéndose en la fría noche invernal, y algunos de los soldados no tardaron en oír la llamada de socorro del profesor.

Dos jinetes se acercaron a lomos de imponentes caballos de crines bien cuidadas. Llevaban armaduras ligeras con los colores de Kaze no Kuni y turbantes de tela blanca sobre la cabeza. En el cinturón, sendos sables envainados. Entre la oscuridad, ninguno de los genin sería capaces de distinguir sus facciones, pero si sentirían la mirada penetrante y agresiva de ambos soldados escudriñándoles desde lo alto de sus bestias.

¿¡Quién va!? —quiso saber uno de ellos—. ¡Las manos donde pueda verlas!
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Sudado, reventado y molido como una mula a la que se hubiese fustigado hasta la extenuación, Datsue terminó de subir por la especie de pozo con el corazón palpitándole en la sien y la respiración agitada. Sin fuerzas, se dejó caer de espaldas en el suelo y tuvo que tomarse unos segundos para recobrar el aliento. «No estoy yo para estos trotes…»

Aiko, por su parte, y ayudada por su habilidad de disolverse en papeles, tuvo una escalada mucho más liviana. Le había comentado, previamente, que conocía las Llanuras de la Tempestad como la palma de su mano, y que no era tan mala ruta de escape como se podía pensar. Teniendo en cuenta lo temeraria —un adjetivo que se le quedaba corto— que era Aiko, y las veces que había muerto, fue una información que tomó con pinzas.

Siguiendo el plan del profesor, los cuatro se dirigieron hacia el campamento. La batalla, tal y como había anticipado Aiko, había caído a favor del Daimyō. Lo cual era una suerte que les favorecía. Muten Roshi levantó las manos y gritó pidiendo auxilio, y no tuvieron que esperar demasiado hasta que dos jinetes se les acercasen. Sus salvadores...

...o sus verdugos.

El Uchiha cambió el peso de una pierna a otra, tratando de contener los nervios. Acto seguido, cumplió la petición de los jinetes al instante, levantando las manos para dejarles ver que no iba armado. También había desactivado el Sharingan, instantes antes de su llegada.

¡Gracias a los Dioses que han venido! —exclamó con todo el júbilo que pudo imprimir a su voz—. Esos cabrones… ¡casi nos matan! ¡Por poco y no la contamos! —escupió con rencor. En aquella ocasión, no tuvo que fingir—. Mi nombre es Datsue, señores —terminó por presentarse, dejando que el resto tomasen la batuta de la palabra.
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Justo y como pensaba, la chica tuvo mas llevadera la ardua tarea de subir al académico, logrando la hazaña en apenas un minuto. Entre tanto, su compañero de andanzas tardó algo mas, por no decir mucho mas. El chico, ayudado mismamente por el doctorado, lograría alcanzar la cima al cabo del rato. Obviamente, tanto la pelirroja como el profesor esperaron a estar todos, no era cosa de dejar a la mitad del equipo desamparados. Tenían una estrategia a seguir, tan solo debían continuarlo todos juntos.

Para cuando se acercaron lo suficiente, uno de los jinetes amenazó con detenerlos, buscando saber de quién se trataba. Los académicos alzaron las manos en son de paz, y la pelirroja imitó a la perfección el gesto, sin necesidad de sharingan ni nada...

Datsue tomó la delantera en el asunto de las explicaciones, señalando que casi les matan, y presentándose a sí mismo ante el hombre. La pelirroja tributó a su compañero de función —pues todo parecía un teatro— y se llevó las manos al pecho, dramatizando el momento. Casi parecían asomarle lágrimas por los ojos, sin duda era una buena cuentista. En otra vida quizás habría sido actriz, quién sabe.

Es-esos tarados nos arrojaron al pozo después de usarnos —continuó con la farsa de Datsue —el encargado de seguridad y todos sus hombres nos han desechado como a simples peones, después de habernos usado. Mi nombre es Aiko, y éstos son Roshi y Banadoru.

La chica tomó aire, como si la presión hubiese podido con ella y ahora se sintiese aliviada.

Al fin a salvo... —afianzó la chica en pos de encubrir un poco mas la alocada estrategia.
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Los jinetes intercambiaron miradas recelosas al ver las figuras de Aiko y Datsue; sin duda eran hombres versados en el campo de batalla que reconocían a dos civiles indefensos cuando los veían... Y aquellos chicos no lo eran.

Sin embargo, el aspecto exahusto y aterrado de Rōshi y Banadoru —unido al semblante característicamente regio del primero— acabaron pesando más en la balanza. A las explicaciones de Datsue y Aiko, el director de la fallida expedición se apresuró a añadir.

Muten Rōshi, profesor de Historia de la Escuela de Taikarune y director de esta expedición antes de que fuese saboteada —se presentó, ajustándose sus gafas cubiertas de polvo y tierra—. Como bien dicen estos muchachos, sufrimos un motín. Mis trabajadores nos drogaron, ataron y obligaron a conducirles hasta aquí...

Uno de los soldados se dio media vuelta y, tirando de las riendas de su caballo, volvió a donde estaban los demás, en el campamento. El jinete restante les indicó con un gesto de su mano que no se movieran, mientras lanzaba imperiosas miradas a su compañero.

Minutos después el jinete volvía con media docena de soldados más. La cuadrilla escoltó a los muchachos y a los profesores hasta el campamento, donde les ofrecieron comida y bebida —la suya propia, claro—. Mientras el resto de los hombres del Daimyō hacinaba a los presos junto a los carromatos y otros tantos peinaban los alrededores en busca de prófugos, Rōshi se deshizo en explicaciones para con el que parecía ser el capitán del regimiento.

Al final los soldados quedaron complacidos con la versión del profesor, que aseguraba que él nada había sabido de aquella localización antes de que sus propios trabajadores —bajo el mando de Hanzō— se amotinaran y tomasen el control de la expedición. Ni siquiera interrogaron a los ninjas, sino que les dijeron que domirían allí esa noche para volver a Inaka al día siguiente.

La comitiva —esta vez, muy distinta que la que llegara al lugar— partió con la primera luz del alba. El trayecto fue considerablemente más rápido que en la ocasión anterior, pues los caballos de los soldados eran veloces y fuertes.

Llegaron a Inaka al anochecer. Los soldados insistieron en llevar a Muten Rōshi y a su profesor adjunto frente al Daimyō, mientras que los ninjas quedaron libres para hacer lo que considerasen oportuno con sus vidas.
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¿Qué secretos milenarios habían dejado enterrados en la tumba? ¿Qué secretos desempolvados por otros se habían perdido? ¿Quién se había llevado el cuerpo del antiguo líder religioso de la cripta? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Y quién había cavado semejante túnel a tal profundidad y con tanta anchura?

Preguntas, preguntas y más preguntas que quedarían sin responder. Pese a que Uchiha Datsue se pasaría el resto de la noche aliviado por seguir vivo, no serían pocas los días —y las noches— en las que daría vueltas y más vueltas sobre la cama teorizando sobre lo sucedido. O debatiendo con su Hermano sobre los símbolos que allí había vislumbrado. Era curioso, aquello le había intrigado tanto que casi le hizo olvidarse de su verdadero objetivo en aquel viaje.

Casi.

De vuelta a Inaka, y de allí a los Bosques, Riscos y Ríos del País del Fuego, Datsue tuvo no pocas ocasiones en las que podría haberle robado el codiciado retrato a Aiko. Del Fuego a Yachi, las ocasiones se multiplicaron. De Yachi al Oeste, todavía más. Sin embargo, siempre había algo que le distraía. Una mirada que invitaba a pecar. Unos labios que exigían besar. Una mano que hacía un gesto para que se metiese de una vez en la cama. Una sonrisa. Una caricia. Un…

Pero no, Uchiha Datsue no se estaba enamorando. ¡Eso era de necios, y él era Datsue el Intrépido! No obstante, cuando no le quedó más remedio que despedirse de ella, le pidió volver a verse a la semana siguiente. Para robarle el retrato, se dijo. Y eso mismo se dijo para quedar a la siguiente. Y a la siguiente.

Y aunque se estaban tomando aquello como una relación liberal, en lo más estricto de la palabra, Datsue se sorprendía a veces pensando en ella. O contando los días que quedaban por volver a verla. O ilusionándose. O imaginando lo que estaría haciendo en aquellos momentos. O…

... o pensando qué coño le había pasado. Porque un día, simplemente, dejó de acudir a la cita.
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Tal y como el profesor había dicho, la trama que contaron a los hombres del Daimyō fue mas que creída, el grupo quedó como víctima de un motín por parte de Hanzo y carente de conocimiento de aquello que realmente venían a hacer al lugar. En cierto modo, se libraron por poco. Todo pareció quedar en tan solo un enorme susto, así como una comitiva guiada hasta la ciudad de Inaka, ciudad que pisaron al anochecer del día siguiente. Una vez en Inaka, los shinobis quedaron totalmente libres, aunque los profesores no corrieron la misma suerte.

Los chicos tomaron pues el camino de vuelta a casa, o algo parecido. Se entretuvieron mas de lo meramente necesario, dando leña a un fuego que no hacía mas que crecer. Aunque no pudiesen considerarse pareja, tampoco podían dejar de considerarse pareja, por paradójico que sonase. Lo que en un principio había empezado como un juego para la inmortal, al final... hasta le estaba dando en qué pensar.

¿Por qué vivir una vida solitaria si podía compartir con otra persona unas cuantas décadas?

Sin embargo, y lejos de ser celosa, en ningún momento llegó a decirle al Uchiha que era única y exclusivamente suyo. No, ella no era de ese tipo de personas. Prefería mantener esa relación —ese pequeño amor— libre, sin ataduras, como realmente debe ser. Si algo te gusta, debes dejarlo ser como es, no puedes acapararlo y encerrarlo... terminas asfixiándolo.

Numerosas fueron las citas tras el viaje, hasta que hubo un punto en el que todas las semanas se veían. Tenían una vida entera dedicada a lo que ellos quisieran, pero un día a la semana era exclusivamente para compartirlo como lo que a veces negaban ser, una pareja. En cierto momento, la chica escribió una carta, que dejó entre las pertenencias del Uchiha, en pos de que algún día lo viese; aunque por otro lado, esperaba que no fuese antes de tiempo.

Sabía muy bien lo impulsiva que era, y no era de extrañar que en algún momento su vida llegase al final. Bueno, quien dice al final dice a ese pequeño final, tras el cuál resucitaba cual mesías...

Pero, justamente ese pequeño final daba un nuevo final, el de su memoria. Morir le importaba un bledo, era inmortal, pero olvidar eso que empezaba a sentir por el chico... eso era bien distinto. Quisiese o no, eso que comenzaba a sentir por él era mas intenso que una vida llena de riquezas, y eso ya era decir. Pero como bien dicen, el dinero no lo puede comprar todo.




« No se me dan bien éstas cosas, y las formalidades no son lo mío, aunque supongo que eso ya lo sabes bien. No será la mejor de las cartas que vayas a leer, ni mucho menos, pero tampoco soy escritora o estoy concursando en alguna mierda de éstas para ganar un trofeo. Datsue, quiero que sepas que has cambiado mi manera de ver la vida. Gracias a ti pienso que hasta es divertida, que es algo que hay que disfrutar. Me haces sentir viva, me haces sonrojar, me haces reír, me haces hasta casi sentir celos de que puedas enamorarte de otra chica. Me haces sentir miedo, miedo a poder perderte. Haces que mi corazón lata tan fuerte que parece que pueda salir de mi pecho disparado. Haces tanto por mi, que casi pareces una bendición para contrarrestar la maldición de mi inmortalidad.

No te escribo ésto porque esté en un día de regla ni ninguna movida así, ni soy una tonta que se ha enamorado. Al menos no quiero pensar que solo sea cosa de eso. Tan solo quiero que sepas qué siento, porque en caso de que no nos volvamos a ver, será porque de nuevo perdí la memoria. No quiero volver a esos días en que no sé casi ni qué debo hacer con mi vida, al menos quiero que tú seas parte de ella y me guíes como lo hiciste ésta vez.

Te quiero, Datsue.

PD: Como me eches en cara ésta carta antes de perder la memoria, te patearé el culo. »
[Imagen: 2UsPzKd.gif]
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