Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Tras el desayuno, el resto del día fue transcurriendo con relativa lentitud. Primero, se entretuvo observando las labores de los obreros, inspeccionando la cada vez más grande excavación que estaban realizando. Luego, trató de entretenerse con la propia Aiko. Optó por no sacar el tema de Blame y su padre, y hacer como si anoche no hubiese pasado nada. Rompió el hielo contando algún chiste de kusareños —aquellos nunca le fallaban—, y alguna mofa en voz baja sobre Jonaro. Más tarde, como la kunoichi le había contado parte de su vida, el Uchiha la correspondió, aunque sin entrar en demasiados detalles. Primero, porque su pasado no estaba plagado de epopeyas y aventuras como las de ella; y segundo, porque pese a que era muy dicharachero con cualquier tema, aquél era una excepción.
Le contó que era natal de la Ribera del Norte. Que había una tienda en Yamiria, llamada La armería del Intrépido, que si decía que iba de su parte le harían un descuento del veinticinco por ciento en cualquier arma. Se le olvidó decir, eso sí, que él se quedaba con el otro veinticinco por ciento como comisión. También le narró las aventuras que había pasado junto a Kaido y Akame en Isla Monotonía, donde una panda de fanáticos religiosos casi habían acabado con sus vidas. Casi, porque la intrepidez de Datsue les había salvado. O eso, al menos, le hizo creer.
Con la llegada de la tarde, y tras comer, el Uchiha le anunció que se iba a echar una siesta. Antaño, las tomaba por placer. Ahora, por estricta necesidad, pues ni el hombre más masoquista del mundo disfrutaría con las pesadillas que el Shukaku componía para él. Unas pesadillas que, lejos de acostumbrarse, cada vez le quebraban más y más...
• • •
Correteó entre las tiendas, asustado, tras oír el rugido de Banadoru. Su corazón latía acelerado, y su cabeza, todavía algo desorientada por despertar de forma tan repentina, trazaba posibles vías de escape por si las cosas se habían puesto feas. «Lo mejor sería volver por dónde he venido… O me perderé».
Por suerte, resultó que nada malo ocurría, sino todo lo contrario. Los gritos eran de júbilo y regocijo. Habían encontrado la entrada a la tumba. Incluso el propio Jonaro —cosa que a Datsue le extrañó enormemente—, propuso festejarlo abriendo unas botellas de licor. Tanta alegría y efusividad lograron incluso contagiar al propio Uchiha, que esbozaba ahora una sonrisa inconsciente.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!
—¡Por nosotros, y por los cojones que les hemos echado para venir hasta aquí! —se unió Datsue, alzando su copa. Luego se acordó de Aiko—. Bueno… y por los ovarios también.
Estaba a punto de llevarse el vaso a la boca cuando de pronto se acordó de algo. La última vez que habían estado al borde de un gran descubrimiento —las supuestas ruinas de la biblioteca—, alguien había resultado envenenado.
Dudó. Era extraño ver a un Jonaro tan afable y contento, aunque si se paraba a pensar, había sido Banadoru, y no él, quién le había invitado a unirse. Seguramente solo eran paranoias suyas, pero por si acaso… se llevó el vaso a los labios y se los humedeció con el licor, haciendo como que bebía, pero sin tragar nada. Iba a tomarse esa copa, los Dioses lo sabían muy bien, pero esperaría un ratillo… hasta comprobar que nadie caía dormido al suelo de forma abrupta.
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Acabado el desayuno, cada cual se dedicó a lo suyo. Algunos optaron por trazar ideas de cómo tratar las ruinas que tenían a su vera, otros tuvieron el deber y la obligación de tomar picos y palas, y otros no tenían nada mas que hacer salvo aprovechar el tiempo en cualquier otra quehacer. La chica pertenecía a éste último grupo, un grupo realmente selecto y al cuál tan solo ella y Datsue pertenecían.
El chico se perdió en un principio, dando tumbos de un lado a otro, observando con interés la labor del segundo grupo. Los obreros apenas parecían hacerle caso, tan solo querían acabar lo antes posible. Entre tanto, el de cabellera azabache no cesaba su interés. La chica apenas se movió del lugar, contemplando desde bajo la lona la labor de los subordinados, así como echando un ojo de vez en cuando a la plana de la expedición.
En cierto momento, la pelirroja puso fin a su escasa vigilancia. No había nada que hacer hasta que diesen con una apertura hacia la base de esa ruina, y por ende decidió alejarse un poco de todo y descansar un poco. Fugaz fue la idea, puesto que apenas se escaqueó un poco, el Uchiha acudió hacia su posición. Éste contó algún que otro chiste sobre los kusareños, los cuales eran de lo mejorcito... hasta ella puso unos cuantos de su remesa, pues todo el mundo en Onindo conocía algún buen chiste de Kusareños. Al rato, y no por ello menos importante, el chico comenzó a dar baza sobre su historia. No entró en demasiado detalle, pero si que le contó alguna que otra andanza, como una en la que casi perecen afrontando a una banda de fanáticos religiosos. Incluso llegó a informar a la chica de que en cierto lugar había una tienda en la que podía disfrutar de un buen descuento si iba de su parte. El chico no parecía malo, casi parecía un santo... y eso a veces asusta.
Al final, terminó por despedirse, y se fue a dormir un rato. Aiko no optó por la misma opción, buscó la parte que quedaba a la sombra de la formación de arena y rocas, y se recostó sobre la superficie, descansando pero manteniéndose totalmente consciente de lo que sucedía alrededor.
Entre tanto, los constantes sonidos de las palas y los picos hacían que disfrutar de ese caluroso día fuese imposible. Casi podía llegar a dar dolor de cabeza, suerte que la chica estaba acostumbrada al sonido de las gotas golpear contra su ventana... eso si que daba dolor de cabeza en los inicios.
...
Con el estruendo de un grito de jubilo, la chica se levantó bruscamente, exaltada. Buscó con la mirada la procedencia del grito, sabiendo de quién era. Poco tiempo faltó para que el profesor Roshi buscase la atención de sendos shinobis, alertando de que contemplasen la la historia. Todos estaban eufóricos, casi no cabían en sí mismos. Risas, aplausos, gritos... celebraban ya el hallazgo, y eso que aún no habían sacado una mierda de allí.
«Celebráis demasiado pronto la victoria...»
Sin embargo, la chica no expuso lo que pensaba. Se lo guardó en una cajita, la cuál encerró en lo mas profundo de su ser, y tiró la llave a un abismo sin fondo.
Bueno, en realidad tan solo quedó con cara de indiferencia, tan solo eso.
Jonaro, al cuál no era frecuente ver con una sonrisa, inquirió que le siguieran con tal de brindar. Fue Banadoru quien invitó tras ello a los ninjas, quizás por mero formalismo. Fuese como fuese, allí se encontraron los cinco. Los creadores de historia, los que desafiaban al mismísimo señor feudal de país, los que no temían a lo desconocido. Tomaron todos y cada uno una copa, que se sirvió con un licor visiblemente exquisito.
Roshi brindó, y Datsue le siguió con un grito singular, que poco después corrigió para hacerlo aún mas singular y sin precedentes. La chica no supo si alzar la copa o estrellarla contra el rostro de Datsue. Por suerte o por desgracia, cayó en cuenta de que éste no tenía su regeneración y sería una pena estropear ese rostro...
Se contuvo, aunque quería hacerlo.
Su rostro reflejó la poca serenidad que recorría su ser en esos instantes, momento en que optó por mostrar una cordial y extraña sonrisa. Alzó la copa, y brindó. Sin pensarlo dos veces, le pegó un trago al licor, y tras ello pensó en la opción de que éste vaso tuviese veneno. Pero no duró ni un segundo la inquietud, era inmortal... ¿a qué veneno debía temer?
Clavó el vaso en la mesa, no demasiado fuerte. —Estoy deseando ver el interior de esa tumba.
Hincó sus orbes en la recién descubierta entrada, ansiosa por que los obreros terminasen de acondicionarla para su paso.
Luego de que los ninjas acompañaran el brindis con manifiesto entusiasmo, el resto del día pasó con relativa tranquilidad; casi aburrimiento. Datsue y Aiko debían turnarse para patrullar los lindes del campamento junto a algunos de los hombres de Jonaro, por si vieran aparecer por el horizonte a las fuerzas del Daimyō de Kaze no Kuni. Probablemente a esas alturas Abudora Benimaru —el delegado drogado y abandonado en una tienda de campaña— todavía no habría llegado al asentamiento más cercano para informar de lo sucedido, pero aun así el director Rōshi era un hombre precavido que prefería sacudirse los "quizás".
La noche ya estaba bien entrada cuando los obreros de Hanzō despejaron completamente la entrada a las antiguas ruinas. La plana mayor de la expedición —Rōshi, su ayundate Banadoru, Jonaro y los dos genin— estaba terminando de degustar una buena cena bajo el abrigo de la carpa mayor cuando vieron aparecer la figura de Hanzō. Las llamas que ardían en las cuatro lámparas sujetas en largas estacas de madera clavadas en la arena lanzaban tenebrosas sombras en su rostro surcado por aquella horrible cicatriz, y brillos plateados en su chaqueta.
—El camino está despejado, caballeros —dijo, con un tono de voz ladino y astuto que recordaba al siseo de una serpiente.
—Excelente, excelente —dijo Rōshi, que desde que habían descubierto la entrada a las ruinas estaba mucho más jovial y hablador—. [color=skyblue]Entonces no debemos perder más tiempo, todos a prepararse para el descenso. Nos vemos en las escaleras de la entrada en cinco minutos.
Banadoru asintió con gesto nervioso, mesándose su pañuelo dorado. Jonaro terminó de un tirón su copa de vino y se puso de pie, irguiéndose en toda su estatura. Tomó su espada de roja vaina y empuñadura y se la asió al cinturón de cuero que sujetaba también sus calzones. Luego se dio media vuelta y desapareció junto con Hanzō.
Los muchachos tendrían poco tiempo para asegurarse de que llevaban encima todo su equipo, coger algo que creyesen necesario o dejar ordenadas sus pertenencias —situadas en sus respectivas tiendas de campaña—, antes de verse con el resto de la expedición en la entrada de aquella antiquísima tumba.
Más tarde, Datsue se arrepentiría de no haber tomado aquella copa. Ni Aiko —que se la había zampado de un trago— ni el resto de la expedición sufrieron ningún sueño repentino. Ni aquejaban dolor alguno. O señal, por mínima que fuese, de que aquel líquido hubiese sido envenenado.
Pero lo hecho, hecho estaba, y Datsue prefería ahora tiritar de frío —el alcohol, seguramente, le hubiese ayudado a no sentirlo—, a comerse la cabeza de que en cualquier momento iba a desmayarse.
Su ronda de patrulla, no obstante, no duró tanto como se temía. Pronto fueron llamados para entrar, finalmente, a la tumba, y el Uchiha fue directo. Nada necesitaba de la tienda de campaña, pues llevaba la mayoría de cosas selladas en el cuerpo, y había pillado el portaobjetos en su primera patrulla. Estaba, pues, preparado.
«¿Lo estoy?», se preguntó mientras tragaba saliva. Ojalá tuviese él también un retrato con poderes curativos como el de Aiko. Eso sí era estar preparado.
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Tras el brindis por tan tremendo hallazgo, la plana mayor de la expedición dio por concluida la celebración. Ahora, tan solo quedaba velar por la apertura total de la entrada, así como dar vigilancia a la periferia de la zona. Lejos de fiarse de su propia sombra, el maestro Muten Roshi era bien cauteloso. No era casi posible que el emisario del señor feudal hubiese llegado ya hasta el pueblo mas cercano y solicitado refuerzos, pero dicen que es mejor prevenir que lamentar.
Bajo orden del mismo, los chicos no tenían mas función que vigilar la zona mientras los obreros levantaban los escombros, liberando poco a poco la entrada a las catacumbas. Datsue fue el primero, al poco tiempo la pelirroja lo relevó en la función. Pero casi antes de que se diesen cuenta, un bramido alarmó de nuevo a todos los allí presentes.
El tiempo apremiaba. Era oro, y nunca mejor dicho.
En breve, todos se reunieron a la entrada de la ruina, que se hallaba totalmente libre de obstrucciones, limpia como una patena. Al menos en su mayor parte, obviamente las cosas son como son... y una ruina, por mas que la limpies, seguirá siendo una ruina. Todos, predispuestos a adentrarse, pasaban a la auténtica aventura.
—Bueno, llegó la hora de la verdad. Allá vamos.
Echó un ojo a su alrededor, y terminó clavando su mirada en el Uchiha.
Al llegar a la entrada de la tumba —unas escaleras excavadas en la tierra que se adentraban en las profundidades del subsuelo— los genin pudieron ver que los obreros de Hanzō habían hecho un gran trabajo despejando el camino. Varias montañas de escombros, tierra y arena yacían a los lados de la entrada, junto con una enorme losa de piedra que parecía pesar un quintal. Los peones habían tenido que usar varias palancas de hierro y unos cuantos rodillos de madera para levantarla y desplazarla.
Allí estaban el profesor Muten Rōshi, su ayudante Banadoru, Haijinzu Jonaro y Hanzō junto con una docena de sus hombres, la mayoría de ellos con linternas de aceite en las manos. Allí, bajo la inclemente noche del desierto, era la única fuente de luz que iban a poder llevar consigo.
—¿Estamos todos? —preguntó Rōshi, a lo que su ayudante hizo un recuento rápido con la mirada y luego asintió—. Pues vamos.
La expedición se internó en las entrañas de aquella tumba ancestral en fila de a dos —pues el pasillo no daba para más—, bajando por los tortuosos escalones excavados en la tierra. Lideraban el paso el director de la comitiva y Banadoru, luego los dos genin y finalmente Jonaro, Hanzō y los obreros.
Bajaron durante un par de minutos por un pasillo con la única luz de las lámparas como guía. De tanto en tanto los académicos se detenían a observar y admirar los grabados de las paredes. Si Datsue y Aiko se paraban a observar, podrían llegar a la sencilla conclusión de que aquellas imágenes pintadas en la piedra de las paredes representaban la vida de un personaje célebre de la época —probablemente, el difunto allí enterrado—. En ellas se le veía hablando ante una congregación de personas, oficiando una suerte de ritual religioso y asistiendo a unas mujeres en el parto.
Datsue podría reconocer, además, un anagrama familiar dentro de la simbología que se representaba en las imágenes. Una serpiente devorándose a sí misma, formando un círculo perfecto.
—¡Alto!
La voz de Muten Rōshi reverberó en el túnel, y tanto su ayudante como Jonaro y el resto de obreros se detuvieron al instante. El profesor se había topado con un amplio pozo que cortaba el pasillo, de varios metros de anchura y amplitud. El académico pidió una de las linternas y tras recibirla, la acercó a la sima.
—Maldita sea, debe tener como poco veinte o veinticinco metros de profundidad —declaró luego de comprobar que ni aun acercando la luz podía verse el fondo.
—Hará falta construir algo para pasarlo —dijo Jonaro desde su posición, con voz grave—. ¿Cuánto tiempo tardarían tus hombres en asegurarnos el paso, Hanzō-san?
El aludido meneó la cabeza y frunció los labios.
—¿Media hora? Mis muchachos son fuertes y hábiles. Hará falta mucho más que un agujero para darles un dolor de cabeza —añadió el de la cicatriz en el ojo, con una sonrisa zorruna.
—¡No se hable más, pues! —remató Rōshi—. Cada segundo cuenta. Será mejor que los demás volvamos a la superficie para dejar vía libre a estos señores.
Y así, los profesores y el jefe de seguridad emprendieron el recorrido pasillo atrás y escaleras arriba para permitir el trabajo a los obreros de Hanzō. Los genin podrían acompañarles hasta la superficie o quedarse a mirar —lo que dificultaría la labor de los peones—, o incluso ayudar a los trabajadores.
—¿Listo? —preguntó Aiko, a las puertas de la ventana que les transportaría a otro tiempo, cultura y época.
Datsue esbozó una media sonrisa. ¿Qué si estaba listo? Uno nunca lo estaba lo suficiente. No importaba lo mucho que te preparases, lo mucho que planificases todo, siempre sucedía algo inesperado que podía ponerte contra las cuerdas. No, por supuesto que no estaba…
—Siempre lo estoy —contestó en su lugar, Datsue el Intrépido. Le guiñó un ojo y se adentró junto a ella a la tumba.
Por minutos, lo único que recorrieron fue un largo pasillo, pobremente iluminado por las lámparas de aceite que los hombres transportaban. Sin embargo, logró discernir varias figuras curiosas en las paredes. Dibujos de tiempos remotos. Y, entre ellos…
—Un momento —murmuró, señalando una serpiente que se devoraba a sí misma—. Yo conozco…
—¡Alto! —El vozarrón de Muten Rōshi le puso en estado de alerta. Dio un respingo involuntario y formó las manos en un sello de Carnero. Por suerte, no se trataba de ningún peligro inminente, sino tan solo de un pequeño obstáculo en el camino.
Suspiró, bajando de nuevo los brazos.
Tras discutir cómo afrontar aquel contratiempo, se decidió que los obreros harían una especie de puente para pasar, y tanto los profesores como el jefe de seguridad volvieron a la superficie.
—¿Vamos con ellos? —preguntó Datsue a Aiko, al no tener muchas ganas de quedarse a ayudar y, además, quería comentar el tema de los uróboros con los profesores.
»Esto me empieza a dar mala espina, tía —comentaría en voz baja a la kunoichi—. Reconozco un símbolo que hay en la pared… y no está relacionado con nada bueno.
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29/01/2018, 22:32 (Última modificación: 29/01/2018, 22:32 por Aiko.)
Datsue afirmó. Estaba preparado, y se le veía confiado. Le guiñó un ojo, y sin demora, ambos se afrontaron al pasado, junto a una muchedumbre de excavadores y un par de doctorados. Comenzaron a bajar, con paso firme aunque quizás un poco lento. Obviamente sobre seguro. A cada paso que daban, la oscuridad se hacía mas intensa, casi asfixiante. Lo único que podía verse por el pasillo era la poca cobertura que daban las tristes lamparas de aceites, transportadas por los obreros. Bajaron, poco a poco, mientras que iban dejando atrás —concretamente en los muros— retazos de historia. Los gravados que tenían a ambos lados eran tremendamente antiguos, y curiosos. Había un hombre que parecía el epicentro de todo, pues en numerosos relatos breves se repetía su silueta. Partos, festejos, batallas... habían todo tipo de relatos, aunque algo difíciles de entender mas que por su contexto gráfico.
«Vaya... éste tipo debe de tener una auténtica fortuna allá abajo...»
El Uchiha murmuró que conocía algo de lo que veía. Entre tanto, la vanguardia extrema topó con un obstáculo, y alertó del hecho. Se trataba de un agujero enorme, un pozo cuyo final ni se distinguía. La plana mayor de la excavación decidió que construirían algo para poder sobrepasar el obstáculo, y finalmente se fue hacia el exterior. El proceso tardaría casi hora y media, y allí solo estorbarían.
—Vaya faena... —murmuró la chica, que perfectamente podía continuar el camino.
La pelirroja miró al chico, y éste preguntó si quería salir también. Ésta se encogió de brazos, realmente le importaba un pimiento. Hiciese lo que hiciese, hasta que no terminaran de construir lo que fuese a hacer, no podrían continuar. Lejos de dejarlo así, el Uchiha mencionó haber reconocido un símbolo, y afirmó que le daba mala espina. Al parecer, ese símbolo no estaba nunca relacionado con algo bueno.
Ladeó un poco la cabeza, extrañada, y no pudo hacer nada por que se ceja se elevase hasta la altura del Everest. Se llevó la mano a la cabeza, y sacudió la cabellera levemente. —¿Y qué te da tan mala espina? —preguntó curiosa, cual gato.
Comenzó a andar hacia el exterior —aquí solo se ven dibujos sobre éste tipo. Parece que fue célebre, pero poco mas se puede ver por los dibujos...
Los shinobi ascendieron hacia la superficie, cruzándose durante el largo tramo de escaleras con varios obreros que cargaban tablones de madera, cajas de clavos y otras herramientas. Abajo, junto a la oscura sima que les cortaba el paso, se podían oír los bramidos de Hanzō dando órdenes a sus trabajadores.
Cuando salieron fuera el aire frío de la noche desértica les revolvió las ropas y el pelo. Se cruzaron con el corpulento Jonaro nada más salir, que les dedicó —por sorprendente que pudiera parecer— una sonrisa cargada de intención. Sus ojos, pequeños en su enorme cara, brillaban con la anticipación de un niño en la noche de Fin de Año.
Algunos pasos más alejados de las ruinas, los dos profesores hablaban animadamente mientras Muten Rōshi fumaba de su pipa.
Los trabajadores tardarían un rato en montar un camino seguro sobre la sima, de modo que los genin tenían tiempo para hablar de algo —si es que querían—. De lo contrario, siempre podían sentarse a esperar y admirar las estrellas en el manto azul oscuro que cubría el cielo sobre sus cabezas; era una forma de hacer que el tiempo pasara mucho más rápido.
—¿Ves esa serpiente comiéndose a sí misma? —dijo, respondiendo a Aiko—. En una de mis misiones un viejo loco estaba obsesionado con esa figura. Y no un viejo loco cualquiera. Tenía tanto poder que su chakra se le formaba a su alrededor e incluso atacaba con él en forma de latigazos. Si me hubiese dado con uno de ellos —en realidad, sí que había logrado alcanzarle una vez—, yo ya no estaría aquí —le confesó, sombrío.
Al salir, Jonaro les dedicó una sonrisa de lo más inquietante. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del Uchiha. ¿A qué venía, de pronto, tanta alegría y amabilidad por su parte? Fuese lo que fuese, no era nada bueno. O, quizá, simplemente estaba feliz por ver como la aventura en la que se había embarcado estaba a punto de llegar a su cénit y posterior finalización. Apostaba a que le darían una buena fortuna —mucho más que a ellos— por su trabajo.
De pronto, tuvo una idea. Se acercó a pasos rápidos a los profesores, sin importarle interrumpirles la conversación.
—Banadoru. Muten Rōshi. ¿Sabían que…? —Datsue clavo sus pupilas en los rostros de cada uno de ellos. Quería fijarse en su reacción. En si sabían a lo que se estaba refiriendo o, simplemente, no tenían ni idea—. ¿Qué el tiempo es un círculo plano?
«Venga, hijos de puta. Que me entere yo si vais a ciegas o toda esta movida está relacionada con la misión que tuve junto a Eri y Akame».
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30/01/2018, 21:58 (Última modificación: 30/01/2018, 21:58 por Aiko.)
Conforme subían los peldaños, Datsue señaló una de las figuras. Se trataba de una serpiente, que curiosamente —a modo de pescadilla— mordía su propia cola. Entonces, comentó que en una ocasión se encontró con un tipo realmente peligroso, capaz de manipular su chakra en estado puro y darle forma. Un viejo loco, que catalogó como un loco de cuidado. Según afirmaba, sus ataques eran tan poderosos que de haberle acertado ya no se encontraría allí.
—¿Tan fuerte era el viejo...? —pensó en voz alta.
Atravesaron finalmente el umbral que daba paso hacia el exterior, volviendo a recibir el indomable frío en sus pieles. Poco mas caminaron hasta toparse con el jefe de seguridad, al cuál sobrepasaron como quien no quería la cosa. Éste les correspondió con una sonrisa bien amplia, una sonrisa que realmente estaba algo fuera de lugar.
El hombre estaría contento, pero no se le veía del tipo de hombres que lo hacen público. La chica dudó por un instante, por su cabeza pasaron mil y una ideas, y ninguna era buena. La tranquilidad que podía respirarse era bochornosa, demasiada tranquilidad y ningún impedimento...
«Bueno... no se puede ser tan negativa, quizás es lo que corresponde...»
De pronto Datsue se adelantó, buscando intercambiar palabras con los académicos. Su respuesta a la chica había sido tan efímera como un gato en pleno barrio Chino. No había dicho mas que sobre un viejo loco que era fuerte, lo cuál carecía de demasiado sentido... ¿dónde estaba el peligro actual?
Aunque, incluso si de verdad había cierto peligro, quizás era cosa de la chica... que le resultaba difícil percibirlo.
Los profesores compusieron una mueca que era la perfecta representación del interrogante "¿eh?" cuando Datsue les soltó aquella frase aparentemente tan simple y profunda a la vez. Muten Rōshi dio una fumada a su pipa con gesto cansado, visiblemente molesto por haber sido interrumpido en su conversación con su ayudante para recibir tan sólo una frase inconexa. Banadoru, por su parte, se acomodó el pañuelo dorado y respondió mientras su jefe callaba.
—Eh, uh, bueno Datsue-kun... Me temo que no entiendo muy bien a qué te refieres.
Por los gestos de ambos, parecía que aquellos hombres no tenían ni la más remota idea de a qué se estaba refiriendo el Uchiha; o, por el contrario, que lo disimulaban excelentemente bien.
Datsue emitió un suspiro, mitad decepcionado, mitad aliviado. Decepcionado, porque aquel símbolo había despertado un gran interés en él y —especialmente— en su Hermano, y se moría de ganas por averiguar más cosas de él. Aliviado, porque preveía que aquella serpiente devorándose a sí misma tan solo escondía secretos peligrosos. Secretos que a uno le podía costar la vida al descubrirlos. Quizá, el dibujo que había encontrado en la tumba tan solo se trataba de eso: de un dibujo.
—Hace unos meses —explicó a Banadoru—, realicé una misión en la que me topé con un anciano perteneciente a un extraño grupo de fanáticos religiosos. Experimentaban con niños, creo, y el anciano en cuestión había adquirido poderes… de otro mundo. —Todavía recordaba el somier asesino, y la vez en que había saltado fuera de la habitación y mágicamente había aparecido de nuevo dentro, como si jamás hubiese saltado—. En serio, jamás vi cosa igual. Y el anciano en cuestión estaba obsesionado con cierto símbolo: una serpiente que se devoraba a sí misma. —De hecho, lo utilizaba para sus sellos malditos. O al menos, para el que había usado contra un viejo del pueblo, fallecido tras el interrogatorio que le habían hecho—. Y en los pasillos de ahí abajo hay dibujado un símbolo idéntico. Jodidamente idéntico —remarcó.
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La pelirroja quedó en segundo lugar, la conversación iba ahora para con los académicos. Igual éstos que la chica, no entendían ni jota de a qué se refería el chico con lo del viejo. Tan solo mentó que experimentaba con niños, y que realmente era peligroso. Total, todo viejo termina siendo peligroso en algún punto de su vida... ya sea para sí mismo, o para el resto.
Aiko quedó en silencio, no tenía nada que añadir.
Por un momento incluso pensó en volver hacia detrás. Si ayudaba a esos trabajadores con la construcción del puente improvisado, tardarían menos en continuar la marcha. Pero al echar la vista hacia detrás, hasta se arrepintió. No porque viese el forzado trabajo de los trabajadores —que también— si no porque llevar trastos de un lado a otro, e incluso ponerse a martillearlos para fijarlos al suelo... si, se veía cansado y duro. Debía estar en pleno rendimiento para sus verdaderas funciones, no para esas tonterías.
Dejó escapar un suspiro, y terminó por repeinarse su alborotada cabellera. Un gesto inútil, pues sus pelos apenas adoptaron un peinado medio decente. Casi terminaron peor.
Si los profesores habían puesto cara de no entender ni papa cuando Datsue les había abordado con aquella misteriosa frase, la expresión se fue acentuando todavía más a medida que el joven genin hablaba sobre lo que había descubierto durante su misión en Ichiban, lejos de allí. Muten Roshi fumó una honda pipada y dejó escapar el humo lentamente, mientras Banadoru se acomodaba otra vez el pañuelo que llevaba al cuello.
—Vaya, Datsue-kun, eso es... Bueno, no digo que no sea verdad, ¿eh? Pero... Es difícil de creer, eso sí me lo concederás —insinuó el profesor adjunto.
—Rituales y experimentos con niños, poderes de otro mundo... —bufó el director—. Has estado leyendo demasiados libros de aventuras, muchacho. Nosotros somos hombres de ciencia, no nos preocupan meros desvaríos imposibles de probar.
Cuando el muchacho hizo alusión al símbolo que había en las paredes de la tumba, Banadoru replicó.
—Es una representación muy popular en las culturas antiguas de todo Oonindo, Datsue-kun. La serpiente devorándose a sí misma representa el concepto de vida después de la muerte —aclaró el adjunto, cogiendo carrerilla—. Su influencia está presente en diversas formas y conceptos... Reencarnación, espíritus...
Mientras, Aiko pudo observar que cada vez un número mayor de obreros entraba al túnel. Fuera lo que fuese que estaban haciendo ahí abajo, parecía que estaba requiriéndoles más tiempo y mano de obra de lo normal.