Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Terminada la guardia en las puertas del edificio, horas más tarde de despedirse de Eri, Nabi y Reiji, Uchiha Datsue supo que había llegado el momento. Habían dado el aviso de que los de Amegakure y Kusagakure ya habían partido, y su trabajo, por tanto, había finalizado.
Era hora de informar a Hanabi.
—¿Vamos? —preguntó a su Hermano, mientras se restregaba los ojos. Había sido un día duro y agotador, y su cuerpo le pedía a gritos tirarse en la cama y no levantarse hasta dentro de una semana. Pero tenía que aguantar. Solo un poco más.
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Akame apuró el quinto pitillo del día y lo apagó con el tacón de su bota ninja. Luego lo arrojó al suelo sin mayores consideraciones; tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparse por el medio ambiente. Se ajustó la bandana de Uzu en su frente y comprobó que la placa dorada de jōnin seguía bien colocada en su hombro izquierdo.
—Vamos —respondió el jōnin.
«Menuda locura de día.»
El Uchiha se dio media vuelta e ingresó en el Edificio del Uzukage junto a Datsue. Una vez allí saludaría a quien quisiera que estaba en recepción en ese momento, si es que había alguien, y luego buscaría enfilar directamente el camino hacia el despacho de Hanabi. Bien lo conocía.
Mientras caminaba, multitud de pensamientos se agolpaban en su cabeza, pero el más acuciante de ellos era sin duda una voz que chillaba, histérica... «¿Y si me ocurre a mí?»
La cuestión no era si había alguien en la recepción del edificio, la verdadera pregunta era ¿faltaba alguien? Y la respuesta era, no.
En el primer piso, en recepción, estaban Uzumaki Kiyomi y Hyuga Kyoko. La pelirroja estaba sentada en la mesa de recepción con una montaña de papeles, iba cogiendolos de uno en uno, les pegaba un vistazo y se lo pasaba a Kyoko, quien después lo ponía en el montón que le correspondía. Los montones de papeles estaban en el suelo y llegaban hasta la cintura de la muchacha.
No prestaron mucha atención a los muchachos mientras subían las escaleras. Al llegar verían que en la sala de reuniones estaban los dos encargados que faltaban, Uzumaki Goro y Akimichi Yashiro. Goro señalaba varias partes de un documento a un par de jounins que escuchaban atentamente mientras Yashiro le iba pasando las hojas que necesitase enseñarle a sus superiores.
En el segundo piso no había nadie. Pero se oía a Hanabi discutir tranquilamente con alguien. Una vez empezasen a subir las escaleras al tercer piso podrían distinguir y entender las voces.
— No es que me oponga, Hanabi-sensei, es que... No sé, ¿no es demasiado pronto después de lo ocurrido? Ya sabe...
— Te entiendo, Katsudon. De veras que sí, pero hoy he confiado mucho en las otras villas y me he arrepentido. Así que voy a centrar toda mi confianza en nuestra villa y sus shinobis, incluido...
El crujir de uno de los escalones les delató de la manera más vergonzosa. Obviamente, ambos shinobis dejaron su conversación y esperaron a que, quien fuese que subía, hiciese acto de presencia.
Era extraño ver a todos los encargados juntos en el edificio del Uzukage, mas no sorprendente. Después de todo, habían estado al borde de la guerra. Si había un día en el que se necesitaba trabajar a destajo, era ese. Sin querer interrumpir su tarea, Datsue subió por las escaleras con un simple movimiento de cabeza a modo de saludo, y repitió el proceso cuando se encontró a los otros dos.
Mientras los Hermanos del Desierto subían al tercer piso, pudieron oír unas voces. Datsue detuvo a su Hermano con una mano y agudizó el oído, captando una conversación de lo más… intrigante. «¿Pronto? ¿Pronto para qué? ¿Y esa voz no es…?»
Katsudon. El hijo de Yakisoba. El propio Hanabi se lo confirmó al responder, dejando todavía más incógnitas en el aire. Porque, justo cuando iba a esclarecer de qué narices estaban hablando…
Crack. La madera del suelo crujiendo bajo sus pies.
El Uchiha lanzó una mirada iracunda a su Hermano. No importaba quién había sido, desde aquel día hasta el fin de sus vidas, él siempre le echaría la culpa de aquello a Akame. Datsue apretó los dientes y se obligó a subir el resto de escalones que le faltaban.
Relajó el rostro.
—Hanabi-sama —realizó la reverencia de rigor—. Katsudon-dono. —Una nueva reverencia—. Perdón por la interrupción. Veníamos a informar de algo importante. ¿Volvemos más tarde?
Miró a uno y a otro, curioso. ¿De qué cojones estarían hablando?
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Akame subió las escaleras hasta el tercer piso, donde se encontraba la oficina del Uzukage, sin prestar atención al bullicio de funcionarios y demás trabajadores que atestaban el lugar aquella tarde. Supuso que estarían preparándose —como ellos mismos debían hacerlo— para los Nuevos Tiempos; tiempos en los que la Paz de Shiona no era más que un recuerdo destinado a los libros de Historia.
Sin embargo, cuando fueron aproximándose a las grandes puertas de doble hoja con el símbolo de Uzu grabado en ellas, Akame pudo escuchar retazos de una conversación. Reconoció las voces al instante, pues se trataba de Sarutobi Hanabi y Akimichi Katsudon, su segundo al mando. Entonces, el crujir de los escalones les delató.
Datsue entró con una florida reverencia y Akame le imitó, aunque la suya era tosca como una barra de hierro.
—Hanabi-sama, Katsudon-dono —saludó. Su Hermano ya había hecho la presentación de rigor, de modo que el jōnin se quedó simplemente allí parado, junto a Datsue.
«¿Demasiado pronto?»
Tuvo la intuición de que aquella conversación no les tocaba tan de lejos como pudiera pensarse...
Katsudon miró a los Hermanos del Desierto y después miró a Hanabi, que no tardó en darle lo que esperaba, la orden de dejarlos solos.
— Ve a la sala de reuniones, Katsudon, en breves estoy con vosotros.
— Entendido, Hanabi-sensei.
Katsudon pasó por al lado de los muchachos susurrandoles un "suerte" antes de desaparecer por las escaleras, que ni siquiera crujieron ante el peso del Akimichi. Después solo quedaron Hanabi y ellos.
— Necesito hablar con vosotros de uno en uno, chicos. Datsue, siéntate. Akame, cierra las puertas y espera fuera, por favor. No te preocupes, no tardaremos.
Hanabi estaba serio. Sin embargo, era un serio mucho más distendido y menos severo que antes. Al sentarse y ver la cantidad de papeles que había sobre su escritorio, suspiró pesadamente. Casi ni se veía la superficie del escritorio entre tanto pergamino, hoja y nota que tenía.
Una vez Akame hubiese cerrado las puertas, plantaría los codos sobre el escritorio indiferente a los papeles que pudiese estar aplastando.
— Supongo que recordarás nuestra última conversación acerca de tu... situación. ¿Tienes algo que decir antes de que la reconsidere?
Observó a Datsue de arriba a abajo. No estaba tan lejos de aquella imagen de jinchuriki vendado hasta las cejas, solo le faltaban las vendas, porque el aspecto de estar hecho polvo ya lo tenía. Y a diferencia de la última vez, echaba un prominente olor a sudor de haber estado todo el día haciendo esfuerzos físicos, además de la peste a tabaco.
Solo postea Datsue, Akame oirá todo lo que este en mayúscula o entre exclamaciones desde fuera de las puertas.
«¿Suerte?» Datsue alzó una ceja, preocupado, cuando Katsudon se la deseó en un susurro apenas audible al pasar a su lado. Empezaba a preocuparse de verdad. ¿Acaso iba a responsabilizarle por lo de Ayame? «Me lo merezco», dijo una parte de él. Hanabi le había avisado de no hacer el garrulo y él había sobrepasado cualquier frontera. «No tenía forma de saberlo», se dijo la otra parte.
Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, todavía mas inquieto cuando su Hermano tuvo que esperar afuera. Con él, se sentía invencible, como si pudiesen afrontar cualquier peligro que les acechase. Solo…
Solo se sentía tan vulnerable como una hoja de otoño en un incendio forestal.
Se sentó, cruzando las manos sobre el regazo y con un pie que no paraba de moverse de arriba abajo. Tenía los labios secos. Tragó saliva. La pregunta del Uzukage le mantuvo unos segundos pensativo.
—Solo que hoy he aprendido de mis errores, Uzukage-sama. De todos y cada uno de ellos. —¿Sería verdad? El Uchiha creía que sí. Lo esperaba.
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—Solo que hoy he aprendido de mis errores, Uzukage-sama. De todos y cada uno de ellos. —
Hanabi esbozó una leve sonrisa ante el comentario de su shinobi, era una sonrisa casi triste.
— Me alegro, de verdad. Pero espero que lo que has aprendido hoy complemente lo que has acumulado de tus antiguos errores, Datsue.
Hizo una pausa. Miró al muchacho, pensativo. Esta vez habló sin ninguna sonrisa.
— Verás, Datsue, lo que ha pasado hoy ha sido complicado. Y lo que voy a decirte es para que entiendas la magnitud del asunto. No puedo asegurar que la desconfianza de Amegakure no provenga de tus anteriores asuntos con ellos. Como tampoco puedo asegurar que así sea. Sin duda, elevaste la tensión que Zoku había creado entre nuestras villas. Y yo, he sido flojo con ellos, esperando redimir esos errores, Datsue.
»Además, el espectáculo de Aotsuki Ayame ha evidenciado el peligro que representáis todos los guardianes. En definitiva, estamos en un momento realmente terrible para la villa. El resto de villas están en nuestra contra, aunque solo sea pasivamente, tarde o temprano será de forma activa. Nuestra propia villa os teme y gran parte de los shinobi ha visto como eramos acusados de crímenes como si tal cosa por Kusa y Ame.
Suspiró y se reclinó sobre su silla.
— Pero ese no es el tema. Tú eres el tema. Uchiha Datsue, el intrépido, el que ridiculizó a la Arashikage usando a la que ahora sabemos que es su jinchuriki. Uchiha Datsue, el Hermano del Desierto, que quemó vivo a su anterior kage y perdió el control peleando contra su propio hermano. Uchiha Datsue, el héroe, que detuvo una bijuudama de reventar medio estadio lleno de civiles.
»Y yo te pregunto, ¿cual es el Uchiha Datsue que se sienta ante mi hoy?
Datsue escuchó. Escuchó como un hijo pequeño escucha a su padre. Como un niño a un anciano. Como un Genin a su Kage. Con admiración. Con respeto. Con tensión. Escuchó todo y no pudo evitar exhalar un suspiro, mientras bajaba la cabeza y se perdía en sus pensamientos.
Tardó un rato en responder.
—Hace ahora un año, conocí a una kunoichi —comenzó, con voz lenta y cansada—. Seis meses después, me enamoré de ella —se le hizo un nudo en la garganta, pero se obligó a continuar—. Su nombre es Aiko, y es una kunoichi de Amegakure no Sato —levantó la cabeza y le miró a los ojos. No desafiante, no implorante, ni tan siquiera con miedo, simplemente desnudo. Sin las máscaras ni cortinas de humo que acostumbraba a interponer entre él y el resto del mundo—. Aiko la Inmortal —sonrió con amargura—. Entonces, un día, desapareció. Meses más tarde, descubrí que la Arashikage era la responsable. Que la había sumergido en el fondo de un lago, tras atravesarle el corazón con una katana.
Hinchó los pulmones y dejó escapar el aire muy lentamente por la nariz, deshinchándose. Dejando que sus hombros se hundiesen de nuevo.
—Cuando usted me ascendió a jōnin, quise dejar mis estúpidas venganzas y mis rencores de lado. Quise convertirme en el jōnin que se merecía esta aldea. Ser responsable. Pero cometí un error —reconoció. Ahora lo veía claro—: tratar de tapar toda la mierda que había hecho antes. Simplemente hacer como si no existiese. Y esa mierda empezó a oler tanto que acabó estallando en forma de tsunami en este mismo despacho. —Ambos debían recordarlo bien. El pergamino que había mandado Yui había dado que hablar en la villa durante meses. Y no era para menos—. Luego, hace una de semana, Ayame utilizó la imagen de Aiko para hacerme daño. Y a raíz de eso, hoy… volví a perder los papeles.
Una pausa obligada. Empezaba a sentirse mal. Como si su cuerpo... Como si su cuerpo necesitase llorar. La había cagado tantas veces... Y lo peor de todo es que aquella era irremediable. Había perdido a Daruu para que mediase por Aiko. Había sido uno de los causantes de la caída del Tratado de Paz. Y, si la fortuna no había estado al lado de Keisuke, había provocado la muerte de un buen hombre. De un verdadero camarada.
Reprimió aquellas emociones que florecían en su piel lo mejor que pudo y se obligó a continuar
—¿Quién se sienta hoy aquí? —preguntó, con voz temblorosa—. Se sienta alguien que ya no quiere guardarse secretos con usted. Alguien que ha aprendido de los errores del pasado y del presente —le miró con determinación, la misma que iba tiñendo sus palabras a medida que hablaba. Ya no había temblor, ni duda, sino pura y genuina certeza—. Se sienta su ninja, Uzukage-sama.
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Por primera vez, Hanabi vio a Uchiha Datsue. Sin títulos, sin amalgamas de adjetivos rimbombantes, sin artimañas. Al único y verdadero Uchiha Datsue.
El Uzukage se levantó y lentamente se puso al lado del shinobi, apoyándose sobre el escritorio. Le puso una mano en el hombro y apretó con fuerza.
— Me alegra que hayas recapacitado, Datsue, de verdad. Pero no se trata solo de mi. Esta es tu villa e igual que tu sirves a la villa, la villa está para servirte. Conozco a Aiko, ¿y quien no? Después del espectáculo en los Dojos. Si me hubieras avisado antes, podría haber intercedido de alguna forma, antes de llegar a estos extremos. Ahora Amegakure no nos dará ni la hora.
»Confía en tu villa, confía en tus compañeros y, sobretodo, deja de ir por libre. Eso no te hace ningún bien. Y cuando descubras cualquier información sobre otra villa, ven aquí de inmediato. Ayer te hubiera dicho que todo esto era una locura, pero corren tiempos locos y tenemos que estar preparados. Por eso, por lo que he visto hoy en ti y por lo que me acabas de decir. Quedas ascendido a Chunin, Uchiha Datsue.
Abrió la mano que tenía libre delante de Datsue, y en ella había una placa plateada.
— No ha sido una decisión con buena acogida, después de todo lo que te he contado. Pero la actuación de los gennins de Uzushiogakure hoy ha sido extraordinaria. No podía pasar por alto lo que has hecho, ni lo que ha hecho Uzumaki Eri. Sin duda, os merecéis el ascenso.
»Ahora, si tienes algún secreto más que contarme, aquí estoy. Cualquier cosa que necesites decirme, la escucharé, para que luego no me digas que os ignoro. Sino, puedes decir a Akame que pase y esperar fuera.
El rubio estaba mucho más relajado. Se acababa de quitar un peso de encima que ni un millón de estadios. Por fin se había llevado una alegría al oír las palabras de Datsue, incluso le brillaban los ojos como si se hubiera reprimido una lagrimilla. Sonreía y parecía menos agobiado, aunque seguramente no le durase mucho, porque en breves tendría que volver al trabajo.
Otro error más que añadir a la lista. Si hubiese contado a Hanabi lo de Aiko, quizá podría haber ayudado. Lo dijo con tanta naturalidad que hasta le dolió. Le dolió que a él ni se le hubiese pasado por la cabeza comentárselo. Le dolió que hubiese pensado que, de hacerlo, le hubiese pedido que la olvidase. Que no merecía la pena. Que él era un ninja y ella, una extranjera. Un imposible. Tal y como había hecho su Hermano con él.
Y esa era una de las razones por la que se abría ahora. Porque sabía que, con sus continuos secretos y mentiras, no iba a ningún lado. Menos con los de su propia Villa. Su familia.
Fue ahí cuando llegó la sorpresa. Datsue parpadeó varias veces al ver la placa plateada en la mano de Hanabi. La vista se le empañó. Después de todo lo que había hecho…
… No le salieron las palabras. A veces, una simple mirada transmitía más agradecimiento que cualquier cosa que se pudiese decir. Esperaba que aquel fuese el caso, porque su voz continuó negándose a salir.
—Ahora, si tienes algún secreto más que contarme, aquí estoy. Cualquier cosa que necesites decirme, la escucharé, para que luego no me digas que os ignoro. Sino, puedes decir a Akame que pase y esperar fuera.
Carraspeó. Lo cierto era que tenía alguna que otra cosa que contarle, sí.
—Pues… hay un par de cosillas que querría comentarle, sí. —¿Por cuál empezar? «Por la más urgente»—. Ese día que me encontré con Ayame, también vi a Daruu, el chico que Akame esposó —empezó a explicarse—. Le conté lo de Aiko y prometió ayudarme, mediando con Yui para intentar que le levantasen el castigo. —Promesa que, tras lo ocurrido, debía de estar en el fondo del mar. Como Aiko—. Imagino que trató de hacerlo y que Shanise se enteró de la traición de Keisuke por eso. Keisuke, el Genin que me reveló lo de Aiko —le informó—. Y el mismo al que Shanise ordenó matar en medio del estadio, no sé si con éxito o no.
Su mente pareció irse muy lejos de allí por un instante. Se recompuso.
—El caso es, Hanabi-sama, que ese día descubrí un poder increíble de Daruu. Casi inimaginable. —De no ser porque Akame tenía uno muy parecido—. Verá, no sé cómo, pero tras formar unos sellos es capaz de teletransportarse. Es más, a mí me teletransportó junto a él a una zona lluviosa, y luego…
»Al mismísimo puerto de nuestra Villa. Al embarcadero, Hanabi-sama —aseveró con preocupación—. Tan fácil como formar cinco o seis sellos y, ¡pum!, aquí estábamos.
Era una brecha en la seguridad terrible. Imperdonable, incluso si el Tratado de Paz no se hubiese ido al garete.
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11/09/2018, 17:36 (Última modificación: 11/09/2018, 17:38 por Inuzuka Nabi. Editado 1 vez en total.)
La sonrisa de Hanabi desapareció de golpe, justo cuando Datsue mencionó a Daruu, solo recordarlo le daba dolor de cabeza. Sin embargo, su expresión se aseveró cuando su recién ascendido chunin le aseguró que el muchacho podía aparecerse en el embarcadero de la villa como si tal cosa, con algún extraño jutsu.
— ¿Qué? ¿Cómo? ¡Eso tendrías que haberlo dicho desde el principio, Datsue! Ni con el pacto hubiese sido algo normal o pasable. Ves a ver a Goro o a Kiyomi o a Katsudon mismo, diles que llamen de inmediato a un especialista en Fuinjutsu y que te acompañe al sitio donde apareciste. Tiene que haber algún sello muy poderoso para ser capaz de teletransportar a dos personas. Después habrá que averiguar alguna forma de rastrear esos sellos.
El estrés volvió al despacho de la forma más abrumadora posible. Hanabi mismo abrió las puertas de par en par, esperando que Datsue se marchase con celeridad.
— Corre, ¿cuanto crees que tardará Daruu en revelarle a su kage que puede aparecerse en nuestra villa? — después se giró al jounin que debería estar esperando fuera — Akame, pasa, tengo que decirte un par de cosas y después tienes que ayudar a Datsue con este asunto.
Una vez Datsue hubiese marchado, Hanabi entraría de nuevo en su despacho y empezaría a revisar sus papeles en busca de cualquier pista sobre el paradero de esos sellos. Una brecha en la seguridad lo llamarían, esa brecha ni en el Valle del Fin la encuentras. Partía por completo la seguridad de la villa.
Primero Datsue y luego Akame, y en las posteriores solo Akame. Despues podeis hacer un tema en las costas, si gustais.
Datsue tragó saliva. No era para menos la reacción. Sabía del peligro en el que todos estaban por ese extraño poder que Daruu poseía. El Uchiha siempre había intuido que aquel chico era un prodigio. Uno de esos a los que los ninjas mayores llamaban genios. Y, cuando había visto lo que era capaz de hacer, manejando un poder que tan solo deberían tener los Dioses, confirmó sus sospechas.
Y sí, por supuesto que sabía que debía haberlo contado al segundo de descubrirlo. En el momento, pensó que no era una amenaza real. Que Daruu no se arriesgaría a revelarle semejante as bajo la manga si verdaderamente tenía malas intenciones. Ahora, con todo lo que había pasado…
—¡A sus órdenes, Hanabi-sama! —se levantó como un resorte, con la placa plateada todavía en su mano. «Así que podría tratarse de una marca de fuuinjutsu… ¿Cómo no se me ocurrió? ¡Joder, y yo perdiendo el tiempo con sellos de rastreo! ¡Patético!». Y, hablando de sellos de rastreo...—. ¡Recuérdeme a la vuelta que tengo que contarle otra cosa casi igual de importante! —pidió de carrerilla, pasando al lado de su Hermano y precipitándose escaleras abajo en busca del primer encargado que le pudiese echar una mano con la tarea de búsqueda.
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Akame se había mantenido muy quieto, casi como una estatua, erguido frente a las puertas del despacho. Su Uzukage le había ordenado esperar fuera para tratar algún asunto con Datsue, y aunque el jōnin obedecía de forma diligente, no pudo evitar buscar cuanto silencio hubiera en el pasillo para intentar enterarse de lo que estaban hablando. Como una vieja chismosa. Sin embargo, no había tenido mucho éxito hasta que de repente...
—¡Eso tendrías que haberlo dicho desde el principio, Datsue!
El jōnin retrocedió. Creía saber de lo que estaban hablando en ese momento; él mismo le había dicho algo parecido a Datsue en cuanto él le había revelado que Amedama Daruu era capaz de teletransportarse al embarcadero de Uzu. «Y quién sabe si a algún otro sitio...»
Las puertas del despacho se abrieron de par en par violentamente, y Datsue salió escopeteado hacia las escaleras. Akame le dedicó apenas una mirada confusa antes de que Hanabi le ordenase pasar a él. Asintió, diligente, e ingresó en el despacho para cerrar las puertas tras de sí.
—¿De qué quería hablar, Hanabi-sama? ¿Qué ocurre con Datsue? —preguntó, aun a sabiendas de la respuesta a al menos una de aquellas dos preguntas.
—¿De qué quería hablar, Hanabi-sama? ¿Qué ocurre con Datsue?
Hanabi se detuvo lentamente, para después mirar a Akame como si le acabase de preguntar algo terriblemente enrevesado. No tardó en hallar la respuesta que andaba buscando en su cabeza.
— Verás, Akame, parece que tanto tú como Datsue me ocultáis más secretos de los que siquiera puedo imaginar. El mismo día que descubro que uno de vosotros se puede desvanecer con tres personas más, el otro me dice que ha sido testigo de como un amejin aparecía mágicamente en el puerto. Esto es, sin duda, intrigante.
Al Uzukage se lo estaba comiendo lentamente el estrés y todos los cabos sueltos que no dejaban de tirarle encima los Hermanos del Desierto. Aún había muchas cosas que no encajaban, explicaciones por dar, y ya tenían una buena brecha de seguridad en la villa, sabía que no quería escuchar más malas noticias, pero tenía que exigir esas explicaciones.
— Supongo que entenderás que quiera tener todos los detalles sobre ese jutsu tuyo.
Aquello no era una orden, sino una cordial invitación a que el jounin se explicase antes de tener que ordenarselo.