Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
21/11/2017, 00:49 (Última modificación: 21/11/2017, 01:11 por Umikiba Kaido.)
Los Señores del Hierro han sido pacientes, tan benevolentes como sólo ellos saben ser con quienes conocen la sensación de empuñar un arma. Comprendiendo que el camino del Ninja del intrépido ha sido un trayecto esclarecedor y emocionante, digno de un shinobi con un futuro prometedor. Así también, el Estandarte sabe muy bien que Ōnindo siempre apremia a los que aguardan pacientemente por el momento correcto. Pero una deuda ha sido contraída, y una deuda no ha sido saldada. Y los tiempos castigan la inacción y apremia a quien recuerda la marca con el mismo fervor que cuando éste la recibió, candente, en su brazo.
El objetivo ha comenzado a moverse, ha perdido el miedo. Sus ojos ya no buscan temerosos al enemigo, y sus madrigueras puede que salgan a la luz. KS cree que el Hierro olvida, pero:
¿Olvidamos?
El Aliento Nevado está a la vuelta de la esquina, Y Tanzaku Gai brilla hermosa durante el Mizuyōbi. ¿Te apetece beber un Molino Rojo?
. . .
Esa tarde de Mizuyōbi, la ciudad de Tanzaku Gai lucía absurdamente atiborrada de gente. Y muy a pesar de que el invierno azotaba fuerte, los lugareños tenían dos de las cosas que mejor servían para contrarrestar el pesado frío de Aliento nevado: uno eran los interminables barriles de cerveza, que para nada escaseaban en una ciudad tan concurrida y céntrica como aquella, y dos; las cientos de mujeres que vestían apretados conjuntos con los que apenas cubrían sus enormes y seductores atributos, quienes por un buen puñado de monedas, podían otorgar el más cálido de los abrazos. Y alguno que otro privilegio más, desde luego.
El bullicio, las casas de apuestas, los dados y la comida. La juerga, en todo el sentido de la palabra; era lo que definía a aquella ciudadela. Una ciudadela enorme, con tantos matices culturales y con tanta gente siendo partícipe de ella que resultaba ser una madriguera apropiada y perfecta para una rata escurridiza que rehuye de sus responsabilidades.
Una rata a la que, ellos dos, tendrían que encontrar.
¿Pero quiénes eran ellos dos? ¿o quiénes iban a ser? ¿Akame y Datsue, los Hermanos del Desierto? ¿o iban a convertirse en alguien más, como buenos ninja que eran?
Bien, compadres. Es hora de la acción.
Como acote, lo usual: Tenemos 72 h los tres para postear, y bla bla bla. Sin orden preestablecido salvo que se indique más adelante. Con ¡ALTO! riesgo de perder un ojo durante una noche de juerga, o mucho peor, la dignidad. Que Ame no Kami los acompañe.
Arrebujado en su larga túnica de color gris, Datsue cruzaba las calles de Yamiria con las manos en los bolsillos y un gorro de lana blanco sobre la cabeza, que ocultaba su cabellera y sus orejas protegiéndolas del frío invernal. A su lado, Akame. Por separado, eran simplemente dos ninjas de Uzu. Dos compatriotas. Dos Uchihas. Pero juntos…
… Juntos eran los Hermanos del Desierto.
Por eso Datsue caminaba de aquella forma tan suya cuando se encontraba en confianza. Algunos dirían que extrañamente elegante; otros, chulesca y ridícula; y unos pocos, hasta provocadora y belicosa. Porque Datsue caminaba sacando pecho y bamboleando ligeramente los hombros de un lado a otro, como si aquel mundo le perteneciese y cuidado con el que se cruzase en su camino, porque eso significaría…
…«que se cruzan también con el de Akame»
—Podríamos empezar por el Molino Rojo —sugirió.
Como bien había informado a Akame, el Molino Rojo era un club de gran reputación —se le había escapado una sonrisa irónica al decirlo—, frecuentado en el pasado por Kojuro Shinzo, el hombre al que buscaban. Aquel hombre había contraído una deuda con los señores del Hierro, y, según la carta que Shinjaka le había enviado, a través de su socio de la tienda de armas, la rata había empezado a perder el miedo de salir de su madriguera. Había llegado el momento. Era la hora.
En un principio aquel encargo, sellado a fuego y sangre en su hombro derecho, iba a realizarlo junto a Riko. Después de todo, él había estado presente cuando el Uchiha se había metido de lleno en todo aquel embrollo. Ahora, sin embargo, no podía pensar en nadie mejor que Akame para acompañarle.
Convencerle no fue del todo fácil, como nunca era nada con su hermano. Al final tuvo que dejar de irse por las ramas y de prometerle el oro y el moro para contarle simplemente la verdad: estaba en un aprieto. No sabía qué sucedería si no cumplía su parte del trato, y le necesitaba para aquello.
Luego, le contó con pelos y señales todo lo que sabía sobre su objetivo. Había realizado un encargo a Soroku —el hombre que contrató a Datsue—, por unos veinticinco mil ryōs, pagando tan solo la mitad y escudándose en un conflicto con sus prestamistas. El encargo había sido para el Torneo del Valle de los Dojos, y al parecer era un comerciante sin familia conocida, pero que había alcanzado lo más alto allí en Tanzaku Gai. Era de facciones cuadradas y bien marcadas, de piel blanca, y llevaba siempre el pelo engominado. Aparte de aquello, Datsue solo sabía que tenía una gran habilidad para esconderse y su residencia era desconocida.
Datsue se detuvo de pronto, acordándose de algo.
—¡Hostia, tío! ¡Perdona! ¡Se me había olvidado! —exclamó, dándose una palmada en la frente—. Tu padre vivía aquí, ¿no? ¿Quieres pegarle una visita antes de embarcarnos en todo esto? Quizá hasta tenga la información que buscamos…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
22/11/2017, 00:02 (Última modificación: 11/12/2017, 00:40 por Uchiha Akame.)
Aliento Nevado, Invierno del año 217
Junto a la figura de Datsue, que caminaba con elegante porte y paso regio —casi parecía un noble más que un ninja—, iba otra silueta. Esta era mucho más escuálida y sobria, algo más alta, cubierta casi por completo por una capa de viaje de color amarronado con los faldones sucios del polvo del camino. Bajo ésta se podían intuir sus prendas; una camisa de manga larga y cuello alto, de color negro. Unos pantalones largos y de color azul marino, ceñidos a las espinillas por las botas altas que calzaba. A la cintura un portaobjetos y en la espalda un viejo ninjatō, ambos ocultos por la capa de viaje —aunque un ligero bulto a la altura del hombro delataba el mango de la espada—.
Uchiha Akame seguía a su compañero y Hermano con el rostro encogido y la mirada viva. El viento invernal les azotaba de cuando en cuando, pero cuanto más bulliciosas eran las calles en las que se internaban, menos notaba su abrazo. El uzujin llevaba el pelo recogido en una coleta baja que se perdía bajo su capa, y lucía sendas ojeras en el rostro. De tanto en tanto se tomaba un momento para examinar algo que captase su atención, ya fuera una peña de parroquianos borrachos o una muchacha de sensuales curvas y ligera ropa pese al frío.
—Bien —comentó el Hermano del Desierto, lacónico.
No había hablado mucho durante aquel viaje. Pese a todo lo ocurrido y a la bestia que ambos llevaban dentro —o quizás gracias a ello—, Akame solía ser bastante abierto con su compadre. Compartían una gran carga. Sin embargo, en aquella empresa el mayor de los Uchiha no las tenía todas consigo; y eso era, simplemente, porque los astros se habían alineado de una forma que él nunca habría podido predecir...
—Tu padre vivía aquí, ¿no? ¿Quieres pegarle una visita antes de embarcarnos en todo esto? Quizá hasta tenga la información que buscamos...
«Mierda». Ahí estaba, el detalle que podía ser su perdición. Después de ganar el Torneo de los Dojos, Akame no había vuelto a saber nada de su maestra Kunie, ni de la organización a la que pertenecía —o a la que tal vez había dejado de pertenecer—. Entre su disputa con Datsue y su tiempo esposado al gennin, la misión de rango S que al final había desembocado en un golpe de estado en Uzushiogakure, el bijuu y demás, Akame no había tenido tiempo alguno para detenerse a pensar en aquel asunto... Pero seguía estando ahí. Como una herida vieja que volvía a doler después de mucho tiempo.
—Ya le mandé un mensaje antes de que saliéramos de Uzu —mintió sin tapujos el Uchiha, cubriéndose la boca con el cuello de su camisa—. Ahora mismo no está en la ciudad, así que de poca ayuda podrá sernos...
Él nunca había sido bueno mintiendo, pero esperaba que Datsue no le presionase mucho en aquel sentido.
Así pues, los Hermanos del Desierto se introdujeron confianzudos a las calles de Tanzaku, arrojándose al corazón de ésta sin miramientos. Ambos tenían la intención de dirigirse hasta el lugar del que Shinjaka le había comentado alguna vez a Datsue, meses atrás, como dirección en la que probablemente podrían recabar información acerca del objetivo, pues decían las malas lenguas que él, Shinzo, solía visitarlo a menudo. Muy a menudo, de hecho.
El primer paso, desde luego, sería dar con aquel lugar. Lo cual, a pesar de lo que pudieran pensar, iba a ser bastante sencillo. Demasiado, quizás. Porque en Tanzaku Gai, existían dos locaciones que se podían divisar probablemente desde cualquier área de la urbe, y esas eran:
El Castillo de Tanzaku, hogar del Señor Feudal. Una gigantesca estructura allá en la zona más norte de la ciudad, debidamente custodiada por cientos de guardias, aún y cuando la edificación estaba debidamente construida como para que sólo se adentrase aquellos con el debido permiso. Un enorme portón separaba la calle principal de las primeras escaleras interiores, grandes escalones de piedra caliza que iban dando a pisos superiores y que, después de unas tres torres, finalizaban en los salones más altos y vistosos. Un lugar que merecía la pena visitar, desde luego, pero no en esa ocasión.
Y el segundo, se trataba casualmente de un molino. De un molino rojo.
Allá, al extremo más noroeste, se alzaba imponente una especie de torre cóncava cuyos peldaños y fachadas parecían estar construidas de piedras de color ladrillo. En la punta, dos aspas poco convencionales de color rojo sangre moviéndose paulatinamente de un lado a otro, mientras el viento invernal azotaba fuerte.
¿No podía tratarse sólo de una literal coincidencia, verdad?
Probablemente, hacia allá es que debían dirigirse los uzujin. Pero la última palabra la tenían ellos, y nadie más.
—Joder, ¡qué lástima! —exclamó, al oír que su padre estaba fuera. Siempre había tenido curiosidad por conocerle, mas nunca había preguntado demasiado sobre él. La razón era muy sencilla: tenía miedo de que, en respuesta, Akame se interesase también por el suyo, y eso era algo de lo que no quería hablar. Ni siquiera con él—. En serio, algún día tienes que presentármelo. Me lo imagino con esa profesionalidad tuya, pero aplicado al comercio. Joder, ¡tiene que ser el puto amo! —exclamó, convencido.
¿Alguien que se tomaba tan en serio las cosas como Akame lo hacía con su profesión? Si no era rico, poco debía faltarle. Entonces recordó que su compadre había dicho, en esa aventura que habían corrido junto a Kaido, que en realidad provenía de una familia humilde, y que su padre había juntado algo de dinero para mandarle a Uzu y que no sufriese sus penurias. Si un padre prefería a su hijo como ninja a tenerlo a su lado, es que definitivamente las cosas no le iban nada bien.
«A lo mejor es porque es demasiado… legal. Joder, viendo lo estricto que es Akame con las normas seguro. Oh, por los Dioses. ¿No será capaz de declarar todas las facturas?» Se le bajó la tensión solo de pensarlo.
—Oye, ¿y cómo te enteraste que no está aquí? —preguntó, mientras se dirigían al Molino Rojo. No tenía pérdida: era un enorme molino tan alto que se veía desde la otra punta de la ciudad. El Uchiha había estado en Tanzaku Gai hacía no mucho, por culpa de una misión, y se había encargado de encontrar su localización. Le hubiese gustado pasarse a dar una vuelta, pero entonces se encontró con que había un concurso de música. Un concurso en el que, casualmente, también participaban Uzumaki Eri y Aotsuki Ayame. Pero eso… eso era otra historia—. Que yo sepa no se pueden enviar cartas a la Aldea. —Tenía su lógica: ¿qué Aldea Oculta lo sería si se pudiese mandar postales a ella? De hecho, la carta que le habían enviado los Señores del Hierro tenía como destino la tienda que Datsue compartía con su socio Okane. No fue hasta que el Uchiha se pasó por allí por su habitual trozo del pastel, que recibió el mensaje.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—Sí, eh, bueno... Sí, el puto amo... —respondió el Uchiha, algo nervioso, deseando que con aquellas palabras Datsue se quedara tranquilo y dejase de remover el tema.
«Ah, joder, me ha pillado con la guardia baja». Hacía tanto tiempo que no tenía relación alguna con Tengu, que casi se le había olvidado de dónde venía... Y cual había sido su propósito original. Akame sacudió la cabeza, queriendo quitarse aquellos pensamientos de la mente.
Sin embargo, su compañero volvió a la carga. Esta vez preguntaba sobre el medio de comunicación entre Akame y su supuesto padre. El aludido suspiró, visiblemente incómodo, y respondió con un tono forzadamente agresivo.
—¿Y qué más da? La cuestión es que sé que no está aquí y no puede ayudarnos —afirmó, queriendo zanjar el tema—. ¿Estamos a lo que estamos, o no?
Con tanta cháchara Akame ni se había dado cuenta de que estaban ya frente al Molino Rojo. El Uchiha oteó los alrededores tratando de formarse una idea acerca del lugar; ¿sería peligroso? ¿Cuánto? ¿Qué clase de parroquianos acudían allí? A juzgar por la información que ya tenía, el sitio debía ser frecuentado por gente de cierto nivel económico. ¿Quedaban descartados entonces los rateros y maleantes? «Maldición, no sabemos una sola mierda de este sitio. Será mejor ir con cuidado», se dijo el Uchiha.
—Será mejor que no nos mostremos así como así. Si el objetivo es tan influyente, podría tener informadores o contactos. Incluso saber que venimos a por él.
Akame se apartó a un lado de la calzada, buscando un callejón mínimamente oculto en el que poder esconderse. Una vez allí, haría los sellos correspondientes del Henge no Jutsu y se transformaría en un joven de unos veinte y pico años, de pelo rubio y ojos claros, vestido con una túnica aguamarina con ribetes dorados.
Entre dimes y diretes, puyas de hermandad y mentiras veladas; Akame y Datsue se encontraron de pronto muy cerca del portentoso Molino Rojo.
Y mientras más cerca se encontrasen de su objetivo inicial, mayor se hacía la concurrencia de gente. Y es que aunque apenas fueran las séis de la tarde —el sol ya se ponía allá en el horizonte, muy por detrás de las enormes cordilleras que envolvían al ya conocido Valle de los Dojos, y los vestigios de luz natural casi habían desaparecido, siendo suplantados por la artificialidad de algunas farolas de gas y mecha— ya frente al largo desfiladero de barandas metálicas que parecían guiar por un camino ascendente hasta las enormes puertas de hierro macizo que aún permanecían cerradas, había probablemente una fila de ochenta personas. Aguardando a que el Molino Rojo abriera su entrada a un Edén de pasión, lujuria y farda. Hacia tierras de vivencias exóticas y emocionantes que nada tenían que ver con la cotidianidad de Ōnindo.
Uno de los hermanos del Desierto, no obstante, creyó convenientemente que su apariencia distaba en demasía de los arquetipos asiduos que con regularidad ostentaban aquel lugar. Razón tenía el de nariz torcida, cabello negro y facciones entrañables de un verdadero Uchiha al querer cambiar su apariencia, pues sería mucho más seguro averiguar qué o cuál cosa desde la más privada clandestinidad, sin posibilidad de que les pudiesen relacionar con semejante intromisión a la vida de una rata muy querida por aquellos lares.
Allá, atrás de un callejón poco concurrido, el subterfugio vistió a Akame con traje de gala, y éste se convirtió de pronto en un guapetón de cabellos dorados y ojos claros. Según ciertos rasgos, le podían dar fácilmente unos veinte años, sino más.
Datsue, no obstante, tendría que decidir si iba a adoptar la misma estrategia, o no. Después de todo, una vez adentro —que primero tendrían que ver cómo coño lograban entrar, dada la enorme concurrencia de lugareños—; lo más importante era mimetizarse con el entorno, aunque no tanto como para que Shinjaka, quien se suponía acudiría esa misma noche, no pudiera reconocerles.
—¿Y qué más da? La cuestión es que sé que no está aquí y no puede ayudarnos. ¿Estamos a lo que estamos, o no?
—Estamos, estamos —respondió Datsue, tratando de apaciguar los ánimos. «Joder, qué arisco. ¿Problemas en el paraíso?» Con el carácter que tenía Koko, al Uchiha le sorprendía que no los hubiesen tenido antes. O quizá simplemente estaba de mal humor por el insomnio. A saber. Lo último que quería ahora era desviarse de su propósito: saldar la deuda de la Marca del Hierro. Ya tendría tiempo para cotillear más tarde.
Alcanzaron su objetivo poco después, donde ya se aglomeraba una cantidad importante de gente. «Joder, pues sí que tiene éxito el burdel este». Fue entonces cuando Akame sugirió cambiar de apariencia por seguridad, dirigiéndose a un callejón discreto.
—Como aquella vez en el muerto vivo, ¿eh? —comentó, aunque en aquella ocasión solo habían cambiado de ropajes—. De hecho, iba a proponerlo también —añadió, mientras Akame realizaba los conocidos sellos del Henge no jutsu—. Tenemos edad suficiente para matar, pero eh, ni se te ocurra beber alcohol o entrar a un burdel, que eres muy joven. Pff… —resopló, y escupió a un lado—, puta sociedad, macho.
Más a gusto tras despotricar un rato sobre la moral de Oonindo, realizó él también los sellos del Henge, transformándose en un hombre de metro ochenta, ojos azules y mandíbula cuadrada. De peinado, su característico moño en la cabeza y trenzas laterales, aunque esta vez rubio. No era un peinado que se solía ver por Oonindo —de hecho, Datsue no lo había visto nunca en ningún hombre—, y esperaba que, si Shinjaka lo veía, pudiese reconocerle. De prendas: un kimono blanco con ribetes dorados; un anillo de oro con un rubí incrustado en el dedo corazón; y un pendiente de diamante en su lóbulo derecho.
—Oye, quizá haya que interrogar a… profesionales del sexo, ya me entiendes. No te me pongas melancólico y te me acuerdes de Koko, ¿eh? Estamos a lo que estamos —dijo, repitiendo las palabras de su compadre—, y si hay que profundizar en el interrogatorio, pues se profundiza y punto, como buenos profesionales que somos.
Aclarado aquel punto, Datsue abandonó el callejón para dirigirse a la enorme cola que ya se había formado en la entrada del Molino Rojo. «La madre que me parió… Espero que no haya límite de entradas o algo por el estilo», pensó, mientras echaba una ojeada a ver si reconocía a Shinjaka entre tantos rostros.
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Akame soltó una carcajada seca ante la primera queja de Datsue. Probablemente el par de Uchiha tuvieran suficiente poder entre ambos para darle una paliza a una docena de guardias del Daimyō, pero para poder entrar en el Molino Rojo, debían "hengearse" y parecer mayores de edad. «Buena ironía, sí...»
—Tú lo has dicho —terció, asintiendo.
Luego se aproximaron a la larga fila de personas que esperaban para entrar al local. Según Datsue le había contado, buscaban a su contacto con los "Señores del Hierro"; Akame no tenía ni la más remota idea de quién era, por lo que simplemente se limitó a seguir a Datsue mientras iba oteando el panorama.
Cuando su compañero le advirtió de que la situación podía irse por ciertos derroteros, Akame no pudo contener una carcajada.
—Te dejaré esos interrogatorios a ti, compadre —puso especial énfasis en aquella palabra—. Parece que estás mucho más preparado que yo para semejante trauma mental y físico.
Media hora transcurrió aproximadamente hasta que las puertas del Molino Rojo abrieron, y otros diez minutos más hasta que Akame y Datsue llegasen al checkpoint inicial.
Aún tenían a un par de parejas por delante cuando vieron, quizás, el primer obstáculo. O dos, mejor dicho, pues eran dos guardias los que acordonaban con sus cuerpos la entrada del putero. Iban bien vestidos, con traje; y de tener ellos su estatura normal, probablemente les hubiesen sacado medio metro, cuidado y si no más.
Eran un buen par de grandullones que por lo visto estaban familiarizados con quién acudía normalmente al local, pues apenas sus ojos reconocían un rostro asiduo y familiar, les dejaban entrar de inmediato.
A otros, con un par de chequeos adicionales podían dar el Ok y permitían el acceso.
Y un buen puñado de desafortunados, una palmadita en la espada y para casa.
Finalmente, recibieron a los ninja ya no tan ninjas. Doss rubios de buena monta que se acercaron flagrantes y sonrientes hasta ellos, con la intención de acudir —por primera vez, y ellos lo sabían—. al edén del Molino Rojo. Uno de los guaruras, el más calvo y gordo, se les quedó mirando por un par de segundos. Completada la inspección, alzó una carpeta y preguntó, tajante:
—¿Cómo os llamáis? ¿no sois de por aquí, verdad?
El otro, con una cabellera mucho más tupida, y más moreno, volteó a verles. Arrugó los ojos y trató de hacer memoria, pero desde luego, nada le saltaba.
A Datsue siempre le había gustado analizar a la gente. Se lo tomaba como un juego, un simple entretenimiento. Del mismo modo que el especialista en taijutsu disfruta levantando pesas, él lo hacía resolviendo acertijos. Akame, en aquel aspecto, era parecido a él, y pronto ambos Uchihas llegaron a la conclusión de que la fila la conformaban tres tipos de personas: los que pasaban, reconocidos por los guardias; los que pasaban tras un par de chequeos; y los que no pasaban.
Eso quería decir que había una lista, y que ellos, obviamente, no estaban en ella. Datsue se puso en el lugar de los guardias. ¿Qué haría él, si alguien que no estaba apuntado quisiese entrar?
«Dejarme sobornar como un cerdo».
Hallada la respuesta, y tras hablarlo entre murmullos con su hermano, el Uchiha realizó unos breves sellos disimuladamente bajo las mangas de su kimono, cuando todavía había algunas personas por delante de ellos. El anzuelo estaba creado.
—¿Cómo os llamáis? ¿no sois de por aquí, verdad?
—Mi nombre es Seshu Sakyū —dijo con voz aterciopelada, y aguardó a que Akame se presentase también—. Provenimos del País del Viento. Ciertos amigos —continuó—, nos aseguraron que aquí encontraríamos los mejores… entretenimientos —dijo, esbozando una breve sonrisa—. ¿Hay algún problema en que no seamos de aquí? —preguntó, mientras se llevaba una mano al cuello del kimono y mostraba, con un simple movimiento de mano, un bolsillo interior. Desde aquella posición, el guarda de la carpeta pudo ver lo que llevaba perfectamente: un paquete de pañuelos.
Solo que aquel paquete tenía una curiosa apariencia para todos aquellos que no poseían el sharingan: era la viva imagen de un fajo de billetes.
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Mientras más se acercaba su turno, más rápido pensaba el mayor de los Uchiha. Su cabeza parecía una caldera a presión, sus ojos recorrían la escena tratando de evaluar todas las posibilidades y resultados. Estaba claro que por su propio pie nunca entrarían en el Molino Rojo y que aquel era un sitio exclusivo; estaba por ver cómo harían ellos dos para estar en la lista correcta.
Al llegar ante los guardias, Akame ya tenía varias opciones en mente. La primera era simplemente contarles alguna historieta, pero dudaba que colase. Su fuerte era leer novelas, no escribirlas. También podían simplemente hipnotizar a aquellos dos infelices con su Sharingan y hacer que les pusieran una alfombra roja bajo los pies... ¿Pero era realmente una opción lo suficientemente discreta? Dada la naturaleza del sitio, si su objetivo sospechaba que algo no andaba bien, era probable que abandonase el Molino. O que ni siquiera llegase a entrar.
Al final fue Datsue quien planteó la alternativa más sensata; sobornar a los guardias. Claro que Akame ya le había visto moviendo los brazos bajo el holgado kimono y se hacía una idea de las intenciones de su Hermano, de modo que simplemente se limitó a seguirle el juego.
2/12/2017, 20:40 (Última modificación: 2/12/2017, 20:47 por Umikiba Kaido.)
—Mi nombre es Seshu Sakyū —bramó, elegante y melodioso; seguido del tono neutro y poco elocuente de Akame—. Kurusu Ashito.
—Provenimos del País del Viento. Ciertos amigos —continuó—, nos aseguraron que aquí encontraríamos los mejores… entretenimientos —dijo, esbozando una breve sonrisa—. ¿Hay algún problema en que no seamos de aquí?
Era un problema, claro que sí. O al menos lo fue hasta que los ojos del grandullón se pasearon danzantes y lujuriosos por los fajos de billetes que adornaban el bolsillo del extranjero. Calló, mientras saboreaba la victoria de aquel que se sabe capaz de exigir lo que fuera, y movió sus manos al unísono para acercar la pluma a la carpeta, y escribir un par de nombres.
Luego, alzó la derecha; y el moreno actuó en consecuencia. El acordonamiento que en principio podía detener el avance de los hermanos fue removido, y un espacio de libertad de abrió delante de ellos.
La voz del calvo, sin embargo, no pasaría inadvertida.
—Oh, para nada, Seshu-Ue. Extranjeros son bienvenidos de todos los rincones de Oonindo, siempre que cuente con el status correcto —cantaba, melodioso, aunque en ligeros susurros que sólo eran advertidos por ellos y nadie más—. sea bienvenido, disfrute, y no se preocupe; que más tarde me acercaré a ver cómo lo trata nuestro eden. Así que, adelante. Disfruten.
Su robusto cuerpo se movió de en medio, y le trazó un arco con el brazo.
Seguir derecho, era todo lo que tenían que hacer los hermanos del Desierto para sumergirse en el interior del Molino Rojo. Una vez en el corazón del local, observarían un salón lo bastante amplio como para albergar, por lo menos, unas trescientas personas. El local se abría en una amplia circunferencia cuyo centro parecía ser el plató de baile, con barras para bebidas rodeando cada una de las esquinas. Contaba además con un par de plataformas en donde varias mujeres bailaban desde el interior de unas cajas metálicas con rejas, que les protegían de manos indeseosas, pues su trabajo era probablemente el de danzar para enternecer la vista y nada más.
Otras tantas, iban y venían desde los interiores de las barras para servir tragos, y el resto era sólo gente del montón. Parecía el sector popular, donde cualquiera podía estar.
Pero a medida de que iban subiendo la cabeza, se encontrarían con sendas escaleras convergiendo desde ambos extremos, y que ascendían hasta un segundo piso, serpenteantes. Desde allí abajo, el panorama tan sólo les permitía ver que, al final de las mismas escaleras, había otro piquete de seguridad que impedía el paso hasta un sector donde parecía haber más privilegios. Porque, desde luego, se podía divisar que el piso estaba dividido en varios sectores con casillas privadas para ciertos grupos, y con otros tantos cubículos privados con accesos personalizados. No obstante, estaba bastante concurrido, y era de suponer que acceder no sería tan complicado, a diferencia de tener que codearse con la gente que pudiera haber allá arriba. Ese era, quizás, el reto mayor.
Akame, sin embargo, se pudo dar cuenta de algo. Y es que había también un tercer piso, pero lamentablemente, era imposible ver más allá. Terminaba en lo más alto, cerca de en donde parecía haber una última planta, allá en donde se podía ver las espuelas del molino girando eternamente.
Así pues, un par de camareras se acercaron hasta ellos, y les dieron la bienvenida. Una mano dulce y cálida sobre sus pechos, un aroma a zorra y voces melodiosas que por lo general convencían a los más inexpertos a comprar esa única botella de champán, que al final terminaban siendo veinte.
3/12/2017, 00:09 (Última modificación: 3/12/2017, 00:09 por Uchiha Akame.)
Akame disimuló mientras aguantaba la respiración, expectante por ver el resultado del atrevido movimiento de su Hermano. Datsue siempre se había manejado mejor que él en el ambiente del subterfugio y el engaño, y por eso el mayor de los Uchiha tenía confianza en la estrategia de su compadre. Sin embargo, siempre quedaba ese pellizco en el estómago, ese recoveco de duda, que albergaba una pequeña posibilidad de que todo se fuera al diablo en cualquier momento. Era un sentimiento característico para Akame, un sexto sentido, una alarma anti-desastres que le hacía mantenerse siempre atento. Al principio él —ignorantemente— lo había atribuído a la inexperiencia y los nervios de un ninja novato; con el tiempo se había acabado dando cuenta que aquella vocecita en su cabeza que le recordaba que todo podía salir mal en cualquier momento era lo que permitía a algunos shinobi llegar a viejos.
Sea como fuere, el engaño acabó funcionando y ambos se vieron dentro del Molino Rojo. El Uchiha observó a su alrededor, tratando de disimular su estupefacción; nunca había estado en un local como aquel, y mucho menos con un objetivo como el que le traía allí en ese día. Akame se volteó hacia su Hermano y susurró.
—¿Y tu contacto?
Sin más información sobre el objetivo, iba a ser tarea casi imposible localizarlo en medio de aquella locura de luces, curvas femeninas, alcohol y bullicio general.
De repente un par de muchachas se les acercaron con aire coqueto, y Akame se dejó querer. «Por la misión», se dijo. Cuando una de ellas le tomó de la mano y se la colocó en su propio pecho, el Uchiha no pudo evitar sobresaltarse momentáneamente. Se lamentó al instante y, tratando de adoptar una actitud segura y adulta, habló mientras estiraba del brazo a una de ellas para darle una vuelta completa.
—Pero qué angelito más delicioso mi amor —soltó una risa forzada—. Huele más rico que billete nuevo.
Se sintió ridículo por un brevísimo instante. Luego recordó que ya no era Uchiha Akame, gennin de Uzushiogakure; sino Kurusu Ashito, acaudalado muchacho de Kaze no Kuni. Y Kurusu Ashito podía permitirse hablar a aquellas mujeres como Uchiha Akame jamás se habría atrevido.
—¿Qué tal si nos sentamos, eh? —interpeló a su Hermano.
Tras pasar el primer muro de la fortaleza, el Uchiha se adentró en el campo de batalla. Allí, libraría una lucha encarnizada para superar el primer obstáculo: la distracción. Y jamás había visto un enemigo tan poderoso…
—¿Y tu contacto?
—¿Ehm? —dijo, con la boca entreabierta. ¿Contacto? ¿Qué contacto? ¿De qué hablaba?—. Ah, eso. Pues… Ehmm…
Sus ojos buscaron con la mirada a Shinjaka, entreteniéndose en demasiadas ocasiones en figuras que, saltaban a la vista, no eran él. A aquel ritmo, no lo encontraría en toda la noche, y menos si dos camareras se acercaban en medio de su rastreo a ofrecerles champán. Una de ellas deslizó sugerentemente su mano sobre el pecho de Datsue, pero entonces se fijó en que Akame… ¡le estaba tocando una teta a la otra! «¡HIJO DE PUTA!», exclamó para sus adentros, con envidia. «Ya verás cuando se lo cuente a Koko…». Entonces recordó que Akame era su Hermano, y que chivarse estaría feo…
Suspiró con pesar, y volvió a sorprenderse cuando Akame soltó semejante frase, haciendo dar una vuelta sobre sí misma a la camarera. «Joder… Sin ningún tipo de pudor ni remordimiento. Qué profesional».
—No he venido por el champán, morena —dijo, guiñándole un ojo. Minutos atrás, se le hubiesen ocurrido miles de ocurrencias mejores que aquella. Lo cierto es que se encontraba… torpe. Algo incómodo, incluso, y cuando Akame le propuso sentarse, asintió con un gesto rápido.
«Vamos, estúpido. ¿Qué chico de tu edad no soñaría con estar en un lugar como este? ¡Compórtate, maldita sea!».
Tras encontrar unos asientos libres, y tras recorrer la mirada nuevamente por el local, el Uchiha preguntó a su Hermano:
—¿Ves esas escaleras de ahí? Podríamos subir —murmuró—. Tiene pinta de ser más selecto que aquí… y si algo es nuestro amigo en común —Datsue no quería decir objetivo por si había oídos indiscretos—, eso es selecto. —Se refería, obviamente, a Kojuro Shinzo. Y si Kojuro Shinzo estaba ahí arriba, así lo estaría también, probablemente, Shinjaka.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80