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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Los ojos de Hanabi recorrieron por quincuagésima vez el pergamino, un pequeño rollo de tela envuelto en un forro azul, con el sello del País de la Tormenta. Suspiró, se recostó en el asiento y se rascó la nuca.

—Aaaaghhh... maldita sea...

El chūnin que le había traído la misiva, que se mantenía firme, estaba empezando a incomodarse. Una gota de sudor frío resbaló por su frente.

—¿Señor? ¿Pasa algo?

—Pasan... muchas cosas, Yin. Pasan muchas cosas. Tráeme a Uchiha Datsue, por favor...

—Pero... es jōnin, señor.

—¡Y yo tu kage, maldita sea, Yin! ¡Que venga, no quiero que nadie más sepa de esto! Te mando a ti. Y como no venga en menos de quince minutos, voy a ir yo a por él. Y se va a arrepentir. Asegúrate de decirle eso.

—S... sí, s-señor. Claro, como ordene, señor.

Yin se retiró, no sin dedicarle a su kage una pronunciada reverencia. Hanabi volvió a recostarse sobre el asiento.

—Lo mato. Es que lo mato.
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#2
Datsue llegó al edificio Uzukage con sus mejores galas. Su recién adquirido chaleco sobre el torso; su nueva y reluciente placa de jōnin anudada al brazo izquierdo; y un pantalón azul oscuro que le llegaba hasta las pantorrillas. Portaba sus habituales adornos: un diminuto pendiente con forma de fūma shuriken de tres puntas en el lóbulo derecho; un anillo de sello de plata con el símbolo del clan Uchiha en el dedo corazón; y, el que destacaba por encima de todos ellos, su sonrisa.

Sí, su sonrisa, porque el Uzukage había requerido de su presencia. Seguramente para felicitarle por el éxito de sus últimas misiones, se había dicho. O quizá para encomendarle alguna misión que solo él, Uchiha Datsue el Intrépido, uno de los jōnins más jóvenes de la Villa, podía hacer. ¿O sería acaso para pedirle consejo sobre algún tema delicado? No lo sabía, pero tenía claro una cosa: su Kage le necesitaba.

«Joder, ¿¡y si lo que quiere es subirme el sueldo!?» A Datsue le dio un vuelco al corazón. «Vamos, vamos, tranquilízate. No presupongamos nada por el momento».

Al pasar al lado de recepción, guiñó el ojo a modo de saludo a Uzumaki Kiyomo, que en aquellos momentos se encontraba trabajando allí. Normalmente se hubiese quedado a charlar algo con ella, pero hacer esperar a un Kage era una pésima idea. Subió por las escaleras a paso rápido, junto al chūnin que había ido a avisarle. A decir verdad, encontraba a aquel joven un poco tenso. Sin duda, Uchiha Datsue sabía la razón: le impresionaba estar en la presencia de un Hermano del Desierto. «Ay, estos chicos de hoy en día. Si soy como otro cualquiera, hombre».

Al llegar al tercer y último piso, recorrió el largo pasillo que conducía a una puerta doble con el símbolo del remolino carmesí en el centro. Llamó a la puerta —dos veces— y esperó a oír el permiso para pasar.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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#3
—Adelante.

Pero lo que Datsue se encontró fue a un líder de aldea con cara de perro, sujetando entre las manos un pergamino con el sello del País de la tormenta, de color azul. Hanabi señaló a la silla que tenía delante de su escritorio, preparada para él.

—Siéntate.

Cuando Datsue tomó asiento, el mandatario se aclaró la voz y leyó en voz alta:

—"Querido Hanabi,

me parece estupenda tu idea de invitar a mis genin a tu aldea para celebrar un examen de chuunin conjunto, como en los viejos tiempos, para afianzar la relación de nuestras aldeas de nuevo.

Por eso me deja un poco confundida que uno de tus ninjas, Uchiha Datsue, haya atacado a dos de los genin que podría enviar hacia Uzushio a participar en dicho examen, y de paso, que se haya burlado gravemente de mi persona. Te advierto, Hanabi, que estos hechos han sido comprobados por Amedama Daruu, que, si recordarás, pertenece al clan Hyuuga, un clan que conoces bien puesto que tu propia familia desciende de habitantes de Konohagakure. Con el Byakugan, se registró la imprenta del chakra de Uchiha Datsue en los siguientes acontecimientos:

Uno, selló una técnica en el propio Amedama Daruu, una técnica de Katon para ser más concretos, que lanzó por liberación condicional a Aotsuki Ayame.

Dos, selló una técnica en la propia Aotsuki Ayame, a la cual llamé a mi despacho. La chica entonces se transformó en una caricatura de mí misma con aspecto ridículo, lo cual consideré una grave afrenta al honor. Este hecho en particular casi hace que acabe con la vida de mi propia genin.

No hace falta que te diga que dos ataques seguidos hacia mi villa podrían considerarse una declaración de guerra, aunque entiendo por tu carta que no estás enterado de estos hechos.

Espero un castigo ejemplar para Uchiha Datsue.

Te mando un abrazo y una patada en los huevos,

_______________Amekoro Yui

Posdata: si hablas con él, asegúrate de decirle que estoy encantado de conocerle en persona, y que a título personal creo que Aotsuki Ayame y Amedama Daruu estarían encantados de enviarle recuerdos."


Hanabi suspiró, enrolló el pergamino y se lo lanzó a Datsue en una suave parábola.

—¿Tienes algo que decir respecto a esto, Datsue?
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#4
—Adelante.

Al entrar, Datsue estuvo a punto de hacer una de sus típicas y rimbombantes presentaciones, pero algo le detuvo. Se trataba del ambiente, tan tenso que le oprimía. Se trataba del rostro de su Uzukage, frío y duro como el hielo. Se trataba…

Se trataba del pergamino que sujetaba entre las manos, con el símbolo del País de la Tormenta sellado en él. Datsue sintió un cosquilleo en el estómago.

—Siéntate.

Minutos más tarde, agradecería aquella orden. De haberse mantenido en pie con lo que estaba a punto de oír, probablemente hubiese caído de culo. Y es que Hanabi, sin dilatarlo por un segundo, comenzó a leer el mensaje que había recibido.

No solo era un mensaje de Amekoro Yui, era un mensaje del karma, del pasado. Era el precio a pagar por unas fechorías hechas tiempo atrás. Eran las consecuencias de su insensatez. A medida que Hanabi hablaba, el rostro de Datsue iba mutando, como las facciones de un boxeador al recibir los golpes de su adversario. Primero, con la boca abierta, incrédulo al oír su nombre en el mensaje. Después, con la cara roja, al descubrir el motivo por el que estaba. Un sudor repentino e incómodo empezó a bajarle por la frente, los sobacos y la espalda. En un momento dado se dio cuenta de que seguía con la boca abierta y la cerró de golpe. En ese momento, su cara ya había pasado del rojo por el rubor a un azul enfermizo, de hipotermia severa.

Terminada su sentencia —Datsue la sintió como tal—, Hanabi le lanzó el pergamino, que fue a parar a su regazo. El Uchiha no tuvo ni fuerzas para pillarla al vuelo.

—¿Tienes algo que decir respecto a esto, Datsue? —La pregunta de Hanabi le cayó como la hoja de una guillotina.

Se llevó una mano al cuello del chaleco y tiró de él para dejar pasar el aire. De pronto tenía mucho calor.

Y-yo… —Abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir. Por primera vez en mucho tiempo, Uchiha Datsue se había quedado sin palabras. Aquello le había pillado totalmente a contrapié. Se había creído a salvo de su fechoría, enterrada en el pasado. Jamás había creído posible que aquello llegaría a salpicarle. No de aquel modo. Pero claro, había pasado por alto algo importantísimo: el Byakugan de Daruu. «Soy imbécil… ¡Soy imbécil, joder!». Yo… soy… culpable —logró balbucear, con la boca seca y mirando a sus propias manos, sin atreverse a mantenerle la mirada a Hanabi. ¿Qué podía decir? ¿Excusarse? ¿Defender que había hecho todo aquello por un coito interrumpido? No si quería ver la luz del día siguiente. Quizá ni así la vería—. Yo... Lo… Sé que no sirve de nada, pero lo siento —Joder, ¡qué estúpido se sentía! ¿En qué hora se le había ocurrido semejante venganza? ¿Cómo se le había podido pasar por la cabeza involucrar a la mismísima Arashikage?—. Sellé esas dos técnicas a principios de año, y…

Y de perdidos al río.

…y una tercera, Uzukage-sama. También a la kunoichi Aotsuki Ayame, en Otoño del año pasado. Un sello de rastreo, Uzukage-sama, tan invisible como un tensha fūin. Me sirve para localizar su posición si se encuentra relativamente cerca. Lo hice para poder encontrarla y así… —Joder, ¡qué mala pinta tenía aquello! ¡Se estaba defendiendo de pena! ¡Una cosa era aceptar sus crímenes y otra muy distinta tirarse de cabeza a la horca!—. ¡Por favor, deme la oportunidad de tratar de reparar el daño, Hanabi-sama! —exclamó, y fue el único momento en que se atrevió a alzar la mirada—. ¡Haré lo que sea! ¡Lo que sea! —suplicó.
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#5
—Pero, ¿un sello de rastreo para qué? Pero Datsue, ¡Pero joder, Datsue, para poder encontrarla para qué! ¡Oportunidad de qué, de qué me estás hablando! —vociferó Hanabi, levantándose y arrastrando la silla, visiblemente molesto—. ¿Tú sabes el problema diplomático en el que nos acabas de meter, pedazo de zoque...!

Hanabi tenía la vista clavada en el regazo de Datsue. El pergamino se había deslizado por sus muslos y se había abierto. Donde aparentemente no había habido nada antes... allí, en el punto encima de la i de Yui... No, eso no era un punto. Eso no era...

—Qué...

Eso era un Tensha Fūin, brillando con todas sus fuerzas.


¡FUAAAAAASHHH!


¡CRASH!


¡PLOP!

El pergamino liberó una gran cantidad de agua. Una ola gigante, para ser exactos. Las olas gigantes, por si algún lector anda despistado, no parecen llevarse muy bien con los despachos. Tampoco con los cristales de las ventanas.

Pues eso es lo que ocurrió. El despacho se llenó de agua, el agua golpeó contra los cristales de las ventanas, y Datsue y Hanabi cayeron irremediablemente surfeando, si es que se le podía llamar así a patalear contra la corriente y a tragar agua. La ola cayó sobre el puente con un gran estruendo. La gente gritó. Los jōnin hicieron acto en escena.

Hanabi y Datsue rodaron por la madera del puente de delante del Edificio del Uzukage. El mandatario tosió un par de veces y se levantó con dificultad.

—D... ¡DAAAATSUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!

—¿¡Qué ha pasado, Hanabi-sama!? ¿¡Este truhán le ha atacado!?

—No, no... No me ha atacado, pero sí es culpa suya. ¡Sí es culpa suya! —repitió, señalándole con el dedo—. ¡Uchiha Datsue! ¡Esta es la más grande de todas tus cagadas, y mira que han sido unas cuantas, según tu expediente!

Avanzó dos pasos hacia él y le tendió la mano.

Pero no era para ayudarle a levantarse.

—Tu placa de jōnin. Ahora.
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#6
—Pero, ¿un sello de rastreo para qué? Pero Datsue, ¡Pero joder, Datsue, para poder encontrarla para qué! ¡Oportunidad de qué, de qué me estás hablando!

Excusas, excusas, excusas. Antaño le salían de manera natural, de forma tan inconsciente como el mero hecho de respirar. Las escupía de todos los tamaños, formas y colores que uno se pudiese imaginar, y lo hacía sin el más mínimo esfuerzo. En aquella ocasión, en cambio, con la ropa pegada a su piel por el sudor, el Uchiha rezaba por poder invocar aunque solo fuese una, mínimamente decente.

El Kuchiyose no funcionó.

¿Tú sabes el problema diplomático en el que nos acabas de meter, pedazo de zoque...!

¡Lo sabía, joder, lo sabía! ¡Era un inconsciente, pero no…!

¿Qué? —dijeron Datsue y el Uzukage al unísono, al percibir un brillo en el pergamino recién abierto. Y entonces...



¡Fuaaashhh! El sonido de las fauces de Susano’o abriéndose.

¡Crash! El mundo a su alrededor cediendo ante su furia.

¡Plop! Los restos de escombro desmoronándose tras su paso. Esos eran Datsue y Hanabi. Más concretamente Datsue, que se encontraba en el suelo del puente tosiendo agua y con el cuerpo dolorido de cabeza a los pies. Le ardían los pulmones y tenía ganas de vomitar. Mareado, apenas pudo medio erguirse , mientras oía gritos, chillidos, palabras…

Una frase se sobrepuso sobre el resto, como un trueno haría sobre el silencio.

—Tu placa de jōnin. Ahora.

Datsue balbuceó como un bebé haría cuando su madre le pide su juguete más preciado. ¿Tan pronto iba a perder su placa? ¡Apenas le había dado uso! Ni siquiera le había dado tiempo a ir a pedir su regalo de ascenso a sus compañeros de promoción. Ni a ser sensei de ningún chavalín. Ni a hacer una misión de rango alto. Ni a nada, a absolutamente nada.

Como un condenado atando su propia soga, Uchiha Datsue se desanudó la bandana con la placa identificativa y se la entregó, sintiendo un pinchazo en el pecho. Aquel gesto le dolió más de lo que nunca hubiese creído. Se había equivocado, y ahora, al perderla, lo sabía. Aquella placa significaba mucho más que la posibilidad de hacer misiones de mayor recompensa. Significaba mucho más que las puertas que se le abrían para hacer más negocios. Aquella placa era más que aquello. Era…

… respeto. El respeto que sus compatriotas le tenían por el mero hecho de tenerla. La admiración, de los más pequeños, e incluso el sueño de algún día ser como él. Era el prestigio, era la trascendencia, era la influencia… y ahora todo estaba perdido. Tan fácil como perder un simple trozo de acero. Y todo por culpa de…


«Ayame». Sí, era más fácil echarle la culpa a otro que asumir toda la responsabilidad.
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#7
Por primera vez, Datsue vio a Hanabi enfadado. Quizás su percepción estaba distorsionada y sentía que todo ese enojo iba dirigido a él, pero las raíces penetraban al subsuelo y viajaban lejos, muy lejos. Evidentemente, por muy grave que hubiese sido la ofensa a Amekoro Yui, la Arashikage había respondido con un ataque directo, que, siendo obvio que no mataría a nadie, ni siquiera al propio Datsue, había sido bastante escandaloso. Si hubiese sido otra persona, seguro que aquello habría sido prácticamente una declaración de guerra. Y sin embargo, Hanabi era consciente de que tenía que mostrarse firme. Algunos de los más radicales del Consejo, en cuanto se enterasen de aquello, enseguida empezarían a intentar tumbar su propuesta de paz. Si dudaba un sólo segundo...

—Bien. Has perdido la placa dorada —dijo—. Espero que puedas recuperar una plateada muy pronto. En el examen. —el Uzukage se dio la vuelta y se cruzó de brazos—. Ahora, quiero que te vayas. Ve a casa, y reflexiona sobre el daño que nos has causado hoy.

»Todavía creo que puedes ser un buen ninja, Datsue-kun. Pero, como te dije el día que te di la placa, estas tonterías tienen que cesar. —Hizo un ademán con la mano—. Vamos. Voy a estar muy ocupado dando explicaciones a todo el mundo. ¡Lárgate!
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#8
Con aquella última exclamación, Datsue dio un brinco en el sitio del susto y no tardó ni un segundo en obedecer la orden. Cojeando visiblemente —porque se había golpeado el tobillo con alguna roca suelta o escombro durante su caída—, dejó a su placa dorada, a su Uzukage, y al poco honor y respeto que se había ganado desde su ascenso a jōnin.

Con los hombros caídos y arrastrando los pies, recorrió la Villa con la cabeza en mil sitios distintos. Lo había intentado, los Dioses sabían que lo había intentado. Desde el momento en que se había puesto aquella placa dorada, había tratado de ser un ninja modélico. Había reducido a la excepción sus presentaciones rimbombantes, se había apartado en lo posible de negocios ajenos a la Villa. Se había tratado de comportar, de honrar su rango. ¿Y para qué había servido? Para nada.

En el fondo, sabía que era su culpa. Jamás tendría que haber implicado a la Arashikage en su venganza. Su error no fue vengarse, su error fue vengarse con una táctica claramente desacertada. Tampoco tenía que haber implicado a Daruu. Ni a Kaido. Aquello tendría que haberse quedado entre Ayame y él. «Ayame…»

Apretó los puños, y unas gotas de sangre se escurrieron desde las palmas de sus manos al suelo. Sus actos había dejado en evidencia a su Villa y a su Kage, hasta un punto en el que, en aquel momento, ni siquiera llegaba a imaginar. Y, por el camino, lo había perdido todo.

Se detuvo. Qué estúpido era. Hacía tan solo unos instantes, se había creído que su pérdida se basaba en honor, respeto, admiración y un poder de influencia mayor. Pero entonces, lo recordó. No, él había perdido mucho más que eso. Había perdido una oportunidad. Una oportunidad de rescatar a Aiko por la vía diplomática.

Como jōnin, y con unos amigos tan valiosos como lo podían ser Daruu o Kaido, la posibilidad de negociar era factible. Esperanzadora. Ahora, como genin degradado, sin la confianza de su propio Kage y, ni mucho menos, sus antiguos amigos, ¿qué puente cordial podría él tejer hacia Amegakure?

«Estas tonterías tienen que cesar.»

Las palabras de Hanabi resonaron en su cabeza. No era una advertencia que tomase a la ligera. Sabía que, una más, y su pescuezo correría peligro. Literalmente, por mucho que fuese jinchūriki y un Hermano del Desierto. Sintió una fuerte presión en el pecho y reprimió las ganas de llorar…

Una tontería era lo único que podía salvar a Aiko.


• • •


Muchas horas más tarde, tan de noche que se estaba más cerca del amanecer que del atardecer, Uchiha Datsue pasó una nota por debajo de una puerta. ¿Qué decía aquella nota? Una simple frase: Valle del Fin. ¿A quién iba dirigida? Al único al que podía ir. A un amigo. A un compadre.

A Uchiha Akame de Uzushiogakure no Sato.
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