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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1

Esta trama será un reboot de la del mismo nombre que empezamos en la edición del foro inmediatamente anterior al último reset. No osbtante, he cambiado algunos detalles (el más evidente, la localización) para darle más agilidad y dinamismo a la trama.

La introducción es la misma: un gran maestro de la música (Rokuro Hei), que gana gran relevancia después de muchos años de mediocridad. Se hace famoso por el irresistible tañido de su nuevo Shamisen, un instrumento construido con madera negra y de factura impecable. El maestro Rokuro, nativo de Iwa no Kuni, está dando una gira de actuaciones por todo Oonindo, siendo Yamiria su parada para esta noche.

El concierto se celebrará en el Salón de Té Honimusha, un distinguido local al que suelen acudir personajes pertenecientes a los estratos medios de la sociedad yamiriense: pequeños nobles y acaudalados comerciantes, distinguidos miembros del ejército del Daimyo, artistas de gran relevancia en la ciudad... En pocas palabras, aquellos lo suficientemente adinerados o influyentes para no juntarse "con la chusma", pero no lo bastante para acceder a los altos círculos sociales de la ciudad.

El local tiene, también, una puerta trasera que da a un estrecho callejón por un lado y a la parte trasera del escenario por el otro. Suele utilizarla el personal y también algunos artistas, y no estará vigilada esta noche debido a la gran demanda de personal en otros menesteres del establecimiento. Puede ser otra forma de entrar, aunque no carece de riesgo.

Así que eso, Henge al canto (mejor que gastarse un dineral en ropa de calidad), y... A disfrutar del espectáculo e.e


El ulular de una lechuza rompió el silencio nocturno que envolvía a los dos ninja mientras caminaban por la estrecha callejuela. Uno de ellos —el que andaba con más tranquilidad—, alzó la vista al cielo nocturno salpicado de estrellas para intentar divisar, sin éxito, al animal. No había Luna, por lo que la oscuridad era incluso más penetrante aquella noche; Akame lo había aprovechado para hengearse nada más entrar en la pequeña callecita, siendo visto única y exclusivamente por su compañero de Aldea. El Uchiha había añadido a su figura, mediante Ninjutsu, los suficientes elementos como para no destacar en el lugar al que se dirigían. Un kimono azul oscuro con ribetes rojos, un obi del mismo color y sandalias tradicionales. Su armamento, oculto bajo la transformación, se mantenía sujeto a su cinturón.

Vamos —musitó cuando llegaron al final de la callejuela.

Al otro lado se abría una empedrada vía, mucho más amplia y flanqueada por edificios de una planta y tejados que seguían el estilo arquitectónico tradicional de Uzu no Kuni. En concreto, había uno cuyas ventanas refulgían con la luz del interior, y de cuya entrada salía un murmullo constante.

«Ahí está. El Salón de Té Honimusha».

Confiado bajo su apariencia de joven adinerado rondando la veintena, Akame avanzó con paso firme hasta las pequeñas escaleras de madera que daban acceso al local. Los porteros —dos fornidos hombretones vestidos con armadura ligera y que llevaban sendas espadas al cinto— le dedicaron una mirada severa y exhaustiva que duró una eternidad. O, al menos, así le pareció al Uchiha. Mas no dijeron nada, y como Akame no deseaba perderse la actuación de aquella noche bajo ningún concepto, avanzó tratando de aparentar seguridad, hasta internarse en el local.



Si os parece, roleamos este primer turno como entramos (henge o a lo comando) y ya en el siguiente describo el lugar y demás.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#2
Quién me mandaría a mí dejarme engatusar… A Datsue le habían hecho la trece catorce. La trece catorce era una expresión nacida en Los Herreros, según tenía entendido, pues era una broma muy habitual que los herreros de aquel pueblo solían gastar a los novatos aprendices, antes de que la expresión se extendiese. El jefe pedía al aprendiz la llave 13-14, y el taller entero estallaba en carcajadas cuando el pobre novato, tras horas y horas de búsqueda infructuosa, se rendía por no encontrarla. Y es que la llave 13-14 no existía. Estaba la 12-13, e incluso la 14-15, pero por alguna razón que Datsue no conocía ni le interesaba conocer, no aquella.

Y a él le habían hecho la trece catorce. Tras su misión, había convencido a Akame para que le diese una oportunidad a la famosa tienda de su socio. O eso había creído, tras prometerle acero fraguado con el fuego de Amateratsu a precio de escándalo y mil y una triquiñuela de comerciante más. Pero entonces oyeron el rumor de que el famoso Rokuro Hei iba a dar un gran espectáculo aquella noche…

… y allí estaban.

Vamos —musitó Akame, apremiándole.

Datsue emitió un suspiro similar al bostezo. No le apetecía. Prefería estar tumbado en la cama, leyendo algún libro o planificando su próxima aventura empresarial. Pero, ¿qué podía hacer? Akame era un potencial cliente. Ningún comerciante que se preciase podía dejarle escapar.

Siguió a Akame escaleras arriba, ataviado con un kimono blanco con ribetes dorados, un anillo de oro con un rubí incrustado y un pendiente de diamante en su oreja derecha —en sustitución de su habitual aro negro—. Todo ello producto del chakra, por supuesto. Más desearía él tener el dinero suficiente para poseer todo aquello. También se había peinado para la ocasión, con sus habituales trenzas a cada lado, y había sellado las armas de su portaobjetos a lo largo de su antebrazo, dejando aquel pequeño pero molesto bolso en casa.

Cuando le llegó el turno de ser analizado por los porteros, él les devolvió la mirada, ceñudo, como si el solo hecho de que un plebeyo analizase su condición social le pareciese un insulto. Ahora que lo pensaba, no le costaba nada en absoluto meterse en la piel de un niñato adinerado… Pero que nada nada en absoluto...
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#3

Espero que no os importe, pero voy a interpretar a Aiko como si ya hubiese hecho el unific que tengo aún pendiente, y con los cambios de personalidad que ésto acarreará. Mas que nada, porque ya en la trama con Riko y en la que llevo con Ritsuko empecé a dar toques de ese cambio, y creo que es necesario que ya le de el cambio por completo que necesito.

PD: El único cambio en la trama no fue el sitio, a Ayame le salió pene y se llama Datsue... ¿wtf? (?)

Fuera de bromas, me agrada la trama.


La chica escuchó rumores sobre un músico realmente espléndido, un artista como pocos, que tocaba un singular instrumento —un Shamisen— de un color mas oscuro que la noche. La tarde en ese famoso baño termal con la chica de Kusagakure había sido muy, pero que muy productiva, y ahora solo le quedaba la intriga por poder escuchar una sola sinfonía de éste hombre llamado Hei.

Por suerte o desgracia, los rumores decían que tocaría en Yamiria en su corta gira por Oonindo, así como que sería para una clase social relativamente alta; quizás no para la mas alta de la urbe, pero tampoco lo sería para las chusma y la plebe. Así pues, la chica vistió sus mejores galas, y se aventuró hacia el país de la espiral en un carruaje. No es que fuese una chica millonaria, pero ciertamente había vivido sin gastar demasiado, y bastante tiempo si cabe decir. Ahora era el momento de disfrutar la vida, y nada ni nadie se lo impediría. No tenía miedo, ya había estado muerta en vida por demasiado tiempo.

Dejó su cabellera al natural, que, aunque no era demasiado larga, ciertamente tenía un toque único y personal. Se pintó los labios, de un tono rojo tan intenso que haría alarmar a un camaleón, con un borde negro, con tal de que éstos resaltasen aún mas si es que cabe. Delineó sus ojos, con negro, haciendo que su forma y mirada quedasen aún mas intensa. Incluso recurrió a un suave polvorete, que manchó sus mejillas en un coqueto tono rojizo leve. Vestía un kimono blanco de seda, con numerosas figuras negras con formas de calaveras decorando, sobre todo las mangas y la parte baja. El obi tomaba el mismo color de los detalles —negro— y se imponía con delicados detalles del tono inverso. En la pierna, a la altura del muslo, hizo con varios vendajes una zona de confort para su mas preciado bien, su retrato, así como también dejó una bomba de humo —por si acaso— puesto que una no deja de ser kunoichi por mas que se esfuerce. Dejaba atrás el resto de armas, pero tampoco es que la vida le pendiese en ello. Por zapatos, llevaba unas sandalias tradicionales de madera, con unos lazos blancos para sostenerse al pie. Cabe destacar que la chica le recortó medida al kimono por debajo, con tal de lucir un poco las piernas hasta la altura de quizás un poco mas de la rodilla.

Al fin, el carruaje llegó a Yamiria. La chica terminó bajando a pocas calles del local al que debía acudir, el Salón de Té Honimusha.

Muchas gracias por traerme. —gratificó la pelirroja al cochero. —Es la primera vez que estoy aquí... ¿sabe donde queda el local?

Claro, señorita. Solo tiene que tomar ésta calle hacia allá... —señaló el hombre. —y a la tercera bocacalle a la izquierda. Allí lo verá a mano derecha.

La chica hizo una leve reverencia, para el conductor. —Muchas gracias de nuevo.

No hay de qué, guapa.

¡PLASH!

Los latigazos anunciaron la huida del carruaje, a manos del cochero. Sin mas, la chica puso rumbo hacia el local donde tocaría Hei. Sin pausa pero sin prisas, recortó camino, siguiendo el itinerario que le había facilitado. Continuó por la calle señalada, hasta la tercera calle que cruzaba, en la cuál giró a la izquierda. Allí, pudo observar un local rigurosamente vigilado.

«Bueno... hora de ganarme mi invitación...

Jaló un poco de los pliegues del kimono, de la tela que cubría su pecho concretamente, anunciando bastante mas su imponente escote. Tomó aire, y prosiguió el camino con la mirada bien alta. Allí, no solo estaba el portero, si no que también habían algunas personas que intentaban entrar por todos los medios. Ante el paso de la pelirroja, la mayoría de miradas quedaron fijadas en ella. Realmente no era para menos, su presencia era notoria, y su escote... parecía una tarjeta de bienvenida.

Buenas tardes. —Anunció al gentío.

Sin mas palabras que las necesarias, intentaría atravesar el umbral de la puerta. Si nadie se lo impedía, hasta que mejor.


Lo aclaro por si acaso. No llevo bandana, y no llevo armas salvo la bomba de humo xDDDD
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#4
Por mucho que lo intentase, Akame no era el mejor actor del mundo. Ni siquiera uno mediocre. Su paso, tosco, poco parecido al de un noble. Su mirada demasiado atenta, demasiado inquieta; reflejaba un estado de alerta constante que no era en absoluto característico de los ciudadanos acaudalados, tan acostumbrados como estaban a vivir rodeados de sirvientes y guardaespaldas. Mientras subía las escaleras, con la mirada fija ya en el interior del salón del té, Akame notó las miradas inquisitivas de los porteros... Casi como si estuviesen a punto de cambiar de opinión.

Y tal vez lo hubiesen hecho, de no ser por las dos personas que le precedieron. La primera, Datsue, su compañero de misión. Había que admitir que el muchacho, además de ser bastante gallardo, tenía talento. Se pavoneaba como un joven noble y parecía manejar con soltura la gama de expresiones faciales que alguien de su —supuesta— clase social debía tener a la hora de mirar a un plebeyo. Los porteros rápidamente centraron su atención en el muchacho, saludándole —por puro instinto— con una sonada inclinación de cabeza.

Tras ellos dos entró una muchacha joven y pelirroja, de facciones astutas y cuerpo escultural. Con la misma facilidad que a Datsue —aunque con otros pensamientos en la cabeza—, los gorilas de la entrada le cedieron toscamente el paso.

El Salón del Té Honimusha era un local amplio. La entrada daba a un pequeño y estrecho pasillo al final del cual dos puertas correderas tradicionales daban acceso a la estancia principal, un área bastante grande con capacidad para unas cuarenta personas. La sala estaba salpicada de mesas, rodeadas de sus correspondientes cojines, sobre las cuales había una vela aromática encendida. A la izquierda del salón principal se ubicaba una barra de madera pulida, tras la cual el personal del local atendía a los clientes. Al fondo, un pequeño escenario de madera ligeramente elevado, y tras él una cortina de seda roja. A la derecha de la sala, en la pared tras una de las mesas más próximas al escenario, había una discreta puerta de madera.

«Vaya, sí que hay gente...», caviló el Uchiha. El salón estaba repletó de clientes, todos ataviados con sus mejores galas. Akame echó un vistazo rápido tratando de encontrar una mesa libre... Pero no tuvo suerte.

Mierda, Datsue-kun... ¿Qué hacemos ahora?

Quedarse de pie no era una opción en un establecimiento como aquel. Desesperado, el gennin dio otra visual al lugar hasta que distinguió, al fondo, a un hombre haciéndoles señas para que se acercasen.

Parece que es nuestro día de suerte —dijo a su compañero, esbozando una media sonrisa, antes de internarse en el salón.

La mesa en cuestión estaba situada al fondo a la derecha de la sala, cerca del escenario y frente a la discreta puerta trasera. Era bastante amplia, y alrededor había un total de cinco cojines; uno de ellos, ocupado por el buen samaritano.

Buenas noches, caballeros —les saludó el tipo, con una leve inclinación de cabeza—. Mi nombre es Ishigami Takuya, ¿cómo están?

El hombre en cuestión era un tipo avanzado en años —debía rondar la cincuentena—, medio calvo salvo por los laterales de la cabeza, y de ojos avellanados. Vestía un kimono verde claro con motivos florales y llevaba un sólo anillo de oro en la mano derecha. A simple vista, parecía encajar perfectamente en la descripción de un comerciante acaudalado, pues no se veía sirviente ni ayudante alguno con él y, por tanto, probablemente no se trataba de un noble menor.

Buenas noches, Ishigami-san. Me llamo Uch... —Akame carraspeó, rápidamente consciente del error que estaba a punto de cometer—. Uchieda Akame. Muchas gracias por su amabilidad.

El señor Ishigami respondió al agradecimiento con otra inclinación de cabeza y luego alzó la mirada por encima del hombro de Akame, hacia la entrada. Acababa de ver a la chica pelirroja —él y medio salón, hombres casados incluídos—, y rápidamente se dispuso a invitarla también a la mesa.
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#5
Y entonces la vio, como un ángel caído del cielo, una luz en medio de una terrible tormenta. Ella era mucho más que una cara bonita, que un bonito cuerpo, que una dulce sonrisa… Ella era especial, en el buen sentido de la palabra. Distinta. Irradiaba una personalidad, un carisma, un escote...

… Datsue hubiese querido decir que había apartado la mirada tras darse cuenta de su grosería, pero lo cierto era que aquellas vistas atraían sus ojos como un imán, y era un imán muy grande...

Mierda, Datsue-kun... ¿Qué hacemos ahora?

Una voz distorsionada llegó a su mente embotada. Alguien le hablaba, al otro lado del paraíso, del mundo de colores y sueños imposibles hechos realidad.

Parece que es nuestro día de suerte.

Ya lo creo que sí, compañero. Ya lo creo que… ¿Eh? —Datsue le observó, estupefacto. No, no se refería al ángel de cabellos de fuego que acababa de entrar en el amplio salón, sino a un… viejo. Viejo y medio calvo, para más inri.

Quiso volver a recuperar el contacto visual con su amada, su futura amante, pero entonces, como por arte de magia, ya no estaba.

¡Akame! —exclamó, furioso, tras sus pasos. ¿Pero en qué demonios pensaba aquel chico? Suficiente había cedido ya con todo aquello. Al cuerno con que fuese un potencial cliente, ¡iba a cantarle las cuarenta!—. Pero, tío, ¿es que no viste…?

Buenas noches, caballeros —les saludó el viejo, con una leve inclinación de cabeza—. Mi nombre es Ishigami Takuya, ¿cómo están?

El anillo de oro que portaba el hombre atrajo sus ojos como la miel al oso. Era un tipo de atracción distinta a la que acababa de sufrir instantes atrás, pero no por ello menos poderosa. Ahora que lo pensaba —y se insultó mentalmente por no haberlo pensado antes—, aquel podía ser el lugar ideal para hacer alguno de sus negocios… y negocios de los buenos.

Yo soy Sakamoto Datsue. Un placer —se presentó, tras Akame.

Se sentó en uno de los cojines y entonces el corazón se le paró: la chica había vuelto a aparecer en escena, y les estaba mirando a… ellos.

A mí.
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#6
Los porteros del local quedaron en silencio ante el paso de la chica, sus miradas —lascivas— no denotaban mas que deseo, pero, ese deseo realmente quedaban por encima de sus posibilidades. Nadie, nadie en absoluto se atrevió a soltar siquiera un remunerado piropo a la chica. Ésta, consciente de éste detalle, pasó con el espíritu aún mas eufórico, sintiéndose mas hermosa de lo que jamás se había llegado a ver. Sin duda, algo así sube el aire a cualquier persona, incluso mas a que si éstos hubiesen recurrido a piropos.

Con el propósito en mente, la chica no se detuvo hasta entrar en en el recinto. El lugar, carente de plebe, lucía realmente lleno, casi abarrotado. Se podría decir que no cabía ni un bigote de gamba a martillazos, no había hueco por casi ningún lugar. Sitio, era casi imposible, las únicas sillas disponibles estaban todas reservadas.

«Vaya chasco... esperaba poder tomarme una cerveza tranquila y sentada, escuchando a éste tal Hei... ¿dónde fue a quedar el glamour de la fiesta?»

La pelirroja dejó escapar un leve suspiro, el cuál fue en parte interrumpido por un ligero empujón, un empujón que derivó en un descarado manoseo al trasero de la chica. Se trataba de un hombre de avanzada edad —como muchos del lugar— que carente casi de cabellera, vestía unas prendas violáceas que sin duda no eran baratas. Hasta las gafas de sol que llevaba —si, gafas de sol— eran de oro en vez de metal, referenciando la estructura. Sin duda, un buen partido para cualquier golfa.

Perdone... —se disculpó el pervertido.

Sin embargo, la chica no era una cualquiera, y su interés no estaba en el dinero. ¿Para qué buscar un tipo al que sacarle dinero si ya tenía aquello que todos buscan? Sin pensarlo dos veces, y en una reacción relativamente rápida, la chica hincó el codo en estómago del hombre mientras giraba sobre sí misma. Ambas miradas se encontraron, siendo que el pervertido dejó caer hasta las gafas en el impacto.

Oh... no pasa nada, yo también soy un poco torpe de vez en cuando, tranquilo. —se mofó en ésta ocasión la chica.

De nuevo, giró sobre sí misma y avanzó un poco por la sala, dejando tras de sí al hombre intentando volver a tomar algo de aire, cosa que le costaba.

Lejos de enfadarse, la chica continuó caminando en busca de un sitio donde poder sentarse —cosa que parecía imposible— y en una de éstas, observó que al lado del escenario, justo a la derecha, un hombre alzaba la mano. Se trataba de un hombre también medio calvo, adinerado al igual que el anterior sin duda alguna. A sus flancos, habían un par de chicos bastante jóvenes. El primero era de facciones finas y delicadas, con una cabellera negra como una noche fría de invierno, que vestía un kimono azul oscuro con algunos detalles en rojo. El segundo era bastante mas interesante; su mirada era intensa y fina, como la mirada de un zorro. Tenía una cabellera castaña, diferenciadamente mas clara que que la del otro. Su kimono era blanco, y con detalles de color dorado. Éstos, sin duda alguna, resaltaban bastante ante tanta persona senil. ¿Serían quizás los hijos?

Aiko miró hacia detrás, creyendo que quizás llamaba el hombre la atención de alguien. Pero, para cuando llevó su vista hacia la dirección en que éstos saludaban, allí atrás no había nadie respondiendo la llamada. De nuevo, la chica volvió la mirada hacia esa mesa, donde el hombre insistía con el gesto. Los orbes de éste, así como los del chico de cabellera castaña se hincaron en los pozos de petróleo de la pelirroja.

«¿Será a mi? No los conozco de nada...»

Sin embargo, no temía ante la posibilidad de ser mordida. Sin miedo, se aproximó hacia la mesa, donde había algún que otro sitio libre. Con paso tranquilo y firme, no tardaría en recortar las distancias.

Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada. —inquirió la chica, cruzando los brazos en respuesta.

«Aunque... el del kimono blanco es bastante mono...»
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#7
«Sakamoto Datsue, ¡menudo rufián!», pensó Akame con cierto desdén cuando su compañero se presentó —al igual que había hecho él— con un apellido ficticio. La diferencia era que Akame no conocía ninguna familia que se apellidase Uchieda, y en cambio aquel jovencito había tomado sin tapujos el apellido de una compañera de Aldea. «Si Noemi se entera de esto, lo cuelga de un árbol en el Jardín de los Cerezos...». Conocía de sobra el temperamento de su hermosa colega.

Luego se acercó la chica del kimono blanco, y Akame no pudo evitar quedársela mirando, embobado. Tenía el cabello rojo como el fuego de un Katon y una mirada astuta, brillante. Era exhuberante y agresiva a la vez. El Uchiha parpadeó varias veces y luego desvió la mirada a la mesa, tratando de disimular, cuando la muchacha les habló.

Si lo que quiere es casarme con alguno de sus hijos, le adelanto que no estoy interesada.

Akame se puso rojo como un tomate, y rápidamente trató de mediar en el asunto.

¿Qué...? Oh, no, no —negó, tajante—. Creo que nos confunde, señorita. Este amable señor no es nuestro padre, y tampoco estamos interesados en casarnos con usted.

Takuya, por su parte, se limitó a soltar una carcajada muy leve y nerviosa.

Lo que dice este joven es muy cierto. Simplemente la invitaba a acompañarnos, dado que es el único sitio libre en todo el salón —añadió, con cierto nerviosismo.

Una vez la muchacha tomase asiento —o no—, una chica de piel fina y exageradamente maquillada se acercó a la mesa. Vestía un kimono de color rosa suave y llevaba el pelo recogido en un elaborado moño, cruzado por dos palillos ornamentales.

¿Qué desean tomar?

Un... Un té, muy cargado, por favor —contestó Akame, sin reparar en que probablemente "un té" no sería lo suficientemente específico allí, y que pedir que estuviese muy cargado quizás era impropio de un joven de su supuesta alcurnia.

Sin embargo, el señor Ishigami no pareció reparar en aquello, pues sus ojos se movían, ávidos, por todo el salón. Cuando la mesera le dirigió una mirada entre respetuosa y sumisa, el hombre habló sin siquiera apartar la mirada de la entrada.

Una botella de shōchū, Kimiko-chan —dijo con total naturalidad.
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#8
«Diablos, ¡y aún por encima con sentido del humor!»

Datsue estalló en risas ante la broma de la chica. No demasiado altas ni prolongadas, pues aquello podría indicar simple adulación, lo cual denotaba un interés excesivo por su parte en ella, cosa que todavía no quería mostrar. Pero tampoco cortas ni tímidas, pues podría hacerla pensar que en realidad no le había hecho gracia el chiste, y que tan solo se reía por educación.

¿Qué cómo sabía todos aquellos sutiles detalles? Gracias a Genji Monogatari, el protagonista de un libro que se paseaba por medio mundo conquistando a toda mujer que se le cruzase por el camino. Todavía no lo había acabado, pero Datsue ya había aprendido más de un truco de aquel ávido e intrépido personaje.

Akame, por otro lado, pareció ruborizarse y, ni corto ni perezoso, afirmo que ninguno de los dos quería casarse con ella. Tuvo que contenerse para no darle un codazo en plena quijada. «¡Habla por ti, mamón!»

Pero no le dio tiempo a apostillar nada. El hombre que tan amablemente les había invitado a ellos y a la chica intervino, quitándole el momento. Y cuando ya estaba abriendo la boca para soltar algún comentario jocoso apareció la camarera. «¡Maldita sea, Genji no tenía estos obstáculos!»

Una botella de shōchū para mí también, gracias —añadió, tras el hombre. No tenía ni idea de lo que era ni le interesaba saberlo. Lo único que le importaba en aquel momento era ella… pero no debía mostrarlo. No todavía.

En su lugar, paseó la mirada por el salón como si le importase un carajo todo aquel espectáculo que estaban a punto de presenciar. Posó una mano en la mesa, dando golpecillos con la punta del dedo anular sobre la superficie. El dedo donde tenía tatuado un diamante.
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#9
Ante la pregunta que la chica presentó a modo de saludo, el joven de cabellera mas oscura enrojeció como un tomate, casi tanto como los decoros de su kimono. Rápida y fugazmente, se apresuró en negar tal cosa. Tajante, negó tener parentesco alguno con el señor de mayor edad, aunque curiosamente no negó que pudiese ser hermano del otro que aparentaba una edad cercana. La chica llevó la mirada hacia éstos individualmente, analizándolos rápidamente. No obstante, el primero en responder no se contentó con su respuesta, quiso hacer hincapié en que no había propósitos matrimoniales sobre la mesa. Entre tanto, el chico de cabello mas oscuro rió, de manera leve, pero rió. Quizás tomó ese comentario de la pelirroja como un chiste, como una manera tosca de romper el hielo.

El de aparente mayor edad —Aiko quizás era mayor— no pudo evitar también una risa liviana y nerviosa. Lo que recién había soltado la chica le había hecho gracia, o quizás había sido la reacción del chico que se sentaba a su siniestra. Fuese como fuese, tardó un poco en recuperar el habla. Eso si, cuando lo consiguió, corroboró que lo dicho por el primero era cierto, y añadió que la invitaba a sentarse con ellos dado que era el único sitio libre del salón.

«Y además de verdad...»

La pelirroja, tomó asiento sin más. Cruzó las piernas, y reposó los brazos sobre éstas. —Muchas gracias por el ofrecimiento. Mi nombre es Watashashi Aiko.

Entre tanto, el chico de cabello oscuro se hacía el interesante, o simplemente pasaba de ella. No se había siquiera dignado a saludarla, o a contestar a lo anterior —nada— parecía ajeno a todo lo que sucedía en la mesa, en la cuál irónicamente se hallaba. Tan solo se había reído, quizás por educación al pensar que había sido un chiste... ¿Acaso ya tenía amada y por eso quería hacerle vacío? En unos segundos, pasó de sentir interés a darlo por ocupado, o desinteresado...

«¿¡Son pareja!?»

De pronto, un pensamiento golpeó su cabeza. ¿Cómo si no iba a estar el primero tan afligido, y dispuesto a negar el matrimonio, y el segundo tan distante? Diablos... qué desperdicio de carne...

La chica, en un abrir y cerrar de ojos se había montado y comido toda la historia. Tiempo le faltó para buscar a un titán, un héroe y a saber qué mas, y labrarse una epopeya. Pero, su agilidad mental fue cortada por la presencia de una cuarta persona, que inquirió súbitamente qué querían tomar.

El de la siniestra, se adelantó de nuevo, solicitando un té, así, a secas, sin especificar de qué tan siquiera —cargado— eso si, no podía faltar que fuese generoso en aquello que llevase, fuera lo que fuera. La chica sonrió ante el pedido del chico, casi le pareció ridículo, sin el casi. Pero, debía ser cortés después de todo, así pues intentó disimular. Tras el primero, el hombre continuó la ronda de pedidos. Éste vigilaba cual rapaz el local, como si todo lo que hubiese allí fuese suyo. Al fin, respondió, pidiendo una botella de una bebida que la pelirroja ni conocía. Aiko no le prestó mayor importancia al nombre, pero, cuando el otro chico también la pidió quiso entender que se trataba de una bebida famosa del lugar.

«shōchū... que nombre mas raro...»

Ni corta ni perezosa, la pelirroja también iba a tomar algo, después de todo no iba a estar allí escuchando la música sin una buena cerveza entre manos. Debía guardar la compostura, pero quizás no había mejor manera que con una serena cerveza rubia refrescando su garganta.

Yo tomaré una cerveza. —se apresuró a continuar con la ronda de pedidos, terminando el ciclo. —Pero, que sea la mas fuerte que tengan, por favor. Me da igual el nombre, mientras sea buena.

Después de todo, entre su costumbre a beber, y su increíble capacidad de recuperación... de no ser fuerte, sería como beber agua. Quizás ese era uno de los peores síntomas de su maldición, no poder disfrutar una buena borrachera por mas de unos minutos...

Tras irse la muchacha, el señor mayor quedó aún avistando alrededor, mientras que fue imitado por el de cabellera oscura. Éste, sin embargo, parecía algo inquieto. Golpeaba con liviana presión la mesa con el dedo anular, repetidamente. Ésto, curiosamente llamó la atención de la chica, que al ver el tatuaje volvió a cobrar bastante interés en éste.

«Bueno, quizás no solo le gusten los chicos... tampoco es algo raro, si a mi me gustan ambas cosas... a él puede que también...»

Bonito diamante. —anunció, lejos de ser ante algo material. —Una buena técnica de tatuaje, se ve con un trazo limpio y firme.

Al menos, así no quedarían todos en silencio.
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#10
«Watasashi Aiko... Extraño nombre. Casi tan extraño como su dueña» pensó Akame. Había algo en aquella chica, más allá de su despampanante belleza, que le causaba una sensación a medias entre el miedo y el interés. Tentado estuvo de activar su Sharingan y echar un pequeño vistazo a la realidad, sólo por si difería de lo que Aiko les estaba mostrando en ese momento... Pero rechazó la idea al instante. Bastante poco estaba encajando en aquel lugar hasta el momento como para además atraer la atención del señor Ishigami, que parecía bastante ocupado en otear el panorama con nerviosismo.

La muchacha se interesó entonces por el tatuaje de Datsue; Akame ya lo había visto antes, aquel mismo día, de modo que simplemente decidió quedarse en silencio. Takuya, por su parte, pidió a la mesera un pañuelo para secarse las manos; le sudaban en cantidad.

Minutos después Kimiko volvió con las bebidas que habían pedido hábilmente distribuidas sobre una bandeja de madera oscura. Dejó sobre la mesa, frente a los clientes, una jarra de porcelana con cerveza de arroz —muy oscura—, una taza de té humeante y dos botellas de medio litro del licor que el señor Ishigami y Datsue habían pedido. Con un gesto grácil dejó dos copas blancas, chatas y anchas, junto a las botellas. El señor Ishigami tomó una, vertió parte del shochu y luego se la bebió de un trago.

Se contuvo para no suspirar de gusto —pues en aquellos ambientes se consideraba de mala educación—, y luego se sirvió otra que fue directa al gaznate.

Y, ¿a qué se dedica usted, Ishigami-san? Si no es indiscrección —preguntó Akame mientras bebía un sorbo de su delicioso té.

¿Hum? Ah, sí, a qué me dedico... Soy contable —respondió el hombre con aire distraído.

En ese mismo momento, un empleado del salón subió al modesto escenario y anunció que el maestro Rokuro Hei comenzaría su actuación en cinco minutos.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#11
«¡Por Rikudo, ha funcionando!»

Datsue, al fijarse en los artísticos tatuajes de la moza, había dejado como quien no quería la cosa su mano a la vista. No contento con ello, había atraído su atención con el simple y rítmico golpeteo de su dedo sobre la madera. Pero no solo le había salido bien, no, ¡es que además había conseguido que fuese ella misma quien iniciase la conversación!

«Joder, ¡ni el mismo Genji en sus mejores tiempos! Vale, tranquilo. Respira hondo y no la cagues ahora. Lo más difícil ya está hecho. Ahora a seguirle el juego y que tu mirada Uchiha haga el resto»

Gracias —dijo, levantando la mano y mirándose el tatuaje de manera distraída—. Una buena amiga mía me llevó a Shinogi-to para hacérmelo. Siempre decía que allí estaban los mejores tatuadores«Vale, genial. Ahora mírala a los ojos. Eso es. Jo-der, qué ojos. Que… ¡No pierdas la concentración, maldita sea! Ahora baja ligeramente la mirada y… ¡Tampoco tanto! ¡El cuello, no bajes del cuello! Eso es. Ahora una leve contracción de pupilas para indicar sorpresa, como si no te hubieses fijado hasta ahora en sus tatuajes»¡Vaya! Veo que no soy el único que los tiene —dijo, esbozando una pequeña sonrisa mientras se señalaba el cuello para indicar que se refería al dibujo que tenía ella en el suyo—. ¿Qué es? No puedo apreciarlo bien desde aquí...

«Es una… ¿serpiente?»

Al mismo tiempo, Akame había iniciado una conversación con el amable señor que les había invitado a la mesa. Escuchó algo de que era contable, o algo parecido. Por él como si era el mismísimo señor feudal disfrazado de viejo sudoroso. Bien se podían batir en aquel mismo instante en un duelo a muerte, que el Uchiha no se enteraría.

Se sirvió un poco de la botella que le habían traído y dio un trago. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no escupirlo en el acto, haciendo un esfuerzo por tragar aquel líquido que, a pesar de ser frío, le abrasaba la garganta.

Ahora no podía echarse atrás. Menos después de que Aiko pidiese una cerveza de las más cargadas que tuviesen. Armándose de valor, se sirvió otra copita y dio un pequeño sorbo, tratando de esbozar la misma expresión que cuando se deleitaba con un zumo de naranja recién levantado por la mañana.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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#12
El chico agradeció el cumplido de la pelirroja acerca del tatuaje. Al fin, parecía hacerle algo mas de caso. Pero, no todo fue un camino de rosas... según relataba, una buena amiga suya había sido partícipe de ese tatuaje, llevándole hasta Shinogi-to. El problema en sí no radicó en el lugar donde se hiciese el tatuaje, ni en que allí fuesen mejor o peor tatuando, o los celos a esa posible rival que le inició en el mundo del tatuaje —no señor— el verdadero problema radicaba en eso de una buena amiga suya.

«¿Desde cuando un hetero anda con amigas a hacerse tatuajes? Dios... lo estoy perdiendo...»

Para cuando la chica quiso dar algo de información acerca del tema, el tema de si allí en Shinogi-to hacían mejores o peores tatuajes, o el hecho de que había sido allí donde ella también se había tatuado, el chico sacó a relucir que tampoco era el único con tinta bajo la piel. Obviamente, la mitad de ese bar se había dado cuenta de ese detalle. De nuevo, su teoría retomaba fuerzas, ése chico no parecía interesado en ella, de lo contrario se habría dado cuenta antes...

Pero, lejos de hacer que la chica perdiese el interés en éste, tan solo avivaba las ganas de insistir. Por suerte o desgracia, el chico al menos le seguía la conversación. Sus ojos bajaron por el cuello de la chica, hasta llegar quizás mas abajo de los tatuajes. Indicó cuales, pero preguntó qué eran a causa de que no podía apreciarlos bien, según decía.

Lo primero es una calavera, y bajando en vez de un cuerpo se divide en varias ramas de espino. A la altura del hombre comienza a transformarse en una constelación... y, conforme baja por el brazo, toma figuras un poco mas geométricas, hasta acabar en ésta serpiente. —informó al de cabello oscuro la chica, terminando el transcurso levantándose levemente la manga del kimono, en pos de enseñarle el último mencionado. —La verdad es que ya llevo unos cuantos.

Tras el recorrido, la chica volvió a colocarse bien la manga. Momento en que la chica que los atendió minutos antes, regresó con las bebidas. La de la chica, claramente en una jarra y con un tono y espuma característicos, esperaba con ansias ser probada. La espera no se le haría demasiado larga a la pobre, pues la chica no tardó en tomar la jarra y acercársela.

Por cierto, ¿como os llamáis? Que ando aquí mas perdida que un cangrejo en un cubo.

La pelirroja, sin esperar siquiera respuesta, balanceó un poco la jarra y repitió el proceso en el sentido contrario un par de veces hacia cada lado, tras lo cual le propinó un generoso trago. La cerveza, espumosa e intensa, refrescó su gaznate al instante.

Un tanto ajenos a la conversación de tatuajes del interesante y la chica, el soso y el anciano hablaban sobre el trabajo de éste. El hombre, que andaba mas nervioso que un padre soltero en una manifestación feminista, sudaba tanto que casi daba asco. Suerte que la genin estaba acostumbrada a aguantar cosas peores, y gracias a dios que al menos ya quedaba poco para comenzar a escuchar a Hei... además, estaba ese chico...

«Si es mariquita, le voy a quitar todo el plumero...»
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#13
Akame asintió, pensativo. «¿Contable, eh? Pues debes tener unos buenos clientes si puedes permitirte venir con asiduidad a este tipo de sitios» dedujo el Uchiha. A juzgar por la confianza con la que el señor Ishigami se había dirigido a la mesera, debían conocerse de antemano. Lo cual, probablemente, implicaba que aquel contable era un habitual del Salón del Té Honimusha. «Entonces, ¿por qué está tan alterado? No parece para nada cómodo, como si no estuviese en su ambiente».

Mientras tanto, Aiko y Datsue seguían a lo suyo, hablando de tatuajes —o eso creyó entender Akame—. Cuando la chica les preguntó su nombre, el Uchiha hizo un esfuerzo consciente por no volver a equivocarse y luego dijo, con una inclinación de cabeza que trataba de ser cortés.

Uchieda Akame, a su servicio.

Luego tomó otro sorbo de té. El ambiente empezaba a antojársele demasiado aburrido, y ya estaba preguntándose si el músico tardaría mucho más en salir a escena cuando uno de los empleados del local pidió atención desde la palestra. Los clientes hicieron caso, y en apenas unos momentos todo el salón quedó sumido en un silencio profundo.

Damas y caballeros, esta noche tenemos el placer de presentarles al maestro del Samishen, Rokuro Hei-dono.

El chico abandonó el pequeño escenario y, tras él, se descorrieron las cortinas de seda. Un total de tres figuras salieron a escena; tres de ellas eran hombres relativamente jóvenes —no llegarían a los cuarenta—, que llevaban instrumentos de acompañamiento. Y la cuarta, ovacionada con un suspiro por el público, era el maestro Rokuro. Un hombre entrado en años, medianamente alto y muy delgado con algunas regiones de pelo canoso sobre su cabeza. Los cuatro vestían kimonos de color violeta oscuro con ribetes dorados y un obi negro en la cintura. El inconfundible sonido de unas tradicionales sandalias de madera al chocar contra el escenario reverberó en el salón.

Los tres ninjas, desde tan cerca que estaban, pudieron advertir como el músico se tambaleaba ligeramente y su mirada parecía un tanto ausente. Tenía el rostro surcado de arrugas —aunque desde un poco más lejos no fuese distinguible— y los ojos hundidos en las cuencas.

Gracias a todos —dijo el maestro y, con un gesto, indicó a los mozos del salón que les trajeran sus asientos.

Dos muchachos vivaces y jóvenes dispusieron cojines sobre el escenario para acomodar a los artistas. Hei se colocó en el centro, acunando su Samishen negro entre los brazos, y sus acompañantes se distribuyeron alrededor. Luego el músico presentó brevemente su primera pieza y empezó a tocar. Pronto la música llenó el Salón del Té Honimusha, transportando a todos cuantos la oían a sus propios mundos interiores en un viaje místico, casi onírico.

Akame no pudo evitar cerrar los ojos mientras se dejaba llevar por aquellos sonidos tan peculiares; pegajosos como la miel pero suaves y finos como un kimono de seda de primera calidad. Su mente voló lejos de allí, sobre el País del Remolino y el Fuego, y luego se alzó más todavía, hasta poder contemplar todo Oonindo entre las mismísimas nubes.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#14
Mientras escuchaba las descripciones de los distintos tatuajes que envolvían la figura de Aiko, el Uchiha no pudo evitar que un pensamiento se formase en su cabeza. Un pensamiento que, quizá por el alcohol, que ya hacía más ligera su cabeza, o quizá por estar simplemente embelesado, soltó sin más:

Pues me gustaría verlos. —Entonces se dio cuenta del verdadero significado de sus palabras. Para verlos enteros, antes ella tendría que quitarse el kimono... y eso era de todo menos una propuesta decente—. Quiero decir —se apresuró a corregirse—. Luego… si te apetece.

Por Rikudou, ¿lo había arreglado o tan solo empeorado? ¿Había sido aquello demasiado descarado? ¿Demasiado directo para empezar? Con la mente en blanco, al Uchiha solo se le ocurrió una cosa que hacer: beber. Dio un buen trago al vaso, que le permitió ganar tiempo y, de paso, quitarse un poco los nervios. Era la primera vez que bebía alcohol, pero tenía que reconocer que aquello no era tan malo como decían…

… ni mucho menos.

Luego, rio ante la segunda ocurrencia de Aiko, esta vez con menos reparos, sin preocuparse si aquello estaría considerado como una buena táctica o no por el bueno de Genji. «Más perdido que un cangrejo en un cubo… ¡Ja! Esa sí es que buena»

Akame se presentó el primero.

Yo Uch… Ejem… Sakamoto Datsue. —Esta vez, fue él quien casi metió la pata, tan despistado como estaba con todo el tema de la infiltración. Más le valía ponerse las pilas si no quería que el Henge se deshiciese cuando menos se lo esperase.

Pero su intento de ligoteo iba a tener que esperar. El gran Rokuro Hei había salido a la palestra, y con él, el silencio. El preludio a una sinfonía digna de ser oída por los Dioses.

Tenía que reconocer que aquel tipo era bueno. Más que bueno. En su melodía no había lugar para la épica, pero sí para los sueños cumplidos. Sus notas evocaban el sonido de las olas en alta mar, cortadas por un velero bergantín. En la popa, un pirata, de cabellos recogidos en un moño y dientes de plata. Manejaba un timón de oro macizo, mientras una chica de cabellos crepusculares y tatuajes en la piel le ofrecía en la boca una fresa con nata. Ella estaba en bikini dorado, como así lo estaba también una chica bajita de cabellos de oro que ondeaban al viento. Un par de notas discordantes. El sonido del hielo entrechocándose en el vaso que la rubia le ofrecía.

La melodía subió en intensidad, vibrando, desmelenándose. En lo alto del mástil, una chica de cabellos púrpura gritaba de emoción con un catalejo en la mano. Un destello dorado brillaba en sus ojos color magenta. El reflejo del oro de Yamashita, el mayor tesoro jamás reunido en toda la historia de Oonindo.

Y, entonces, el éxtasis…
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#15
El hombre que había invitado al resto a compartir la mesa parecía realmente nervioso, como si recién hubiese descubierto una bomba bajo la mesa y buscase a alguien en la sala con conocimiento de desactivación de bombas. Pero, éste hecho fue algo relevante para la pelirroja, que quizás estaba perdiendo un poco la cabeza con el chico que tenía a su vera, o quizás no... pero cierto era que estaba distraída hablando con éste, tan distraída que casi había olvidado lo largos que se estaban haciendo los 5 minutos de espera hasta la actuación del famoso instrumentista.

La conversación sobre tatuajes con el chico de su lado discurrió drásticamente a un desnudo parcial, pues éste solicitó que quería verlos —los tatuajes— y éstos avanzaban desde su cuello hasta el abdomen, pasando por pecho y brazo. Siendo mas atrevido, se apresuró en afirmar que bien eso podía ser después, si buenamente a ella le apetecía. Lejos de cortarse, la chica rió levemente.

Si, si, claro... jajaja... —siguió la corriente al descarado.

«Quizás no es tan bujarrón como creía...»

Poco tiempo le faltó a la chica para pedir una presentación, pues era incómodo estar sentada junto a gente a la que no sabías ni cómo dirigirte. Ante ello, Uchieda Akame —el de cabellera clara— se presentó, para tras ello tomar un buche de su té. El interesante —que se trabó con su propio apellido— no tardó en dar su nombre, Sakamoto Datsue. Datsue y Akame, que ya confirmaban no ser hermanos, y cuyo acercamiento —ahora dudable— cada vez era más distante, por suerte o desgracia.

Encantada.

Tras ello, le propinó un segundo buche a su jarra de cerveza. En ese mismo instante, anunciaron la entrada del gran artista, el reconocido y famoso Rokuro Hei. No demoraron demasiado en montar el escenario para su cotizada actuación, y tras ello el músico comenzó a vender su alma al diablo.

Su sinfonía, melódica y triste, embestía contra todo sentimiento de las personas. Nadie podía escapar al embelesado ritmo, a las subidas y bajadas de tono en rápidos acordes, o a sus ligeras pausas en pos de dejar vibrar las cuerdas de su negro instrumento. Sin duda alguna, esa habilidad quedaba lejos de ser humana, era tan bueno que parecía creado por un ente superior. La pelirroja no pudo evitar dejarse llevar por la emoción del sonido. Le propinó un último trago a la cerveza, y tras ello dejó reposar su rostro sobre la diestra, la cuál apoyaba con el codo sobre la mesa.

«¡Qué bueno es el cabrón...! Con razón está teniendo tanta fama... raro sería que no fuese así de famoso...»

Su mente divagó entre los acordes, deslizándose poco a poco a una experiencia cercana a un sueño, donde el relax y la sensación de total felicidad se aunaban. Casi, solo casi, parecía estar en mitad del edén. Pero, ¿donde estaba su padre si eso era el cielo? No, eso ahora mismo perdía relevancia, solo debía disfrutar del sonido...
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