Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Siete meses habían pasado desde que Sekiryū hubiese celebrado su Kaji Saiban más emblemático y recordado de los últimos años. También el más salvaje. También el más odiado. Porque aquel día habían perdido todos. Porque aquel día, y lo descubrieron demasiado tarde, se habían pegado un tiro en el pie.
Ryū había sobrevivido a las heridas, sí. Duro, resistente y luchador como solo un tejón de la miel podía serlo. Pero las secuelas que todavía tenía iban más allá de dos largas cicatrices que le cruzaban pecho y espalda. Había perdido un pulmón, y, con él, gran parte de su potencial.
Zaide había salido con vida del combate, haciendo honor a su apodo: El que no se muere. Tres veces Dragón Rojo le había dado por muerto, y tres veces se había vuelto a levantar. Pero, en aquella ocasión, el precio a pagar fue más caro. Un ojo. Su ojo izquierdo. Lo que para un Uchiha significaba un Mangekyō menos, y el adiós a Susano’o, su dios protector por excelencia.
Oh, sí. Definitivamente Sekiryū había perdido, y mucho, aquel día.
Muchas cosas habían pasado desde entonces. Combates pactados sobre la tumba de un falso muerto, pues quien sueña no está muerto, sino dormido. Susurros velados entre montañas escarpadas. Enseñanzas. Discusiones. Pactos. Risas. Secretos. Muchos secretos susurrados bajo la luz de la luna.
Pequeñas historias que no tienen cabida en esta. Aquí no hay sitio para lo mundano, lo terrenal o lo personal. Porque aquí, en esta historia, estaba a punto de decidirse el destino de Sekiryū. Probablemente también de las Islas del Archipiélago. Probablemente también de Oonindo entero.
¿No me crees? Oh, pero no es a mí a quien tienes que creer, sino a…
—Vamos a cambiarlo todo
… a Ryū. Que, si habéis estado atentos a esta historia, bien sabéis que a él no le gusta jugar con las palabras.
—Vamos a hacernos con todo.
En aquella reunión, todos estaban presentes. De una u otra forma. Ryū, presente en cuerpo y alma, era quien hablaba en aquellos momentos. A su derecha, la figura espectral de la Anciana. A su izquierda, Kaido. Kyūtsuki, encargada de acelerar la recuperación del Gran Dragón, también estaba presente físicamente en la caverna de Ryūgū-jō. Al otro lado, Otohime cruzaba las manos sobre la mesa. Los ojos verdes de Money relucían sobre una figura completamente negra con brillos del arcoíris. Luego estaba Akame. Y luego… Un ojo rojo, y un ojo blanco. Eso era lo único que se distinguía del último espectro. De Uchiha Zaide.
—Vamos a demostrarle a las que se hacen llamar las Tres Grandes cómo se maneja una Villa de verdad.
En estos siete meses, Money había hecho contacto con el embajador de Umigarasu. Habían hablado de manera superficial, y el emisario había transmitido el deseo del Señor Feudal de hacerles una oferta jugosa. En persona. En su palacio. Poco más había podido sacarle Money, aunque ellos, gracias a Kyūtsuki, bien sabían buena parte de la oferta.
Y ya habían aceptado de antemano.
—Tenemos que decidir quién va —dijo la Anciana. Faltaba una semana para la gran cita, y tenían que tenerlo todo listo y preparado. Sin fisuras. Sin dudas—. No podemos ir todos. El gran punto fuerte de Dragón Rojo es que está compuesto por ocho cabezas. Mientras nuestros enemigos no sean capaces de cortarlas todas al unísono, somos inmortales. Juntarnos los ocho en un mismo sitio sería… exponernos tontamente.
Silencio. Una gota cayendo de una estalactita.
—No se peleen, ya soy yo el primero en ceder mi puesto —habló Zaide—. ¿Queréis que os envíe unas rodilleras por correo? ¿Unos cojines, quizá? Para cuando Umigarasu os haga hincar la rodilla, digo. —Incluso aunque era imposible vérsela a través del Gentōshin no Jutsu, estaba claro que estaba sonriendo de oreja a oreja.
Otohime carraspeó.
—A mí me gustaría ir. Sé que voté en contra de esto, pero ya que vamos a hacerlo… —se encogió de hombros—. Ya que vamos a hacerlo, quiero ser la primera en catar esos lujos prometidos. Llevo demasiados años encerrada en este antro.
—Y, pues, aquí papi al habla. Cleo que todos estalemos de acueldo en que soy una palte fundamental e implescindible en dicha reunión. Necesitamos que esté ahí pa’ llegal a un buen acueldo.
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La figura de Uchiha Akame se mantenía impretérrita ante el cruce de palabras de sus compañeros. Siete meses habían pasado, aunque para él se sentían como toda una vida. No en vano había sido entre las paredes de aquella gruta que el joven exjōnin había podido recobrar el sentido de vivir y darle un nuevo propósito a su existencia para intentar superar los fantasmas de su pasado. Algunos días mejor, otros peor, el joven Akame lucía en apariencia igual que meses atrás: con su cabello negro, muy negro, corto y desarreglado. Sus ojos inteligentes, con el Sharingan encendido en sangre, su expresión calma como de quien tiene todo bajo control. Vestía con un sencillo traje de tres piezas: una camisa negra de cuello alto, abierta a la altura del pecho, una camiseta interior para protegerse del frío bajo ésta y unos pantalones bombachos ceñidos en las pantorrillas a sus botas estilo tabi.
Su mirada recorrió la mesa con tranquilidad cuando Money habló; él quería ir. Otohime también, a pesar de que había sido la primera en sumarse a la defensa cerrada de Zaide de rechazar aquel trato. Akame esperó unos segundos y, puesto que ninguno más hablaba, hizo lo propio.
—Yo iré —se limitó a afirmar—. Para escoltar a nuestros ilustres embajadores —agregó, no sin retranca, refiriéndose a los otros dos voluntarios.
Luego calló, aunque por el rabillo del ojo, no perdía detalle de la reacción de Kaido: sabía que el Tiburón no se quedaría sentado a ver cómo las cosas sucedían, ajenas a él. No, el escualo era un tipo de los que no podían evitar verse envueltos continuamente en la acción que llevaba al ojo del huracán.
Kaido lucía impertérrito durante la conversación. Estaba pensativo, analítico, tanto como lo ameritaba la situación. Él y su organización, siete meses después del fatídico Kaji Saiban, discutían ahora los entresijos del primer punto de partida para la resurreción de Kirigakure: estaban en la labor de decidir quiénes serían los ilustres postulantes que compondrían la comitiva para reunirse con Umigarasu. Otohime fue la primera en demostrar su interés en participar —no porque le interesase demasiado formar parte de la negociación, sino porque estaba hasta los huevos de estar encerrada en aquella caverna—. y Money hizo lo mismo poco después, recalcando el hecho de que la labia para que el acuerdo llegue a buen puerto reposa en su propia lengua. Un miembro imprescindible, si aquello iba a consolidarse con palabras, y no con muerte y sangre como está acostumbrado nuestro azulado escualo.
Y hablando de muerte y sangre, este tipo de encuentros, tan delicados y peligrosos, no carecían de altas probabilidades de irse todo a la mierda rápido. En un juego de egos y poderes donde estaba sobre la mesa el futuro de toda una nación, los edificios se construyen sobre una delicada casa de naipes. El más mínimo soplido...
—Considerando el hecho de que Otohime no puede luchar, creo que mi buen Suzaku va a necesitar de ayuda en caso de que las cosas se salgan de control. Creo que sería prudente que les acompañe.
9/12/2019, 21:37 (Última modificación: 10/12/2019, 01:46 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
—Hmm.
Los escoltas eran necesarios, pero, ¿quién estaba ahí para protegerlos a ellos? ¿Dónde estaba el martillo que todo escudo necesitaba?
—Iremos los cinco. —Estaba decidido.
Estaba decidido.
—No.
La Anciana negó con la cabeza, reafirmando su postura.
—No —repitió, pues sabía que Ryū era duro de mollera—. Hemos cometido el error, todos nosotros, de subestimar a estos dos cachorros. —Bien lo había visto en el Kaji Saiban—. Es hora de que demuestren lo que valen. Solos.
—Este no es el momento de poner a nadie a prueba, Anciana.
El espectro de la Anciana entrecerró los ojos. No quería decirlo, no quería revelar la verdadera razón tras su decisión. Pero conocía demasiado bien a Ryū, no se dejaría convencer con meras excusas.
—Precisamente, Ryū. No es momento de ponerte a prueba… a ti —se lo espetó sin miramientos—. Kyūtsuki me ha dicho que necesitas una máquina de oxígeno para dormir y no ahogarte por las noches. —Específicamente, que sufría de peligrosas apneas de sueño—. Te ha recomendado bajar de peso, y tú hiciste justo lo contrario. —En la pelea contra Kaido, Ryū había pegado un visible bajón. Ya no, sus músculos volvían a lucir como siempre, y quizá por eso, el único pulmón que le quedaba no daba abasto—. Y sospecho, por mucho que no queráis contar, que el resultado de tu combate contra Kaido no fue… muy alentador.
Alentador fue precisamente lo que fue. Oh, sí, Kaido lo sabía muy bien. Independientemente del resultado final, Ryū no paraba de alentar, de alentar y de alentar. Ah, pero no para darle ánimos, no. Sino el de su otro significado. El de respirar sin parar porque no le llegaba el suficiente oxígeno a la sangre. Ryū seguía estando fuerte como un toro; seguía siendo inamovible como una montaña; pero cada vez que atacaba con ímpetu, necesitaba de largos segundos para recuperarse. Se agotaba con extremada facilidad y eso le dejaba vulnerable en demasiadas ocasiones. Si antes hubiese creado un Kage Bunshin, lanzado una muralla de fuego y un tornado de viento de una tacada, ahora tenía que conformarse con hacer cada cosa por separado, dándose su buen minuto entre acción y acción.
Tenía, en definitiva, que andarse con rodeos.
—Déjate de rodeos, Anciana. Di lo que tengas que decir.
La Anciana suspiró, e hizo justo lo contrario.
—Os voy a contar una breve historia —empezó, desviando la mirada hacia el resto—. Antiguamente, hubo un mercenario muy famoso en estas tierras. Un ninja. Libraba guerras para distintos Señores Feudales, según le conviniese. Era un mercenario, sí, pero el mercenario más respetado del mundo. Algunos, lo consideraban algo más que eso.
—No era un ninja —intervino Ryū, con la mirada muy lejos de allí, como distraído—. Sino un rōnin.
—Rōnin, ninja… distintas versiones para una misma historia —reanudó, sin darle importancia a ese detalle—. Pero si conoces la historia, Ryū, sabrás que ganó todas sus batallas salvo la penúltima. Quedó tan malherido tras el combate, que no superó la noche. Los numerosos soldados del bando enemigo amanecieron con la certeza de que el gran y temido mercenario no había visto la nueva luz del sol. Y así fue. Por eso, también supieron que la victoria estaba en sus manos. Las tropas estarían desmoralizadas, desorientadas sin su eterno líder, y tenían tanto la desventaja numérica como del terreno.
»Cuando avanzaron hacia el campo de batalla, sin embargo, se encontraron con una sorpresa. El campeón que todos daban por muerto… era la punta de lanza de un ejército que se les echaba encima. —Les dejó un breve momento para que se lo imaginasen en sus cabezas—. La visión fue tal, la idea de que aquel hombre era inmortal y que por tanto iban a morir fue tan certera, que no llegaron ni a luchar. Se rindieron de inmediato.
»¿Por qué? Tenían los números. Tenían la ventaja. Pero, aquel hombre… aquel hombre era un dios para ellos. Y así, el mercenario ganó su batalla número setenta y dos… muerto. Porque sí, lo estaba. El hombre que vieron los enemigos no era más que un impostor hengeado en su general.
—No, no fue un Henge —le rebatió de nuevo Ryū. Muy seguro—. Era él, muerto, atado a su caballo para que no se cayese, el que causó el espanto en las tropas enemigas.
—Mucho te preocupan los detalles de esta historia. —Y eso era extraño—. Como sea, para nosotros tú eres ese hombre, Ryū. La persona que todos temen. Capaz de espantar a nuestros enemigos incluso en una situación desventajosa. Pero eso no seguirá sucediendo si das muestras de debilidad. Si la situación se va de control, como dice Kaido, no podemos permitir que el mundo vea que el dios al que temen es un mero mortal. Tú mismo lo dices siempre. Las apariencias lo son todo. La fuerza lo es todo.
Y en aquellos momentos, le gustase o no, estaba muy lejos de estar en plenitud.
—Nadie de aquí pone en duda que volverás a ser el que fuiste —mintió descaradamente—. Pero hasta que no vuelvas a serlo, debes tragarte el orgullo y permanecer en la sombra. Es la única manera de que tu leyenda no solo se mantenga intacta, sino que se agrande. Y es lo mejor para Dragón Rojo.
—¿Tragarme mi orgullo? —preguntó él, confuso—. Deberías elegir mejor tus palabras, Anciana, o corres el riesgo de parecer que no me conoces en absoluto. El orgullo es una debilidad, y como tal, la amputé de mi alma hace mucho tiempo. Pero te equivocas —dijo, y su voz reverberó por toda la cueva como el gruñido de un dragón—. No puedo dar muestras de debilidad, porque no existe debilidad en mí que enseñar.
La Anciana resopló, hastiada.
—¿Quieres llevar esto a votación?
¿A votación? Ryū observó al resto de Cabezas. A Kyūtsuki, quien había revelado a la Anciana la máquina de oxígeno con la que tenía que subsistir cuando cruzaba al mundo onírico. A Money, siempre tan cauteloso con todo negocio y toda apuesta. A Zaide, que solo por su odio contra él, no le apoyaría. Esos ya eran cuatro votos en su contra. Como mucho, obtendría un empate.
No dudaba de que, esta vez sí, se alzaría con la victoria. Fuese contra quien fuese. Pero eso implicaría volver a dividir al grupo, a retrasar las cosas en un momento tan crítico. No convenía a Sekiryū. Y él, por encima de todo…
… era fiel a Dragón Rojo.
—No será necesario. —Miró a Kaido—. Confío en ellos. Hágase a tu modo, Anciana.
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El joven Uchiha se encendió un cigarrillo mientras la Anciana y Ryu, probablemente los dos miembros más antiguos y célebres de Dragón Rojo, discutían de una forma tan airada como nunca antes Akame les había visto sobre el quinto integrante del séquito. En su fuero interno Akame estaba de acuerdo con la Anciana; aquella carta que tanto le gustaba jugar a Sekiryuu, la de gozar de un poder supuestamente inalcanzable y un líder inmortal que gustaba de ser reverenciado como un Dios —«qué pretencioso, joder»— estaba más que quemada. O lo estaría, si alguna vez Ryu se veía obligado a respaldar las habladurías con los hechos. Por lo que contaba la Anciana, quizás hasta Kaido había sido capaz de vencerle.
Sin embargo, Akame no dijo palabra. Se limitó a fumar y escuchar, dos cosas que se le daban rematadamente bien —y desde luego, mucho mejor que hablar—, hasta que hubo un consenso. Conforme con el mismo, el joven Uchiha se limitó a asentir con una discreta sonrisa en los labios mientras sus ojos inteligentes sondeaban el lugar, tratando de escudriñar en los rostros de la banda sus reacciones al desenlace de la reunión.
En ocasiones resultaba impresionante la manera en la que la Anciana se atrevía a llevarle la contraria a Ryū. Era como una madre que, a pesar de saber que su hijo era un monstruo, aún se atrevía a pegarle un jalón de oreja cada tanto para poner rumbo a su camino. Y es que a fin de cuentas siendo ella la más vieja, y la más sabia, era ideal considerarla como la madre de todos los Dragones, y también sería oportuno cada tanto tener muy en cuenta sus opiniones. Ryū, no obstante, no estaba por la labor de ceder tan fácil. Y la Anciana atacó fuerte, con un razonamiento inesquivable, al resaltar las carencias del Guerrero de Ébano y de la posibilidad de que su magnánima figura perdiera respeto al mostrarse al mundo en su estado actual. Un estado, visto a los ojos de Kaido, bastante deplorable en comparación a lo que era el Gran Dragón estando al cien por cien.
Pero ahora, mutilado por dentro, con un pulmón menos... no. No podía dejar que le vieran así. Podría poner en riesgo el respeto a la organización en el País del Agua.
Cuando Ryū le miró a los ojos, el asintió descaradamente y asumió la responsabilidad del trabajo, como si se lo hubiera dado su mismo maestro. El Dragón podía quedarse tranquilo. Kaido pensaba estar a la altura de la situación, y no iban a volver de esa reunión sin haber concretado, de una vez por todas, la glorificación de Dragón Rojo como organización.
—¿Y bien? ¿en dónde tendrá lugar tan ilustre reunión?... estaría bien tener conocimiento previo del sitio por si las cosas llegan a torcerse, ya saben.
En aquella ocasión, fue Money quien se adelantó a responder. Había sido él quien había hablado con el emisario de Umigarasu, después de todo.
—Y, pues, en su palacio, papi. Tendlemos que movel nuestlo culo a Kasukami e il hasta su castillo. Ah, pelo una cosa —dijo, levantando un dedo con un anillo de oro tan gordo como un pedrusco—. Tendlemos que llegal de incógnito. Al parecel, quiere aprovechal nuestla inculsión pa’ testeal sus gualdias. Vel si tienen las pilas puestas, pues.
—Muy típico de él. A mí me suena más a probar nuestras habilidades, más bien —intervino la Mujer Sin Rostro.
—Sí, eso pensé yo. O testeal la de los dos suyos y la nuestla.
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Akame asintió, conforme. Desde antes de establecer el primer contacto real ya le estaba quedando muy claro que Umigarasu no respondía a ese prejuicio de Daimyō abultado e inútil que no sabía ni hacer la "o" con un canuto. Lo cual, por otro lado, tenía sentido: ¿qué hombre con poder pero demasiado torpe para saber utilizarlo iba a aventurarse en semejante empresa? Alzar una Villa Oculta de la nada no era un camino sencillo ni mucho menos exento de enemigos. El Uchiha entendió entonces que las pruebas iban a ser muchas, y muy jodidas. Quizá incluso más de lo que habían sido sus misiones cuando era jōnin en Uzushiogakure no Sato.
—Mejor —apuntó el renegado—. Si fuese un viejo estúpido no tendría el valor de trazar semejante plan. ¿Tenemos información sobre sus guardias? ¿Debemos esperar encontrarnos con algún practicante avezado del Ninjutsu?
Engañar a civiles o militares sin formación ninja era una cosa, y pasar por delante de las narices de unos shinobi bien adiestrados, otra bastante distinta.
Curioso, cuanto menos, fue la revelación de Money respecto a las tribulaciones del viaje en el que estaban a punto de embarcarse. Si los partícipes de esta aventura creían que iba a ser tan sencillo como llegar hasta el pomposo palacio de ese cabrón, tocar la puerta, estrecharse las manos y firmar la alianza que daría vida a la nueva Aldea de la Niebla; gran sorpresa se iban a llevar al comprender las dificultades del trayecto. No sólo tendrían que arriesgarse a adentrarse en territorio enemigo —Umigarasu lo sería hasta un fructífero acuerdo asegurase lo contrario—. sino que iban a tener que hacerlo en subterfugio. Fue sólo entonces cuando Kaido dudó del equipo, específicamente en la presencia de Otohime. Él mismo tenía las posibilidades de mimetizarse en otros rostros gracias al suika, y Akame era capaz de usar sus ojos para engañar incluso a la muerte —si es que era capaz de replicar la hazaña del que no muere, Zaide—. y Money, bueno... dicen que los Yotsuki son seres irracionalmente ágiles y rápidos, así que quizás podía arreglarse por su cuenta. ¿La miembro más corriente de todos ellos, sin embargo, tenía lo necesario para actuar como si de una infiltración se tratase?
Eso habría que verlo.
De cualquier manera, a Kaido le interesaba saber las respuestas a las interrogantes expuestas por el Uchiha. Dadas las circunstancias, mientras más detalles pulieran sobre la marcha, el equipo iba a poder trazar un mejor plan y los riesgos, menores. El gyojin posó sus ojos cristalinos en Money, a la espera de más novedades.
17/01/2020, 04:04 (Última modificación: 17/01/2020, 15:39 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Kaido posó los ojos en Money, pero no fue él quien respondió.
—No dudar en que os los podríais encontrar —intervino Kyūtsuki—. Desde guardias normales hasta ninjas duchos en cualquier arte del Ninshuu. Pero no solo de ellos tendréis que preocuparos. Hay mafias de todo tipo controlando distintos distritos de la ciudad. Mafias que tienen muy claro quién manda. Umigarasu les deja cierta libertad siempre que cumplan con sus deberes y mantengan cierto control. La más famosa se llama Umirōkōsai. Ellos estaban estrechamente relacionados con Kurhebi.
Kurhebi, la facción enemiga de Dragón Rojo en Hibakari. Akame y Kaido habían oído varias veces cómo ellos habían sido los que secuestraron a la esposa e hija de Ryū. El último de sus errores. Cuando el Gran Dragón despertó de su hibernación —el secuestro había coincidido con su Bautizo— arrasó con todos ellos, dejando tan solo un superviviente. Y con todos, incluía a su esposa e hija. O eso, al menos, habían oído de Money y Otohime.
—De hecho, sigo pensando que fue Umirōkōsai quien financió a Kurhebi para jodernos. O quizá fue el propio Umigarasu, quién sabe… —Había muchas cosas que ni ella había descubierto—. El caso es que sí, podríais encontraros con gente problemática.
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Akame comenzó a masajearse las sienes con gesto reflexivo mientras Kyuutsuki describía los múltiples inconvenientes con los que podían —y a buen seguro iban a— encontrarse hasta llegar al Daimyō. Era de esperar que el tipo más poderoso del país estuviera bien protegido, pero la miríada de mafiosos, soldados, ninjas mercenarios y demás que podían interponerse en el camino de los Cabezas de Dragón era suficiente para suponer más que una molestia. Era un verdadero ejército lo que se alzaba entre ellos y Umigarasu.
El Uchiha dejó hablar a la mujer de mil rostros, tratando de grabarse a fuego los nombres de cada una de las organizaciones potencialmente hostiles; Umirōkōsai, Kurhebi...
Cuando ella terminó, Akame parecía incluso más dubitativo que antes. Su expresión había cambiado, ya no era relajada e insondable, sino que reflejaba una profunda tribulación. En su interior, se debatía consigo mismo sobre si debía hacerlo o no; sobre si merecería la pena. Si no podrían conseguirlo de otra manera. Apretó los puños; revelar su secreto más preciado a una mancha de cabrones como aquellos...
—Yo puedo llevarnos directamente a los aposentos de Umigarasu —dijo de repente—. Sólo necesito algo de chakra.
Soltada la bomba, el Uchiha se recostó en su asiento y esperó a ver la reacción de los demás Ryuto.
Claro, mafias. Ya se lo habían adelantado antes, cuando profundizaron en el tema de Kurhebi y los acontecimientos que llevaron a Ryū a eliminar su primera debilidad: la familia. Ahora, no obstante, un nuevo nombre se asomaba en la superficie, dándose a entender como la mafia más importante de Kasukami, y por tanto, de todo el País del Agua. Umirōkōsai funcionaba además bajo la operativa total y absoluta del mismísimo Feudal, detalle que ya era buenamente sabido por todos. Umigarasu era un noble corrupto, y peligroso. Muy peligroso. Como así también lo era embarcarse en un viaje a través de una capital donde todos y cada uno de los ojos de sus habitantes respondían a sus criminales. Bastaba con que alguien observara algo fuera de lugar, y serían descubiertos. Kaido miró a Kyutsuki y estuvo a punto de preguntarle qué porcentaje de probabilidad le veía a él y a su grupo. Ella era buena calculando esas cosas. Pero antes de poder siquiera abrir la boca, Akame soltó de pronto una bomba que dejó a todos pasmados como una roca.
—¿Y cómo es que pretendes hacer eso, eh, Aka... —Kaido no era un tipo muy versado, ni tampoco demasiado inteligente. Pero sí que era un hombre vivaz para atar cabos y entender las cosas como viniesen. En ese momento, entendió muy superficialmente, cabe destacar, qué era lo que pretendía Akame. Su mente viajó a un punto lejano de su memoria, mucho tiempo atrás, allá en el Estadio Principal del Valle de los Dojos. Luego no tuvo que ir tan lejos, sino hasta el reciente Kaji Saiban en donde Suzakuhizo uso ilustre de una habilidad muy particular, que según Amedama Daruu, era una técnica de teletransportación muy similar a la suya. Sólo que no necesitaba de marcas, ni sellos intrincados. Tan sólo el uso de sus ojos, que brillaban de un destello carmesí antes de esfumarse—. soy todo oídos.
El único ojo sano de Uchiha Zaide se clavó en Akame, súbitamente interesado de nuevo en la conversación. El rostro de Ryū, usualmente tan expresivo como una piedra, contrajo el ceño. Money pegó tal aullido y sobresalto que casi se cae de espaldas con la silla. Otohime abrió la boca en una gran “O”, mientras asentía para sí, como si estuviese atando cabos y aún así no dejase de sorprenderla.
—La técnica con la que te llevaste a Zaide —dijo la Anciana, poniendo voz al pensamiento del resto.
—¡Ja! Os lo dije, ¡os dije! Papi os dijo que este cablonazo podía apalecelse en cualquiel sitio.
—No hacía falta que lo jurases —intervino Otohime, quien había probado en sus carnes el poder del Uchiha.
—¿Así de fácil? —preguntó, incrédula, la Anciana. Era demasiado bonito para ser real—. ¿Un poco de chakra y ya estaréis allí?
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Ah, ahí estaba. La inevitable pregunta. Akame calló y se encogió de hombros, sintiendo las miradas de todos aquellos criminales sobre él. Luego fumó una calada muy honda y miró a la Anciana, la portavoz de aquella duda que todos parecían estar callándose.
—No. Además necesito dos ancas de rana, cuatro raspas de pescado, un ojo de tiburón y la sangre menstrual de una doncella virgen —enumeró, y luego soltó una carcajada ronca—. ¿Queréis que lo haga o no?
Recorrió con la mirada al resto de Ryutō, entre desafiante a preguntar más, y temeroso de que alguno lo hiciera. No por nada Akame era celoso a la hora de guardar su mejor secreto, y ni por todas las Villas Ocultas resurgidas del mundo iba a contárselo así como así a una panda de cabrones como aquellos.
Receloso como tenía que serlo con lo que podría considerarse un secreto de estado para Akame, éste prefirió cortar de raíz las maquinaciones sobre tu técnica y pidió una resolución. Kaido, consciente de la pérdida de tiempo que significaba caer en ese juego de intereses, prefirió tender una mano a Akame y tratar de zanjar el tema de una vez por todas, sin que continuasen metiendo las narices por el simple capricho de conocer lo desconocido.
«Hoy por ti, mañana por mi»
—lo harás, desde luego que sí. Si podemos evitar toda la mierda que trae este viaje por medio, mejor. Y ni que decir del precedente que sentará escabullirnos hasta los aposentos de ese cabrón sin que ninguna de sus chusmas se entere —sentenció, para luego mirar nuevamente a la mujer de los mil rostros—. vamos a necesitar un mapa detallado del interior del Castillo, si es que vive en uno. Supongo que puedes proveerlo, no?