Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—El Gran Dragón nos ha confiado el porvenir de este encuentro. Envía su saludo y espera que las negociaciones puedan llegar a buen puerto.
—Seguro que llegan. ¡Será por falta de puertos en el País del Agua! —exclamó, casi con voz chillona, para luego descoyuntarse de la risa mientras golpeaba una y otra vez el bastón de oro contra el suelo. La mujer que le custodiaba permaneció con el mismo semblante, inmutable como el hielo, pero el hombre que le acompañaba torció la boca en una especie de sonrisa. Luego Umigarasu tosió, como si para sus viejos pulmones aquel arranque de risa fuese demasiado.
Se limpió la boca con un paño de seda y pasó unos momentos hasta que recobró la respiración habitual.
—Bien hablado… Ehm… ¿Cómo era? —El hombre de pelo largo le susurró algo al oído—Ah, sí. Akame. Sí, sí, sin duda vuestra fama os precede. Una de mis primeras órdenes será pediros que reforcéis la seguridad para que ni siquiera ninjas como vosotros puedan penetrarlas. Que, ¿cómo lo hicisteis? ¿Cómo atravesasteis las murallas?
—Oh, pues os solplendelía de cómo fue. Un fallo en el sistema de segulidad bastante goldo, papi.
—¿Papi? Más respeto a Umigarasu-sama, ¡sucio basurero! —estalló el hombre de pelo largo, con una mano ya en la empuñadura de su katana.
Umigarasu le tranquilizó con un gesto de mano.
—Disculpe mi mala lengua… La falta de costumble —intervino rápidamente, haciendo una reverencia profunda—. Como le decía, estalemos encantados de decil-le cómo atlavesamos las mulallas. Pelo antes…
—Los negocios, ¿eh?
—Los negocios.
—Mi oferta es inigualable —anunció, dando un nuevo golpe con el bastón contra el suelo—. Tenéis cierto control sobre el omoide, tenéis cierta riqueza. Pero, ¿de qué os sirve, si seguís viviendo en un estercolero? ¿Para qué, si seguís teniendo que vivir escondidos? Yo os ofrezco inmunidad. Carta blanca para mercadear. Os ofrezco unos aposentos a la altura de vuestra reputación. Os ofrezco glamour. Os ofrezco poder. Os ofrezco prestigio. Y, a cambio…
—A cambio selemos sus gualdias pelsonales —el hombre de pelo largo frunció el ceño—, y estalemos a su disposición para cualquiel… tlabajito que usted tenga a bien demandalnos.
—Más una comisión de vuestras ganancias.
—Más una… comisión.
—La misma que cobro a todo el mundo. Veinte por ciento, no es negociable.
—Veinte… Sí, hablía que matizal ese veinte pol ciento.
—Los matices con mi contable —dijo, sin querer entrar en el fango de la negociación—. Ahora bien, aquí mis Guardias de Élite tienen ciertas preocupaciones con vosotros. Piensan que quizá la avaricia os pueda. Piensan que quizá os pueda el ansia de poder. Si os contrato, ¿sois hombres de palabra? ¿Puedo confiar en que no me daréis la puñalada por la espalda? Mirad a este viejo a los ojos, y responded con la verdad.
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Akame supo relegarse a un discreto segundo plano en cuanto Money tomó —ahora sí— las riendas de la negociación. El Uchiha entendía que desde aquel instante estaría fuera de su elemento y que, dada la criticidad de la situación, decir una palabra equivocada sería peor que simplemente callar. Así que se limitó a dejar a su contable y ahora diplomático obrar su magia y llevarles en volandas hasta aquel trato tan sustanciosamente beneficioso.
No nos engañemos, tenía ganas de dejar de cagar en una letrina.
Kaido pensaba que eran ellos los que deberían haber hecho esa última pregunta. Después de todo, aquí el que sacaba mayor ventaja del acuerdo era el mismísimo Umigarasu, quien además, se atrevía a pedir un veinte porciento de las ganancias, como si Dragón Rojo fuera un simple ciudadano de a pie en sus tierras y estuviese obligado a pagar tributo. Pero, si a Money no le parecía muy alocado —claro que después de "matizarlo", como sugirió inicialmente—. pues daba bastante igual.
Lo que le resultó más curioso, no obstante, fue que hablara de avaricia, cuando el más avaro de todos los presentes era él. No por nada seguía recaudando mafias como si fueran simples peones de un tablero que hace tiempo se había quedado sin escaños para sus piezas.
Kaido le miró a los ojos y por su parte no hubo dudas. Esta era una alianza de beneficio mutuo y mientras eso fuera así, no había por qué hacerle la cruz al otro.
Money se llevó una mano al pecho y le devolvió la mirada a Umigarasu.
—El honol y la palabla de un ninja tiene poco valol en los tiempos que corren. Menos si plocede de un glupo de climinales tlaficantes de dlogas, ¿no es así? —Money sonrió, sin responder enseguida a la pregunta lanzada por Umigarasu. A aquella saeta envenenada que le lanzaba—. Más usted debe conocel a esta nuestla olganización. Sus gualdias a buen segulo han hecho sus debeles.
Miró a los dos acompañantes que le custodiaban con una sonrisa vacilona antes de continuar.
—Somos Sekiryū. Esta nuestla olganización no es como las demás. —Por un momento, Kaido sintió en Money la décima parte de la fuerza en el discurso de una mujer a la que conocía muy bien. Por un momento, Akame distinguió en Money la mitad de la labia de un joven que conocía muy bien. Quizá estos valores parezcan pequeños, pero una montaña cortada en diez partes sigue siendo inmensa si la comparas con cualquier monte común—. Un Ryūto solo puede ocupal su lugal si antes ha asesinado a otlo Ryūto o al asesino de este. Culioso, ¿veldad? —Money rio—. Seamos flancos, es estúpido. Un sinsentido y una fuente de ploblemas. —Especialmente cuando se aplicaba la primera norma. Tener de nuevo compañero al asesino de un amigo no solía traer nada bueno—. Una idea fantasiosa. Típica que llevalía una banda de novela de fantasía. ¿Quién coño cumplilía las nolmas de algo así en el mundo real?
Nadie. Cualquiera se las saltaría. Cualquiera daría la puñalada por la espalda al asesino de un viejo amigo. Nadie salvo…
—Este de aquí —dijo, señalando a Kaido—, mató a uno de mis mejores camaladas. Este de aquí —continuó, señalando a Akame—, mató a… Bueno, no me llevaba muy bien con él, pelo le tenía cielto aplecio. ¿Nos hemos enflentado? ¿Nos hemos apuñalado pol la espada a la menol opoltunidad? ¡No! ¡Polque en Sekiryū cumplimos nuestlos mandamientos! ¡Polque en esta nuestla olganización la palabla es saglada! ¡Confíe en nosotlos, Umigalasu-sama, y no se arrepentilá jamás!
—Solo confiaré en vosotros… si eres capaz de pronunciar correctamente mi nombre. —Money esbozó una sonrisa avergonzada. Umigarasu soltó una carcajada atronadora que le provocó una nueva tos—. Es broma, es broma. ¡Eso es un discurso! ¡Sí señor! ¡No esperaba menos de uno de los campeones del “Criminal’s Got Talent” del Agua! —bromeó. Su único ojo sano miró a Akame cuando soltó el chiste.
¡Pam! ¡Pam! Dos golpes secos con la base del bastón en el suelo. Tras una barba poblada una sonrisa se dibujaba de oreja a oreja en el rostro de Umigarasu. Se le notaba contento. Feliz, incluso.
—Claro que, queda un detalle —se llevó un dedo a la oreja y se la rascó—. ¡KIRIGAKURE NO SATO! —exclamó de pronto, como poseído, alzando el bastón al cielo. El Guardia de Élite esbozó una sonrisa perversa—. Ah, no, no. Perdonen a este viejo, que se le cruzan las ideas. Antes de eso, es verdad. El tema de…
»Es que no salgo de dudas. A ver si me lo aclaráis. Vosotros, ahora mismo, ¿os estáis mostrando débiles cuando en realidad sois fuertes, o fuertes cuando en realidad sois débiles?
—¿P-peldón?
—¿Cómo? ¿No conoces a Suneate Tzumaru? Vaya, pero si tenía entendido que sí. A ver si te lo simplifico un poco.
Ambos Guardias de Élite empezaron a caminar de pronto. Él se desplazó al flanco derecho; ella al izquierdo. Ambos quedaron a una distancia de cuatro metros respecto a la línea formada por Money, Otohime, Kaido y Akame. Umigarasu seguía a siete metros.
—Vamos a ver, damas y caballeros, vamos a ver que me estáis perdiendo, ¿eh? No me decepcionéis, venga. Confío en vosotros. La pregunta simplificada es: yo en una partida de blackjack, ¿soy el jugador, o el que reparte las cartas?
Money lanzó una mirada de angustia a Akame y Kaido. No terminaba de entender qué estaba pasando, pero todo su ser le decía que aquello no iba a acabar bien.
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Tenía que admitirlo, que Money sabía hacer su trabajo. Bien que le costaba pronunciar algunas palabras, y a uno, entenderle, pero a veces no hacía falta. Su expresión, que nimiamente le recordaba a un viejo fantasma de su pasado; hacía todo el trabajo. Money tenía buena labia y su discurso parecía estar calando en Umigarasu, aunque pronto, muy pronto, iban a darse cuenta de lo equivocado que estaban. Pám. Pám. Kaido no miró el bastón golpear el suelo, sino que mantuvo la mirada fija en el Señor Feudal. El escualo siempre pensó que estas figuras nobles le causarían al menos un deje de magnificencia, pero lo cierto es que con el Cuervo de Mar sentía cierta repulsión. Quizás estaba predispuesto —sabiendo tantas cosas de él, y de cómo maneja un feudo entero de forma criminal, no era para nada de extrañarse que fuera así—. pero si algo le quedaba claro, es que Umigarasu no era una figura a la que admirar.
¿Y a la que temer?...
Hubo un tiempo en el que Sekiryū tenía la certeza de poder matar a ese anciano decrépito. Pero ahora, estando frente a él, algo le decía a Kaido que, por alguna razón desconocida, siempre estuvieron jugando en ligas muy distintas. ¿Estuvo Kyūtsuki tan cerca, realmente, de su círculo interior más cercano? ¿tuvieron alguna vez una chance factible y verdadera de asesinarlo y suplantarlo sin que nadie se diera cuenta?
Pronto, las palabras de Lord Umigarasu le hicieron entender que no fue así. No había que ser un superdotado como Akame para darse cuenta de las cosas. Tan sólo hacía falta tener un poco de memoria y retentiva. Lo recordaba, lo recordaba. Kaido miró a Akame. ¿Él también lo hacía, verdad?
Oh, claro que lo hacía, sí...
Tragó saliva. Incluso antes de que los guardias comenzaran a moverse de sus lugares, buscando rodear al pequeño grupo de dragones por ambos costados. Aún siendo ellos un mayor número de personas, estaban totalmente en desventaja. Dentro de un país repleto de adeptos que, de todo salir mal, iban a cazarles apenas tuvieran la oportunidad.
El gyojin quiso retroceder, pero retroceder es de cobardes. Él no lo era. Miró a Money. Ahora veía en él angustia. No se molestó en ver a Otohime, esa seguro debía estar meándose en los pantalones.
Porque todos sabían lo que estaba pasando. Umigarasu les estaba cantando, como si de la letra de una canción se tratase; fragmentos de una reunión que tuvo lugar en las recónditas cavernas de Ryugujo. Ahí, en ese debate, no había sino dragones. Entonces, por descarte, tan sólo quedaban dos opciones: fueron espiados o... Dragón Rojo tenía un traidor.
Kaido sonrió. Lo hacía mucho, en realidad, pero esta vez, fue una sonrisa de resignación. Esa resignación que tuvo en algún momento durante su duelo a muerte con Katame. O en su primer enfrentamiento con Shaneji. O en su breve rifirrafe con Zaide. En todas ellas había enfrentado a la muerte misma. Y en todas ellas había salido vivo.
Esta vez no iba a ser la excepción.
—Pues depende de quién lo mire. ¿Aún tiene el pulso para barajear un mazo? entiendo que con la edad uno va perdiendo condiciones.
Al contrario que a Kaido, a Akame no le quedaba una pizca de ánimo para bravuconadas. Desde que Umigarasu le lanzase la primera puya —directa a él—, el Uchiha había sabido que algo iba mal. Pronto descubriría que todo iba mal, pues aquel viejo tuerto parecía saber todo acerca de la Gran Reunión. ¿Cómo? La respuesta era simple para el Uchiha: un traidor. Miró al Pez —¿sería él?— y luego fugazmente a Money y Otohime. ¿Quién de ellos podría haberlo hecho? Sólo alguien que se hubiera librado del sello... O que nunca lo llevara en primer lugar.
Las dudas comenzaron a acosarle. Otohime había inventado aquel Fuuin. ¿Lo llevaría ella misma? No tenía sentido: ¿quién se lo habría aplicado? ¿Era ella, pues, la traidora? ¿Y para qué había ido, entonces? Negó, para sus adentros. ¿Entonces... quién? ¿Money? ¿Zaide?
¿Kyūtsuki? ¿Por eso había tanta falta de información por su parte? El operativo casi se había jodido por eso. ¿Era ella, entonces?
Akame miró alternativamente a los dos guardias de élite del Daimyō, con el rojo refulgiendo en su mirada, ya fuera del subterfugio del Henge no Jutsu; si la cosa se iba a poner fea, necesitaría concentrarse en otros asuntos más apremiantes.
Ante la bravata de Kaido, Umigarasu quiso responder, pero un ataque de tos le interrumpió. Lanzó un esputo al suelo antes de levantarse apoyándose en su bastón de oro.
—¿Pulso? —¿Lo conservaba?
De pronto, algo inyectó su cuerpo con la violencia de una cucharada de omoide directamente al estómago. La energía que había estado recogiendo hasta aquel momento, mientras permanecía inmóvil en su trono, se introdujo en su sistema circulatorio con la fuerza de un torrente colándose por unas cañerías oxidadas. Su ojo sano pasó de un verde vivo al azul del mar, y su pupila se vio reducida a apenas una mota de polvo en la inmensidad del océano. Alrededor de los ojos surgieron unas marcas de un amarillo apagado, de un oro polvoriento.
Kaido había visto una transformación parecida hacía no tanto. Akame también, con el consiguiente aumento de chakra repentino.
—¿Pulso? Sí, creo que lo conservo. —Su sonrisa se ensanchó—. Pero para dar las cartas hace falta algo más. Un buen ojo, por ejemplo. —La mano zurda subió hasta el parche que cubría su ojo izquierdo y se lo quitó—. Es increíble lo que un fajo de billetes y el contacto adecuado te pueden conseguir. Las Náyades. ¡Menudo grupo! Con ellas sí que haría negocios.
Su ojo izquierdo… Ah, su ojo izquierdo. Brillaba con el carmesí de la sangre recién derramada y su pupila ocupaba todo el iris con una forma de lo más curiosa: asemejaba al timón de un barco. Así era su Mangekyō Sharingan.
—Aunque, ¿de qué sirve tener buen ojo si no tienes la sangre fría necesaria para sacar el as bajo la manga en el momento adecuado? Un ojo un tanto desperdiciado —respondió por ellos, y luego miró a Akame—. Claro que las cosas cambian si la persona adecuada te regala su sangre. Menuda suerte sería esa, ¿eh? Porque si dispones de los conocimientos adecuados... Bueno, bueno, quizá ya esté hablando demasiado —dijo, para luego soltar una risa atronadora, como si se riese de un chiste que solo Akame y él pudiesen comprender.
»Basta de cháchara. Acabad con ellos.
La Guardia de Élite solo necesitó un sello. Un sello, y los cuatro Ryūtōs se encontraron de pronto rodeados por un domo. Un domo de veintiún espejos hechos de hielo y que flotaban en el aire. Todos ellos reflejaban la figura de la Guardia de Élite.
—¡Vamos, hijos de puta! ¡Demostrad lo que sabéis hacer! —rugió el otro guardia, con la mano cargada de un raiton que chirriaba como una bandada de mil pájaros.
Umigarasu:Inteligencia 100, Poder 100 + 12, CK: 400 + 100
1/10/2020, 04:30 (Última modificación: 1/10/2020, 04:33 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Quiso dar un paso atrás, pero no se movió. En cambio, Kaido sólo sonrió. Sonrió por las ironías de la vida. Por las vueltas que ésta daba. Siempre sorprendiendo, para bien y para mal.
—Déjà vu —se dijo a sí mismo, aunque los otros pudieron escucharle perfectamente. Déjà vu por la transformación de Umigarasu, en teoría idéntica a la de Ryū. Déjà vu por ese ojo, cuya forma, aunque distinta a la de otros Uchiha, reposaba amenazante en su pupila. Qué difícil iba a ser salir vivo de ahí. Umigarasu era ahora mismo una combinación entre el Dragón de Ébano y Uchiha Zaide.
Creyó escuchar, por un momento, un susurro de otro mundo. Quizás era el Yomi hablándole. Recitando una mortal invitación a las negruzcas tierras donde las almas moran eternamente.
«Aún no es mi hora»
»Basta de cháchara. Acabad con ellos.
Umikiba Kaido empezó a mutar, también, como lo habría hecho Umigarasu. Su cuerpo empezó a crecer exponencialmente, respecto a su tamaño normal; los músculos se hinchaban, su altura ascendía. Pronto dejó de ser un simple muchacho para convertirse en una mole atrofiada y portentosa que iba a necesitar de cada pizca de fuerza posible para salir airoso de lo que estaba a punto de suceder. El escualo no tuvo ni que mirar a Akame —ni tampoco se preocupó de los otros dos inútiles, a quienes tenía ahora mismo en tan poca estima que si fuera por él, que les matasen primero a ellos para irse a gusto a la tumba—. para ponerse codo a codo con él, sabiendo que la única forma de vencer, era trabajando juntos. Y aún así, las probabilidades eran bajas.
Pero la vida es un juego de azar, y a veces, es sólo cuestión de tirar un dado.
—Seguro te estarás diciendo muy en el fondo, Akame, algo así como: ¿qué mierda estaba pensando cuando acepté la propuesta de ese maldito engendro azul, no es cierto? ¡Jajajaja! a que se estaba más a gustito en esa casa de cartón, allá en Tanzaku, verdad. Aunque me tienes que admitir que ni enganchado al Omoide más puro podrías imaginar que estos malditos nos iban a traicionar.
»supongo que es el karma en su máxima expresión. Mi pregunta es: ¿moriremos aquí? ¿o me vas a ayudar a salir de esta?
De ésta. De los veintiún espejos. Del chirrido de pájaros que ambientaba la escena. Tic, tac. Tic, tac.
Todo se había ido de madre; demasiado. Umigarasu comenzaba a darle verdadero miedo —no sólo su chakra era impresionante, sino que además poseía un Mangekyō Sharingan—, principalmente porque Akame estaba empezando a entender que aquel vejestorio no era un acaudalado noble cualquiera. Poseía entrenamiento ninja, además de sus recursos. Era un tipo decidido y con un plan, uno que todos en Sekiryū parecían haber subestimado. Todos excepto el traidor, claro.
Aquella pregunta seguía zumbando dentro de su cabeza: ¿quién había sido? Miró un segundo a Kaido mientras éste empezaba a crecer en proporciones y emitía una última bravata —inconsciente—. Desde luego que él no: el sello parecía estar funcionando a las mil maravillas en su cabeza. Era de quien más datos tenía y a quien mejor conocía. Incluso si el Pez había sido capaz de burlar al sello —igual que el propio Akame— seguía siendo su mejor baza. Por eso mismo, mientras todos allí hablaban y se jactaban de sus largos penes, el Uchiha se metió una mano al bolsillo, raudo, y sacó una hikaridama que estampó contra el suelo, frente a sí, después de cerrar los ojos.
El Ninja Número Uno en escapar de situaciones peliagudas no necesitó más que unos instantes para acumular una ingente cantidad de energía carmesí a su alrededor, agarrar a Kaido del brazo y desaparecer con un destello rojizo. Sabía que, de no ser Otohime o Money los traidores, les estaba condenando; pero en el mundo ninja, algunas veces, no podías salvarlos a todos.
¿Su destino? El único lugar en el que Akame pudo pensar que los esbirros de Umigarasu no estarían buscándoles. El origen de toda aquella historia entre Kaido y él: un cuchitril destartalado en el barrio bajo de Tanzaku Gai.
Interesante. Para Kaido, la idea de "salir de ésta" era peleando. La respuesta siempre era esa. Akame, no obstante, deseaba todo lo contrario. La luz cegó al escualo en pleno discurso, que se vio cortado con un quejido de desesperación. Desde luego, conociendo a Uchiha a Akame, Kaido llegó a pensar por un instante que ese hijo de perra se iba a ir con su técnica insigne y les iba a dejar, a todos ellos, a la deriva. Su corazón destartalado empezó a bombear sangre desesperadamente, y aunque allí Kaido estaba hinchado en agua hasta los dientes, en el fondo, temió lo peor. Pero la esperanza renació cuando sintió que algo le agarraba el brazo. ¿Era el Ninja de Élite, apunto de clavarle el chidori? ¿Era Money, aprovechando el momento para deshacerse de él? ¿O era Umigarasu, deseoso de deshacerse de ese crío azul envalentonado, que se atrevió a soltarle una bravata a él, el Lord Feudal de los Archipiélagos?
... No, no fue ninguno de ellos. Aunque no lo supo hasta que dejó de potar allá, a miles de kilómetros de distancia, en un cuchitril destartalado en el barrio bajo de Tanzaku Gai, en donde la historia de Kaido y Akame como renegados, empezó.
Una vorágine carmesí —que a Umigarasu le recordó al símbolo de Uzushiogakure— envolvió a Akame y Kaido en un parpadeo antes de desaparecer. Su Guardia de Élite, avisado del poder del Uchiha, no fue capaz de impedirlo a tiempo.
—Eso fue… decepcionante.
—¡Ah, cobardes!
Umigarasu miró con el ceño fruncido a su guarda personal. Más tarde recibiría su castigo, de eso podía estar seguro. Primero por fallarle y después por sorprenderse de la cobardía de unos tipos que se habían pasado un año escondidos en una cueva.
Vio al llamado Money farfullar palabras inconexas, tratando de encontrar una solución a todo aquel entuerto. Una amnistía. Un perdón. Otohime, en cambio, de rodillas y con la mano alzada hacia la vorágine en la que habían desaparecido sus dos compañeros, derramaba lágrimas mudas.
—Solo quielo sabel quién fue. ¿Quién?
¿El último deseo de un hombre antes de morir? Supuso que no era alguien tan desalmado como para no concedérselo.
—La misma persona que os convenció para no entrar a las bravas en mi palacio. La misma persona que os engañó para que votaseis a mi favor y así luego colocaros en una bandejita de plata hacia mi morada. ¿Con qué fue que os convenció? ¿Que yo tenía pensado volver a levantar Kirigakure? —Una carcajada aguda afloró en su garganta. Su espía había sabido jugar muy bien sus cartas, después de todo.
—No puede sel… ¿Ella?
—Ella… Él… —se encogió de hombros—. Lo único cierto es que mientras pensabais que Kyūtsuki las pasaba putas —se le escapó una sonrisa—, y nunca mejor dicho, para sacarme información, en realidad vivía la buena vida en la capital y os contaba solo lo que yo quería que os contase. Desde el primer día. Me reveló quién era y vuestros objetivos y me ofreció jugar para mí en esta partida que llega a su fin, a cambio de dinero y… ciertos favores. Obviamente le puse vigilancia muy de cerca, no terminaba de fiarme, pero después de lo de hoy…
Después de lo de hoy había demostrado su lealtad. Su lealtad al dinero, a la buena vida y al total apoyo que estaba recibiendo en sus experimentos, por lo menos. Era todo lo que pedía a sus subordinados. La lealtad a una casa, al honor y a la familia podía funcionar en otros países, pero desde luego no en el Agua.
—Ahora, Money, si me haces el favor, necesito enviar un mensaje a Ryū.
El hombre de negocios de Dragón Rojo se permitió suspirar de alivio.
—¡P-pol supuesto! ¡E-entlegalé cualquiel tipo de mensaje que usted desee envial a Ryū! ¿De qué se tlata?
—No, Money, no. No me has entendido bien. El mensaje se lo quiero enviar ahora.
Cuando del extremo del bastón de oro de Umigarasu salió una cuchilla que atravesó el pecho de Money, el Cabeza de Dragón todavía tenía teñido en su rostro una expresión de incomprensión. Money dejó de respirar antes de terminar de entender lo que Umigarasu le había tratado de decir, y ardió en una combustión espontánea. De sus labios que caían derretidos por el fuego salieron voces ajenas.
—¿Huh?
—¿Hmm?
Umigarasu extrajo la hoja de un rápido movimiento del pecho de Money y lo tumbó al suelo de una patada. Ellos le mirarían desde abajo, y él desde arriba. Así tenía que ser. Así era lo natural.
—¿Lo oyes, Ryū? Tu hora se acerca. Tic, toc. Tic, toc…
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