Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
8/02/2018, 23:51 (Última modificación: 4/04/2018, 22:36 por Uchiha Akame.)
Caída del Pétalo, Primavera del año 218.
—Datsue-kun, este es Uchiha Ralexion-san. Genin de Kusagakure no Sato —dijo Akame al tiempo que pasaba su mirada del chico que tenía a la derecha al que ocupaba un lugar a su izquierda—. Ralexion-san, Uchiha Datsue, de Uzushiogakure no Sato.
El más escuálido y anciano de los tres Uchiha se erguía entre los otros dos, como una columna divisoria, como un juez salomónico a punto de tomar su decisión final. Le correspondía aquel sitio, ni más ni menos, porque él conocía a ambos. Con los dos había vivido alguna que otra alocada aventura y, aunque —evidentemente— los lazos que le unían a uno y a otro eran bien distintos en forma y modo, el sentimiento de pertenencia al mismo glorioso linaje era más que suficiente para despertar en él la chispa de la camaradería.
—Bien muchachos, según este mapa Rōkoku queda como a medio día de viaje al Sur de aquí —explicó Akame, extendiendo un plano de Hi no Kuni—. Si salimos ya deberíamos llegar al atardecer, con suficiente margen para asentarnos antes de visitar a nuestro distinguido cliente.
Se podía notar el tono efusivo y jovial de Akame en cada palabra que pronunciaba; no era para menos. Los tres Uchiha —dos del Remolino y uno de la Hierba— estaban allí reunidos, ni más ni menos, que para llevar a cabo la primera misión cooperativa entre sus Aldeas que los muchachos habían hecho jamás. Para Akame era un hito, un signo de que el Uzukage, Satorubi Hanabi, confiaba plenamente en los Hermanos del Desierto. Además, el encargo no era moco de pavo, como sabían a aquellas alturas los tres muchachos, que ya habían leído el pergamino de misión...
Rango C: El señor y la dama
Solicitante: Toritaka Iekatsu Lugar: Rōkoku, Hi no Kuni Asignado a: Uchiha Akame (Uzu), Uchiha Datsue (Uzu), Uchiha Ralexion (Kusa) Objetivo: Toritaka Iekatsu, un noble menor de la corte del Daimyō del País del Fuego, y regente de algunas de sus tierras, está gravemente enfermo. El señor Iekatsu ha aceptado ya su partida de este mundo como algo inminente y desea llevar a cabo un peregrinaje fúnebre desde su castillo hasta el mausoleo de la familia Toritaka para ser enterrado junto a sus ancestros.
Como es sabido, los bosques de Hi no Kuni no son un lugar seguro, por lo que el señor Iekatsu ha solicitado que algunos de nuestros ninjas le proporcionen compañía y protección durante el camino. Al tratarse de un encargo de tal valía diplomática, las Aldeas Ocultas del Remolino y de la Hierba se han ofrecido conjuntamente para cumplir los deseos de Iekatsu-dono como muestra de la buena voluntad de ambas y esperando que tal empresa ayude a cimentar las nuevas relaciones entre Mori no Kuni e Uzu no Kuni.
Akame alzó la vista al cielo. Estaba completamente despejado, de color azul celeste, y el Sol brillaba con fuerza. «Un perfecto día de Primavera», se dijo el Uchiha. Vestía como siempre, con sencillez y practicidad, una camisa de manga larga y cuello alto, de color azul marino. Pantalones largos de color marrón arena, botas negras altas y ceñidas a las pantorrillas, y su bandana del Remolino en la frente. En el muslo derecho un portaobjetos y en la cintura otro. A la espalda su mochila con provisiones para ese día, un mapa de Oonindo y otro de Hi no Kuni, el pergamino de misión y algunas otras cosas. También su espada, atada a la mochila.
Todo estaba preparado. Akame miró a sus dos compañeros y luego echó la vista atrás, hacia el gigantesco arco de piedra que daba entrada —y salida— a la bulliciosa capital del País del Fuego. Entonces echó a andar por el sendero de tierra empedrada.
—Datsue-kun, este es Uchiha Ralexion-san. Genin de Kusagakure no Sato. Ralexion-san, Uchiha Datsue, de Uzushiogakure no Sato.
Allí estaba Ralexion, plantado como una estatua, cruzado de brazos y con una sonrisa de oreja a oreja. Miraba fijamente a Datsue, sincronizando sus ojos con los ajenos. Esos orbes, a pesar de que no estaban mostrando su Sharingan en ese momento, ya transmitían algo que hacía desconfiar al kusajin. Un brillo astuto... incomprensiblemente peligroso. Mas tales aprensiones eran tan innecesarias como de mal gusto; eran aliados, al fin y al cabo, por no mencionar que Akame lo había puesto en un metafórico pedestal.
—¡Es un placer, me han hablado muy bien de ti! —afirmó, vivaz, a lo que le tendió la mano derecha para que el contrario se la estrechase— Estoy a tu disposición, Datsue-san.
El Uchiha vestía con su típica indumentaria de fatigas, simple y robusta, perfecta para combatir o simplemente capear las penas de la vida como shinobi. Su protector en la frente, el mono, los guantes, las sandalias, así como el portador de objetos en la retaguardia de su cintura, sobre el glúteo derecho. Su rostro se mostraba sano y sin ojeras, tan diferente como la noche y el día en comparación con el aspecto que había presenciado Akame en la taberna. Tras ese bajón había logrado reprimir a sus demonios interiores y renovar sus ánimos; la misión lo requería.
—Bien muchachos, según este mapa Rōkoku queda como a medio día de viaje al Sur de aquí —el genin le
echó un vistazo al mapa, a lo que asintió un par de veces—. Si salimos ya deberíamos llegar al atardecer, con suficiente margen para asentarnos antes de visitar a nuestro distinguido cliente.
—Entendido.
Cabe mencionar que no era la primera misión conjunta del rapaz, si no la segunda. Sin embargo y no obstante, Ralexion se sentía pletórico, todo gracias a la idea de trabajar con dos de su misma sangre. No podía esperar al momento en el que revelasen sus habilidades —en especial Datsue, ya que era consciente de las aptitudes de Akame— y absorber, como si fuese una esponja, las estrategias de aquellos más experimentados que él, para entonces procesarlas y finalmente añadirlas a su repertorio.
Así pues, Akame marcó el inicio de la marcha. Ralexion se ajustó los guantes con delicadeza, para entonces seguir al escuálido "capitán".
Datsue observaba con curiosidad al que sería su particular compañero en aquella misión. Akame le había hablado de él, claro, pues al parecer habían vivido una aventura de lo más intensa hacía no mucho. De pelo negro y ojos oscuros, tal y como se lo había imaginado, aunque quizá algo más… alto de lo que pensaba.
—Oh, vamos, vamos. Akame es un exagerado, no le hagas mucho caso —dijo sonriente, haciendo un ademán para quitarle importancia a los piropos de Ralexion. La primera impresión fue, sin duda, inmejorable. Uchiha Datsue siempre había sido vulnerable a los halagos—. Uchiha Datsue —se reafirmó, estrechándole la mano—, pero mis amigos me llaman Datsue el Intrépido. —Ni la mitad de veces de lo que él desearía, pero, de vez en cuando, todavía usaban su viejo apodo para referirse a él. Que fuese en serio o de forma irónica era algo en lo que prefería no pensar.
Para aquella misión tan insólita —no todos los días se cooperaba con ninjas extranjeros—, Datsue se había peinado para la ocasión, haciéndose una trenza a cada lateral de su cabeza. Vestía una camisa de manga larga, remangada hasta la mitad de sus antebrazos y dejando ver las pulseras que tenía en una muñeca y la cicatriz que tenía en el otro antebrazo, hecha por Uchiha Akame antes de ser Hermanos. Como acostumbraba, también llevaba un pendiente —un aro negro— en su lóbulo derecho, y su portaobjetos a la altura de la cintura, amarrado a un pantalón gris, de chándal, bastante holgado en la entrepierna.
Akame, mapa en mano, explicó que les debía quedar como medio día de viaje hacia el Sur. Ralexion asintió.
—Me fío de ti —dijo, sin fijarse en el plano que mostraba—. De todos modos, con los mapas siempre ando más perdido que un kusareño en com… —Le invadió una tos repentina—. ¡Ejem! Quiero decir… Bueno, venga, ¡vamos! —exclamó, emprendiendo la marcha de forma precipitada.
«Fiuu… Por los pelos». Acababan de empezar, pero Datsue ya estaba viendo que iba a sufrir de jaqueca para contener sus habituales bromas sobre kusajines.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Hechas las presentaciones, los muchachos se pusieron en camino para dejar atrás la enorme y bulliciosa ciudad de Tanzaku, con sus altos muros de piedra, sus calles abarrotadas de gente y sus ruidosos locales de ocio. El destino de los tres ninja era una ciudad mucho más pequeña y discreta, ubicada en el fondo de un valle rodeado de tres boscosas lomas al noreste del País del Fuego, entre su capital y el Valle de los Dojos.
Rōkoku pertenecía —como todo territorio situado dentro de los bordes de Hi no Kuni— al Daimyō; sin embargo, éste frecuentemente delegaba la gestión directa de sus tierras en nobles menores y otros subordinados de alta cuna. Ese era el caso de Rōkoku, una ciudad que exportaba gran cantidad de madera y ganado al resto del país. De su importancia económica y geográfica —era fácil de defender frente a bandidos y demás alimañas al estar rodeada de montes— derivaba la importancia que tenía la familia Toritaka para el Daimyō del Fuego.
Los muchachos caminaron durante el resto del día por senderos rodeados de bosques, lomas y valles. Llegaron a su destino al final del día, cuando ya el Sol se estaba ocultando tras los verdes montes que rodeaban el valle. Bajaron por un sendero amplio que pasaba entre dos de las lomas y pudieron ver, al fondo de la hondonada, la silueta de Rōkoku. Se trataba de una ciudad pequeña, más parecida a una aldea grande, rodeada de una empalizada de madera y con una única entrada principal situada tras un puente de madera bajo el cual discurría un riachuelo fangoso. En el extremo norte de la ciudad había una zona rodeada por un muro de piedra tras el que se alzaba el castillo del señor.
Incluso desde lejos se podía intuir que aquella fortaleza no era particularmente grande ni impresionante, sino más bien parecía austera y vieja. Aun así, sus sólidos muros y los dos torreones que la coronaban ofrecían suficiente robustez como para ser considerada el hogar de un noble importante en aquellas tierras.
—¡Ah, por Amaterasu! —se quejó Akame cuando pasaron bajo el arco de madera, al otro lado del puente, para internarse en Rōkoku.
El camino había estado exento de peligros y fundamentalmente sólo habían tenido que parar algunas veces para comer y beber agua, así como descansar un poco. Ahora, ya en la ciudad, podían ver la distribución algo errática de los edificios —que no correspondían a un plano urbano ordenado como, por ejemplo, sucedía en Tanzaku Gai—, que se disponían sobre el suelo de tierra sin calzadas. La mayoría eran casas de madera y techo de paja, algunas con chimenea y otras sin ella. Las calles eran senderos de tierra sembrados de charcos de fango, porquería, deshechos y desperdicios de comida. De tanto en tanto se podía ver a algún mendigo —a cada cual con los vendajes en una parte del cuerpo más creativa que el anterior— que les pedían una moneda o dos.
En general, Rōkoku parecía bastante pobre. La ciudad olía a hierro, humo, a guiso, boñiga y sudor. En algunas partes las casas se amontonaban de tal manera que parecían a punto de fundirse las unas con las otras, y por lo general la gente vestía de forma paupérrima; típica del campesinado.
Cuando pasaron frente a una posada —el edificio destacaba por tener dos plantas—, Akame no pudo evitar pararse para olfatear el delicioso olor a guiso de carne que salía por una de las ventanas abiertas. Ya era casi de noche, y la afluencia de gente en la calle era considerablemente menor. Dentro de la posada parecía haber un ambiente animado, con música, charlas a viva voz y ruido de vasos y platos.
—Joder, no me importaría hacer una parada técnica aquí primero —sugirió el Uchiha.
Datsue se mostró como un tipo jovial, algo que haría que las relaciones entre los muchachos fuesen como la seda. El apodo del "Intrépido" hizo reír a Ralexion. No estaba seguro de si el uzujin lo dijo en serio o si era una broma para romper el hielo, pero en cualquiera de los casos, al de la Hierba le gustó ese salero. Antes de que el trío se pusiese en marcha el ya referido soltó otra broma respecto a los de Kusa, similar a la que había hecho Akame en Tane-Shigai. El rapaz hizo rodar sus ojos, pero no articuló una sola pega. «Otra vez con estas bromitas... ¿será costumbre en Uzugakure?».
Fue una travesía monótona y drenante, más pesada de lo que el muchacho había esperado en un primer momento. Ralexion mató el tiempo durante la caminata lo mejor que pudo, ya fuese observando el paisaje o interviniendo en las esporádicas conversaciones de sus compañeros cuando consideró que procedía.
No fue hasta la puesta del sol —tal y como Akame había indicado al principio del viaje— que los orbes del kusajin captaron Rōkoku. Para Ralexion fue como toparse con un oasis tras perderse en el desierto y casi morir de sed.
—¡Ah, por Amaterasu! —Ralexion rió.
—La verdad es que vaya paseo nos hemos pegado —remató su afirmación estirando los brazos y el torso hacia arriba.
Las calles de Rōkoku le asaltaron con impasibles andanadas de nostalgia. El ambiente, el aspecto y los olores del lugar le recordaban a una versión más grande de Uji. Se sentía como si hubiese vuelto a casa, un sentimiento que no supo muy bien cómo capear. Sus ojos se humedecieron un poco, pero el joven logró parar ese carro antes de que saliese disparado cuesta abajo sin frenos.
Los shinobi pasaron junto a una posada, tan típica de aldeas así. Akame sugirió hacerle una visita al local. Parecía un lugar en el que comer algo y pasar la noche tan bueno como cualquier otro, desde luego.
—A mí tampoco me importaría, sería de mala educación presentarnos en la fortaleza del noble a estas horas —apuntó—. Podríamos dormir aquí, si tienen camas libres.
Cansado, sudado, con los pies doloridos y la espalda destrozada. Caminar durante tanto tiempo no le sentaba bien, y por eso, cuando Akame sugirió detenerse en una posada, ni lo dudó.
—Pues ya estamos tardando —afirmó, tras el asentimiento de Ralexion. Cuando el olor a guiso inundó su olfato, la boca se le hizo agua. Tomó la delantera y fue el primero en adentrarse, buscando con la mirada alguna mesa libre para ir a sentarse.
»Por cierto —comentó, como de pasada—, hemos estamos pasando del tema hasta ahora, pero deberíamos… —carraspeó—, elegir un capitán de equipo. Más teniendo en cuenta que eres de distinta Villa, Ralexion. No me malinterpretes, me caes genial. Pero si las cosas se van de madre, y no hay tiempo para debatir la mejor opción, deberíamos decidir de antemano quién lleva la voz cantante.
Estaba claro que la democracia, en ámbitos militares, no era eficaz. Y sino que se lo preguntasen a los kusareños y su Consejo, que casi les había llevado a la ruina décadas atrás.
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Akame asintió, con una sonrisa radiante, ante las afirmativas de sus compañeros. «Parece que todos estamos igual de exahustos y hambrientos...» Ni corto ni perezoso, el Uchiha se desvió de la travesía de la calle principal para seguir, olfateando el aire, el rastro de aquel delicioso olor a guiso de verduras y carne. Ya se imaginaba la textura del cerdo asado y los vegetales recién recogidos, aquel toque rural que faltaba a los alimentos de las ciudades y que a él, personalmente, le encantaba.
La posada resultó estar ubicada a un lado de la calle principal —la que subía en dirección al castillo del señor— y tratarse de un edificio de lo más acogedor; construída enteramente con madera y algo de piedra, ofrecía una vista robusta ante el resto de viviendas alrededor, que eran mucho más pobres. Tenía dos plantas, como solía corresponder a los edificios de ese tipo, y nada más entrar Akame pudo confirmar que sus suposiciones eran correctas.
La primera abarcaba la taberna, una normal y corriente que se asemejaba bien a cualquier otra que los muchachos hubieran podido ver antes en otros lugares. Estaba repleta y el ambiente era bullicioso, cálido y regado por las jarras de cerveza que iban de acá para allá y el aroma de una enorme olla de estofado. Akame se relamió y se dirigió hacia la única mesa —con cuatro sillas— que quedaba vacía a aquellas horas.
El de Uzu se dejó caer pesadamente sobre su asiento tras descolgarse la mochila y dejarla apoyada en el suelo. No llevaba puesta su capa, sino que no había llegado a sacarla del petate durante su viaje. El calor de Primavera comenzaba a eliminar la necesidad de usar semejantes prendas. Akame se recostó y llamó la atención del mesero, que corría de aquí para allá.
—Una jarra de cerveza, tres vasos, y tres raciones de ese estofado que huele tan bien —se tomó la libertad de pedir sin consultar a sus compañeros.
Cuando el joven asintió y se dio media vuelta de camino a la barra, el Uchiha dirigió su mirada hacia sus dos compañeros.
—Me parece bien —terció, aludiendo a la propuesta que Datsue había hecho anteriormente—. ¿Alguno se ofrece?
Alcanzado un consenso unánime, el trío de shinobis entraron en la taberna. Ralexion siguió a Akame y se sentó a la izquierda de este, dejando escapar un suspiro de placer. «Un sitio donde sentarse que no sea el suelo o un árbol... ¡por fin!», pensó el joven, recostándose. No le importó que el referido pidiese sin preguntar, el kusajin se iba a comer y beber lo que le pusiesen en la mesa.
Ahora quedaba la cuestión sugerida por Datsue: el jefe del equipo. Sí, a Ralexion le parecía lógico lo dicho por uno de los Hermanos del Desierto. No le resultaba impedimento el seguir las órdenes de Akame o Datsue en combate, siempre que fueran razonables. Por todo ello se encogió de hombros, mostrando una sonrisa.
—Supongo que soy el candidato menos adecuado, estoy en minoría al ser el único integrante de Kusagakure y el menos experimentado —afirmó con tranquilidad—. A no ser, por supuesto, que mi apabullante labia se merezca el manto de líder.
—Nada de huevo en el estofado, por favor —añadió Datsue al pedido de Akame—. Y tráenos una jarra de agua también.
Datsue había probado una vez la cerveza, y no le había gustado nada. Un bebedor nato le había dicho que se aprendía a apreciar su sabor a base de beberla y beberla, pero el Uchiha todavía no había llegado a aquel punto. Además, ¡estaban de misión! No es que fuese un mojigato, pero le extrañaba que su Hermano dejase de lado su profesionalidad en aquello.
«Está cambiando…»
Datsue creía saber el motivo —o al menos, uno de ellos— por el que su Hermano estaba cambiando. Pero ya habría tiempo de pensarlo y debatirlo. Ahora debían centrarse en lo importante. El Uchiha realizó su propuesta, y Akame estuvo de acuerdo, mientras que Ralexion entendía que no era el mejor candidato por su falta de experiencia.
—Oh, no subestimes la labia, Ralexion —dijo, ante la broma del Uchiha. Suspiró—. No es algo que me agrade. La responsabilidad; la toma de decisiones… Pero si he de sacrificarme por el bien de la misión, que así sea. Yo seré… —miró a los ojos a Ralexion. Luego a Akame, y, con voz trascendental, dijo—: vuestro capitán.
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El Uchiha ni siquiera se inmutó cuando su compañero pidió una jarra de agua. Sí, en otras circunstancias él también habría considerado que beber cerveza antes de una misión era una temeridad y debía ser castigada. Pero ahora era diferente, y la razón por la que Akame quería empuntarse antes de ir a dormir era sumamente simple.
Había descubierto que el alcohol le ayudaba a conciliar el sueño más fácilmente, y a que éste fuese más profundo. Las pesadillas seguían estando ahí, claro, pero se sentían menos reales. Como una bruma espesa en una fría mañana de Invierno.
Luego Datsue se propuso como candidato, y al otro Hermano del Desierto no pudo parecerle mejor. Al fin y al cabo, Akame sabía que su compadre era tan astuto como él, o más, y además se le daba mejor eso de liderar. Él tenía poca paciencia y tendía a querer hacerlo todo de forma demasiado mecánica.
En ese momento el mesero depositó sobre la mesa una jarra de madera repleta de cerveza fresca y sabrosa, dorada, con dos dedos de espuma. Junto a ella, otra más pequeña, de agua de la fuente. Akame tomó la primera jarra con ambas manos y vertió su contenido en tres vasos del mismo material que el camarero les había puesto a cada uno frente a sí.
—Por Datsue-kun, el capitán más astuto de su casa —dijo, jocoso, mientras alzaba el vaso de madera.
Luego del brindis —que él haría, le acompañasen o no— Akame le pegaría un buen trago a la cerveza. Le rascó al pasar por su garganta y el sabor amargo de aquella bebida le invadió la boca, pero lo aguantó sin poner cara de asco. Pese a todo, estaba empezando a cogerle el gustillo.
La comida llegó poco después. El mesero dejó en el centro de la mesa una gran cazuela humeante colmada de estofado, tres cuencos y tres cucharas, todo de madera.
—Buen provecho —dijo el Uchiha antes de servirse un cuenco hasta los topes. Estaba hambriento.
Mientras cenaban, los muchachos pudieron escuchar los comentarios de otros parroquianos que poblaban la taberna; en especial los de la mesa que tenían detrás, donde tres hombres de aspecto desharrapado y ceño fruncido —propio de los campesinos— discutían animadamente en torno a una jarra de cerveza. Al parecer el señor Iekatsu era considerado un gobernante débil e ineficiente, que últimamente desatendía sus obligaciones y pasaba largo rato recluído en su cámara sin querer atender a nadie.
—Es cuestión de tiempo que estire la pata —terció uno—. Y dicen que sus tres hijos están, cada uno, más decidido que el otro a sucederle.
—¡Pero ahí no hay discusión! —repuso otro—. El señorío recaerá sobre Ichiro-dono, por ser el primogénito.
El conversador restante dio un buen trago a su vaso de birra.
—Yo no estaría tan seguro, a fe mía que en política no hay nada imposible —agregó finalmente.
Datsue realizó el brindis sin poder evitar hinchar el pecho y alzar el mentón, con expresión orgullosa. Una expresión que en seguida dejaría paso al asco en cuanto dio su primer trago. Sí, la cerveza ya le entraba mejor que la primera vez, pero le seguía costando.
Hecho el brindis protocolario, se pasó al agua en cuanto llegó el estofado. Tenía hambre, mucha hambre, y la conversación que habitualmente solía dar murió para centrarse exclusivamente en la comida. Su oído, no obstante, seguía operativo, y pronto captó una conversación de lo más interesante que provenía de la mesa de atrás. Criticaban a Iekatsu, y debatían quién sería su sucesor. Le correspondía por ley al primogénito, pero en temas de sucesiones uno nunca podía llegar a estar seguro de nada. Era curioso la de muertes accidentales y terriblemente convenientes que sucedían durante ese período.
Se inclinó hacia sus compañeros de misión, y, con voz baja, susurró:
—Parece que la sucesión va a estar caldeada, ¿eh?
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Datsue se ofreció como capitán, Ralexion no interpuso queja alguna y Akame tampoco. El moreno tomó la jarra de cerveza, llena hasta las trancas, y brindó con una sonrisa.
—Por el Intrépido —bromeó.
El Uchiha, haciendo gala de una capacidad digna de un beodo experto, se llevó más de la mitad de los contenidos del recipiente al gaznate de una sentada. Suspiró placenteramente y la dejó caer la jarra sobre la mesa. Alcohol antes o después de una misión, a él le resultaba indiferente.
Acto seguido se les entregó el ansiado estofado que habían encargado. Ralexion llenó su cuenco al máximo, igual que Akame, dejó escapar un efímero "que aproveche" y se puso a devorar la comida como si no hubiese probado bocado en días. Fue consciente de la conversación a su espalda, pero hizo por ignorarla y centrarse en el delicioso plato a pesar de que este le estaba quemando la lengua.
No fue hasta que Datsue dejó escapar su comentario que el kusajin aportó su granito de arena.
—A mí me da igual —disparó, ni corto ni perezoso—. Los política siempre me parece lo mismo. Lo único que espero es que este asunto de la sucesión no lleve a que la gente de esta ciudad pase malos tiempos, o peor todavía, hayan enfrentamientos.
El Uchiha asintió en silencio ante las afirmaciones de sus compañeros de misión. Él no tenía mucha experiencia "de campo" en temas políticos y mucho menos nobiliarios, pero sí había leído más de un libro de historia de Oonindo, y precisamente por eso era consciente de cómo solían desarrollarse aquellas disputas de sucesión; los pretendientes ponían buena cara mientras trataban de apuñalarse por la espalda, usando todo y a todos a su alcance para tirárselos a la cara a los demás contendientes hasta que sólo quedara uno en pie. «Y dicen que el oficio de shinobi es duro», pensó Akame para sus adentros con una sonrisilla.
No envidiaba la vida de las personas de sangre azul.
Sea como fuere, la conversación entre los campesinos seguía su curso.
—Ichiro-dono es el legítimo sucesor, y a bien espero que sus hermanos respeten esta ley sagrada —insistía el más mayor de los tres, un tipo que debía rondar los cuarenta pero cuyo aspecto delataba que estaba extremadamente desgastado por las largas jornadas de trabajo en los campos—. Es el mayor y el más apto para gobernar.
—¡Pero si el año pasado fue él quien sugirio a Iekatsu-sama que diera de latigazos en la Plaza de los Comerciantes a aquellos rapaces! —repuso el más joven, que era apenas dos o tres años mayor que Akame—. Ese hombre carece de compasión. Saburo-dono les habría perdonado, porque todavía conserva la frescura de la juventud.
—¿Compasión? —el hombre se agachó sobre la mesa, mirando fijamente a su interlocutor—. ¡Se llama hacer cumplir la maldita ley! Esos muchachos robaron cuatro gallinas, ¿y qué, se van a ir sin un justo castigo? Mientras nosotros nos partimos el lomo día sí y día también en los campos.
—Hmpf, en eso, Gyaku-san, te doy la razón —intervino el tercero, de edad mediana—. Pero el castigo debe ser proporcional al crimen cometido, ¡les dieron veinte latigazos a cada uno! Jirō-dono, sin embargo, propuso al señor que fueran sólo diez.
Distraídamente, Akame se volvió hacia sus compañeros de misión con una sonrisa torcida mientras sacaba un cigarrillo de uno de los bolsillos de su pantalón y se lo encendía con una cerilla de fósforo.
—Parece que cada uno apoya a uno de los tres hermanos.
Datsue asintió, más que de acuerdo con su Hermano.
—Y tanto. —Se dio cuenta que, de tan atento que estaba a la conversación ajena, se había olvidado de comer. Se llevó un bocado a la boca y se dio prisa por terminar su guiso—. Vamos a tener que ir con pies de plomo en todo este tema —comentó, con la boca llena—. Me huele que el ambiente va a estar algo tenso con toda esta movida.
En principio, el hermano más iracundo, por así decirlo, era el legítimo heredero. Eso reducía las posibilidades de que se iniciase algún enfrentamiento frontal por parte de los hermanos menores, pero no de que usasen otros métodos para lograr el mismo fin. El veneno, por desgracia, estaba a la orden del día, y era el arma más usada en ese tipo de trágicos sucesos.
Datsue esperaba, por el bien de la misión, que no llegase a tanto. Y, en caso de hacerlo, que ya fuese con ellos bien lejos, habiendo cumplido debidamente con su encargo.
—El tal Jirō parace un tipo sensato —comentó, de pasada, una vez terminado su plato—. ¿Nos quedamos a dormir aquí, pues?
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—Pues yo diría que sí —contestó Akame, y con la mirada interpeló a Ralexion, que se limitó a asentir con un gesto quedo mientras terminaba de apurar su propia jarra de cerveza—. Hablaré con el posadero, a ver si tiene algunas habitaciones libres.
El jōnin se levantó con pie ágil y cruzó la abarrotada taberna en dirección a la barra de madera tras la cual el dueño del lugar atendía a otros clientes. Pese a que le costó llamar su atención —por lo solicitado que estaba— y aun más hacerse oír por encima del bullicio general, al final Akame consiguió lo que quería y retornó a la mesa, donde sus compañeros le esperaban, con una sonrisa en los labios.
—Hay dos habitaciones libres en la parte de arriba, la del centro y la de más a la derecha del pasillo —anunció—. No te preocupes, Ralexion-san. Datsue-kun y yo compartiremos una de ellas —se apresuró a añadir, mirando al kusajin—. Las he pagado por adelantado para dos noches con el dinero que nos dieron para gastos.
El Uchiha de la Hierba agradeció el gesto con la cortesía que le caracterizaba, bebió de un trago el culo de su jarra de alcohol y se despidió de ambos tras echarse el petate al hombro. Akame lo vio desaparecer escaleras arriba mientras se recostaba en su asiento.
—No es mal ninja, aunque le falta entrenamiento, tiene agallas y es respetuoso. Justo la clase de alumno que te gustaría tener, compadre —le dijo a su Hermano, y luego soltó una carcajada socarrona—. Lástima que sea lechugo.