Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El cielo yacía oscuro, tan siniestro como el funeral de una monja en pleno invierno. De hecho, apenas podía distinguirse una mera constelación el el gran y supuesto azul, ni una mera estrella, ni tan siquiera la maldita luna. Nada de nada. Todo era negro, absoluto y sobrecogedor.
La chica se miró las manos, pero ni tan siquiera era capaz de verlas. Agazapada, como si acabase de salir del vientre de su madre, la chica se sentía en un vacío que apenas recordaba. De hecho, apenas recordaba cómo había llegado hasta allí, o el donde había de estar.
«¿Estaré muerta... de nuevo?» Pensó, ilusa.
Pero había una gran verdad tras de ello, jamás había tenido esa sensación. Simplemente resucitaba, se curaba de cualquier herida, y todo recuerdo se desvanecía, como si nada hubiese ocurrido. De hecho, normalmente quedaba tan en blanco que apenas sabía que hacía en ese sitio.
«¿Será que he quedado atrapada en un bucle y no consigo resucitar? Diablos... ¿será ésto lo que se siente al morir, al hacerlo definitivamente...?»
Al final, la chica se cargó de determinación, y estiró los brazos hacia su frente, como intentando empujar aquello que tenía a su frente —oscuridad— pensando que no toparía con nada. Sin embargo, si que topó con algo.
¡TAP!
La chica tuvo que tomarse unos segundos para reflexionar, el tacto había sido como... «¿¡Madera!?»
Sin mas, palpó la superficie, hasta que dio con un pomo. La desdicha parecía haber llegado al final, o solo a dar comienzo. Giró el pomo, y tiró hacia delante, golpeandose con un haz de luz tan potente que le impidió la vista por unos segundos. La chica, como acto reflejo, se llevó la diestra hacia arriba, anteponiendola a su rostro en un vano intento de esclarecer lo que sucedía. Avanzó un poco, y al cabo de un instante pudo avistar que a su alrededor había una autentica fiesta acabada. Había una cama al final, un par de tipos, y un par de chicas. Botellas de alcohol por todas partes, al igual que ropa de toda clase. Incluso habían pipas y algún que otro estupefaciente...
«Vaya fiesta me tuve que pegar si mi regeneración no pudo aguantar el ritmo...»
Apenas dio un segundo paso, topó con una de las botellas. No la golpeó con la fuerza necesaria para tirarla, pero ésto le hizo ver que ella estaba completamente vestida, y que había salido de un... «¿un armario?»
No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí, pero por suerte o desgracia no había sido cosa de una muerte, por tanto tenía bastantes recuerdos vivos... aunque solo algunos de cómo había comenzado todo.
Se alborotó un poco la cabellera, y crujió el cuello. Sin mas reparo, se agachó y tomó la botella. —Vaya tela... —Le propinó un buche, y no tuvo mas remedio que encoger el rostro en una mueca de desagrado. —¡Puaj! Vaya asco...
Avanzó hacia la puerta, y tomó otra de las botellas. Armada con ambos "refrigerios", salió por la puerta, dejándola tal y como la había encontrado —abierta—.
Bajó las escaleras, y resulta que se encontraba en una taberna. Sin mediar palabra alguna, salió por la puerta, y de nuevo, le propinó un generoso trago al licor, en ésta ocasión al de la otra botella. Apenas era medio día, pero la chica ya había comenzado a beber...
Bueno, la búsqueda continuaba, tenía que encontrar información sobre las pirámides de Sanbei, y no había mejor manera que de taberna en taberna, eso era mas que obvio. Quizás una buena idea era dejar de beber un poco, pero... en cierta manera, al menos así lo pasaba bien. O no.
En fin, ni que se jugase la vida con ello...
Las calles de Oniido eran para ella, y caminaba por éstas como si realmente fuese su dueña.
18/10/2017, 01:52 (Última modificación: 25/10/2017, 02:42 por Uchiha Datsue.)
20 de Viento Gris del 217
No dormía. Hacía mucho tiempo que no conseguía hacerlo. No hasta el punto que el sueño fuese reparador. No hasta el punto de permanecer inconsciente por más de una hora. Porque en cuanto su conciencia se adentraba en el mundo onírico, Shukaku tomaba el control. Era como el genjutsu de un sharingan. Un genjutsu sin fin. Un genjutsu ineludible, que solo cesaba cuando tu cuerpo decía basta y te levantabas empapado en sudor.
Aquella noche Datsue llevaba ya seis camisas. Seis camisas cambiadas, pues cuando se despertaba estaba tan encharcado en sudor como si hubiese corrido un auténtico maratón. O hubiese permanecido en una sauna por más de dos horas. Últimamente, ya ni se cambiaba el pantalón. Simplemente se lo quitaba y se quedaba en calzoncillos, pasando a un lado del colchón u a otro cada vez que despertaba. De este modo, el lado sudado le daba tiempo a secar para cuando despertase la siguiente vez.
Cuando despertó por séptima vez, Datsue supo que no iba a quedarse dormido pronto. Se había desvelado, pese a que su cuerpo estaba hecho polvo. Lo que hacía en aquellos instantes de insomnio dependía mucho del momento. A veces simplemente pensaba: en cualquier cosa, normalmente en muchas y muy distintas entre ellas. Otras, intentaba dejar la mente en blanco y dormirse. Algunas se levantaba e iba a por algo de picar. Otras pocas…
Otras pocas activaba el sello de la brújula. Se había convertido en una extraña costumbre para él. Al principio era por simple curiosidad. ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo? Luego, cuando el paso del tiempo la fue enterrando en el olvido, simplemente se convirtió en una costumbre, como un tic en el ojo o esa manía que tienen algunas personas de crujir los dedos.
Pero algo paso aquel día. Algo que no había ocurrido hasta entonces… La aguja de la brújula que se formó en su antebrazo no dio vueltas de forma frenética, como si no lograse encontrar el Norte… Sino que apuntó en una dirección. Apuntó hacia el Noroeste.
• • •
Datsue había estado pensando mucho en ella. Demasiado. Más de lo que quería reconocer. Al principio, se lo había tomado como una aventurilla de verano. Una noche loca y desenfrenada entre dos jóvenes de distintas villas y distintos países, que sabiendo que probablemente no se volverían a encontrar, habían disfrutado de su mutua compañía. Sin embargo, el Uchiha creía que al menos se verían en el Valle de los Dojos mientras durase el torneo. Que aprovecharían aquella estancia irrepetible para volver a encontrarse. Habían quedado en eso, de hecho. Una cita, tras el siguiente combate del torneo.
Pero Aiko nunca acudió a ella. Por qué, eso nunca lo supo. Se lo habían pasado bien. Datsue daba buena fe de ello. ¿Por qué entonces le dejó plantado? ¿Acaso se había encontrado con otro que le gustaba más? ¿O era que simplemente para ella no había sido tan buena noche como había creído? Datsue no se había enamorado. Eso era algo que negaba de forma rotunda. ¿Le había gustado? Por supuesto. ¿Se lo habían pasado bien? Eso era innegable. ¿Le tendría siempre un cariño especial por haber sido con ella su primera vez? Probablemente. Pero nada más. Lo que le fastidiaba no era eso, sino más bien… la incertidumbre. Él no saber la razón por tal desplante.
Tras meses, el Uchiha creía que ya se le había pasado la tontería, pero cuando encontró lo que buscaba, tuvo que admitir que no había sido así. De lo contrario, no se hubiese pegado dos días de viaje solo para encontrarla.
Desactivó el sello de rastreo.
—Vaya, vaya, vaya. —Parecía desmejorada: con el pelo despeinado, ojeras, y una botella en la mano. En otros aspectos, sin embargo, estaba igual de radiante que siempre—. Pero si es Aiko la Rompecorazones. ¿O debería llamarte Aiko la Borracha? —bromeó, desviando momentáneamente la mirada hacia la botella de licor que sujetaba—. ¿Qué? ¿No te alegras de verme?
Datsue se había cuidado de ir bien arreglado. Aparte de su habitual moño en la cabeza, se había hecho dos trenzas que nacían en la sien y terminaban sobre sus hombros. Como vestimenta, como hacía frío, una gran capa blanca con bordados rojos en las mangas y al final de la túnica. Tenía un pendiente negro con forma de aro en el lóbulo derecho, y varias pulseras de cuero —una blanca y el resto tirando a marrón— en una de las muñecas.
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18/10/2017, 03:36 (Última modificación: 18/10/2017, 04:32 por Aiko.)
Conforme la botella se vaciaba, las ideas y recuerdos regresaban poco a poco, a modo de flashes. Sabía que estaba allí en busca de información de las pirámides, que Keisuke ya le había dado dato sobre lo que ésta pretendía —adentrarse en ese tétrico y mortífero lugar—, así como iban y venían flashes de un tipo que le sonaba bastante, ese tipo que mucho tiempo atrás le dio su bien mas preciado. No sabía muy bien el porqué, pero ésta persona se traía algo entre manos, algo de suma importancia.
Algo que no recordaba apenas.
Sin dilación, alzó la botella, brindando a los siete cielos. De nuevo, le propinó otro soberbio buche, abundante y para nada tímido. El rubor amenazaba en sus mejillas, cual comadreja atenta contra el armario de las pastillas. Su tambaleo era sutil, apenas tomaba importancia en su matutino paseo de medio día, puesto que le permitía caminar casi sin problema. Despegó la botella de sus morros, y se quitó el sobrante de licor de los labios con el dorso de la mano. Sin lugar a la duda, en otra época habría sido una pirata de consideración, y eso tan solo con ver su manera de beber.
A sendos lados de la calle, las tiendas casi comenzaban a cerrar, dándose un respiro para la hora de la comida. La gente iba y venía a su rollo, ensimismados, haciendo apenas caso a la chica. Evidentemente, alguna que otra mirada si que despertaba su espectacular cuerpo —sus curvas— era imposible no caer en la tentación.
De pronto, un chico bien pisaverde —aunque descuidado en el arte onírico— tomó la iniciativa en una alocada conversación para con la pelirroja. En un principio la calificó como Aiko la "rompecorazones" para a no mucho tardar arremeter con otro adjetivo un tanto mas descortés. La pelirroja alzó una ceja, extrañada ante tal afirmación, apenas sonaba a ella...
«¿Borracha...?» Pensó, sin darse apenas cuenta de que llevaba una botella a cada mano. Vamos, un detalle insignificante.
La pregunta final del chico permaneció en el aire quizás algo mas de lo deseado. Sin duda, pillaba por sorpresa a la kunoichi. Bueno, no era la primera vez que le pasaba algo similar... pero, sin duda no esperaba que le fuese a pasar en ese preciso instante, sin comerlo ni beberlo.
Se llevó la diestra hacia la sien, y rascó levemente en un gesto dubitativo, acompañado obviamente por la botella de alcohol. Entrecerró los ojos, y torció la nariz, intentando recordar algo, en un vano intento. —Esto... —alzó el índice de su diestra, apuntando poco mas arriba del rostro del chico, como si recién hubiese encontrado alguna excusa, o un nombre. —!Tsk! —chasqueó la lengua, incapaz de soltar una bula y ver si de por casualidad acertaba.
Se encogió de hombros, y desistió. —¿Quien coño eres? —preguntó. Rotunda, sin dilaciones, mas seca que la mojama.
Para combatir esa falta de humedad requerida en sus paladar, le propinó otro buche a la botella. Ésta vez sería uno mas corto, obviamente la situación no era la mas apropiada.
Primero, la kunoichi se llevó una mano a la sien. Luego, se rascó levemente, en un gesto dubitativo. Entrecerró los ojos, con la mirada desenfocada, como si tratase de recordar algo. No pareció salirle. Se ofuscó, pero poco después se encogió de hombros, aceptando su derrota.
Sí, había sido la escenificación perfecta de alguien que no recordaba a un conocido. Pero a Uchiha Datsue no se la colaban.
—Ja… ja… ja… —dijo, imitando una falsa risa—. Muy graciosa. ¿Quién voy a ser? ¡Datsue el Intrépido —exclamó. ¿Que no le recordaba? ¡Que le fuese a otro con ese cuento!—. Es cierto que he crecido unos centímetros desde la última vez… y bueno, ahora estoy más fuerte —aseguró, aunque con la túnica eso no se apreciaba—. Pero soy yo, en carne y hueso.
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19/10/2017, 16:01 (Última modificación: 19/10/2017, 17:27 por Aiko.)
Una risa forzada y claramente falsa fue la primera respuesta que la chica recibió. Obviamente el chico la conocía, de algo había de conocerla, y claramente no estaba dispuesto a dejarla marchar de rositas. Se presentó como si debiese conocerlo, Datsue, y acometió con un apodo que obviamente él mismo había de haberse impuesto. Datsue el intrépido. El chico lucía unas galas que lejos quedaban de parecer dignas de un aventurero, para nada correspondían con ese tipo de adjetivo. Datsue el pisaverde, Datsue el señorito, Datsue el hijo del tesorero, Datsue el "NO ME TOQUES", Datsue el petimetre, o incluso Datsue el figurín...
Esos adjetivos le pegaban mucho mas, si señor.
La cara de la pelirroja no pudo ocultar el por dónde tiraban sus pensamientos, no tenía la menor idea de a que se refería con su presentación, y mucho menos tenía idea de quién era. Sin embargo, su presentación no había terminado. Afirmó haber crecido unos cuantos centímetros desde la última vez que se vieron, e incluso se atrevió a asegurar que se había puesto en mejor forma física. Sin duda, lo que si era es atrevido.
«¿De qué cojones conozco a éste tipo?» Su mente daba aún vueltas al asunto. «¿del torneo...? ¿de ésta ciudad...? ¿de algún desliz...? No tiene bandana... y no me suena de nada... ¡Vaya jodienda con mi puta memoria! ¡Que asco, de verdad!»
Incapaz de recordar dato alguno del supuesto intrépido, la chica dejó caer un leve suspiro. Entrecerró un ojo, en un último afán de averiguarlo, pero el resultado era exactamente el mismo —nada— y no tenía una respuesta coherente para el chico. Una situación incómoda mas para su interminable lista. Por suerte o desgracia, esa lista se reiniciaba con cada reset de memoria, al menos una buena parte.
—Lamento mucho no hacer una reverencia al señor intrépido, pero de veras que no sé quien eres, esto... ¿Datsue?
«¿Aiko la rompecorazones?» Replicó en su cabeza. «¿No será que éste chico se enamoró de mi, no? Leches... espero que no sea eso, aunque... me da a mi que va por esa rama...»
La chica no quería darle remedio, pero bueno, al menos no le había mandado a freír espárragos y se había marchado sin mas. «¿Y si me hago la loca?» Evidentemente, no pudo evitar pensarlo, era la salida mas eficaz y rápida...
—¿No me confundes con otra persona? —replicó, como si en Oniido hubiesen muchas mas chicas de su apariencia y nombre.
Bueno, ya estaba bien con el chiste. El Uchiha siempre se había considerado tolerante hasta con las bromas más pesadas, pero había que saber cuándo pararlas.
—Sí, Datsue —le confirmó, aunque sabía que no hacía falta.
La kunoichi, lejos de conformarse con aquello, fue más allá, preguntando si no la estaría confundiendo con otra persona. Lo que le faltaba por oír.
—Claro —respondió—, porque chicas con doscientos años de edad pero que aparenten dieciséis y que además sean inmortales las hay patadas —dijo, con sarcasmo—. Por no hablar todo lo que vivimos juntos… Anda, deja ya la…
El ceño se le frunció de pronto, y su mirada pareció desenfocarse por un instante, mientras un recuerdo lejano iluminaba su mente como el primer rayo de una tormenta.
• • •
—Cuando se da cierta situación, pierdo un lapso de memoria de casi un año completo... y no es que sea difícil ciertamente, habré perdido como treinta años de memoria al menos. Si algún día no sé quien eres, no te extrañes... jajajaja
• • •
Sus ojos volvieron a enfocarse en Aiko. No había rastro de exageración, ni de guasa encubierta en las facciones de ella. ¿Acaso había...?
—Oye… No me habrás perdido la memoria otra vez, ¿no? —El Uchiha nunca había llegado a preguntar cómo era que la perdía. La kunoichi había mencionado una situación muy concreta, pero él, embelesado por su inmortalidad, había dejado aquel tema aparcado. Luego, por las cosas que se dieron… simplemente se olvidó.
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19/10/2017, 17:55 (Última modificación: 19/10/2017, 17:56 por Aiko.)
Ante la respuesta proporcionada por la chica, el intrépido no quedó conforme. Replicó con una afirmación a la pregunta de la chica, confirmando su nombre. Y cuando ésta soltó que quizás la había confundido con otra persona que bastantes respuestas llegaron, con forma de sarcasmo puro y duro. El chico parecía conocer datos que ésta no solía desvelar con demasiada facilidad —su inmortalidad— y no solo eso, si no que parecía saber que la pelirroja no envejecía además. Que recordase, no desvelaba esa información a cualquier persona. El chico hizo hincapié en que habían vivido juntos bastante, pero se quedó pescando a mitad de lo que tenía entre palabras.
La mueca de la chica se hizo mas que evidente. No estaba extrañada o intrigada, si no lo siguiente. No tenía ni idea de por dónde empezar, o qué decir. Bien podía hacerse la loca y huir, o incluso golpearle la entrepierna para acudir a hacer lo anterior —obteniendo un buen tiempo extra— y salir de escena. Pero no, no lo hizo.
«¿Quién cojones es éste tipo, y porqué sabe que soy inmortal?»
Tras volver en si mismo, y deshaciendo su fruncido ceño, el chico no titubeó en preguntar. El muy jodido sabía hasta sobre las faltas de memoria de la kunoichi, algo que hizo que hasta retrocediese ésta un paso. La chica no comprendía la situación demasiado, se le estaba escapando un poco de las manos.
—O-oye... ¿cómo diablos sabes todo eso?
De pronto, la luz se apagó por unas décimas de segundo, un tiempo que para la chica pareció mas que una eternidad.
Una sombra negra como la misma noche resaltó sobre toda idea o pensamiento, inundando la mente de la chica y abarcando todo su ser. Un ojo verde y otro azul en un rostro que se le hacía familiar y a la misma vez desconocido. Una sonrisa tétrica capaz de hacer temblar al mas valiente de los samurais. Un pelo blanco como la misma nieve. Unas ropas de color azabache. Su mente realizó con sumo detalle un claro reflejo de como debiere ser su figura, aunque alguno retallos de su imagen quedaban un poco en el vacío que bien acababa de producirse.
—Todos los humanos son iguales, son una plaga. Tu sin embargo... eres especial.
Un flash que tan rápido e intenso como vino, se fue. La chica quedó en blanco por un instante, tanto fue así que hasta las botellas que fuertemente aferraba cual botín de guerra cayeron al suelo. Éstas reventaron en mil pedazos, y el mismo ruido sacó los valores mas primarios de la chica, la autodefensa.
Cual rayo que cae sobre una vara metálica en mitad de un vasto prado, la kunoichi estiró el brazo en dirección a su peligro mas cercano —Datsue— en un gesto que bien podría considerarse de esgrima, sin un arma. Al menos así fue el inicio del gesto, pues conforme avanzó, varias hojas de papel se engarzaron en una rápida reconstrucción de un estoque. Un estoque que sin dilación estaría apuntando hacia el cuello del llamado intrépido. Su ceño se hallaba fruncido, y aunque en un principio no había signo de duda, conforme pasaran los segundos, ésa mueca iría desapareciendo. Su mirada buscaría incluso las botellas, su preciado tesoro.
La leche… ¿De verdad no se acordaba de nada? ¿Acaso el motivo por el que no había acudido a la cita había sido precisamente…? «No te des esperanzas tontamente, iluso»
Iba a responderle, pero algo raro pasaba. Aiko había quedado en blanco. Pálida como la cera y con la mirada ida.
—Oye, ¿estás…?
Crash, crash, crash… Los sonidos de las botellas al hacerse añicos. Un segundo más tarde, la punta de una lanza hecha en papel avanzaba peligrosamente hacia su garganta. El Uciha interpuso una mano entre la lanza y el cuello, mientras retrocedía de puro instinto, de suerte que la lanza quedó a escasos milímetros de la palma de su mano. La otra palma la mantenía alzada, en señal de tregua.
—¡Ey, ey, tranquila! —exclamó rápidamente, con el sharingan de tres aspas brillando en sus ojos—. ¡Que yo no soy inmortal, joder! —¿Qué narices le pasaba? Siempre la había visto calmada, segura de sí misma como nadie y manejando situaciones de lo más peligrosas como si simplemente estuviese haciendo una tarea del hogar. ¿A qué venían tantos nervios? ¿Tanta tensión?—. Vale, vale, te creo. Te lo contaré todo, ¿de acuerdo? Vivimos una aventura en Yamiria, hace muchos meses atrás. Ahí fue donde nos conocimos —empezó, relatándole la historia a toda prisa—. Luego nos encontramos en el Valle de los Dojos. ¿Recuerdas ese torneo que hicieron las tres aldeas? Yo iba por Uzu. Allí… Bueno, estrechamos nuestros lazos. —Era una manera elegante de decirlo—. Habíamos quedado de vernos tras nuestro respectivo combate, pero no acudiste a la cita. Luego el torneo se acabó y nunca más supe de ti… hasta ahora.
Para haberlo dicho todo de una tacada, consideró que le había salido bastante bien. Ni siquiera se había perdido en exageraciones o adornos, como tanto le solía gustar.
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El chico pareció preocuparse por la ausencia de la chica, una preocupación que sin demora se vería arraigada por el mismo sentimiento que movía a la kunoichi, el de supervivencia. Ésta se armó rápidamente, y clavó su atención en Datsue. Éste por contra aumentó las distancias entre ambos, anteponiendo incluso la mano, por si la estimación de distancias o algo fallaba. Incluso llegó a levantar la otra mano, en signo de clara intención de no luchar. Y sus orbes se tiñeron rojos como la misma sangre.
Rápidamente, requirió el chico la calma por parte de la pelirroja. Incluso en medio de tanta incertidumbre, no dejó de lado el sentido del humor, con un sarcástico comentario sobre la inmortalidad. Para ese entonces, la mirada de la chica cambió por completo. La alerta al menos sirvió para que éste por fin soltase prenda, informando a la chica de cómo se habían conocido, así como dando datos de una segunda vez. Ésta segunda vez al parecer se habían hecho mas íntimos, y el lugar no había sido otro que el complejo de dojos, en aquél susodicho torneo.
La espada de la chica quebró en mil pedazos, estalló como anteriormente lo habían hecho las botellas, solo que ésta no dejó mas rastro que unos papeles que desaparecieron en el mismo aire. Tras ello, bajo el brazo, y con parsimonia retomó la compostura. Al menos tanto como pudo.
«Puta memoria...» Maldijo, de nuevo, otra vez.
Se llevó ambas manos hacia el rostro —mientras tomaba aire—, y las pasó por la parte superior, culminando en la cabellera y echando ésta hacia detrás. Sin mas, soltó un suspiro, bastante mas pesado que el anterior. Entre tanto, había elevado la mirada al cielo, con el mismo gesto.
—Está bien, está bien... —respondió, aunque realmente creyese que nada estaba bien.
Bajó la mirada hasta el chico, y de nuevo tomó algo de aire. En ésta ocasión no fue tan exagerada, si no mas bien algo normal. Al igual que cualquier otra persona, a veces requería de oxigeno y tal.
—Perdón por mi reacción... últimamente estoy teniendo unas pesadillas de lo mas raras... y, no ando muy centrada... —por llamarlo de algún modo. —Así que me conoces bastante...
»Por lo que escucho, sabes mas de mi que cualquier otra persona... creo. ¿Por qué confiaría en un chico como tu tanta información...? ¿Acaso he ido gritando a los cuatro vientos que soy inmortal? —Su pregunta traía algo de sarcasmo, pero irónicamente no sabía que se había acercado tanto o mas a la realidad. ¿Cómo se le iba a ocurrir hacer semejante locura?
Lentamente, Datsue bajó sus manos a la vez que la lanza de papel se descomponía. Acto seguido, dejó que sus ojos recobrasen su antigua tonalidad. El breve momento de tensión pareció desvanecerse. Aiko achacó su nerviosismo a recientes pesadillas que sufría. Datsue no pudo empatizar más con ella. A él le ocurría igual o incluso peor. «Seguramente peor. No creo que haya nada en Oonindo que se pueda acercar a lo que Shukaku me está haciendo»
Entonces asintió, cuando Aiko intuyó que la conocía bastante. No es que hubiesen compartido más de tres días juntos, realmente… Pero qué tres días. Especialmente uno de ellos —o la noche, más bien— había sido especialmente intenso. Datsue se sonrojó ligeramente al recordarlo.
Sonrojo que se transformó en una corta carcajada cuando Aiko, ingenua de sí misma, se aventuró a decir que no creía que hubiese ido gritado algo tan importante como su inmortalidad a los cuatro vientos. «Por Amateratsu, realmente tiene amnesia»
—Bueno, a los cuatro quizá no, pero… a tres de ellos al menos. Digamos que… te gustaba alardear de ello —como nada era mejor que un buen ejemplo, Datsue se propuso relatarlo:—. Fíjate, en una ocasión, en el Valle de los Dojos, te atravesaste con una lanza de lado a lado solo porque un aldeano no creía en tu inmortalidad. ¡Tendrías que recordar su cara cuando te vio! —exclamó, sin poder evitar reírse otra vez.
»Oye, ¿por qué no buscamos un sitio donde sentarnos tranquilamente y te pongo al día con lo que pueda?
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La pelirroja y el intrépido bajaron la guardia, al menos por el momento. El breve e intenso acto de gallardía había sucumbido, y no era para menos. ¿Cómo afrontar una situación así si no era con palabras? Imposible, absoluta y rotundamente imposible. Así pues, la chica intentó averiguar un poco mas, no sin antes preguntar si realmente se conocían. El jovenzuelo no tardó en afirmarlo con un gesto de cabeza, un gesto que rápidamente decoró un sonrojamiento.
Leches, quizás se conocían... demasiado.
Fue entonces que la manipuladora de papeles se comentó que normalmente no iría gritándolo a los 4 vientos. Lo dijo con sarcasmo, pero su burlesco tono se vio afrontado por una dura realidad. Datsue aseguró que no lo gritó a los cuatro vientos, pero que al menos a tres de éstos si. Al parecer, la bravuconería se había hecho con ella en algún momento, y presumía de ello en público. Sin mas preámbulos, el chico contó una de sus hazañas. La pelirroja se había dejado atravesar por una lanza de un desconocido solo porque éste no había creído que era inmortal.
La chica lució sorprendida, realmente lo estaba. No llegaba a entender del todo el porqué lo hizo, pero en parte un leve temor iba cobrando fuerzas. El chico, lejos de parar, rió de nuevo añadiendo que debía recordar la cara del hombre al verla recuperar el aliento. Pero no, eso no llegaba a alegrarle el día...
—¡Tsk! —chasqueó la lengua, y de nuevo se llevó las manos a la cabeza, peinando su cabellera hacia detrás, de nuevo. —Vaya tela...
Datsue propuso sin mas que podían ir a algún sitio, sentarse, y hablar con mas calma. Sin demasiado que pensar, o simplemente lo contrario, las opciones escaseaban. El chico podía ser una buena fuente de información, y quizás soltase algo mas que le pudiese interesar...
—Si... supongo que estaría bien...
«¿Lo habré hecho por lo que me dicen las pesadillas? ¿serán recuerdos borrados? Habrán sido cosas realmente importantes si han plantado cara incluso a la amnesia... pero, eso solo significa que... él existe. Está vivo, en algún lugar... él...» Pensaba, ensimismada, y en un lapsus, no pudo evitar soltar su nombre, aunque fuese casi en un susurro. —Blame... —el nombre de esa pesadilla que la acechaba, de esa pesadilla que casi se podría decir que la acosaba.
—Llevo unos días por las tabernas de la ciudad, por aquí hay una bastante barata, y que no está nada mal. —buscó que su nombre no inundase de nuevo su cabeza, el nombre de ese diablo. —He estado buscando información sobre un sitio que al parecer quería visitar, o al menos un compañero de aldea me dijo que no paraba de hablar sobre ese lugar... quizás descubrí algo importante antes de perder la memoria, y era la única pista que tenía...
Entre tanto, fue guiando la marcha, por esas calles que ya casi conocía a la perfección.
La notaba… rara. Como con menos confianza. Con menos imprudencia y más reflexiva. Supuso que era normal. Perder la memoria… no podía imaginarse cómo era. ¿Acaso llegaría al punto de cambiar a una persona? ¿Éramos el cúmulo de nuestras experiencias? ¿Pasaría una persona de ser valiente a cobarde según sus memorias? ¿O aquello estaba ligado a su alma, sin importar las vivencias? Demasiadas preguntas filosóficas para horas tan tempranas.
Datsue siguió a Aiko calle arriba, supuestamente en dirección a una taberna barata. La kunoichi no tuvo falta de añadir nada más. El precio era siempre lo primero, lo segundo y lo tercero más importante que valorar de un local. Luego, de cuarto, ya estaba el resto.
—¿Visitar? —preguntó, cuando la kunoichi lo mencionó. Al Uchiha solo se le venía un sitio a la mente—. Bueno, a mí me parece que la palabra visitar se queda corta. Teníamos pensado adentrarnos en las mismísimas Pirámides de Sanbei. Y lo digo en plural, porque habíamos quedado en ir juntos. ¿Sabes cuándo? —el Uchiha se sorprendió que hubiesen clavado la fecha. Habían quedado en tres meses, y tres meses eran los que habían pasado desde su último encuentro—. Este mes, en Viento Gris. Aunque ya te daba por perdida para eso…
»Oye, me pareció escucharte antes… ¿Mencionaste a Blame? ¿Le recuerdas? Me hablaste de él en su día. —«Así que no se ha olvidado de todo...»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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La chica comenzó a caminar casi que a la par que su acompañante, con algo mas de calma entre pecho y espalda, aunque no demasiada. Después de todo, un mal presagio venía gritandole a susurros que Blame era real, que no eran meras voces y flashes en su cabeza, que no se estaba volviendo loca.
¿Un consuelo o una desdicha?
Fuese como fuese, una voz de un Demonio que te repite una y otra vez que debes matar a todo humano —y que insiste en que debes ayudarle en esa labor— no puede ser algo bueno, ya sea real o no. Ni moral ni ética pueden ayudar en ese mal trago, en ese instinto asesino que éste quería despertar en la chica. Sin duda, últimamente no andaba en su mejor momento, pero no iba a caer en ese pozo con los ojos vendados... por mucha memoria que pudiese perder. No era una mera marioneta, y no caería en los hilos de ese titiritero.
En el mismo camino, Datsue acertó de lleno en el lugar que la chica quería visitar, y eso que ésta no le había soltado prenda aún. Sin lugar a duda, o iba pregonando con un altavoz todo lo que quería hacer, o ese chico había tenido oportunidad de conocerla de verdad. Sin cortar la conversación, la chica escuchó cómo el intrépido al parecer era su futuro compañero de viaje. Habían quedado hacía meses en ir, y resulta de que habían tenido un encuentro de lo mas insólito, justo en la fecha. Quizás día arriba o día abajo, pero mas que próximo.
El destino a veces era de lo mas caprichoso...
—Vaya... si que es una casualidad... Datsue. —confesó.
Llegando a la puerta de la taberna, y justo cuando la chica se disponía a empujar la madera para abrir el paso, el chico mencionó algo que de nuevo llamó la atención de la chica, y que interrumpió su acción. Quedó helada, tan solo pudo mover sus ojos hacia Datsue.
—Entonces... —tragó saliva. —¡Mierda!
Y con las mismas, destrozó sus nudillos contra la puerta, abriendola de golpe.
¡¡PLAF!!
Allí estaban, presentándose ante un montón de desconocidos con una entrada típica de oeste. La mirada de la chica de nuevo se dirigió hacia el frente, aunque no hacia las personas que le correspondían la mirada. Sus nudillos comenzaron a sangrar, y ésta, casi carente de sensibilidad en ese preciso momento, dejó caer otro suspiro.
—Creía que eran solamente pesadillas...
No entró en el antro, había algo que llamaba mas su atención.
—¿Por eso quería ir a las pirámides? ¿para encontrarlo?
Mil y una dudas asaltaban su cabeza en ese preciso instante, y es que no era para menos...
Por alguna razón que desconocía, la kunoichi no se tomó nada a bien su comentario sobre Blame. Lo demostró no solo con palabras, maldiciendo, sino también actos, estampando un puñetazo contra la puerta de la taberna.
El Uchiha enseñó automáticamente la palma de su mano a todos aquellos que les miraban extrañados desde el interior, a modo de disculpa, mientras esbozaba una breve sonrisa de circunstancias. Ciertamente, Aiko estaba distinta. Jamás la había visto enfadándose de tal modo.
Fue entonces cuando le dejó entrever un atisbo del porqué de su reacción: había sufrido pesadillas con él, pero había esperado que solo fuesen eso, sueños.
—¿Por eso quería ir a las pirámides? ¿Para encontrarlo?
Datsue negó con la cabeza. No, ella quería ir allí simplemente por ganas de aventura, mientras que él… Recordó cómo la había mentido, diciéndole que había estado investigando aquel sitio durante toda su vida. Solo para poder ir junto a ella y… descubrir el secreto de su inmortalidad. Un enigma que, según recordaba, se hallaba en su pierna derecha, justo por encima del tobillo. Recordaba exactamente las palabras que se había dicho mentalmente por aquel entonces: si no eres capaz de propiciar una oportunidad para descubrir lo que se esconde tras esa bota en un viaje tan largo… es que entonces lo tuyo no era ser ninja. Ni ninja, ni buhonero, ni ladronzuelo, ni ningún otro honorable oficio parecido.
—No, en realidad querías ir simplemente por ganas de aventura. Ese tal Blame… creo que lo último que querías era ir en su búsqueda —le reveló—. Pero mejor te lo explico ya sentados —insistió, tomando la delantera para sentarse en alguna esquina de la taberna, lo más alejado posible del resto.
»Ese tal Blame… —continuó, una vez sentados—. Me hablaste de él como si fuese el mismísimo demonio. Me contaste que tu padre le había vendido su alma a cambio de tu inmortalidad. Al parecer estabas muy enferma… Se sacrificó para salvarte. Me contaste que ahora Blame vivía en el País del Hierro —recordó, pues se había mostrado interesado por él. ¿Cómo no estarlo, si era capaz de conceder el don de la inmortalidad a quien desease?—, pero que sería un suicidio ir en su búsqueda.
»Oye, ¿nunca pensaste en apuntar todas estas cosas en un diario? Y llevarlo colgado del cuello o sellado en alguna parte de tu cuerpo… —A Datsue le parecía de lo más lógico, viendo cómo podía perder la memoria con tanta facilidad. O quizá no tanta. Ciertamente, nunca había llegado a saber qué tenía que pasar para perderla.
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La chica, un tanto fuera de si, había dado una entrada de lo mas llamativa. Ninguna de las miradas del interior escaparon a tal encanto, a tan altruista escena. Datsue por su parte intentó calmar el asunto, elevando la mano a modo de disculpa. Sin demora, informó que ese no era su cometido en las pirámides, que quería verlas solo por afán aventurero. Según decía el chico, ver a Blame era posiblemente lo que menos quería, e hizo hincapié en que soltaría mas información en cuanto estuviesen sentados.
Sin prisa pero sin pausa, ambos se adentraron en la tasca, rumbo a una de las mesas mas apartadas del habitáculo. El chico fue el primero en sentarse, seguido por la pelirroja. Las miradas no cesaban, aunque tampoco era de extrañar tras esa entrada. La kunoichi tomó de nuevo aire, como si fuese la primera vez en su vida que lo hacía. Para ese entonces, Datsue cumplió con su palabra, y comenzó a hablar sobre lo poco que al parecer sabía. La pelirroja lo había definido como un demonio en anteriores ocasiones, y no era para menos. El simple hecho de pensar en el hacía que hasta el vello se le erizase. Datsue sabía incluso que éste había sido quien le otorgó la inmortalidad, con un pago que para nada había sido barato. Incluso informó que se escondía en país del hierro, pero que según le dijo, sería un suicidio ir en su búsqueda.
Para bien o para mal, las palabras del chico no parecían inventadas.
«Así que se esconde en el país del hierro... ¿No debería haber muerto hacía años? ¿acaso es inmortal también?»
La chica no soltó palabra por el momento, pero no parecía ausente. Estaba digiriendo todas y cada una de las palabras del Uchiha. Ésta información era algo que no podía dejar pasar en vano. Sin temor por la represalia, el chico preguntó porqué no hacía algo en pos de cubrir su memoria, algo como un diario, así como sugirió que podía sellarlo o incluso colgárselo del cuello.
—Supongo que no es la primera vez que se me ocurre o me sugieren esa idea, a lo mejor hasta tengo cien diarios... Pero, el lapso temporal de amnesia me hace olvidar que tengo un diario. Hay veces que no recuerdo ni la de cosas que puedo hacer con el origami, mucho menos en otras ramas del ninjutsu... aunque consiguiese sellarlo, pensaría que es otro tatuaje o a saber. Y colgarse un libro del cuello tampoco creo que sea la mejor de las ideas.
Lo dijo bastante seca, pues como bien decía, era un camino que seguro había pisado en mas de una ocasión, pero era un camino que no tenía buen cauce. —Gracias de todos modos por el consejo.
Y curiosamente, en todo este rato nadie había acudido a atender esa mesa.