Séis días, había dicho Datsue. Séis días para reunirse y así poder hablar finalmente, después de tantísimo tiempo. Kaido tenía mucho que decirle al Uzujin, y en víspera de que ahora mismo era una época de perdón y reconciliación —consigo mismo, con sus amigo, con su Kage, y por último, con su Aldea—. incluso antes de que Datsue se ofreciera a Liberarle de las ataduras del Dragón, ya pensaba en no sólo disculparse y hacer las paces, sino también había decidido tenderle una mano. Ahora, que conocía más a profundidad su vínculo con Suzaku, y de las viscicitudes que envolvieron el exilio de Akame, Kaido sentía cierta responsabilidad hacia ellos dos. Sobre todo con éste último, que a diferencia del propio escualo, nunca contaría con alguien que realmente desease su vuelta a casa, a no ser que el gyojin ayudase a esclarecer el aura oscura alrededor de su figura, y de los acontecimientos que no sólo le llevaron a Dragón Rojo, sino a participar también en la desdicha causada en el Torneo de los Dojos. No fueron seís días, no obstante, sino casi un mes, que pasaron para que éste encuentro diera lugar, finalmente, en el Valle del Fin.

Por eso estaba ahí. A pesar del frío. A pesar de los vientos gélidos que se arremolinaban allá hacia el Oeste donde las tierras de la Llovizna daban indicios de qué tan fuerte había llegado el invierno del 220. Kaido observaba el horizonte desde la cabeza de Kouta, un horizonte que se perdía tras las llanuras, y que escondía —sin él saberlo—. su próximo destino, uno que le aguardaba una difícil tarea, a él y Ayame. Pero eso compañeros, es otra historia.

Ésta, una distinta, llamada Ofrenda de Paz; esconde también un importantísimo mensaje, que podría cambiar el destino de muchos.

Un mes.

Un mes desde la mayor masacre conocida en los últimos tiempos. Un mes desde la muerte de casi todos los Daimyōs. Un mes desde que la Alianza se empequeñeciese bajo la sombra de un dragón. Un mes desde el encuentro con un hombre de ciencia al que una vez había llamado hermano.

Datsue ascendía por la cabeza de Kouta sin saber muy bien con lo que iba a encontrarse. Sin saber siquiera cómo iba a reaccionar él. Hacía más de dos años que no pisaba aquellas estatuas. Más de dos años que no se detenía en el Valle del Fin. Recordaba bien la última vez. Se había presentado allí como un hombre de fe, y se había ido sin ella. Nunca la volvió a recuperar. No del todo.

—Veo que alguien ha hecho bien su trabajo —dijo, cuando vio a Kaido, mientras miraba de reojo la cabeza de Kouta—. La han dejado idéntica a como estaba antes. Igual de fea —soltó, sin poder reprimirse una media sonrisilla socarrona.

La lluvia golpeaba su rostro y el viento zarandeaba su chaqueta negra y sus cabellos negros, en aquellos momentos sueltos. Hacía un frío del copón, y Datsue no iba precisamente abrigado, pero no lo sentía. No por la emoción del momento. No por la tensión. O porque fuese especialmente resistente al tiempo adverso. Sencillamente porque era un ninja, y como todo ninja, tenía sus trucos.

Lo de Datsue, un truco. Un as bajo la manga. No se podía esperar menos de él, claro, y a Kaido no le pareció extraño que en las condiciones dadas, el cabrón apenas fuera abrigado. Si es que hasta parecía un ciudadano digno de Amegakure. Porque los de Amegakure no poseían un truco, sino un don. Una Bendición propiciada por el mismísimo Amenokami. El toque de la lluvia, le llamaban algunos. Una capacidad innata de resistir y dominar climas torrenciales, sin que sus cuerpos sintieran las secuelas del frío incluso bajo la tormenta más furiosa. Los de Ame nacen, viven y mueren bajo la lluvia. La lluvia es, sencillamente, una extensión más de sus propios ser.

Umikiba Kaido miró la cabeza de Kouta, bajo sus pies, un tanto confundido por el comentario del Uchiha.

—¿Y qué fue lo que le sucedió exactamente como para que alguien tuviera que trabajar en la testa de Sumizu?

Datsue frunció levemente el entrecejo, extrañado de que Kaido no supiese de aquello. Después de todo, la destrucción de la cabeza de Kouta había sido bastante anterior a su cambio de bandos.

—Porque alguien le voló la cabeza, claro. ¿No te llegaste a enterar? —preguntó, para luego encogerse de hombros—. Nunca se llegó a saber quién fue.

Salvo por unos pocos, y mejor sería que siguiesen siendo ese puñado. Remover la mierda del pasado nunca traía nada bueno.

—Ah, eso —eso, claro. Kaido torció el gesto, ligeramente avergonzado. Ahora lo recordaba. Y es que había sucedido hace tantísimo tiempo, y había vivido tanto tiempo como otra persona, que a veces no recordaba algunas cosas como realmente debía hacerlo. Secuelas del sello, suponía él—. pues seguramente lo ha hecho alguien que le tuviese muchísima rabia al pobre de Kouta. ¿Porque, por cuál otra razón le volarías la cabeza a una estatua de culto como estas? ¿un accidente, acaso? —quizás—. quién sabe.

Kaido alzó el brazo, y le tendió la mano a Datsue. El primer saludo cordial en años. Ese era, desde luego, el primer paso.

—Gracias por tomarte el riesgo de venir. Sé que andar por ahí no está siendo muy seguro para vosotros, los guardianes. Aunque la gente cuenta maravillas de ti, y de tus grandes proezas. Incluso Daruu habló de ti con tanta estima que si alguien me cuenta que él, su amada y un muchacho azul trataron de emboscarte en las Rocas Ancestrales hace un buen tiempo para darte una paliza, pues no me lo creo —rió—. ¿cuánto hace de aquello, no? cuando apenas debíamos preocuparnos por qué tan bien nos iba en el examen chūnin.

Kaido solo acertaba a medias: hubo rabia cuando le volaron la cabeza a Kouta, sí, pero no precisamente enfocada a él. Más bien, a lo que había sobre él. Concretamente, un jodido hipócrita que rechazaba ayudar a su hermano en aras de la villa cuando en realidad era un traidor., entre otras cosas.

Datsue se encogió de hombros cuando Kaido terminó de elucubrar.

—Llovió mucho de eso. A saber.

Pero claro que lo sabía. Había sido una bijūdama, concretamente, por cortesía de Shukaku. El cabrón todavía se reía cada vez que lo recordaba. De hecho, lo estaba escuchando reírse a carcajada suelta en aquellos precisos instantes.

Datsue hizo caso omiso a su Padre y estrechó la mano del Tiburón. Apretó con una fuerza innecesaria, seguramente excesiva, pero que servía para demostrarle a Kaido que aquellas maravillas que había oído hablar sobre el Intrépido tenían cierta veracidad, al contrario de lo que sucedía antaño, que eran más bien inventos cosechados por su propia boca. Ya no era el muchachito enclenque al que podía intimidar en la Isla de Monotonía. Aunque, a decir verdad, los músculos hipertrofiados del Uchiha era lo que menos debían preocupar a cualquier oponente. Datsue poseía cosas mucho, mucho peores.

—¿Cuánto hace de aquello, no? —rio Kaido, recordando la vez que le había emboscado en el Círculo de Rocas Ancestrales junto a Daruu y Ayame, con Akame vigilando desde las sombras—. Cuando apenas debíamos preocuparnos por qué tan bien nos iba en el examen chūnin.

—Yo de aquella ya tenía preocupaciones más importantes —dijo, más seco de lo que pretendía. ¿Acaso también había olvidado aquello? ¿O es que prefería no recordarlo? Aiko; el lago; Keisuke… Todo había sucedido por aquella época—. ¿Sabías que Yui me pidió perdón a mí y a Aiko? En el Torneo de los Dojos. Me dijo que le dijese a Aiko toda la verdad. Me dijo que le dijese que lo sentía.

Y así como Datsue pretendió demostrarle algo a Kaido a través de su excesivo apretón, el gyojin hizo lo propio pero de forma totalmente contraria. Antaño, el Umikiba lo habría retado. Habiendo apretado igual o más fuerte que el Uchiha, para ver quién la tenía más grande. Pero no. Esta vez prefirió ignorar el gesto. Su propia mano podía haberse hecho añicos bajo el agarre de Datsue y a Kaido le hubiese importado un pepino, porque él ya no era el Kaido de antes. Como tantas cosas en ōnindo, el Tiburón de Amegakure había cambiado muchísimo desde la última vez que se vieron las caras, allá en el Lago de Shiona.

—Yo de aquella ya tenía preocupaciones más importantes —soltó Datsue, filoso como una daga. Claro que lo recordaba, y muy bien. Daruu también le había refrescado la memoria, y puesto también en contexto respecto a la animosidad que una vez existió entre ellos, y de cómo habían zanjado sus diferencias por el bien de todos los involucrados. Kaido esperaba hacer lo mismo, aunque ahora mismo no sabía exactamente cómo—. ¿Sabías que Yui me pidió perdón a mí y a Aiko? En el Torneo de los Dojos. Me dijo que le dijese a Aiko toda la verdad. Me dijo que le dijese que lo sentía.

En otros tiempos, a Kaido le hubiese parecido imposible. Probablemente, una mentirilla más de aquél joven Datsue, que se abría caminos con tan sólo el poder de su lengua viperina, y el veneno en forma de palabras que emergía de su boca. Ahora, no obstante, e incluso desconociendo el hecho de que Aiko estuviese libre y viviendo en Uzushiogakure —era un tema que no habían tocado durante el viaje hasta el País de la Tormenta luego de la invasión—. no le resultaba para nada descabellado. Porque si alguien, entre todos los protagonistas de esta historia, había sido testigo de que Yui no era lo que todos pensaban de ella, ese era Umikiba Kaido. Lo comprobó en muchas ocasiones, aunque fue en esta última, donde ambos cruzaron miradas y ella clamó por su regreso entre un llanto soyozo, donde se dio cuenta, verdaderamente, de quién es Amekoro Yui. No sólo hablamos de una líder infalible, sino también una madre que vela y siente por todos sus hijos. Y como en toda relación, todos podemos cometer errores. Los más jóvenes, tomando decisiones inacertadas, como las que eligió Aiko en aquél entonces. Lo más viejos, tomando represalias que en su momento parecían adecuadas para dar una lección, pero que quizás, resultó excesiva e imprudente. Lo importante de todo esto es que ambos sepan recapacitar. A veces necesitamos que la vida les golpee muy fuerte para que esto suceda, pero lo importante es alcanzar ese punto donde la razón y el corazón convergen en un mismo lugar, y es allí donde somos capaces de admitir nuestros errores, solo para tratar de enmendarlos, luego, y encontrar así paz.

—Yui puede ser muchas cosas, pero si hay algo que la define, es su valentía. Y si hay algo para lo que uno debe ser valiente, es para admitir que nos hemos equivocado —dijo—. me alegra que hayan podido cerrado ese capítulo.

Kaido miró al cielo. Aunque estaba oscuro, el horizonte se debatía entre un difuso tono ámbar y pequeños destellos carmesí, que se fungían en la puesta de un sol mermado por el invierno. Eran colores inconfundibles, no obstante, que traían recuerdos de antaño.

—Estas manos han arrebatado demasiadas vidas para contarla con los dedos. A nosotros los shinobi se nos adiestra para que matar sea un simple gaje del oficio, pero es inevitable que, en algún punto de nuestras vidas el remordimiento nos haga replantearnos ciertas cosas —luego miró a Datsue. No era la mirada de un depredador. Era la mirada de un hombre, de carne y hueso. Que siente y padece como todos—. Keisuke no merecía morir. Si yo, un traidor, tuve una segunda oportunidad, él también se merecía el beneficio de la duda y lamentablemente no lo consideramos. Sé que es muy tarde para admitirlo, pero he tenido que pasar por toda esta mierda para darme cuenta. De eso y de muchas otras cosas más.

»Sé que no te puedo devolver a un amigo que ya no está entre nosotros. Pero pienso enmendarlo, Datsue, y es por eso que quiero darte una ofrenda. Una ofrenda de paz.

Datsue se extrañó cuando Kaido no devolvió el apretón con idéntica fuerza. Algo inaudito en el Tiburón de Amegakure. «¿No me digas que los de Dragón Rojo te han arrancado también los huevos?»

Pero lo que Datsue tenía frente a él era más bien otra cosa. Un hombre que había saboreado la derrota, y que ya no se creía invencible ni con la verdad absoluta. Un hombre presuntamente arrepentido. Un hombre que quería enmendar sus errores.

—No te va a ser tan fácil enmendarlos —quiso hacerle saber. No todo era tan sencillo como pedir perdón y pasar página. No para ciertas cosas. Pero Datsue, al igual que Kaido, también había hecho un esfuerzo por cambiar. Hanabi había sido su punto de inflexión. Su guía. El modelo que quería ya no igualar, sino superar algún día. Las venganzas, el rencor y el odio todavía empañaban su alma, pero intentaba que no le dominasen como antaño. Lo intentaba de verdad—. Acepto tu ofrenda, Kaido. No creo que tú y yo podamos volver a ser lo que un día fuimos. Ese vínculo que una vez nos unió se rompió hace mucho tiempo. Pero acepto tu ofrenda.

Kaido asintió, con fervor; y mostró sus dientes de sierra. No importaba, pues los tiempos que corren ahora no necesitan del Datsue y Kaido de antaño. Aquél vínculo se rompió, pero como todo lo que se rompe, podía reconstruirse a base de esfuerzo. Uno que Kaido pensaba tomarse, no por él, sino por el bien de Datsue, y el de su...

—Me basta con eso —dijo, volteándose hacia las otras estatuas—. ahora sígueme, hablemos en un lugar más cálido. Tengo el sitio perfecto.

Acto seguido, el cuerpo de Umikiba Kaido salió arrojado al vacío, desde lo alto de la cabeza del gran Sumizu Kouta.


Kaido había guiado a Datsue a través de una pequeña bifurcación de agua y tierra, ramificada desde el propio rio que cruzaba prácticamente todo el continente. El uzujin pudo darse cuenta que se movilizaban hacia el sur como si pretendiesen sumergirse en el Bosque de la Hoja, pero antes de ir tan lejos, el gyojin se detuvo en un descampado. Allí, entre matorrales y árboles frondosos que acababan tras un sinuoso camino en el que cualquiera podía perderse fácilmente, Kaido encontró lo que estaba buscando, aunque tras una minuciosa cautela para que no fueran descubiertos en el proceso. Su brazo derecho, que aunque musculado, tenía un tamaño normal; se hinchó con agua, y fue la fuerza bruta proporcionada por el suika lo que le permitió mover un enorme obstáculo pedrusco que le sacaba tres palmos a los ninja. Bajo esta roca, un oscuro túnel se abría paso, y tras adentrarse en este, el agujero fue cubierto con vegetación que se mimetizaba con el exterior.

Una recta iluminada por lumbreras les guió a través del túnel, llevándolos finalmente hasta un pequeño salón que sirvió, alguna vez, de escondrijo para los de Dragón Rojo. Kaido se sentó en un vetusto sofá y esperó a que Datsue hiciera lo mismo. Miró a su alrededor, y se sorprendió de que aún estuviera intacto.

—Esperemos que a los súbditos del Jūchin no les de por husmear por aquí hoy. Por lo que se cuenta, se han tomado muy en serio lo de purgar el crimen en su nuevo gran territorio —dijo—. ni hablar de Tanzaku Gai. Esa jodida ciudad era un nido de ratas.

Datsue lo podía confirmar, habiendo conocido los oscuros negocios del entonces asistente del Alcalde, y otras grandilocuentes figuras de la socialité capitalina. También Kaido, que estuvo metido en el meollo de la droga, el omoide, y las distintas bandas que se debatían el territorio para la venta y distribución de la pasta azul.

Desde luego, no podía estar menos de acuerdo con Kaido. Tanzaku Gai había sido un nido de ratas desde que tenía uso de razón. Todavía recordaba sus aventuras con Akame, Shinjaka y Meiharu. Recordaba al Alcalde. Recordaba el maletín lleno de billetes que le habían ofrecido y que terminó por ser falso.

«Meiharu… ¿Qué tal le irá?»

Todavía recordaba como si fuese ayer su perfume, su sonrisa destructora de corazones, su… Datsue sacudió la cabeza. No era momento de pensar en ella.

—¿Qué es esto, hmm? ¿Algún escondrijo de mala muerte que descubriste en una misión? —dijo, mirando a sus alrededores—. Oh. No me digas que…

¿Una madriguera de Dragón Rojo?

—Exacto —respondió, certificando las sospechas de Datsue—. uno de los tantos escondrijos que tenía Dragón Rojo por todo ōnindo. A día de hoy creo que es el único que sigue intacto —admitió, sabiendo que fue gracias a la información propiciada por su persona que la Alianza había logrado desmantelar numerosos lugares como ese—. o bueno, de los que llegué yo a tener conocimiento, claro. En fin, aquí podremos hablar tranquilamente.

»Como te comenté en el Valle de los Dojos, quiero hablarte acerca de Akame. Aunque imagino que tendrás un millón de preguntas que querrás hacerme primero, así que, para que confíes en mí, estoy dispuesto a responder a todo lo que necesites.

Datsue torció el gesto.

—En realidad no tengo tantas —dijo, sombrío—. De hecho, solo hay una que me importe: ¿dónde puedo encontrarle? ¿A dónde se fue esconder ese malnacido, hmm? Imagino que no lo sabrás con certeza, pero al menos tendrás un hilo del que tirar, ¿no? ¿Cuál se supone que será su próximo paso después del atentado en el valle?

Kaido negó con la cabeza. Lo veía venir...

—Mira, sé que lo que más te apetece ahora mismo es rajarle el pescuezo y acabar con todo de una vez, pero escúchame primero y luego harás lo que tengas que hacer —dijo, con convicción. El camino de la venganza era uno lleno de dolor y cuyos finales suelen ser, en casi todos los casos, poco o para nada satisfactorios—. no puedo asegurarte que han ido a parar a algún lugar en específico. Si Dragón Rojo ya estaba fracturado tras todo lo que pasó en el País del Agua, después de las atribuciones que se tomó Ryū en el Estadio, pues... dudo que la convivencia entre ellos fuera amistosa, mucho menos placentera. Pero bueno, al principio habíamos planeado ir al País de la Tierra y esperar un tiempo. Akame sugirió un lugar. Un tal...

Templo del Hierro.

Lo cierto es que Datsue no tenía ni pajolera idea de las relaciones interpersonales de aquel grupo. Por cómo hablaba Kaido —y por más comentarios que había hecho en el Valle— parecía que más que un grupo unido y fuerte eran un grupo de víboras que a la mínima se estaban hincando el diente. Cosa que no debía sorprenderle.

—¿El templo del Hierro? —preguntó, atónito.

No se lo podía creer. Aquel malnacido pensaba utilizar el templo de Nahana para su puto grupo terrorista. No bastaba con su traición. Tenía que faltarle al respeto empleando aquel lugar.

—Conozco el lugar —dijo, sombrío—. Hubiese sido un pedazo de sitio para tenderles una emboscada. Lástima que Akame sea inteligente. Dudo mucho que ahora fuese allí sabiendo que tú dispones de dicha información.

Aunque, por desgracia, parecía ser el único hilo del que tirar.

—Y aunque estuviese allí, tampoco es que le resulte muy difícil desaparecer en el acto en caso de verse acorralado.

Así de difícil había sido, y sigue siendo, atrapar a Akame. Kaido estaba seguro de que nadie mejor que Datsue sabía como era lidiar con aquello. Con lo escurridizo que podía ser cuando así se lo proponía.

—En fin. Ahora quiero preguntarte yo algo. Akame ha vivido convencido de que fuisteis vosotros los que intentaron matarlo. O bueno, de que lo hicieron, realmente. ¿Qué fue lo que pasó?