Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Hacía frío. Vale que estuviesen en pleno Invierno, pero incluso para ser Uzushigakure no Sato, con su clima cálido, sus cielos despejados y sus playas de fina arena blanca, aquella noche hacía demasiado frío. Las estrellas brillaban con una tenuedad que parecía pretendida, como si no quisieran arrojar demasiada luz sobre los hechos que iban a sucederse en una modesta calle del barrio residencial de la Aldea del Remolino. Incluso los oriundos parecían haberse dado cuenta de que algo no iba bien si las temperaturas habían bajado lo suficiente como para obligarte a llevar algo más que una fina chaqueta y una bufanda de lana, y parecía que hubieran concluído que era mejor quedarse en casa. O tal vez, simplemente, se tratara de pura casualidad que, en aquella noche, sólo hubiera dos solitarias figuras recortándose entre las sombras que proyectaban los farolillos dispuestos en perfecto orden a cada lado de la calle. El viento apenas soplaba lo suficiente como para menear levente los bajos de la capa que cubría a una de ellas, la más alta y esbelta; cosa si cabe más rara que la del frío, en una tierra conocida por la fuerza de sus corrientes.
La realidad era que, al final, todo aquello daba igual. No era importante ni merecedor de atención. Puede que simplemente se tratase de una noche más fría de la cuenta. Puede que las estrellas estuvieran brillando como siempre y que el viento, en realidad, hubiera encontrado fuerzas para levantar polvo y las pocas hojas secas que quedaban del Otoño. Completamente irrelevante. Porque lo que de verdad importaba aquella noche, eran esas dos personas que se habían citado a medianoche en aquella calle de aquel barrio residencial del Remolino. O, mejor dicho, la clave de todo era el sobre tamaño folio que una de ellas acababa de sacar de entre los pliegues de su oscura capa.
Ese puto sobre. Eso era lo único importante, digno de mención, en la escena. No por el sobre en sí, claro, que no era más que un sobre cualquiera de papel cartón, de los que se podían encontrar en cualquier papelería de Uzushiogakure e incluso, cualquiera se atrevería a afirmar, de todo Oonindo. Un sobre, sin más, cerrado con un elastiquillo de goma de color verde. Y, sin embargo, este sobre era distinto a cualquier otro sobre del mundo, cualquier otro sobre que hubiera podido existir jamás.
Probablemente. Porque dentro de aquel sobre había unas fotos. Y en las fotos aparecía un muchacho. Un muchacho de complexión delgada, nariz torcida y ojos profundos.
Uchiha Akame.
—Buenas noches, Chokichi-san —saludó la primera figura, la más alta, a la segunda—. ¿Estás decidido a hacerlo?
La voz femenina que provenía del interior de las sombras que la capucha de su capa proyectaba sobre su rostro, dejando apenas ver un par de ojos dorados que parecían brillar en la oscuridad, interpelaba a un muchachito pelirrojo bien conocido en la Aldea. Un muchacho que, probablemente sin saberlo todavía, estaba a punto de desatar lo que sería el gérmen de una auténtica tormenta que sacudiría la vida de un shinobi hasta sus cimientos.
Se dice que toda historia tiene un principio, un nudo y un desenlace. Todo el mundo tiene claro dónde debe estar el final de una historia bien contada. Allí dónde el héroe se alza al fin sobre sus enemigos. O, en un giro imprevisto, donde sucumbe finalmente ante ellos. El nudo puede tener más o menos relleno, pero de igual modo la mayoría coincide en los puntos importantes que no pueden faltar. Pero el comienzo de una historia… Oh, eso era cosa de otro cantar.
Por ejemplo, ¿dónde había empezado aquella historia para Hōzuki Chokichi? ¿Había sido en la Academia, cuando ni sus propios compañeros le tomaban en serio y era tan decepcionante como ninja que repitió curso? ¿Había sido cuando tomó esa primera fotografía de Akame y Koko besándose? ¿Cuándo sintió —y disfrutó— de ese breve momento de poder infinito? ¿O había sido más tarde, cuando publicó una revista incendiaria y reveladora sobre los Hermanos del Desierto?
Quizá, para esta historia concreta, la entrada en escena de Hōzuki Chokichi podía darse tan solo tres meses atrás, cuando Akame descubrió que Chokichi poseía fotografías comprometedoras sobre su persona y, tras robárselas y torturarle —con un Genjutsu—, decidió que lo mejor era tomarle como pupilo. Tratar de transmitirle algo de… patriotismo. ¿Saben lo que Chokichi pensó exactamente, cuando le hizo semejante propuesta?
Estos fueron exactamente sus pensamientos:
Akame tenía razón. Sí, vaya que si la tenía. Y supo que tenía que aceptar su propuesta, con una claridad abrumadora. Porque su momento había llegado. Ese que tanto había estado esperando. Ese por el que tanto se había roto la cabeza. Una oportunidad, única en la vida, de…
… de descubrir quién era Akame realmente. Y de hundirle, de una vez por todas, junto a Datsue. Pero tenía que jugar sus cartas con extrema cautela. Uchiha Datsue tenía más labia, más desparpajo y mayor convicción que él. Y, aún así, ya casi no había una sola persona en Oonindo que le creyese ni una sola palabra. Porque se había venido demasiado arriba. Porque se había creído más listo que nadie. Porque había abusado de su don. Y, eso, había sido su perdición.
Él no sería así. Jugaría su papel de chico débil deseoso de una nueva oportunidad. De la oportunidad que Uchiha Akame le brindaba de ser alguien importante. Sería sumiso, diligente. Aprovecharía sus lecciones y trataría de aprender. Pero, en el fondo, en el poso de su alma, una semilla. Tan pequeña e invisible como una mota de polvo. No haría preguntas extrañas. No investigaría el pasado de Akame. Ni le vigilaría para sacar fotos comprometedoras.
No, simplemente esperaría, como un pez raya bajo la arena. Esperando...
Esperando...
Esperando.
—Buenas noches, Chokichi-san.
El pez raya asomó los ojos fuera de la arena…
—¿Estás decidido a hacerlo?
…y la semilla que había dejado enterrada en lo más profundo de su alma floreció al fin en una preciosa flor de cerezo carmesí.
—Lo estoy. —Oh, sí. Quizá su historia se iniciaba tres meses atrás. Pero, para Uchiha Akame, para la historia de su caída, no había mejor momento para empezarla que aquel preciso instante. Aquel glorioso y orgásmico instante.
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La mujer conocida, entre otros nombres, como Kunie sonrió debajo de su capucha. Aquel muchachito rencoroso, frustrado y acomplejado era cuanto necesitaba para conseguir su objetivo más inmediato; una herramienta para hacer llegar la información que tenía a los ojos y oídos adecuados. ¡Y lo mejor era que ni siquiera había tenido que molestarse más que en sustraerle aquellas fotos a su pupilo! Cosa que, para ella, había resultado sencillo. «Además, quien roba a un ladrón, ya se sabe...» La respuesta de Chokichi fue exactamente la que ella había esperado; Kunie ni siquiera había tenido que barajar a otros candidatos. Desde el momento en el que Akame había descubierto aquellas fotos comprometedoras en poder del Hozuki, la misteriosa mujer de ojos de ámbar había sabido que Chokichi sería su carruaje hacia el siguiente punto de una intrincada y larguísima hoja de ruta. Casi podía oler su ambición en el aire, sus ansias de venganza, el rencor que supuraba por cada poro de su piel. A ojos de Kunie, las Aldeas ninja eran una máquina de fabricar frustrados como aquel jovencito que se convertían —en el mejor de los casos— en almas en pena que nunca llegarían a nada, o —en el peor— en bombas de relojería andantes.
En aquel caso, por fortuna, Hozuki Chokichi estaba muy, muy cerca de detonar.
Kunie se acercó con un par de gráciles pasos y le ofreció el sobre a su contacto. Al joven chuunin que estaba a punto de destruir la carrera de uno de los shinobi más prolíficos del Remolino. Aunque, para ella, lo que Chokichi —y por extensión, ella misma— estaba haciendo no era destrozar nada; no se trataba de arrasar con nadie. Sino de abrirle los ojos a un muchacho demasiado soñador que había perdido el Norte y a su verdadero propósito por el camino. Era hora de recordarle para qué existía, para qué había sido concebido Uchiha Akame.
—Guárdalas bien, sería una verdadera lástima que las perdieses de nuevo —canturreó Kunie—. Dentro de un par de días, cuando el paquete se haya enfriado, podrás filtrarlas... Estoy segura de que te harán jōnin si Hanabi-sama sabe valorar tus imprescindibles contribuciones a la Aldea, Chokichi-san.
Claro que, aquel pobre diablo no tenía ni idea de con quién estaba tratando. La versión que había montado Kunie sugería que todo era un golpe orquestado desde dentro, de compañeros descontentos y enemigos que querían ver caer a los Hermanos del Desierto. Y aquella historia tenía tanto gancho, porque Hōzuki Chokichi podía contarse a sí mismo fácilmente entre los miembros de aquella insigne asociación.
—Ah, y, Chokichi-san... Yo en tu lugar tendría cuidado de acercarme demasiado a cierto Uchiha durante estos días. Dudo que se dé cuenta de que algo va mal, pero un ninja nunca es demasiado precavido, ¿verdad?
Su corazón latió desbocado cuando las yemas de sus dedos rozaron el sobre. Su sobre. Porque lo que estaba en su interior eran sus retoños, secuestrados burdamente por un hombre que no merecía ser conocido como el Profesional. Fotografías sacadas con esfuerzo, con muchas noches en vela a sus espaldas y sin ninguna certeza de que iba a conseguir nada más allá que su intuición.
La intuición de un ninja de verdad.
Y ahora, lo que vislumbraba a través de su objetivo era el final de Akame. El chico que le había robado a Koko. El que siempre sacaba las castañas del fuego a Datsue. El mismo que le había humillado. El mismo que le había mostrado a Noemi consumiéndose en llamas. Y, que nadie lo olvidase, el que casi había provocado una guerra entre Villas.
Cada vez que le escuchaba hablar de patriotismo y camaradería, se ponía enfermo. Pero había sido fuerte. Había resistido, imbuido en su propia coraza, una que ni los ojos de los mismísimos Uchihas eran capaces de atravesar. La coraza de la debilidad. La coraza de la paciencia.
¿Y, sinceramente? Chokichi esperaba alcanzar pronto una importancia mayor que la que otorgaba el mero título de Jōnin. Quería convertirse en alguien en quien Hanabi no solo pudiese confiar, sino al que quisiese consultar. Después de todo, él siempre había estado ahí para ayudarle. Demostrándole fidelidad absoluta. Poniéndole en bandeja la revolución contra Zoku. Ahora a la lacra de Akame. Siempre poniendo los intereses de la Villa por encima. Y es que, él era, y siempre había sido…
… el Héroe en la Sombra.
—Ah, y, Chokichi-san... Yo en tu lugar tendría cuidado de acercarme demasiado a cierto Uchiha durante estos días. Dudo que se dé cuenta de que algo va mal, pero un ninja nunca es demasiado precavido, ¿verdad?
—Por supuesto. La precaución, primero y siempre.
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—Excelente, Chokichi-san. Eres el verdadero héroe que esta Villa necesita.
¿Qué diría aquel muchacho cuando le preguntaran de dónde había sacado las fotos?
¿Quién se las había dado?
¿Cómo había pillado a Akame infraganti?
¡Nadie tendría que inventarse nada! Los celos y la envidia de aquel joven pelirrojo le habían hecho todo el trabajo a Kunie. Casi le daban ganas de tocarle las palmas si no fuera porque ella despreciaba a los que eran como aquel Hōzuki. Ruines, envidiosos, maquiavélicos. Siempre conspirando a la sombra de otros más grandes que ellos. Siempre tratando de conseguir, por cualquier medio posible, lo que ellos creían que era suyo por derecho propio sin que hubiesen hecho méritos para lograrlo. Y sin embargo, ese tipo de personas eran necesarias en el mundo también pues, a veces, eran capaces de redimirse sirviendo a una causa mucho más noble y justa que sus delirios personales.
Cuando Chokichi hubiera pasado aquellas fotos a la oficina del Uzukage, sería cuestión de horas que Akame fuese apresado. Entonces tocaría hacer control de daños, pero Kunie ya tenía planeado aquello; como siempre. Porque, ¿cómo iba Datsue El Intrépido a dejar que su Hermano se pudriera en una celda?
La mujer sonrió. Luego le dedicó una última mirada al verdugo de Uchiha Akame y se dio media vuelta, perdiéndose entre las sombras de la calle.
¿Cómo había conseguido él aquellas fotografías? ¿Cuándo las había hecho? ¿Dónde? Todas respondidas con la verdad. ¿Por qué había tardado tanto en entregarlas? No hubo falta de mentir: porque Uchiha Akame se las había robado. ¿Por qué no había acudido a él antes, entonces? Ah, esa fue la mejor respuesta de todas. ¿Cómo iba a hacerlo, cuando Akame era un Hermano del Desierto? El Profesional. El prestigioso Jōnin que había asesinado a Zoku y reconocido como uno de los más fuertes de la Villa. ¿Con qué pruebas iba él a acusarle? Además, él no sabía si esas fotografías eran incriminatorias o no. Solo tenía su intuición, y eso, no era lo suficiente para acusar a ningún compañero.
Pero entonces, sucedió lo del Chūnin. ¿No le pareció extraño, Uzukage, que Akame esposase al amejin cuando se montó el revuelo?, le había dicho. ¿No cree que buscaba algo… más? Y, vaya, dio la casualidad que Hanabi tenía esa misma duda plantada en su alma como una semilla desde hacía tiempo.
Luego, Akame robó sus fotografías, y eso ya fue la prueba concluyente para Chokichi de que Akame no era trigo limpio.
¿El colofón? Oh, el colofón vino de sorpresa, cuando los ojos de Hanabi volvieron a pasar por las fotografías y el reverso de estas. En su textura. En su tamaño y calidad de papel tan especial y único.
Sus ojos anaranjados se llenaron de comprensión.
—Eras tú.
Chokichi esbozó una sonrisa tímida.
—Era yo —confesó. Sí, claro que había sido él. El chico anónimo que le había enviado las fotografías del cadáver de Yakisoba y demostraban la traición de Zoku. Había sido él desde el principio. El Héroe en la Sombra.
Cuando Hōzuki Chokichi salió del edificio Uzukage, lo hizo con una placa dorada anudada a su brazo y con la sonrisa más feliz del mundo.
• • •
Horas más tarde, una figura llamó a la puerta de la vivienda de Uchiha Akame. Era alguien que el Profesional conocía muy bien. Era su sensei. El que le había unido a Datsue y había examinado su examen Chūnin.
Era Uchiha Raito.
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La figura atlética y delgada de Akame se recortó al trasluz de la puerta. Vestía con el uniforme de shinobi reglamentario de la Villa, al que añadía —gracias a su rango— un chaleco militar y una bonita placa dorada anudada en el hombro izquierdo. Llevaba todavía sus portaobjetos, a la cintura y en el muslo derecho, lo que parecía indicar que no hacía mucho que había llegado a casa. Su bandana del Remolino, como siempre, reluciendo en su frente con un impecable nudo realizado tras la cabeza. Sus botas ninja de color negro crujieron levemente cuando el Uchiha se apartó para dejar pasar al que hubiese sido su superior y maestro.
—¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó, diligente.
Akame había aprendido muchas cosas junto a aquel hombre. A ser mejor ninja, a ser mejor guerrero, a ser mejor Uchiha; a ser mejor persona. Raito había compartido mucha información con él acerca de los poderes que se ocultaban en su sangre, pero también le había instruído en el lado filosófico y ético de quien se ve con la potestad de blandirlo. "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad"; y Akame había demostrado ser un buen pupilo. Siempre presto para dar el servicio a su Aldea, siempre atento, siempre dispuesto a sacrificarse. El veterano jōnin le había enseñado a sobrellevar muchos aspectos de la dura vida de un shinobi, aquellos que no salían en los libros, los que tenían que ver con las cosas que había debajo de la piel. No en vano, el jovencito Akame se había enamorado de la otra aprendiz de Raito; Yume. Y éste, sabiamente, no había querido dejar al azar aquellas cosas que tan fácilmente podían torcer el camino del ninja.
El apartamento de Akame lucía tan limpio y ordenado como siempre. Su vieja espada yacía sobre la mesa del salón-cocina, protegida por su funda bandolera, y al fuego hervía una olla de tallarines instantáneos que desprendía un ligero olor a pollo. Al otro lado de la estancia reposaba una estantería de madera repleta de libros de diversa índole, desde manuales de Ninjutsu avanzado hasta viejas bibliografías de historiadores especializados en el linaje Uchiha, pasando por varias conocidas novelas de ficción y fantasía. Junto a la estantería, un sofá de dos plazas, y frente a éste una mesita baja que Akame usaba para comer cuando estaba en casa. La luz amarilla de la lámpara de techo iluminaba la estancia, bañándola con su cálido manto. Pese a ser Invierno, la calefacción no estaba puesta.
El jōnin esperó a que su maestro pasara para cerrar la puerta tras él. Luego se quedó allí, de pie, interrogándole con la mirada. Raito siempre le citaba en algún lugar de la Aldea, nunca había ido a su casa. «¿Será algo importante?»
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me trates de usted? —preguntó, con esa voz grave y profunda que tanto le caracterizaba, por enésima vez desde que se conocían. Bueno, desde que se conocían no. Desde que Akame había suspendido el examen Chūnin pero Hanabi había decidido, aún así, darle la placa de Jōnin.
Raito pasó el umbral y se adentró en la vivienda. El Jōnin vestía también con la indumentaria oficial de la Villa, con una camisa negra y ceñida bajo el chaleco y un gunbai colgado a la espalda. Era un hombre alto, fornido y de ojos tan oscuros como las fauces de un león. Varias cicatrices surcaban sus mejillas, mal disimuladas por una barba rala de tres días. Tenía el mentón torcido, fruto de un golpe recibido con un martillo de guerra en su juventud.
El apartamento de Akame estaba tan pulcro y ordenado como hubiese esperado de un ninja como él.
—¿Te importa? —preguntó, sacando un cigarrillo de su tabaquera y prendiéndolo con un mechero, sin importarle la respuesta de su pupilo. Tal y como había hecho, más de un año atrás, en el hospital cuando se habían conocido. Ofreció uno, por si quería, a Akame. Luego se llevó el cigarrillo a los labios y dio una honda calada—. ¿Sabes? De camino aquí estuve pensando en el día que nos conocimos. ¿Lo recuerdas, Akame?
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El jōnin se limitó a sonreír, jocoso, mientras hacia una leve inclinación de cabeza. Aunque ahora ambos estaban a pares en cuestión de rango, para Akame aquel jōnin seguía siendo su maestro y alguien de quien aprender. Raito era un shinobi bregado en mil batallas —que sus cicatrices atestiguaban—, sereno, leal a la Villa, disciplinado y muy inteligente. Era diestro en múltiples formas de combate y controlaba su poder con una precisión tal que, en combate, difícilmente se le veía malgastando su tiempo o energía en un movimiento que no fuese totalmente óptimo. En resumen, Raito era todo aquello en lo que el joven Profesional aspiraba a convertirse; una imagen que le arrojaba el espejo de la ambición cuando se miraba en él, de cara al futuro. Un maestro y un modelo a seguir. Para alguien tan desarraigado como Akame, que había encontrado en Uzu su hogar, una figura como la del veterano jōnin era naturalmente vital.
—Claro que no —respondió a la pregunta retórica de Raito. El jōnin se encendió un pitillo y Akame hizo lo propio sacando una tabaquera de uno de los bolsillos de su chaleco y prendiéndola con su fiel mechero zippo como respuesta cuando Raito le ofreció uno. «Supongo que esto también se me pego de usted, ¿eh, Raito-sensei?»
Los Uchiha fumaron tranquilamente durante unos silenciosos momentos, hasta que el mayor habló.
—Por supuesto, Raito-sensei. Usted... Tú —se corrigió al momento—, has sido un gran maestro para mí. Aquel día yo... Yo estaba perdido, pero con tu ayuda fui capaz de encontrar el camino a casa.
Akame dio otra pitada a su cigarrillo mientras la mención de aquel día evocaba las imágenes de su encuentro con Raito, y los sucesos anteriores. Los Hermanos del Desierto habían peleado casi hasta matarse, teniendo que ser hospitalizados; Akame no había perdonado la chiquillada de Datsue de sacar una revista aprovechándose de su intimidad, y henchido de orgullo por haberse coronado como Campeón del Torneo de los Dojos, se había enfrentado a su compañero.
—¿Qué tal le va a Datsue-kun, Raito-sensei? Hace varios días que no le veo por el campo de entrenamiento.
—Por supuesto, Raito-sensei. Usted... Tú —se corrigió al momento—, has sido un gran maestro para mí. Aquel día yo... Yo estaba perdido, pero con tu ayuda fui capaz de encontrar el camino a casa.
Raito no despegó en ningún momento sus ojos de los de Akame. Tenía la expresión seria —como era habitual en él—, y su mirada era de esas que parecían atravesarte el alma. Luego, rompió contacto visual y dio una calada. No expulsó el humo de manera enérgica, en una rápida y condensada columna como las que producirían los futuros ferrocarriles. No, lo dejó escapar lentamente entre los labios como las últimas virutas de humo de las cenizas de un cadáver incinerado.
—¿Qué tal le va a Datsue-kun, Raito-sensei? Hace varios días que no le veo por el campo de entrenamiento.
—Me gustaría pensar que conociendo a alguna chica, a ver si así deja de dar por culo con el tema de Aiko. —Oh, sí, Raito conocía la historia. La había conocido tarde, muy tarde, cuando estalló el incidente en el Chūnin—. Pero no. Está fuera. De misión.
»Vosotros dos, ¿estáis bien? —preguntó, directo—. Desde que Datsue perdió el control del Ichibi os noto más distantes entre vosotros.
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Akame rodó los ojos y negó con la cabeza, todavía con el pitillo entre los labios —del que salía una fina columnilla de humo gris—, al oír a su sensei mencionar el tema de Aiko. «¿¡Todavía sigues empeñado en esta tontería, joder!?» quiso gritarle a su Hermano, y de tenerlo enfrente probablemente lo hubiese hecho. La noticia de que después de todo lo que había ocurrido por culpa de aquel loco empeño de Datsue, este todavía seguía buscando alguna manera de rescatar a su "amada" hacía que al bueno de Akame le ardiesen las entrañas. Como El Profesional que era, no comprendía cómo un ninja tan inteligente y leal a Uzu como Datsue podía ser tan irresponsable de poner sus propios intereses por encima del bienestar del Remolino, sobretodo si se trataba de una cuestión —a juicio del jōnin— tan infantil y banal como un rollete de Verano.
—Por los cuernos de Susano'o... —masculló el Uchiha—. Esto es... Muy embarazoso, Raito-sensei. Si quiere puedo volver a hablar con él cuando vuelva de la misión, intentar que entre en razón.
¿Era eso lo que su veterano maestro había ido allí a contarle? ¿Quizás un nuevo y desesperado intento por hacer que el menor de los Hermanos del Desierto entrase en razón? Akame pensaba que sí; equivocadamente, claro. La pregunta que sobrevino a aquella revelación no hizo más que empujar sus conclusiones en aquella —errónea— dirección.
—¿A qué te refieres? —inquirió el Uchiha—. Pues... Bueno, supongo que sí. Últimamente Datsue-kun ha pasado bastante tiempo con otros ninjas más jóvenes, y yo no he estado ocioso precisamente. Pero todavía seguimos siendo el dúo más famoso de Uzu no Kuni, no te preocupes, Raito-sensei. No habrá amejin ni kusajin que pueda con nosotros —agregó, con una sonrisa y dándole otra pitada a su cigarro—. De hecho, estoy a punto de hacer un gran avance en mi entrenamiento, Raito-sensei... Estoy a punto de dominar el Susano'o.
Era cierto que los jóvenes jinchuuriki no habían coincidido mucho. Desde el Examen de Chuunin, Akame había estado más solicitado que nunca en la oficina del Uzukage. Datsue, por su parte, se había dedicado a pasar más tiempo con los shinobi más principiantes de la Aldea. El hecho de que las pesadillas de Shukaku se hubieran agravado y que ambos tuvieran que pasarse la noche drogados hasta las cejas para poder dormir no había contribuído a mejorar las cosas para ninguno de los dos, pero aun así, los Hermanos seguían siendo hermanos. O eso quería creer Akame.
—… Pero todavía seguimos siendo el dúo más famoso de Uzu no Kuni, no te preocupes, Raito-sensei. No habrá amejin ni kusajin que pueda con nosotros.
Akame sonrió, y Raito, por una vez, rompió su eterno semblante serio para imitarle. Aunque su sonrisa, pensó Akame, tenía un matiz triste. No era por la forma de su sonrisa, o por su expresión, sino por la sombra que había en sus ojos.
—De hecho, estoy a punto de hacer un gran avance en mi entrenamiento, Raito-sensei... Estoy a punto de dominar el Susano'o.
Raito alzó las cejas, sorprendido.
—Así que casi, ¿huh? —Nadie podía negar que Uchiha Akame era un niño prodigio. Él a su edad no había alcanzado ni la mitad de cosas—. Bah, no sé de qué me sorprendo. Vosotros dos siempre vais a la par. —Todavía recordaba cómo Datsue lo había usado en el combate de Chūnin—. Aunque se te adelantó unos meses. —Eso era inusual. Solía pasar al revés—. Lo cual, ahora que lo pienso, tampoco me sorprende. No para el Susano’o.
Oh, porque el Susano’o no era como el resto de técnicas. No era una que se consiguiese mediante un entrenamiento férreo y una dedicación y voluntad de hierro. No, el Susano’o se alimentaba de las emociones. Esas que un profesional como Akame se encargaba de someter con puñetazos disciplinados y rigurosos. Sí, había sufrido la pérdida de Koko. Una gran llama que podía alumbrar a un Dios. Pero luego había conocido a Yume, y no creía que la hubiese alimentado como Datsue, quien de un año para aquí, no había hecho otra cosa que vivir en el odio y el rencor. Y esos, eran poderosos combustibles.
—Bueno —dio otra rápida calada—, vamos. Nos esperan en el edificio del Uzukage, Akame.
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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El jōnin, que ya preveía ese comentario por parte de su mentor, esbozó una sonrisa traviesa y alzó un dedo objetor. Quitándose el cigarrillo de los labios, Akame replicó con cierto aire de suficiencia.
—¿Ese Susano'o? Ah no, no, no... Raito-sensei, yo me refería al verdadero poder del Susano'o. Estoy a punto de perfeccionarlo más allá de la burda versión del esqueleto. Sólo necesito un poco más de tiempo.
Ambos Uchiha continuaron fumando plácidamente. Akame también disfrutaba de aquellos silencios con su maestro; Raito era de esa clase de personas que no hacía incómodos los momentos carentes de palabras, sino que los llenaba con su aire siempre místico, cargado de incógnitas por resolver. De historias por conocer. De anécdotas que contar.
De repente, el veterano jōnin apuró su tabaco y apremió a su pupilo. Akame alzó una ceja, sorprendido pero no mucho. Si bien era cierto que normalmente las misiones y otras cuestiones se resolvían en horario laboral, los ninjas de alto rango nunca estaban fuera de servicio. «Si Raito-sensei ha venido a buscarme a casa, y a estas horas, debe ser algo realmente importante», dedujo el Uchiha. Apuró su propio cigarrillo y lo lanzó hacia el cenicero que fronteaba la entrada, sobre una pequeña mesita de recibidor.
—Claro, Raito-sensei. Deme sólo un momento —pidió Akame, para acto seguido darse media vuelta y tomar su espada. Con un movimiento muy ensayado se colocó la funda bandolera, luego comprobó que todos los elementos de su indumentaria estaban en orden, y sacó las llaves del apartamento de uno de los bolsillos de su chaqueta—. Listo.
Akame esperó a que Raito saliera y luego le imitó, cerrando la puerta de su piso con llave. Mientras bajaban las escaleras, el jōnin preguntó a su maestro con cierta excitación.
—¿De qué se trata, Raito-sensei? ¿Ha habido alguna novedad respecto a la Lluvia o la Hierba?
Malditos críos de hoy en día. Lo que antes era el cenit de cualquier Uchiha, inalcanzable incluso para muchos de los considerados genios, ahora era una burda versión del esqueleto. Akame, confiado, dijo que solo necesitaba un poco más de tiempo para lograrlo.
Tiempo…
Raito no dijo nada. Simplemente se acabó el cigarrillo y lo tiró en el cenicero que había en la entrada. Luego, observó cómo Akame recogía su indumentaria, sin perderle de vista, para luego escuchar un listo por su parte.
Le miró con escepticismo.
—¿Seguro? —preguntó, desviando momentáneamente los ojos hacia la olla de tallarines instantáneos que tenía al fuego en la cocina. Esos descuidos no eran propios de su pupilo.
. . .
Mientras bajaban por las escaleras, Raito exhalaba el aire por la boca, y el vaho que formaba con ello hacía parecer que todavía estaba fumando. Atardecía, y el sol teñía el cielo plagado de pequeñas nubes de diversos tonos naranjas y amarillos. Algunos, que se autoproclamaban a sí mismos como oráculos, aseguraban que el naranja auguraba peligro, y el amarillo, traición.
A Raito le pareció un atardecer sin más, y que esos oráculos, eran en realidad una panda de chiflados con demasiado tiempo libre.
—No. No tiene que ver con ellos —respondió a Akame. Se había tomado un tiempo en hacerlo—. Es un tema delicado. Mejor tratarlo tras los muros del edificio del Uzukage.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Caminaban por las calles de Uzu en dirección a un lugar que Akame conocía bien; el Edificio del Uzukage. Allí, una mujer llamada Uzumaki Shiona había plantado en él la semilla del Remolino; del amor, de la fraternidad, de la lealtad. El Uchiha había recorrido su propio camino, sí, pero sin duda la difunta Uzukage había jugado un papel excepcional a lo largo del mismo. No sólo en vida, sino también en la muerte, porque sus enseñanzas habían trascendido a su propia persona —que no era decir poco— para calar en lo más hondo de aquel muchacho. ¿Qué hubiera sido de Akame sin las sabias enseñanzas de aquella que era considerada por todos los ninjas como una madre? Probablemente hubiese caído en la tentación de la venganza sangrienta, perpetuando una antigua maldición que azotó a su linaje tiempo ha, cualquiera de las veces que ésta se le había presentado. ¿O se habría rendido ante Zoku, quien sólo sabía odiar, llevando al Remolino a un destino atroz?
Nadie lo sabría nunca. Ni siquiera él mismo.
Mientras andaban, Akame se fumaba otro cigarro contemplando el precioso atardecer con el gozo de quien admira las flores de su jardín que con tanto mimo ha cuidado y visto crecer. Se cruzaron con un grupete de niños que corría, riendo, probablemente en dirección al parque —a juzgar por el balón que uno de ellos llevaba bajo el brazo—. Luego vieron a una pareja de ancianos que paseaba del brazo, apaciblemente, y Akame les dedicó una inclinación de cabeza. Todavía se acordaba de ellos; les había ayudado a arrancar las malas hierbas de su jardín trasero como parte de una misión de bajo rango, cuando todavía era un gennin recién salido de la Academia. «Ha llovido tanto desde entonces...», se dijo el joven jounin. Y vaya que si lo había hecho.
Cuando el rumor de las fuertes corrientes que rodeaban al Edificio del Uzukage llegó hasta sus oídos, Akame apretó el paso. La visita de Raito y su petición guardaban un gran secretismo que el Uchiha estaba deseando conocer; todo apuntaba a que se trataría de alguna peligrosa misión muy importante para la Villa, algo que, como bien sabía Hanabi, podía ser encomendado al joven Akame.
«A la vuelta pasaré por esa floristería tan bonita, compraré un ramo de jazmines, narcisos y margaritas y me iré directamente a casa de Yume. Seguro que le agradará la sorpresa, últimamente ha estado entrenando muy duro y debe estar cansada...»