Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha abrió los ojos poco a poco, mientras éstos trataban de adaptarse a la poca luz ambiental. Incluso antes de hacerlo olfateó el olor a humedad en el aire, notó el tacto frío del acero en las muñecas y de la piedra bajo sus rodillas. El gélido ambiente que se apoderaba de su cuerpo, poco abrigado; la ausencia del característico peso de su equipamiento, que había aprendido a apreciar como a la caricia de una amante. No le hacía falta ver para saber dónde se encontraba. Había visitado los calabozos de la Aldea multitud de veces, pero a lo largo de los años, había olvidado lo que nunca debió olvidar. Que un día, quizás, él mismo ocupase alguna de aquellas ilustres estancias. Solo y olvidado.
Trató de moverse y contuvo un gruñido de dolor cuando sus extremidades entumecidas protestaron ante semejante orden. Al tercer intento lo consiguió, bufando como un toro, y la postura en la que las cadenas le obligaban a permanecer se le antojó sumamente engorrosa. No parecía que hubiese nadie, y Akame lo agradeció; sabía lo que tarde o temprano ocurriría. Le interrogarían, le torturarían y se meterían en su cabeza.
«No encontrarán nada...»
Si en algo era buena su antigua maestra, era en el Genjutsu y el Fuuinjutsu. Akame dudaba seriamente que Kunie hubiese corrido el riesgo de dejar expuestos recuerdos potencialmente problemáticos para ella si había permitido que Hanabi descubriese al joven Uchiha. «Aunque no sé si eso es bueno o malo», se dijo. Al final, Akame terminó por recostarse sobre la pared de la celda y poner su culo en el suelo.
¿Quién sabe? Quizás alguien vendría a rescatarle. Quizás Datsue vendría a rescatarle.
Akame no tuvo que esperar mucho tiempo para descubrir que estaba en lo cierto: alguien bajó para interrogarle. ¿Torturarle y meterse en su cabeza? Quizá también.
La puerta de su celda emitió un chirrido metálico cuando el hombre la abrió con una llave. Se trataba de una persona bajita —Akame debía sacarle medio palmo— pero robusto, de pelo blanco recogido en una coleta corta y sonrisa afable. Todo en él, de hecho, reflejaba amabilidad.
—Ay, no —se quejó, con voz aguda, al verle—. Menudas condiciones tan lamentables. Ya me perdonarás, Akame-san. Era la única celda que cumplía con los requisitos para mantenernos a salvo de tu… naturaleza especial.
Colocó una silla que había traído consigo en frente y se sentó.
—Antes de empezar… ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Un vaso de agua, ¿quizá? ¿Una silla o cojín para ponerte más cómodo? ¿Un cigarro? —propuso de último, con voz suave y cortés.
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El jōnin alzó la mirada, curioso, cuando escuchó los pasos de una persona aproximándose por el pasillo al final del cual brillaba la única y tenue luz que le iluminaba, apenas suficiente para que pudiera verse los dedos de los pies. Una metáfora inesperada pero apropiada del futuro que le esperaba; negro como el corazón de Amekoro Yui. Cuando los goznes de la puerta de la celda chirriaron al ceder ante el poder de aquel tipo, conformado como llave de la jaula, Akame emitió un chasquido de molestia. Odiaba ese chirrido tan agudo.
—Podrías empezar por engrasar esas bisagras.
Akame lo tenía bastante claro, o al menos eso creía. Era parte del puto manual; antes de empezar a darle cera de verdad, se asegurarían de ponerle delante una cara amable. Alguien servicial, que mostrase una genuina preocupación por su bienestar. «Qué insulto, pensar que un jōnin va a caer en semejantes trucos...» Si querías que alguien bajara la guardia, era tan simple como avivar la pequeña llama de la esperanza en su interior. Un ninja que estaba resignado a su suerte era mentalmente mucho más sólido que otro que creyese que podía salir bien de esta situación.
—¿Podemos ahorrarnos el teatro? —respondió el Uchiha con monotonía—. Me sé el maldito manual de arriba a abajo, esto no va a funcionar. Díselo a Hanabi-sama.
Mientras Akame continuaba hablando, Yasashi desabrochó el botón de su chaqueta y la abrió, alisándola con una mano en el gesto para matar cualquier mínima arruga. Y es que aquel hombre vestía impoluto: un traje enteramente blanco —camisa, corbata y zapatos incluidos—, con un pañuelo azul con lunares blancos asomando en el bolsillo de su pecho como única nota que desentonaba entre tanta blancura.
—Esto no tiene por qué ser así, Akame-san —dijo, viendo la predisposición negativa del prisionero a colaborar—. Antes de nada, discúlpame por mis malos modales. Mi nombre es Yasashi, y estoy aquí, como ya te has imaginado, para saber quién eres y para quién has estado trabajando —dijo, con la misma naturalidad y tranquilidad con la que un doctor anunciaría que debía realizarle muestras de sangre.
Sacó de un bolsillo de su pantalón un reloj de mano, y, tras consultar la hora, extrajo una libretita negra con bolígrafo —también negro—, de un bolsillo interior de su chaqueta. Abrió una página en blanco y Akame pudo ver que estaba apuntando la hora.
—Dime, Akame-san. ¿Vas a responder a mis preguntas? —¿O se ahorraban ya la parte del interrogatorio?
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«Yasashi... Nunca había oído ese nombre. Ni había visto a este tipo. ¿Quién demonios es?»
El hecho de que no conociese a su interrogador le había puesto ligeramente nervioso. Akame esperaba una cara conocida, no en vano había tenido al menos una discreta relación con la mayoría de ninjas de alto rango de Uzushio —al ser él mismo un jōnin—. Pero aquel hombre, con su apariencia pulcra, su voz aguda y sus modales, le daba mala espina. «Por supuesto que debe dar mala espina, idiota, es un interrogador. Su especialidad es hacer que la gente diga lo que no quiere decir», se dijo, con bastante acierto.
Mientras Yasashi hacía todo su protocolo, Akame le observaba con la expresión más tranquila que fue capaz de poner. Lo suyo no era ocultar sus sentimientos o engañar a los demás, como hacía muy bien Datsue, pero sí era bueno a la hora de mantener la calma. De aguantar. De resistir. Estoico, Uchiha Akame supo que su interrogatorio acababa de dar comienzo, y desde ese momento trató de dejar la mente en blanco. Decían que era lo más fácil.
Pero entonces cayó en la cuenta de algo. Un detalle que había estado intentando obviar, porque significaba mantener algún tipo de esperanza... Lo peor que podías hacer si estabas en una situación como la de Akame. Se dio cuenta de que, tal vez, aquel no sería su fin. Todavía había una persona allá afuera en la que podía confiar; o eso le decía aquella solitaria vocecita en su interior. Hacerlo implicaba no abandonar ni tirar la toalla, sino ganar la mayor cantidad de tiempo posible. Retrasar la hora fatal. Hacerle perder el tiempo a aquel hombre. También implicaba, no obstante, no dejar que aquella llama se apagase y abandonarse a la oscuridad. ¿Y si Datsue nunca aparecía? Significaría que Akame iba a sufrir mucho, y durante mucho rato. La pregunta del millón de ryos, entonces era...
¿Vendría su Hermano a por él?
—Eso depende, Yasashi-san... ¿Qué me vas a preguntar?
Y ahí venía. La primera en la frente, como solía decirse. Akame notó que se estaba poniendo más nervioso de la cuenta, así que su primer instinto fue el de calmarse. Inspiró, espiró, inspiró, espiró. Dentro y fuera. Era un tópico muy manido y al mismo tiempo una técnica sorprendentemente buena. Un ninja debía, primero que nada, mantener siempre la cabeza fría. «¿Sigo siendo un ninja?», se preguntó con un deje de rabia el joven Uchiha. Se tomó su tiempo, no había prisa. Algo le decía que Yasashi no iba a moverse de allí y tampoco iba a presionarle para que respondiese con rapidez; no todavía, al menos.
—Yo ya no sé nada de Tengu, ni tengo nada que ver con ellos.
Primera respuesta. Una que, de seguro, Yasashi ya se esperaba y tomaría como incorrecta. Irónicamente, Akame sí que sabía —creía saber— cuáles eran los objetivos de Tengu, pero también era verdad que él ya no tenía nada que ver con la organización. O no había querido tenerlo. Por desgracia, tal y como había comprobado —demasiado tarde— en sus propias carnes, uno simplemente no puede borrar su pasado y esperar a que el mundo le crea. ¿No?
—¿Qué he estado haciendo para ellos? Eso... Eso es bastante sencillo —prosiguió—. Convertirme en un buen ninja. Modestia aparte, creo que he estado a punto de conseguirlo... ¿Se lo puede creer, Yasashi-san? Un shinobi como yo, derrotado por un fracasado sin talento y su cámara de fotos.
La dureza de la situación le golpeó con brutal contundencia. En su cabeza lo había entendido, pero no fue hasta que sus labios pronunciaron aquel hecho, que Akame se vio plenamente consciente de ello. Hōzuki Chokichi y su maldita cámara de fotos le habían condenado a muerte.
—Ajá… Ya veo… —respondió, cuando Akame aseguró no saber nada ya de Tengu. Apuntó algo en la libretita, esta vez sin que el Uchiha pudiese leer su contenido, y prosiguió escuchándole—. Muy bien, Akame-san. Lo estás haciendo muy bien —le felicitó, con el tono de un profesor que anima a su alumno a continuar por esa senda escogida.
»¿Cuál fue tu último contacto con Tengu? ¿Con quién solías contactar? ¿Y cómo contactabais?
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«Vale... Vale... Creo que lo estoy haciendo bien. Pero ahora, ¿qué demonios le digo? Tengo que desviar la conversación de alguna manera. Piensa, piensa, ¡Uchiha Akame, piensa!» El jōnin guardó silencio, manteniéndole la mirada a aquel tipo que anotaba cosas en su libreta. «¿Qué haría Datsue...?»
El Uchiha se revolvió en su precario asiento, emitiendo un gruñido de molestia. Como si acabara de darse cuenta de que estaba cubierto de harapos, en una celda fría y húmeda, con las manos esposadas y el culo helado, Akame se llevó una mano al mentón.
—¿Sabes, Yasashi-san? Creo que he reconsiderado tu oferta. Un cojín me vendría de perlas, tengo el culo como una carpeta. ¿Cuánto tiempo me he llevado aquí? —preguntó con fingido interés—. ¿No había unas cadenas más largas? Apenas me noto los brazos, y es una verdadera molestia. Creo que estaría bastante más dispuesto a colaborar si pudiera rascarme las pelotas de tanto en tanto... Me pican.
Yasashi esbozó la sonrisa de una madre cuando su hijo le pide algo de comer tras una jornada intensa de estudio.
—Por supuesto, Akame-san —dijo, levantándose al momento—. Espérame aquí, por favor. —En boca de Datsue, aquello hubiese sonado a mal chiste. De los labios de Yasashi, realmente parecía que no se daba cuenta que, efectivamente, Akame no tenía otra que esperarle allí.
Salió de la celda —no sin antes cerrar de nuevo con llave—, y estuvo fuera por al menos cinco minutos. A su vuelta, Yasashi portaba un cojín negro en una mano y una taza humeante en la otra.
—Me he tomado la libertad de prepararte un té negro, Akame-san —le acercó el cojín y colocó la tacita de té en el suelo, a su lado. Luego, volvió a sentarse, desabrochando otra vez el botón de su chaqueta y alisando el traje con un gesto de mano—. Tendrás que perdonarme, pero las cadenas, por el momento, tendrán que permanecer en su sitio. Veré lo que puedo hacer en los próximos días —dijo, sin matar la esperanza—. ¿Te parece si proseguimos, Akame-san? Te estaba preguntando por tu último contacto con Tengu. La persona con la que solías contactar… y la forma en que lo hacíais.
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4/04/2019, 17:58 (Última modificación: 4/04/2019, 17:59 por Uchiha Akame.)
«¿Está... Está funcionando?», se preguntó el shinobi, incrédulo. El hecho de que hubiese sido capaz de ejecutar una estratagema sólo con sus palabras era algo que nunca había experimentado; no por nada Akame había sido, siempre, un muchacho poco carismático y hablador. Poco dado a las tretas dialécticas. «Hay que joderse, hasta estando encadenado en este agujero voy a aprender algo...» Observó a Yasashi marcharse con una sonrisa contenida de triunfo, mientras disfrutaba de los cinco minutos de soledad que su táctica le había ganado.
«¿Estará Datsue ya de camino?»
Pobre iluso. Cuando Yasashi volvió, el Uchiha chasqueó la lengua. Esperaba que fuese a tomarle más tiempo, pero el interrogador no quería perderlo en demasía. Akame levantó el culo para que el otro pudiera colocarle el cojín, y luego se quedó mirando la taza de té que tan obviamente fuera de su alcance reposaba en el suelo.
—¿Y cómo se supone que voy a tomármelo? —inquirió, meneando la cabeza.
«Recuerda lo que haría Datsue. Tampoco puedes tirar demasiado del hilo o se romperá, tengo que darle algo... O la ilusión de algo. Si no, me dará puerta y habré perdido mucho más tiempo del que quiero ganar...»
—¿El método de contacto? Pues verás, Yasashi-san... El método —carraspeó—, el hipotético método, recordemos que no me he declarado culpable de nada, ¿eh? El hipotético método consiste en algo que, digamos, ninguno de los Sabios Uzumaki había pensado. Los muros de Uzushiogakure no son tan sólidos como la sabiduría popular cree...
En ese momento pareció caer en la cuenta de algo, y chasqueando la lengua otra vez, negó con la cabeza.
—Aunque, claro, necesito garantías. Seguro que lo entiendes. Algo que me asegure que voy a salir de aquí de una pieza y con todos mis miembros en su sitio, si destapo el pastel... Hipotéticamente hablando, claro.
Ah, Yasashi no había contado con el ligero inconveniente de que las cadenas de Akame le impedían coger la taza para darle un trago. Normalmente, los presos no estaban encadenados en sus celdas. Un sello supresor de chakra era más que suficiente. Pero Uchiha Akame, si algo no era, eso es un preso común. De hecho...
Era curioso, lo caprichoso que era el destino a veces. Lo mucho que jugaba con las similitudes. Hacía un año, exactamente un año, su antigua novia, Koko, pasaba por las mismas dificultades. A ella también la estaban interrogando. Ella también tenía las cadenas demasiadas ajustadas como para poder comer o beber por ella misma.
Y, como aquella vez…
—¿Quieres que te dé de beber yo, Akame-san?
… el carcelero ofreció al prisionero darle de beber de su mano. En vez de Uchiha Zaide, Yasashi. En vez de Koko, Akame. ¿Acabaría aquella historia también con tan trágico final?
La respuesta es más obvia de lo deseado. Después de todo, esta es la crónica de una muerte anunciada.
—Akame-san, pensé que querías ahorrarte todo el teatro. —Suspiró—. Si colaboras conmigo y respondes a todo con sinceridad, prometo hacer todo lo que esté en mis manos para que obtengas justicia. Pero no puedo ayudarte si sigues evadiendo mis preguntas, Akame-san.
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Ignorante de la fortuita casualidad que entrelazaba su cautiverio con el de Koko, y que de seguro iba a proseguir —que no terminar— del mismo trágico modo, Akame sopesó la oferta de Yasashi. Tenía sed, pero en su orgullo le picaba el que tuvieran que darle de beber como a un niño de pañales. Pecando, tal vez, de falta de pragmatismo —algo que no podía achacársele a Uchiha Akame normalmente—, el jōnin negó con un seco movimiento de cabeza.
—No, déjalo. Ni siquiera me gusta el té negro.
Así, el lance entre interrogado e interrogador proseguía. Yasashi contraatacaba con un argumento que Akame no tardó en deflectar, como si de un rechace de espada se tratase.
—Claro que quiero ahorrarme el teatro, por eso me vale mierda eso que me dices. También está en el manual —apuntilló, con una media sonrisa de desprecio—. Lo que yo quiero son garantías. Reales. Pasaje seguro fuera de la Aldea y diez mil ryos en efectivo. Al fin y al cabo, hipotéticamente, os voy a dar una información de lo más jugosa. Nombres, rutas seguras, alijos, —empezó a enumerar—, ninjas comprados. Información de primera sobre muchas cosas que han estado ocurriendo, y ocurren, delante de vuestras propias narices... Un chivatazo que, por cierto, os servirá para tirar a una de las mayores organizaciones clandestinas de Oonindo.
Akame se dejó de sutilezas y fue con todo. Dinero y un pasaje seguro, a cambio de que lo largase todo. Todo hipotéticamente, claro. Pero aquello tenía menos de hipotético que las palabras de Zoku cuando aseguraba: usaremos a los bijuus solo si los usan contra nosotros.
Yasashi abrió la libretita e hizo un par de anotaciones más.
Akame pudo leer:
Se dedica a PERDER tiempo —> ¿Esperanza de que Tengu venga a rescatarle?
Se NIEGA a colaborar —> Actitud propia de un TRAIDOR
Pide un PASAJE seguro a cambio de confesar —> CONFIRMACIÓN de que su corazón no está en Uzu
Yasashi cerró la libreta, sin darse cuenta de que estaba escribiendo demasiado cerca de Akame como para impedirle su lectura.
—Muy bien, Akame-san, muy bien. Pero entenderás que eso llevará su tiempo. Tendré que hablar con Hanabi-sama para solicitar tus peticiones. En el hipotético caso de que se te aceptasen, ¿cómo querrías que se te diesen dichas garantías?
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Los ojos vivaces y negros como dos piedras de pizarra del joven shinobi se movieron para captar los trazos que aquel hombre había estado dibujando en su libreta. Fue apenas un vistazo rápido, antes de que la cerrase, pero le permitió captar la información que hasta ahora Yasashi había recogido de él. «Este malnacido... Supongo que, al final, no soy tan bueno con las tácticas de distracción» admitió el Uchiha. Sea como fuere, le reconfortó poder constatar que Yasashi no tenía ni idea de por dónde iban los tiros; había deducido que Akame estaba perdiendo el tiempo para que alguien le rescatase, lo cual era correcto, pero no había supuesto bien quién. «Si es que Datsue realmente va a venir...»
De repente, Akame se sintió profundamente desesperanzado. Era la reacción lógica, la resaca de una dosis de esperanza mal tomada. ¿Y si Datsue nunca venía? ¿Qué garantías tenía de que su Hermano fuese a rescatarle?
—¿Tiempo? Bueno, tú sabrás, Yasashi-san —apostilló, queriendo desviar la atención—. Lo único que quiero es un pergamino y tinta. Cuando esté fuera de la Aldea, libre de estas cadenas y con una bolsa llena de billetes, escribiré todos los nombres, rutas y alijos de Tengu. Sólo entonces. ¿Hay trato?