Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
29/03/2019, 04:53 (Última modificación: 29/03/2019, 18:29 por Sarutobi Hanabi. Editado 2 veces en total.)
Oh, sí. De poder leerle la mente, Raito estaría de acuerdo con Akame. En efecto, Yume había estado entrenando más que nunca. Quería demostrarle a Akame que alguien sin sangre Uchiha podía ser igual de buena con sus ojos que cualquier miembro del clan. Y es que Yume poseía el Sharingan en su ojo derecho, en un trasplante quirúrgico realizado hace ya algo más de un año atrás.
Con lo que no podría estar tan de acuerdo, quizá, era con eso de que ella se alegraría con el regalo de flores. Porque, para eso, antes Akame tendría que, efectivamente, comprarlas. Y dada la situación, lo veía difícil a corto plazo. Muy difícil.
El Edificio del Uzukage estaba mucho más vacío de lo normal. Uzumaki Goro, sentado en recepción, estaba tenso y serio —más serio de lo normal—, y apenas despegó la vista de Akame hasta que este y Raito desaparecieron escaleras arriba.
Alcanzado el tercer piso, los dos Uchiha atravesaron el pasillo en un silencio sepulcral. Raito batallaba con su mano para no prenderse otro cigarrillo, en pequeños amagos que dirigía hacia el bolsillo donde guardaba su tabaquera para luego corregirlos de inmediato cuando recordaba que, allí, era el único sitio donde no debía fumar.
Raito llamó a la puerta —una de doble hoja, de roble grueso y con el símbolo del remolino en carmesí dibujado en el centro—, y la voz de Hanabi les mandó pasar de inmediato.
Hanabi, que hasta entonces estaba contemplando las vistas de Uzu a través del gran ventanal, giró la silla para encarar la nueva visita. A su lado, de pie y también más serio de lo normal, el gran Katsudon.
—Akame… Ven, siéntate —pidió el Uzukage, señalando una silla libre que tenía en frente.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El jōnin siguió, diligente, a su maestro por las calles de Uzu hasta llegar a su destino. Cuando atravesaron las puertas que daban entrada al Edificio del Uzukage, Akame saludó a Uzumaki Goro con una inclinación de cabeza. El Uchiha siempre había tenido buena sintonía con aquel tipo; conocía su historia y su forma de ver el mundo ninja y en cierto modo ambos eran realmente parecidos. Los dos habían encontrado en la Villa una familia y un hogar en ausencia de uno propio —aunque, de puertas para afuera, Akame fuese el hijo de un comerciante de Tanzaku Gai—, y por consiguiente amaban a su tierra con fervor. Además, Uzumaki y Uchiha eran muy parecidos en su forma de afrontar los problemas; directos, exigentes y disciplinados.
El recepcionista le devolvió un silencio tenso y una mirada férrea que le persiguió hasta perderse por las escaleras.
Luego Akame esperó, paciente, a que el Uzukage les diera paso. Cuando éste lo hizo, el jōnin entró tras Raito y se encontró con Sarutobi Hanabi y Akimichi Katsudon. Casi podría decirse que la plana mayor de la Aldea estaba allí —excluyendo al famosísimo Consejo de Sabios Uzumaki, a los que Akame no había visto en su vida— mirándole con cara de pocos amigos. El jōnin había vivido lo suficiente para que aquella actitud, unida a la de su mentor, le pusiera los vellos de punta.
«¿Qué demonios está pasando aquí?»
Akame caminó unos cuantos pasos indecisos hacia el escritorio del Uzukage. Cuando éste le pidió tomar asiento, el Uchiha bajó la mirada hacia la silla; era una silla normal y corriente, la misma en la que se había sentado miles de veces, que llevaba en aquel despacho desde... Bueno, desde siempre, que Akame pudiera recordar. Y sin embargo, aquella vez había algo raro. Algo que no le encajaba. ¿O no era por la silla?
—Creo que estoy bien así, Uzukage-sama. Gracias.
¿Uchiha Akame, El Profesional, rechazando una invitación del máximo mandatario de Uzushiogakure? En circunstancias normales aquello nunca habría pasado, pero es que esa tarde... Esa tarde algo andaba realmente mal. Y Akame no sabía el qué...
Aunque estaba empezando a hacerse una idea.
Giró ligeramente el rostro e intentó ver a Raito con el rabillo de su ojo derecho.
Akimichi Katsudon alzó una ceja, sorprendido. No era habitual en Akame rechazar ningún tipo de invitación por parte de su Uzukage. Cabe decir, que el joven Akimichi estaba algo cambiado desde la última vez que Akame le había visto. Se había cortado el pelo, el cual llevaba alborotado. Además, tenía dos tatuajes dorados bajo los ojos, en forma de esferas ovaladas horizontales. Si antes era una gota clavada a su padre, ahora era, simplemente… parecido a él.
Cuando Akame desvió la mirada hacia Raito, captó en él un semblante serio. Tenía la mirada gacha, como si algo le avergonzase o contrariase, y los puños apretados en los costados. No era habitual, verle así. Nada habitual.
Clac. La puerta se cerró tras ellos. Curioso. Akame estaba convencido de que, segundos antes, no había nadie en el pasillo. O, al menos, no había visto a nadie. Oyó un sonido peculiar, como el de alguien acariciando la puerta, y acto seguido dos golpecillos con los nudillos. Algo le dijo a Akame que esos dos golpes no eran de alguien llamando a la puerta. El hecho de que nadie respondiese, ayudó a esa teoría. Más bien, parecía…
… una señal.
De pronto, el ambiente se hizo cargante y opresivo. Artificialmente opresivo.
—Necesitamos que nos expliques un par de cosas, Akame. —Hanabi, pálido y con ojeras, lucía cansado. Cansado y triste—. Antes de nada, debes saber que a ninguno de los tres nos agrada lo más mínimo esta situación. Pero nos hemos topado con una serie de… reportes con muy difícil explicación, y necesitamos que nos los aclares. Por ejemplo… —Tomó un pergamino de la mesa, y lo extendió frente a sí. Era el expediente de Uchiha Akame—. Tú padre es un comerciante en Tanzaku Gai, ¿verdad? Orutega Amanshi, ¿no es así?
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El tiempo a su alrededor pareció empezar a transcurrir de forma muy lenta. Akame carraspeó, notando una pérdida de aliento que no estaba siendo provocada por causas naturales. Notó una gota de frío sudor caerle por la espalda cuando, al echar un vistazo a su espalda, observó a Raito con una mueca de profundo disgusto. El crujido de la puerta de la oficina del Uzukage la cerrarse reverberó en sus oídos como un eco mortal a través de un acantilado muy profundo; tanto que ahora el Uchiha era incapaz de ver el fondo, engullido por la oscuridad. El jōnin volvió la vista al frente, hacia Hanabi, mientras en su cabeza había un centenar de voces chillonas que gritaban al unísono una misma palabra. Y Akame las reconocía a todas ellas, pese a que había pasado mucho tiempo desde que las escuchase por última vez; quizás ese era el propio motivo de que estuvieran allí esa tarde. Eran sus viejas compañeras, con quienes había convivido durante mucho tiempo desde que llegase a la Aldea Oculta entre los Remolinos. Y la palabra que repetían sin cesar no era otra que...
«PELIGRO»
La voz de Hanabi le obligó a centrarse. Las manos le sudaban y bajo su chaleco militar el pecho había empezado a bambolearse ligeramente de la tensión. No hizo ni siquiera falta que el Uzukage empezara a cuestionarle para que Akame se hicese una idea bastante clara de lo que estaba ocurriendo; había llegado el día.
«Me han pillado.»
Pero entonces, una voz discordante, una tímida voz que luchaba por abrirse paso en la algarabía dentro de su cabeza, le recordó algo. ¿No era él, acaso, Uchiha Akame El Profesional? ¿Jōnin de Uzushiogakure? ¿Jinchuuriki del Ichibi y Hermano del Desierto? ¿No había renegado de Kunie, de Tengu y de todo lo que significaban? ¿No era aquella Villa su hogar?
¿Qué tenía que temer entonces?
Carraspeó.
—Así es, Uzukage-sama. ¿Ocurre algo con mi expediente?
29/03/2019, 18:33 (Última modificación: 29/03/2019, 18:34 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Hanabi suspiró con pesar.
—Ocurre, Akame, que no existe. —No había forma de explicarlo mejor.
Desde el incidente con Daruu, Hanabi se había sentido incómodo. Había algo en la manera de actuar de Akame, en su mirada de aquel día, que le tenía… nervioso. Quiso y deseó que tan solo fuesen imaginaciones suyas, fruto de la tensión y el cansancio, pero ningún Kage que se precie como tal no sigue a su instinto y, al menos, comprueba que todo está bien. Comprueba que las flores de los cerezos son reales y no una burda imitación artificial.
Así que lo primero que hizo fue juntar a un pequeño equipo de ANBU para que investigase a Akame. ¿Lo primero que se hace para conocer a una persona? Se indaga sobre su pasado. Se descubre quién fue, de dónde viene y hacia dónde se dirigía.
Y, en el pasado de Akame, nada encajaba.
—Hemos removido cielo y tierra, Akame, y no hemos encontrado a ningún Orutega Amanshi —Joder, si es que hasta el nombre parecía falso—, en Tanzaku Gai. Nadie que le conozca. Ni siquiera de su mismo gremio. Ni siquiera, Akame —repitió con voz más pesada—, de oídas. Es un fantasma. Es… nadie.
Por encima de aquella palabra de alarma que se repetía como un soniquete, amenazando con colapsar su cabeza completamente, Akame trataba de pensar. «Me han investigado», fue consciente Akame, y aquello sólo le generaba más preguntas. «¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Y por qué ahora? ¿Acaso no he sido un buen shinobi?» Pese a que aquel joven ninja era famoso por mantener la calma, en semejante situación se le estaba antojando sumamente difícil. No importaba cuántas veces se hubiera preparado para ese momento. No importaba cuántas veces hubiera ensayado su coartada, cuántas vueltas le diese. Aquella vez no era un simulacro... Y él no estaba preparado. No para eso, no para una investigación concienzuda de su pasado.
«Pero... Kunie-sensei debía haberlo dispuesto todo, todo estaba ahí, las pruebas, la fals...»
Se detuvo a mitad de aquel razonamiento; y quiso reír, reír como un loco desesperado y dejar que Hanabi, Raito y Katsudon se preguntaran si finalmente había perdido el juicio. Porque fue en ese momento que entendió las palabras de su maestra el día que él decidió darle la espalda a Tengu. Había renunciado a cumplir con el deber impuesto por Kunie, y ella a cambio le había retirado el arma que un día le legase... Y su protección. Los sucesos posteriores —la traición de Zoku, el bijuu, el Examen— habían mantenido las aguas lo suficientemente revueltas como para que nadie tuviera la ocurrencia de ponerse a escarbar en el pasado de aquel prometedor muchacho. «Pero entonces, ¿por qué ahora...?»
El jōnin se pasó la lengua por los labios, resecos. Tenía la boca como una alpargata. Sabía que sus opciones eran escasas y que sobre su cabeza pendía un reloj de arena cuyo vaso inferior se estaba llenando a una velocidad peligrosamente rápida. Se quedaba sin tiempo.
—¿Qué... Qué significa esto, Hanabi-sama? —preguntó, entre perplejo y aterrorizado—. ¿A qué viene esto? ¿Acaso no he sido un shinobi ejemplar? ¿No he sido un buen jinchuuriki? —la voz se le iba quebrando conforme hablaba, e incluso aunque aquello significaba que estaba admitiendo su farsa, a Akame empezó a darle igual—. Yo soy el jinchuuriki del Ichibi... Yo... Yo detuve a Datsue cuando se descontroló, yo alejé a la jinchuuriki de Ame del Estadio... Yo... Yo...
Akame apretaba los puños con fuerza.
—¡¡Yo lo he dado todo por esta Villa!! —se desahogó—. ¿Acaso eso no es suficiente?
—¿Suficiente, Akame? ¿Suficiente? Déjame que te cuente una historia, Uchiha Akame. Una vez, conocí a alguien muy especial para mí. Se llamaba Garadea. Guapa, inteligente, con una personalidad de fuego. Se convirtió en mi camarada al instante. En mi amiga… En algo más que eso —recordó con dolor.
»Durante cinco años, fuimos felices. Ella también hizo grandes cosas por la Villa, ¿sabías? Pero, entonces… entonces descubrimos que había sido una espía desde el principio. Trabajando para un grupo interesado en quitarse de en medio a Shiona-sama y al Señor Feudal. Su objetivo final era encargarse ella misma de la Uzukage.
»¿Qué crees, Akame? ¿Qué fue suficiente todo lo que hizo por la Villa y por mí, para detener mi hoja del deber que tenía que realizar?
No, claro que no lo había sido.
—Te lo preguntaré otra vez, Akame. ¿Quiénes son tus padres? ¿Quién eres? ¿A qué viniste a Uzu?
29/03/2019, 19:38 (Última modificación: 29/03/2019, 19:45 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Entre la confusión y el miedo que sentía Akame, una emoción mucho más poderosa iba abriéndose paso y embargándole por completo conforme Hanabi hablaba. Las piernas le fallaban y había apretado tanto los puños que ya podía notar la sangre, caliente, brotando tímidamente de las heridas que sus uñas habían provocado al clavarse en la palma de sus manos. El jōnin temblaba de pies a cabeza, y entonces ya no era sólo de miedo, sino de ira. Una ira primitiva y visceral que borboteaba en su estómago e iba subiendo hacia su pecho, convirtiéndolo en un horno al rojo vivo. La historia del Uzukage y su amante no hizo sino agravar todo aquello.
Akame ya no pensaba, ya no razonaba como un shinobi debía hacerlo. Había llegado a la inevitable conclusión de que sin la coartada y los recursos de Kunie le sería imposible mantener aquella parte de su pasado que se había falseado para que pudiera entrar en Uzu. Había entendido que durante aquellos dos años, su destino —que alguna vez había creído suyo— siempre había estado en manos de aquella mujer. «¿Esto es culpa de ella? ¿Ha sido ella quien ha instigado al Uzukage contra mí?» Ya no le importaba, ya no importaba. Uchiha Akame acababa de ser plenamente consciente de que todo cuanto amaba, valoraba y a lo que creía servir había sido tan sólo una mentira, un embuste que pendía del fino hilo que Kunie había cortado. Quiso llorar y gritar, y revolverse de impotencia, arrancarse el corazón del pecho.
—¡Pues lo siento por usted, y por su difunta amiga! —replicó, furibundo—. Pero, ¿sabe qué? Yo también he perdido a gente por esta Villa. ¡Por Uzushiogakure he visto morir a más amigos de los que puedo contar con mis manos, así que no me de malditas lecciones!
El veneno manaba de sus labios como una presa que acabara de desbordarse, esparciendo toda su porquería por los campos aledaños, antaño verdes, que ahora quedaban embarrados y arruinados al paso de la tóxica marea.
—Yo siempre he mirado por el bienestar de esta Aldea y sus habitantes, ¡yo soy un Hermano del Desierto! ¡Yo hice frente a Uzumaki Zoku cuando todos vosotros estábais escondidos, lamiéndoos vuestras heridas! ¡Esperando a que otros os hiciéramos el trabajo sucio para entonces salir de vuestros escondites y tomar el poder! —bramó, y su mirada de puro resentimiento no sólo se dirigió al Uzukage, sino también a Katsudon y a Raito—. Nadie en esta Villa ha sido más leal que yo, ¡nadie ha sacrificado más que yo! —escupió, enardecido—. ¿Y ahora os atrevéis a cuestionarme, a cuestionar mi pasado? En efecto, ¡no sabéis nada! ¡Nada!
Se volvió hacia Raito, y luego hacia Katsudon, y finalmente hacia Hanabi.
—Si vosotros estáis vivos, si vuestras familias, si vuestros amigos están vivos... ¡Es sólo gracias al sacrificio que yo tuve que hacer! —avanzó un paso hacia el Uzukage—. ¿Quiere saber a qué vine a Uzu, Sarutobi Hanabi-sama? Vine a evitar que esta Aldea cayese en las garras de un tirano, vine a guardar en mi interior a la bestia más cruel y malvada que existe en Oonindo, ¡vine a impedir que Amegakure masacrara a nuestro pueblo durante el Examen! ¡¡A eso vine!!
Uchiha Raito no daba crédito a lo que escuchaba. Bueno, ni Raito, ni Hanabi, ni Katsudon. Pero especialmente Raito.
Porque, sí, él conocía las pruebas que tenía Hanabi contra su pupilo. El pasado falso, las fotografías… y más. Muchas más cosas que por el momento no se habían revelado, y que Hanabi estaba suministrando a cuentagotas. Pero, a diferencia de lo que Akame estaba pensando, Raito nunca había dejado de confiar en su discípulo. Sí, se había unido a aquella treta para conducirle mansamente hasta el despacho, pero porque así lo había propuesto él. Porque había convencido al Uzukage para dejar que Akame se explicase y no mandarlo directamente al calabozo. Porque había creído que tendría una explicación para todo.
Y, en su lugar, se encontraba con…
—¡Maldito bastardo! —exclamó, sin poder contenerse más, cogiéndolo por el cuello del chaleco—. ¡Di la cara por ti! ¡Te avalé frente a Hanabi-sama, aun con toda la mierda que tenían sobre ti! ¿Qué significa esto, eh? ¿¡Qué coño estás haciendo!? ¿¡A qué juegas!? —rugió, fuera de sí, estampándole contra la pared.
Katsudon hizo amago de intervenir, pero Hanabi le detuvo con un movimiento de mano. Esposarle, interrogarle, rebuscar en su cerebro… Habría tiempo para todo eso. Pero en ese momento, Akame ya empezaría a pensar con la cabeza fría, y estaba convencido de que habría obstáculos serios para visualizar sus recuerdos. En cambio, ahora, estaba vulnerable. Y el único capaz de jugar la carta emocional en aquellos momentos, era Uchiha Raito.
El Uzukage iba a dejar que esa carta se jugase… y observar los resultados.
—¡Si eres inocente, dilo de una puta vez! —le espetó Raito, tirando de Akame hacia él para estamparle de nuevo contra la pared—. ¡Di quiénes son tus jodidos padres! ¡Di que no te envió esa zorra de Kunie! ¡Di que jamás trabajaste ni espiaste para Tengu! —Su voz, ronca por el tabaco, le gritaba a centímetros de su rostro. Era una voz teñida por la furia y la rabia más absoluta, pero también con una nota… implorante. Imploraba que Akame no fuese realmente quien estaba demostrando ser. Que a pesar de todas las evidencias, fuese inocente. Porque Akame había sido mucho más para él que un simple alumno, o que un Hermano del Desierto. No, había sido su orgullo. Había sido el reflejo de sí mismo de pequeño pero haciendo las cosas bien, y mejor. Había sido…
Akame no se resistió cuando un repentino agarrón, desde su espalda, le obligó a abandonar su postura y viajar trastabillando hasta la pared más cercana. Cuando su mentor le estampó contra la misma y ambos rostros quedaron cara a cara, el joven Uchiha sintió cómo toda la ira que había soltado se iba convirtiendo en un poso de vergüenza y culpabilidad. A medida que Raito le gritaba todas aquellas cosas de forma similar a como él lo había hecho momentos antes, Akame sentía tantas ganas de echarse a llorar como de matarlos a todos. Se veía arrinconado, como encerrado en una maldita caja de zapatos de la que no podía escapar y que contenía todos sus miedos, frustraciones y cabreos. Entre aquel torbellino que el sacudía, de vez en cuando alguna frase emergía clara como la brisa de Primavera...
«Raito-sensei me ha traído hasta aquí, él lo sabía, él me ha traído a esta trampa...»
El jōnin no hacía amago de resistirse siquiera ante las embestidas físicas y verbales del que antaño fuese su maestro y tutor. Del hombre que le había enseñado no sólo a comportarse mejor como ninja, sino como una persona decente; al menos, todo lo que podían permitirse tipos como ellos. Y descubrió que el saber que Raito le había engañado para llevarle allí, donde estaba encerrado como una rata, le provocaba más tristeza que rabia.
«¿Habría hecho yo otra cosa de estar en su lugar?»
Recordó el Examen que Raito les había hecho a los dos Hermanos del Desierto. Recordó la pregunta. Recordó su respuesta. Y se odió, siendo incapaz de odiar a su mentor por aquello. Se odió por entender que todo cuanto había entendido acerca del Camino del Ninja no era sino un error, que sus ideas nunca habían sido tan sólidas como él creía ni su actuar tan justo.
Bajó la mirada, y una solitaria lágrima se derramó por su rostro.
—Lo siento, Raito-sensei. Incluso después de todo este tiempo...
Akame alzó la cabeza con una sonrisa triste, mientras en sus ojos destellaba el rojo sangre del Sharingan y las aspas del izquierdo se fundían en una espiral. Chispas de chakra carmesí empezaron a repicar a su alrededor.
Una solitaria lágrima brotó de un ojo de Akame. Unos ojos negros, tan oscuros como el presente y futuro que tenía por delante. Negros, sí, porque en ningún momento se tiñeron del color rojo sangre. No es que no lo intentase, porque lo intentó, vaya que si lo intentó. Pero su chakra, simplemente, no reaccionaba a sus deseos. Era como uno de esos sellos de Datsue que le desconectaban de su cuerpo, solo que, en aquel caso, era de su chakra.
Alguien llamó a la puerta. Una vez.
De nuevo, nadie hizo amago por responder.
Raito suspiró con profunda decepción dibujada en el rostro, justo antes de que volviese a componer una expresión fría e impasible como el mármol. La expresión que había caracterizado, hasta entonces, a Akame el Profesional.
—Se ve que no has aprendido nada, no…
Todavía agarrándole por el cuello del chaleco, alzó su pierna diestra e hincó su rodilla en las partes de Akame con la fuerza de una coz de caballo. Continuando el movimiento sin siquiera detenerse, como en un paso de baile perfectamente coreografiado, tiró de él mientras dejaba un pie en el suelo para hacer que se trastabillase y perdiese el equilibrio. Luego solo tuvo que acompañar su caída para estamparle con fuerza contra la mesa del Uzukage.
No, se veía que no había aprendido nada. ¿Acaso pensaba Akame que Sarutobi Hanabi no iba a estar preparado para tal eventualidad? ¿Qué no recordaría los secretos de su técnica de teletransporte, que tan diligentemente el Uchiha le había revelado? De hecho, esa era una de las razones por las que se había dejado convencer tan fácilmente por Raito. Si levantaban la liebre antes de tiempo, esta se perdería entre la maleza. En cambio, si la hacían sentir segura y la atraían con un cebo hasta su propia jaula, entonces…
Entonces sucedía lo que estaba pasando en aquellos momentos. Que Akame no podía usar su Mangekyō Sharingan ni ninguna otra técnica. Porque, pese a que sus ojos no habían sido capaces de verlo, Akame había entrado en una celda.
No, no era que había sido engañado por un Genjutsu y estuviese, literalmente, en el calabozo —estrategia que Hozuki Chokichi había aconsejado con su mejor intención—, sino que al entrar al despacho, alguien había colocado un sello supresor de chakra como el que se coloca a las celdas de ninjas. Con una ligera modificación —gracias a un Sabio del Consejo— que permitía saber cuándo alguien trataba de hacer uso de chakra en el interior.
Raito apresó la muñeca de Akame con fuerza y se la dobló contra la espalda, con tanto ímpetu que a punto estuvo de dislocarle el hombro.
—Esta será mi última lección, Akame…
Sacó unas esposas del portaobjetos y se la aprisionó primero a una muñeca, luego a la otra.
—Cuando esposes a alguien, siempre con las manos tras la espalda. Así, si coge algún objeto punzante o cometes el desliz de no revisarle los brazos por si guarda dagas ocultas, apenas supondrá un peligro para nadie. —Era difícil blandir ningún arma con las manos pegadas tras la cadera.
Y, como ninguna lección era buena sin su demostración práctica, Raito le realizó un cacheo a conciencia. Tiró su espada a un lado. Arrancó su portaobjetos —ambos—, y destrozó el mecanismo oculto de kunai que llevaba en la muñeca derecha. El kunai, por supuesto, también lo tiró al suelo.
Akame tardó apenas unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando. Su chakra, como la corriente de un río que quisiera pasar por un dique concienzudamente reforzado, se quedó bloqueado apenas intentó activar su Sharingan. «Soy un idiota... ¿Acaso debía esperar otra cosa? Me han traído aquí para cazarme como a un perro rabioso, ¡por supuesto que iban a tener algo así previsto!» Mientras su antiguo maestro le zarandeaba de nuevo, con marmóreo rostro y gran violencia, Akame apretaba los dientes tan fuerte que creyó que se le iban a romper. En su interior todo se caía a pedazos, un edificio pasto de las llamas de la vergüenza y la ira que lo consumirían hasta los cimientos. Pensó en sus compañeros de clase, en sus profesores, en Raito, en Hanabi... En Datsue. Halló esperanza.
«¿Vendrá a rescatarme...?»
Aquello era mucho aventurar, y de haber sido al contrario, Akame tenía claro que él nunca se habría arriesgado por salvar a un traidor. Eso le hacía odiarse incluso con más violencia. «Toda mi vida he intentado ser un verdadero ninja, he intentado seguir las normas, he intentado hacer lo correcto... ¿Acaso estaba equivocado?» Mientras el que fuese su mentor le esposaba y le despojaba de todas sus pertenencias, el joven jōnin divagaba con rostro ausente.
¿Todo lo que había hecho y en lo que había creído era un error?
¿No existía la redención para un ninja equivocado?
Aguantó, estoico, la última puñalada de Raito a su orgullo de Profesional. Ya nadie más volvería a llamarle así. De hecho, lo más probable es que nadie más volvería a llamarle nada. Akame conocía bien el destino que aguardaba a los traidores en una Aldea ninja. «Me bajarán a los calabozos, me torturarán, se meterán en mi cabeza», enumeró el jōnin. «Ya saben quién es Kunie, saben que pertenece a Tengu... No encontrarán nada más de utilidad.» Aquella conclusión significaba que su destino estaba prácticamente sellado; ¿iba un tipo como Hanabi, que había subido al poder sobre los huesos de un traidor, a darle una segunda oportunidad? Akame no lo creía posible. «Hijo de mil putas... Siempre desconfiaste de mí, perro. Desde el mismo momento en el que te pusiste ese sombrero, ambos sabíamos que nos veías como a enemigos, a nosotros, que defendimos a la Villa hasta las últimas consecuencias...»
El jōnin se incorporó después de que Raito le cachease, esposado y desprovisto de todas sus pertenencias.
—Estás cometiendo un gran error, Sarutobi Hanabi —masculló—. Y pagarás por él. Tarde o temprano... Recuerda mis palabras.
No se lo podía creer. Hanabi apoyó ambas manos en la mesa y se levantó.
—¿Me estás amenazando, Akame?
¡Crass! ¡Crash! ¡Plaff!
Una tetera reventándose.
Una grieta abriéndose en el suelo.
Una silla cayendo de lado por el temblor.
No, nadie se había movido ni había hecho nada para provocar aquello. Simplemente, las enormes dobles murallas de seguridad que envolvían el torrente de chakra que fluía en el interior de Hanabi, siempre protegiendo al mundo de su tremebunda fuerza de igual modo que el sellado de Akame aislaba a Shukaku del resto, cayeron. Tan solo fue un instante. Un mísero segundo. Pero, en ese momento, Akame lo sintió…
Poder 140
Sintió el poder de un hombre al que, él aseguraba, había estado escondido como una rata por miedo a hacer frente a Uzumaki Zoku. El poder de un hombre que se había quedado lamiendo sus heridas. El poder de un hombre que, siempre según sus palabras, no seguiría con vida de no ser por él.
Sí, quizá Akame empezase a reconsiderar algo más que sus acciones del pasado a partir de aquel momento. Porque, no, no parecía el poder del hombre que había descrito. Más bien, era comparable a un ser que conocía demasiado bien…
«¡JAAAAAJIAJIAJIAJIA! Quién lo iba a pensar, ¿eh? ¡Parece que este Uzukage tiene algo más que horchata en las venas! ¡JIA JIA JIA JIA!»
«¿Qué me dices, Akame? ¿Volvemos a cargarnos a uno? Ya viste lo fácil que fue la otra vez… Y este es igual que Zoku. No entiende. No sabe como tú sabes. ¡Deja que el Gran Shukaku te ayude! Y lo tendrás todo…¡TODO!»
—Akame —continuó Hanabi, de nuevo con las murallas alzadas a su alrededor—, por suerte, en Uzu tenemos muchos héroes. —Y no solo uno como aseguraba él—. El error sería tuyo si crees que tú, o cualquier otra persona, puede hacerlo todo por sí sola. Todos hemos hecho sacrificios. Todos hemos sido leales… a nuestra manera. Hay héroes, por ejemplo, que no sacan pecho de sus actos —le recriminó—. Héroes que hacen lo mejor para la Villa sin esperar nada a cambio, sin siquiera poner autoría a sus gestas y engordar su expediente. —Se le ocurrían muchos nombres. ANBUs, muchos de ellos. Pero Hanabi prefirió optar por…—. Ninjas que trabajan desde las sombras, aportando pruebas contra las mayores amenazas para la Villa: sus traidores. Ninjas, Akame, como…
Uchiha Akame se estremeció a la par que lo hacía la sala cuando el Uzukage liberó todo el poder arrollador de su chakra. Por un momento el jōnin quedó paralizado del miedo instintivo que aquella ingente cantidad de chakra contenida en un mismo cuerpo le había generado; fue consciente entonces de que aquel tipo de cabellos rubios al que acababa de poner de cabrón para arriba, probablemente sería capaz de partirle en dos utilizando un Ninjutsu de rango C. Y eso le provocó más ira, más frustración, más vergüenza y más rencor. Se vio minúsculo, insignificante al lado de una bestia como Sarutobi Hanabi, un ninja curtido en años de experiencia y mil batallas. Miró a un lado, como si acabase de ser consciente de que Raito estaba allí. Un jōnin de confianza del Kage, un Uchiha experto en múltiples técnicas de combate. Y luego estaba Katsudon, que en varias ocasiones le había demostrado gozar de una fuerza colosal.
Se sintió como una mierda. Como la mayor mierda de todo Oonindo. Un desgarro en su espíritu tan profundo como nunca había experimentado, un sentimiento que él no estaba preparado para manejar. Y, como un tiburón a la sangre, el depredador acudió...
«Déjame en paz, demonio. Yo voy a morir, pero has de saber que ni una sola vez más satisfaré tus crueles inclinaciones. Eres una bestia irracional y sedienta de sangre.»
Casi pudo sentir al Ichibi agitándose de pura rabia dentro suya, su sed de destrucción y venganza. Se preguntó si ambos no eran en verdad tan distintos en ese preciso momento... La respuesta llegó poco después. Hanabi se despachaba a gusto con él, castigando su arrebato de soberbia y su ansia por siempre colgarse una medalla más. Por tener el mejor expediente de la Aldea. Por ser Uchiha Akame. El joven jōnin notó un cosquilleo en la nuca que se le fue extendiendo hasta la mandíbula inferior. Él ya había escuchado aquellas palabras antes, en boca de...
—Ninjas, Akame, ninjas como Hōzuki Chokichi.
El Uchiha cayó de rodillas al suelo.
«Le tendí la mano después de encontrar sus fotos...»
«Le perdoné después de pillarle espiando a varias chicas...»
«Le entrené durante meses, le mostré mis técnicas...»
El cuerpo flacucho del jōnin empezó a convulsionar ligeramente, producto del veneno que le iba subiendo por la garganta.
«He sido un completo idiota.»
La risa victoriosa de Shukaku reverberó en sus oídos como el grito de una bestia triunfal. De la derrota de Akame. De su humillación más absoluta. Había sido vencido y traicionado por todos aquellos en los que había depositado su confianza, todos a los que había jurado proteger, todos a los que había jurado servir...
—¡JiajiajiajiajiajiajiajiaJIAJIAJIAJIAJIAJIAJIA!
Las carcajadas de bijuu y jinchuuriki se fusionaron en una orquesta de demencia, retumbando por todo el despacho del Uzukage. Akame alzó la vista, y la mitad de su rostro se había visto cubierto por una capa de arena; su ojo derecho era ahora negro, con una estrella dorada en donde debía estar la pupila, y ese mismo lado de su boca manifestaba una hilera de colmillos.
—¡SOIS PUTA BASURA! ¡JIAJIAJIA! ¡HANABI-SAMA! ¿¡ERES CONSCIENTE DE QUE PODRÍA MATAROS A TODOS AHORA MISMO!? ¡JIAJIAJIA!
De repente el jōnin sacudió la cabeza con tanta violencia que parecía a punto de desencajársele, y luego otra vez, y una última que terminó por dejarle cabizbajo; como si aquello le hubiera costado un esfuerzo titánico. Realmente, así había sido. Cuando finalmente volvió a mirar a su Kage, su rostro volvía a ser el de Uchiha Akame.
—Yo sé quien soy. Y eso... Eso ni siquiera vosotros vais a poder arrebatármelo. Haced lo que tengáis que hacer.
Y así, el joven jōnin selló sus labios para no abrirlos más en aquel despacho.
Los que han tenido la mala suerte de cruzarse con un bijuu libre, pero al mismo tiempo tuvieron el milagro de sobrevivir a su encuentro, cuentan que nunca han sentido nada igual. Que más allá del peligro inminente, y la tremebunda fuerza que se les adivinaba en cada movimiento, capaces de aplastar ninjas como a hormigas, lo peor era la fuerte presión que ejercían sobre el ambiente. Contaban que el aire se volvía tan cargante y pesado, que el mero hecho de respirar costaba, como si alguien les estuviese aplastando el pecho con una gigantesca piedra de una tonelada de peso.
Los que han tenido la suerte de combatir junto a Hanabi, y los enemigos que tuvieron el milagro de sobrevivir contra él, cuentan que nunca han sentido nada igual. Que más allá del inagotable y desorbitado chakra que exhibía en cada técnica, capaz de evaporar tsunamis con una mera gotita de fuego, lo peor era la fuerte presión que ejercía sobre el ambiente. Contaban que el aire se volvía tan caliente y seco, que era como tratar de respirar con un géiser golpeándote directamente en la cara.
Luego estaban las personas que, por circunstancias, se encontraron justo en medio de estos dos huracanes. Estas personas se podían contar con los dedos de una mano, pues, por el momento, tan solo existían dos en todo Oonindo. Se llamaban Uchiha Raito y Akimichi Katsudon. Y, cuando alguien les preguntaba lo que se sentía, simplemente, no encontraban las palabras adecuadas para explicarlo.
Decir que se quedaron paralizados en el sitio era hacerles un favor a su orgullo y prestigio.
—¡¡¡Kuza!!! —rugió Hanabi, preparado para proteger a su Villa a cualquier coste.
Justo en ese momento, Akame tiró de las cadenas a fuerza de pura voluntad sellando de nuevo al monstruo en su celda. Hanabi tenía que reconocerlo, Uchiha Akame sería hasta su último día…
… un verdadero profesional.
Se oyó la puerta abrirse.
—¡Kuza, rápido! —exclamó Hanabi, sin querer correr ningún riesgo.
Una ANBU de cabellos rojos como el fuego cargó su mano con llamas moradas en cada dedo, para justo después estamparlas en el estómago del Uchiha. Akame, tras sus últimas palabras, sintió como todo se oscurecía a su alrededor…
… hasta que cayó al suelo inconsciente.
¤ Gogyō Fūin ¤ Sello de los Cinco Elementos - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Fūinjutsu 70 - Gastos: 120 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Deja inconsciente a un rival durante 5 turnos, anula su regeneración de CK hasta un contra-sellado, inhibe los poderes de un jinchuuriki - Sellos: Sello especial de la técnica (mantenido durante unos segundos) - Velocidad: Moderada - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
El usuario realiza un sello especial, tras lo que muestra la palma de la mano hacia el lado contrario de su cuerpo, sujetándose la muñeca con la otra mano. En sus dedos aparecen unas extrañas llamas moradas en las que se forman los cinco kanjis correspondientes a los cinco elementos chinos: metal (金), madera (木), agua (水), fuego (火), y tierra (土). Al estampar los cinco elementos contra la piel o la ropa de un adversario, cinco marcas de llama unidas por fórmulas de sellado aparecen en su piel, y éste se desmaya. El sello impide que el chakra del oponente funcione correctamente, así que, hasta que sea retirado, no podrá regenerar chakra a menos que esté durmiendo o descansando plácidamente. Si el sello se coloca sobre un sello de jinchuuriki previamente localizado, inhibirá los poderes de jinchuuriki de ese usuario, lo controle o no. Si el jinchuuriki establece un vínculo de amistad con el bijuu, sin embargo, es capaz de romper el sello a voluntad una vez se despierte.
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Hacía frío, más frío de lo normal. Todo estaba oscuro y la poca luz que le llegaba era de un fuego que alumbraba a lo lejos, dibujando sombras danzarinas de los barrotes que tenía al frente.
Estaba en el suelo, de rodillas. Tenía las muñecas alzadas por unos grilletes que tiraban de él hacia arriba, sujetadas por unas cadenas que se incrustaban directamente en la pared. También grilletes en los tobillos, anclados al suelo. Por su rango, Akame había visto en varias ocasiones los calabozos de la Villa. Pero aquel, sin duda, era el peor que había visto nunca. Estrecho, sin ventanas ni una mísera cama sobre la que echarse. Ni siquiera conservaba su ropa. Lo único con lo que contaba era con una camisa larga y negra y un pantalón, también negro.
Pero más le valía acostumbrarse. Porque aquella, era su nueva vida.