Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
____Que es mi barco mi tesoro, ____que es mi Dios la libertad, ____mi ley la fuerza y el viento, ____mi única patria la mar.
________Canción del pirata, José de Espronceda
Daruu dio un paso más sobre la roca.
En aquella ocasión, los vacilantes pero aventureros pasos del amejin lo habían llevado a un pequeño pueblo llamado Hiyashi, al noroeste del País del Bosque. Hiyashi era uno de los muchos asentamientos que se habían construido sobre alguna isla del lago adyacente a un emplazamiento mucho más conocido, llamado Cascadas del Mar. El porqué del nombre lo había oído en el propio pueblo, pero ahora lo estaba viendo con sus propios ojos. Y era precioso.
Dio un paso más hacia adelante en la roca.
Lo que veía ante él era la caída de litros y litros de agua en forma de una gigantesca cascada que descendía al mar. El atardecer arrancaba destellos naranjas de la superficie y de las gotas que le salpicaban en la barbilla. A este y a oeste, otras muchas más hileras de cascadas precipitaban desde el lago. ¿Cómo era aquello posible?, se preguntaba Daruu. Hasta ahora, le habían contado que nadie había encontrado una respuesta lógica. El agua caía, pero nunca se agotaba.
A la roca donde Daruu disfrutaba del ocaso se podía acceder a través de una pasarela. Le habían insistido que no se subiera a ella, que se limitara a ver el mar desde la madera. Pero él era un ninja, y gracias al chakra podía permitirse borrarse esa regla: se adhería a la roca con una fina capa de energía.
Quién le diría que estaba a punto de vivir una auténtica odisea con alguien que conocía muy bien.
Datsue se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en la barandilla de la pasarela, y suspiró. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué detenerse en su viaje? Él lo sabía muy bien, pero prefería ponerse una venda en los ojos y no admitirlo. Estaba buscando una excusa, cualquier motivo que le impidiese terminar su viaje y llegar a su destino.
Porque su destino era la Ribera del Norte. Había pasado más de un año desde su partida, y el Uchiha se había puesto melancólico. Tenía morriña. ¿Estarían bien sus padres? ¿Seguirían como siempre? ¿Le echarían de menos? Quería saberlo. Necesitaba saberlo. Mucho más de lo que jamás admitiría. Por eso, había partido desde Uzushiogakure no Sato con la idea de realizar un Henge no Jutsu una vez llegado. No quería que le reconociesen. No quería tener que dar explicaciones. Simplemente, quería verles. Ver que estaban bien.
Pero a medida que se iba acercando, mayores eran los nervios. ¿Y si no lo estaban? ¿Y si le reconocían? ¿Y si…?
Y entre más y más preguntas, Datsue tomó un desvío y acabó encontrando su excusa.
—¿Qué ven tus ojos? —preguntó, en voz alta, al chico que acababa de reconocer. No era muy difícil: aquellos ojos blancos tan característicos suyos eran inconfundibles. Estaba allí plantado, sobre una roca, contemplando una cascada que desafiaba toda lógica natural—. Los míos me muestran algo imposible.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Datsue era un muchacho de Uzushiogakure, la villa hegemónica del País del Remolino. Él y Daruu se habían conocido durante el Torneo de los Dojos, donde lucharon, y perdieron. Ambos. Porque, ¿qué es un empate sino una derrota de dos filos? Al fin y al cabo, los dos habían sido descalificados. Durante la refriega, Daruu se había tomado las cosas de forma demasiado personal. En aquél tiempo, tenía una especie de vendetta contra Uchiha Akame, y el otro era un buen amigo suyo, cosa que no dudó en aprovechar para sacar de quicio al amejin. Al final, con el único que resultó tener cuentas pendientes era consigo mismo.
Y Uchiha Datsue no era más que un pillo de Uzushiogakure con el que había tenido una buena pelea.
—Los míos tienen la mala costumbre de ver más allá de lo posible —contestó Daruu—. Pero aquí no hay truco que valga, o no he podido ver el truco. No sé cuál de las dos cosas me molesta más. —Rio, y volvió a observar el horizonte. Se sentó y flexionó una de las piernas. Apoyó el antebrazo en la rodilla—. Dos shinobi de aldeas opuestas en el continente se encuentran en el punto más alejado de cada una de ellas. Curioso, ¿no?
Datsue rio nasalmente, mientras esbozaba una pequeña sonrisa ante el primer comentario de Daruu. Se sentía extrañamente cómodo en su presencia, lo cual era curioso, porque durante un tiempo le había guardado cierto rencor. De no ser por él, el Uchiha hubiese seguido en el Torneo de los Dojos, quizá alcanzando su ansiada final. Quizá, incluso, ganándola.
A decir verdad, nunca había estado muy interesado en aquel tipo de competiciones. A él le gustaban más los juegos intelectos, en los que podías demostrar tu ingenio sin riesgo físico alguno. No obstante, en el torneo, en pleno estadio, había podido saborear algo que solo se podía degustar allí: la gloria. La ovación de cientos de personas; los vítores en su nombre; los aplausos… Todo aquello conformaba una droga casi tan adictiva como la que sentía por el dinero, y para su desgracia se le había terminado cuando se topó con Daruu como contrincante.
Nunca más la había podido probar. No a semejante magnitud.
—Pues sí que es curioso —respondió, ante la casualidad de que dos shinobis de distintas aldeas se encontrasen en un punto tan lejano—, aunque yo no diría que es algo más que simple casualidad —¿O quizá sí? Quizá era la oportunidad perfecta para… «Mi venganza»—. Nunca fui de creer en el destino, ¿sabes?
»¿Qué tal te trata la vida? Me contaron que al final te reconciliaste con Akame. —Y no era lo único que le habían contado. Cuando Datsue le había narrado a su Hermano como Ayame casi le había jodido el polvo con Aiko, éste le había revelado ni más ni menos que era la novia de Daruu. Al parecer, se lo había contado el mismo día en que habían combatido—. A la vieja usanza, ¿eh? —agregó, sin poder evitar mirarse el antebrazo. Todavía conservaba la cicatriz del sello explosivo que Akame le había pegado, cuando ellos también decidieron reconciliarse…
…pegándose de hostias.
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Daruu resopló al oír el nombre de Akame una vez más. Puede que hubiesen ajustado las cuentas, sí, pero algo en su interior se revolvía cada vez que se acordaba de él. Puede que simplemente su horrible careto deformado, de creerse mejor que los demás. Su actitud aparentemente inestable cuando estaban en el pico de la pelea... o el Genjutsu. Apretó los puños: para eso ahora estaba preparado. No volvería a suceder.
Observó con curiosidad la cicatriz de Datsue en el antebrazo cuando el muchacho dirigió toda su atención allá.
—¿Problemas en el paraíso? —rio Daruu, señalando la fea marca—. ¿Todos los Uchiha arregláis las discusiones a hostias, o es sólo cosa de Akame?
¿Problemas en el paraíso? No, había sido mucho peor que aquello. ¡Akame casi le había dejado sin brazo! Y todo por una simple confusión en una revista inocente y bienintencionada.
Resopló.
—Algo así… Digamos que se cobró su venganza por una… putadita que le hice —se encogió de hombros. Aquel incidente parecía haber ocurrido siglos atrás—. Nah, digamos que solo es cosa de Akame —rio.
»Oye, ¿conoces a Kaido y Aiko? —preguntó, interesado. A Aiko aun la había visto hacía casi dos meses, y tenía planes de volver a verla, pero de Kaido hacía tiempo que no sabía nada—. Viví un par de aventuras con ellos… ¿Qué tal les va? Hace tiempo que no sé nada de Kaido.
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—Algo así… Digamos que se cobró su venganza por una… putadita que le hice —se encogió de hombros. Daruu recordó a un Akame enfurecido agitando un panfleto de papel, y sonrió—. Nah, digamos que solo es cosa de Akame.
—Bueno, creo que puedo imaginarme qué es lo que le molestó, si mi memoria no me falla...
—Oye, ¿conoces a Kaido y Aiko? Viví un par de aventuras con ellos… ¿Qué tal les va? Hace tiempo que no sé nada de Kaido.
—¿Aiko no es la loca esa inmortal? La verdad, me produce extrema curiosidad su habilidad, a la par que me parece estúpido ir pregonándola por el Torneo de los Dojos a pleno pulmón. Digamos que sólo la conozco de vista. Sobre Kaido —dijo Daruu—... Somos amigos. Está bien, la verdad, hace poco yo también viví una aventura bastante desternillante con él. Verás, durante el Torneo...
»¡¡CUIDADO!! —alarmó, señalando detrás de Datsue. Luego, un fuerte vendaval les golpeó, y cayeron por el borde de las Cascadas del Mar, hacia el vacío infinito...
...hacia las afiladas rocas del fondo.
· · ·
—¡Ja! ¡Les he dado, Roichi, les he dado! ¡Ja! Uchiha, Hyūga... ¿de qué te sirven esos nombres cuando te tiran por un acantilado con un simple jutsu de viento? —El ninja, un uzujin exiliado, se acercó hasta el lugar donde había estado Daruu tan sólo hacía unos segundos—. ¡Buah, tío! Ya ni les veo —Contempló el caudal de las cascadas, que estallaban contra el sur de las piedras. Las olas rompían contra ellas al norte.
Su compañero se adelantó y le puso la mano en el hombro. Apretó con fuerza. Sonriente, se maravilló con la vista de aquél dulce amanecer... y de la dulce venganza.
—La de dinero que nos hicieron perder los hijos de puta en aquél combate —dijo—. ¡Un empate! ¡Qué hijos de la gran puta! Ja. Todas las apuestas a la mierda.
—Pero ahora están muertos, hermano. Nosotros estamos arruinados, sí. Pero, ¿no te sientes mejor?
—Ciertamente, Kouna, ciertamente. Pero, ¿realmente están muertos? Quiero decir... Ya los viste pelear. Parecían... hábiles.
—¿Qué persona sobreviviría a esta caída, Roichi? ¡Mírala! —Señaló hacia abajo.
Kouna asintió.
—Tienes razón. Tienes razón. ¡Vámonos, Roichi! Ya no tenemos nada que hacer aquí. ¡Ja, ja, ja! Esos hijos de puta al fin... al fin han pagado por lo que hicieron.
· · ·
Sólo recordaba haber visto una silueta, y luego un golpe tremendo en la cabeza. Si hubiera podido creer algo (porque es difícil creer algo mientras uno está inconsciente) habría creído, sin duda, que había muerto. Pero algún milagro, o algún Dios muy cruel, le había salvado la vida. Milagro porque no parecía haberse roto nada. Cruel sería dicho Dios, sin embargo, porque le dolía todo el cuerpo. Al menos eso era normal, pensó.
Lo que no era normal era todo lo demás.
Abrió los ojos y gimoteó al intentar levantarse y no poder hacerlo. Se conformó con darse la vuelta hacia donde venía la luz. Entonces su cerebro reaccionó y empezó a prestar atención al único sentido que podía decir que le funcionaba perfectamente: el oído. El sonido de las olas le envolvía, como allá arriba en el acantilado, pero ahora estaba acompañado de algo más, un crujir de la madera que, al ritmo de un péndulo, hacía ruidos como crieeeek y cro-cro-crocroc.
Después se dio cuenta de que delante de él había unas rejas. Joder, unas rejas. Crujir de la madera. Olas. Se dio cuenta de que el mundo no se movía porque estuviera mareado (que también), sino porque en realidad estaba dentro de un barco. Joder, estaba en la puta cárcel de un barco.
Intentó levantarse de golpe, pero volvió a caer irremediablemente.
—¡Ugh!
Tratar de activar el Byakugan en aquella situación sería condenarse a vomitar (aunque de todos modos el orinal que había en su celda ya le había dado ganas de hacerlo). Pero tenía que comprobar una cosa.
Delante de su celda sólo había una pared de madera con un farolillo, que se balanceaba con el vaivén del barco. Pero a ambos lados debían de haber otras celdas. Se acercó a la pared de la derecha y llamó:
Toc, toc, toc, toc.
—¿D-Datsue? P-por favor, dime que no estoy sólo aquí.
A Datsue le despertaron unos golpes en la pared de su prisión, a su izquierda.
¿Aiko una loca inmortal? Puede, pero para él era mucho más que eso. Ella era…
—¡¡CUIDADO!!
A Datsue apenas le dio tiempo a girar sobre sus talones cuando sintió un fuerte vendaval empujándole hacia atrás. La barandilla, que solía ejercer de medida de seguridad para evitar caídas tontas, resultó para él una trampa mortal, una zancadilla en su cadera, que con el tremendo impulso del viento le hizo caer hacia atrás dando vueltas y más vueltas, descontrolado, mientras se precipitaba al vacío…
• • •
Escuchó unos golpecillos a su izquierda, el sonido de alguien llamando a la puerta. No estoy, quiso decir. Se encontraba fatal. Le dolía la cabeza, especialmente en un punto concreto de la nuca, y se sentía mareado y con ganas de vomitar. Era como aquella resaca que había tenido cuando se había emborrachado por sufrir mal de amores, pero de forma mucho más exagerada. Tampoco se acordaba muy bien lo que había pasado, tal y como aquella vez.
Sabía que iba rumbo a la Ribera del Norte. Que había decidido buscarse una excusa para no llegar a su destino. Que la había encontrado, y, entonces… «¡Mierda!»
Abrió los ojos, y su cerebro embotado tardó unos segundos en comprender dónde estaba. En procesar lo que significaban aquellas rejas. Tenía palpitaciones. Fuertes, muy fuertes, y un sudor frío le empapaba la camisa. Levantarse en aquellas condiciones no era la mejor idea del mundo. Al lado de una pared, había escuchado una voz.
Arrastrándose como una serpiente herida de muerte, llegó hasta la pared de su izquierda.
—¿Daruu? —Carraspeó, aclarándose la garganta—. ¿Daruu? ¿Eres tú?
¿¡Qué coño estaba pasando!?
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Un sonido de arrastre llegó hasta sus oídos desde la habitación contigua. Una celda, rezó. Rezó que fuese otra celda, y que Datsue estuviera allí con él y no estuviera él sólo en un barco en mitad del mar de la periferia de Oonindo. En realidad, estar con alguien más en un barco en mitad del mar de la periferia de Oonindo sólo sería un poco más agradable si ese alguien fuera de otro sexo, a poder ser, y se estuviera en una isla paradisíaca, o algo así.
La débil voz de Datsue vibró a través de la madera y llegó a su propia celda. Sonrió esperanzado.
—¡Sí! ¡Sí! —dijo—. Mierda... alguien nos tiró un jutsu de Fūton, y luego caímos por el mar, y ahora... esto parece un barco. Déjame comprobarlo. —Trató de activar el Byakugan, pero descubrió una interferencia— ¡Mieeerdaaaa! —Golpeó el suelo con el puño. Y cuando sus ojos se fijaron en dicho puño, se dio cuenta.
No eran unas esposas limitadoras del chakra al uso, pero cumplían la misma función. Eran unos aros, como pulseras, firmemente atadas alrededor de sus muñecas. Los tenían.
—Mierda, tío, nos han esposado. ¿Por qué estamos encerrados? ¿Qué cojones es esto? —Sus lamentaciones preguntaban no a Datsue, sino al barco entero.
La voz de Daruu llegó hasta sus oídos con claridad. Era él, y parecía alegrarse tanto como Datsue de oír una voz amiga. O, al menos, conocida.
El amejin puso palabra a lo que el Uchiha acababa de rememorar instantes antrás. Sí, aquel súbito vendaval no había sido fruto de la madre naturaleza, y aquel dolor de cabeza tampoco provenía de una resaca. Chasqueó los dientes, mientras negaba con la cabeza. Por una vez en su vida, hubiese preferido estar equivocado.
Miró a su alrededor. ¿Un barco? Sí, quizá lo era. Quizá…
—Mierda, tío, nos han esposado.
—¿Qué? Yo no estoy… —se miró las muñecas. Activó el Sharingan y se dio cuenta de que no podía. Estaba esposado—. Oh, ¡mierda!
Era la segunda vez en su vida que le pasaba aquello. La primera vez, en las Montañas de la Tierra, cuando una banda le había encerrado en una celda junto a Koko. Aquella vez, al menos, sabía quién le había encerrado y qué quería de él. Ahora, en cambio…
—Ni puta idea, tío. Joder, ni puta idea —¿Por qué coño le tenía que pasar siempre a él? ¿Por qué?—. Será por… ¿nuestros ojos? —aventuró. ¿Habrían descubierto de algún modo que eran poseedores de Dōjutsus y querían sacar tajada?—. ¿Querrán arrancárnoslos y venderlos a algún cabrón ricachón? —preguntó, dejando volar su imaginación.
Datsue había vivido lo suficiente como para saber que aquello, por rebuscado que fuese, era posible. Se miró de nuevo las muñecas, buscando con la mirada si aquellos aros tenían alguna cerradura o mecanismo que forzar.
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Volvió a golpear el suelo, impotente. Aquella vez se hizo daño. Siseó mientras agitaba la mano en señal de dolor. En esos momentos, Daruu estaba hecho un inútil. Siempre había sido el ojo que todo lo ve, y de alguna forma el hecho de no poder ver más allá que el resto de los mortales que no eran Hyūga le convertía en un ciego. Como un atleta en los cien metros lisos con una pierna escayolada, el muchacho se sentía lesionado.
La hipótesis lanzada por Datsue le resultaba totalmente aterradora, pero tuvo que admitir que era una posibilidad difícil de descartar.
—No lo sé. El tipo del Fūton era un exiliado de Uzushiogakure —consiguió recordar, casi de milagro—. ¿Hay algún antiguo compañero tuyo que te tenga especial rencor y que creas desaparecido? ¿No? Me lo temía.
Se levantó con dificultad y se acercó a las barras de su celda. Agarrándose a ellas firmemente, pegó el cuerpo al metal como si pudiese atravesarlo, y trató de ver si había alguien en el pasillo. Se extendía hacia la izquierda lo suficiente como psra albergar otra celda, y a la derecha la vista no le llegaba.
La vista que ahora podía tener.
Datsue, en su celda, observó con detalle las pulseras que llevaban puestas. Ciertamente había una pequeña cerradura en cada una.
Daruu pateó el suelo lleno de rabia.
—¡Joder, joder, joder! —bramó—. Pues yo pienso arrancarle los ojos a bocados al que sea que nos quiera vender, ¡aunque muera en el intento!
¿Alguien de Uzu que le guardase rencor? Los había a patadas. Ahora, que además fuese exiliado era otra cosa muy distinta. Lo negó, mientras se apoyaba en una rodilla y se erguía. Por un instante, se tambaleó, y vio manchas oscuras aquí y allá. Pasado el breve momento de mareo, se estabilizó y hurgó entre sus calzoncillos.
¿Qué buscaba? La misma cosa que en las Montañas de la Tierra, cuando habían secuestrado a Koko y él trataba liberarla de las esposas. Siempre llevaba unas ganzúas por dentro de un dobladillo de sus calzones. Era una vieja tradición, pues aquel era el lugar que más posibilidades tenía de no ser cacheado. Sellarlas no era una opción, pues necesitaba chakra para liberarlas y la mayoría de las esposas de hoy en día se lo impedirían.
«Vamos, dime que no las perdí en el agua…»
—¡Shh! —dijo, cuando Daruu bramó. Quería intentar salir de allí antes de que nadie notase que se habían despertado—. Oye —murmuró—, ¿tienes unas ganzúas?
Se acercó también a las rejas, buscando la claridad proporcionada por el farolillo. «Vamos, coño… Tienen que estar aquí…»
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Datsue le mandó callar, e inmediatamente le preguntó si tenía unas ganzúas.
—¿Pero qué díces, tío? —respondió— ¿Y dónde me las guardo, eh? ¿En el dobladillo de los calzones? —¿Cómo iba a tener unas ganzúas? Les habían despojado de todo lo que tenían, ¡de todo!
Afortunadamente, no les habían quitado los calzones, y Datsue encontró las ganzúas que se había guardado. La cerradura de la puerta de la cárcel no parecía cosa complicada, pero eso sí, la de las pulseras sería un hueso duro de roer.
«¡Ajá!» Datsue agitó un puño en el aire, triunfal, cuando sintió el duro y fino tacto de las ganzúas entre sus dedos. Trató de contener su euforia, sin embargo, mientras empujaba con una uña las ganzúas por el dobladillo del calzón hasta extraerlas por un pequeño orificio, del mismo modo en que alguien intenta sacar el extremo de un cinturón de cordón que se ha metido por completo en el pantalón.
Pegó el rostro a las rejas y miró a ambos lados, por si acaso. Comprobado que no hubiese nadie, retrocedió un paso y empezó a trabajar en una de sus pulseras, pegándose a la pared que daba a la celda de Daruu.
—Daruu, esa es la mayor locura que he oído en mucho tiempo —respondió, mientras introducía la primera ganzúa en el orificio de la cerradura. Ya al verla le había parecido de las difíciles, pequeña pero matona. Ahora que se adentraba en sus entrañas, constató que si había pecado de algo, entonces era de optimista—. Avísame si viene alguien, ¿quieres? —murmuró, mientras una gota de sudor resbalaba por su frente. Intentó ayudarse de su otra mano para introducir una segunda ganzúa, pero la cerradura, por el momento, se negaba a abrirse para él—. Mierda… creo que no voy a ser capaz de abrir las jodidas pulseras, tío. Sí, tenía un par de ganzúas escondidas en el dobladillo del calzones —le informó, antes de que preguntase.
No obstante, antes de pasarse con la puerta, gastó sus últimos intentos con la pulsera. Escapar de la celda sería una buena noticia, pero teniendo en cuenta que lo más probable es que estuviesen en medio del mar, quizá junto a otro ninja, y sin poder usar chakra, la buena noticia era relativa. No, lo más urgente era quitarse aquellas malditas esposas.
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11/02/2018, 01:11 (Última modificación: 11/02/2018, 01:11 por Amedama Daruu.)
—Daruu, esa es la mayor locura que he oído en mucho tiempo —decía Datsue, y mientras tanto él escuchaba con total claridad el ruido del metal trasteando en una cerradura. Levantó una ceja, y se pegó a la pared que separaba sus dos celdas—. Avísame si viene alguien, ¿quieres?
—¿En serio tenías una ganzúa escondida en los... en serio tenías una ganzúa contigo? —se corrigió a última hora. Intentó hundir el rostro entre dos barrotes de metal y vigilar el pasillo.
—Mierda… creo que no voy a ser capaz de abrir las jodidas pulseras, tío. Sí, tenía un par de ganzúas escondidas en el dobladillo del calzones
—¡La puerta, prueba con la puerta!
Datsue no consiguió abrir la pulsera, pero un rato después de empezar a trastear con la cerradura de la celda, el esfuerzo dio finalmente sus frutos.
Daruu escuchó un trueno lejano.
—¡Rápido, podemos aprovechar el ruido de la tormenta para encontrar la llave de las pulseras sin que nos oigan! ¡Vamos, ábreme!
—¿Aaaaprovechar la tormeeeenta? Podríais gastar vuestro preciado esfuerzo en tratar de manteneros vivos, grumetillos... —Una voz les sorprendió desde la otra pared contigua a la puerta de Daruu. El muchacho ahogó un grito—. Oh, no te preocupes, chico, estoy igual de encerrado que vosotros... Esos hijos de puta me han hecho un motín.
»Decidme... después de liberaros, ¿qué haréis? ¿Acabar con toda la tripulación? Sí, muy bien... ¿Y luego qué? ¿Alguno de vosotros sabe navegar un barco?
»Claro que, si algún alma caritativa me devolviese al timón... Quizás podría ayudar. Echar una manita. O dos.
»Mi tío abuelo os habría echado sólo una. Pero la época de los piratas con pata de palo y garfio se acabó hace mucho tiempo. Bueno. A medias.