«¿Ha dicho matakuajes?». Si Daruu hubiera estado sobrio, aquella afirmación habría sido tremendamente reveladora. Pero en ese momento Daruu estaba preocupado por otras cosas, y el nivel de alcohol en vena no le dejaba concentrarse en aquellos asuntos menores.

Porque cuatro Datsues corrían hacia él, buscando placarle.

—OooooOoooOo. El bunchín sin chellos. Com s'esperava de un malparit Ushija —balbuceó—. En ixe cas... ¡Hakkechō Caitén!

Daruu intentó dar vueltas. Consiguió dar una, pero tropezó y cayó al suelo de espaldas. No obstante consiguió que Datsue tropezara con sus piernas y pasara por encima de él volando, cayendo unos metros atrás.

Se reincorporó como pudo, dándose la vuelta.

—Fua nen, mare meua. Qué fostión.

—¡Yaaiiiiiiiii! —chilló, mientras salía catapultado por los aires y se estrellaba con dureza en el suelo. El golpe, sin embargo, no fue lo peor, sino las súbitas ganas de vomitar que le entraron al darle un vuelco el estómago. Con visibles arcadas, tuvo que hacer acopio de toda su energía para no echar todo el alcohol por los suelos—. Puta merda…

Ayudándose con las manos, logró medio levantarse, con la espalda muy encorvada y pasos vacilantes. El mundo no paraba de dar vueltas a su alrededor, intentando tirarle nuevamente al suelo. No iba a permitirlo. Al frente, Daruu le sonreía. Se burlaba.

Entonces lo comprendió.

—¿Un flenshutsu, huh? —Se carcajeó. Ya había que tener mala suerte, para ejecutar una potente ilusión a alguien inmune a ellas—. ¡Ha chejado o momento, Darruu! ¡De que vexas o maior secjeto do noso cjlan! —Un brillo rojizo iluminó su mirada—. ¡Manflushu Flashingan! —El Mangekyō Sharingan del que tanto le había hablado su Hermano. Nunca lo había despertado, y nunca creía llegar a hacerlo… hasta aquel momento. Un momento de clarividencia absoluta, en el que supo, por una intuición que solo el alcohol podía dar, que lo lograría—. ¡Qué ven teus ollos agora, ¿huh?!

En honor a la verdad, y si la vista de Daruu no estuviese también embriagada por el alcohol, tan solo vería… un Sharingan normal y corriente. Datsue, no obstante, sentía el poder borboteando en cada poro de su piel.

—¡Polas trescentas pares de tetas as que vilmente mansishaste! —anunció, como el juez al reo—. ¡Io, Uchiya Datshue ó Intjépido, condénoche ao yugo…

Datsue corrió —de forma torpe— hacia él, y estiró un brazo hacia atrás.

»… ¡do meu puño! —exclamó, lanzando un sendo puñetazo a una parte nada clara de la figura borrosa en la que se había convertido Daruu.

A esas alturas, Daruu y Datsue se habían dejado de entender. Al menos, habían dejado de entenderse en oonindés. Ahora hablaban un lenguaje más primitivo, un lenguaje que precedía incluso al propio ser humano. ¿Sabéis de qué lenguaje os estoy hablando, verdad? Exacto. El lenguaje de las hostias.

Datsue echó de nuevo a correr hacia Daruu, puño en ristre. Daruu hizo lo mismo.

—¡Fill de putaaaaaaaa!

El alcohol no es muy amigo de la medición de distancias. Datsue y Daruu creyeron encontrarse más lejos de lo que de verdad se encontraban. De modo que sus cabezas chocaron como dos cocos, produciendo un sonido hueco y tumbándoles en el suelo.

—Ay, ay, ay, ay...

»Oye, ey. EEEEEEEy, tío. Oye, esperra un momentio —balbuceó Daruu—. Eshto parece la eshcena cómica de una película tío. ¿No habiash intentado desir algo antesh de una pe-película? Erda aljo malo. Eshtoy zeguro.

Cuando se quiso dar cuenta, estaba revolviéndose en el suelo, con un enorme chichón en la cabeza y de nuevo ese malestar en el estómago. Se arrastró, como una serpiente agonizando, hacia un lateral de la cueva, y se quedó allí tumbado, con la espalda apoyada contra el muro y sin querer moverse más.

—Merda, merda, merda, merda. No, no, no, no, no —se decía una y otra vez, con las manos envolviendo su estómago. Y es que Datsue, en un momento de clarividencia, estaba adivinando lo que iba a ocurrirle: una resaca antológica—. No, tío, no…

Daruu mientras, al otro lado, decía algo sobre películas.

—Shi… —¿Qué si recordaba su comentario? ¡Pues claro! ¡Él no era ningún borracho olvidadizo!—. Shi eshto fora unha película, Daruu… Ajora aparecería el malo y… nosh apalizaría y ghobaría los jyos. Lo llaman… —Datsue cerró los ojos con fuerza—. Lo llaman… —¿Cómo demonios lo llamaban?—. Lo llaman…

»Shiro da torca. —O algo parecido—. Pero io lo iamo Kusayazo. ¡Porque hay que ser —en medio de la exclamación Datsue ya se estaba descojonando vivo— muy kuzajeño para no verlo venir!

Y, cuando logró balbucear sus últimas palabras, sus carcajadas fueron en aumento, resonando por toda la cueva en un eco.

Daruu se arrastró lentamente hasta la pared en la que estaba apoyando Datsue e hizo lo propio. Charlando distraidamente, casi habían olvidado que se estaban pegando. Aunque había que reconocer que, distorsionado y con náuseas, el lenguaje de las hostias había sido bastante más fácil de entender.

—Shi… Shi eshto fora unha película, Daruu… Ajora aparecería el malo y… nosh apalizaría y ghobaría los jyos. Lo llaman… Lo llaman… Lo llaman… Shiro da torca. Pero io lo iamo Kusayazo. ¡Porque hay que ser muy kuzajeño para no verlo venir!

Daruu rio a lágrima viva, rio como no había reído jamás. En un alarde de compañerismo, el muchacho pasó el brazo por detrás del hombro de Datsue.

—Shí eh... Habría que sher... HIP, muy kuzajeño. Eshto, por shierto, ¿no cresh que deberíamosh haber guardado la balleshta cerca? Por shi acasho nada másh.

—Tiene gracia, ¿eh, hijos de la gran puta? El kusareño ha encontrado la ballesta.

—¡AAAAAAAH!

Allí estaba, a tres metros de ellos. Un desaliñado y sangriento Capitán que, ahora, no empuñaba sólo una ballesta sino dos. Y les apuntaba directamente.

—Hijos de puta, os habéis bebido el único tesoro que quedaba. Espero que os siente como el culo antes de que el virote os atraviese el gaznate.

—Primero tendrásh que vencher a nuestro gran chutsu combinado.

—¿Qué jutsu combinado?

—EL QGUÉ TENJO AQUI JOLGADO, JAJAJAJA.

—Morid. —El Capitán entrecerró los ojos y accionó el gatillo de las ballestas.

—Tiene gracia, ¿eh, hijos de la gran puta? El kusareño ha encontrado la ballesta.

—¡AAAAAAAH!

—¡UOAAAAAAAAA! —chilló, todavía más alto y más fuerte, como si aquello fuese una competición. Y dígase una cosa de Uchiha Datsue: asustándose, es un ganador nato.

Cabe decir que había razones de sobras para hacerlo. El muerto se había levantado de su letargo, como el villano de una macabra película de terror, y les apuntaba ahora no con una sino dos ballestas. El alcohol que fluía por sus venas, sin embargo, le hacían tomar aquella situación con más tranquilidad de la que debería. Aunque, estaba a punto de comprobar, no tanto como su colega de profesión.

—Hijos de puta, os habéis bebido el único tesoro que quedaba. Espero que os siente como el culo antes de que el virote os atraviese el gaznate.

—Primero tendrásh que vencher a nuestro gran chutsu combinado.

—¿Qué jutsu combinado?

Datsue también le miró, bizqueando ligeramente para cuadrar la doble imagen que tenía ante sus ojos. ¿A qué se refería con…?

—EL QGUÉ TENJO AQUI JOLGADO, JAJAJAJA.

Quiso reír. Quiso reír a carcajada limpia y desgañitarse por el resto del día. Por desgracia, la risa que afloraba en su estómago murió en su garganta, justo al oír característico sonido del resorte de la ballesta soltándose, acompañado de unas funestas palabras:

—Morid.

Tal y como se encontraba, Datsue apenas pudo hacer otra cosa que cubrirse el rostro con los antebrazos en cruz y engruñarse como un bebé asustado mientras se medio tiraba a un lado, gruñendo. ¿Sería aquel su final? ¿Moriría en una isla perdida en el olvido por un tesoro que había resultado ser una…?

¿… botella?

—Morid.

«¡Datsue, hash aljho!», pensó Daruu, pero por el rabillo del ojo vio como el Uchiha sólo cruzaba los brazos por delante de su cuerpo. «Mieda, miedsha, FAMOS A MODIR.»

—¡UAAAAAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUUU! —gritó Daruu, asustado, y dio un zapatazo en el suelo. La única técnica que podía hacer borracho. Soltar una cantidad enorme de chakra, a pelo, sin filtros. Patapúm.

PATAPLASCA.

Un enorme géiser de agua estalló justo debajo del trío de ninjas, rompiendo el techo de la cueva y haciéndolos volar entre decenas de escombros. El propio Daruu se sorprendió por la fuerza de la técnica. Más tarde quiso creer que el alcohol había desinhibido... sus límites.

Lo que pasa es que ahora había gastado casi todo el chakra de golpe. Y eso era malo.

Pero eh, el agua estaba tan helada que les había espabilado de una. Y eso era bueno.

En el aire, el Capitán había cogido una ballesta. Eso, definitivamente, era malo.

Pero la otra estaba justo al alcance de Datsue.

Y eso era...

… definitivamente un peligro. Y más con el alcohol que llevaba encima.

Lo bueno era que el estallido del geiser le había despertado. La misma técnica que meses atrás, en el torneo, le había dejado en la lona, ahora le sacaba de su borrachera y ponía lúcido. Lúcidamente dolorido, pero lúcido al fin y al cabo. A su lado, saliendo despedido por el aire al igual que él, el arma que podía poner punto y final al problemático Capitán.

Matar o morir: nunca una decisión había sido tan sencilla.

El futuro jōnin de Uzushiogakure no Sato estiró un brazo mientras hacía extraños malabares en el aire —básicamente sacudir las piernas como un pollo sin cabeza— para cogerla. Su cuerpo, en horizontal; su mano, apuntando con la ballesta al que amenazaba con ser su verdugo. Justo al pecho, sin tratar de apuntar a la cabeza. Suficiente era encontrarse los dos volando en el aire como para aún por encima complicarse más la vida. Sin siquiera pensarlo, su dedo apretó el rígido gatillo. Se oyó el característico chasquido. La cuerda del arco, liberada de forma súbita de su tensión. El virote, emitiendo un funesto silbido en el aire.

Y entonces, silencio...

—¡Dale, por Amenokami, DALEEE! —rezaba Daruu, que presenciaba la escena a cámara lenta. El Capitán apuntaba a Datsue, Datsue apuntaba al Capitán. Aquello parecía el clímax de una de esas películas de las que había hablado el uzujin.

Llegaron los chasquidos de las dos armas. Los virotes volaron en el aire.

El virote de Datsue acertó al Capitán en el pecho, arrojándolo hacia atrás con fuerza, y matándolo en el acto.

El virote del Capitán silbó en el aire y rozó la mejilla del Uchiha. Un tiro más ambicioso, el del Capitán, y por ello con más riesgo de error. Se había salvado casi literalmente por los pelos.

Los genin cayeron sobre el frío y humedo suelo de la caverna. Frío y húmedo, pero sobretodo, duro. Duro de cojones.

—¡¡Ugh!! —Daruu rebotó y sintió un latigazo que le recorrió todo el costado y le cargó, sobretodo, en el hombro—. Ay, au, auf...

A Datsue se le erizó todo el vello cuando sintió una ráfaga de aire acariciando su mejilla. Más que eso, había sido un virote, que por un momento había creído que iba a darle entre ceja y ceja. Semanas más tarde, cuando Datsue se jactase de aquella aventura, narraría cómo de pronto se le había parado el tiempo. Cómo había visto su vida pasar entre diapositivas. Cómo, sabiendo que aún le quedaban muchas cosas por hacer, había girado la cabeza justo en el momento clave.

Pero quién conociese bien a Datsue, sabría que aquello no eran más que fábulas. No, lo cierto era que no le había pasado como en las películas. Ni rememoró su vida, ni se le detuvo el tiempo por un instante. Tan solo sintió una fuerte presión en el pecho, seguidas de unas nauseabundas ganas de vomitar. Luego, la caída. Los pies del Uchiha resbalaron en el aterrizaje, haciendo que la mayor parte del peso cayesen en su culo.

—¡AAUUUUUUUHH! —aulló, como un lobo herido. El golpetazo le había hecho vibrar toda la espina dorsal, y más que el culo, sintió un fuerte dolo en la cadera. Tirado en el suelo y dolorido, llevándose una mano a la baja espalda, el Uchiha tan solo alcanzó a farfullar:—. ¿Está… muerto? ¡Daruu, por los Dioses —exclamó con ansiedad—, ¿está muerto?

Creía haber acertado de pleno, pero todavía estaban pagando las consecuencias por no haberse asegurado la última vez.

Esta vez, Daruu no se permitió la imprudencia de no comprobar, exactamente, si aquél hijoputa estaba muerto, cosa que le falicitaría el Byakugan. El tipo no se encontraba con ellos de nuevo en la caverna, por lo que probablemente su cuerpo estuviera en la cima de aquella colina. El muchacho, mareado por el dolor del costado y de la resaca, activó su doujutsu, y encuadró al Capitán con dificultades. Su chakra titiló de forma tenue un último segundo antes de apagarse por completo.

—Está muerto al fin... —murmuró—. Joder, Datsue, joder, menuda aventura nos hemos dado, ¿eh? —rio por no llorar—. Si tan sólo el tesoro hubiera sido de verdad, al menos habría valido la pena.

Trató de levantarse, pero no lo consiguió, de modo que se arrastró como un gusano hasta la pared más cercana y se apoyó en ella. Dejó escapar un largo suspiro.

—En cuanto se me pase esta mierda de dolor de cabeza, nos piramos de aquí. Aunque... no estaría mal cenar algo. —Su tripa rugió como un tigre hambriento—. Me cago en todo, seguro que aquí sólo hay frutas peludas.

Daruu tenía más razón que un santo. Si en aquel cofre hubiese estado un tesoro de verdad… el precio que finalmente tuvieron que pagar por él hubiese merecido la pena. Con creces. Al fin y al cabo, ¿qué era un fuerte dolor de espalda, una resaca y la vida de un ribereño del Sur comparado con una fortuna?

«Nada. Absolutamente nada».

—Al menos nos queda una divertida anécdota que contar —respondió, tratando de pensar en positivo. Le estaba costando más de lo normal, cosa que ya era mucho decir—. Y un principio de… —¿Amistad? Después de lo que le había sellado a Daruu, no tuvo corazón para terminar la frase.

Había traiciones y traiciones.

Cuando Daruu aseguró que se irían cuando se le pasase el dolor de cabeza, el Uchiha no pudo estar más que de acuerdo. También con que les vendría de lujo una buena cena, y más después de la borrachera que se habían pillado.

—Joder, y tanto —masculló, todavía tirado en el empapado suelo. A cada minuto que pasaba, más le dolía la parte baja de la espalda. Concretamente, creía que se trataba del coxis. Un dolor que le atenazaba la espalda y convertía cualquier movimiento en una auténtica mortificación—. Igual hay algún bichejo por ahí… Pero claro, cómo para ponerse a cazar ahora. Yo estoy molido.

«¿Divertida? Pregúntaselo a mi hombro derecho. Ese se lo está pasando en grande», pensó Daruu con la mordacidad de un perro rabioso. «No debí hacerte caso...»

Algún día, Daruu descubriría que ni siquiera debió acercarse a más de diez metros de Uchiha Datsue, al menos si no era para hundirle un kunai hasta el fondo del esófago. Pero por lo pronto, lo cierto es que sólo sentía la rabia que habitualmente podría sentir si el que los hubiera metido en ese apuro fuera, por ejemplo, Kaido, un compañero con quien también había tenido su buena ración de aventuras locas.

—Igual hay algún bichejo por ahí… Pero claro, cómo para ponerse a cazar ahora. Yo estoy molido.

Daruu chasqueó la lengua.

—Datsue, te voy a ser sincero —dijo—. Si no como algo, los pájaros podrían deshacerse en pleno vuelo, y yo no tengo ganas de caer al mar por tercera vez en una semana. —Hizo un esfuerzo tremendo y consiguió levantarse. Se balanceó hacia adelante y hacia atrás, a punto de caerse, pero se mantuvo de pie. Extendió una mano a Datsue, y apoyó la otra en las rocas—. ¿Y tú?

—Datsue, te voy a ser sincero.

No supo por qué, pero a Datsue se le puso la piel de gallina. La sinceridad, como las mejores cosas, era mejor repartirlas en pequeñas dosis. No fuese uno a empacharse.

—Si no como algo, los pájaros podrían deshacerse en pleno vuelo, y yo no tengo ganas de caer al mar por tercera vez en una semana. ¿Y tú? —preguntó, tras levantarse con esfuerzo y ofrecerle una mano para ayudarle a levantarse.

Datsue la aceptó, y tuvo que ayudarse de ella más de lo que hubiese querido para lograr erguirse. El dolor que sentía en la parte baja de la espalda era tremendo, obligándole a mantenerse tieso y no doblarla.

—Ni hace falta que lo preguntes, compañero de aventuras, ni hace falta que lo preguntes. —Datsue frunció el ceño, y entonces se le iluminó la mirada. Una idea maravillosa acababa de cruzar su mente—. Quizá solo haya cocos en esta isla… pero seguimos teniendo el mar, ¿no? —dijo, como si aquello fuese la solución a todos sus problemas—. Seguro que la costa de la isla está plagada de peces, joder. ¡Malo será que no podamos pescar un par!

Daruu tiró de Datsue con todas sus fuerzas y ambos consiguieron estar de pie, finalmente. Daruu caminó lentamente hacia la entrada de la cueva. Se quedó en el umbral, contemplando el bosque de extraños árboles que tenía delante de sí. «Aquí tiene que haber algún bicho al que podamos dar caza... Usaremos el Byakugan y el Sharingan para ver su chakra y encontrarlos y...»

—...plagada de peces, joder... pescar... peces... blabla PECES. —Las palabras de Datsue resonaron en su cabeza como si las hubiera gritado en un valle entre dos montañas.

Daruu giró la cabeza lentamente. El cuerpo iba con retraso, como si hubiera alguien que lo estuviera sujetando. El amejin tenía una expresión vacía en el rostro. Miraba a Datsue, pero veía más allá. Y no tenía el Byakugan activo, lo cual ya era decir mucho.

—Jabalíes —dijo, confiado—. O serpientes, o alguna rata, que dicen que sabe a pollo. Seguro que encontramos algo. —Volvió a mirar hacia el infinito de la isla—. Entre tanto verde, seguro que hay algo con pelo, rechoncho y que se pueda comer, ¿no?

Levantó el brazo con el pulgar de la mano levantado, todavía de espaldas a él.

—Y si no, correré el riesgo. Seguro que los pájaros aguantan.

»¿Así que se llaman cocos?