Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
12/09/2018, 21:33 (Última modificación: 12/09/2018, 23:58 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
La mañana recién abría. El sol se había impuesto, alumbrando desde el horizonte. Los gallos —esos grandes hijos de perra— comenzaban a cacarear como si no hubiese un mañana, y entre tanto, los Inuzuka ya andaban haciendo flexiones. Si, así es, llevaban ya un par de horas despiertos, y metidos de lleno en la nueva rutina de entrenamiento intensivo.
—...mil uno, mil dos, mil tres, mil cuatro, mil cinco...
La serie de flexiones seguía como si no hubiese final. De hecho, estaba pensado para que descansaran al encontrar el fallo muscular. El final era el mismo que el de las fuerzas de ambos Inuzuka. Continuaron por unas cuantas mas, pero en cierto momento las puertas del dojo se abrieron. Tras el umbral de la misma, el abuelo.
—Ya ha amanecido, ¡deberías estar ya en el edificio del Morikage! —sentenció.
Etsu y Akane saltaron como un resorte, y rápidamente corrieron hacia la salida. No tenían tiempo que perder, ya habían perdido tiempo de sobra. Corrieron como alma que lleva el diablo, pulmón en mano, hasta que llegaron al edificio del anciano. Pararon la carrera de manera tosca y brusca, y no tuvieron mas opción que tomar un poco de aire. Realmente ambos estaban agotados.
—Uff.... vaya... —se quejó entre exaltadas respiraciones —éste ritmo de... entrenamiento... me va a matar...
Sonrió, como si no lo hubiese dicho en serio. Tomó una potente bocanada de aire, y calmó un poco la respiración. Al menos lo intentó. Tras ello, caminó hacia la estancia principal, la recepción. Pequeños farolillos adornaban la estancia que casi se componía íntegramente de bambú y madera, dando una intensa claridad al lugar.
Sin demora, Etsu y Akane se dirigieron hacia la pieza de madera que conformaba el mostrador. Paso calmado, cabeza alzada, y con algo de nervios...
—Buenos días... veníamos a solicitar una misión para 2 genins —anunció por fin, tras aclarar lo que tenía que decir.
12/09/2018, 23:55 (Última modificación: 12/09/2018, 23:57 por Tsukiyama Daigo. Editado 1 vez en total.)
Daigo se había levantado aquella mañana sintiéndose diferente. Quizá no my distinto a como se sentía ayer, o el día anterior, pero definitivamente algo había cambiado en él en el transcurso de estos meses.
«Tres meses han pasado ya...»
Sí, tres meses desde el incidente de los exámenes chuunin. Aquel día la paz de Shiona llegó a su fin y la tensión entre las aldeas no hizo más que aumentar, pero todo aquello también había dotado a Daigo de una ambición. Tenía que devolver un día a Ōnindo una paz incluso mayor de la que una vez disfrutó. Así nadie debería vivir preocupado, así nadie deberia pelear, así nadie debería sufrir.
Por eso aquella mañana el peliverde se dirigía a solicitar una misión. Si quería llegar algún día a ser lo suficientemente influyente para devolver la paz a Ōnindo tenía que empezar desde lo más bajo y tenía que hacerlo antes de que sucediera alguna locura.
Fue justo antes de que él mismo entrara al edifico del Morikage que se encontró con los hermanos Inuzuka dirigiéndose probablemente a pedir una misión.
Daigo se acercó a recepción pocos pasos detrás de los Inuzuka.
—Buenos días... veníamos a solicitar una misión para 2 genins
Daigo había pensado en quedarse detrás de Etsu y Akane para pedir su misión tras ellos, pero algo lo impulsó a dar un par de pasos al frente y colocarse junto a Etsu.
—Buenos días —saludó tanto a los hermanos como al encargado con una sonrisa amistosa—, ¿Qué tal si lo hacemos tres genin?
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Cuando Etsu se acercó al mostrador, vio ante sí una figura imponente. Incluso sentado, le miraba desde lo alto. Era enorme, tan enorme que, cuando se levantó, el elevado techo del edificio parecía de pronto bajo. Tenía una melena canosa y larga, tan solo comparable a su barba, tan basta y frondosa que le llegaba hasta el pecho. Tenía troncos por brazos y una caja torácica que amenazaba con despedazar el chaleco jounin que le cubría cada vez que tomaba aire. Sin duda alguna, le habían dado la talla XXL, y aún así se habían quedado cortos.
Las múltiples cicatrices que rasgaban su piel denotaban que su aspecto no solo era de adorno. Le había dado uso en batalla, y de ahí su apodo: Shiten el Acaparador. Pero esa, era otra historia.
—¡Etsu-kun! ¡Justo había mandado a alguien a por ti! —confesó, justo cuando Daigo hizo acto de aparición—. ¡Daigo-kun! Sí, tú también. ¡Perfecto, justo a tiempo! —Rodeó el mostrador con un rollo de pergamino en una de sus zarpas de oso que tenía por mano. Con la otra, palmeó delicadamente a su Genin. Daigo sintió como si le hubiesen dado un martillazo en plena espalda, que hasta por un momento le cortó la respiración—. ¡Maldita sea, Daigo, te dije la última vez que tenías que ponerte en forma! —criticó—. ¡Vamos, dejad de vaguear! ¡No hay tiempo que perder! —rodeó a Etsu por los hombros y caminó junto a ellos hasta la entrada. Ambos sintieron que les llevaban en volandas, y que ofrecer resistencia a semejante fuerza era como intentar mover una montaña. Sin exagerar—. ¡Aquí tenéis la misión!
Al llegar a la entrada, Shiten les entregó un pergamino con la C estampada en el sello.
—¡El cliente os espera en las puertas de la Villa! ¡Vamos, cada segundo malgastado es un kilómetro más lejos de vuestro objetivo! ¡Ya la leeréis por el camino! —Y, con un empujón apremiante, que casi los envía volando a la mismísima entrada de la Villa, se despidió.
Misión rango C. Con patas y a lo loco
Solicitante: Shakkin Lugar: Bosque de Hongos Una panda de maleantes, con los que Shakkin había tenido alguna disputa, secuestraron a su hija como venganza. El cliente sospecha que se la llevan a la Villa de las Aguas Termales para venderla a un proxeneta. Llevan al menos un día de ventaja, y el objetivo es rescatarla antes de que lleguen a su destino.
Datsue al habla. Tomo esta misión con uno de mis huecos de Narrador.
El hombre que le atendió —Shitén—, era mas grande que un toro sentado, más que un oso sentado, más que una ballena sentada... en fin, ya saben. Mas grande que algo sentado, eso seguro. Era una mole, una montaña, un titán aburrido de combatir contra los dioses y que había decidido dedicarse a trámites burocráticos. Al menos eso parecía.
Saludó a Etsu como si lo conociese de toda la vida, y eso que el Inuzuka lo conocía bien poco. Pero bueno, quizás era su forma de ser. Antes de que el chico pudiese soltar prenda, apareció a su lado Daigo. El peliverde lanzó los buenos días, y propuso que en vez de hacer la misión 2 genin fuesen 3. El gigante, que había revelado que recién había mandado a alguien en búsca del Inuzuka, agregó al carro a Daigo. «Mola, una misión con Daigo... estará bien.»
La mole dio una palmada en la espalda al peliverde, y casi lo desmonta. Sin demora, pasó el brazo sobre Etsu, y Akane aprovechó que no tenía un tercer brazo para escabullirse un poco, ganando la distancia con el mismo. EL hombre, que tenía un pergamino en su zarpa, avanzó con los chicos hacia la entrada. Ni aunque quisiesen hubiesen podido evitarlo. Ni las horas de musculación y dieta de Etsu lo iban a lograr. El hombre era gigantesco, y realmente fuerte.
«La madre que lo trajo... ¡qué bestia!»
Inquirió que no había tiempo que perder, que dejasen de vaguear. Regaló el pergamino, pero no dejó tiempo a que éstos le echasen un ojo siquiera. Los voló a la puta, no demasiado fuerte. Pero sí, básicamente los echó a volar para que saliesen corriendo hacia la entrada de la villa. Al parecer, corría prisa, y debían aventurarse de inmediato.
—¡A la orden! —confirmó Etsu, que no daba fe a que nuevamente tuviese que salir corriendo.
Pero bueno, no quedaba otra. Por mucho que le desagradase la idea, peor era perder esos kilómetros hacia su objetivo que sugería el jounin. Apretó los puños, y buscó con la mirada a Daigo.
—¡Vamos!
Como alma que lleva el diablo, el joven salió corriendo hacia la entrada de la villa, sin titubeos. Obviamente, Akane hizo lo mismo, sin rechistar. Etsu sabía que Daigo no era realmente bueno corriendo, así pues, intentaría mantener un ritmo asequible para él. Rápido, pero no demasiado.
Cuando Daigo vio venir el maldito martillo que tenía su senpai por mano, apenas le dio tiempo de despedirse de todo lo que conocía y aceptar que ese iba a ser el fin de sus días. Ya había visto lo que había hecho uno de esos golpecitos en Juro prefería no imaginar que pasaría si recibiera uno de esos.
El delicado palmeo de su senpai impactó en la espalda del peliverde con la potencia de 20 de sus mejores puñetazos, provocando que casi se cayera de bruces en el suelo.
Shiten tenía razón, Daigo no parecía mucho más fuerte que la última vez que se vieron.
—Jaja... estoy en ello, Shiten-senpai...
Antes de que el peliverde pudiera terminar de recuperarse, aquel gigante ya los había llevado hasta la entrada del edifico con la misma facilidad con la que un titán movería unos muñecos de trapo.
Luego de que Daigo tomara el pergamino e informarles que debían dirigirse a la entrada de la villa lo antes posible, los chicos fueron impulsados varios metros lejos de donde se encontraban para poder dar por empezada su misión.
—¡Vamos!
—¡Sí
Sin más dilación el grupo de genin echó a correr hacia su destino, aunque probablemente no tardarían mucho en llegar, pues Shiten que siempre era tan atento ya se había encargado de ahorrarles casi medio camino.
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Etsu y Daigo corrieron por las calles de su Villa como uzujines persiguiendo a un jinchūriki ajeno. A veces, saltando de tejado en tejado o de árbol en árbol para atajar. Quince minutos más tarde, y ya con el sudor perlándoles la frente, llegaron a las puertas de Kusagakure. Tras enseñar el pergamino al guardia, cruzaron el gran puente que salvaba la enorme zanja de más de cien metros que rodeaba la aldea.
Fue allí cuando lo vieron. Justo al final del puente.
—¿¡Los ninjas que contraté!? —preguntó el hombre nada más verlos, impaciente—. ¡Soy Shakkin!
Era alto y flacucho, de gafas redondas y pelo largo recogido en una coleta. Se le apreciaban las entradas, tenía patillas anchas y largas y la cara huesuda. Lo que más destacaba, sin embargo, era el moretón en su ojo derecho, así como su labio superior hinchado. Alguien le había pegado, y no había sido hace mucho.
A su lado, un caballo negro, que movía la cabeza, incómodo, ante el firme agarre de las riendas que ejercía el hombre.
Decididos, los dos chicos y medio salieron a toda mecha. Vallas, biombos, cubos de basura, personas, casas... nada de lo que se pudieron encontrar por el camino fue obstáculo suficiente para éstos rayos verdes. Fugaces se deslizaron a través de ellos, y marcaron la velocidad para llegar a la salida de la villa en un tiempo record, al menos para ellos. Con un pulmón en una mano, y el pergamino en la otra, salieron de la misma —no sin antes mostrar el pergamino a la guardia de la puerta— dirección in-concreta.
«¿Ahora dónde?»
Pero no tuvo que darle demasiadas vueltas al asunto, al final del puente casi, un hombre delgaducho acompañado de un caballo llamó la atención de ambos genin. El hombre mencionó que se trataba de los ninjas que había contratado, y casi de inmediato se presentó.
Etsu se tomó algo mas de tiempo, antes se atrevió a respirar un poco. Una calada de aire, una mas tranquila, y una última aún mas relajada si es que cabe —encantado de conocerle, Shakkin. Mi nombre es Inuzuka Etsu, y éste es Inuzuka Akane —se presentó, al igual que a su hermano con un gesto.
Daigo era capaz de presentarse solo, al menos en mejor condición que Akane.
Los genin corrieron y saltaron dando largas zancadas a lo largo de la aldea hasta que finalmente llegaron a sus puertas. Allí Daigo agradeció los segundos de descanso y aprovechó para leer el pergamino luego de que el guardia le dejara paso, dejando que Etsu se adelantara un poco.
«Dios...»
Una sensación de preocupación y emoción recorrió su cuerpo enseguida. Por un lado había alguien en peligro, pero por otro lado podrían ayudarla... demonios, ahora estaba nervioso.
Se apresuró en seguir a su compañero hasta pillarle el ritmo, pero ahora se notaba algo diferente, pues en su rostro se mostraba una sonrisa.
No se trataba para nada de una sonrisa ni mucho menos, tampoco sonreía por emoción, más bien se trataba de una sonrisa cargada de nervios, pero a su vez era lo que le ayudaba a mantener la calma, a autoconvencerse de que podrían hacerlo bien.
Ahora la seguridad de una persona estaba en juego, debían hacerlo bien.
En cuanto se encontraron con Shakkin, su cliente, ambos chicos pudieron comprobar enseguida que su rostro había pasado por tiempos mejores.
Daigo no se molestó en preguntar en aquel instante, aunque le preocupaba el estado de aquel hombre, sabía que probablemente él se preocupaba más por su hija. Preguntarle por sus heridas no era la pregunta más adecuada.
Luego de las presentaciones y de que Etsu se disculpara por los tres, Daigo le tendió el pergamino a su compañero sin girarse mientras se dirigía a Shakkin.
—Yo soy Tsukiyama Daigo, encantado —se presentó, sonriendo con amabilidad—, ¿tiene algún plan, algo en concreto que debamos saber antes de empezar?
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Shakkin correspondió la presentación y el saludo de ambos shinobis con brevedad e impaciencia.
—Encantado, encantado —dijo rápidamente, para luego mirar con ojos desorbitados al recién presentado Daigo—. ¿Un plan? Pues espero que lo tengáis vosotros, ¡que para algo os pago! —exclamó arisco. Quizá demasiado borde. Seguramente—. Lo… Lo siento —dijo al darse cuenta—. Se han llevado a mi hija y…
Le temblaban los labios y parecía a punto de ponerse a llorar. Se recompuso. Inspiró aire y se obligó a ser fuerte.
—Me dijeron que entregase esto al rastreador. Imagino que será usted —dijo a Etsu, sacando de su mochila una camisa blanca que procedió a entregarle—. Es de ella… Me dijeron que ayudaría.
Nada más Etsu aceptar la prenda, se montaría en el caballo.
—Vamos, ¡no hay tiempo que perder! —El caballo empezó a dar vueltas sobre sí mismo, nervioso. Le costó unos largos segundos enderezarlo en la dirección que quería con las riendas, y pese a que le espoleó, al final tuvo que darle una cachetada en el trasero para lograr que arrancase a galopar—. ¡Responderé a vuestras preguntas por el camino!
Poco después de Etsu y Akane, llegó Daigo. Se había entretenido un poco por alguna razón, quizás incluso había leído el pergamino. Sin embargo, el Inuzuka no había caído en cuenta, dado que lo más importante en ese momento había sido alcanzar al objetivo, ante el cuál por fin estaban. El hombre comentó que igualmente estaba encantado de conocerlos, con aparentes prisas.
Entre tanto, Daigo entregó al Inuzuka el pergamino. Éste lo tomó, y comenzó a leerlo para sí en lo que Daigo preguntaba si éste tenía un plan o alguna idea de qué hacer. Aparentemente nervioso, y casi ofuscado, el hombre contestó que eran ellos los que habían de tener un plan. Para eso les pagaba. Razón no les faltaba, pero hasta el momento tan solo tenían la poca información de que tenían que reunirse con él... era ahora que podían comprender un poco mejor las cosas, leyendo al fin el contenido de la misión.
El hombre no tardó en retractarse, pidiendo perdón por su comportamiento. Habían secuestrado a su hija, y aunque una excusa es una excusa, era normal que se encontrase tan nervioso e iracundo. Los labios le temblaban, al igual que las piernas.
—Tranquilo, le ayudaremos a recuperar a su hija —afirmó mas que convencido el Inuzuka, tras lo cuál guardó el pergamino en el portaobjetos.
Shakkin buscó por un momento entre sus pertenencias, y sacó de una mochila una camiseta blanca. Sin demora, anunció que le dijeron de entregar esa prenda al rastreador, el cuál asumió que era Etsu. Comentó que se trataba de una prenda de su hija, y que le habían dicho que sería de ayuda.
Etsu se adelantó hasta poder alcanzar la prenda, y la agarró con su diestra —si, con ésto será suficiente para oler su rastro. Le informaron bien de los Inuzuka.
El hombre no perdió tiempo, y montó sobre su caballo. Inquirió que no había tiempo que perder, que debían salir lo antes posible en pos de encontrar a la chica. Etsu aprovechó para concentrarse por un instante, acercó la camiseta hacia su rostro, y la olisqueó varias veces. Bajó por un instante la prenda, y volvió a respingar buscando el aroma en el aire. Antes de dejarse llevar a lo loco, volvió a oler la prenda, y repitió el proceso. Quizás con eso era suficiente.
—Esta bien, ¡vamos allá! —anunció el rastas.
Sin demora, tomaría la cabeza en la expedición de búsqueda. El hombre y su caballo serían quizás un poco problemáticos si no llegaban a coordinar, así pues, con una mera mirada informó a Akane de que vigilase desde la retaguardia, por si algo le pasaba al hombre y caía del equino. Éste no se dispondría demasiado lejos del hombre, a apenas un metro o dos de distancia a lo sumo.
En cuanto Shakkin respondió, Daigo se esforzó en controlar sus expresiones corporales para no encogerse como solía hacer. Sabía lo preocupado que debía estar aquel hombre y lo último que quería era actuar de manera poco profesional frente a él.
Ah, de verdad tenía que actuar como si supiera lo que hacía, pero lo cierto era que esta apenas era su segunda misión y él no fue precisamente el "ninja más valioso" durante su primer encargo.
Shakkin no tardó en disculparse y entregarle una camisa blanca a Etsu, el Rastreador.
«¿Rastreador?»
Daigo no tenía ni idea de que Etsu fuera un buen rastreador, de hecho, no tenía ni idea de ninguna de sus capacidades y Etsu tampoco sabía mucho de él. Tendrían que arreglarlo durante el viaje...
Hablando del viaje, en cuanto todo el mundo se puso en marcha, con Etsu en la vanguardia y Akane en la retaguardia, Daigo se colocó al costado de Shakkin, apenas un metro a su derecha.
—Disculpe, Shakkin-san, ¿puede contarnos exactamente a qué nos enfrentamos? —preguntó, curioso. Si ya había tenido disputas con esos maleantes, seguramente ya debía saber más de una cosa o dos sobre ellos.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Cuando Etsu olisqueó la prenda, le olió a flor de cerezo recién cortada, a un olor dulce pero no empalagoso y, porque no decirlo, también a algo de sudor. No obstante, no localizó el olor en su rango olfativo.
La frenética persecución empezó entonces, con Etsu encabezando la marcha y su perro cerrándola. Cada minuto parados eran metros y metros perdidos. No podían permitirse el lujo de malgastar más.
—Disculpe, Shakkin-san —empezó Daigo—, ¿puede contarnos exactamente a qué nos enfrentamos?
—¿Eehh? —Shakkin torció la cabeza y casi se parte el cuello para localizar a Daigo. Entre el espoleo del caballo y la carrera de Etsu sin frenos, le habían sacado más de cinco metros en apenas unos segundos—. ¡Por Kenzou, chico, ¿no puedes correr más rápido?!
Eso podía llegar a ser un problema. Y un problema de los gordos.