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—Quizás tú eres el misterio del país y no el bosque Azur...
Kaido volvió a reír, otra vez.
—Me halagas, Kuranosuke-san. No obstante, tengo por regla que sólo una hermosa mujer de voluptuosos atributos es la que puede explorar los misterios que esconde el exótico Tiburón de Amegakure. Tendrás que conformarte con meterte al Bosque de Azur y enterarte de qué coño es lo que pasa ahí dentro.
Luego, continuó caminando; aunque apresuró el paso para ponerse a la par del kusajin.
—Tu turno, pero perdí interés en el libro. Por qué mejor no me dices cómo coño perdiste el ojo, que a fin de cuentas ha de ser una historia más interesante de lo que pueden llegar a ser tus jodidos gustos literarios.
—Me halagas, Kuranosuke-san. No obstante, tengo por regla que sólo una hermosa mujer de voluptuosos atributos es la que puede explorar los misterios que esconde el exótico Tiburón de Amegakure. Tendrás que conformarte con meterte al Bosque de Azur y enterarte de qué coño es lo que pasa ahí dentro.
—Hmpf... como desees. Dame un tiempo y verás que se cuentan historias de cómo un ninja de Kusagakure puso bajo tierra las historias del terrible bosque Azur —aseguró con confianza.
Puso en marcha sus piernas una vez más, a la par que su acompañante se apresuraba para no quedarse atrás. El sonido de la nieve crujiendo le resultaba agradable.
—Tu turno, pero perdí interés en el libro. Por qué mejor no me dices cómo coño perdiste el ojo, que a fin de cuentas ha de ser una historia más interesante de lo que pueden llegar a ser tus jodidos gustos literarios.
Kuranosuke le dirigió la mirada, esta vez sin detenerse.
—Es curioso que preguntes, ambos están relacionados. Me los regaló el mismo hombre —indicó, taciturno—. Mi padre.
Desvió la mirada de su único ojo. Sintió un fuerte dolor fantasmal en la cuenca que antes albergaba al gemelo del mencionado.
La nieve crujiendo bajo sus pies. El viento acariciándole las mejillas.
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—Es curioso que preguntes, ambos están relacionados. Me los regaló el mismo hombre —indicó, taciturno—. Mi padre.
—¿Uhm? —bramó, ininteligible—. ¿me estás diciendo que tu padre te sacó el ojo? ¿a propósito, o es que se trató de un paulatino accidente culinario, algún cuchillo volador que se encajó en donde no debía?
El escualo se llevó la mano derecha hasta el lugar en el que yacía su ojo, también derecho, y lo tapó. Su visión de pronto pareció encogerse, y el camino frente sí ya no era tan claro como de costumbre. Era mucho más engorroso ver a través de los bambúes cubiertos de nieve, y también mantener el equilibrio.
Bajó el brazo, y negó con la cabeza.
—Vaya martirio, compañero. Debe ser un coñazo, aunque si supongo que ya te habrás acostumbrado o de lo contrario no te hubiesen dado esa bandana.
El de Ame indagó todavía más en el pasado de su tragedia familiar. A Kuranosuke eso no le gustaba, resultaba un tema extremadamente sensible para él, pero mantuvo las formas. Necesitó de unos instantes para volver a la realidad, para detener a su mente, que ya se había decidido a descarrilarse y traer consigo todos aquellos fatales recuerdos.
Se aclaró la voz, su garganta se encontraba algo seca.
—Supongo que podrías decir que fueron ambas. El cuchillo no iba para mí, pero tampoco iba con la intención de cocinar —explicó, dejando el asunto en el aire.
Kaido comprobó por sí mismo lo que significaba haber perdido un ojo. Kuranosuke no se percató de ello, pues su campo visual se mantenía fijado en el suelo; el joven solo prestaba la atención exclusivamente necesaria para asegurarse que iban en la dirección correcta.
—Es una desventaja. Pero yo ya estoy habituado. La mente se acostumbra a la mayoría de impedimentos si recibe el entrenamiento y el tiempo suficiente. En mi caso, he tenido de sobra...
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Quién lo diría, que se pudiera estar tan centrado en la vida a pesar de tan tormentoso pasado. Porque, desde luego, que tu propio padre te arranque un ojo, fuera o no a propósito; debía ser lo bastante jodido como para al menos no poder conciliar el sueño algunas noches. Pero a pesar de, allí estaba él, parsimonioso y dentro de todo, dispuesto. Si tenía su bandana, se debía probablemente a que no se derrotó a si mismo a pesar de las limitaciones.
Un tanto similar a Kaido, aunque no por eso el mismo contexto.
—Es una desventaja. Pero yo ya estoy habituado. La mente se acostumbra a la mayoría de impedimentos si recibe el entrenamiento y el tiempo suficiente. En mi caso, he tenido de sobra...
—Entiendo. Lo único malo, es que ya no tienes un seguro. Si pierdes éste ojo, estarás más jodido que Bijū encerrado dentro de un jinchūriki. Quizás pecaré de inexperto, pero hasta el sol de hoy no conozco de un ciego que trabaje activamente como shinobi.
La conversación sobre las duras desventajas de haber perdido un órgano o extremidad persistió en su rumbo. Kaido equiparó la ceguera total con el destino de un bijū atrapado en el ser de un jinchūriki. Kuranosuke se limitó a ladear la cabeza. No podía saber lo que era estar encerrado dentro de otro cuerpo, especialmente siendo un monstruo con tanto poder como un bijū, pero dudaba en demasía de que ello se asemejara con la oscuridad eterna producida por la falta de visión.
—Cualquiera puede perder un ojo, o los dos, en apenas un instante, si algo no le va bien durante un combate. Al fin y al cabo, los que viven por la espada mueren por la espada —observó con frialdad—. Y si un día llegara a perder mi otro ojo, el viento me guiará. No tengo intención alguna de abandonar esta existencia; lo haré cuando muera.
Kuranosuke se expresó con una firmeza inapropiada para alguien de su edad, ninja o no. Resultaba sencillo discernir que la parca no formaba parte de los miedos del muchacho, tal y como predicaba Oculto entre las hojas.
Entonces la insólita pareja se dio de bruces con una senda. Estaba en buen estado, fácil de percibir a pesar de la nieve acumulada gracias a que se mantenía señalizada con una bella multitud de fragmentos de bambú a cada uno de sus lados.
—Este es el camino principal, ese del que te hablé antes. Si lo seguimos saldremos del Paraje del Bambú antes de que anochezca.
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«Los que viven por la espada, mueren por la espada. Curiosa filosofía» —meditó introspectivamente, sin detener su curso.
...Y si un día llegara a perder mi otro ojo, el viento me guiará. No tengo intención alguna de abandonar esta existencia; lo haré cuando muera.
—Buena frase. La habrás sacado del libro, me imagino —indagó, con gracia.
De pronto, ambos shinobi convergieron a lo que parecía ser la senda principal del Paraje del Bambú. Un trayecto lo suficientemente demarcado entre tallos y que, a pesar de la nieve; era perfectamente visible.
—Este es el camino principal, ese del que te hablé antes. Si lo seguimos saldremos del Paraje del Bambú antes de que anochezca.
Kaido frunció el ceño, dándose la vuelta por un instante y preguntándose en dónde fue que pudo haber tomado el camino incorrecto.
—Y hasta Tane-Shigai, ¿cuánto tiempo es? —tornó sus ojos aguamarina hacia el cielo, y comprobó que, en efecto, iba a anochecer pronto. Y aquello le ponía en apuros, porque tendría que haber estado en la ciudad capital del País del Bosque mucho antes—. aceleremos un poco el paso, tengo que estar allá antes de las diez.
El de Kusagakure entró en la senda con cuidado de no tropezar con el bambú que descansaba en el suelo, medio enterrado por la nieve. Esperaba que Kaido lo siguiera.
El peculiar individuo afirmó que su filosofía sobre los que viven por la espada había salido del libro que sostenía con firmeza en su mano derecha. Se trataba de una buena hipótesis, pero se equivocaba.
En esta ocasión no le dirigió la mirada, solo continuó caminando a buen paso con semblante reservado.
—¿Del libro? No, era algo que mi padre acostumbraba a decir. Aunque, a decir verdad, no todos los que viven por la espada mueren por ella... —reflexionó, más para sí que para su acompañante.
Acto seguido, le preguntó si Tane-Shigai se encontraba muy lejano de su posición actual. Parecía ser que debía estar allí durante la noche de ese mismo día.
—¿Quieres llegar a Tane-Shigai, desde aquí, a principios del anochecer? Quizás, si tuvieras alas, sería posible, pero en caso de que no seas un pez volador, me temo que lo tendrás peliguado, incluso aunque fuéramos a toda velocidad...
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5/12/2017, 02:49
(Última modificación: 5/12/2017, 03:06 por Umikiba Kaido.)
—¿Quieres llegar a Tane-Shigai, desde aquí, a principios del anochecer? Quizás, si tuvieras alas, sería posible, pero en caso de que no seas un pez volador, me temo que lo tendrás peliguado, incluso aunque fuéramos a toda velocidad...
Kaido se chequeó las axilas, pero no, no tenía alas ni algún vestigio de cartílago que le ayudase a volar.
—Me temo que sólo tengo un par de agallas, no mucho más —bromeó, y continuó—. joder, pues nada. Será cosa de llegar y esperar a mañana, o ver si ésta gente me atiende a la hora que lleguemos. Oye, ¿pero tú qué harás después de que demos con la ciudad? —volvió a echar un vistazo al camino, y el sol ya comenzaba a hundirse detrás de los frondosos bosques que cubrían las Riberas vecinas—. ¿vas a tener que quedarte en Tane-Shigai, o sigues de largo a tu aldea?
El asunto no tenía vuelta de tuerca, Kaido no podría llegar a la ciudad en el momento que había planeado. Así eran los planes, después de todo, artefactos frágiles siempre expuestos al yugo de la improvisación.
Acto seguido, el increíble hombre-pez inquirió sobre el siguiente paso de Kuranosuke. La voz de este resonó tan impávida como su semblante.
—Volveré a la aldea, ya va siendo hora de continuar con mi entrenamiento. Vine aquí como pretexto para recordar unas cuantas cosas —dejó caer, manteniendo el velo de misterio alrededor de su persona—. ¿Dónde pretendes pasar la noche? Conozco un buen lugar no muy lejos de aquí donde podemos acampar.
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—Volveré a la aldea, ya va siendo hora de continuar con mi entrenamiento. Vine aquí como pretexto para recordar unas cuantas cosas —dijo el tuerto kusajin, con vestigios de misterio en cada una de sus palabras. A Kaido más que intrigarle, sin embargo, le aburría; dado lo directo que era él para todos los asuntos que le concerniesen, o no. Le importaban tres pollas kusareñas qué tantas cosas tenía que recordar Kuranosuke, o el por qué las olvidaba en primer lugar. Tres pollas kusareñas—. ¿Dónde pretendes pasar la noche? Conozco un buen lugar no muy lejos de aquí donde podemos acampar.
—Pues no sé, pensaba rentar algún cuarto en una posada cuando llegase a Tane-Shigai. Pero visto lo visto, voy a tener que acampar como un zarrapas... ¿Vosotros lo hacéis por diversión, no? ¿prendéis fogatas, cocináis malvaviscos y cantáis a la luz de la luna? —no pudo evitar perder el estribo de su sonrisa por un instante, pero se contuvo—. en Amegakure no hacemos nada de eso, bien porque al parecer somos más citadinos que vosotros ¡y! que sería imposible mantener el fuego vivo. Por eso de que llueve todos lo putos días, sin parar.
El gyojin arrugó la nariz, un tanto disconforme, y continuó:
—Y bien, ese lugar del que hablas. ¿Dónde es?
Kaidó espetó varios insultos a su aldea sin provocación alguna. El tuerto no pudo si no dirigirle una mirada taciturna, sopesando si mantener su característica educación o adquirir una actitud más desagradable hacia su acompañante. Finalmente optó por lo primero, guardándose su animosidad para sí.
—Me alegra ver que las costumbres de Kusagakure te resultan tan humorísticas. Nosotros pensamos exactamente lo mismo —expresó, supurando sarcasmo.
Entonces cambió el tema.
—No está muy lejos de aquí, es un claro donde no suelen pasar animales salvajes. En alguna ocasión he acampado ahí. Si no te molesta pasar la noche al raso, no conozco lugar mejor por estos lares.
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Molestarle, no del todo.
Un ninja tenía que saber adecuarse a cualquier adversidad, incluso a las referentes a las costumbres kusareñas. Negó con la cabeza, y habló.
—No, no tengo problema. Vamos.
. . .
Poco después, ya en aquel claro; Kaido preparaba una tienda improvisada. Mientras, preguntaba.
—¿Entonces eres usuario del Kenjutsu, no? —indagó, haciendo referencia al arma que cargaba Kuranosuke con él, acariciándole la cintura—. ¿O llevas la kodachi de adorno?
Ya en el claro que había mencionado con anterioridad el genin, Kaido le hizo otra pregunta indiscreta. Viéndose algo habituado a la actitud directa y despreocupada del habitante de Amegakure, Kuranosuke ni se inmutó. Se limitó a ladear el rostro de un lado a otro un par de veces, sin interrumpir las mociones con las que estaba "construyendo" un pequeño círculo de piedras que serviría como hoguera.
— En ocasiones... me gusta el peso de una espada entre mis manos —le respondió despreocupadamente— Voy a buscar algo de leña para la hoguera.
Se levantó y sin esperar respuesta de su particular acompañante abandonó el claro. Dedicaría unos largos minutos para dar con varias ramas secas que pudieran prender sin dificultades.
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Kaido le vio irse, tras su burda respuesta con aires de "soy un tuerto místico y meditabundo que no responde nunca con claridad, sólo con medias verdades". Sonrió, divertido por sus propios pensamientos y continuó con lo que estaba haciendo. Desde luego, conversar plácidamente no iba a ser ni remotamente posible. No con Kuranosuke.
. . .
Kuranosuke, a pesar de la nieve, logró encontrar algunas ramas que por algún misterioso motivo, aún estaban secas. Bueno, tan secas como podría estar un pedazo de madera entre tanta nieve y humedad. Una tras una fue apilándolas por sobre sus brazos, y desde luego que consiguió al menos la cantidad suficiente como para hacer una pronta fogata.
Detrás suyo, y a su izquierda escuchó, sin embargo, un crack. Una rama al que no le había cogido vista entre la oscuridad, probablemente, se había roto. O la habían roto. Pero allí no había nadie.
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