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Sepayauitl observo a Keisuke con cierta impaciencia, molesta por su terrible pronunciación, y avergonzada de pensar que su propia forma de hablar aquel lenguaje fuese tan tosca y burda.
Le permitió terminar y luego procedió a responder como mejor pudo:
—Ustedes llamar “Llanuras de Hielo”, equivocados: Ser Ueytlali Setl, hogar más allá de muchas memorias. Ser pueblo, antiguo, noble, moldeado por hielo y nieve… Ahora pocos, antes muchos… Residencia, lejos… No poder decir, extraños.
—Ya… Más o menos entiendo lo que dices —aseguro Hakagure, quien parecía no estar muy interesado en la historia que le contaban—. Ahora te toca a ti hacer algunas preguntas.
La fría jovencita se tomó unos segundos para pensar y luego, mostrando que no conocía el pudor o la vergüenza, se despojó de la tela que la cubría, dejando su pálido y juvenil torso expuesto. Todo bonito y esbelto como una escultura de nieve y hielo, menos por un corte en su costillar y un considerable moretón a un lado.
—Cortes, ¿tratar ataque? —pregunto curiosa.
—Ningún ataque, solo te cortamos para ver si tu sangre aun fluía —respondió Kōtetsu, sin inmutarse ante el espectáculo de aquello pechos blancos y juveniles.
—Entender… Golpe, costado, mucho dolor, ¿razón? —Indago.
—Bueno… este… —se sintió un poco avergonzado al emitir una respuesta—. Cuando te encontré, no sabía que seguías con vida, así que te patee con fuerza a ver si te movías.
La mucha se volvió a cubrir y antes de que el peliblanco pudiese reaccionar, la misma amaso una enorme bola de nieve bien compactada y la arrojo al rostro de quien le propino semejante patada.
—¡Bruto! —gruño con indignación, mientras el peliblanco retrocedía por la agresión.
—Lo lamento por eso —se disculpó, mientras se sobaba la cara—. Ahora yo pregunto, si tu pueblo y tu gente son de tan lejos y están tan aislados, ¿Qué hacías tan cerca de aquí? ¿Qué buscabas tu sola?
La muchacha dio un brinco, como si de pronto recordase algo sumamente importante.
—Necesidad, Buscar, Sarutobi, peligro, profanar, robo, guerra, muerte —balbuceo, agitada.
—Oye… Eso que dice suena preocupante —le dijo a su compañero—. Pero dice buscar a un Sarutobi, me imagino que se trata del dueño del hotel… ¿Deberíamos de llevarla con él? Quizás aquel sujeto maneje la situación mejor que nosotros.
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Y entonces sentí la mirada de la chica, al parecer no estaba cien por ciento segura de lo que haría, quizá lo seguía pensando... Quizá no quería decir nada al respecto. "Vamooos... Un poco de información" pedí mentalmente hasta que la femenina empezó a soltar la lengua, acto el cual agradecí.
"Ay ay ay! Tenemos una historia milenaria y una chica nativa del lugar que parece corroborar lo de la historia, esto puede ser bastante importante!" Me dije con seguridad tras escuchar las primera palabras de la aborigen.
Koutetsu se encargó de manejar el equilibrio de la situación, lo hizo de la forma adecuada, dandole la oportunidad a la chica de saber lo ocurrido; sonreí cuando la escuché gritarle "bruto" realmente ¿quién pensaría que unas horas más tarde ese cuerpo inerte estaría hablandonos de lo más natural?
"Pensé que estaba haciendo ejercicio, al parecer no era del todo cierto..."
—No sé que tan bueno sea esto...— Murmuré al peliblanco. —Podría empezar otra guerra o algo así...— Me limité a decir. —Indistintamente no creo que deba entrar al hotel, su organismo no esta acostumbrado a soportar esa temperatura, ¿qué piensas tú?— Le di la batuta para que tomase la decisión, después de todo estábamos envueltos en aquel paquete por su culpa.
Aunque conociendo a Koutetsu terminaría llamando al encargado. —¿Lo buscas tú o lo busco yo?—
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Kōtetsu escucho con atención las palabras de su compañero de frías aventuras. No imaginaba que aquella muchachita fuese capaz de iniciar una guerra… Pero aquellas cuchillas heladas que había mostrado hacia poco no le daban buena espina; podía darse el caso de que hubiese un malentendido y que aquello terminase con una estaca de hielo clavada en el corazón de su anfitrión. Además, esa chica parecía de todo menos calma y reflexiva, del tipo pega primero y pregunta después.
—¡Se me ha ocurrido una idea! —exclamo, como encontrando la solución a la interrogante—. No es buena idea llevarla al hotel, pues podría causar muchos problemas. Pero, ¿qué te parece si la llevamos con el “guardián del conocimiento tradicional”?
»Según lo dicho por nuestro hospedador, es un erudito en lo referido a los ninjas y a los elementos sobrenaturales de la historia local.
Aquella se mostraba como la mejor opción para manejar la presente situación; si alguien era capaz de arrojar luz sobre aquellos fríos acontecimientos, sin duda alguna seria aquel misterioso ser sobre el que les habían contado.
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17/11/2017, 22:57
(Última modificación: 1/12/2017, 22:11 por Keisuke.)
Miré a la chica con un poco de atención, puesto que ahora nos encontrábamos hablando sobre un tema serio ¿se enojaría por el asunto? Tenía muchas dudas al respecto, ¿qué era lo correcto? ¿Qué había que hacer?
—Ciertamente ella no viene a hablar con él, no sé sí sea lo mejor, ¿podrá él solventar esta situación?— Aquella era una interrogante que Koutetsu no podría responderme, la solución a la misma constaría de seguir el plan del peliblanco.
—¿Cómo es que se llamaba?— Pregunté con sinceridad, estaba seguro que el jorobado había dicho su nombre pero realmente no lograba recordarlo.
¿Qué es lo peor que puede suceder? suspiré evitando darle muchas vueltas al asunto.
—Vale mejor la llevamos con él...— Comenté en un tono poco convincente.
—Sepayuit, hay una persona que puede ser de mayor ayuda, es una persona que conoce toda la historia del pueblo, quizá sea la persona indicada con la quien debas hablar...— Sugerí una vez estuviera a una distancia más proxima a ella.
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Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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— ¿Sabio? —pregunto la muchacha, interesada por la persona de la que le estaban hablando.
— Sí, creo que puedes decir que es el “Sabio” del pueblo: tengo entendido que conoce todo lo relacionado con la historia local y con los mitos y legendas de la región.
Sepayauitl parecía bastante satisfecha con aquella propuesta, pues de donde ella venia los sabios eran grandes autoridades de mucho conocimiento. Si aquella persona resultaba ser tal como la describían, bien podría resolver rápidamente todo el asunto que hasta allí le había llevado.
Procedieron a marcharse de los establos, dejando a un par de empleados que ahora lucían mucho más tranquilos, al saberse libres de cualquier problema que pudiese ocasionar aquella pálida criatura. Pese a que probablemente no le hiciese falta, a la nativa la ataviaron con una gran capa y túnica de piel de ciervo, con una cómoda capucha. La idea era ocultarla, que no llamase la atención mientras se dirigían al extremo opuesto de la ciudad, lugar en donde se supone vivía el guardián del conocimiento tradicional.
Para el par de ninjas la caminata seria lenta y dura, igual que como lo era para cualquier extranjero, pues puede que el pueblo no fuese muy grande, pero el viento, la nieve y el frio hacían de un acto cotidiano una ardua tarea. Sin embargo, la chica hallada entre el hielo andaba con completa soltura y facilidad, saltando de un sitio a otro, envuelta en pieles y pareciendo un ágil conejo color marrón. De ella emanaba un aura de insaciable curiosidad y suspicacia; se detenía a observar y a detallar cada elemento que llamara su atención, mientras mantenía una distancia y un silencio prudenciales. De vez en cuando miraba hacia el negro afloramiento rocoso sobre el que estaba emplazado el pueblo y que se elevaba bastante por encima del mismo, una colina de piedra oscura que les protegía de los feroces y predominantes vientos provenientes del este. Sus ardientemente azules ojos miraban aquel accidente geográfico con una mescla de miedo y respeto. En cambio, aquel palacio rojo y dorado que se alzaba en medio de la localidad le causaba una sincera aversión y desagrado, como si de todo el conjunto aquel fuese el elemento menos natural y más ofensivo a su gusto.
— Este debe ser el sitio —dijo Kōtetsu en cuanto estuvieron en los límites del pueblo—. Imagino que debe ser allí —señalo una enorme edificación ruinosa y apartada del resto—. Debemos preguntar por un tal Shinda.
Hakagurē supuso que se trataba de una especie de ermitaño que vivía apartado del pueblo, dedicado en su totalidad al estudio y al conocimiento. Juntos, se acercaron a la puerta, y antes de entrar algo fue dejado muy en claro:
— ¡Escúchame con atención Sepayauitl! —su voz era serena, seria y clara a partes iguales—, sé que esto debe ser todo un choque cultural para ti, pero debes de comportarte adecuadamente. En otras palabras: sin importar que sientas, nada de violencia ni agresiones, o me veré obligado a detenerte, usando el exceso de fuerza si es necesario… ¿Entiendes?
— Entender, no bárbara, respetar sabio —aseguro ella, un poco fastidiada.
Dijo aquello mientras observaba a la muchacha, con suficiente serenidad en su semblante como para que la misma entendiera que no se trataba de una amenaza, sino de una advertencia. Luego de dejar clara la situación, se acercó a la puerta y dio tres solidos golpes en la misma.
— ¿Qué es lo que buscan? —pregunto una voz desde el interior.
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Tras realizar la propuesta, la chica se lo pensó un momento pero terminó aceptando, después de todo parecía más satisfecha por hablar con esa persona que con el mismísimo Sarutobi. —De acuerdo, entonces vamos...— Comencé a caminar alejándonos del hotel.
Por un instante volteé a ver y vi que los trabajadores parecían más tranquilos. "¿Qué se hizo?" Me pregunté cuando perdí de vista al peliblanco y cuando volví a localizarlo tenía unas pieles marrones entre sus manos, vestimenta para la aborigen. —Bien pensado.— Apremié a la astucia de mi compañero.
Seguimos nuestro camino por las calles del pueblo y debía admitir, que nuevamente estaba sintiendo frío, no mucho, pero la espesa nieve y las corrientes que en ocasiones lograban azotarme me hacían temblar por unos instante, no obstante, no podía creer como la chica ahora se movía de un lado a otro como un resorte, ¿alguien podría pensar que hacía poco estaba cercana a la muerte? "Se recuperó de una forma totalmente inhumana..."
Miré a los aldeanos con cierto temor de que fuesen a mirar a la chica de una forma inusual, de que se enterasen de que no era de allí, porque ella se quedaba viendo con mucha curiosidad toda y cada una de las cosas que pasábamos. —Esto... Koutetsu, no estarás enojado por no haberte dicho que era un ninja, ¿o sí?— Comenté una vez me acerqué un poco a él, en mi rostro se podría ver un poco de vergüenza, el hecho de habérselo ocultado no era honorable, después de todo me había preguntado directamente, y él había sido bastante sincero al respecto. —Quiero que sepas que lo siento, no pretendía engañarte, solo es que... Estamos de vacaciones ¿sabes?— Y sí, esa era mi excusa.
Después de varios minutos llegamos al otro extremo del poblado, afortunadamente nadie dijo nada de al cierva humana, por lo menos que yo escuchase, ésta tampoco hizo algo inusual para llamar mucho más la atención; ahora nos encontrábamos frente una estructura inusual, no seguía el orden de las anteriores, era diferente.
—Shinda!— Exclamé al escuchar el nombre, tenía unos cuantos minutos tratando de dar con el.
Mientras nos acercábamos el moreno se encargó de advertir sobre el comportamiento que debía tener una vez nos encontráramos frente al sabio. Koutetsu se encargó de llamar a la puerta y rápidamente una voz se manifestó desde el interior.
—Buenas, estamos buscando a Shinda.— Hablé fuerte y claro que en el interior pudieran escucharme sin dificultad.
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Kōtetsu se mantenía caminando lentamente, pisando con cuidado, procurando no tropezar con algún montículo oculto por el blanco permanente que cubría el pueblo. Sepayauitl se mantenía brincando de un sitio a otro con la curiosidad y el miedo de un joven ciervo que explora una desconocida región del bosque. Los aldeanos le ignoraban marcadamente, acostumbrados al comportamiento excéntrico de aquellos turistas que tan comunes eran últimamente. Pero el joven mantenía sus grises ojos fijos en ella, siguiéndole con paciencia y cierto grado de diversión.
Pensaba en las innumerables posibilidades del origen de aquella chica cuando su compañero le dirigió la palabra, un leve hablar en medio del constante aullido del frio viento.
— Esto... Koutetsu, no estarás enojado por no haberte dicho que era un ninja, ¿o sí? —pregunto con cautela mientras se acercaba, sin poder ocultar un leve rastro de vergüenza en su rostro—. Quiero que sepas que lo siento, no pretendía engañarte, solo es que... Estamos de vacaciones ¿sabes?
El Hakagurē le miraba con una expresión indescifrable: mantenía una serenidad que hacía difícil el adivinar si es que había algo de enojo o indignación en su ser. Por un instante aparto su vista de la aborigen, y observo de forma serena y escrutadora a Inoue, como dilucidando que clase de respuesta encajaría mejor con el estado de ánimo que aparentaba.
— No tengo razones para molestarme, hiciste lo que cualquier ninja prudente haría —sentencio, para luego girar el rostro y volver a enfocarse en la inquieta muchacha—. Además, resulto muy útil que fueses un usuario de ninjutsu médico.
***
El nativo de Amegakure se aventuró a contestar la pregunta, y a esperar una respuesta.
— ¡Todos quieren ver al señor Shinda! —les replico con molestia la voz que yacía tras la vieja puerta—. Les pregunte qué es lo que buscaban… Acaso, ¿Son cobradores, abogados, religiosos, inversionistas, coleccionistas o alguna alimaña con un pasatiempo similar?
No era difícil suponer que la dueña de aquella voz tenía un carácter formado por la terrible impresión que se había llevado de quienes presumían los títulos que acababa de nombrar de tan mala gana.
— ¡No somos nada de eso! —respondió Kōtetsu, con severa tranquilidad—. Estamos aquí porque nos hemos visto envueltos en una situación más allá de nuestra comprensión y necesitamos el buen juicio del “guardián del conocimiento tradicional”.
Se hizo el silencio y la quietud durante unos segundos, y luego se escuchó el metálico sonido de una gran variedad de seguros, cadenillas y pestillos siendo removidos. La puerta se abrió con un profundo e inquietante chirrido, y en el oscuro portal se manifestó una figura femenina, alta y delgada, con un rostro joven y lozano, pero muy serio, casi pétreo.
La muchacha les hablo con una voz que en nada parecía posible para una chica que tuviese los diez y nueve años que aparentaba, ya que la misma era dura, áspera y opresiva; era similar a la voz que tuviese el arquetipo perfecto de una bibliotecaria vieja y malhumorada.
— ¿Qué tan “incompresible” es el asunto que los trae hasta aquí? —pregunto con frialdad, escudriñando sus rostros.
— Pues es lo suficientemente sobrenatural como para hacerme dudar sobre si algunas de sus historias contienen más verdades de las que creía posibles.
— De acuerdo, ese es el tipo de cosas que el señor Shinda debe atender —admitió, dejando escapar un suspiro de decepción por no poder cerrarles la puerta en la cara y evitarse las molestias—. Pasen y caminen con cuidado.
El grupo entro, y en cuanto la puerta se vio cerrada la dura muchacha comenzó con su protocolo habitual.
— No parecen ser de por aquí… Si son turistas, necesitare que llenen un formulario, para desentendernos de algunas responsabilidades y evitar problemas —pidió con hastió.
— Adelántense ustedes, yo me encargare del papeleo —les animo el peliblanco, que se sabía cómo el único cuya paciencia sería capaz de lidiar con aquella mujer.
La casa era un lugar frio y tenuemente iluminado por multitud de pequeñas velas, cuyas trémulas llamas esclarecían el camino que debían de seguir. La luz les guiaba por un pacillo largo y estrecho donde el olor a hierbas aromatizantes era cada vez mayor. Había multitud de estantes y vitrinas llenas con recipientes misteriosos y adornos extraños, todos de aspecto un tanto místico y ceremonial. Al final de aquel recorrido, el pelirrojo y la fría chiquilla habrían de llegar a una especie de gran oficina abarrotada de cajones y libros, colmada por el denso y dulzón humo de extrañas esencias que se quemaban en braseros dorados que yacían colgando por encima de sus cabezas, unidos al techo con cadenas negras. Al centro mismo de la habitación, acomodado sobre un gran escritorio, completamente perdido en la interpretación de unos textos escritos en lenguas olvidadas hace eones, yacía un hombre canoso y con lentes, cubierto por una gruesa y cálida manta roja y fumando de una pipa hecha con el marfil de alguna morsa vieja que tenía los colmillos agrietados tras décadas de combate.
Cuando ambos estuviesen a suficiente distancia de aquel hombre, seria cuando recién el mismo reparase en ellos.
En aquel momento, el calor resultaba demasiado molesto para la muchacha de las nieves que, entre quejas, se deshizo de las gruesas pieles que le cubrían.
— ¡Calor, ahogarme! —exclamo.
El anciano vio capturada su atención por aquel pequeño escándalo, por lo que alzo la vista y se ajustó los lentes, en preparación para dar una buena reprimenda. Su visión se enfocó justo a tiempo para ver como la pureza del cabello de Sepayauitl se expandía como una nube blanca, escoltada por la delicadeza de una piel casi albina y el azul ardiente de unos ojos que le miraban con frialdad.
— ¡POR TODOS LOS DIOSES HELADOS! —exclamo el anciano Shinda, levantándose agitadamente para luego irse hacia atrás con su pesado, cómodo y bien ornamentado sillón.
— ¿Qué fue lo que paso? —pregunto el Hakagurē, que llego a toda prisa luego de escuchar el fuerte grito—. Keisuke… Sepayauitl…
— ¡Sepayauitl no hacer nada, inocente, muy confundida! —se adelantó a explicar, antes de que cualquier culpa cayese sobre ella, y levantando las manos en señal de inocencia—. ¡Pelirrojo, culpa, seguramente!
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Suspiré dejando a un lado el pesar al escuchar la respuesta del peliblanco, me sentía mejor al saber que no se encontraba indignado por el hecho de ocultar mi verdadera identidad. —Es bueno saberlo.— Dije tras dibujar una sonrisa.
***
— ¡Todos quieren ver al señor Shinda! — Respondió una voz desde el interior, su tono se escuchaba poco
amable—. Les pregunte qué es lo que buscaban… Acaso, ¿Son cobradores, abogados, religiosos, inversionistas, coleccionistas o alguna alimaña con un pasatiempo similar?
Estaba a punto de responder, pero Koutetsu fue más rápido y él se encargó de lidiar con el intermediario.
— ¡No somos nada de eso! Estamos aquí porque nos hemos visto envueltos en una situación más allá de nuestra comprensión y necesitamos el buen juicio del “guardián del conocimiento tradicional”.
Hubo un silencio incómodo, miré al peliblanco con cara de extrañeza, ¿se habría ido? Pero poco después se escuchó una secuencia de ruidos metálicos, cerraduras, cadenas y engranajes moviéndose, ¿cuánta seguridad había detrás de esa puerta? Un chirrido nos recibió tras dejar al descubierto el acceso, apareció una mujer joven y de cara casi inexpresiva, posiblemente tendría un carácter bastante fuerte,
— ¿Qué tan “incompresible” es el asunto que los trae hasta aquí? —Cuestionó con dureza mientras nos analizaba, a cada uno de nosotros
— Pues es lo suficientemente sobrenatural como para hacerme dudar sobre si algunas de sus historias contienen más verdades de las que creía posibles. Expresó el moreno haciendo gala de su gran calma, incluso sus palabras fueron las más acertadas.
— De acuerdo, ese es el tipo de cosas que el señor Shinda debe atender —Accedió y nos invitó a pasar, a regañadientes —. Pasen y caminen con cuidado.
No dudé en entrar conjunto al shinobi y a la aborigen, pasamos de uno en uno, el interior del lugar era peculiar y se podía sentir un aura bastante extraña, sin embargo, las cosas no eran así de fáciles.
— No parecen ser de por aquí… Si son turistas, necesitare que llenen un formulario, para desentendernos de algunas responsabilidades y evitar problemas — Manifestó con desdén mientras se aseguraba de que nos quedáramos ahí, o por lo menos uno de nosotros...
— Adelántense ustedes, yo me encargare del papeleo — Aseguró Koutetsu, hecho que agradecí y me encaminé con el espécimen hacia le interior del lugar.
—Gracias, Koutetsu, te estaremos esperando.— Comenté para posteriormente volver a mirar los detalles y objetos a mi alrededor, los mismo habían capturar mi atención, incluso el ambiente interno era bastante peculiar...
El interior era bastante oscuro y solo podía caminar con cuidado gracias a una serie de velas que se iluminaban tenuemente, las llamas nos guiaban por un largo y estrecho pasillo en el cual mientras más avanzábamos un olor a hierbas, a hierbas aromatizantes sí no me equivocaba, fue inundando nuestras fosas nasales; poco después se manifestaron vitrinas en las cuales se podía ver recipientes con contenidos totalmente extraños y misteriosos, un escalofrío recorrió mi cuerpo y los vellos de mi piel se erectaron. "Espero que esto no sea una locura..."
Seguí caminando al mismo paso, no había vuelta atrás y teníamos un factor sorpresa sí algo llegase a ocurrir, Koutetsu vendría en pocos minutos, simplemente traté de prepararme para cualquier situación que pudiera ocurrir, mi mente me estaba haciendo pasar un mal momento. Finalmente llegamos al final del tunel y se podía ver una gran sala con libros y estantes, con vapor denso y aroma dulce; por instinto llevé mis orbes al techo en el cual pude notar varias cadenas negras, oxidadas quizás, de las cuales colgaban algunas cosas que no lograba discernir y que aparentemente estaban quemandose "¿Qué pasa aquí?"
Seguí acercándome conjunto a la blanquecina al centro de la sala, en donde estaba, seguramente, Shinda, el guardian del conocimiento tradicional; era un hombre bastante viejo, canoso y con lentes que se encontraba fumando de una pipa aparentemente de hueso, se encontraba con inmerso en la literatura, no se había percatado de nosotros hasta que estuvimos practicamente frente a sus ojos.
— ¡Calor, ahogarme! — vociferó a la par que se deshacía de toda la vestimenta que le habíamos proporcionado.
—Espera, no te desesperes!— Comenté con apuro tras ver como volvía a quedarse totalmente desnuda frente a aquel señor, ¿qué iba a pensar? —Oiga, lo siento, esto no es lo que parece, es que...— Traté de explicar la situación con voz un tanto titubeante.
No obstante, el señor se levantó rápidamente de su cómodo sillón, seguramente iba a empezar a gritar por el escándalo que estaba ocurriendo frente a sus ojos, incluso se reajustó sus lentes para asegurarse de que estaba viendo lo que sus ojos le mostraban, mi corazón latía rápidamente mientras trataba de por lo menos sostener las pieles para cubrir el cuerpo de la pálida.
— ¡POR TODOS LOS DIOSES HELADOS! —Vociferó.
"Ay no! Aquí viene." Pensé lo peor, seguramente nos correría en cuestión de segundos.
— ¿Qué fue lo que paso? —pregunto el Hakagurē, que llego a toda prisa luego de escuchar el fuerte grito—. Keisuke… Sepayauitl…
— ¡Sepayauitl no hacer nada, inocente, muy confundida! —Manifestó rápidamente al ver como el moreno pedía una explicación, y fue más fácil echarle la culpa al otro, y ese otro era yo...—. ¡Pelirrojo, culpa, seguramente!
—Es que está haciendo mucho calor y ya sabes...— No tenía nada más que decir, la imagen de Sepayauitl lo decía todo. Suspiré con pesar, que bochorno tenía...
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Kōtetsu se tomó la situación con calma, pues desde antes suponía que algo de aquella naturaleza podría pasar. De hecho, se encontraba extrañado y agradecido de que no sucediera antes, frente a un mayor número de personas, como cuando caminaban por el pueblo. La mujer que les había recibido se acercó con el rostro lleno de indignación y con unas mejillas coloradas por la ira de ver lo indiferente que la fría muchacha era para con su pétrea expresión.
Se hizo un tenso silencio, interrumpido ocasionalmente por los sonido del anciano que yacía caído detrás del escritorio.
—¡Señor Shinda! —exclamo horrorizada la enojada mujer—. ¿Qué le han hecho estos vándalos? —pregunto, mientras rodeaba el mueble para socorrerle—. ¿Quiere que los eche ahora mismo? Si, seguramente lo quiere, les daré una lección de respeto y les arrojare de cara contra la nieve de la entrada.
—¡Mujer amargada, atreverse! —desafío la chiquilla de ojos azules, mientras se volvía a cubrir con los ropajes.
—Esperen, por favor; tomémonos las cosas con calma —sugirió el peliblanco, interponiéndose entre sus acompañante y la ofendida trabajadora de Shinda—. Esto es solo un malentendido.
—Pues, ¡menudo malentendido! —exclamo el anciano, al tiempo que se reincorporaba—. Jamas… Nunca creí que llegaría a visitarme un nativo de Ueytlali Setl… Es más, temía el día en que algo si llegase a suceder.
—¿Ahora ve porque necesitábamos verle? —pregunto el Hakagurē—. Si usted, que es un sabio, está sorprendido, imagínese como estamos nosotros, turistas que apenas saben algo de este lugar.
—Los echare ahora mismo si así lo quiere, mi señor —se ofreció la poco amigable señorita, luciendo tan amenazadora como le era posible.
El sabio anciano se reclino en su silla y cruzo sus manos justo frente a él, haciendo un esfuerzo por comprender la totalidad de la situación en la que ahora parecía innegablemente involucrado. Utilizo sus viejos y cansados ojos para observar al par de jovencitos: no parecían tener nada de falso o sospechoso, aunque era evidente que se trataba de un par de jóvenes e inexperimentados ninjas… Por un instante sintió envidia de su inocente ignorancia y de todo el peso que con ella podían aliviarse. Giro su vista hacia la jovencita, quien le intercepto con una mirada de aire frio y penetrante, con aquellos ojos azules y aterradores. Ella si le causaba preocupación: su pueblo eran gente solitaria y poco interesada en los asuntos del exterior, tan aislados que era fácil creer que estaban extintos… Sin embargo, lo siglos no habían quitado que siguiesen siendo guerreros inmisericordes en cuyas venas parecía correr el más puro y terrible de los hielos. La mera presencia de uno de ellos en Hakushi era evidencia de algo grande y terrible; necesitaba averiguar qué había sucedido, que razón tan poderosa había llevado a aquella chica hasta allí… Aquella chica… su mero aspecto le traía recuerdos carmesíes, recuerdos en donde el frio le había dejado profundas heridas en el espíritu.
—Está bien, Konohana, esto sin duda está dentro de mis jurisdicción —sentencio, mientras invitaba a los recién llegados a tomar asiento—. Y ustedes… no tengo problemas con los chicos, pero mantén bien vigilada a la chiquilla…, puede ser peligrosa.
Kōtetsu coloco a la vista de Sepayauitl una mirada que le recordaba la advertencia de antes de entrar en aquella casa: debía de mantenerse calmada y bien portada sin importar que pasara. Ella también noto la mirada del anciano, quien parecía estar un tanto asustado con su presencia, y la mirada de piedra de su asistente, quien parecía dispuesta a intentar noquearla si se atrevía a hacer algo sospechoso.
—Ahora, cuéntenme sin pérdida de detalles como es que terminaron aquí y con semejante compañía.
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Más atrás del peliblanco venía la chica que nos había recibido en la puerta, evidentemente sacó cuentas en pocos milisegundos y sí fuera por ella ya nos estaba sacando, sin siquiera saber ni escuchar motivos, ¿había mencionado lo amable que se mostraba hacia nosotros? La nativa del lugar ni corta ni perezosa empezaba a demostrarse incómodo o molesta por la actitud de la otra femenina.
Afortunadamente la única persona que podía salvarnos se encontraba dudoso, el sabio se incorporó admitiendo que el hecho de que ella estuviera ahí pudiera ser algún problema o algo por el estilo, no terminé de entender a que se refería, por lo que me mantuve total y absolutamente en silencio en espera de una respuesta, no obstante, Koutetsu se mantenía firme con la idea de que el erudito era el más indicado para tratar el asunto, y bueno su asistente solo quería quitarse trabajo de encima corriéndonos, su voz empezaba a retumbar en mi cabeza, se escuchaba cansina.
Y prosiguió un silencio incómodo, un escalofrío recorrió mi cuerpo, el señor no decía nada, miré a mi acompañante y al sabio, luego a la aborigen y nuevamente a Shinda, sentía que estaba analizando la situación, que nos detallaba y pensaba profundamante y eso me dejaba totalmente a la expectativa, el primer escalofrío fue sucedido de unos cuantos más, me estaba empezando a atacar la ansiedad, hasta que finalmente nos dio un salvavidas, no nos echarían de patitas a la calle.
—Gracias, ella dijo que lo trataría con respeto, solo que se incómodo por el calor... No está acostumbrada a esta temperatura.— Comenté, aunque seguramente él ya lo sabía.
—Bueno, realmente no hay muchos detalles, eso creo.— Dije tratando de recordar algo relevante. —Fuimos a dar un paseo en renos, los renos nos llevaron a algún lugar que no sabría decirle exactamente dónde era, caminaron bastante y recuerdo que logré ver como ¿un lago de hielo?— Pregunté al moreno, no recordaba precisamente la imagen y las palabras tampoco me ayudaban. —Era como un circulo de hielo, algo así... El punto fue que se desató una tormenta de nieve y empezamos a retroceder, en medio de la tormenta uno de los renos chocó con algo, pensé que era una piedra o algo así, no le dí importancia, fue él quien la encontró, su cuerpo estaba enterrado bajo la nieve, y estaba sin signos vitales... Ciertamente pensé que estaba muerta... Y bueno trasladamos el cuerpo hasta aquí y la atendimos y salió de su estado de coma, su despertar fue un poco brusco pero parece que ya se adaptó; nos alojamos en el hotel que acaba de abrir y ahí supimos que podríamos venir a verle para conocer un poco más de la historia del lugar...— Expliqué de manera precisa y concisa lo que recordaba. —Es todo lo que recuerdo, ¿quieres agregar algo?— Miré al peliblanco, después de terminar de hablar caí en cuenta que a lo mejor había dado más información de la necesaria, ¿sabría que eramos shinobis?
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—No, me parece que eso resume bastante bien todo lo ocurrido —concedió con tranquilidad el peliblanco.
—Ya veo… ¿Entonces fue un acto casual y desinteresado lo que los involucro en todo este asunto? —el sabio parecía bastante satisfecho con aquella respuesta, pero aun había algo que no le quedaba claro—: ¿Porque no se separaron de la chiquilla una vez estuvo fuera de peligro?
El Hakagurē sonrió antes de dar su respuesta
—Primeramente, porque el haberla traído hasta el pueblo me hace un poco responsable de lo que pase con ella; y luego, porque no parece estar muy cómoda en este tipo de ambiente y me preocupaba la cantidad de problemas que pudiese causar si la dejábamos a sus anchas.
—¡Sonar horrible, innecesario, parecer, igual, secuestro! —Objeto la muchachita, cruzando los brazos y haciendo un puchero.
—Vamos, no digas eso —le reprendió suavemente el muchacho.
Shinda se encontraba pensativo, sabiendo que de aquellos shinobis no podría obtener más información que le fuese aprovechable. Claro, aun le quedaba recurrir a aquella niña de las nieves, pero ciertamente no le parecía del tipo que fuese a colaborar con facilidad; además, su mera presencia le causaba un tanto de incomodidad… Se llevó una mano a la quijada y la otra la coloco sobre la mesa, haciendo que sus dedos tamborilearan rítmicamente sobre la vieja madera. Finalmente, dejo escapar un suspiro de resignación y procedió a hablar, dirigiéndose hacia la jovencita, midiendo cuidadosamente sus palabras:
—Os concedo mi tiempo, mi habla y mi escucha; reveladme vuestro nombre, miembro de los Seltkalt.
—Agradecimiento, cortesía —dijo ella, con una leve inclinación de cabeza—. Yo ser Sapayauitl, segundogénita de anterior líder, hermana menor, líder de este tiempo.
—Yo soy Sarutobi Koji, primogénito del anterior jefe de la familia, hermano mayor del actual jefe familiar. Mi deber presente es cumplir como guardián del conocimiento tradicional y mediador de asuntos ancestrales.
—Sapayauitl, miembro, familia real, heredera —Con aquello quedaba claro que dentro de su sociedad ella era considerada como parte importante de la realeza, como una princesa—. Deber presente, embajadora, mediadora, representante.
De pronto, todo el asunto se había tornado mucho más formal y solemne. La fría muchachita, contrario a lo que pudiese creerse, estaba en una especie de misión diplomática. Aquello no pareció relajar al Sarutobi, pues pensaba que había algo raro en todo este asunto…, algo que no cuadraba, algo preocupante… Se reclino en su asiento y procedió a tomar su vieja pipa de hueso de morsa. Su asistente se encargó de encenderla y él se ocupó en darle dos profundas caladas mientras cerraba sus ojos.
—Me resulta en completo desconocido el asunto que os trae ante mí, así que tened la merced de exponerlo adecuadamente —explico el sabio, para luego llevarse su artefacto de humo a los labios y decir—: Y por favor, haced uso de cuantos detalles consideréis necesarios.
La muchacha no era de muchas palabras, menos aun teniendo que utilizar aquel lenguaje que se le hacía tan barbárico y difícil de emplear.
—Ustedes, líder, querer quitar tierra, hogar más allá de muchas memorias. Recurrir, violencia, malicia, crueldad. Gente de Ueytlali Setl, molesta, venganza, consecuencias. Sapayauitl, buscar, ustedes desistir, evitar guerra, bien de todos… más ustedes.
Y como si estuviera vaticinando una catástrofe inminente, tanto Konohana como “Shinda” se quedaron petrificados y con la boca abierta; no podían dar crédito a lo que estaban escuchando. Sabiéndose escuchada, la de ojos azules continuo.
—Jefe Sarutobi, querer comprar tierra sagrada. Jefe Seltkalt no querer acceder. Primero romper paz, atacar, guerreros letales. Segundo enojado, buscar guerra, venganza. Ambos querer expulsión del otro, por muerte o rendición.
—¡Kazushiro, maldito idiota! —exclamo el anciano chirriando los dientes—. ¿Es que piensas hacer que tu estupidez nos arrastre a todos a otra guerra?
Sintiéndose un tanto sobrecogido por la dimensión que había adquirido aquel asunto, el Hakagurē le dirigió la palabra a su compañero:
—Oye, Keisuke-san —le susurro, llamado su atención—. Esto ha escalado más allá de un simple malentendido… Aunque no entiendo todo lo que sucede, estoy seguro de que hay mucho peligro involucrado, ¿tú que piensas al respecto? ¿Deberíamos preguntar y enterarnos un poco más de cómo va todo este asunto?
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—No, me parece que eso resume bastante bien todo lo ocurrido — Aclaró Koutetsu sin agregar ningún otro detalle a lo que yo había dicho.
—Ya veo… ¿Entonces fue un acto casual y desinteresado lo que los involucro en todo este asunto? —Indagó nuevamente ante lo ya expuesto, y no se quedó ahí sino que continuó... —: ¿Porque no se separaron de la chiquilla una vez estuvo fuera de peligro?
Nuevamente el moreno respondió de la forma más cautelosa:
—Primeramente, porque el haberla traído hasta el pueblo me hace un poco responsable de lo que pase con ella; y luego, porque no parece estar muy cómoda en este tipo de ambiente y me preocupaba la cantidad de problemas que pudiese causar si la dejábamos a sus anchas.
—¡Sonar horrible, innecesario, parecer, igual, secuestro! — Saltó la aborigen demostrando el descontento con lo que decía el peliblanco, pero él se encargó de manejar la situación bajo control.
—Vamos, no digas eso —
Y entonces hubo un nuevo silencio, un silencio incómodo en la cual sentí nuevamente como nos analizaban, o bueno como escudriñaban nuestras palabras, buscando alguna grieta que desacreditara lo que exponíamos a su persona; se mantuvo pensativo y finalmente comentó con cierto tono de resignación
—Os concedo mi tiempo, mi habla y mi escucha; reveladme vuestro nombre, miembro de los Seltkalt. Dijo dirigiéndose a la pálida chica.
—Agradecimiento, cortesía —dijo ella y realizó una leve reverencia —. Yo ser Sapayauitl, segundogénita de anterior líder, hermana menor, líder de este tiempo.
"O sea, no es una aldeana común... Realmente es alguien importante..." Me afirmé con tan solo escuchar esas palabras.
—Yo soy Sarutobi Koji, primogénito del anterior jefe de la familia, hermano mayor del actual jefe familiar. Mi deber presente es cumplir como guardián del conocimiento tradicional y mediador de asuntos ancestrales.
"¿Y él es familiar del dueño del hotel? Debe serlo... Ambos son Sarutobi, Shinda es el mayor... Pero el otro es el jefe de la familia... Que raro..."
—Sapayauitl, miembro, familia real, heredera. Deber presente, embajadora, mediadora, representante. Y entonces ella reveló que realmente era alguien importante, era la encargada de llevar la paz, o la guerra, a su pueblo; esta visita sería crucial para lo que se avecinaría; poco a poco las piezas del rompecabezas iban encajando lentamente, pero aún faltaba algunas cuantas por descubrir...
—Me resulta en completo desconocido el asunto que os trae ante mí, así que tened la merced de exponerlo adecuadamente. Y por favor, haced uso de cuantos detalles consideréis necesarios. Exigió de forma mucho más formal.
—Ustedes, líder, querer quitar tierra, hogar más allá de muchas memorias. Recurrir, violencia, malicia, crueldad. Gente de Ueytlali Setl, molesta, venganza, consecuencias. Sapayauitl, buscar, ustedes desistir, evitar guerra, bien de todos… más ustedes.
No podía hacer nada más que quedarme en silencio y apreciar como se desarrollaba todo, mis orbes se fijaban en cada uno de ellos cada vez que hablaban, la historia que escuché en el trineo volvió a mi mente cuando escuché el motivo de su visita, el ambiente podría caldearse pronto... Y lo confirmé cuando Shinda palideció al escuchar las palabras, parecía anonadado, incluso daba la impresión de que no sabía que decir.
—Jefe Sarutobi, querer comprar tierra sagrada. Jefe Seltkalt no querer acceder. Primero romper paz, atacar, guerreros letales. Segundo enojado, buscar guerra, venganza. Ambos querer expulsión del otro, por muerte o rendición.
"Vaya, vaya... Lo mejor sería volver cuanto antes a Amegakure" Me dije tratando de alejarme de los asuntos que no me competían,ni a mi nación tampoco.
—¡Kazushiro, maldito idiota! ¿Es que piensas hacer que tu estupidez nos arrastre a todos a otra guerra? Manifestó en un tono no muy alto, pero demostrando su disgusto, era evidente que la situación iba en desmejoria...
—Oye, Keisuke-san — Susurró el moreno por lo que le miré disimuladamente, no quería que por algún
motivo se pensase que estuviéramos conspirando de alguna forma—. Esto ha escalado más allá de un simple malentendido… Aunque no entiendo todo lo que sucede, estoy seguro de que hay mucho peligro involucrado, ¿tú que piensas al respecto? ¿Deberíamos preguntar y enterarnos un poco más de cómo va todo este asunto?
Realmente el panorama estaba bastante dibujado y cada quien tenía una vista diferente del mismo, pero no por eso se podía decir que estuviera uno más errado que el otro. —Lo más sensato sería regresar a nuestras respectivas aldeas, no deberíamos vernos envueltos en ninguna guerra que no nos compete, eso sería lo ideal, pero sí la situación no mejora el día de hoy no tendremos tiempo ni de marcharnos...— Musité al peliblanco para seguir pensando que responder a su interrogante, sabía bien que quien manejara más información tendría más poder, no obstante... ¿Qué seguía ir a visitar el pueblo perdido entre las nieves? Esa una idea que no me agradaba en lo más mínimo.
—Además... Somos prácticamente el salvavidas de esta chica, sí es tan importante como dice ser podrían incluso intentar...— Miré de reojo a Shinda y a su asistente, quería asegurarme de que nadie escuchase, a excepción de Koutetsu. —Secuestrarla.—
La historia se estaba volviendo cada vez más increíble, más fantasiosa, en este momento podríamos vernos como los embajadores de la paz entre dos pueblos... —Igual no tenemos muchas opciones, estamos metidos hasta el cuello en este asunto...— Y esa sería la afirmativa que necesitaría el ninja de uzu para saber mi respuesta.
¿Que sucedería ahora?
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La palabra secuestro se repitió infinitud de veces en la mente del peliblanco, hasta el punto de casi escandalizarlo; pero su rostro se mantuvo sereno, sin dar muestra alguna de las inquietudes que discurrían y se acumulaban en su ser. Abrió la boca para contestar, pero la situación no permitía una de aquellas respuestas sencillas que tanto gustaba de usar.
—Pero, ¿eso no sería una última alternativa? —se atrevió a preguntar, en un susurro tan bien disimulado que era casi inexistente.
—Igual no tenemos muchas opciones, estamos metidos hasta el cuello en este asunto... —sentencio el joven de ojos melíferos.
Kōtetsu se abstrajo de la situación durante unos momentos; paseo su gris y serena mirada por los presentes en la oficina, mientras su voz interior hacia cuenta y memoria de todos los hechos, mientras su mente trataba de crear un panorama favorable, alguna ruta que le permitiese salir airoso…, si es que tal cosa era posible.
Lo primero en lo que centró su atención fue en aquel sentimiento medio amargo que se engendraba en él al imaginarse secuestrando a aquella muchachita caótica pero “inocente”. Por supuesto, secuestros y situaciones de rehenes eran el quehacer diario de los verdaderos ninjas. Inclusive podría decirse que eran las situaciones más favorables, pues permitían resolver conflictos potencialmente grandes con un mínimo de violencia. Y aunque no era algo con lo cual estuviese en acuerdo, supo que de ser necesario habría de obrar según las costumbres de su oficio… Aunque también estaba el hecho de que secuestrar a un civil era algo sencillo, pero aquella chiquilla podría resultar ser un problema; podría resultar ser más fuerte que cualquiera de ellos, y entonces sabrían que habían tomado la opción equivocada, todo cuando ya fuese demasiado tarde. Pero… dado como se encontraban, aquello no era muy diferente a tenerla de rehén: la tenían en el pueblo, acompañada y bien vigilada. En caso de un conflicto tendrían la ventaja al negociar, pues no tenían a un simple sabio o embajador, tenían en sus manos a una princesa, una heredera…
De pronto, una idea salvaje se aferró a los calmados pensamientos del Hakagurē, sacudiéndolos y estrangulándolos con violencia.
—¡Espera un momento, Sapayauitl! —no conocía bien los protocolos conflictivos, pero sabía algo sobre la naturaleza de quienes resolvían los problemas—. Si la situación es tan grave y amenazante, y hay tanto odio de por medio, como es que tu pueblo envió a una “princesa” como mediadora y no aun sabio con su debida escolta de guerreros —ya estaba poniéndose nervioso, y su rostro y voz comenzaban a demostrarlo—. ¡Es más!, ¿Qué estabas haciendo en el sitio en donde te encontramos?
La muchacha desvió la mirada, como un niño que se ha visto puesto en evidencia; pero luego de unos instantes de acosadoras miradas decidió confesar:
—Líder, mayoría Seltkalt, no querer más tregua, querer atacar, destruir, pronto, rápido… Yo, querer evitar, guerra ser mal de tierra nuestra, no ser último deseo de padre… Yo escapar, llamar nieve, evadir cuidadores, acercarme a pueblo, mucha energía usada, caer inconsciente.
—En otras palabras… —la compostura regreso a su ser, como luchando contra la creciente ansiedad—: escapaste de casa y de tus guardaespaldas, sin avisar a nadie de adonde ibas ni que intenciones tenías, en una especie de desesperada y suicida misión diplomática. Y como si la situación entre los pobladores y los nativos no fuera suficientemente mala, a ojos de los tuyos esto ha de parecer un secuestro en toda la definición de la palabra.
—Si —se limitó a contestar ella.
—Menudo lio se ha armado…
—Sapayauitl tener valor, buenas intenciones.
—Sí, y también pareces tener carámbanos en el cerebro.
El silencio se hizo presente con la pesadez de una lápida mortuoria. Debieron de pasar minutos hasta que el frio viento comenzó a azotar la vieja casa, provocando que la madera se quejase, amenazando con la posibilidad de que alguna viga se rompiese. De pronto el silencio fue roto por el sabio:
—Esta decrepita casa terminara por venírseme encima un día de estos… Seguramente algún postigo volvió a desprenderse, ¿podrías ir y revisar Konohana?
La malhumorada asistente obedeció, y en silencio se retiró a cerciorarse de que todo estuviese en orden.
—Y ustedes… —El anciano fijo su cansada vista en el par de extranjeros—. Ya ven, así están las cosas. Díganme, ¿Qué piensan hacer ahora?
El joven peliblanco junto sus manos y cerró los ojos mientras meditaba su respuesta, para luego calmadamente decir:
—Siendo total y absolutamente honesto, soy el tipo de persona que no puede evitar meterse en problemas por inmiscuirse en asuntos ajenos, pero estamos hablando de una especie de guerra civil… No se trata de un grupo de bandidos, se trata de una guerra por motivos culturales, étnicos, raciales y POLITICOS; eso me supera totalmente.
»Además, no creo correcto o prudente el tomar partido, pues no conozco su historia y no tengo idea de quién puede estar en lo correcto y quien en lo equivocado.
—Jovencito… una vez que comienza la guerra todos nos vemos obligados a tomar partido, a elegir un bando, para bien o para mal.
—Bueno… entonces es mejor retirarnos antes de que inicie el conflicto.
—Adelante, cobarde, indiferente, correr, no necesitar, poder solucionar sola —exclamo la pálida jovencita, haciendo una especie de fingida rabieta orgullosa.
—Pues me parece bien que aprendan a solucionar sus propios problemas ancestrales —asevero, mostrándose un tanto molesto—. Es increíble: me aleje de la aldea precisamente porque quería evitar todo lo que tuviese que ver con conflictos políticos… Ah, pero en plenas vacaciones se me ocurre llevarme conmigo un supuesto cadáver para darle adecuada sepultura.
El joven se levantó tranquilamente y comenzó a caminar hacia la puerta, como quien decide olvidarse por completo de un problema ajeno, como ave que decide abandonar el árbol en el cual se ha posado, antes de que el incendio envuelva el bosque.
No había terminado de salir de la habitación cuando la muchacha de la nieves le salto encima.
—Esperar, no irse, ustedes traerme —exclamo, mientras se aferraba como un mono, haciendo el gesto que típicamente es previo a las lágrimas—. No poder apartar mirada, ser guerreros, tener deber.
—Vamos, suéltame, estas fría y pesada —dijo mientras se sacudía con pereza.
—No, tonto, no ayudar, malvado, querer abandonar —exclamo, entre molesta y a punto de llorar.
—No lograras convencerme con tu actuación de Tsundere —exclamo mientras trataba de separarse de ella con cuanta delicadeza le era posible—. Además, ¿alguna vez has estado en una batalla? ¿Tienes idea de lo terrible que es? ¿Sabes el tipo de cosas que tienen que hacer los guerreros como nosotros en situaciones como esas?
—¡Idiota! Por eso, querer, necesitar, evitar guerra —le reprendió la muchacha mientras tiraba de la cabellera del Hakagurē—. No importar si ser rehén o morir, ser deber de Sapayauitl.
De pronto la escena se vio interrumpida por la asistente del sabio, quien muy agitada dijo:
—¡Señor Shinda, algo extraño está pasando con la tormenta!
En silencio, el anciano se levantó y camino, lenta y torpemente. Como movidos por una orden invisible, los demás se verían llevados hasta el pórtico de aquella vieja estructura. El Sarutobi abrió la puerta y un viento de mal agüero golpeo su rostro, un viento que recordaba de hacía muchos años atrás. Incluso aquel par de extranjeros pudieron percibir que algo extraño pasaba: las nubes de nieve se arremolinaban alrededor del pueblo y se iban cerrando alrededor del mismo, como estrangulándolo. No era difícil reconocer que aquella misteriosa tormenta era inquietantemente parecida a la que los atrapo justo antes de encontrarse con la fémina helada.
—¿Cuánto ha pasado desde la última vez que la nieve traía consigo el olor de la muerte?
Kōtetsu abrió sus fosas nasales y aspiro un poco de la nieve que recién comenzaba a caer. Era débil y sutil, pero sin duda había en ella un cierto olor a descomposición, a algo muerto; acompañado por el aroma férreo de la sangre seca. De pronto la temperatura bajo bruscamente y una densa neblina se hizo presente: el pueblo, antes visible, quedo oculto tras una blanca cortina.
—Keisuke… —llamo el peliblanco en cuanto vio como decenas de ardientes estrellas azules, acomodadas en pares, se encendían a lo lejos, atravesando la densidad helada que los mantenía aislados, observando las nubecillas formadas por sus cálidos alientos.
»Tenías razón: ya estamos metidos hasta el cuello en este asunto —aseguro mientras daba un paso para retroceder, mientras se escuchaba multitud de pasos ajenos acercándose.
La muchacha de las nieves se soltó del genin y se refugió tras la pesada puerta, mientras el mismo extraía de entre sus ropas un par de objetos; uno era su bandana ninja y la otra su confiable katana. Se ajustó con fuerza y serenidad la primera, y se plantó con determinación mientras se preparaba para blandir la segunda.
—Rayos… Parece que hasta aquí han llegado nuestras amenas vacaciones.
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15/12/2017, 14:42
(Última modificación: 18/12/2017, 17:48 por Keisuke.)
Suspiré con cierto pesar, Koutetsu se había quedado mudo por unos momentos, seguramente estaba pensando en qué hacer, tanto él como yo sabíamos que la situación era delicada, nada fácil de resolver y mucho menos ahora que conocíamos algunos puntos claves de la historia. Nuevamente me mantuve en silencio y mire a Sarutobi y a la pálida, no obstante, la ansiedad me carcomía por dentro ¿Qué iba a suceder? ¿Qué podía hacer? ¿Podríamos marcharnos antes de que empezara la guerra?
—¡Espera un momento, Sapayauitl! — Exclamó llamando la atención de todos y cada uno de los presentes, le miré con cierta curiosidad, mi corazón estaba bombeando más fuerte, no, no era eso, sino que ahora yo me estaba poniendo un poco nervioso ¿habría descubierto algo que diera indicios que ella nos había traicionado?—. Si la situación es tan grave y amenazante, y hay tanto odio de por medio, como es que tu pueblo envió a una “princesa” como mediadora y no aun sabio con su debida escolta de guerreros — "Rayos... ¿Acaso quería
infiltrarse?" Pensé lo peor, incluso le miré fijamente, exigiendo una respuesta, no obstante, Koutetsu no había terminado de manifestar sus incógnitas—. ¡Es más!, ¿Qué estabas haciendo en el sitio en donde te encontramos?
—Es evidente que dar un paseo no era una opción, ¿o sí?— Musité, presionando un poco más la situación.
Y entonces pude ver que la aborigen actuaba un poco rara, miraba de un lado a otro como queriendo evadir las preguntas, y las miradas, pero no sería suficiente, porque habíamos varios interesados en que respondiera con la verdad.
—Líder, mayoría Seltkalt, no querer más tregua, querer atacar, destruir, pronto, rápido… Yo, querer evitar, guerra ser mal de tierra nuestra, no ser último deseo de padre… Yo escapar, llamar nieve, evadir cuidadores, acercarme a pueblo, mucha energía usada, caer inconsciente.
"Espero que no sea demasiado tarde para nosotros..." Miré a mi alrededor, en busca de alguna ventana o salida de emergencia.
—En otras palabras… Escapaste de casa y de tus guardaespaldas, sin avisar a nadie de adonde ibas ni que intenciones tenías, en una especie de desesperada y suicida misión diplomática. Y como si la situación entre los pobladores y los nativos no fuera suficientemente mala, a ojos de los tuyos esto ha de parecer un secuestro en toda la definición de la palabra.
—Sí—
—Menudo lio se ha armado…
—Sapayauitl tener valor, buenas intenciones.
—Sí, y también pareces tener carámbanos en el cerebro. — La paciencia del peliblanco se había acabado y no era para menos.
—A estas horas del día deben estar buscándote...— Comenté rápidamente por el error cometido por la chica. —No, retiro lo dicho, deben venir para acá pensando que te han secuestrado, hay que prepararse.— Sentencié con la voz más calmada que pude.
¿Qué voy a hacer? Nunca he estado en una guerra... Lo mejor será ir con Haze para ponerlo al día..." Me decía internamente, debía tratar de mantener la calma y pensar con la cabeza fría, pero... ¿Quién podía mantenerse tranquilo en una situación como esa? Estábamos a punto de presenciar e incluso vernos envueltos en una guerra...
La ausencia de ruido dio a entender que todos estábamos debatiéndonos mentalmente, ¿qué más podría ser? No obstante, ¿Alguien se habría dado cuenta que el cuarto estaba más frío? El calor se había esfumado repentinamente, aunque por el momento no era tan fuerte como para hacerme tiritar.
—Esta decrepita casa terminara por venírseme encima un día de estos… Seguramente algún postigo volvió a desprenderse, ¿podrías ir y revisar Konohana?
"¿Se habrá abierto una ventana o algo así?" Seguí a la chica con la mirada hasta que se esfumó de la sala.
—Y ustedes… Ya ven, así están las cosas. Díganme, ¿Qué piensan hacer ahora?— Y he aquí la pregunta del millón... ¿Qué íbamos a hacer? No dudé un segundo y lancé una ansiosa mirada al shinobi, quien estaba con los ojos cerrados, su imagen demostraba cierta tranquilidad, pero... ¿Realmente estaba bien? Sí él no decía nada tendría que hacerlo yo... ¿Quién más?
—Siendo total y absolutamente honesto, soy el tipo de persona que no puede evitar meterse en problemas por inmiscuirse en asuntos ajenos, pero estamos hablando de una especie de guerra civil… No se trata de un grupo de bandidos, se trata de una guerra por motivos culturales, étnicos, raciales y POLITICOS; eso me supera totalmente. — A la final sí intervino, hecho que agradecí, realmente no sabía manejar esas situaciones de la mejor manera, más, podía notar como incluso Koutetsu se encontraba tenso por la situación, y no era para menos.
»Además, no creo correcto o prudente el tomar partido, pues no conozco su historia y no tengo idea de quién puede estar en lo correcto y quien en lo equivocado.
"Exacto, bien dicho!" Celebré internamente, ahora que habíamos dejado todo claro, podríamos marcharnos cuanto antes...
—Jovencito… una vez que comienza la guerra todos nos vemos obligados a tomar partido, a elegir un bando, para bien o para mal.
Y aunque no quería admitirlo, tensé la mandíbula, él tenía razón, ¿qué bando elegiríamos?
—Bueno… entonces es mejor retirarnos antes de que inicie el conflicto.
—Adelante, cobarde, indiferente, correr, no necesitar, poder solucionar sola — Manifestó la pálida,
—Pues me parece bien que aprendan a solucionar sus propios problemas ancestrales. Es increíble: me aleje de la aldea precisamente porque quería evitar todo lo que tuviese que ver con conflictos políticos… Ah, pero en plenas vacaciones se me ocurre llevarme conmigo un supuesto cadáver para darle adecuada sepultura.
El shinobi de uzu estaba demostrando que su paciencia se estaba agotando, y que estaba tan bien afilado como una hojilla a la hora de responder, no se iba a dejar amedrentar por nadie ni nada... Todo había quedado bien expuesto, nuevamente, ya no tenía sentido que nos encontrásemos ahí, perdíamos valioso tiempo, en el momento en que él se dirigió a la puerta, yo le imité, pero la situación volvía a enredarse, ahora el peliblanco tenía otro problema...
—Esperar, no irse, ustedes traerme. No poder apartar mirada, ser guerreros, tener deber.
"No sí, la manipuladora ahora que va a fingir que llorará" Fruncí el ceño a la par que mis brazos se cruzaban.
—Vamos, suéltame, estas fría y pesada —
—No, tonto, no ayudar, malvado, querer abandonar —
Llegados a este punto comencé a ignorar lo que ambos decían, me estaban hartando ya, por lo que tomé la delantera y comencé a caminar hacia la puerta, no obstante, no terminé siquiera de llegar al marco puesto que la asistente del viejo venía corriendo, agitada y con muy malas noticias...
—¡Señor Shinda, algo extraño está pasando con la tormenta!
Ciertamente teníamos un progreso, habíamos abandonado la sala anterior y estábamos justamente en la puerta, sí no fuera porque ahora estaba toda la ciudad envuelta en una tormenta de nieve, ya me hubiera marchado de ahí... Pero desde ahí se podía ver como el pueblo tenía el ojo de la tormenta, como la nieve se arremolinaba sobrenaturalmente sobre el mismo...
—¿Cuánto ha pasado desde la última vez que la nieve traía consigo el olor de la muerte?
—¿Qué?— Comenté anonadado por lo que acababa de decir, miré nuevamente la tormenta, y imité al moreno, hice una respiración profunda y entonces lo percibí, asqueado tosí fuertemente.—Coff coff coff.— Olor a descomposición y sangre.
—Keisuke…Tenías razón: ya estamos metidos hasta el cuello en este asunto —Dijo lo obvio.
—¿Qué haces vienen directamente hacia acá y tú te escondes? ¿Dónde está tu valencia y coraje?— Manifesté con molestia, sí pensaba como debía los guerreros estaban marchando justamente hacia donde estábamos, los sonidos se escuchaban más fuertes, más rápidos.
—Rayos… Parece que hasta aquí han llegado nuestras amenas vacaciones.
—Me gustaría estar ahora en esa piscina térmica...— Agregué a lo que decía Koutetsu.
"Sí esta chica es una princesa, los guardaespaldas deben ser mucho más fuerte que ella... Vaya viaje" Tensé mi mandíbula.
Busqué mi bandana que yacía en el interior de mis ropajes, era lo que me diferenciaba de los demás; y ahora en ambas manos tenía una cuchilla, una en cada una. Lo único que me atemorizaba era el fuego azul que se iba a volviendo cada vez más nítido. —No sé tú, pero yo no sé katon...—
—Sapayauitl VEN Y HAZLE FRENTE A TU GENTE!!! Vociferé directamente a la casa, ella realmente podría ser de ayuda ahora.
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—Errado, no ser gente de Sapayauitl, ser gente de mismo lugar que extraños. Ser su gente, no mía.
Aquella declaración logro dejar perplejo al muchacho de blanca cabellera. Sintió ganas de reclamar, pues aquel no era momento para andarse con bromas o acertijos: estaban cercados por una impenetrable cortina de nieve y rodeados por muchos ojos que les miraban intensamente, sin siquiera pestañear.
—La… La muerte es blanca y tiene los ojos azules —tartamudeo el anciano, quien empezaba a retroceder, asustado.
Al poco tiempo, todo se hizo claro:
Desde el interior de la congelada nube emergió una pálida figura humanoide que se movía con lentitud y torpeza. De lejos no sería difícil el confundirla con un hombre que anduviese débil, extraviado y con hipotermia, pero a la poca distancia que estaban resultaba terriblemente fácil el darse cuenta que aquello no era humano, al menos ya no. Se trataba de un cadáver parcialmente mutilado, cuyo estado era el de una putrefacción suspendida por la escarcha, reanimado por una desconocida y maléfica arte ancestral que le confería a sus ojos el brillo azulado de un fuego helado. Sostenía con mortuoria firmeza una delgada lanza de hierro y portaba una armadura de cuero que cubría la mayor parte de su muerto ser. Por el diseño podía adivinarse que en vida había sido un soldado de algún país extranjero, un mercenario probablemente.
—¡No me lo creo! —exclamo el Hakagurē al ver a tan siniestro ser—. ¡Que abominación!
Aquel ser tambaleante le provocaba una indignación mucho mayor que cualquier miedo que pudiese sentir: su mera existencia era una terrible ofensa contra el orden natural, contra el ciclo de la vida y la muerte; si había algo en lo que creía es que después de muerto todos merecían el descansar en paz, y no ser reducidos a marionetas sin voluntad alguna. Entre las viejas historias de su familia, se relataba como habían luchado durante mucho tiempo contra todo intento de necromancia, pues para ellos resultaba el peor de todos los tabús: “Lo muerto, muerto debe permanecer”. Él jamás le había prestado mucha atención a tales cuentos, para él eran solo fantasías entretenidas…, hasta ahora: ahora que tenia de frente una de las manifestaciones más aberrantes del mundo, comprendía en carne propia el odio que su familia (altos respetuosos de la muerte y sus ceremonias) sentía hacia la existencia de aquellos seres.
De pronto, la solitaria figura se vio acompañada por sus similares, más muertos que emergían desde más allá de la blanca pared que les aislaba del resto del pueblo. Se movían con pesadez, arrastrando los pies, casi caminando sin rumbo, hasta que… En cierto instante el viento dejo de aullar y los “no muertos” se detuvieron al unísono. La nieve seguía arremolinándose en ominoso silencio. Y entonces las criaturas despertaron de su letargo, levantaron la vista y la enfocaron en aquellas blandas y cálidas formas de vida.
Kōtetsu se encontraba justo frente a la casa cuando el primer no muerto ataco.
—¡Atento, Keisuke! —exclamo, al ver como su enemigo se movía con la misma energía y el doble de salvajismo que cuando estuviese con vida.
Antes de que pudiese darle alcance con sus putrefactas y frías manos, el peliblanco le descargo un sablazo que le cerceno una extremidad. Para sorpresa del mismo, tanto el brazo cortado como el resto del cuerpo seguían moviéndose con siniestra potencia, sin mostrar rastro alguno de dolor… Y como si fuera poco, ya otro más se había arrojado a por el muchacho de ojos melíferos, en una carga que demostraba que su carencia de vida solo era comparable a su carencia de miedo.
Después de unos segundos de lucha, y de un grito desgarrador por parte de la asistente de Shinda, el resto de soldados muertos comenzó a arrojarse uno por uno contra el par de jóvenes.
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