El muchacho se mantuvo pensativo, ajeno a la piratesca huída de Mogura. Se sentía más que intrigado, pues nunca se le había dicho nada sobre parientes, especialmente en la aldea de Uzugakure. Debía conseguir permiso y hacerle una visita a esta familia, llegar hasta el fondo del asunto...
—¿Dónde, exactamente, puedo encontrar a estos Sakamoto de Uzushiogakure? —preguntó calmo, pero con fuego ardiendo en sus pupilas— ¿En qué parte de la aldea se encuentran?
—¿Estás loco? —preguntó estupefacta—. ¿Pretendes que te diga la ubicación exacta de la aldea? ¿A un shinobi de otro país?
¿En la cabeza de quién entraba la idea de vender la ubicación de una jodida aldea shinobi? A saber, puede que alguien lo haya hecho y más de uno se lo plantearía, pero la pecosa no sería una de esas, prefería mantener el secreto a vender a todos sus compatriotas por un supuesto lío familiar.
—Si tienes suerte algún día te toparás con alguno, suelen llevar un montón de katanas encima con vainas negras y rojas con adornados en dorado —indicó mientras desamarraba la espada que ella misma llevaba a la espalda—. Como esta —afirmó, mostrando la vaina al contrario.
Aquellos eran unos adornados bastante inútiles si vamos al caso, pero que servían para identificar a prácticamente todos los Sakamoto, al menos los de Uzushiogakure. Claro que solo servía para aquellos que iban armados, sean shinobis o simples guardias, los criados por lo general no portaban nada característico del clan salvo por una pulsera que cualquiera podría conseguir.
De cualquier manera, con semejantes preguntas Koko había perdido todo tipo de interés en aquel asunto, y es que había sido algo sumamente estúpido de parte del shinobi de Kusa.
—Da igual, seguiré con lo mío —soltó a secas volviendo a colgar la espada en su espalda—. Adiós.
¿Lo peor? No había conseguido la dichosa indicación. «Tendré que preguntar a alguien más. »se quejaba mientras se alejaba del Sakamoto.
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Nadie había detenido a Mogura en su escape, y a causa de eso había vuelto a ser libre de caminar por lo arrozales sin la presencia de ninguna clase de fuerza del orden. Pero lejos de caminar de manera errática y tambaleándose de un lado a otro como un capitán pirata pasado de copas, el joven médico de Amegakure se tomaba un par de segundos para apreciar cada postal que aquel sitio ofrecía.
Casi que lograba entender por qué todo el mundo quería tener ese lugar y a la vez no quería destruirlo.
Faltaba para que fuese momento para emprender su camino hacía Tane-Shigai, y no podía llegar allá con las manos vacías. Por tanto, tenía que marcharse de aquel lugar con productos artesanales de los propios trabajadores.
Pero quizás tendría que adentrarse más si quería conseguir algo como arroz limpio o algo más tentador, licor de arroz.
Confiaba en que la kunoichi y el shinobi estuviesen llevando una charla amena sobre parientes lejanos en ese momento, por lo que no se molestó demasiado en pasar desapercibido una vez se hubiese escabullido de la conversación, de modo que volver a hacer contacto con un muchacho con un paraguas no sería una tarea difícil.
Las arremetidas verbales de la kunoichi no hicieron titubear al tuerto. Este se limitó a mantenerse en silencio frente a todo el monólogo ajeno, tomando nota de los adornos que le enseñó Koko. Tomando especial nota de ellos. No los olvidaría mientras ese preocupante asunto con la otra rama de los Sakamoto se aclarara.
—No tengo interés alguno en tu aldea, solo en los Sakamoto —se reafirmó—. No importa, me aseguraré de cruzarme con uno de ellos antes o después...
Así pues, dejó marchar a la fémina sin dedicarle una sola palabra más. Instantes más tarde se percató de que el shinobi de Amegakure se había escabullido aprovechando el intercambio verbal de él mismo y la mujer. Chasqueó la lengua con descontento.
«Campan por nuestro territorio a sus anchas... esto debe acabar.». Kuranosuke se quedó donde estaba, primero observando el paso de Koko y más tarde los arrozales.
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La intervención del shinobi de Kusagakure habría llegado a un final. Mogura se había dedicado a mirar los arrozales y Koko había seguido su camino buscando una respuesta a la interrogante.
Intentar comunicarse con los trabajadores del arroz sería perder el tiempo, ni la presencia de un shinobi de Amegakure les detenía de plantar las semillas en las parcelas inundadas. De igual manera y como estuviesen en alguna clase de trance, ni la despampanante belleza de la kunoichi de Uzushiogakure les robaba un segundo de su vida.
Quizás en otro momento habrían tenido preguntas que hacer o dudas que saciar, pero la hora de trabajo para los granjeros era sagrada.
De una forma u otra, ya sea por la búsqueda de información y o la búsqueda de bienes para comerciar, el camino de ambos terminaría convergiendo en lo que tenía todas las de ser una posada. Un caserón de dos plantas bien pero bien tradicional. Una bonita galería al frente para sentarse y ver a la gente trabajar mientras se disfrutaba de alguna bebida fresca o un planto de arroz, o fideos de arroz.
Mogura desde luego habría optado por esa opción, se arrodilló en un almohadón y no tardó en pedir un poco de alcohol de arroz. El producto que venía a comprar.
Por algún motivo la kunoichi comenzó a hacerse con la idea de que allí por esa zona solo vivían alguna especie avanzada de marioneta que trabajaban por su propia cuenta, sin hilos de chakra ni nada similar, capaces de moverse sin nadie que se los indicase y… realmente era una buena idea, si es que claro, aquello era posible.
Con solo imaginarse un ejército de marionetas granjeras trabajando la tierra Koko había quedado estupefacta, y bastante fastidiada con la mirada centrada en las infinitas plantaciones. Probablemente no le quedaría de otra que esperar pacientemente a que termine la hora laboral, ¿no?
Lo primero que se le ocurrió a la pecosa fue sentarse donde no estorbase a esperar, por suerte para ella, había una roca lo suficientemente grande y aplanada como para que una persona tomase asiento, y así lo hizo, se sentó, de brazos y piernas cruzadas esperando pacientemente a que todos terminasen con su labor.
Pero aquello no ocurrió.
Habría pasado una hora completa que la chica se sentó en esa piedra, pero nadie pareció prestar atención. «Cada segundo es oro, ¿eh? »pensaba ceñuda mientras se retorcía en su asiento improvisado. Ya no le resultaba tan cómodo como al inicio.
—Ya, vale —murmuró levantándose de un salto, luego del cual se dio unas palmadas en la falda para quitarse la suciedad que se le pudiera haber quedado y comenzó la marcha.
Estaba más que convencida de que lo mejor que podría hacer era conseguir algún tipo de indicación de alguien o de lo contrario podría terminar en cualquier parte de Oonindo, y no, no se le antojaba en lo más mínimo perderse ni recorrer el mundo.
Siendo así, lo único que la heterocroma pudo pensar fue dirigirse a la posada, al menos para beber algo y es que la frustración que llevaba era bastante notoria en su expresión. A pesar de esto, la chica ingresó a lo que parecía ser la posada y se dirigió al mostrador.
—Hola, deme una cerveza por favor —dijo con tono neutro y dejando el dinero sobre la mesa en lo que esperaba pacientemente por su pedido.
Tomaría asiento en la galería desde donde pudiera vigilar a los trabajadores… aunque en realidad, la tendría más fácil si simplemente preguntase al posadero, pero con lo molesta que estaba aquella idea nunca llegó a ser procesada por el cerebro de la rubia.
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Había cierto placer en ver a los demás trabajar, Koko habría pasado una hora entera contemplando a los campesinos trabajar la tierra. Mogura habría hecho lo mismo pero desde la privilegiada posición que la posada ofrecía, un metro por encima de las demás casas y en un lugar donde se podía ver prácticamente todo el campo sembrado.
Pero había algo que superaba ese placer, y era el beber un poco de alcohol mientras se veía ver a los demás trabajar.
El joven médico desvió ligeramente la mirada en dirección a la kunoichi cuando esta ingresó en el recinto, pareció ser que esta no le había visto o directamente prestó caso omiso a su persona.
En su lugar, la pecosa se acercaría a la barra y pediría una cerveza, adelantando el pago de la misma. Pero su atención no se desviaría de los campos de arroz, para nada, la joven de Uzu tenía un objetivo en mente y no se iba a desviar de él por nada. Ni siquiera por el alcohol de arroz que le habrían servido en lugar de cerveza.
Que molestia era la que aquella kunoichi sentía, la frustración, las ganas de darle una paliza a cada uno de los trabajadores por no ser capaces de siquiera de alzar la vista por un instante. Pero no podía hacer absolutamente nada, como le levantase la mano a tan solo uno de ellos seguramente le caería una bronca tremenda, si no del resto de los trabajadores, de todo el resto del país.
Siendo así, lo único que ella podía hacer era dedicarse a beber, alcohol de arroz tristemente, pero por lo menos era alcohol. «Serán fanáticos »
Chasqueó la lengua al recibir aquella botella, pero de todas maneras se la llevaría.
—Gracias —soltó a secas en lo que se volteaba muy dispuesta a retirarse y fue ahí cuando lo vio—. Tú estabas con el Sakamoto —dijo acercándose al shinobi de Amegakure—. ¿A ti también te ignoran todos en los arrozales?
Al momento de lanzar la última pregunta, la de Uzushiogakure había posado una mano en el respaldo de la silla que estaba justo delante del lugar de Mogura. No parecía ocupada, de lo contrario no hubiese tocado la silla, pero tampoco parecía dispuesta a tomar asiento.
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—Gracias —
Exclamó la molesta muchacha después de tomar la botella de alcohol, no era lo que había pedido, era lo que había, y con eso tendría que conformarse.
El joven médico de Amegakure, armado de la botella y un pequeño platito que se usaba como copa para servir el sake y beberlo a sorbos, continuaría contemplando los arrozales en armonía.
—Tú estabas con el Sakamoto —
Sería la voz de la pecosa la que lo sacaría de su ilusión y lo devolvería a la tierra. Ella le recordaba, quizás previamente simplemente no le había visto.
El shinobi de Kusagakure, si.
Apresuró a contestar aclarando antes a lo que se refería con su afirmación.
—. ¿A ti también te ignoran todos en los arrozales?
Mogura detuvo su mirada un par de segundos en la mano de la chica, seguidamente volvería a buscar sus peculiares ojos con sus propios orbes café.
Son simples granjeros, kunoichi-dono.
Contestó con un tono un poco diferente al de siempre, un poco más amable. Después de todo estaba bebiendo, no podía beber estando serio.
Estoy seguro de que no lo hacen con una mala intención. La vida de estas personas depende de esos campos.
Invitó a la muchacha a tomar asiento con un gesto de su mano, para luego servir un poco de sake en una de las copas de porcelana.
Cuando llegue el momento de ser amables, seguro serán muy hospitalarios.
Se entendieron, era lo importante, y pese a que el contrario no lo dijo de forma verbal, lo hizo con un gesto de su mano, mensaje que la pecosa entendió y no tardó demasiado en aceptar la invitación de tomar asiento justamente en esa silla que había estado sosteniendo hasta el momento.
Granjeros o no, le molestaba que actuasen de tal manera, como autómatas sin raciocinio. Cosa que si bien admiraba, no terminaba por aprobar ya que significaba ignorar a medio mundo. Es casi lo mismo que si ella se pusiera a ignorar a todos justamente porque tiene un encargo por hacer.
—Con dos minutos que no presten atención no se les morirán las hierbas —afirmó destapando la botella que se había traído para luego darle un largo trago—. Y seguro entenderás que no me interese tanto la hospitalidad, ¿verdad?
Así esté molesta, estaba delante de un shinobi de Amegakure, tenía que cuidar en cierta medida lo que le dijera sin importar el rango de este.
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La kunoichi tomaría asiento seguía estando molesta, claro, no tenía razón alguna para haber dejado de estarlo.
—Con dos minutos que no presten atención no se les morirán las hierbas.
El joven médico acercó la copa hasta sus labios y bebió el sorbo de sake en el momento en que la pecosa dio un trago a la botella. En parte para corresponder el gesto y también para ahogar una posible risa.
—Y seguro entenderás que no me interese tanto la hospitalidad, ¿verdad?
La cabeza del chuunin asintió ligeramente dos o tres veces mientras descansaba la copa sobre la mesa nuevamente, su siguiente movimiento hubiese sido llenar la copa otra vez de no haber sido por la imperiosa necesidad de atender su peinado, aunque no fuese necesario.
¿Tiene prisa por llegar a Tane-Shigai, kunoichi-dono?
Una pregunta un tanto obvia, a simple vista se podría percibir que ambos ninjas se encontraban polos completamente opuestos. Mogura estaba bastante relajado en un punto muy alejado de su hogar mientras que la fémina, por otro lado, parecía molesta por no poder seguir su camino en aquel preciso instante.
—Cuanto antes llegue mejor —afirmó en lo que se acomodaba.
Dejó que parte de su cuerpo se desplace hacia un lado, su cabeza estaba apoyada sobre la mano libre y el codo estaba apoyado sobre la mesa, de esa manera tenía un buen soporte para su cabeza pero como le muevan la silla o la mesa seguramente se irá al piso.
—Tengo que entregar una carta nada más, pero si no me dicen en qué dirección tendría que ir la tendré difícil.
Justo después de afirmar aquello —para lo cual ni siquiera se había molestado en mirar al contrario— dio otro largo trago a la botella que tenía en su poder.
De momento podía manejar bien la cantidad de alcohol que estaba consumiendo, pero pronto comenzaría a sentir cierto calor ascendiendo. «Putos granjeros »
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La kunoichi declaró que cuanto antes estuviese en su destino mejor sería para ella.
Apoyó su cuerpo en un sentido totalmente carente de etiqueta, pero el lugar donde se encontraban lo permitía y la actividad que se encontraban realizando casi que lo exigía. Para beber con tranquilidad había que estar cómodo.
De todas formas, nada podría reclamar Mogura, sus hombros estaban bastante relajados, y su espalda se arquearía cada vez que se servía sake.
—Tengo que entregar una carta nada más, pero si no me dicen en qué dirección tendría que ir la tendré difícil.
El joven médico de Amegakure elevó ligeramente la ceja en cuanto escuchó aquello. Parecía que el objetivo de la kunoichi era tan simple y vago como el suyo, llegar a Tane-Shigai como parte de un mero mandado.
Hmmm...
Bajó su mirada a la copa mientras la llenaba nuevamente.
Quizás podamos asistirnos mutuamente en este asunto, kunoichi-dono.
Comentaría después de terminar de llenar la pequeña pieza de porcelana y se la acercase al labio. Entonces, mirando a la kunoichi directo a sus ojos de colores diferentes, bebió el contenido.
En el fondo, la rubia había dado por perdido el día y también el caso de los granjeros, dudaba que le fuesen a responder o siquiera que supiesen darle una buena indicación pero ya no podía perder nada con intentarlo. De todas formas, el plan B era bastante simple, aunque podría tomarle muchísimo tiempo.
Por suerte para ella, aquel de Amegakure estaba dispuesto a ayudarla aunque a cambio de cierta asistencia suya que la hizo alzar levemente una ceja en señal de sospecha.
—¿Qué tipo de asistencia? —preguntó la pecosa, sin moverse ni un milímetro.
Estaba excesivamente cómoda en aquella postura y dicho sea de paso, podía beber sin ningún tipo de problema. ¿Qué más podía pedir?
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Lo único que cambiaría con respecto a la rubia, sería que una de sus cejas se alzaría ligeramente al escuchar lo que había dicho el médico.
—¿Qué tipo de asistencia?
Consultaría entonces la kunoichi, sin moverse de su lugar.
Mogura apoyó la copa sobre la mesa, pero esta vez no la llenó.
—Una vez termine mis asuntos en este lugar voy a seguir mi camino hacía Tane-Shigai.
Y quizás en ese momento la muchacha tendría un par de motivos para golpear la mesa con su puño o para arrojarle la botella por la cabeza al shinobi. ¿Si sabía el camino por qué no le dijo antes?
—Y puede que no me venga mal tener una escolta una vez me marche de los Arrozales.
Inclinaría la botella y vertería un poco de sake en la pequeña copa bajando ligeramente la mirada.
—¿Te interesaría acompañarme a Tane-Shigai, kunoichi-dono?
Preguntaría finalmente buscando con sus ojos café los anormales ojos de la chica.
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