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El anciano observo a ambos jóvenes con cierto grado de resignación, concediéndoles su justa parte de razón. Sin embargo, pese a su desagrado, sus únicas opciones eran seguirles y tratar de sobrevivir o quedarse allí y esperar a que el enemigo viniese por ellos…
Se hizo el silencio de palabras, y de nuevo impero el constante resoplar del viento.
—Está todo muy solo, ¿qué ha pasado con los muertos vivientes que nos tenían rodeados? —se atrevió a preguntar Kōtetsu, mirando al Sarutobi.
—Si ha quedado suficiente chakra dentro de ellos, estarán vagando sin rumbo; si quedaron vacíos, simplemente se desplomaran.
—Saber, otros llamar, posible atender llamado —objeto la pálida fémina.
En otras palabras más cercanas a la comprensión de los genin, los cadáveres podían volver a entrar en frenética actividad si eran alcanzados por los comandos de algún otro que pudiese manipularlos. Y aquello resultaba peligroso: si uno de los guerreros restantes percibía aquella cantidad de cadáveres erráticos, sin duda sospecharía de que algo había ocurrido con uno de sus camaradas.
El camino se antojaba difícil y peligroso; pero si aquellos que no podían combatir se encontraban sin alternativas, la situación no era mucho mejor para quienes si podían.
Quizás, al margen de todo aquello, era la joven y bien intencionada Sepayauitl la única que no tenía ninguna salida: podía ser que aquellos jóvenes llegasen al hotel, rescataran a sus seres queridos y se marchasen para jamás volver, indiferentes a lo que pudiese suceder tras de ellos. Pero, ¿ella que haría? Ella tendría que quedarse y ver como el ancestral conflicto terminaba en una masacre. Lo cierto era que en su corazón entendía que la única salida correcta era la paz. Si ganaban los foráneos su pueblo terminaría reducido a cenizas junto a la terrible hoguera que se mantenía encendida por el odio de los Sarutobi; y si ganaban los suyos, se harían dueños de una pintura de guerra a base de sangre que jamás se borraría de su historia. Incluso el mero hecho de recurrir al arte de contralar a los muertos era una perversión de sus dones naturales… Aquella era una situación en donde nadie ganaba.
—El hotel quedaba en esa dirección —aseguro el peliblanco, señalando hacia la densa niebla.
Sintió una punzada cruzando su corazón al girarse y ver a aquel grupo que, de una u otra forma, eran nativos. Casi creía que era una injusticia el que la vida les deparara un destino tan terrible e inevitable; pero el recuerdo de saber que fueron sus propias decisiones —la codicia de algunos y la inocencia de otros— las que dieron forma al tiempo presente, hizo que su ser se endureciera y distanciara un poco, convirtiendo a su musculo cardiaco en solo eso, un musculo, y no tanto un receptáculo de eventos emotivos.
—Pongámonos en marcha —pidió, con voz clara, fría y serena.
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A la final, Sarutobi, su secretaria y la princesa terminaron cediendo a nuestra posición y entonces todos comenzamos a movernos con rumbo al hotel, avancé en silencio y con decisión, a lo mejor teníamos un poco de suerte y la vía estaba libre...
—Está todo muy solo, ¿qué ha pasado con los muertos vivientes que nos tenían rodeados? — Preguntó Koutetsu, con curiosidad.
—Imagino que la técnica habrá desaparecido, es lo más lógico.— Respondí dando por hecho que era lo obvio, pero aparentemente había otra forma de ver la respuesta a la incógnita.
—Si ha quedado suficiente chakra dentro de ellos, estarán vagando sin rumbo; si quedaron vacíos, simplemente se desplomaran.
—No esperaba que pudiera quedar chakra residual dentro del cuerpo...— Dije con sinceridad por lo antes afirmado.
—Saber, otros llamar, posible atender llamado — Agregó la pálida.
—Un momento...— Me detuve a tratar de descifrar lo que quiso decir. --¿Estás queriendo decir que...— Pensé lo que estaba a punto de decir. —Qué pueden encontrarnos sí se dan cuenta que hay muchos cadáveres sin rumbo?— Eso era lo que vino a mi mente, una idea bastante loca, pero... ¿Qué era lo que no era extraño aquí? Nada podría asombrarme ya.
Después de afirmar ello volví a retomar el rumbo conjunto a Koutetsu y los demás.
—El hotel quedaba en esa dirección —Aseguró el peliblanco, señalando hacia la densa niebla.
—Hay mucha niebla, espero que todos estén bien...
—Pongámonos en marcha —pidió, con voz clara, fría y serena.
—Eso hacemos... Vamos.— Manifesté, ajeno a lo que el moreno había visto.
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Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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Comenzaron a caminar, sumergiéndose en la blancura de aquella niebla. Debían de mantenerse unos cerca de otros, pues era poco lo que se podía ver más allá de unas cuantas zancadas de distancia. Era difícil, sobre todo para aquellos foráneos, el orientarse en aquel blancor cuyo movimiento incesante resultaba tan confuso. Ahora, a Kōtetsu, no le resultaban extrañas aquellas advertencias sobre el cuidado que debía de tener durante las tormentas de nieve, que todo lo confundían y ocultaban. Aunque… aquella tormenta en particular se comportaba de un modo extraño: no eran vientos salvajes, era más como una enorme masa de copos de nieve que flotaban y revoloteaban sobre el pueblo, como una neblina donde la humedad se habia congelado.
—¡Por allí! —dijo el anciano, señalándoles el camino hacia un callejón cercano, casi invisible.
Ambos genin debieron de sentirse afortunados de que el sabio y la jovencita les acompañasen: para el Sarutobi era cosa normal el orientarse dentro de una tormenta, una habilidad que los años no habían podido oxidar. Y para la Seltkalt resultaba sumamente fácil el moverse, pues aquel era su medio ambiente natural; incluso podía vérsele sumamente cómoda.
—Eres buena en esto, Sepayauitl —aseguro, mientras se movían entre los viejos edificios.
—Normal, ser naturaleza de hogar —dijo con sencillez—. Pueblo, cubierto por nieve, ocultar a malos ojos.
El peliblanco estuvo a punto de preguntar sobre aquello, pero un rápido chillido de la nativa les detuvo. El anciano, como si comprendiera de qué se trataba los apresuro hacia un callejón, haciendo señas en total silencio. La malhumorada (ahora asustada) asistente destrabo la puerta de una casa e insistió en que todos pasaran y se quedasen en absoluto silencio.
Los segundos transcurrieron en medio de la oscuridad. Todos se mantuvieron quietos y a la expectativa mientras que, por el frente de la abandonada casa, se paseó lo que, por el gran sonido de pisadas, debió de ser un numeroso grupo de no muertos marchando en búsqueda de enemigos.
Puede que siguiesen de largo, pero tendrían que esperar un tiempo, para estar seguros.
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La niebla comenzó a cubrirnos, era tan densa que mi vista empezaba a nublarse y me era un tanto difícil ver a mis compañeros. —Tratemos de mantenernos juntos.— Emití en vista de que al avanzar todo se dificultaba cada vez más. —¿Están todos bien?— Pregunté con duda, quería escuchar las voces de todos.
—¡Por allí! — Gritó Sarutobi, pude verle señalar un lugar, pero no estaba del todo seguro que era, podía ver algo pero no sabía sí realmente estaba ahí. No obstante, tomamos rumbo a dónde él decía, después de todo no habría porque desconfiar.
—¿A dónde vamos?— Cuestioné a pesar de que ya iba caminando en esa dirección, quería saber el porqué.
—Eres buena en esto, Sepayauitl — Halagó el moreno a la nativa al ver su destreza entre la nieve.
—Normal, ser naturaleza de hogar. Pueblo, cubierto por nieve, ocultar a malos ojos.
Repentinamente el chillido por parte de la princesa nos alarmó a todos, fue entonces cuando el anciano tomó las riendas del asunto y nos dirigió a un callejón, todo con señas y en absoluto silencio, la asistente abrió una puerta y entonces nos refugiamos en el interior de aquella estructura.
Mi corazón latía rápido, todo estaba oscuro y lo único que podía escucharse era mi respiración, quizá la de los demás, aún no estaba seguro de lo que estaba pasando, pero todo se aclaró cuando escuché el sonido de las pisadas, múltiples pisadas, era un ejercito de cadáveres vivientes que venía siguiendonos los pasos.
No dije nada, me quedé en silencio, no sabía sí se habían marchado o estaban esperándonos afuera...
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El sonido de aquellos pies arrastrándose fue alejándose con lentitud, hasta que el silencio se hizo demasiado insoportable:
—Parece que nos estaban buscando —declaro en voz baja el peliblanco.
—No, solo estaban patrullando: de habernos estado siguiendo, ahora estuviesen rodeando la casa… Aunque eso no significa que estemos a salvo.
La voz del Sarutobi era como el sonido de una solitaria cerilla encendiéndose en la oscuridad, áspera, repentina, efímera.
Ahora parecía que moverse era seguro, por lo que los cuerpos abandonaron sus estáticas e incomodas posiciones preventivas. En aquellas temperaturas despiadadas, el frio engarrotaba con suma rapidez las articulaciones más flexibles, causando más cansancio y malestares de lo que podría esperarse.
—Esta casa resulto ser un buen refugio, pero…
—Ya sé a dónde quieres llegar… —dijo el anciano, advertido hacia donde se encaminaban los pensamientos del Hakagurē—. Sus habitantes debieron de huir en cuanto entendieron que no podían repeler a los reanimados, y es probable que el resto de la calle haya hecho lo mismo.
—Guerra, imposible ocultar, inútil evadir. —La voz de la princesa Seltkalt tenía cierto aire melancólico.
—No se puede hacer nada; una cosa como esta, de simple tablones de madera, no podría soportar la arremetida de un batallón de no muertos…, creo que ningún edificio en este pueblo podría.
—Hay un edificio que podría resistir multitud de ataques y guarecerlos a todos: el Nido de cristal —sentencio el Sarutobi—. Esa extravagante estructura es grande y maciza como una montaña. Si los pobladores han de dirigirse a un lugar para buscar refugio, sin dudas será ese.
—Pobladores, Seltkalt, buscar mismo lugar.
Si, parecía que al final todos habrían de converger en el mismo sitio, todos habrían buscar el final allí…, fuese cual fuese.
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El ruido que hacía el ejercito de muertos vivientes fue cesando lentamente, así como fue disminuyendo la probabilidad de que se topasen con nosotros, sin embargo, no podíamos asegurar que estábamos a salvo, una vez que se hizo el silencio esperé a que alguien dijera algo, a que alguien rompiera la tensión del ambiente y poder volver a nuestro objetivo principal.
—Parece que nos estaban buscando — Koutetsu fue el primero en hablar y en decir lo que pensaba, ¿sería cierto que nos estaban buscando?
—No, solo estaban patrullando: de habernos estado siguiendo, ahora estuviesen rodeando la casa… Aunque eso no significa que estemos a salvo. Aclaró Sarutobi.
—Es un alivio, momentáneo, pero lo es.— Aseguré dirigiéndome a todos, seguramente estaban un poco más calmados después de la aseveración del guardián del saber. Adopté una posición más cómoda y pude sentir como mi cuerpo se encontraba un poco engarrotado. —La temperatura no da tregua.— Froté las palmas de mis manos y luego mis brazos, buscando un poco de calor.
—Esta casa resulto ser un buen refugio, pero…— Intervino el moreno, sabía a lo que se refería, debíamos marcharnos.
—Ya sé a dónde quieres llegar… Sus habitantes debieron de huir en cuanto entendieron que no podían repeler a los reanimados, y es probable que el resto de la calle haya hecho lo mismo.
—Guerra, imposible ocultar, inútil evadir. — Aseveró la nativa.
—No se puede hacer nada; una cosa como esta, de simple tablones de madera, no podría soportar la arremetida de un batallón de no muertos…, creo que ningún edificio en este pueblo podría.
—Hay un edificio que podría resistir multitud de ataques y guarecerlos a todos: el Nido de cristal. Esa extravagante estructura es grande y maciza como una montaña. Si los pobladores han de dirigirse a un lugar para buscar refugio, sin dudas será ese.
—Es justo lo que tenía en mente, deben estar todos allá!, incluyendo Naomi y Haze. Apresuremosno en llegar ahí.— Dije con determinación.
—Pobladores, Seltkalt, buscar mismo lugar.
—Genial.— Expresé con un tono sarcástico. —Será sencillo entonces, debemos seguir a los cadáveres que estaban patrullando y con un poco de suerte su radar térmico no nos alcanzará...—
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Al abandonar aquella casa, su escondite temporal, encontraron que las calles y callejones se encontraban casi desoladas. En algún punto divisaron alguna pequeña patrulla de no muertos; pero como habían acordado, evitaron el conflicto. Moverse a través de los callejones resultaba sencillo para aquello cuya natividad les permitía orientarse de manera infalible.
De pronto, en la distancia, una forma oscura con puntos luminosos comenzaba a manifestarse en el horizonte y por sobre sus cabezas: el nido de cristal se alzaba como la estructura más alta y robusta de todo el pueblo, incluso lo suficiente como para que en medio de la niebla pudiese apreciarse su silueta y la luz de sus lámparas exteriores.
—¡Algo, venir! —exclamo de pronto la pálida jovencita.
En aquel instante habían tenido que salir al medio de una ancha calle, por lo que se encontraban en campo abierto…, y sin la esperanza de que la tormenta ayudase a cubrir su presencia allí.
—¡Esperen, creo que son aldeanos! —advirtió el anciano, contrarrestando la postura defensiva que todos habían tomado.
Efectivamente, se trataba de un grupo formado por una docena de aldeanos ligeramente armados con herramientas de sus oficios (poco más que palas, picos, hacha y trinchetes). En cuanto supo que les habían visto y que se acercaban hacia ellos, el Sarutobi se despojó de una de las gruesas telas que le cubrían para arrojarla sobre Sepayauitl. La muchacha comprendió, y de inmediato se cubrió lo mejor que pudo, ocultando la totalidad de sus rasgos nativos bajo el enorme y arrastrante trozo de tela. El recién llegado grupo se veía fatigado, lleno de cortaduras y lesiones por doquier, con rostros abarrotados de miedo y resignación: sin duda habían tenido una escaramuza con los no muertos y su aparente invencibilidad. Les contaron que se dirigían al edificio principal para refugiarse, que allí era a donde se supone que todos debían de dirigirse en caso de una emergencia.
—Entonces dirijámonos juntos hacia allí, ya estamos bastante cerca —propuso el peliblanco.
El recién formado grupo de sobrevivientes se puso en marcha calle abajo, alertas de cuanto pudiese emerger de la neblina. Finalmente, llegaron a la entrada del hotel, para encontrar algo que congelo cualquier ascua de esperanza que les pudiese quedar.
—Pero… ¿Por qué? —se preguntaron los aldeanos, mientras contemplaban un enorme tempano que se había formado sobre la entrada del edificio.
El joven Hakagurē tomo su espada y la esgrimió unas cuantas veces contra aquella masa helada, pero no obtuvo resultado alguno. De alguna manera era tan azul y transparente como el cristal más fino, pero resultaba dura como el mejor de los aceros forjados.
—Debemos buscar una entrada auxiliar —apresuro el Sarutobi.
Pero las cosas no iban a resultar tan sencillas…
Desde la niebla les llego el sonido de multitud de pies arrastrándose, un sonido que a aquellas alturas del día les resultaba muy familiar. Una miríada de ardientes estrella azules se encendió al otro lado del blanco velo. Los civiles se espantaron y comenzaron a buscar algún posible escape con desesperación, pero se dieron cuenta de que estaban completamente rodeados por un ejército de no muertos. Literalmente, ahora se encontraban entre la muerte y la pared.
Los genin quizás pudiesen mantener la calma durante unos minutos, pensando sobre cómo podrían enfrentar o evadir aquel grupo de autómatas decadentes...; pero pronto se darían cuenta de que en aquel lugar y en aquel momento su muerte tenia forma y color: era una muerte blanca y sus ojos eran azules: desde la niebla emergieron tres figuras pálidas y tribalmente ataviadas, terriblemente familiares a una pesadilla reciente.
—Este podría ser nuestro fin —dijo funestamente Kōtetsu, apretando los dientes mientras el trio de guerreros Seltkalt comenzaban a aproximarse.
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Cuando por fin nos pusimos de acuerdo, todos empezamos a salir, cuando mi turno llegó, sentí nuevamente la oleada fría y la niebla se alzaba nuevamente entorpeciendo mi visión, las calles seguían igual de solas, mientras más nos desplazábamos más me aseguraba que todos estaban refugiados en el nido, eso quería creer.
—Ahí está!— Murmuré cuando la silueta de la torre se empezaba a divisar, sonreí con cierta satisfacción al saber era cuestión de minutos para estar con el resto de las personas, seguramente ellos tenían un plan en mente, incluso podrían estar trabajando en el.
—¡Algo, venir! — Anunció repentinamente la pálida.
Al escuchar sus palabras no pude evitar alzar mi guardia y mirar a todos lados en busca de las personas que se acercaban, lo más probable era que fueran enemigos y no había que dejar que nos tomaran desprevenidos.
—¡Esperen, creo que son aldeanos! —advirtió el anciano.
Trate de agudizar mi visión, pero la tormenta gélida no lo permitía, no fue hasta que noté la presencia de que esta vez no estábamos enfrentándonos a cadáveres, esta vez eran humanos y parecía que formaban un escuadrón de resistencia, la mayoría estaban armados con objetos cotidianos, palas, picos, hachas y herramientas de ese tipo. Noté la habilidad de Sarutobi para con la princesa, un movimiento astuto, no debíamos crear confusión entre nosotros mismos.
Cuando estuve cerca de los aldeanos fue que caí en cuenta de su estado, la mayoría tenía varias lesiones, cortes, sus rostros mostraban cansancio y miedo; fue cuestión de segundos para que manifestaran que iban al nido del cristal a protegerse, como los demás.
—Entonces dirijámonos juntos hacia allí, ya estamos bastante cerca — Comentó el peliblanco.
—En un par de minutos debemos estar ahí.— Aseguré.
Todos juntos nos encaminamos, rompiendo la tensión que formaba la neblina y con cautela nos desplazamos al hotel; en cuestión de segundos llegamos a la entrada del nido, pero una cruel y fría realidad nos sacudió, las puertas estaban cubiertas por una capa trasparente y resistente de cristal.
Las dudas y la desesperación no tardó en llegar, los aldeanos se manifestaron preocupados por lo que sus ojos veían, ¿ahora que ibamos a hacer? Yo me preguntaba lo mismo. Koutetsu pasó de ser espectador a tratar de hacer algo al respecto, blandió su sable varias veces, múltiples cortes y ataques lanzó, pero no dejó siquiera un rasguño, el hielo estaba intacto.
—Debemos buscar una entrada auxiliar —apresuro el Sarutobi.
—Hagamoslo rápido, alguno de ellos puede que nos hayan detectado.— Expresé con un poco de nerviosismo mientras empezaba a caminar para intentar rodear el edificio. Sin embargo, no llegué a dar más que un par de pasos, aquel ruido que se manifestaba lo había escuchado antes, sabía lo que significaba, la multitud de pasos flojos y arrastrados; pequeñas flamas azules se encendieron viéndonos. —Creo que es demasiado tarde.— Me resigne a la situación y busqué ponerme cerca del moreno, mientras levantaba mi guardia.
—Mientras sean puros esqueletos de estos podemos hacer algo, será mejor ponernos manos a la obra antes de que empeoren las cosa.— Dije con un poco de optimismo mientras me acercaba al frente de los muertos vivientes, listo para empezar la batalla.
—Este podría ser nuestro fin — Manifestó con un tono sombrío, quebrando lentamente la poca esperanza que mantenía.
—Son tres... No podemos contra tres de ellos.— Admití con un tono entre triste y de decepción, ahora sí que era verdad ¿Qué haríamos?
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Aquellos tres heraldos de la muerte blanca se detuvieron a una distancia prudencial del grupo de sobrevivientes; un gesto de precaución extraño, teniendo en cuenta su obvia superioridad: sin duda sabían acerca de la derrota de uno de sus compañeros, aquel guerrero poderoso y arrogante. Ellos, por su parte, no planeaban correr riesgos innecesarios en un asalto tan importante.
—Se han detenido —susurro alguien entre la multitud.
Aquello no era motivo suficiente como para permitir que emergiera la esperanza, el Sarutobi lo sabía. Les estaban midiendo, como determinando cual sería la forma más eficiente de acabar con ellos.
Mientras las personas se agrupaban al borde de aquella enorme masa de hielo que cubría la puerta, el número de cadáveres animados aumentaba; era como si, movidos por una voluntad colectiva, estuviesen convergiendo hacia un foco de sobreviviente, de sangre caliente. Sin embargo, estos muertos se movían con un poco más de lentitud y torpeza, como si su amos estuviesen utilizando solo el chakra necesario para mantenerlos en movimiento. Sin duda una sabia estrategia al tratarse de tantos súbditos, cientos, que eran los que rodeaban al frágil grupo.
De pronto, movidos por una fatídica orden invisible, el ejército de la muerte alzo la mirada y comenzó un lento y abominable avance, cayendo sobre el grupo de sobreviviente como una ola de cadáveres; primero unos pocos, para luego ir aumentando con cada oleada.
Arrinconados, los shinobis y el resto del grupo no tuvieron más opción que comenzar a combatir. Sin posibilidad alguna de retirada, solo les quedaba luchar para evitar ser aplastados contra el muro de hielo. Los aldeanos también se mantenían a su lado, formando una especie de barrera para quienes no podían luchar. Los no muertos no eran especialmente fuertes como para vencerles al momento, pero eran tantos que con el tiempo terminarían agotándolos y aplastándolos. Los golpes llovían en contra de los atacantes, mientras aquel pequeño contingente trataba de resistir con uñas y dientes; mientras que Keisuke y Kōtetsu se mantenían al frente, resistiendo; mientras los blancos nativos observaban, esperando.
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En un momento dado, el ejercito que nos rodeaba de detuvo, teníamos aún varios metros de separación y pude percibir como se mofaban de satisfacción por saber que tenían a su presa acorralada, parecía que saboreaban una victoria segura. Mire a mi alrededor y lo único que podía observar era una hilera de cadáveres a nuestro alrededor, y entre ellos la figura de los tres guerreros nativos.
—Se han detenido — Dijo alguien de la multitud, mencionó lo evidente.
Sin embargo, aquello no me hacía sentir más seguro, y los aldeanos parecían congeniar conmigo porque lo más indefensos se acurrucaron dentro de una barrera humana que habíamos hecho, sin ponernos de acuerdo, aquellos que haríamos frente a la batalla.
—Nuestra única esperanza es que desde el interior estén haciendo algo al respecto.— Murmuré para que solamente Koutetsu me escuchase. Esta vez no teníamos aceite, no había brea ni nada que se le pareciera, estabamos en un terreno favorable para nuestros opresores, y lo peor era que con el pasar del tiempo el ejercito parecía crecer en multitud, se veían muchos, pero no muy fuertes, no sabía sí realmente era así o simplemente era parte de mi optimismo.
—Ahí vienen!— Vociferé anunciando que la batalla daría inicio. Los muertos vivientes empezaron con un movimiento lento pero que fue ganando potencia con el pasar de los segundos; no había tiempo para planes, no había tiempo para pensar sí en el interior nos ayudarían, estábamos prácticamente solos, a su merced; ahora lo que teníamos que hacer era sobrevivir.
—Suiton: Mizurappa!!— No dudé en escupir una ola de agua hacia mis rivales, después de todo un ataque en área como ese sería bastante eficaz en multitudes como esa, pero no era incierto cuanto tiempo podría mantener el uso de técnicas; es por ello que trataba de administrar mis ataques y variarlos entre ninjutsu y taijutsu básico.
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La marea de muerte caía sobre ellos con la cadencia de una oleaje violento; como un mar lento e inexorable que azota una costa lejana, erosionando con crueldad los remanentes de una vieja construcción que negaba a caer, pero cuya derrota era segura. Keisuke mantenía cierto grado de esperanza, ofreciendo lo que pudiese quedar de su fe a la posibilidad de que desde el interior de El nido de cristal estuviesen preparando un rescate, un apoyo o lo que fuese que pudiese ayudarles… Pero mientras pasaban los angustiosos segundos, que se asemejaban a horas, el edificio solo les correspondía a manera de testigo silencioso.
—¡Mantengan sus posiciones! —clamaba Kōtetsu, cada vez que se manifestaba un embate.
Aquel grupo de “resistencia” no estaba en todo momento contra las cuerdas: de vez en cuando avanzaban y arremetían ferozmente, cuando alguna de las técnicas de los ninjas despejaban un poco el terreno. En otros momentos, cuando la masa de cadáveres resultaba incontenible, se veían obligados a retroceder hasta casi aplastar contra el muro de hielo a quienes yacían detrás de ellos. Pero la mayoría del tiempo mantenía una precaria posición de guarda, sosteniéndose en pie con toda la fuerza y valor que les era posible manifestar.
—Esto no tiene fin —decían algunos.
El Hakagurē se mantenía arrojando certeros tajos a diestra y siniestra, ejecutando atemorizantes técnicas que despedazaban la vanguardia enemiga. Manteniéndose cercano a él estaba el Inoue, desplegando todo lo que tenía para defenderse.
Era obvio que el grupo dependía de aquellos dos, que como pilares de granito se mantenían sosteniendo la vida de los supervivientes. La situación los obligaba a mantenerse al frente, como vanguardia, recibiendo apoyo de los civiles a quienes protegían. Pero al final no eran de piedra, eran humanos que comenzaban a cansarse.
La chica del mal humor que trabajaba para Shinda era la que mejor les proporcionaba asistencia, manteniendo lejos las garras que se colaban en las defensas de los muchachos. Se le veía bastante segura, esgrimiendo un largo y delgado machete con soltura, confiando en la protección que aquellos dos chicos le proporcionaban.
Y de pronto, la muerte comenzó a ganar…
En un momento de humana debilidad, ninguno de los dos genin pudo detener un grotesco brazo que aprisiono la mano de aquella muchacha. Ambos podrían verlo, pero estarían demasiado comprometidos para ayudarle, o de demasiado cansados como para lograr moverse a tiempo.
A aquella fría y muerta mano se sumaron otras más, arrastrándola con brutalidad hacia la horda, desgarrando tanto ropas como piel. Solo se necesitó un instante para que dejase de estar a su lado, con su respiración agitada. Ahora yacía del lado de los muertos siendo despedazada mientras sus últimos y desesperantes gritos iban dirigidos a su maestro, clamando por socorro. Fue aquel par de chicos quienes en primera línea debieron de observar como su cuerpo era destrozado por infinidad de manos y como sus entrañas se regaban con un roció carmesí sobre la blanca nieve, quienes debieron de escuchar sus últimos y fatídicas suplicas, y el terrible, terrible, sonido de sus articulaciones estallando al separarse y de sus carnes siendo rasgadas y vertidas sobre el suelo.
¡Un espectáculo grotesco!, que sin duda vaticinaba su pronto destino si no hacían algo, si algo no pasaba a su favor.
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13/03/2018, 13:41
(Última modificación: 13/03/2018, 13:41 por Keisuke.)
La primera ronda de asalto había dado inicio, pero nadie sabía realmente cuando terminaría, tanto los aldeanos como Koutetsu y yo dábamos lo mejor de nosotros para mantener en alto el frente de la resistencia hacia el ejercito de los cadáveres, teníamos esos ciertos momentos de oportunidad en los que ganábamos unos pocos metros de terreno, pero unos pocos segundos después ya estábamos nuevamente contra el muro, y mi única esperanza, el nido de cristal, seguía con un silencio sepulcral, ningún ápice de movimiento, ayuda o siquiera vida desde el interior se manifestó.
No podía dar mi brazo a torcer, no tan rápido, no mientras tuviera gente a mi alrededor a la que proteger y vidas a las que podría salvar, no podría dejarles al merced de la muerte, no podía rendirme sólo porque la luz del milagro que debía ocurrir aún no aparecía.
—¡Mantengan sus posiciones! —Animó Koutetsu a todos nosotros.
No obstante, lo único desfavorable no era la diferencia numérica, sino también el ambiente de combate, mis articulaciones, mis dedos y mi nariz dolían, y no era precisamente por los golpes que había recibido en combate, mi corazón hacía un gran esfuerzo por mantenerse en ritmo y lograr que todo se mantuviese en orden, pero con cada movimiento, con cada ninjutsu, el oxigeno que podía adquirir era cada vez menor.
—Esto no tiene fin —decían algunos.
—Aún no.— Me detuve antes de volver a la batalla, estaba recuperando el aliento. —NO SE RINDAN!!!— Vociferé con la finalidad de aumentar el ánimo del grupo.
El combate siguió su curso, el moreno lanzando sendos cortes con su fierro y por mi parte, intentando de que ningún cadáver llegase a alguno de los aldeanos, hasta los momentos todo transcurría relativamente bien, solo que la resistencia empezaría a fallar en cualquier momento y ese era uno de mis mayores temores.
Repentinamente, el panorama cambió y la asistente de Shinda, aquella mujer amargada que se encargaba de cubrir las defensas internas de nuestra improvisada formación, fue atrapada, las frías y heladas garrasde la muerte se hicieron con su débil cuerpo y fue cuestión de arrastrada hacia la horda de nuestros enemigos!
"Rayos! No puede ser, rápido!" Me dije en un momento de apuro, pero por más que quería ir a correr, ir a salvarle, o por lo menos hacer el intento; sabía exactamente que sí dejaba mi posición habría muchas más pérdidas, y era algo que no me podía permitir. Tensé mi mandíbula y lo único que pude hacer fue golpear los cadáveres que tenía frente a mi, les descargué toda mi furia, sentía bastante impotencia.
No tardó en llegar el susurro de su cuerpo siendo destrozado, aquel ruido característico de sus articulaciones siendo separadas, así como cuando deshuesas un pollo, pues algo similar; y algo que no podría olvidar fueron aquello gritos, sus últimas palabras, en un acto de desespero simplemente se dirigió a una única persona, el guardián del conocimiento; sin embargo, fue cuestión de segundos para que los gritos se vieran ahogados y ella fuera reducida a nada... Solo quedaría aquel tinte rojizo tiñendo la blanca capa de nieve y sus viseras por todo el lugar...
Sí la situación continuaba así, en un par de minutos iríamos cayendo uno por uno, y nos reducirían hasta matarnos a todos...
—Koutetsu, sabes tan bien como yo que no podremos ganar sí no tratamos de resolver lo que ocasiona esto; debemos ir contra ellos, quizá podríamos hacer que desactiven su técnica y así los aldeanos podrían intentar escapar.— Comenté con cierto cansancio, era la única solución que venía a mi mente, a mi cansada mente.
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—Koutetsu, sabes tan bien como yo que no podremos ganar sí no tratamos de resolver lo que ocasiona esto; debemos ir contra ellos, quizá podríamos hacer que desactiven su técnica y así los aldeanos podrían intentar escapar.
El espadachín comprendía muy bien a donde querían llegar las intenciones de Keisuke, y por eso mismo le causaban tanta dificultad moral: aquel era un plan sencillo, servir de carnada para que los aldeanos pudiesen escapar… ¿hacia dónde? Además, resultaba difícil el creer que ellos dos lograrían acometer con la fuerza suficiente como para distraer a los Seltkalt, quienes a diferencia de su compañero caído no cometerían el error de confiarse. En el mejor de los casos, aquel en donde su intento de distracción funcionase, solo lograrían unos segundos de tiempo antes de ser abatidos por el enemigo… Y en el fondo era difícil decidir qué destino era peor, si ser lanceado por una estaca de hielo y pasar a ser un siervo muerto o ser destrozado en vida por cientos de cadavéricas manos.
Bastaron una instantes que se antojaron eternos para que el Hakagurē tomase su decisión: le resultaba más aceptable terminar como una mancha roja sobre la blanca nieve que pasar a ser parte de la impías filas enemigas.
—Estoy contigo, Keisuke-san…, hagámoslo.
Pero sus intenciones debieron de ser obvias para la helada trinidad de nativos, pues estos se separaron un poco entre si y se pusieron en guardia.
De entre la muchedumbre apelotonada se manifestaría un levísimo rayo de momentánea esperanza: la muchachita que les había estado acompañando se descubrió, dispuesta a dar un paso al frente.
Como si una orden antigua y lejana hubiese llegado hasta ellos, los no muertos se detuvieron al instante, controlados por una secreta ley que les impedía atacar a cualquiera de los suyos. Aquella resultaba una cláusula de seguridad para que aquellas artes profanas jamás fuesen utilizadas como arma contra sus propios creadores… Curioso observar que la muchachita, no iniciada en aquellas técnicas, desconocía semejante hecho.
Kōtetsu se quedó estático, esperando a que algo sucediese. Sepayauitl, por su parte, paso de largo entre él y su compañero; se aproximó hacia los guerreros mientras los cadáveres animados se hacían a un lado para permitirle el paso. Aquello resultaba una muestra excepcional de valor, del mismo valor que la había llevado hasta aquel pueblo y a aquellas circunstancias.
Los guerreros volvieron a juntarse uno muy cerca del otro para recibirle: sin duda reconocían de quien se trataba. Kōtetsu no se permitió el albergar demasiadas esperanzas, acaso semejante actuación podría permitirle unos segundos para descansar y pensar en su siguiente movimiento. La horda enemiga había menguado en densidad, dispersándose un poco y frenando en su aplastante avance.
Cuando la princesa y los guerreros estuvieron cara a cara, comenzó una acalorada discusión en un lenguaje demasiado antiguo como para ser entendido por los presentes. Los atacantes parecían tanto confundidos como enojados; hacían señas que solo podían ser interpretadas como portadoras de violencia, agresión, muerte… La jovencita también ejecutaba sus propias gesticulaciones, pero las suyas transmitían tranquilidad, pausa, dialogo… Mientras los segundos pasaban, se hacía evidente el que ambos lados compartían el mismo lenguaje, pero que no lograban entenderse en sus posiciones.
—Se niegan a tomar prisioneros… —dijo el Sarutobi, el único que con seguridad podía entender lo que estaban diciendo.
Al escuchar aquello, el de ojos grises le dirigió la palabra a su compañero:
—Algo me dice que las negociaciones van a fracasar… —opino, calmadamente—. Si aquello ocurre, solo nos quedaría aprovechar los instantes de distracción para arrojarnos con tu propuesta.
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Lancé la única idea que tenía en mente, solo quedaba esperar el apoyo del moreno, y no podía juzgarlo por ponerse a dudar sobre ello, después de todo ambos sabíamos cómo terminaría todo. Los segundos pasaron en cámara lenta y simplemente esperé, sin presionar al peliblanco.
—Estoy contigo, Keisuke-san…, hagámoslo.
—Bien, hagamoslo.— Dije decidido mientras miraba directamente el trío. —Parece que entendieron lo que va a pasar...— Comenté al ver como se ponían en guardia.
Repentinamente de atrás de mi surgió la nativa, la princesa de aquellos guerreros, ella se descubrió y captó la atención de la mayoría, pude ver como algunos aldeanos le miraban con sorpresa y como la horda de cadáveres se detuvieron en seco ante su presencia.
"Parece que no piensan hacerle daño... Por lo menos, esto nos dará un poco de tiempo..."
La pálida caminó directamente hacia los guerrero, el mar de cadáveres se hacía a un lado haciendo un brecha especialmente para ella, quedé en suspenso por unos cuantos segundos, ¿ella podría detener todo esto? —¿Será que ella podrá hacer algo?— Pregunté a Koutetsu, sabía que el no sabía la respuesta, pero no pude dudar en decirlo, y tomé esos segundos para recuperar el aliento y las energías.
El trío se unió nuevamente para esperar su encuentro, una vez estuvieron los cuatros frente a frente hubo un intercambio de palabra que rápidamente se convirtió en una clara discusión, las palabras que cada uno manifestaba iban acompañadas de ciertos movimientos que a mi parecer dificultaban un poco más el entender lo que intentaban decir, directamente no entendía nada, simplemente pensaba que ella estaba de nuestra parte y estaba haciendo algo por defendernos, pero no tenía plena seguridad de ello.
—Se niegan a tomar prisioneros… —Comentó Sarutobi sacandonos de nuestras dudas.
—Algo me dice que las negociaciones van a fracasar… Si aquello ocurre, solo nos quedaría aprovechar los instantes de distracción para arrojarnos con tu propuesta. — No tardó en asegurar Koutetsu.
—Esperemos que no fallen, porque sino correrá mucha sangre, mi plan tiene muchas fallas y está lejos de lograr su verdadero objetivo.— Dije con franqueza. [color=limegreen]—Sí tan sólo pudieramos ingresar al hotel...— Me viré a verle y entonces caminé directamente hacia él.
Una vez frente a la pared de cristal que imposibilitaba el paso me preparé y cerré mi diestra, con mi puño en alto lancé un único ataque recargado con chakra, quería estar seguro de que no podría abrir la puerta, sí no lo intentaba no lo sabría, una vez hecho aquello esperaría y buscaría siquiera una pequeña fractura en las capas de hielo.
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El puño de Keisuke descendió con fuerza sobre la inconmovible masa de hielo; y esta le respondió de forma equivalente, arrojándolo y haciéndolo retroceder varios metros por causa de una misteriosa energía reflejada. Kōtetsu se acercó a verificar su estado, que seguramente resultaría ser una mescla de conmoción y aturdimiento.
—Ni un rasguño… —dijo en voz baja el moreno, observando el frio muro que les impedía la entrada.
Por su parte, la princesa se mantenía envuelta en una acalorada discusión con sus semejantes, intercediendo por el grupo que yacía agazapado y a la espera detrás de ella. Hacia cuanto podía para convencer a los guerreros, pero era tan joven y con tan poca experiencia en asuntos diplomáticos. Sus palabras resultaban cada vez más molestas en aquellos fríos oídos, y sus argumentos comenzaban a flaquear peligrosamente. En algún punto, víctima de una desesperación exagerada, debió de proferir alguna blasfemia merecedora de una bofetada contundente. Los Seltkalt le miraban con desprecio y enojo; mientras que ella, desde el suelo, aun determinada a cumplir con el que creía su deber, les dedicaba una mirada honesta y valiente.
Todos se quedaron estáticos ante el rumbo de los acontecimientos; tanto, que la bola de fuego que cayó del cielo les tomó por sorpresa.
—¡Al suelo! —grito el Sarutobi, quien parecía ser el único que había advertido aquel ataque.
Pero sus palabras fueron en vano, la enorme llama esférica impacto violentamente la masa helada que bloqueaba la entrada de El nido de cristal. La onda de choque derribo a todos los sobrevivientes y a una buena parte de los no muertos que estaban cerca. El moreno se levantó sintiéndose un tanto aturdido por el repentino fogonazo, el calor y la luz. Observo con incredulidad el agujero humeante en donde había estado la pequeña muralla de hielo, y que ahora permitiría el paso al interior del edificio.
—¿Que fue lo que sucedió? ¿Acaso fue usted Shinda?... Pensé que no podía utilizar ninjutsu.
—No he sido yo… Ha sido… Ese solo puedo haber sido… Ryūnosuke. —Se le veía absorto, distante y tan confundido como todos los demás.
Los tres guerreros se pusieron en máximo estado de alerta, y en respuesta también lo hizo su legión de resurrectos.
De entre la neblina, desde detrás de los nativos, se pudo percibir el acercamiento de una figura cada vez más clara. Camino con calma y lentitud hasta que se hizo completamente visible: sin duda alguna era un hombre joven, alto y que aparentaba estar en buenas condiciones físicas. Su mirada serena pero ardiente deambulo por todo el sitio, analizando la situación con sus ojos dorados y brillantes. Su cabello corto y negro se agitaba con la ventisca, aunque parecía no sentir incomodidad alguna por el frio. Por su piel y vestimentas oscuras, quedaba claro que no se trataba de un nativo, acaso puede que fuese un aliado… Los guerreros respondieron a su presencia intercambiando algunas palabras y colocándose a la defensiva, dándole la espalda al grupo de refugiados. Al recién llegado parecía no preocuparle aquello; ni amedrentarle las cientos de miradas, azules y ardientes, que los cadáveres andantes le dedicaban.
—Adelante, refúgiense en el edificio. Yo me encargare del resto —aseguro, con voz confiada y fervorosa.
—¡Adelante, vamos! —les exigió el Hakagurē, atento a aprovechar la oportunidad.
Cuando todos los aldeanos hubieron ingresado, una parte de él pidió que entrase y se ocupase de lo suyo; pero otras, que termino por ganar el debate, le exigió que se quedase y viese como terminaba aquella escaramuza. Además, ambas partes habían llegado al acuerdo de que, para bien o para mal, no podían simplemente dejar tirada allí a la aun inmóvil Sepayauitl…, no después del valor que había mostrado y del respiro que les había conseguido.
El tiempo que se tomó para decidir basto para que, al final, solo Keisuke, Shinda y él quedasen frente a la entrada, a la espera de una confrontación segura.
—No sé quién sea ese sujeto, pero creo que ni siquiera un Jōnin tendría el poder suficiente como enfrentar a esos tres y a su horda de no muertos.
Y sin embargo se había quedado allí, porque algo en la seguridad con que hablaba aquel hombre le decía que era inmensamente fuerte.
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