Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Era una tarde gris en Amegakure, Ichiro estaba acostado tranquilo y taciturno sobre su cama, mientras estaba observando la lluvia golpear suavemente la única ventana que daba luz al dormitorio, raramente las precipitaciones cesaban en aquella villa, era señal de mal augurio para sus pobladores.
Se sentó en su cama sin destaparse mientras miraba el techo y se desperezaba, no había podido tomar la siesta en toda la tarde aunque eso era lo que se había propuesto en un principio, algo le mal traía desde la graduación y no lo dejaba dormir. Volteo de nuevo los ojos hacia la ventana, la lluvia se había interrumpido y el repiqueteo de las gotas en el techo de hojalata cada vez eran menores y casi sin fuerza, aunque los truenos y los relámpagos no dejaban de azotar el cielo y rugir recordando que la tormenta todavía estaba ahí y podía volver en cualquier momento, era en realidad un clima agradable para los residentes del lugar.
El joven soltó un bostezo y todavía sentado giro su cuerpo poniendo los pies sobre el suelo – Bueno, creo que es buen momento de hacer algunas compras.- Se dijo así mismo mientras soltaba otro suspiro. La familia de Ichiro no tenía mucho dinero, por lo general vivía con lo justo y sin gozar de comodidades. Esperaba ansioso poder empezar a realizar misiones ninjas que le permitieran costearse un mejor modo de vida para él y para su familia, por suerte ya había recibido su bandana de genin, no obstante el mal presentimiento no lo dejo festejar mucho.
Tras cambiarse y ponerse su ropa de cada día, paso a hacer la cama, tomo unos pocos ryos que había sobre su escritorio, los puso en su bolsillo derecho y emprendió su rumbo bajando las escaleras de su humilde casa, abrió la puerta, saludo a los otros chicos y a los encargados de su internado y salió a la calle.
Un viento frió le golpeaba la cara y hacia que sus cabellos blancos bailaran, observo con un ojo cerrado y el otro entre cerrado el cielo, este estaba repleto de nubes, y con una tonalidad que lucía un azul grisáceo o un gris azulado. Los truenos seguían repercutiendo en el cielo., un sol, meramente escondido detrás de aquel nubarrón, iluminaba las calles, sin embargo algunos vecinos de la zona ya habían salido afuera a colgar sus lámparas para mantener iluminado constantemente el frente de sus casas.
Mientras tanto el joven llevaba las manos a los bolsillos y empezaba a caminar por las calles de la aldea pisando los charcos que había dejado la anterior lluvia, en busca del mercado más próximo a su vivienda. – Bah, que asco de día.- Rebuzno, durante el inicio de su recorrido.
Se notaba que muchas personas habían aprovechado la detención del agua para poder hacer sus cosas, pese a que muchos de los pobladores mas viejos tomaban a este como un día nefasto, varios niños salieron a jugar a la calle y adultos que iban y venían haciendo de esta una tarde fructífera.
Aquella era una pregunta que no dejaba de rondarle la cabeza en los últimos días. Se había graduado hacía cosa de una semana, ¿pero ahora qué debía hacer? ¿Qué metas debía perseguir? ¿Debería presentarse sin más en el edificio de la Arashikage y pedirle una misión? No. Se le ponían los pelos de punta de tan sólo pensarlo.
Ayame suspiró, perdida en el laberinto de su mente, y alzó la mirada hacia el cielo como si fuera a encontrar la respuesta allí. Sin embargo, lo único que encontró fue un color plomizo que se alternaba con un color azul que no estaba acostumbrada a ver allí.
—Oh, no... —murmuró, para sí. La aldea había enmudecido repentinamente, y ella no se había dado cuenta de ello. Había dejado de llover a su alrededor, y ella había estado tan ensimismada que no había reparado en ello.
«¿Qué va a pasar ahora?» Se preguntó, inquieta. Cuando no llovía ocurrían cosas malas, todo el mundo lo sabía. Quizás debería regresar a casa cuanto antes. Se dio cuenta entonces de que debía de ofrecer una imagen ridícula: parada en mitad de la calle, mirando hacia el cielo y cubierta estúpidamente por el paraguas con el que había estado cargando hasta el momento.
Se dio la vuelta, dispuesta a continuar con su camino, pero entonces sintió un brusco empujón que la tiró al suelo.
—¡Ay! —se quejó, aunque no se había hecho demasiado daño. Abrió los ojos, buscando el origen de aquel golpe, y entonces se encontró con una cara que le era familiar. La persona con la que había chocado era un chico algo más pequeño que ella, pero ya lucía la bandana que le identificaba como genin de Amegakure. ¿Le habría visto en la academia? Su rostro redondeado estaba enmarcado por sus cabellos grisáceos y desordenados, pero en él destacaba sobre todo sus ojos, tan oscuros que le causaron escalofríos. Mirarle directamente era como perderse en una noche sin estrellas, por lo que desvió rápidamente la mirada—. ¡Lo siento! No me di cuenta...
No se si la población es consciente de tu condición de Jinchūriki, puse "rumores" por si es informacion confidencial del estado. salud
Tras caminar por un corto tramo de tiempo un golpe brusco detuvo al joven, este, que aunque caminaba lento lo hacía con firmeza, se había distraído mirando el piso de su recorrido, esquivando charcos y piedras flojas que pudieran jugarle una mala pasada, deambulaba casi dormitando, no obstante aquel choque lo hizo volver en sí y dar un paso hacia atrás.
Llevando las dos manos a la cara como reflejo de protección y casi sin observar el accidente exclamo – Pero fíjate por donde vas! Puedes sacar un ojo a alguien con ese paragu.- mientras volvía a re incorporarse, Ichiro no tuvo otra opción que congelar sus palabras, ya que cuando levanto su mirada, vio que su obstáculo con el que se había topado en su camino era una chica, pero no corriente, era nada más y nada menos que una chica de su academia, pudo identificarla fácilmente por su forma de vestir y su corte de cabello. Pero algo incomoda al muchacho, había muchos rumores de su poderío, aunque no fueran ciertos, de inmediato se sintió incomodado ante su presencia.
Ichiro seguía inmóvil sin saber bien que hacer mientras en su cara se dibujaba un rostro de asombro y miedo, pasaron unos segundos antes de que pudiera expresara alguna otra silaba –Tu ..Tu eres Ayame- tartamudeo mientras interponía los brazos entre ellos como forma de protección y daba pasos hacia atrás para tomar más distancia, los nervios del momento le ganaron y torpemente lo hicieron caer sentado sobre la calle. –So.. solo discúlpame! No fue mi intención- finalizo levantándose rápidamente en un temblor. En su cara una sonrisa forzada, dejando a la vista lo puntiagudo de sus dientes en un intento desesperado de disimular el momento de tensión, salió caminando rápido en dirección opuesta a la que venía en un principio.
Observaba de reojo hacia atrás por encima de su hombro derecho, asegurándose de que no lo siguiera. «No puede seeeer, pero si en la academia le quitaban hasta el dinero del almuerzo!» se reclamaba así mismo un poco enojado tratando de aplacar su cobardía. Recordando como en varias oportunidades había visto a otros chicos pasarse de listos con ella. Aunque por miedo nunca se había entrometido.
En el suelo del lugar del encuentro, una bolsa de color marrón que se le había caído al muchacho a causa del choque, sin darse cuenta la había dejado allí en el piso sin recoger, esta contenía los pocos ryos que Ichiro destinaba para su comida.
Un rayo cayó iluminando el lugar, las nubes negras cargadas y listas, pululaban por el cielo, dando aviso que el agua comenzaría a caer pronto y nuevamente sobre la villa de Amegakure, acompaño, luego de unos segundos, un tembloroso y aturdidor trueno.
21/08/2015, 18:24 (Última modificación: 21/08/2015, 18:24 por Aotsuki Ayame.)
En teoría sí lo saben en Amegakure, fuera ya no saben quién es el jinchuriki. Pero no lo has hecho mal, de todas maneras. Siempre puede haber "despistadillos", jajaja
Las protestas del chico se vieron bruscamente interrumpidas cuando se cruzaron sus miradas. Ayame, muerta de vergüenza, se apresuró a cerrar el paraguas mientras murmuraba disculpas reiteradamente y evitaba volver a mirarle de manera directa. Estaba a punto de continuar su camino cuando él pronunció su nombre en un tímido balbuceo.
—S... sí... —concedió, pero no esperaba que el chico actuara de esa manera tan defensiva. Había retrocedido varios pasos, colocando ambos brazos entre ellos como una barrera. De hecho, su inicial enojo había quedado reducido a un temor casi palpable. ¿Pero por qué? Ayame alzó ambas manos en un gesto conciliador, tratando de reducir la tensión que se había formado. Casi como un reflejo de las nubes que comenzaban a arremolinarse sobre sus cabezas—. Tranquilo, si ha sido culpa mía. No debería haber...
Él sonrió, pero sus labios estaban tensos como las cuerdas de un violín. No era un gesto sincero, era una sonrisa forzada, pero dejaba a la vista unos dientes notablemente agudos. Por algún extraño motivo que no llegaba a comprender, no se alegraba nada de verla. Súbitamente se dio media vuelta y echó a caminar a un paso bastante rápido. Ayame alzó la mano e inspiró, pero a mitad de camino volvió a dejarla caer con tristeza. No entendía qué estaba pasando.
«¡Mirad todos, Ayame es un extraterrestre! ¡ALIEN! ¡ALIEN!»
Los recuerdos resonaron afilados en su mente, acuchillándola doloramente. Ayame se encogió ligeramente, y luchando por retener las lágrimas alzó las manos para ajustarse la bandana a la frente. Fue en ese momento cuando vio una bolsa de tela parda, abandonada en el suelo.
—¿Qué es...?
Se agachó a recogerla, y su contenido tintineó entre sus manos. Eran monedas. Se le debían de haber caído al chico durante el choque.
Ayame se mordió de nuevo el labio inferior. Estaba claro que debía devolvérsela, pero no quería volver a ver ese rechazo en sus ojos. Suspiró, y el sonido de un trueno lejano sobre su cabeza la empujó. El aroma de la lluvía volvía, podía sentir la humedad rozar su piel. Todo volvería a estar bien en breves.
—¡Eh! ¡Chico! —gritó Ayame, que había echado a correr en la dirección en la que se había perdido el otro—. ¡ESPERA!
La experiencia había dejado un poco aturdido al muchacho, luego de caminar un tramo se detuvo. Las manos se le habían enfriado y lo aprovechaba para posarlas sobre su cara para refrescar lo caliente de su piel y específicamente sus ojos, las primeras gotas ya empezaban a realizar percusiones en los diferentes materiales de los techos de las casas, la calle y algunos charcos que ya estaban.
Tras templar las temperaturas que tenían sus manos con su cara se desperezo, sacando a fuera un pequeño bostezo, que si alguien hubiera estado cerca del lugar lo hubiera escuchado sin problemas.
Ichiro volvió la mirada perdida al cielo, dejando que algunas gotas frías cayeran sobre su cara, volvió a girar sus ojos hacia la muchedumbre «Sinceramente debería ir a hacer las compras antes de seguir perdiendo el tiempo» Reflexiono, aunque unos gritos rompieron su pensamientos, una voz conocida lo hizo girar sobre si, quedando opuesto hacia donde estaba mirando, a lo lejos, se podía apreciar una persona vestida de azul, entrecerró los ojos para tratar de ver mejor, lo que pudo visualizar lo había dejado helado, era nuevamente la muchacha que intentaba llamarle la atención «Mierda!» mientras trago aire frio de una manera tan repentina como el agua de un rio que corre a toda velocidad.
Los ojos abiertos de par en par y un instinto que prácticamente lo obligaban a salir corriendo. «¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?» repetía eufórico el shinobi mientras apretaba los blancos y afilados dientes y observaba a la genin acercándose a su posición.
Intento caminar de forma rápida en primer lugar, pero la velocidad con la que la muchacha se aproximaba era tan grande, que al dar tres o cuatro pasos no dudo también en echarse a correr.
Su respiración había cambiado totalmente ahora era mucho más rápida y agitada, mientras seguía analizando sobre su hombro que la muchacha reducía distancia entre ellos. Un calor le invadía mientras recibía algunos insultos por los atropellos que cometía, por la insistencia de escapar, estaba chocando con personas e ignoraba que pisaba charcos, salpicando a la gente cerca de él.
Tras sus intentos fallidos de dejarla atrás, intento perderla, tomando hacia la izquierda en una intersección, pero esta, luego de unos cuantos pasos terminaba en una callejón sin salida, que estaba rodeado por unos grandes edificios de Amegakure.
Un trueno sonó en el cielo, como la campanada de un boxeador que se rinde, la lluvia ahora había empezado a caer con mayor intensidad, volviendo al clima normal de la villa. Ichiro toco la pared viendo que no tenía otra salida y volvió la mirada hacia la boca del callejón, quizá todavía tenía tiempo de volver si la muchacha había enlentecido el paso. – Maldición. – Enojado maldijo el genin mientras le daba un golpe al muro. Pensaba que había ofendido a la “criatura” y sobre todo se había metido en un lugar abandonado y siniestro, con nadie transitándolo. Se había puesto una soga en el cuello.
No tardó en atisbar los cabellos plateados que andaba buscando a lo lejos. Perdido entre la multitud, el chico se volvió hacia ella, y en su rostro se volvió a dibujar aquel gesto del absoluto terror cuando se cruzaron sus miradas. Jadeando, Ayame trató de mostrarle la bolsa que llevaba aún en su mano diestra, pero él se giró repentinamente y echó a correr en dirección contraria. Estaba huyendo de ella.
—E... ¡Espera! —exclamó, en un angustiado resuello, pero el muchacho no parecía tener ninguna intención de escucharla.
Con el corazón bombeando como loco en su pecho, Ayame aumentó la velocidad. Era un alivio comprobar que su huidor no era tan rápido como ella. Prácticamente podría alcanzarle en un par de minutos, como mucho. Sin embargo, se encontraban en una concurrida avenida, y la multitud que discurría por aquella dificultaba enormemente la persecución. Más de una vez estuvo a punto de chocar con alguien, y más de una vez se llevó un improperio al pasar a ras de algún pobre hombre. Incluso estuvo tentada de utilizar su habilidad de la hidratación para pasar a través de un grupo de personas que se había apelmazado en mitad de la calle, pero el sentido común le dictó a tiempo que no era una buena idea dejarlos totalmente empapados de aquella manera.
—¡E... Espera... por favor...! —gritó, por enésima vez.
Pero de nada servían sus súplicas. El chico seguía corriendo sin piedad, y Ayame ya sentía el ardor de la fatiga carbonizando sus pulmones. Repentinamente, el genin giró a la izquierda, y ella no tardó en hacer lo mismo. Para su fortuna, habían llegado a lo que parecía ser un callejón sin salida. Habían acabado en una angosta callejuela situada entre altos rascacielos.
«Menos mal que no le ha dado por escalar las paredes... No sé cuánto más iba a aguantar este ritmo...» Se congratuló, maldiciendo al mismo tiempo su escaso aguante físico. Como un guepardo, Ayame era capaz de alcanzar grandes velocidades si se lo proponía, pero no podía mantenerla demasiado tiempo.
Y eso suponía un gran riesgo.
Sofocada por la carrera, Ayame dejó caer el paraguas al suelo y apoyó las manos en las rodillas tratando de recuperar el aire perdido y calmar los lacerantes pinchazos que azotaban su costado. Ni siquiera se había dado cuenta de que había comenzado a llover de nuevo, tal era el ardor que sentía en cada poro de su piel. Sólo al cabo de algunos segundos fue capaz de moverse, y entonces alzó una de sus manos hacia el genin.
En ella sujetaba la bolsa tintineante de dinero.
—Se te ha... caído... —balbuceó, como buenamente pudo.
Como un gato encerrado, Ichiro buscaba por doquier una salida, al genin le había ganado el nerviosismo, se había olvidado completamente de sus talentos ninjas, debido a su corta edad o a la adrenalina del momento. Pero su destino parecía ya estar escrito con tinta negra y en un trazo grueso, ya no había más opciones. El corazón que le corría a dos mil por hora parecía prácticamente haberse detenido por completo cuando vio la figura (un tanto oscura por la poca iluminación del lugar) de la muchacha asomarse por el callejón y dirigirse hacia él.
Nuevamente estupefacto, observo a la joven. Sus caladas profundas de aire llenaban sus pulmones y eran devueltas como un humo blanco, al parecer las lluvias también habían traído un descenso de temperatura con ellas y se reflejaban en cada exhalación.
Un sonido seco decoro la situación, la muchacha había dejado caer su paraguas, ¿sería a propósito? a simple vista parecía ser común y corriente. Pero el muchacho ya sabía que en Ame había algunos ninjas que los utilizaban como confiables armas. Aunque sorprendido pudo percatarse del cansancio de la muchacha, expresado por la respiración inusual y una posición exhausta, apoyando sus manos sobre sus rodillas intentando recuperar su condición física normal.
Ichiro miraba desconcertado a la adolecente fatigada, ¿Dónde estaban los poderes tan monstruosos que sus compañeros mencionaban?, simplemente, aquel momento, no estaba favoreciendo para nada los rumores que había escuchado, es más, por lo contrario, había sosegado el miedo de Ichiro que ahora tenía un impulso curioso sobre la muchacha, aunque su cara se había transformado a un rostro más representativo de desconfianza, no dejaba de pensar, que podía pasar cualquier cosa.
Ayame alzo su mano en dirección de Ichiro, que la miro perplejo, tras observar mejor, en ella se encontraba la bolsita de dinero del muchacho, que tintineando reflejaba que todavía contenía sus monedas, “—Se te ha... caído...” atino la muchacha a responder con una voz débil y pausada, al mismo instante que lo escuchaba, este paso la mano por su cuerpo y los bolsillos que poseía, haciendo prueba de que se le había caído.
Llevo la mano a su cabeza, golpeándose la frente en forma de auto recriminación «Tonto, tonto, tonto» pensaba, mientras bajo su mano por su cara y miraba la bolsa de dinero.
Sin lugar a duda, las palabras de la muchacha habían reconfortado a Ichiro cien por ciento, que empezó a acercarse a ella a paso lento, con un poco de desconfianza talvez, pero esta vez su miedo se había disipado, después de todo, ella también era un genin como él. –Gra..gracias…- repitió un poco tartamudo mientras observaba a la kunoichi, luego de tener la bolsa en su poder la volvió a guardar en sus ropajes. – ¿Sabes algo gracioso? PENSÉ QUE ME IBAS A MATAR!. – Añadió, mientras soltaba una carcajada, ya se sentía mucho más cómodo, al ver las intenciones de Ayame.
Ayame seguía jadeando, con la mano extendida hacia el chico al que había estado persiguiendo de forma obstinada por toda la aldea. Él no tardaría en vislumbrar en ella la pequeña bolsa de color pardo que sin duda le pertenecía y comenzó a palparse el cuerpo. Incluso rebuscó concienzudamente en sus bolsillos; sin duda, buscando lo que obviamente no tenía encima. Finalmente, la voz de la razón pareció llamar a la cabeza del chico, y cuando comenzó a darse golpecitos en la frente, Ayame suspiró aliviada.
«Al fin... menos mal...»
Al final, el terminó por acercarse a ella. Aunque a Ayame no le pasó desapercibido que aquellos pasos eran lentos y desconfiados. Pese a todo, dejó que el chico recuperara la bolsa y se reincorporó sobre sus piernas, algo menos cansada de lo que estaba inicialmente.
—No hay de qué —sonrió. No quiso añadir que en realidad había tenido suerte. Si hubiese sido cualquier otra persona le que hubiese encontrado aquella bolsa después de salir corriendo de aquella manera, con casi cualquier probabilidad se habría quedado sin el dinero.
Lo que no esperaba era la explicación que le dio con respecto a su huida. Ayame abrió de par en par los ojos, sorprendida por la declaración.
—¿¡QUÉ!? ¿Matarte? ¿Por qué iba a hacer una cosa as...? —le preguntó, de manera atropellada, agitando las manos en un ademán angustiado. Pero ni siquiera había llegado a completar la pregunta cuando una monstruosa sombra los cubrió desde detrás. Ayame se dio la vuelta y retrocedió de un salto con la gracilidad de una gacela, justo en el momento en el que un brazo se recogía a su alrededor. Logró evitar el agarre por los pelos, aunque realmente no debería preocuparle que pudieran atraparla de aquella manera.
Lo que le preocupaba era que, en aquellos instantes, tres hombres cerraban la única salida del callejón.
—Vaya... vaya... ¿pero qué tenemos aquí? —habló el más corpulento de ellos. Su tamaño casi doblaba al de los dos infantes, y llevaba consigo una pesada porra que sostenía con una mano como si fuera un bolígrafo—. ¿Acaso no sabéis que este es nuestro callejón?
—Oh... pobres mocosos... —se sonrió el hombre que se encontraba a la derecha. Aquel era delgado y larguirucho como un espaguetti.
—Jijijijiji... —la escalofriante carcajada provenía del hombre desgarbado de la izquierda. Sin desplazarse del sitio, de balanceaba de un lado a otro como una cobra encorvada. Tenía un ojo mirando al País del Agua.
Ayame retrocedió ligeramente, y el líder volvió a soltar una profunda carcajada al verlo.
—¡Vamos, vamos! No pretendemos haceros ningún daño, ¿verdad, chicos?
—¡Jijijijijiji!
—De hecho, estamos dispuestos a olvidar que habéis encontrado nuestro escondite si nos dais todo lo que lleváis encima. ¿Qué decís?
Aquellas palabras las acompañaba de un suave golpeteo de su porra contra su hombro. Ayame tragó saliva, con todos los músculos en tensión.
El dialogo con la chica fue interrumpido por tres personas que aparecieron esporádicamente, estas que ahora cerraban el callejón donde se encontraban, afirmaban que Ayame e Ichiro habían invadido su propiedad, aunque los muchachos no corrieron mucho, nunca podría haber sido suficiente como para entrar en una propiedad privada. Los bandidos igualmente lo reclamaron.
Ichiro cambio completamente su cara, esta se tornó totalmente seria ante semejante presencias, había odiado a esos tipos desde el primer momento en que habían aparecido, apretó su puño con rabia mientras que sus dientes cortarían una barra de hierro de tanto apretarlos, sus ojos no dejaban de trasmitir enfado, el discurso del ladron había sido una total blasfemia para él.
Pero ¿Qué hacer?. Esta vez no estaba solo, Ayame había concurrido a su misma academia por años, pero solo algunas veces se habían cruzado en algunos cursos, sabía que era una genin, pero desconocía que tipo de técnicas utilizaba o sus habilidades.
La kunoichi dio unos pasos lentos luego de haber esquivado el ataque, quizá por la intimidación pero esto la emparejo con el joven que la acompañaba.
Más que un momento de miedo, Ichiro se sentía enfadado, un calor recorría su cuerpo, intentaba no demostrarlo, si llegaba a ofender a alguien no sabía lo que podía pasar, este parecía tranquilo pero no podía ocultar su ceño fruncido, sabía que, al menos él, si quisiera escaparía fácilmente de allí utilizando algún jutsu o chakra para escalar sobre las paredes, pero no podía dejar a Ayame a su suerte, así que se doblego.
Había observado a los atacantes y los ladrones no parecían llevar ninguna bandana. Soltó un suspiro, no podía hacer nada más que entregar el dinero que tenía encima, de todos modos, si no fuera por la Aotsuki, lo hubiera perdido de todos modos, tenía que ayudarla. Puso un mano sobre el hombro de la muchacha al verla un poco tensa – Tranquila, les daremos un poco de dinero y se irán.- pronuncio en un tono bajo para que solo pudieran escuchar ellos dos, intentando tranquilizarla. A continuación dio un paso adelante e interactuó con los bandidos
- ¡Muy bien, muy bien! No hay necesidad de nada, tengan es todo lo que tenemos.
El joven saco de sus bolsillos la bolsa marrón que había iniciado la maratón de hace algunos momentos atrás y se la arrojo a sus pies. Sinceramente se moría por darles su merecido por aquella intromisión irrespetuosa, pero estaba de manos atadas, ante aquella situación.
2/09/2015, 15:55 (Última modificación: 2/09/2015, 15:56 por Aotsuki Ayame.)
Una sonrisa afilada se dibujó en los labios del matón que sostenía el garrote de hierro y, cuando sus ojillos negros se clavaron en su compañero, Ayame supo que algo no iba bien. Ladeó ligeramente el rostro, lo suficiente para ver cómo el rostro del genin se había contraído hasta límites insospechados. Parecía querer acuchillar con la mirada a los tres bandidos y sus mandíbulas estaban tan tensas que cualquiera temería que le asestara una dentellada si osaba acercarse lo suficiente a él.
—Vaya, vaya, si tenemos un gallito por aquí —la profunda carcajada que brotó de su pecho se vio coreada por la inquietante risilla del tuerto. El hombre-espagueti, como había decidido llamarle, se mantenía impertérrito con una sonrisa de autosuficiencia—. Vamos, niñatos, es un trato justo, ¿no creéis?
Pero Ayame no se movía. Por su parte, sentía miedo. Un miedo tan primitivo que había comenzado a afectar a su cuerpo, que temblaba sin control. Estaba recordando las múltiples ocasiones que los matones de la academia la habían amenazado para que les diera el dinero de su propio almuerzo, pero en aquella ocasión la amenaza era aún mayor. Nunca se había enfrentado de verdad a hombres armados, y aunque era ya una kunoichi hecha y derecha, no se sentía más que una pobre chiquilla indefensa frente a la presencia de aquellos tres hombres.
Fue entonces cuando sintió que una mano se cerraba sobre su hombro, y todo su cuerpo se tensó de manera inmediata. Había estado a punto de deshacer su cuerpo en agua utilizando su habilidad especial, pero se dio cuenta de que había sido su acompañante quien reclamaba su atención.
«Espera, no...» Trató de decir, pero las palabras quedaron ahogadas en su garganta y no consiguió más que emitir un debilitado gemido.
El chico se adelantó y lanzó la bolsa con el dinero hacia los pies de los bandidos. El grandullón volvía a reír y se agachó para tomar la bolsa y sopesarla entre sus monstruosas manos. El dinero tintineó con el movimiento, y el asaltador asintió, satisfecho.
—Eso es... muy bien... —ronroneó, pero entonces sus ojos volvieron a afilarse al posarse sobre los dos chiquillos y Ayame sintió que un escalofrío recorría todo su cuerpo—. Pero esto no es todo lo que lleváis encima, ¿verdad? Seguro que tenéis algo más... como esa bandana de metal tan reluciente, o ese portaobjetos repleto de armas —Ayame retrocedió en un gesto inconsciente cuando el bandido clavó la mirada sobre ella.
—Ni hablar... —susurró, de manera apenas audible pero fiera. No estaba dispuesta a entregar sus pertenencias. Y mucho menos la bandana que tanto esfuerzo le había costado conseguir.
Además, si la perdía... su frente quedaría al descubierto... Y todos la verían...
Los bandidos no habían quedado conformes con el saco de dinero, seguían insistiendo en tratar de arrebatar todas las pertenencias de los genins. Al parecer el tema no se iba a poder resolver por las buenas, cuando Ayame se negó a entregar el resto de las cosas, «¿Pero que hace?» Un rápido pensamiento paso por la mente del shinobi. No sabían que fuerza podían tener estos ladrones, que aparte los superaban en número, sus vidas eran mucho más importantes.
Ichiro giro la cabeza sobre su hombro y observo a la muchacha, está parecía un poco nerviosa, pero en su rostro pudo ver que no estaba dispuesta de ninguna manera a entregar sus objetos, aunque el Hozuki no entendía que tanto valor podía tener una cosa material para ella, decidió ayudarla, por todas las veces que había presenciado lo mismo sin siquiera mover un pelo, esta vez le devolvería un favor.
Se devolvió a los malechores, esta vez los miro seriamente, mientras subio sus manos hacia la altura de su pecho y a continuación represento con manos los siguientes sellos, dragón, tigre, liebre y al terminar exclamo – Suiton!.- se inclinó hacia atrás como tomando impulso con el cuerpo y al volverse hacia delante rápidamente dijo las últimas palabras de la técnica –Mizurappa!.- tras esto, un chorro de agua con gran potencia salió de su boca disparado con dirección hacia los bandidos. Por el ancho de la técnica, supuso que afectaría a los tres por lo angosto del callejón.
Casi sin saber que tanto había afectado a los bandidos, Ichiro, tras expeler hasta la última gota de la técnica dio un giro rápido hacia Ayame, la tomo por el brazo casi llegando al codo, y comenzó a correr hacia la pared que tenían más cerca, - Espero que sepas trepar!. – y casi sin esperar contestación de la kunoichi, empezó a correr verticalmente por la pared, sin soltar el brazo de la muchacha.
Ichiro • PV: 90 • CK: 138-12=126
Técnica Utilizada
¤ Suiton: Mizurappa ¤ Elemento Agua: Ola de Agua Salvaje - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Suiton 10 - Gastos:
12 CK - Daños: 20 PV - Sellos: Dragón → Tigre → Liebre - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones:
La técnica avanza 3 metros, y goza de 1'5 metros de anchura (multiplicado x1)
Tras la realización de los sellos, el usuario expele agua desde su boca, como se tratase de una cascada con forma de trompeta, que arrasa con el adversario y lo derriba. El ejecutor de la técnica puede controlar su poder libremente administrando la cantidad de chakra que libera al utilizarla. Es una técnica básica de elemento agua.
Percibió por el rabillo del ojo la mirada que le había dirigido su compañero. Una mirada cargada de estupefacción y sorpresa. Pero Ayame seguía con sus ojos clavados en los tres bandidos, cuyo lenguaje corporal era cada vez menos paciente y cada vez más agresivo. Podía percibirlo en la tensión que se marcaba en los músculos bajo su piel, en sus gestos cada vez más forzados, en su obstinación en aferrarse a sus armas... La tensión era palpable. Se aproximaba una tormenta.
Un rayo sacudió el cielo por encima de sus cabezas.
Como si de un pistoletazo de salida se tratara, el chico entrelazó ambas manos a la altura de su pecho.
—¡NO TE DEJARÉ, MOCOSO!
El coloso bandido alzó la porra por encima de su cabeza, dispuesto a acabar con la mosca que había decidido molestarle. Pero algo silbó en el aire, y el ladrón apenas tuvo tiempo de echarse a un lado para evitar un profundo arañazo en su bíceps izquierdo.
«Esa técnica...» Meditaba una asustada Ayame, con el brazo descansando en su ragazo tras el lanzamiento. La sorpresa del movimiento permitió que el otro genin terminara su secuencia de sellos y lanzara un potente chorro a presión contra sus atacantes.
Pero apenas tuvo tiempo de relajarse. Su compañero la tomó del antebrazo y comenzó a arrastrarla hacia la pared más cercana entre largas zancadas.
—¡Espera! ¿Qué piensas hacer? ¿Qué hay de tu dinero?
Pero sus intenciones estaban claras. Iban a escalar aquel muro, y Ayame apenas se vio con tiempo para acumular la cantidad exacta de chakra en la planta de sus pies para no quedar adherida del todo a los adoquines ni ser repelida por la fuerza de su energía.
«Ya está. Estamos a salvo.» Pensó, aliviada. Aquellos malhechores no parecían ser ninjas, y mucho menos parecían saber cómo utilizar el chakra como ellos. Aquello era lo mejor que podrían haber hecho para ponerse a salvo, y Ayame no pudo evitar sentirse mal porque no se le hubiese ocurrido antes.
Pero tampoco sabía cuánto se equivocaba.
Estaban a medio camino de alcanzar el tejado cuando sintió que algo se enroscaba bruscamente en torno a su tobillo y tiraba de ella de vuelta hacia abajo.
[color=dodgerblue]—¡AH! —la fuerza de la sacudida y lo improvisto de la situación provocó que el agarre de su compañero se soltara. Y antes de que Ayame pudiera adherirse de nuevo a la pared, la gravedad hizo el resto del trabajo. Cayó con estruendo contra el suelo.
Sin embargo, en el momento del fatal impacto, su cuerpo estalló en una tromba de agua que salpicó el callejón con la fuerza de un furioso maremoto.
—¡Jijijijiji!
—¡No tiene gracia! ¡¿Qué demonios ha pasado?! —el hombre larguirucho sostenía el mango del látigo que había utilizado para derribar a la muchacha.
—¡QUÉ COJONES HAS HECHO, IDIOTA?
—¡Yo no he hecho nada! Se... ¡Se ha desintegrado ella sola!
Pero ahora los tres bandidos contemplaban sobrecogidos la escena, sin saber muy bien qué había pasado ni qué debían hacer.
El brazo de Ayame se resbalo bruscamente por la mano de Ichiro, este confiado, creía que había tomado las decisiones correctas, pero aquel importuno lo paro en seco de forma vertical contra la pared, aun con el brazo extendió hacia atrás, se giró sobre su eje con cara de asombro mezclada con miedo, algo que cayera de aquella enorme altura podría llevarse lastimaduras graves o hasta fatales. Dio un paso desesperado intentando tomar de nuevo a la muchacha, pero fue en vano, la velocidad con la que fue arrastrada hacia abajo fue mucho más veloz que los movimientos del chico, que no pudo hacer nada más que mirar con asombro y terror como la chica caía al vacío, teniendo como meta el piso de callejón.
No obstante, al tener contacto con el suelo, Ayame, estallo en forma de agua, prácticamente desapareciendo de la escena. «¿Qué demonios fue eso?» se repitió el ninja en su mente, todavía no podía borrar la cara de asombro, un sudor frió empezó a bajar por su frente, mientras que un hormigueo intenso subía por su cabeza. «No puede ser, ¿será que ella es también una Hozuki»
Ichiro apretó sus dientes, ahora una tormenta de dudas invadía su cabeza. Ninguna vez en su vida se había cruzado con alguien de su mismo clan, y aunque tampoco le había prestado mucho esfuerzo en hacerlo, su primer cruce, le estaba provocando sensaciones confusas en su cabeza.
Intento moverse un poco, y volvió en sí, pestaño rápido varias veces mientras movió su cabeza, tratando de desclavar sus ojos del punto donde la muchacha había explotado en agua. Escucho a los bandidos discutir entre sí, era su oportunidad, al parecer, si sus suposiciones eran correctas la muchacha estaría a salvo, de lo contrario él intentaría encontrarla, pero estaba dispuesto en acabar con lo que tantos problemas le habían acarreado, no podía dejar que estas personas continuaran acosando a niños del pueblo.
Aprovechando el momento de confusión, los músculos de sus brazos comenzaron a hincharse y mientras los ladrones aun intercambiaban palabras, salto muro abajo intentando sorprender al malhechor que estaba más cerca de la pared con un golpe en la cabeza.
Ichiro • PV: 90 • CK: 126-18-8= 100
Daño a infligir: Puñetazo: 12+(20/10)+30= 44 Pv
Técnica Utilizada
¤ Suika no Jutsu ¤ Técnica de la Hidratación - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Hōzuki 10 - Gastos:
8 CK (divide regen. de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Convierte el cuerpo del usuario en agua líquida para otorgarle ciertas características.
(Hōzuki 10) Reduce un 25% el daño de todo Taijutsu y armas, y aumenta el 25% el daño recibido por Raiton.
Esta técnica permite al miembro del clan Hōzuki reducir el daño recibido por ataques físicos. Desde un simple pelo, hasta la piel y los músculos, todo el cuerpo puede ser licuado y solidificado a voluntad. Ya sea para evadir un ataque enemigo durante el combate cuerpo a cuerpo, para infiltrarse en una estructura o lanzar un ataque sorpresa en este estado, esta técnica cuenta con un importante valor estratégico.
Así, aplicando esta técnica, el usuario puede también modificar cualquier parte de su cuerpo para determinadas situaciones. Dado el ya comentado valor estratégico de la técnica, la única manera de contener a un usuario de esta técnica es encerrarlo en un recipiente hermético para impedir su movimiento. Cuando el shinobi se desmaya teniendo esta técnica activada, se convierte en algo así como una masa gelatinosa y, ya que esta técnica convierte el cuerpo en agua, los Hōzuki son extremadamente vulnerables a las técnicas de Raiton.
¤ Suiton: Gōsuiwan no Jutsu ¤ Elemento Agua: Técnica del Gran Brazo de Agua - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos:
Hōzuki 25
Suika no Jutsu activado
- Gastos: 18 CK - Daños: Golpe físico o del arma + 30 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: - - Velocidad: Moderada - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Usando la técnica de la hidratación, el usuario es capaz de concentrar una gran masa de agua en el interior de sus músculos aumentando el tamaño y la fuerza de una extremidad. La humedad es recogida en todo el cuerpo y se comprime en una sola extremidad en un sólo instante. Sin embargo, dado que es esencial controlar apropiadamente el equilibrio de humedad en el interior del cuerpo, el grado de dificultad de esta técnica es muy elevado. La técnica proporciona al usuario una fuerza sobrehumana, capaz de atravesar paredes de roca y derribar puertas de acero.
Y siguieron discutiendo acaloradamente entre sí durante al menos un minuto más, tratando de explicarse qué demonios acababa de ocurrir ante sus ojos, mientras el tercero de los bandidos se reía entre dientes de aquella forma tan escalofriante. Parecía completamente ajeno a la situación. Aquella situación era una oportunidad perfecta, y el chico no dudó en utilizarla a su favor.
Utilizando sus piernas como muelle, el genin se despegó de la pared con un potente salto. El movimiento llamó la atención de los malhechores, pero ya era muy tarde para ellos. Su brazo se había inflado de una manera completamente antinatural y casi grotesca, y terminó por impactar, como si de un martillo hidráulico se tratara, contra la cabeza del asaltante más corpulento. El hombre salió despedido en consecuencia contra la pared más cercana, y el golpe que se dio contra la pared de ladrillos retumbó por todo el callejón como un gong.
—Je... ¡Jefe! —exclamó el larguirucho.
—Jijijijiji —se seguía riendo el desgarbado.
Pero el jefe de los bandidos no podía escucharles. Yacía completamente inconsciente en el suelo de asfalto, y un hilillo de sangre brotaba desde alguna parte de su cabeza. Aterrorizados ante la visión de su líder vencido de aquella manera, los otros dos hombres salieron corriendo entre alaridos de pavor.
Y sólo entonces, el enorme charco que bañaba el callejón se removió y se moldeó hasta adoptar la forma de una chiquilla que se frotaba la cabeza con gesto dolorido y al mismo tiempo aterrorizado. Pero, al contrario de lo que podría cualquiera imaginar, sus ojos, abiertos de par en par, estaban clavados en el genin.
—C... Co... ¿Cómo has hecho eso...? —preguntó.
Como si la sobrenatural fuerza de su compañero fuera más extraña que su capacidad para convertir su cuerpo en agua.
Aquella idea, quizá un poco agresiva por parte de Ichiro había funcionado, el ladrón había salido despedido luego del impacto y había chocado contra una pared un poco distante, la cual le proporcionaría más daño, hasta dejarlo noqueado. El genin se paró en el suelo luego del impacto, a ver como los otros dos malhechores abandonaban el lugar, tras ver la derrota de su jefe.
Una mezcla de sentimientos invadía su cuerpo ahora, la sangre le corría intensamente por las venas y la adrenalina lo hacía respirar rápido aunque no estuviera cansado, y su corazón latía a la par de un reloj que solo señalara lo segundos, pero se sentía victorioso y disfrutaba el momento de haberle dado su merecido a aquellos rufianes. Tras relajarse un poco y erguirse totalmente su brazo empezó a desinflarse como un globo y su estado de ánimo igual, ahora la duda de saber dónde estaba la muchacha volvía a su cabeza hasta que unas palabras le llamaron la atención.
Se giró en sí, notando como Ayame lo miraba con asombro, era totalmente contradictorio a los rumores que había escuchado de ella, es más, en un momento Ichiro pensó que ella reaccionaria ante los maleantes y los detendría en un abrir y cerrar de ojos, pero no, todo el trabajo lo había hecho casi todo él, se sentía mucho más confundido que en su primer encuentro.
Observo a la muchacha por unos segundos, sin decir nada, estaba muy confundido, aunque en su cara no lo reflejaba, sin duda alguna aquella muchacha poseía los poderes, que él había obtenido por herencia, eran Hozukis. Ichiro se paró, soltó un suspiro profundo, que las personas que estuvieran a su alrededor escucharían sin problemas, y luego se desperezo, haciendo tronar su espalda y sus manos. – Si tú eres un monstruo yo soy el Amekage.- dijo casi al viento, con un tono bromista e irónico, mientras se dirigía al ladrón derribado y hurgaba en sus bolsillos.
Al parecer, no había mucho, razón la cual sensatamente habían atacado a unos niños, Ichiro recupero su bolsa y algunas monedas más, camino hasta Ayame en una caminata lenta y embozo una sonrisa, esta vez calmada y más sincera. – Primero creo que deberíamos marcharnos, no sabemos si aquellos dos fueron a buscar ayuda.- señalo con la cabeza – Además, yo también tengo muchas preguntas que hacerte, creo que lo mejor será conversarlo con un ramen.- Ichiro alzo la bolsa de color marrón recientemente recuperada y volvió a sonrreir.
Tenía muchas dudas acerca de la Kunoichi, sin lugar a duda podrían ser parientes, o tal vez había utilizado una técnica similar. No lo sabía, lo que si era cierto, que se sentía un poco más a gusto con la muchacha, esta vez, todo su poder no lo intimidaba para nada.