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El Nido del Sur era una taberna como otra cualquiera. No faltaba una buena jarra de cerveza en cada mesa. Ni los gritos y risotadas de los aldeanos, la mayoría sentados alrededor de las mesas. Tampoco una partida a las cartas. Y, por descontado, el típico hombre sentado a la barra con cara de haber bebido unas cuantas copas de más.
Una niña de no más de siete años se había puesto de puntillas frente a la barra para pedir a la tabernera una barrita de chocolate. La tabernera, una mujer de unos cuarenta años, de pelo corto y claro y ojos avellana, le sonrió mientras asentía y buscaba aquel dulce escondido en una caja tras la barra.
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13/10/2018, 18:31
(Última modificación: 13/10/2018, 18:51 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Una taberna era una taberna, fuera allá en la Tormenta o en el Remolino. Siempre había el típico borracho de turno, las juergas entre colegas que compartían una buena jarra de cerveza y, por qué no, una niñ... ¿Qué cojones hacía un crío en un tugurio como ese? ¿sería la hija de algún borracho de turno?
Reacio a entenderlo, el escualo tomó asiento en alguna de las mesas vacías y despotricó a Nokomizuchi, cuyo mango hacía tope con la baranda de su asiento. Y a su vez, le protegía de cualquier mirada turbia que le pudiera caer con su llegada.
Los ojos del gyojin se postraron sobre aquella niña. Y la mujer, que buenamente le cumplía su más imperioso deseo. Un chocolate.
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—Aquí tienes, querida —dijo, extendiéndole una barrita de chocolate. Sus ojos no tardaron en posarse en el nuevo cliente, que se había sentado en una mesa vacía tras dejar su espada a un lado.
Los ojos avellana de ella se fijaron mucho en aquella espada. Y se fijaron, todavía más, en algo que faltaba. En algo que debería estar ahí, y que, sin embargo, por mucho que buscase por la frente, cuello o brazo de aquel joven, no hallaba.
Algún pueblerino había alzado también la cabeza, curioso por el nuevo invitado. La tabernera, tras lo que pareció un momento de duda, se acercó a él esbozando la mejor de sus sonrisas.
—¿En qué puedo servirte?
—Kaia, Kaia —era la niña, que con voz dulce y aguda tiraba de la manga de la mujer para llamar su atención—. Tengo que pagarte por el chocolate —le recordó.
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Finalmente, la anciana se acercó a él, y la niña le siguió el paso. Y por alguna razón, su mano se aferró mucho más firme al mango de su sierra, como si hasta la aproximación de un par de mujeres inofensivas resultara ser, para su situación, un peligro inminente.
—Un menú para cenar, si tenéis, y una cerveza —pidió—. ¿tenéis habitaciones disponibles?
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La mujer se llevó una mano a la boca, conteniendo un espasmo de terror, cuando vio su boca serrada abriéndose y cerrándose como una trituradora a medida que hablaba. La niña que iba junto a ella no tuvo tanto aplomo.
Chilló como solo una niña podía hacerlo, con ese tono tan agudo e intenso capaz de reventar una cristalera, mientras sacudía sus diminutas manos por encima del pecho. Se le cayó el chocolate, como así también el gorro de lana blanco que llevaba sobre la cabeza. Lo siguiente que los aldeanos vieron fue a la niña saliendo escopetada hacia la calle.
Uno de los aldeanos, gordo y bajito, se levantó con el ceño fruncido. A otro se le escapó un exabrupto. Y, una por una, las miradas fueron cayendo en Umikiba Kaido. En ese instante, allí, donde un segundo de tranquilidad era tan raro como un día sin lluvia Ame, se instauró un silencio tenso.
Un taburete cayó al suelo, sobresaltando a más de uno.
—Pero, ¿qué coño pasa? —Se trataba del borracho. Había tirado el taburete al levantarse y lanzaba la pregunta al aire, a todos y a nadie al mismo tiempo.
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13/10/2018, 19:35
(Última modificación: 13/10/2018, 19:37 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Umikiba Kaido, el Tiburón de Amegakure; nunca tuvo problema alguno en ser él, al menos allá en el País de la Tormenta. Disfrutaba de su apariencia, se empoderaba con ella, haciendo temer a los más desahuciados. Allá en su aldea nunca había sentido la presión de que sus distinciones características pudieran causarle algún problema, como el que le causaba ahora en el Nido del sur. Primero fue un quejido fungido en el temor hacia lo desconocido por parte de la anciana. Y lo de la niña, tan sencillo como que sus peores pesadillas se hicieron realidad al ver aquella mandíbula abrirse y cerrarse a medida de que Kaido gesticulaba sus palabras.
El llanto fútil cayó con el peso de un hacha sobre los oídos de todos los presentes, a la vez de que las miradas se centraban en el causante de aquel terror. Uno a uno, los ceños fueron frunciéndose y Kaido había dejado de ser un simple visitante para convertirse en una persona non grata.
—No pasa absolutamente nada —sentenció con una tranquilidad absurda—. tan sólo busco un plato de comida y una cama con la qué pasar la noche.
Su mano, firme, se apretó. Aún más.
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Un chillido de terror puro alertó mis sentidos, allí en la Ribera del Sur. ¿que qué me había lejado de la aldea hasta aquel rincón del país? Solo Rikudo podría saber, pero en esos momentos sentí la curiosidad de saber, así como un instinto de protección sobre la gente de mi propio país. A juzgar por la naturaleza del chillido, se trataba de una niña.
«¿Pero qué coño..?»
Así pues me moví con rapidez en dirección al supuesto caos con la esperanza de darme de bruces con la víctima. En mi cabeza se iban barajando distintas opciones. Que si una pelea de Borrachos en las que se habría envuelto aquella alma inocente, un posible juego de niños que se había ido de manos, una pelea familiar... distintas hipotesis que en mi cabeza podrían llegar a cuadrar.
Incluso, ahora que el panorama mundial era de lo más tenso e inestable, ¿un ataque de una aldea enemiga? No se debía descartar para nada, pero era extraño un ataque de esas magnitudes precisamente a la Ribera del Sur. Negaba con la cabeza para autoconvencerme de que aquello no tenía sentido alguno.
Aunque... ¿una trifulca entre las dos riberas? ¿quizás trataron de secuestrarla? ¿En ese caso, lo habrían conseguido?
Joder, a cada idea, la siguiente me ponía el bello todavía más de punta. Aceleré el ritmo.
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Fuera lo que fuera que Daigo estuviera haciendo en la Ribera del Sur aquella noche, tuvo que detenerlo inmediatamente en cuanto escuchó el inconfundible chillido de una niña en peligro.
Ya esperándose lo peor, el Genin no podía hacer más que dirigirse todo lo rápido que pudo directo al origen de aquel grito y desear con todas su fuerzas que no se tratara de otro asesinato como el de la Ribera del Norte.
Demonios, podrían estar ocurriendo mil cosas, pero ese grito definitivamente significaba problemas y uno de los gordos.
Aún así y a pesar de la situación, el chico no podía evitar alegrarse por encontrarse allí en ese momento, porque quizá, con suerte, podría evitar que sucediera algo malo.
«Espero no llegar tarde...»
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
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Kaido habló tratando de tranquilizar a las masas. Aunque, hacerlo con una boca como la suya, que parecía un cepo para osos abriendo y cerrándose a cada palabra que soltaba, no era una tarea muy sencilla. El único que no parecía asustado era....
— Y puesh déanle a eshte buen hombre un caldo y una cama shobre la que dormir, ¡pardiez! —exclamó el borracho, que, aparte de que le costaba vocalizar por el alcohol, tenía un acento extraño. Como melodioso— . ¡Y pues ni que fueshe un jodido ribereño del Norte! ¡¿A qué vienen eshash carash?!
Carraspeos incómodos. Miradas apartándose. La tabernera tuvo que aguantar el tipo.
— Son… diez ryos por el caldo, y veinte por la habitación —habló ella, intercambiando la mirada entre su inesperado invitado y la espada.
• • •
La niña corría a todo lo que le daban sus diminutas piernas tratando de escapar de aquel monstruo. Iba directa hacia la seguridad de su casa, y no pensaba salir de la cama de sus padres hasta que se hiciese día y le asegurasen que el monstruo ya se había ido.
O lo hubiese hecho, de no encontrarse con dos figuras por el camino. Se quedó quieta, temblando de terror, dejando que sus miedos alimentasen su imaginación. No fue hasta que distinguió la placa de Kusagakure en ellos que se permitió respirar.
Eran sus ninjas. Los héroes del Bosque habían llegado para salvarla.
— ¡U-un monstruo! —gritó, señalando con un dedo tembloroso la entrada de la posada— . ¡Malo! ¡Muy muy malo! ¡Quiere comernos a todos! ¡Por favor…! —chillaba con lágrimas anegando sus ojos— . ¡Haced algo!
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El único que no caía en las garras de lo desconocido era aquel hombre que, lejos de estar en su sano juicio, estaba borracho hasta las trancas. Y es que el alcohol en su estado más puro siempre hacía magia, y te hacía ver delante de tus ojos algo que no era. Sucedía con las mujeres, ¿por qué no con Kaido? quizás, a los ojos de aquel hombre, no era tan feo.
La mano del escualo se deslizó —la derecha, que estaba libre—. hacia su monedero, y sacó el total por la cena y la cama y...
—Y tráigale otra cerveza al caballero, yo le invito la próxima ronda —desde luego, habían un par de monedas adicionales para cubrir los gastos de cortesía.
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14/10/2018, 20:15
(Última modificación: 14/10/2018, 20:15 por Tsukiyama Daigo.)
Pronto, ambos Genin se encontraron con la niña que tanto gritaba. Por suerte no parecía tener ningún rasguño, pero...
—¡U-un monstruo! —gritó mientras señalaba una posada—. ¡Malo! ¡Muy muy malo! ¡Quiere comernos a todos! ¡Por favor…! ¡Haced algo!
Daigo se agachó apoyando una rodilla en el suelo y con el pulgar de su mano derecha le secó un poco las lágrimas de las mejillas.
—No te preocupes, ve a casa, nosotros nos ocuparemos. —le aseguró.
En cuanto la niña respondiera, el peliverde se levantaría y miraría a Yota. No había otra, tenían que ver que sucedía.
Sin querer perder mucho más tiempo, se apresuraría en dirigirse al local y abrir sus puertas para comprobar lo que sucedía.
—Buenas noches, ¿está todo en orden? —dijo lo suficientemente alto como para que se le escuchase, pero manteniendo su tono lo más relajado posible.
No hizo falta más que un vistazo para comprobar que no todo estaba en orden, Umikiba Kaido de Amegakure se encontraba en el local, armado. Probablemente tenía algo que ver con el monstruo del que hablaba la ninja.
Daigo había coincidido una vez con el escualo y no le había parecido un mal tipo. Con suerte todo se había tratado de algún desafortunado mal entendido, pero había algo que escamaba...
¿Dónde estaba su bandana?
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Lo que me encontré fue una niña que huía despavorida de algo o de alguien y...
— ¿Daigo-kun?
El día no estaba decepcionando ni mucho menos. Ahí estaba el peliverde, que se cruzó conmigo y con la niña, previsiblemente atraído por el chillido de la cria quién se detuvo en seco delante nuestro, totalmente atemorizada y los ojos a punto de estallar en un mar de lágrimas, ¿o ya lo habían hecho?
—¡U-un monstruo! —suplicaba enérgicamente al reconocernos como aliados—. [sub=violet]¡Malo! ¡Muy muy malo! ¡Quiere comernos a todos! ¡Por favor…! ¡Haced algo!
— ¿Un mostruo? ¿Donde? ¿Cómo es?
Pero entonces vi que su dedo apuntaba aquella posada que estaba unos metros más adelante la cual no presentaba indicios de violencia ni de pelea, al menos en su exterior. Tampoco se escuchaban gritos. Algo no encajaba en aquel particular rompecabezas.
—No te preocupes, ve a casa, nosotros nos ocuparemos.
— Eso es, pero ant..
Quedó claro que el peliverde no necesitaba información alguna más, solo ir de cabeza al supuesto peligro. Por lo visto, poco había aprendido de lo sucedido en Uzushiogakure. Daigo se fue de bruces hasta la posada, atravesando el umbral de la entrada y, presuntamente, encarando el hipotetico y potencial peligro de frente. Se me agotaban las opciones pero quería que la chiquilla me contestase, así que aguardaría a su respuesta.
— Como decía, antes dime qué has visto, ¿cómo era ese monstruo?
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— ¡G-gracias! —alcanzó a exclamar a su salvador, mientras contemplaba marchar al héroe del Bosque a enfrentarse al monstruo. Se quedó con las manos entrelazadas contra el pecho por unos largos segundos, hasta que el otro chico, que se había quedado rezagado, le preguntó algo— . Es… Es… Mu mu grande. Y azul. Y c-con dientes de monstruo —decía con voz aguda— . Y… ¡y con voz de mala persona!
Sin aguantarlo más, escapó corriendo. Puede que aquellos fuesen los héroes del Bosque, pero su madre siempre decía que los héroes solo existían en los cuentos. Especialmente cuando se tomaba dos copitas de su bebida especial.
• • •
En la taberna, mientras tanto, el borracho aceptaba con una sonrisa la invitación del extranjero. Alguien que invitaba a una copa no podía ser mala gente.
— ¡Pardiez! ¡Me avergüenzo de voshotros! —rugió, tratando de enfocar la mirada en alguno de sus paisanos. No lo consiguió del todo— . Sholo porque tenga unos dientesh de piraña… Cara de criminal… Y una eshpada giganteshca… —le observó con detenimiento por si se dejaba algo— . Y shin bandana… —caía en la cuenta— . No quiere decir que shea… —tragó saliva. Aún a pesar del alcohol, empezaba a darse cuenta del marrón en el que se estaba metiendo. ¿Y si sus congéneres hacían bien en temer? ¿Y si se trataba de un bandido? ¿De un delincuente?
Entonces se abrió la puerta, y el último rayo de sol entró en la taberna.
Era la esperanza representada en un joven Gennin de Kusagakure.
Era Tsukiyama Daigo.
Era su salvador.
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—No quiere decir que sea un bandido, por supuesto —contestó, completando la frase que el borracho no se había atrevido a terminar. De todas formas, y para guardar las apariencias, entendió que su espada generaba a la par de su dentadura, la mayor desconfianza. Así que con la entrada de quien parecía ser un kusajin plenamente identificado con su bandana, la mano de Kaido abandonó el fuerte agarre que tenía sobre nokomizuchi de forma lenta y segura—. oh, buenas noches. Todo en orden, señ... ¡Daigo-kun!
Oh, los Dioses estaban de su lado esa noche. Y es que si tenía que pensar en la posibilidad de que un agente de la ley perteneciente a Kusagakure se apareciera en aquella taberna, lo mejor para él es que fuera alguien a quien conociera. Y a Daigo le conocía, desde luego. Las manos de Kaido se alzaron en regocijo y su sonrisa se ensanchó, como quien ve a un gran amigo después de largos años.
—¡Qué bueno verte por aquí, compañero! ¿cómo estás? ¡ven, siéntate!
1 AO
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Daigo dejó escapar un suspiro lleno de alivio en cuanto vio como, poco a poco, Kaido aflojaba el agarre de su arma hasta abandonarlo por completo.
—Oh, buenas noches. Todo en orden, señ... ¡Daigo-kun!
El escualo parecía alegrarse mucho de ver al peliverde en al aquel local, quizá demasiado, pero Daigo no podía hacer nada ante una sonrisa tan sincera, solo aceptarla, corresponderla con una sonrisa igual de alegre y confiar.
—¡Qué bueno verte por aquí, compañero! ¿cómo estás? ¡ven, siéntate!
El chico se acercó a la mesa. Pensaba que si se tomaba la situación con calma y normalidad, quizá el resto se sentiría más tranquilo también, además no creía tener nada de que preocuparse si se trataba de Kaido, especialmente cuando aparentaba estar tan alegre de verlo.
«Sí, definitivamente todo esto ha sido solo otro malentendido».
—Demonios, Kaido-san, de verdad había pensado que algo malo había sucedido —le regañó un poco mientras se sentaba, pero no parecía nada enfadado—. ¿Qué ha pasado?
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