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La orden estaba dada, y él debía obedecer. "Huh, cómo sea." No contestó, simplemente se quedó ahí acostado, mientras los minutos transcurrían. Al inicio el ardor no le dejaba dormir, obligándolo a estar de vigilia y usar las neuronas para reflexionar. "La puta madre, esto va a dejar marca." El sólo imaginar lo que debía estar debajo de los vendajes era tétrico. Su instinto de defensa le hizo poner los brazos al frente, comiéndose directo el daño de la explosión. "Al menos no fue la cara." Amenokami no quiera que su bello cutis resultase perjudicado.
Una hora, y buena parte de la cera derretida se escurría con lentitud. "No le puse un dedo encima, no le puse un dedo encima." No era rencoroso, para él era un sentimiento inútil, pero si algo formaba parte de su código, era ser justo. No iba a estar satisfecho hasta obtener su payback. Lo difícil era, asimilar la estrepitosa derrota. No era tan fácil pavonearse, con aquella mancha en el historial. Era más una cuestión de honor personal que le mortificaba a él y sólo a él. No deseaba compartir ese sentimiento con nadie más.
"Tú no eres así joder." Pero sentir en sus carnes lo que es casi morir, le afectaba.
No era miedo, no. Era vergüenza, era estar vivo. "Es irreal..." ¿Qué hubiera sido de él si Kurozuchi no pasara por ahí de casualidad? Un final, poco heroico, sí. Pero, la ultima página del libro, aún no se había escrito. "Aulla, aulla de nuevo, lobo." Dicen por ahí, que el animal herido, es el más peligroso.
El cansancio finalmente le arrastró al mundo de los sueños, aunque no durmió del todo bien. Para cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, estaba algo más relajado. No tenía toda la energía que deseaba y sentía jodidamente incómodas sus extremidades superiores, pero poco le importaba eso ya. "¿Dónde se supone que durmió él?" El jounin abandonó la cabaña la noche anterior, así que no le acompañó. "Cómo resulte que me dejó en esta posilga mientras él la pasaba en un lugar más cómodo me las va a pagar." Oh, la gratitud. No es que no la sintiera, pero los machos de acción no pueden perder estilo.
Hizo el esfuerzo para sentarse en el borde de la cama, buscando sus sandalias o algún otro calzado. También vio a los alrededores, en busca de ropa y sus preciados accesorios.
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3/02/2019, 18:53
(Última modificación: 3/02/2019, 20:47 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
La luz diurna se coló a través de las rendijas de madera raída. Roga había despertado con mucho menos dolor que el día anterior, y si se atrevía a echar un vistazo por debajo de alguna de las vendas, iba a notar que las quemaduras —cuya mayor extensión cubría la parte posterior de los brazos—. habían sanado bastante. Iba a tener la dicha de quedar apenas con una leve marca, gracias a los ungüentos medicinales del versado Kurozuchi.
Y lo cierto es que Roga aún tenía su ropa encima salvo los lentes, las botas y alguno que otro artilugio suyo. Todo acomodado en la mesa de al lado.
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Pensó en estirarse para quitarse la pereza, pero luego también pensó en que no estaba en posición de realizar movimientos demasiado bruscos. Aún le dolían las quemaduras, aunque su mayor incomodidad procedía principalmente de los vendajes y el contacto de las hierbas con su piel. Con algo de cuidado, removió un poco del vendaje, aunque apartaba la cabeza cómo si solo quisiese ver de reojo. "Well, resultó mejor de lo que me esperaba." Conocía los posibles estragos de un explosivo, pero para su fortuna salió mucho mejor librado de lo que hubiese imaginado. "Aunque quizás no pueda decir lo mismo de mi aspecto. No quisiera verme a un espejo ahora mismo." Vio el resto de su indumentaria acomodada, prestando especial atención a sus preciadas gafas, cerciorándose de que no se hubiesen roto. "No me gustaría tener que decirle a papá que las rompí en tan poco tiempo." Eran un obsequio, después de todo.
Se arreglaría lo más rápido posible, aunque obviaría las coderas y los guanteletes, sería una locura ponérselos. Quizás su ropa tendría rastros de chamusca, pero no tenía nada más a mano. "Definitivamente necesitaré un cambio de look luego de esto." Finalmente, acomodaría su gafas por sobre sus ojos. No luciría ni la mitad de bien seguramente, pero que nunca se diga que King Rōga perdería el estilo. "Ser cool es cosa de actitud." Bufaría sonriente, aunque no hubiese nadie para verle.
"¿Dónde estará Kurozuchi?" Si no hacia acto de presencia, sería el Yotsuki quién intentaría salir por la puerta de la cabaña. No es que tuviera muchas opciones.
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Cuando Roga abandonó la cabaña, se encontró con Kurozuchi al lado de un ave de tinta gigantesca.
—Con que no te has rendido aún. Bien —comentó, jocoso—. ¿le tienes miedo a las alturas, Roga-kun?
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—Holy shit!— Exclamó al ver al pájaro gigante. —¿Esa cosa de verdad puede volar?— Señaló al ave mientras miraba a Kurozuchi con los ojos abiertos cómo platos. —Hasta la pregunta es necia, ¡vamos!— sonrió maravillado.
Nada miedo. Lo que más quería en esos momentos era montarse encima y comprobar de verdad si podía alzarse sobre los cielos. Le emocionaba pensar en que podrían surcar los aires, por lo que no dudó ni un sólo segundo en subirse.
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Oh, claro que podía volar. Bastó un aleteo poderoso que inundó las plumas de tinta del pájaro y le permitió ascender. Otros tres aleteos más, y ya se encontraba surcando los cielos como lo haría un águila. Para ser la primera vez que un lobo experimentaba aquello, fue una experiencia bastante única.
Desde allá arriba todo se veía pequeño. El Bosque de Hongos parecía un laberinto de pequeños puntos verdes que circunvalaban una extensión de tierra bastante imponente. Hacia el este, campos y campos de arrozales que se distinguían por los altos pastizales de trigo y que continuaba hacia las inexploradas tierras del Trueno.
El ave dio un giro hacia el Oeste. Dirigiéndose hacia lo que ellos dos llamaban hogar.
. . .
Supieron de inmediato que se habían adentrado al País de la Tormenta porque, bueno, empezó a llover. Las gotas de lluvia se hicieron cada vez más numerosas, lo que obligó al tori a descender y sobrevolar a una altura media.
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Rōga se sentía como en la atracción de una feria, dejando que el viento más puro acariciara su rostro y jugueteara con sus cabellos mientras admiraba el paisaje encogido bajo su mirar. "¡GENIAL!" Sin duda la técnica del jounin era a su parecer, la mejor que había conocido en su vida. ¿Acaso podía volver real todo lo que estaba plasmado en sus tatuajes? Por un instante se fijó en todos los animales dibujados en el lienzo de piel, carraspeando al notar las siluetas de ciertos roedores con los que no podía lidiar muy bien.
El viaje fue mucho más rápido de esa forma, siendo que antes de que él pudiera darse cuenta, Amenokami les dio un beso de bienvenida a sus hijos en forma de gotas de agua. El ave perdió altura, aunque no así su forma pese a la sustancia de la que estaba hecha. "Ya casi estamos en casa." Se dijo a sí mismo con una mirada de melancolía. Pensar que sus días pudiesen haber acabado lejos de su tierra natal, pero aquello no ocurrió.
No sólo le debía aquella vista, aquel viaje. Le debía la vida a Kurozuchi. Claro, aún faltaba trayecto por delante y cosas por hacer, pero tras meditar mucho, finalmente se había animado a decir aquellas siete letras.
—Gracias— Sin previo avisó, soltó el bombazo. —Y no quiero que me digas que era tu trabajo, hmph— Aquellos ojos dorados resplandecían de nuevo.
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—Gracias —soltó el genin. Kurozuchi torció el cogote y le miró serio, aunque condescendiente. No le había hecho falta conocer a profundidad a ese muchacho para entender que tenía el orgullo herido. Que se permitiera agradecer no era sino una respuesta atípica a su ser, y eso hablaba muy bien de él. Es de sabios ser agradecido dicen por ahí—. Y no quiero que me digas que era tu trabajo, hmph.
—No hay de qué, muchacho. Para eso estamos los jodidos jounin, ¿o no? —hizo un gesto con la mano para restarle importancia—. lo importante es que vas a volver a casa. Y qué coño, si yo fuera tú, estaría muy orgulloso de no palmarla con ese escualo con patas.
»Además, aunque haya sido un encuentro fortuito, ahora podremos sacarle provecho. Dijiste que te lo cruzaste cuando regresabas de un viaje de entrenamiento. ¿De dónde venías tú? ¿y él, hacia dónde iba?
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"¿Tan fuerte se supone que era?" Eso daba a entender el del pincel con sus palabras. "Ni yo entiendo cómo aguanté eso." Fue el momento de duda, cuando no sólo perdió el intercambio sino la batalla. Una lección valiosa se llevó de ello, la próxima vez no iba a esperar a ver que hacía algo para contraatacar.
—Huh. Yo viajé a Unraikyo, había pasado la noche en un pueblo de los Arrozales del Silencio. Él venía justo en la dirección contraria cunado nos cruzamos en el bosque, así que deduzco que se dirigía hacia el País del Rayo— Era información bastante vaga, pero no se le ocurría otra cosa por el momento.
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—Entiendo. Pues tuvo suerte, el pezqueñín. Yo también venía de Unraikyo —el pájaro irguió un ala y dio un giro brusco, cortando la lluvia—. si no nos cruzamos habrá sido por los pelos. Aunque si hubiera sido así, tal vez no hubiera llegado a tiempo para ayudarte. A que el destino es un cochambroso hijo de puta, ¿eh?
En el horizonte se empezaban a vislumbrar los ilustres rascacielos de Amegakure. Hogar, dulce hogar.
»Mira, estamos llegando.
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—Huh, soy de los que opinan que nada está escrito antes de ocurrir, lo que suceda es por causa y efecto. Aunque hay casualidades que pueden ser bienvenidas— Sonrió mientras intentaba sujetarse dado el brusco cambio de dirección. —Amegakure...— pronunció casi nostálgico.
Una vez que estuvieran ahí "¿Qué se supone que voy a hacer?" Su familia preguntaría por el desastre andante que estaba hecho, sin mencionar que necesitaría algo más de atención que complementara el tratamiento improvisado que le dio Kurozuchi para las heridas. Sin embargo, lo que quería evitar a toda costa era tener que informar él directamente sobre lo ocurrido, rogando a Amenokami que no requirieran un testimonio muy específico al respecto. Si por él fuera, pasaría página, delegando las explicaciones al que lo salvó.
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Treinta minutos más de vuelo y el pájaro aterrizó finalmente frente al puente. Ambos descendieron de su lomo y a diferencia del pequeño espectáculo en el que Roga vio cómo una figura de tinta volvía a plasmarse en la piel de Kurozuchi, esta vez, el ave tan solo se deshizo en un charco de tinta que pronto se mezcló con la lluvia y desapareció.
Ambos empezaron a caminar por el puente y tras identificarse, los guardias le permitieron entrar.
—Bien, Roga-kun, ha llegado el momento de que... —sonrió—. lleves tu culo al hospital y sanes como es debido. Informa a tu familia, si tienes una, que yo me ocupo de reportar a Yui-sama. No creo que sea buena idea que tengas que lidiar con nuestra amada y benevolente líder en tus condiciones.
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—¡Ohsisisisisisisisisi!— Asintió varias veces con una sonrisa de alivio total en su rostro, cómo al esclavo que acaban de quitarle las pesas que lo atan. Ya tenía otro favor hecho añadido a la lista de pendientes que pagarle a Kurozuchi, salvándole quizás de algo más que incómodo. Tal era la alegría que casi anestesiaba su dolor cual placebo para con su estado. Incluso ignoró el aparente sarcasmo impregnado en las palabras del jounin, pues no se rumoreaba, sino que se aseguraba que Yui tenía un temperamento algo difícil de tratar cuando le fallabas.
»Eso haré. Una vez más, gracias.
Agachó algo la cabeza, pues no era muy de reverencias. Dudo de si ir primero a casa y luego al hospital, pues seguramente recibiría un par de coshcos por parte de Shishio, decidiendo que lo mejor era hacerlo a la inversa. Si nada se lo impedía, se marcharía a toda la velocidad que su maltrecho cuerpo le permitía. Aquello, quizás marcaría la línea de un antes y un después. "I'm back!"
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Tres días más tarde
Roga ya había sido dada de alta. Estaba en su casa, descansando, cuando alguien tocó a la puerta.
Toc. Toc. ¡ Toctoctoc!
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Ante aquel insistente llamado, la dueña del hogar fue la primera en reaccionar.
—¡Un momento, ahorita atiendo!— Diría con su voz amable mientras caminaba hasta la entrada, sosteniendo su inseparable escoba en una mano y abriendo la puerta con la otra.
Era una señora algo gordita, de estatura escasa que lo único que lograba era resaltar las llantitas. Vestía con las ropas más clásicas de un ama de casa, incluyendo falda y delantal. Piel clara que no conoció el sol durante la mayor parte de su vida, ojos grandes y azabaches, pero con un intenso brillo cómo el de la luna llena en la oscura noche. Lo especial radicaba en aquellos cabellos azulados, recogidos en un moño mientras el resto de su redondo rostro terminaba adornado por dos mechones dorados que nacían desde su frente y caían hacia los laterales de su cara.
—¿En qué puedo ayudarle?— Diría a quién fuera que estuviese del otro lado.
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