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21/05/2019, 20:47
(Última modificación: 21/05/2019, 20:52 por King Roga. Editado 1 vez en total.
Razón: Códigos trolls
)
Mientras tanto en el pueblo...
Rōga estaba tratando de cumplir con su trabajo, pero debía ser precavido. Sabía que si él mismo difundía los rumores, podía llegar a ser sospechoso y contraproducente. En su lugar, optó por una táctica mucho más segura y fiable: serían los propios aldeanos quienes crearan la expectativa. ¿Cómo lograrlo? "Lobo tiene sus recursos." Primero, se transformó en el hombre bien vestido, fingiendo ir a comprar a la tienda de la anciana y contando lo sucedido. Luego, tomó la figura del conserje del hostal, atendiendo a un par más de transeúntes sobre lo ocurrido. Incluso, tomó la figura del tipo del machete, fingiendo preguntar a los lugareños por pistas. Al final, se armaría una cadena en la que los involucrados serían únicamente los propios habitantes de Murasame. "Si preguntan, yo no fui." Pero, ¿para qué tomar esas precauciones? Simple, no iba a subestimar la inteligencia de sus oponentes. No era muy bueno empleando tácticas en pleno combate, pero se le daba bien planificar a largo plazo.
Y sin embargo, hubo un suceso, que cambiaría las cosas.
Luego de recoger el kimono para Ōkawa en la sastrería, regresó al hostal con una sonrisa, siendo increpado en el camino por cierta niña.
—¿De dónde vienes?
—¿Huh? Oye pequeña, ¿qué ahora vas a invadir la privacidad de tus clientes también?
—Me llamo Enma Kyōko, así que no me digas pequeña— por mucho que sonara seria, era imposible no reírse cuando debías agacharte para verla a los ojos. —Escuché, que tú y tu amigo ayudaron con el incendio, pero que el bandido de Kiyoshi huyó junto a la decimocuarta. ¿Qué clase de ninjas inútiles son ustedes?
—¿¡Y a ti que te importa!? Estamos de paso. En cuanto tenga los vestidos para mí mamá yo me largo. Él quizás se vaya por su lado, que a decir verdad solo nos juntamos de casualidad, no sé ni a dónde irá— Y entonces, miró aquellos ojos cristalinos. Y sintió que algo estaba jodidamente mal. —No es nuestro asunto arreglar sus problemas de gratis. A los shinobi nos pagan por cumplir misiones, no somos buen hechores— Trató de quitarse la pedrada, aún si eso implicaba hablar de forma contradictoria respecto a sus verdadera visión de ese asunto. Quiso entonces, hacer una pequeña prueba, sacando de su bolsa la bolita peluda. —¡No seas una amargada!— Sonrió mientras sacudía el juguete en la cara de la pequeña, la cuál le mostró la misma indiferencia que Akame.
—¡Eres un tonto!— frunció el ceño y se dio la vuelta.
El Yotsuki la vio largarse, mientras el mismo iba a prepararse para la noche. El rumor difundido decía que la aprendiz de itako quizás se había refugiado en una de las tantas casas abandonadas del bosque, en las periferias de Murasame. No escogió una en específico, porque también sería extraño dejar una pista tan certera y que los mismos aldeanos no hayan ido a por ella antes. La carnada debía ser lo más creíble posible, así que debía dejar que quienes fuesen sus perseguidores tuviesen que esforzarse.
..de vuelta a la guarida de Kiyoshi.
Luego de la comida, la muchacha decidió dormir. Había sido una jornada extremadamente ajetreada ese día y su cuerpo no estaba acostumbrado a tanto esfuerzo, más con su mala condición. Ella simplemente se recostó en la hamaca y se dejó llevar. Incluso dormida, no roncaba ni se movía más allá de su suave respiración, dando la imagen de una pura e inocente doncella.
Kiyoshi la cubrió con la sábana más limpia que tenía, mientras arreglaba los trastes y demás objetos. Obviamente no iba a dirigirle la palabra al renegado en el resto de la tarde.
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Ignorante del magnífico trabajo que su compañero estaba haciendo en Murasame para colocar el cebo con el que cazarían a los cazadores, Akame se limitaba a fumar tranquilamente un cigarrillo tras otro de su tabaquera. Mientras hacía guardia en la entrada de la gruta de Kiyoshi —mas sin dejarse ver él mismo—, el Uchiha se dejaba de tanto en tanto llevar por sus propios pensamientos. Aquella estaba siendo la primera vez que ayudaba a alguien desgraciado desde que rompiera sus cadenas y se declarase a sí mismo, una persona libre. «Y nunca antes he tenido una sensación tan firme de estar haciendo lo correcto», se dijo.
En un momento dado el humo le raspó la garganta y empezó a toser descontroladamente, con su pecho bamboleándose arriba y abajo al son de las bocanadas de aire que trataba de tomar para recuperar el aliento. Se encontraba sentado junto a la entrada, con la espalda apoyada en la pared rocosa y el kasa sobre las piernas cruzadas. Echó una visual a la cueva, buscando una de las botellas de agua que había comprado para los niños, pero la halló más allá de su alcance.
—Cof, cof... Kiyoshi-san... Cof, cof... Pásame el agua, ¿quieres? Cof, cof...
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El muchacho se sobresaltó al escuchar la tos, por lo que de inmediato rebuscó entre las compras una botella de agua para el Uchiha. No fuera a ser que sus estruendoso malestar fuera a interrumpir el sueño de su amada.
Corrió una breve carrera en tan reducido espacio y le quitó la tapa y de inmediato se le tendió.
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El Uchiha tomó la botella de agua, asintiendo en gesto agradecido, y se la empinó sin pensarlo dos veces. Incluso un fumador avezado como él se atragantaba de vez en cuando con el cancerígeno humo, pero tal y como a él le gustaba verlo, era un precio a pagar por tantas caladas de amargo disfrute. Después de beber volvió a tenderle la botella de Kiyoshi, musitando un quedo "gracias". «A estas alturas ya me ha quedado meridianamente claro que este niño no me va a dirigir la palabra, por los cuernos de Susano'o, qué molesto es. Aun así, ama a Okawa, de eso no hay duda. ¿Será lo suficientemente bravo como para protegerla si llega el momento? Incluso en un lugar turístico como Yugakure puede alcanzarles algún problema.»
Sin más, Akame se recostó de nuevo en su asiento mientras terminaba el cigarrillo. Como no tenía nada más que hacer durante la tarde —las provisiones ya estaban allí, y Rōga se encargaría de la ropa y de esparcir los rumores sobre Okawa—, podría aprovechar para vaguear y descansar hasta la caída del Sol.
Una vez la noche les alcanzara, el Uchiha se pondría en pie. Formó el sello de la técnica de Clonación de Sombras y dejó tras de sí un Kage Bunshin —aunque la copia protestó, pues también quería volver al hotel a cenar— para que vigilase a los chicos durante las horas de oscuridad. Él, el único e inimitable Uchiha Akame, se encaminó de vuelta a Murasame para acudir a su cita con King Rōga y —esperaba— una sabrosa cena en el hostal.
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En el hostal las luces estaban encendidas, pero había casi nula gente. Únicamente una pareja de ancianitos de la propia Murasame, quienes seguramente iban ahí buscando los servicios en calidad de restaurante y no de hospedaje. El Uchiha y el Yotsuki eran los únicos viajeros que estaban alojados en aquel sitio.
Aún así, el joven King planeaba cumplir su promesa y hacer hablar a Suzaku. "Que le voy a decir así para que no se sienta mal." Se las arregló para sobornar a la jodida niña, y conseguir que le friera algo más.
Rōga se hallaría vestido distinto a cómo le conoció. Estando ya bajo la protección de la noche y sin el atroz calor propio del País de la Hierba, se dio el lujo de vestir sus habituales prendas de servicio. Atrás quedó la yukata de bandido de los caminos, para pasar a un pandillero de ciudad. La únicas diferencias, es que el portaobjetos en lugar de estar en su pierna estaba en la parte trasera de su espalda, escondido levemente bajo su chaqueta negra. La bandana no estaba en su cuello, pero sus gafas oscuras sí que lo estaban sobre sus ojos.
—Hombre viniste a tiempo, la niña esta Kyōko ya debe traer la comida. Mira que tuve que pasarle billete de más para que accediera a traer comida cómo mandan los dioses. Espero que valga la jodida pena— Se cruzó de brazos, esperando a que el vendado tomase su lugar.
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Akame entró en el hostal con paso tranquilo y la mirada aguzada, como solía. Para él, el andar silencioso y sin llamar mucho la atención ya se había vuelto una característica tan natural como respirar, incluso cuando su aspecto, visto con detenimiento, era de todo menos discreto. «Peor sería llevar esta cara desfigurada mía al aire», pensaba el renegado. Sea como fuere, Rōga y el resto de los presentes podrían ver que su atuendo no había cambiado en absoluto; vestía la misma yukata remangada de color índigo, los pantalones bombachos azul marino remetidos en la pantorrilla por sus botas negras, sucias de la tierra y el polvo del camino. Llevaba el kasa colgado a la espalda —no le hacía falta ya—, por encima de la funda bandolera de su espada.
Cuando llegó hasta la mesa que ocupaba Rōga, se deshizo del sombrero de paja y lo colocó suavemente sobre la misma. Luego hizo lo propio con la funda de su espada, que dejó apoyada sobre el canto de la mesa, junto a su silla. Todos sus movimientos estaban ejecutados con tanta parsimonia como precisión. Sus ojos, entre las vendas que le cubrían parte del rostro, examinaron a Rōga.
«¿Habrá cumplido con su parte?»
Ante las palabras del joven King, Akame asintió.
—Te lo agradezco. Tengo un hambre de mil demonios, me podría comer un buey yo solo —confesó, y por el rugido de sus tripas se podía intuir que era cierto—. ¿Has tenido una tarde productiva?
Su mano derecha viajó inconscientemente hasta la cajetilla de tabaco que guardaba en el bolsillo interior de su yukata, pero se contuvo un momento después, apenas Akame recordó que allí dentro le habían hecho apagar un cigarrillo. La diestra deshizo el recorrido para terminar apoyándose suavemente sobre la mesa. «Si me hacen apagar otro cigarro juro que vamos a tener un problema, y ahora mismo lo que menos nos interesa es llamar la atención. Demasiado hemos dado el cante ya, si quien quiera que busca a Okawa sospecha lo más mínimo de que podamos interferir, puede que no caiga en la trampa.»
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El de ojos dorados acercó un poco la cabeza y susurró, pese a que los dos ancianos que allí estaban en la otra esquina del comedor ni siquiera pudiesen oírse bien a ellos mismos.
—Sí, y tengo noticias— comentó. —En algún momento, regresé a la tiendecita para ver si mi plan de esparcir el rumor había funcionado, haciéndome la vaca al preguntar por información de los chicos mientras fingía no saber nada. Ella me dijo que varios de los habitantes fueron con la misma duda, pero que me topé con la sorpresa de que el sastre en la tarde fue a preguntar, cuando yo a esa hora fui a recoger el kimono— Sólo con aquel pequeño dato, daba por sentado que Akame entendía las implicaciones.
»También está, que algo me está pesando en el pecho con la niña esta de la cocina... No le gustó la bolita peluda.
Pese a que aquel segundo dato era irrelevante a primera vista, para el Yotsuki era muy determinante.
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«Heh, nuestro plan ha surtido efecto entonces.»
Por las palabras de Rōga, no quedaba duda de que la voz se había corrido en Murasame a lo largo de la tarde. «Era de esperar, en un pueblo tan pequeño las noticias vuelan rápidamente, sobretodo si son interesantes. Aunque visto cómo viven esta gente, debe parecerles interesante hasta el aleteo de un gorrión», se dijo Akame. Pero no sólo eso, sino que además alguien había ido a preguntar a la tienda de comestibles haciéndose pasar por Ayura, el sastre del pueblo. El Uchiha se puso tenso como un hilo tirante al escuchar aquello, pues no sólo significaba que quien quiera que fuese que buscaba a Okawa había mordido el anzuelo, sino que se trataba de un ninja. «Me cago en todo, sabía que esto no podía ser fácil.» Aquella nueva cambiaba todos los esquemas... Pero no el plan original.
—Rōga-san, debo preguntarte algo entonces. ¿Cuál es tu nivel de combate? Si nos encontramos con un ninja de rango C, ¿podrías defenderte? ¿Y si fuera de rango B? —susurró el Uchiha. Pese a todo, no iba a mandar a morir a aquel muchacho fantasioso.
Luego, el exiliado se recostó en su asiento. Las últimas palabras de Rōga no paraban de darle vueltas a la cabeza, siendo que durante todo el día aquella chica era la única persona menor de edad que habían visto en todo Murasame —aparte de Okawa y Kiyoshi—.
—No sólo eso. El pueblo entero parece estar habitado por adultos o viejos. ¿Dónde demonios se meten todos los niños?
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Las preguntas de manual de Akame chirriaron en sus oídos, odiaba aquellos procedimientos protocolarios con nomenclatura y todo incluído. Podía enumerar sus encuentros ante otros shinobi, y sinceramente, la balanza se inclinaba más a las constantes derrotas. Pero aquellos fueron otros tiempos, que pese a no ser demasiado lejanos, él aprendió de ellos.
—Sería muy circunstancial— Se le miraba pensativo. —Sólo diré que aquellos que tienen técnicas de gran área de efecto me suelen volverme la existencia cuadritos...— Sonrió y levantó la mirada en gesto de extrema soberbia. —Si te preocupa que yo vaya a morirme peleando como un imbécil, vete descuidando—. Se cruzó de brazos. —Le debo mi vida a alguien, y no voy a perderla luego de que él me dio otra oportunidad de seguir respirando— Aunque a decir verdad, siempre se terminaba arriesgando de todas formas.
»Pueden ponerme a un dios enfrente, que voy a trapear el suelo con él.
Aquella frase, pese a sonar con infinita arrogancia, era honesta a partes iguales. Oh, porque él, no hablaba en vano.
Luego, volvieron nuevamente al tema de población envejecida de Murasame, la cuál se le antojaba muy misterioso. "Un segundo. Si ella fue traída desde afuera, ¿de dónde eran los padres de Kiyoshi?" Era raro que el único infante que habían visto, era justamente un huérfano. "Esta sensación..." Creyó sentir de nuevo aquella mala espina. Iba a responder la duda de Akame, cuando la pequeña niña traía las cosas, cargando con la charola con una superficie enorme por sobre su cabeza con extremo esfuerzo.
—Ce-cena, especial...— Casi parecía que iba a caerse.
El Yotsuki se adelantó a tomar la charola para evitar un desastre alimenticio, y con parsimonia la colocó en la mesa. Era un medio banquete improvisado. Carne no de ave, sino de cerdo, un par de bistecs horneados. Algo de ensalada, aunque la niña pareció utilizar aceite de oliva para sazonarla en su intento de mantener sanidad. Una salsa tradicional con muchos condimentos, y de acompañamiento un arroz frito. Lo que si destacaba era una única botella de ron, cuya etiqueta estaba medianamente dañada por lo añeja. Quién sabe cuantas décadas estuvo juntando polvo en una bodega, pero al menos se molestó en limpiarla.
—¿Es lo mejor que pudiste conseguir?
—¿Tienes idea de lo que tardé en preparar esto?— aparentemente el servicio al cliente no era parte de las virtudes de la niña, quién parecía querer tirarles aquel plato tan poco sano en la cara. —Que lo disfruten— Se llevó la bandeja y se fue pisando fuerte de enojo.
—Ni mi abuelo me corrige así...— Una gota de sudor cayó por su sien izquierda. —¿Es suficiente?
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Akame contuvo una risotada ante la respuesta de Rōga; aquel muchacho, en cierto modo, le recordaba a sí mismo cuando era más joven. Gallardo. Ansioso por probarse a sí mismo y por mejorar. Ansioso por volverse más fuerte. «Lástima que vivas en una mentira, Rōga-san. Si algún día te quitas la venda de los ojos, tal vez podamos ser compañeros.» En ese momento Akame no tenía ninguna intención de ponerse a discutir con el King sobre si era prudente o no que hiciera de cebo, siendo que sus oponentes conocían las artes ninja. Por lo poco que sabía de él, era consciente de que no le convencería, así que lo dejó estar.
—¿Le debes tu vida a alguien? —repitió, curioso—. Bueno, es un motivo igual de bueno que casi cualquier otro para seguir viviendo, así que no lo cuestionaré.
Entonces llegó la muchacha, y los platos que traía no podían ser más diferentes de los del almuerzo. Akame agradeció la cena con una ligerísima inclinación de cabeza y luego tomó los palillos con la diestra, mientras con la zurda vertía un poco de ron añejo en su vaso.
—¡Ah, esto es otra cosa! —exclamó, jubiloso, mientras extendía los brazos y se preparaba para devorar los platillos. Antes de comenzar, miró a Rōga con satisfacción—. Gran trabajo, Rōga-san. Y como supongo que pagas tú, haré honor a nuestro acuerdo y te contaré alguna historia. ¿Qué quieres saber?
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Algunos veían en él a un niño soñador, otros, a un tonto presuntuoso. Unos cuantos lo consideraban un lúnatico extravagante. Lo cierto, es que era un factor mucho más sencillo el que le empujaba a actuar de tal forma. Eso era el orgullo.
Tan simple y llano, como el anhelo de estar en la cima, más no de la manera en la que muchos creían.
Akame parecía complacido con el festín, y entonces pasó a ofrecer una buena historia. Alguien normal pensaría que buscaría una épica aventura, o los motivos del origen del bandido. No, ni siquiera estaba interesado en los misterios de su rostro. Ni la más épica victoria, ni la más oscura de sus horas. Ni la más inverosímil de las ideas, ni la más dura lección jamás aprendida. Buscaba algo con sentimiento real, ahí era donde te dabas cuenta, de la astucia, de la perspicacia. "Nah..." O de lo simple que podía ser la curiosidad.
—Eso— Levantó el dedo, señalando el único adorno que desencajaba en el aspecto del exiliado. ¿Que podría arrastrarlo a cargar tan peculiar accesorio? —¿Qué es lo que hay detrás?
Quizás fuese su pasión al vivir, la que le permitía percatarse de esos detalles que escondían ciertos significados. Y aquella pluma azul destacaba más que el propio renegado en sí. ¿Valdría la pena el dinero gastado en aquella pregunta?
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Ay, ay, ay...
Akame se podría haber esperado cualquier tipo de historia. Rōga incluso podría haberle causado bastantes problemas si le pedía que le hablase sobre el origen de las vendas que cubrían su rostro, o de su pasado como ninja, dada la incapacidad del joven Uchiha para mentir. Pero no fue así, no. Le preguntó sobre la única y singular cosa sobre la que Akame jamás de los jamases habría esperado que nadie preguntara. Sobre la pluma de color azul vivo que llevaba en la oreja izquierda, sujeta de las vendas que le cubrían las quemaduras de la traición. La ironía le causó un nudo en el pecho que tuvo que desatarse empinándose un copazo de ron a palo seco, sin respirar y tragando todo de una. Cuando volvió a mirar a Rōga, había en sus ojos una tristeza indescriptible. Se sentía como si aquel chico fuese la persona más miserable del mundo.
—Pues hay... Dolor —atinó a decir, finalmente—. Antes hubo más cosas, sí, pero todas las perdí. Había.. Había una chica. Era... Uf, —Akame se cubrió la boca con la mano diestra, volteó la cabeza y tosió. O fingió toser—. Era increíble. Electrizante, ¡como un rayo! Y alegre, y cariñosa, e inteligente. Y un poco arrogante, como tú, Rōga-san. Pero sobre todas las cosas era buena, demasiado buena para este mundo.
El Uchiha se echó otro vaso de ron, pero esa vez, se lo quedó mirando. Absorto.
—A esta chica le encantaba pasear, y la música, y los árboles en flor. También los chistes, y viajar, y comer —una sonrisa apareció en su rostro, pero no socarrona ni taimada, sino nostálgica—. Joder, le encantaba comer, podría comerse toda esta cena ella sola. Le sacaban de quicio las personas que siempre lo enredan todo y las que no paran de hablar con segundas intenciones, ¡ja! Ella era pura y directa, como un bolazo de nieve a la cara. Supongo que habrás visto la nieve alguna vez.
Tragó saliva y se empinó el segundo vaso, carraspeando al terminar.
—Pero la perdí. La cagué y la perdí. Lo perdí todo, pero por sobre todas las cosas, la perdí. Ahora esto —se tocó la pluma con la mano zurda—, es lo que me queda. Este dolor es todo lo que me queda de ella.
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Así como el fénix no se esperaba esa pregunta, el lobo no esperaba la respuesta. Escuchó atento y silente, pues notó que tocó una cuerda demasiado tensa y esta se rompió.
El enamoramiento era una de esas pequeñas cosas que a su edad no conocía. Y aunque no pudiese empatizar del todo con la situación del Uchiha, si que le era difícil no conmoverse en su inocencia al ver la tristeza que transmitía. "Ay por Amenokami, que se va a empinar todo el ron y no quiero que mi seguro de vida en caso de que me atrapen esté borracho hasta las nalgas." Aún así, era un niño comprensivo.
—No te preguntaré por la cagada que hiciste, porque ese no era el trato, pero...— Normalmente no se pensaba lo que iba a decir, pero no quería seguir hurgando en terreno peligroso. Sus ojos dorados esta vez estaban condescendientes, aunque dubitativos. —¿No existe ninguna posibilidad de que vuelvas a verla?— No sabía si ella había muerto, si ella lo cortó, si los forzaron a separarse. La única certeza es que fue algo de peso mayor.
Aúnque no comprendiese del todo las implicaciones, por la forma de hablar de él, se notaba que era una persona muy especial. Quizás, las palabras se queban cortas. Pues ningún adjetivo era capaz de definirlo correctamente.
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La pregunta de Rōga le sacó una sonrisa al renegado, una nostálgica y amarga.
—Me temo que eso sería lo peor, Rōga-san —respondió Akame, aun con ese aire ausente de quien se encuentra viajando hacia recuerdos muy lejanos—. Si nos volviéramos a ver, ella me patearía el puto trasero.
El renegado trató de recobrar la compostura irguiéndose en la silla y con un sonoro carraspeo, al tiempo que dejaba finalmente el vaso de ron —vacío— en la mesa, y chasqueaba los palillos que todavía tenía en la mano derecha. Sólo entonces miró al King.
—Ahí tienes tu historia. Ahora... A comer, que va a enfriar todo esto y sería una pena.
Todavía con los ojos vidriosos y la voz tomada por un nudo en la garganta, Akame empezó a meterse en la boca palilladas de arroz frito con filetitos de carne, bajándolo todo con agua. No volvería a tocar el ron durante la cena, no mientras tuvieran aquella importante operación entre manos. Porque Akame había cometido errores en su vida, errores graves, pero esa noche no pensaba diñarla. Ni de broma.
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Hubo muchas cosas que pasaron por su cabeza. "Así que ella sigue por ahí en algún lugar... Demonios. ¿Acaso este sujeto...? Alguna de las grandes aldeas debe estar buscándolo." La razón se enfrentó a su corazón, aunque no de la manera que podrían esperar. A pesar de todo, Rōga creía ver en él a un buen tipo. Si él creyese ver a una mala persona, ni siquiera se hubiese animado a iniciar aquella aventura en primer lugar. Quizás tenía sus errores, pero él no estaba ahí para juzgarlo, al menos no en esos instantes. "Pero algo terrible debió pasar para terminar así." Las naciones no eran dadas al perdón, o al menos sabía que en Amegakure las cosas no funcionaban de esa manera. Asumía por lo tanto, que sería igual en Uzu o Kusa. Ella quizás lo odiaría, por lo que sea que hizo. Entendía entonces la lógica de su tristeza. "Pero..." Ahí es donde entraba el sentimiento en juego.
—Ya veo...— Se puso algo cabizbajo.
Quería decirle muchas cosas. Quería decirle entre tantas, que no se rindiera. Quería de alguna manera animarlo a que si el amor que se tenían era real y si ella era tan pura como decía, quizás algún día ella sería capaz de perdonarle por sus crímenes. Quería que Akame saliera de esa resignación para que siguiera luchando, pero no se lo permitió al zanjar el tema poniendo por delante la comida. "No es el momento." La prioridad ahora era Ōkawa y su seguridad, además de que seguramente en la madrugada tendrían algunas visitas. No era ni una misión ni alguna otra operación rara de las que Shishio le mandoneaba, pero iba a esforzarse al máximo en sus acciones. Y para cumplir con ello, no tenía que cargar con ninguna duda dentro de su mente. "Lobo esperará el momento ideal." Sonrió.
—¡Humph!— Y de pronto el Yotsuki tomó la botella de ron, se sirvió un cuarto de un vaso y se lo empinó de una sola tajada. Pese a que rechazó el sake al mediodía, de alguna manera quería demostrarle que podía contar con él. Aquello era un pequeño trago para envalentonarse, aguantándose el ardor. —Tal vez encontraste esperanza de nuevo y no te has dado cuenta. Anima esa cara, que con esa actitud no se puede disfrutar de la comida.— Hizo lo propio y con los palillos se introdujo una gran cantidad de arroz a la boca. —En cuanto terminemos te cuento los detalles de lo que tengo armado.— Continuó con su festín.
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