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Sucedió. Era improbable que pasase, pero aún así, ese niñato vestido de colores chillones volvió a avergonzar el nombre de los shinobi, y tras probar un poco de té, lo que estaba intentando tragar acabó encima del Señor Feudal. El problema es que con aquella inusitada situación, el otro no dio ni un sorbo. Por él, como si ambos lo hubieran escupido. Bastaba que la lengua entrase en contacto con el té. Sólo un poco. Como estaba a punto de comprobar Yota, que se vió a sí mismo paralizado en el sitio, rígido como una piedra, los ojos muy abiertos.
—Aaaaa... aaaa... aaaa —fue lo único que Yota pudo balbucear, hecho un pelele total.
¡Zac, zac, zac! Tres dardos chocaron contra el pecho y el abdomen de Juro, perforándole e inoculando el mismo veneno, directamente en sus venas.
—Sois una puta desgracia para el nombre de los shinobi. Y aún por encima de que hagáis mal vuestro trabajo, entorpecéis el mío.
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Tras el estallido de una pequeña nube de humo, el Daimyo ya no era el Daimyo. Ahora, quien estaba frente a los dos muñecos ojipláticos, paralizados totalmente en el sitio, era otra persona. Y esa persona era...
Era...
...
¿Qué?
—Sucede que al contrario de vosotros, yo sí que soy un verdadero shinobi —dijo una voz a medio camino entre grave y aguda. A medio camino entre dulce y cruel. A medio camino—. Aún tenéis mucho que aprender. O tendríais, claro. Tendríais. —Era un hombre algo afeminado. ¿O una mujer algo masculina? Esta persona se levantó y cogió a Yota por el cuello de la camisa, levantándolo del sofá—. Claro que, en esas villas vuestras donde cada uno de vosotros tiene un ego tan grande... y en las que el ego más grande de todos es el líder, no aprenderíais NADA. —Yota le vio de cerca. Era un hombre, eso seguro. Pero sucedía una cosa muy extraña con aquél hombre. ¿Tenía la nariz grande, la nariz pequeña? ¿Cómo era su boca? ¿De qué color tenía los ojos? El pelo era negro, eso seguro. Dos cosas seguras. Y ninguna.
Era como si aquél hombre tuviera cara, y a la vez no la tuviera. Le mirabas, y apartabas la mirada, y volvías a mirarle. Y no eran los mismos ojos los que te devolvían esa mirada. Pero a la vez sí. Todas sus facciones parecían borrosas, como si las mirasen a través del vidrio translúcido de un cristal con textura.
—Voy a tratar de explicártelo antes de que mueras, vergüenza de ninja —dijo, mientras, con un Yota totalmente indefenso en volandas, que se vio incapaz de moverse ni de concentrar su chakra, se acercaba a la ventana—. ¿Sabes quien soy?
Abrió la ventana.
—No soy NADIE. —El brazo del hombre se movió hacia el estómago de Yota y le propinó una puñalada con un tanto. ¿Cuándo lo había...?—. No tengo nombre. Porque no, soy, ¡NADIE! —Otra puñalada—. Ni siquiera mis compañeros entienden este concepto tan simple. Un ninja existe para servir a su Señor, y a ninguno más. Y él —Puñalada—. no —Puñalada—. es —Puñalada—. N A D I E.
El hombre arrojó a un Yota malherido y sangrante hacia el vacío. Su cuerpo, un muñeco de trapo precipitándose que incluso en el cielo nocturno refulgía como un cartel de publicidad, le repugnó sobremanera.
No perdió el tiempo presenciando la muerte de aquél insensato. Cruzó la habitación del palacio y tomó a Juro también por el cuello de la camisa. Se lo echó al hombro y se dirigió a la ventana. Quizás porque también quería arrojarlo por ella.
No obstante, tras saltar fuera, rodeó los tejados del palacio, y de ahí saltó a uno de los edificios en los árboles más altos. Parecía tener la ruta planificada, porque no dudó ni un instante en cada salto, en cada giro. Se alejaba de Tane-Shigai. ¿A dónde podría estar llevándoselo? ¿Y por qué?
A la primera pregunta, quizás Juro no tenía una respuesta. Pero a la segunda...
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Todo se torció. Sentí algo en la punta de la lengua, algo que la había dormido, miré el interior de la taza y no supe entender nada, aquella sensación no tardó en propagarse por todo mi ser y entonces...
— aAaaAAaa... ¡AAA!
Ni siquiera podía hablar y ahora el Daimyo se había transformado en otra cosa. Alguien nos la había jugado, alguien que no supimos detectar, siquiera nos dimos cuenta hasta que se descubrió y ahora estábamos a su puta merced, incapaces de poder movernos, ni de hablar y entonces me vinieron las palabras del Morikage a la cabeza. Esas precisas palabras en las que me pedía que hiciese de guardián de Juro, porque éramos amigos. Pero ya era demasiado tarde para nada.
Aquel ¿tipo? me había agarrado del cuello de la camisa, levantándome y alejándome de la persona que juré proteger por encima de todo. Mientras tanto aquel hijo de la gran puta empezaba a asermonarnos y chillarnos, diciéndonos la mierda de shinobis que eramos y lo ejemplar que era él o ella, todavía no estaba seguro, aunque parecía un hombre. Abrió la ventana y entonces empezó a propinarme cuchilladas que ciertamente dolían, pero por alguna razón, pese a todo no podía reaccionar.
Y volé.
Y me fui a la puta.
Era tan trambolico...
— ¡E AO E A PUA!
Ni siquiera entonces era capaz de decir cosas lógicas, mientras me precipitaba al vacío, con los cuchilladas en el abdomen y mi cuerpo, tullido y sin control impactó contra algo...
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa
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« ¿Eh? » — En un abrir y cerrar de ojos, tres dardos se clavaron en su pecho y abdomen. Su cuerpo cayó y entonces decidió no contestar a ninguna de los movimientos que Juro le mandaba.
Desde el suelo, observó como la figura del Señor Feudal había desaparecido. Ante ellos había... algo.
— Aaaaa... — dijo, contestando al murmullo que su propio compañero había exhalado, hace escasos segundos. Él había caído, aunque ningún dardo le había rozado. Veneno, supuso. Habían envenenado el té y los dardos. Debía de ser algún veneno muscular, porque su conciencia seguía activa, pero su cuerpo no le respondía.
Su cerebro llegó a la única conclusión posible que pudo realizar: era uno de los soldados de Kurama. Había venido a por él.
Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Juro intentó escucharle, pero no entendía nada de su discurso acerca de ser nadie. Su voz era...¿Qué era? No podía mirarle, no podía ver su rostro, y tampoco identificar nada sobre aquel ser.
El hombre se llevó a Yota. Gritos. Dolor. ¿Eso eran apuñaladas? Dios mio. Dios mio. Dios mio.
— AaaaAaaAAAaaa — Era incapaz de decir nada. Sentía ganas de llorar. Su amigo. ¿Dónde estaba su amigo?.
Sintió un agarre. Aquel ser se lo llevaba. No sabía a dónde, pero claro que podía imaginar por qué. Aquel monstruo que llevaba dentro. Aquel puñetero Bijuu al final le había llevado a su muerte. Yota también debía de estar muerto. Estaba solo (otra vez), y se lo llevaban. Nadie sabría de su desaparición hasta dentro de un tiempo, y para entonces, sería tarde.
« No... no quiero » — pensó para sí. De su boca solo salían balbuceos estúpidos e incontrolados. No quería irse. No quería que lo alejaran de Yota, estuviera donde estuviera. Quería ver el cuerpo de su amigo. Quería disculparse por todas las estupidas discusiones que habían tenido.
Quería que los dos volvieran a casa.
Pero ya era tarde para eso. Se lo llevaban.
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Aquella sombra sin identidad aterrizó en la fresca hierba del Bosque de Hongos, tras pasar Tane-Shigai, y avanzó a toda velocidad esquivando troncos y setas gigantes. Juro no sabía exactamente el destino al que se dirigían. O más bien al que le dirigían. Pero sí pudo intuir, más o menos, la dirección. A juzgar por el musgo de los árboles, o hacia el norte, o hacia el noroeste. Si seguían por ese camino, acabarían en las Cascadas del Mar.
Y así fue. Cuando los efectos del veneno estaban remitiendo y el muchacho ya podía gesticular y al menos mover las puntas de los dedos, estaba amaneciendo. Y estaban ya descendiendo por un peñón, salto a salto, entre rocas que asomaban de las enormes cataratas eternas.
—Justo a la hora acordada. Justo en el lugar acordado —habló aquella persona. Quizás para sí mismo.
Se adentraron en una cueva dentro de la cascada, por un peñón que sobresalía un metro y estaba resguardado por otro que desviaba la caída del agua; la entrada no era más profunda que un pasillo estrecho de cinco metros, y luego se abría a una sála pétrea de al menos diez de diámetro. El shinobi depositó a Juro con cuidado en la pared contraria. Le dio la vuelta, y le colocó unas esposas supresoras de chakra.
—Pronto esta sensación desagradable pasará —dijo—, y serán otros los que dicten tu destino. Mi trabajo ha terminado. —Volvió a voltear a Juro. Una vez más, el jounin se topó con aquellos rasgos confusos, que sin saberlo, olvidaría en cuanto el hombre se diera la vuelta y echase a caminar.
Lo dejó allá abandonado, porque, como le había dicho a Juro, su trabajo había terminado, y comenzaba el de otros. Porque su papel era aquél que le era dictado, y más allá, él, en el fondo...
...no era nadie.
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Abandonaron Tane-Shigai. Avanzaron. El marionetista nunca había sido conocido por sus habilidades de orientación, pero, en ese momento, centró toda su atención en tratar de descubrir hacia donde le llevaban: era lo único que podía hacer. Esquivaban troncos y setas gigantes. Juro supuso que estaban cruzando el Bosque de los Hongos. Probablemente abandonarían el país pronto. O al menos, eso suponía él. Quizá le llevaba con Kurama a su propia base.
En todo el viaje no pudo hacer nada más que balbucear por lo que se mantuvo en silencio. De nada servía dirigirse a aquella misteriosa figura que le llevaba sin escrúpulos hacia el lugar.
El tiempo pasó. Para su sorpresa, cuando ya amanecía, llegaron a las Cascadas del Mar. El efecto del veneno se estaba disipando para entonces, pero no lo suficientemente rápido: por más que trataba de mover sus articulaciones, no podía desplazar más que la punta de sus dedos. Se sentía completamente indefenso ante esa figura.
Se adentraron en una cueva misteriosamente preparada. Aquella criatura dejó a Juro reposando en la pared de una sala pétrea, de un tamaño considerable. Le inmovilizó las muñecas con unas esposas supresoras de chakra. Estaba atado en todos los sentidos.
« Si solo puedo quedarme con un rasgo de él. Con algo que lo identifique... » — Pero su concentración y sus esperanzas fueron en vano. Por más que lo miró, en cuanto se dio la vuelta, olvidó todo respecto a su rostro. Era una sombra, un ser invisible para él. Algo que se le hacía tan antinatural que le daba escalofríos.
—Pronto esta sensación desagradable pasará y serán otros los que dicten tu destino. Mi trabajo ha terminado.
Quiso preguntarle. ¿Por qué haces esto? ¿Qué es lo que ganas? Pero no fue capaz. Le faltaban las fuerzas para hacer cualquier cosa. Juro dudó que aquella cosa se fuera a volver para contestarle, tampoco. Parecía que su trabajo había terminado.
« Tengo que irme. Tengo que salir de aquí » — Nadie sabía su paradero. ¿Yota? Muerto. El resto de Kusagakure estaba sin noticias, y nadie más sería capaz de encontrarle. Si tan solo hubiera una forma de localizarle...
Pensó fugazmente en Datsue y en su sello. Si pudiera mandarle un mensaje, al menos. Una forma de que sepa lo que ha pasado, quizá hubiera una esperanza. Pero para activar el sello, necesitaba concentrarse y aplicar chakra, y dudaba que pudiera hacerlo en la forma en la que se encontraba ahora. Le habían esposado y estaba inmóvil.
Trató de sacar fuerzas y luchar contra la droga. Intentó impulsar sus piernas para moverse. Tenía que irse de ahí antes de que llegara quién quiera que fuese. Tenía que salir de aquella cueva.
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Juro apoyó las piernas en el suelo e hizo fuerza, toda la Fuerza de la que fue capaz... pero no pudo levantarse. Cayó de culo en la roca y su espalda chocó contra la pared. Al menos ya podía moverse, y hablar. Pero claro, ¿quién iba a acudir a su grito de auxilio allá abajo?
Más valía que no hubiera acudido nadie.
Una sombra se perfiló frente a la luz que le cegaba desde la entrada de la cueva. Era una silueta esbelta que caminaba con resolución y altiva hacia él. Cuando terminó de adentrarse por el pasillo, Juro se topó con un rostro tan peculiar como conocido.
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—Hola, Juro-kun —dijo Yubiwa, sonriente—. Cuánto tiempo.
Senju Yubiwa estaba algo cambiado, pero seguía siendo el de siempre. Su rostro era algo más enfermizo, y tenía la piel más pálida y unas ojeras pronunciadas. Pero aquellos anulares ojos dorados marcaban una diferencia en Oonindo, igual que sus pobladas cejas turquesa. Vestía con una túnica blanca y larga, y unos guantes y botas de color negro. La llevaba abierta, y debajo portaba un yukata y unos pantalones totalmente negros. Colgado del cinturón, blanco, llevaba una bandana con la tela también negra y una placa shinobi.
Solo que esta placa llevaba grabado un copo de nieve, no la hierba de Kusagakure.
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Por más que luchó por levantarse, no fue suficiente. Cayó de culo al suelo y volvió a su posición inicial. Joder. Hiciera lo que hiciera, estaba atrapado en ese maldito lugar.
Entonces, escuchó los pasos.
Juro observó a la silueta que poco a poco, se aproximaba a él. El joven sintió una opresión en el estómago, similar al terror puro. ¿Quién se estaba acercando? ¿Qué clase de persona estaba ahí? Cuando llegó hasta el final, lo vio, y su rostro no pudo evitar mostrar la gran sorpresa que tenía. Reconocía a aquel hombre. Era el que antes había sido la mano derecha de su Kage, Yubiwa.
— Yu...biwa — murmuró, incrédulo.
Su rostro estaba un poco cambiado: la palidez y las ojearas lo denotaban. Sin embargo, Juro clavó la mirada en la bandana que llevaba en ese mismo instante: el símbolo de un copo de nieve.
« ¿Qué está pasando? ¿Qué es eso? » — Nunca había visto ese símbolo antes.
— ¿Qué significa esto? — preguntó, tratando de que el miedo no se denotara en su voz —. ¿Por qué me habéis traído hasta aquí?
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Yubiwa demostró que no había perdido su desparpajo habitual, y le dedicó una pronunciada reverencia a su jinchuuriki favorito.
—Senju Yubiwa, a tu servicio —anunció—. Verás, Juro, ¿recuerdas aquella misión en la que acompañé a Yota-kun y a Taeko-chan? —El hombre se acercó más, y se acuclilló frente a él—. Cuando estuve cerca del árbol sagrado, tuve una revelación.
»Recordé quien era, Juro. ¡El mismísimo Kawakage, líder de Takigakure, en el País de los Ríos! —Juro revisó mentalmente lo que conocía de historia sobre Oonindo. No recordaba ningún País de los Ríos, ni tampoco ninguna Takigakure. Aquellos ojos destilaban demencia. ¿Acaso estaba...?—. Recordé, recordé. Recordé que Kenzou asesinó a todos mis compatriotas, y que intentó matarme a mí, pero yo soy más listo que eso, y yo pude salvarme de la muerte. Claro que no conté con el otro equipo. El que borraba las mentes. ¡Ellos me borraron la mía cuando yo sólo intentaba sobrevivir, Juro-kun! ¡Huir! Por aquél entonces, me había resignado a ser un simple granjero en mi querida Ribera Norte. Pero a ellos les dio igual. —Yubiwa alzó los brazos—. Desperté en Kusagakure, ¡la Aldea con las Manos Manchadas de Sangre! Y Kenzou me tomó como su pupilo. Me dijeron que había habido un incendio. En la Ribera Norte. Y que me habían encontrado allí inconsciente. ¡Claro, qué listos! ¡Me querían como su arma! ¡Por mi Kekkei Genkai! Y así, crecí pensando que yo era el pupilo preferido de Kenzou. El mismo que masacró a mi pueblo.
El hombre había bajado la mirada, y ahora la tenía clavada en los ojos de Juro. Era una mirada desorbitada e inexpresiva.
—Cuando el Árbol me mostró la verdad, me fui de Kusagakure. Necesitaba encontrarme a mí mismo. Planear mi venganza. Y entonces, Kurama me encontró, y me dio un nuevo propósito. —dijo—. Si prometía servirle y aceptar mi lugar inferior como un simple mortal, si prometía ayudarle a conquistar Oonindo, yo sería de nuevo el líder de Takigakure. Devolvería a los libros de historia el País de los Ríos. ¡Resucitaría a mi pueblo!
»A Uchiha Datsue no conseguimos atraerle a la trampa, pero fue fácil engatusar al idiota de Gyou para hacerle convocar ese torneo. Fue fácil falsificar la carta e incluir tu nombre, Eikyuu Juro.
»No te hagas el tonto, a estas alturas ya os tendrán informados de qué es lo que quiero de ti.
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—Senju Yubiwa, a tu servicio[Verás, Juro, ¿recuerdas aquella misión en la que acompañé a Yota-kun y a Taeko-chan?Cuando estuve cerca del árbol sagrado, tuve una revelación.
Juro trató de mantenerse impasible ante la sarta de comentarios que le estaba haciendo el hombre. Sin embargo, no era fácil. Tan solo con mantenerle la mirada, podía ver que algo no andaba bien.
« Este hombre se está volviendo loco. O quizá ya lo esté » — Entonces, las palabras de Kenzou le vinieron a la mente. Como un comentario inocente, le había dicho que Yubiwa tendía a imaginar un país que nunca había existido, y a que era descendiente de aquel lugar. ¿Cómo se había transformando tanto su idea hasta condicionar su vida a ese punto?
Empezó a hablar y a hablar. Sobre como él, antes, había sido el lider de un país que no había existido nunca (Y lo sabía muy bien, Juro recordaba sus lecciones de historia). Habló sobre como su lider, su Kage, había arrasado ese país, y sobre cómo alguién había borrado la mente de un Yubiwa superviviente para hacerle creer que su aldea había sido destruida tragicamente. Después, había sido acogido como pupilo, debido a sus poderes oculares.
« ¿De qué diablos habla? » — Juro entendía fragmentos si y fragmentos no. Sabía de la existencia de esa misión, y de algunos detalles por parte de Yota, además de por las conversaciones que había visto entre Yubiwa y Kenzou. Pero desconocía cuál era el alcance de sus poderes oculares o la veracidad de su historia.
Aquel hombre parecía trastornado por la visión de aquel árbol. Juro supuso que su demencia había comenzado entonces.
—Cuando el Árbol me mostró la verdad, me fui de Kusagakure. Necesitaba encontrarme a mí mismo. Planear mi venganza. Y entonces, Kurama me encontró, y me dio un nuevo propósito.Si prometía servirle y aceptar mi lugar inferior como un simple mortal, si prometía ayudarle a conquistar Oonindo, yo sería de nuevo el líder de Takigakure. Devolvería a los libros de historia el País de los Ríos. ¡Resucitaría a mi pueblo!
Juro tragó saliva. Traición. Sintió pena por Kenzuo. Recordaba como le había dicho que él era su mano derecha, su persona de confianza. ¿Cómo había podido suceder aquello?
El hombre mencionó a Datsue. A esas alturas, no sabía lo qué creer, ni cómo hacerlo. No supo por qué medio había trato de influenciar a aquel chico. Solo comprendió que Yubiwa llevaba un tiempo detrás de él. Lo suficiente como para conseguir falsificar la misión y pillarle. Justo para tenerle en el momento en que estaba ahora.
»No te hagas el tonto, a estas alturas ya os tendrán informados de qué es lo que quiero de ti.
Juro lo miró, fijamente. Sintió odio. Rabia. Nunca antes había odiado tanto a un hombre como al que tenía delante en ese mismo momento. Aquel monstruo.
— ¿¡Y de verdad crees que eso te ayudará a ti!? — exclamó. Después, bajó el tono de voz, hasta regresar a su forma habitual de comunicarse. Era un jounin, no un niño pequeño. Tenía que saber comportarse —. Lamento tu historia, Yubiwa, y lo que le ha pasado a tu pueblo. Pero... ¿aliarte con Kurama? ¿Ser el lider de Takigakure otra vez? Hablas con desprecio de Kusagakure y de Kenzou por manipularte, pero... ¡Te están manipulando otra vez, delante de tus narices! ¿Es que no te das cuenta?
¿Qué si creía su historia? Pues claro que no. Ese hombre estaba loco de atar. Pero si le daba la razón, quizá, y solo quizá, podía ganar algo de terreno. En ese momento desesperado, cualquier cosa le parecía mejor que quedarse callado.
— No estás luchando para regresar a tu villa. Estás luchando en contra de la humanidad — dijo —. Kurama es un monstruo, y solo se preocupa por los suyos. Yo mismo escuché a uno de los bijuus , que los tuyos liberasteis. Su propósito es destruir a la humanidad y reinar sobre todos. ¿Crees que Kurama piensa en algo como resucitar una villa? ¿De verdad crees que te dará lo que buscas? Para él, tu solo eres un humano.
»¿Resucitar tu villa? ¿Devolverla a los libros de historia? Cuando Kurama gane y los bijuus sean liberados, no habrá villa, ni historia. No quedará nada.
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Yubiwa se echó a reír de forma casi maniática.
— ¿Que no habrá villa? ¿Que no habrá historia? ¿Que no quedará nada? —dijo—. ¿¡Y quién eres tú para asegurar tal cosa, eh!? ¡Un niño que viste una placa dorada como si entendiese algo del mundo! —El hombre cogió a Juro por el cuello de la camisa y acercó la cara a él—. ¿Acaso sabes cómo piensa Kurama, o lo que quiere para Oonindo? ¿¡Y quién te habló!? ¿Kokuo? ¡Esa rebelde! —rio. Pero algo dentro de él no reía. Hervía de rabia—. Para él soy un humano, sí. Exactamente lo que soy, ¿no? Un humano, igual que tú.
El hombre arrojó a Juro y le hizo chocar contra la pared. El kusajin sintió el calor de la sangre bajando por la nuca.
» ¿No son los bijuu más poderosos que los humanos? —clamó Yubiwa, extendiendo los brazos—. ¿No crees que Rikudou-sennin los creó para algo más grande que para cabalgar por un puto prado, Juro? —Yubiwa amplió su sonrisa y se señaló la placa que adornaba el cinturón de su uwagi—. ¡Rikudou les dio a los bijuu instrucciones muy concretas! ¡¡Algún día uniréis fuerzas con los humanos para erradicar una plaga que amenazará todo Oonindo!! ¡¡Ese día, no temáis y colaborad, pues hasta entre seres que se creen bondadosos arraiga la codicia y la soberbia!!
» ¡Los malditos Daimyos y sus guerras por un puñado de tierra y otro puñado de insultos! ¡El orden social actual! ¡Esa es la plaga que amenaza a Oonindo! ¡Esa es la plaga que Kurama quiere erradicar!
» ¡Conquistando todo Oonindo junto a sus Hermanos, los bijuu, y nosotros, los humanos, sus sirvientes naturales. ¿¡Por qué servir a un Daimyo!? ¿Derecho de nacimiento? ¡Mentira, son seres humanos como tú y como yo! ¡Los bijuu son nuestros auténticos Dioses, Juro! ¿¡No lo ves!? ¡Y Kurama... Kurama es un líder generoso que nos trata mucho mejor que esos petulantes culos gordos ricachones!
» No. No, Juro. ¡Kurama no necesita manipular a nadie! ¡Larga vida al Imperio del Norte! ¡Y larga vida a Takigakure! —terminó el hombre.
«Eh... ¿Cómo? ¡Padre no dijo nada de ningún Imperio! ¡Padre...!»
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7/10/2019, 23:20
(Última modificación: 7/10/2019, 23:24 por Eikyuu Juro. Editado 1 vez en total.)
— ¿Que no habrá villa? ¿Que no habrá historia? ¿Que no quedará nada?¿¡Y quién eres tú para asegurar tal cosa, eh!? ¡Un niño que viste una placa dorada como si entendiese algo del mundo! — Juro aguantó las palabras de aquel lunático como pudo. El hombre le agarró del cuello, y acto seguido, lo lanzó contra la pared.
Sintió un calor extraño en la nuca. Sangre. Su estómago se contrajo de puro terror.
« No puede matarme. No puede matarme » — pensó, para sí, tratando de infundirse ánimos. Aquel loco lo necesitaba vivo. Si no, no habría salido con vida de aquella habitación. Probablemente, solo intentaba asustarle mediante el dolor.
Trató de reincorporarse, pero a duras penas podía mantener la dignidad en ese momento. Ahí estaba él: guardían de la villa, jinchuriki de Kusagakure, jounin, comiendo tierra y postrado ante su captor. Juro nunca había tenido un sentido fuerte del orgullo, pero hasta él sintió verguenza y repulsión.
¡Rikudou les dio a los bijuu instrucciones muy concretas! ¡¡Algún día uniréis fuerzas con los humanos para erradicar una plaga que amenazará todo Oonindo!! ¡¡Ese día, no temáis y colaborad, pues hasta entre seres que se creen bondadosos arraiga la codicia y la soberbia!!
« ¿Las palabras de Rikudou-sennin? » — pensó. Trató de pensar. Un recuerdo muy lejano vino a su mente. El Gobi también había hablado de aquellas palabras. Las últimas palabras de su padre.
¿Colaborar con los humanos? ¿Erradicar la plaga de Oonindo? No podía creerlo. Si aquellas fueron sus últimas palabras... ¿Qué clase de amenaza estaba refiriéndose? ¿Por qué se estaban enfrentando en ese momento? ¿No debería significar eso que todos juntos eran aliados contra un mal mayor?
«Sea lo que sea, no pienso dejar que este lunático tome mi vida » — Claro que lo pensaba, pero... ¿Cómo salir de esta? Estaba en una muy mala situación.
Entonces, Yubiwa siguió despotricando. Ya no solo buscaba a Kurama para lograr su objetivo. Juro comprobó, con creciente horror, que él realmente pensaba lo que estaba diciendo. Consideraba a Kurama como un ser superior al que los humanos tenían que someterse, y además, que debía exterminar un mal que les reinaba: los Señores Feudales, las organizaciones.
Claro. Kurama le estaba tratando de una manera maravillosa en ese mismo instante.
» No. No, Juro. ¡Kurama no necesita manipular a nadie! ¡Larga vida al Imperio del Norte! ¡Y larga vida a Takigakure! —terminó el hombre.
«Eh... ¿Cómo? ¡Padre no dijo nada de ningún Imperio! ¡Padre...!»
Juro abrió los ojos, repentinamente. ¿Eso habían sido imaginaciones suyas? ¡No, no lo había sido! ¡Era la voz de su bijuu! Juro se espabiló de repente y se alzó otra vez ante Yubiwa.
— Así que un imperio — dijo el chico, fingiendo impresión —. Planeáis conquistar todo Oonindo con él, ¿Verdad? Dime Yubiwa, ¿De verdad crees que las personas lo aceptaran, después de haber vivido toda su vida bajo la sombra de un Daimyo? No, claro que no. Lo sabes tan bien como yo. ¿A cuánta gente matareis para conseguirlo entonces? ¿Cuantos inocentes morirán para que el orden social existente desaparezca?
» ¿Así es como el generoso soberano Kurama va a demostrar la superioridad de los bijuus frente a los humanos? ¿Masacrando a los que se oponen a él?
No le importaba el dolor. No le daba miedo su furia. Ya no. Juro miró a ese hombre con rabia. Le había quitado su vida, su cargo, las personas que eran importantes para él. Yota había muerto por estar con él. Ese hombre no merecía su piedad, no merecía su miedo. Solo merecía su odio.
« Sé que estás ahí. Sé que me estas escuchando » — pensó. Pero no era para sí el mensaje, sino para quién habitaba dentro de él —. «Me odias , también lo sé. Pero tú también lo estas viendo, ¿verdad? Este hombre es un lunático. No sé que clase de mensaje os dio vuestro padre, ni lo que quería lograr, pero... ¿De verdad quieres ser su aliado? ¿Vas a ayudarle en su propósito? ¿En su imperio? »
Puede que funcionase, puede que no. Pero tenía que agotar todos los cartuchos, ¿verdad?
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— ¿Así es como el generoso soberano Kurama va a demostrar la superioridad de los bijuus frente a los humanos? ¿Masacrando a los que se oponen a él?
— Sí —contestó una voz que no era la de Yubiwa. Los ojos anulares del hombre se habían transformado de pronto en unos rojos, amenazadores, con dos pupilas blancas en forma de aguja—. Con contundencia y sin ninguna duda. Impondré un nuevo orden. Y los humanos tendrán que acostumbrarse. Será duro, pero cuando todo acabe, habrá paz y ambas especies haremos prosperar a Oonindo juntas.
«Eres muy inocente. ¿Crees que cualquier humano no creería lo mismo?»
«¿Sabes lo que nos hicieron? Después de que Padre nos dijera que tendríamos que colaborar con vosotros. Fue una traición grave.»
«Pero al parecer tuve suerte. Creo que eres una buena persona, Juro. Tuve suerte de que fueras tú. ¡Y prepárate, porque tú has tenido la fortuna de ser mi jinchuuriki!»
De pronto, Juro se encontró en otro lugar totalmente distinto. Había luz, mucha luz. Y al muchacho le daría un vértigo tremendo si miraba abajo porque...
...tenía los pies sobre una nube.
— ¡Vamos, Juro-kun! ¡Nos la jugaremos a una sola carta! ¡Desátame! ¡Prometo no hacerte daño! ¡Entre la tiranía que pretende instaurar Kurama y arriesgarme a que Padre no se refiriese a alguien como tú...!
» ¡Prefiero apostar!
Anclado a esas mismas nubes, lejos de él, había una grotesca criatura encadenada por anillas. Un escarabajo de armadura azul con colas verdes y alas de color naranja y dorado. Le hablaba. Era Chōmei. El Nanabi. En la anilla más grande, la central, había una etiqueta de sellado.
Ahora Juro debía tomar una difícil decisión. O despegaba la etiqueta y se arriesgaba a que más tarde el bijuu escapara de su cuerpo, matándole a él en el proceso...
...o se entregaba a Kurama.
— ¡Lo entiendo, lo tuyo también es una apuesta, Juro-kun! No tienes motivo para confiar en mi, pero te lo advierto...
» Apostar por Chōmei es siempre apostar por el bijuu ganador.
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Juro alzó la cabeza, y cuando volvió a mirar a Yubiwa, se dio cuenta de que todo rastro de aquel hombre se había desvanecido. Lo que sus ojos vieron fue una mirada inhumana. La mirada del mismísimo infierno.
— Sí —Todo su ser se estremeció. Aquella mirada roja irradiaba un odio más allá de su comprensión—. Con contundencia y sin ninguna duda. Impondré un nuevo orden. Y los humanos tendrán que acostumbrarse. Será duro, pero cuando todo acabe, habrá paz y ambas especies haremos prosperar a Oonindo juntas.
Quiso gritar. Quiso golpearle. Dios. Si solo fuera más fuerte para poder enfrentarlo. Si tuviera un poder capaz de contener aquel mal que asolaba todo el mundo.
Si tan solo...
«Eres muy inocente. ¿Crees que cualquier humano no creería lo mismo?»
«¿Sabes lo que nos hicieron? Después de que Padre nos dijera que tendríamos que colaborar con vosotros. Fue una traición grave.»
Juro temblaba. Alzó la cabeza, pero lo que le hablaba no estaba delante suyo. No. Estaba en su interior. Y resonaba algo y claro. Como nunca antes había sonado.
« Yo... » — No supo que pensar. Porque en el fondo, no sabía que decir ante aquello. Siempre se había asustado de aquel ser, porque mayoritariamente sus palabras hacia él habían sido amenazas de muerte. Pero... ¿A qué se refería con esas palabras? ¿Traición? ¿Le habían traicionado?
«Pero al parecer tuve suerte. Creo que eres una buena persona, Juro. Tuve suerte de que fueras tú. ¡Y prepárate, porque tú has tenido la fortuna de ser mi jinchuuriki!»
Aquellas palabras irradiaron la esperanza que, lo más hondo de su ser, aún no había perdido. Como una pequeña llama, empezó a encenderse, hasta provocar un incendio en su interior.
Juro apareció sobre un lugar nuevo. O más bien, aterrizó. Con tan solo mirar hacia abajo, soltó un grito, pues había abandonado Oonindo sin si quiera saberlo. Estaba en el reino de los cielos. Sus pies estaban sobre una nube que, a diferencia de lo que siempre había pensado, parecía dura al tacto y capaz de resistirle.
Pero lo que vio delante de él lo dejó con la boca abierta. Esta mal decirlo, sí, pero sintió ganas de temblar al ver la verdadera magnitud de aquel ser.
Era un escarabajo gigante morado. Sin embargo, en su cabeza, poseía el gran yelmo de un caballero, y un elegante cuerno. Por lo demás, era un insecto: su parte superior costaba de seis patas, y su parte inferior, de una tonalidad verde , terminaba en un apéndice con seis enormes colas de una tonalidad naranja. Poseía una última cola. Siete. Siete colas. Aquel ser era magnifico y escalofriante. Era el ser que había poblado sus pesadillas meses después de que haber sido sellado, cuando en un instante, creía haberlo visto recortado sobre la luna. Ahora que lo tenía en frente, solo podía arrodillarse y observarlo. No, ese no era el reino de los cielos. Era el reino del Nanabi.
— ¡Vamos, Juro-kun! ¡Nos la jugaremos a una sola carta! ¡Desátame! ¡Prometo no hacerte daño! ¡Entre la tiranía que pretende instaurar Kurama y arriesgarme a que Padre no se refiriese a alguien como tú...!
» ¡Prefiero apostar!
Entonces, lo comprendió de golpe. Aquel ser estaba encadenado al suelo de nubes (que gran ironia). El origen que lo encadenaba: una etiqueta de sellado. Aunque nunca la había visto, supo que si la despegaba, él sería libre. Pero... ¿Lo haría?
En un instante, imágenes vinieron a su cabeza. El Morikage hablándole. Explicándole que aquel ser que tenía delante era un monstruo capaz de asesinar a cientos y a miles. Un monstruo que debía ser capturado. Una amenaza para la aldea. Un ser capaz de engañar a su guardián para liberarlo y causar caos y destrucción.
...Y eso había creído.
Pero entonces, más recuerdos llegaron. Ayame, poseída por el Gobi. La forma en la que le habló, en que le advirtió de Datsue. Había sido tan... humana. Nadie, ni si quiera su líder, podía negarle eso. Y la duda siempre había estado en él.
Juro dio un paso hacia delante. Sí, tenía razón. Era una apuesta mucho mayor para él. No estaba su vida en juego, sino la vida de toda la aldea y del País. Si era un engaño, si el bijuu solo quería ser libre sin tener que soportar la molestía de un cuerpo humano, entonces todo ardería, y habría fallado. Le habría fallado a todo el mundo. Era una apuesta arriesgada. Y a Juro nunca le gustaba arriesgarse, ni apostar. Siempre se había definido como un chico tranquilo. Uno que prefería pasar desapercibido en la vida. Ayudaría a su villa, a su familia. Nunca había buscando grandes éxitos ni fama. No. El antiguo Juro nunca despegaría esa etiqueta. Volvería y se entregaría, y probablemente, esperaría que sus compañeros pudieran ayudarle. Porque Ayame había podido sobrevivir. Era la apuesta más segura.
Pero ese Juro se había quedado en la habitación del Señor Feudal.
Ya estaba cansado de esconder la cabeza y dejar que otros pelearan por él. De permitir atrocidades como la muerte de su mejor amigo y no hacer nada al respecto. De tener que esconderse en su aldea para toda la vida, sin si quiera poder salir al exterior. De no poder entrenar a su alumno sin miedo a ser asesinado en esa absurda guerra que se estaba generando.
« Kenzou-sama, perdoneme. Espero que lo entienda » — pensó, mientras daba otro paso —. « Katsue, Yota, por favor, no me abandoneis »
Cogió aire y dio los últimos pasos para acercarse a aquel majestuoso ser. Sintió la presión en el aire, que hizo estremecer todos los poros de su piel. Sintió el miedo también: se sintió pequeño e insignificante. Pero también volvió a sentir esa esperanza. Puede que no tuviera razón para confiar en el Nanabi, pero nunca se entregaría a Kurama. Lo odiaba, con toda su alma. Y aunque el odio nunca llevara nada nuevo, le había traido una nueva esperanza: la de poder aliarse con aquel ser que por tanto tiempo había temido.
— Muy bien. Después de escucharte, he tomado una decisión — le dijo a la criatura, sin retroceder.
« Aquí, en este momento, en esta apuesta. Aquí es donde voy a poner mi vida en juego » — Sintió ganas de reírse y de llorar. Pero ya no tenía miedo. Algo en él, aunque fuera minúsculo, había cambiado.
» ... ¡Luchemos juntos contra Kurama!
Y con un fuerte tirón, despegó la etiqueta.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
Sellos implantados: Hermandad intrepida- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60
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