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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
¿Sabes qué es lo que creo? —Ni lo sabia, ni me importaba. Ahora solo pensaba en sacar de allí lo que quedase de Katsudon—. Que Koichi-sama tenía razón. No debimos inmiscuirnos nunca en los asuntos de los ninjas. Debimos exiliar a aquél bijuu todo lo lejos que pudiéramos, atarle algo pesado y hundirlo dentro de una vasija en lo más profundo del océano.

Ojala, en ese preciso instante, tras esa precisa frase, Gyūki hubiera caído del cielo y hubiese aplastado a ese samurái subnormal. Me estaba cabreando. Triste, cabreado y sin nada que perder excepto mi inútil vida. Bastante había sufrido ya el pobre pulpo como para que el capullo ese quisiera encerrarlo. Encima que había luchado por ellos.

Cada minuto que pasaba con los samuráis menos me gustaban.

»Venís aquí, y apenas una hora dentro de nuestro pueblo atraéis ya vuestros problemas y vuestras guerras de shinobi. Sois escoria.

Oh claro, por supuesto, para justo eso había venido hasta allí. Para que me atacaran unos ninjas a los que no conocía y mataran a mi compañero por mi culpa. Justo eso. Que ganas tenia de devolverle el golpe que me había dado él antes.

De hecho, estaba a punto de contestarle de la manera mas borde posible, quizás cantando la mas horrible de mis canciones pirata. Mi vida ya no tenia valor, no me importaba jugarmela.

Sin embargo, justo a tiempo para impedir que hiciese una locura, a través de los escombros, apareció el enorme cuerpo de Katsudon. Muy herido, si, pero vivo. Un milagro.

Apresen a este shinobi y llamen a un médico para tratar al gordo —NO, NO, NO, NO Y NO—. Éste es el líder. Si eran espías o tenían algún tipo de plan contra el Hierro, es el que tendrá la información.[/color]


¡Soltadme, ni se os ocurra ponerle un dedo encima!— Grité mientras me revolvía contra los samuráis que intentaban apresarme, pero sin atacarlos, aunque ganas no me faltaban. —¡Matadme a mi si queréis pero a él dejadlo en paz!

Pesé a su fama, esos samuráis eran lo menos honorable que había pisado Oonido. Acusaciones falsas. Golpeando a gente que no les había hecho nada.

Si hubiese tenido un bijuu en mi interior, hacia rato que hubiese perdido el control y arrasado con esos desgraciados.

¿Pero por que estaba pensando yo así? Yo nunca había odiado a nadie. ¿Era por el shok? ¿Por la poca empatía de los samurái? ¿Quizás por que por mi cabeza pasaba que, aquéllos desgraciados, iban a torturar a Katsudon hasta que confesará crímenes que no había cometido?

Cuando venga Kurama, que vendrá, y atraviese vuestras defensas por tercera vez, que lo hará —Dije mientras me dejaba apresar, pues tampoco tenía la fuerza para hacer nada más. —No le importa en absoluto si sois ninjas o samuráis, le da igual si odias a los ninjas o sois sus aliados. Arrasará con todos sin excepciones. —Estaba seguro que, no tenía aprecio ni por sus propios aliados, a los que sacrificaría por lograr su meta. —Había venido a avisaros. Misión cumplida. Me hubiera puesto de vuestra parte si os atacara de nuevo, de hecho, he derrotado a uno de ellos. Pero ahora mismo preferiría morir en manos de un shinobi de kurama que levantar un dedo por cualquiera de vosotros. Acusaciones falsas. Golpes a alguien que no ha leventado un solo dedo contra vosotros, y que ha aceptado vuestras ordenes desde el momento en que atravesó vuestras puertas. Yo seré escoria, lo admito. Pero vosotros...

Si liberaba todo el chakra que me había dado Gyūki de golpe, ¿Seria suficiente para atraer a Kurame y que los destruyera a todos?

Mi sentido común me decía que no lo hiciera. Que le estaría fallando también a él, si es que era posible fallarle a mas gente. Por que en mi lista ya estaban Katsudon, Hanabi, Datsue, Sakura, mi padre, mi madre... Y esos eran prácticamente todos mis conocidos.

Por otro lado, mi rabia e impotencia interior me gritaban que lo hiciera. Que muriera, pero que me llevara a todo el pueblo de samuráis conmigo.

¿Pero a quién debía hacerle caso en ese momento?
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Ah, ¿pero qué imagen estaba dando aquél joven genin? Más allá del círculo inmediato de guardias, los habitantes de aquél humilde poblado de samurais sólo veían a un preso revolviéndose de los brazos de los guardias. Su país, normalmente tranquilo, recibía la visita de unos extraños que no compartían sus ideales y que venían de más allá de la isla, y lo primero que ocurría era que explotaba una posada con ellos dentro.

El líder de aquellos guardias se dio la vuelta de nuevo y se quitó el casco. Era un cincuentón canoso de pelo corto y barba rala a medio camino entre el gris y el negro. Sus ojos, azules, estaban enmarcados por unas terribles ojeras de cansancio. Probablemente Reiji pensase, en aquél momento, que tenía un rostro de villano. Pero el mundo nunca es tan simple.

No tenemos nada más que le interese a Kurama —dijo, agachándose para quedar a la altura de Reiji—. Y por lo visto, han venido a por vosotros. Y por eso voy a interrogaros. Yo no hice ninguna falsa acusación, pero mi deber es dudar, y dudo de vuestros motivos, claro que sí. —Se enderezó, y se tapó la boca un momento para aclararse la garganta—. ¿Que habéis traído los problemas con vosotros? Es algo evidente. ¿Que los trajo el bijuu? Es un hecho probado. —El samurai se dio la vuelta y echó a caminar. Hizo un gesto con la mano y los guardias apresaron los brazos de Reiji con más fuerza—. Llevadlo a las mazmorras. No le hagáis daño. No queremos problemas con Uzushiogakure.

»A no ser que Uzushiogakure quiera problemas con nosotros. Eso, ya se verá.



· · ·



Y allí, bajo su propia suerte y entre techo y paredes húmedos y fríos, habían dejado a Sasaki Reiji. No se podía decir que aquella prisión fuera la peor del mundo, de hecho, a pesar de una temperatura un poco baja para su gusto y que probablemente tenía que ver más con no estar acostumbrado al clima propio del Hierro, estaba bien acondicionada. Le trataban bastante bien, dándole agua y comida decente. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, no obstante, soportando aquella oscuridad tenue iluminada sólo por las antorchas del pasillo?

El suficiente, seguro.

Lo peor no era aquél pijama de preso beis, que le venía grande. Lo peor no era la cama, que hacía ruido cuando se movía y le dejaba dolores de espalda cuando se levantaba. Lo peor no era la ausencia de ventana para ver el mundo exterior, ni los gruesos muros que impedían oírlo. Lo peor era que Reiji, además de un herrero era un espadachín, y seguramente le tenía bastante cariño a sus espadas.

Evidentemente, se las habían quitado, junto al resto de su equipamiento. Tan sólo le quedaba la bandana, que por algún motivo le habían dejado conservar. Es lo que tiene el honor y el orgullo por los símbolos. Que un símbolo no sirve ni para comer ni para pelear. Muchos encuentran consuelo en él, pero cuando es lo único que no te quitan, es que en el fondo no te hará más libre.
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Con casco o sin él, no dejaba de ser imbécil e idiota. A cada palabra que decía era peor. No escuchaba. Ni quería. Pues bien.

No tenemos nada más que le interese a Kurama —¿Acaso era imabecil?¿Era yo él adolescente o lo era él? Kurama atrasaría con todos los que no le obedecieran. Tuvieran o no, cosas que le interesaran.—. Y por lo visto, han venido a por vosotros. Y por eso voy a interrogaros. Yo no hice ninguna falsa acusación, pero mi deber es dudar, y dudo de vuestros motivos, claro que sí. —A parte de tonto, era ciego. Kurama acababa de conseguír lo que quería, que no confiaran en nosotros. Pues bien. Ojala les destruyera. A todos. Se lo merecían.—. ¿Que habéis traído los problemas con vosotros? Es algo evidente. ¿Que los trajo el bijuu? Es un hecho probado. —¿Que era un idiota? Era mas que evidente. ¿Que también era ciego y sordo? Un hecho probado—. Llevadlo a las mazmorras. No le hagáis daño. No queremos problemas con Uzushiogakure.

¿Un poco tarde para eso, no? El había sido el primero en ponerme la mano encima. Algún día se lo pensaba devolver. Si es que kurama no arrasaba con todo lo que amaba, que por imbécil, se lo merecía.

»A no ser que Uzushiogakure quiera problemas con nosotros. Eso, ya se verá.

Ojala os mate a todos antes de que yo salga de esa celda... 〜pensé mientras me arrastraban por la nieve, por qué no opuse resistencia, pero tampoco puse de mi parte.

· · ·

¿Cuantos días habían pasado desde que me habían arrastrado a aquel lugar? Que mas daba. Ni siquiera los conte, aunque tampoco tenia nada mejor que hacer entre aquellas paredes.

No solo me habían arrebatado a Katsudon, también se habían llevado el pedacito de alma de mi padre que siempre me acompañaba. Y lo único que me habían dejado era aquella estúpida bandana que jamás debí pedir de vuelta.

El estómago me rugía. No había probado ni un solo bocado de la comida que me traían. Tenia buena pinta, pero claro, no podía fiarme de los samuráis. Preferia morir de hambre que comer algo hecho por esos imbéciles que me lo habían quitado todo.

Ganó el sentido común, claro. Pero cuando me llegase la hora, si moría de hambre entre aquellas paredes, dejaría libre el Chrakra de gyūki. Que Kurama pensase que los samuráis lo tenían de vuelta y los destruyese a todos.

Ojala no dejase ni una sola piedra de la montaña con cabezas de lobo.

Quizás y silo quizás, era esa rabia que sentía lo que me hacia mantenerme vivo, aunque en mal estado. Pero para cabezón, yo. Y aunque me costase la vida, no pensaba comerme ni un misero trozo de pan de aquellos infelices.
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¡Clon, clon, clon, clon! Unos golpes secos emitieron un eco metálico desde la puerta. Observando detenidamente el plato lleno de comida, allí estaba plantado uno de esos dichosos samurai, envuelto en su armadura blanca y oculto tras un extravagante casco.

Oye, herrero —le dijo el hombre. Tenía una voz que se le antojaba familiar —¿adivinaría o no de quién se trataba?—. ¿Por qué no comes?

»Dicen que antes de una buena ronda nocturna, uno ha de reponer fuerzas con una buena comilona. —Deslizó los brazos por el barrote, enigmático, y siguió caminando. Pasó de largo.
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Oye, herrero —Quizas su voz me sonaba por una razón, el único samurái que sabia esa información era el capullo que nos habia guiado hasta la posada—. ¿Por qué no comes?

»Dicen que antes de una buena ronda nocturna, uno ha de reponer fuerzas con una buena comilona.

Le miré, acurrucado en una esquina, abrazándose las rodillas. Con odio. Nunca antes había acumulado tanto odió por nadie. Si estuviera libre, en condiciones físicas aceptables, y armado... Aunque supusiera mi muerte, no habría dudado en lanzarme a su cuello.

Prefiero morir de hambre que comer algo que provenga de vosotros. Desperdicias la comida trayendola aquí.

No tenia fuerzas, ni ganas de decirle nada mas. Pero no pensaba irme a la tumba solo. Si moría, iban a venirse todos a la tumba conmigo.

Bueno, quizás si tenia ganas de decirle que se la metiera por el culo. Y de paso, que no me dirigiera la palabra nunca más.
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El hombre se detuvo un instante, y aunque no dio la vuelta, sí quiso contestar al herrero, que yacía frustrado negándose a probar cualquier comida que proviniese de ellos.

Es una lástima. La ha cocinado expresamente Yuuna-sama para ti. —Su voz fue apenas un susurro inaudible.

Y ahora sí, el eco de sus pasos anunció su marcha.
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Es una lástima. La ha cocinado expresamente Yuuna-sama para ti.

Aah. Yuuna. Todavía peor. ¿Por que había confiado en ella? Ni siquiera se había dignado en hacer una visita y explicarme la situación. Ella era la peor de todos ellos era Yuuna. Jamas tenía que haber confiado en ella.

¡Pues que se ahorre el esfuerzo, si viene de ella es incluso peor!

Grité agarrado a los barrotes. Aunque el samurái ya se había marchado. Pero me daba igual. Que lo supieran. Que se ahorraran los ingredientes y el tiempo. No quería saber nada de ellos. De ninguno. Y mucho menos de Yuuna.

Golpee la bandeja de la comida de una patada. No con fuerza, por que de eso apenas me quedaba. Con rabia, por que rabia tenia de sobra.

Tu comida si me la comería, Katsudon...

Ni siquiera sabía que había sido de él. Era lo único que me había estado rondando la cabeza durante todo aquél tiempo. Esos desgraciados seguro que le estaban haciendo cosas horribles.

No se como pudiste hacerte amigo de ninguno de estos, gyūki 〜Pensé recordándo que él había muerto para defenderlos, aunque volviese a la vida después. 〜Que den gracias que no tengo tu fuerza, tu tamaño y tu poder. Por que si lo tuviera... Han llenado de rabia a una persona vacía, alguien a quien no tiene nada que perder...elegiste mal a tu mensajero.

Como saliera de aquella celda, con toda esa rabia y sin nada que perder excepto una vida que en ese instante ya ni valoraba en absoluto... No sabía que locuras seria capaz de cometer, pero desde luego que no iba a controlarme.

Lo siento Hanabi-sama, pero no soy lo bastante fuerte para no dejarme llevar por este odio...elegiste mal

¿Acaso era tan grave?

Si. Por que yo había venido en son de paz, y ellos solo me habían devuelto odió. Me habían arrebatado a Katsudon. Me habían arrebatado la espada de mi padre. Me habían arrebatado la confianza. Y en su lugar, en todos esos huecos que habían quedado vacíos, habían puesto todo el odio que sentían hacia los ninjas.

Y ese odio, esa ira, esa rabia. Eso era lo que me mantenía vivo en esos momentos incluso sin comer. Era lo que me hacia moverme incluso sin fuerzas por la falta de alimento.
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Reiji pateó la bandeja de latón de la comida de una patada. El arroz blanco salió despedido por el suelo y el pie se le llenó de curri. Algo pequeño y metálico rebotó con uno de los barrotes y se deslizó fuera de la celda. un objeto metálico, manchado de salsa, que quedó en medio del pasillo.

Una pequeña llave de hierro.

Parece que el seco samurai que les había acompañado a la posada guardaba algún que otro secreto. Y también que la receta de Yuuna le habría venido muy bien para una muy buena ronda nocturna. ¡Menudo ingrediente secreto!

¿Y ahora?
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¿Por que querría escapar de aquella celda si no era para matarlos a todos ellos?

Ver la llave a ahí me sorprendió, si. No para bien. ¿Por que querrían que me escapara? ¿Para que causara problemas y así tener excusa para enemistarse con uzushio?

Ya lo había dicho el samurái que me encerró. Estaban buscando la mínima excusa. El mínimo detalle para ser nuestros enemigos. Si cogía esa llave y escapaba, eso es lo que iba a pasar.

¿Lo peor? Que en ese instante estaba tan ciego de ira y rabia que no me importaba nada de eso.

¿Que no estaba en condiciones de pelear? ¿A quien le importaba? Me llevaría a la tumba conmigo a cuantos samuráis pudiera.

Estiré el pie entre los barrotes para intentar pisarla y traerla hacía mí.

Rezad para que no la alcance estúpidos samuráis...
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Por desgracia, la llave estaba justo, justo un poco demasiado lejos para que el pie de Reiji la pisase. Quizás la llave tuviese un alma propia, como muchos aseguran que las tienen las espadas, y ahora le tenía manía a ese pie, que la había pateado.
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Habían tenido suerte. No llegaba. Los samuráis vivirían una noche más. O quizás me hubieran matado muy rápido. Pero alguno me iba a llevar.

¿Me rendía? No. Lo intente varias veces mas sin éxito. Mi ansia de calmar la ira y la rabia que me consumían eran mucho mayores que mi falta de confianza o desesperación.

Si solo pudiera estirar un poco mas la pierna... Si solo la llave se movía un poco más hacia mi. Quizás entonces...

Pero las llaves eran objetos inanimados. No se moverían solas hacia mi.

Pero, ¿Que mas a parte de intentarlo podía hacer? ¿Morir de hambre y asco en aquella celda?

No. Saldría de allí y arrasaría con el hierro. Aunque tuviera que vender el alma al diablo.
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Y aunque Reiji lo intentaba por todos los medios... bueno, lo correcto no era eso. Desde luego, no lo estaba intentando por todos los medios. El caso es que la llave, como él mismo pensaba, no iba a moverse hacia él. Y lo más preocupante de todo...

...era el sonido de unos pasos, que descendían por una escalera de piedra. Toc. Toc. Toc.
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Daba igual cuanto estirará la pierna, lo cierto es que la llave no era mágica y mi pierna tampoco mas larga. ¿Pero había algo mas largo que mi pierna que pudiera alcanzar la llave?

No es que fuera muy de pensar, ni tampoco es que fuera el tio mas inteligente del mundo, pero dio la casualidad que, dando un paso hacia atrás, pisé la bandeja de latón dónde hacia poco reposaba la estúpida comida de los estúpidos samuráis.

Era la última esperanza, por que parecía que unos pasos se aproximaban. No iba a mentirme a mi mismo. Lo intente. Cogí la bandeja con una mano e intenté traer la llave hacía mi.

Podía fallar, si. Pero en mi cabeza llena de odio e ira, había otra posibilidad. Había una esperanza más a parte de coger la llave.

Pero eso solo sucedería si fallaba. No era el momento de fantasear. Era el momento del último intento.
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En un intento desesperado, el muchacho tomó la bandeja y la hizo servir de extensión de su propio brazo, pasándola entremedias de dos barrotes y girándola para que el fondo quedase paralelo al suelo. Con un poco de esfuerzo, consiguió atraer la llave hacia sí mismo. Eso sí, causando algo de estruendo.

Los pasos que venían de la escalera se aceleraron.

¡Eh! ¡Eh! ¿¡Qué andas traginando por ahi? —La voz fue la de otro de esos samurais enfundados en armadura blanca. Si Reiji no hacía nada por evitarlo, vería la llave que ahora sostenía en la mano. Y la bandeja en la otra. De cualquiera de las maneras, el hombre le inspeccionaría con cuidado, y se percataría en la comida desperdiciada del suelo—. Cielos. No tengo nada contra vosotros, shinobi, y entiendo vuestra frustración, ¡pero aunque os tengamos retenidos deberíais de respetar nuestra buena voluntad! ¡Esa comida es el mismo rancho que comemos los guardias! Qué deshonor.
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Había varios caminos frente a mí ahora que había conseguido tener la llave en mi poder. Pero...¿Realemente quería ayuda de los propios samuráis para salir de allí? ¿Realmente quería la ayuda de Yuuna para salir de Aquel lugar?

La respuesta estaba clara. Pero los pasos del guardia se aceleraron por el ruido y no me dió tiempo a pensar con claridad. Por lo que puse la llave bajo mi pie, me puse en pié y me prepare para recibirlo.

¡Eh! ¡Eh! ¿¡Qué andas traginando por ahi?

Pensé que podia afilar la esquina de la bandeja para cortarme las venas y no volver a veros la cara o escuchar vuestra voz.

Dije aquello soltando todo el odio, la ira y el asco que sentía por los samuráis en cada palabra. Casi escupiendole cada letra. No decía en serio lo de suicidarme, pero con él tono seco que utilizé era difícil de adivinar.

Cielos. No tengo nada contra vosotros, shinobi, y entiendo vuestra frustración, ¡pero aunque os tengamos retenidos deberíais de respetar nuestra buena voluntad! ¡Esa comida es el mismo rancho que comemos los guardias! Qué deshonor.

Ya le he dicho a tu compañero, no quiero nada que venga de vosotros, nada. Prefiero morir de hambre pudriendome entre estas paredes.

Tenia unas ganas terribles de coger la lleve y clavarsela en un ojo. Para luego decirle que se la metiera por el culo.

No se cómo os atrevéis a hablar de honor teniendo encerrado a alguien que os defendió. Ojala ese shinobi me hubiera asesinado y hubiese terminado con todos y cada uno de vosotros. Lección aprendida.

Rabia. Rabia. Rabia. Como un animal salvaje. Casi tirando espuma por la boca. Si salia de aquella celda, era yo el que iba a morir, por que no dudaba que, en cuanto pisará el exterior, iba a lanzarme al cuello del primer samurái que me encontrase.

¿Sabes qué?

Era el momento de hacer las cosas mal. Todo lo mal que se me ocurrió. Me agaché, recogí la llave, ya no me importaba que la viera, pues se la lancé a los pies antes de volver a mí esquina.

Dile a Yuuna que no quiero nada que venga de los samuráis y mucho menos nada que provenga de ella.

El asco y el odio que sentía hacia ellos en ese momento eran mucho mas grandes que mi ansia de suicidarme en post de calmar a la bestia sedienta de sangre que había despertado dentro de mí.
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