(C) La fuga del Yermo

[Uchiha Datsue]

Kasaru negó con la cabeza.

—No, no digas eso. Jamás te disculpes por lo que hiciste —replicó, más tajante de lo que hubiese pretendido—. Además, no es tu culpa. Si mi familia está en peligro es por mí.

Desvió la mirada hacia la ventana, desde donde podían ver a abuela y nieta abrazadas. Koku parecía estar contándole algún tipo de cuento a Gura para tranquilizarla.

—Si no hubiese vuelto aquí… Si me hubiese ido a cualquier otro sitio… Soy imbécil. Soy imbécil, Daigo. —Escupió un gargajo sanguinolento—. Me arrebataron a mi hija nada más verla nacer, ¿sabes? Ni siquiera me permitieron… Ni siquiera me permitieron tenerla en brazos. Solo quería… —Las palabras se le atragantaban en la garganta. Los ojos le brillaban—. Solo quería abrazarla una vez. Solo una.

Y ahora ella estaba en peligro. Por su culpa, por su culpa, por su culpa… Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no desmoronarse allí mismo.

—Escúchame, Daigo. Sé que… Sé que no tengo derecho a pedirte esto. Sé que ya hiciste demasiado por nosotras. Pero… Mi madre, mi madre no sabrá sobrevivir ahí afuera. Es una mujer fuerte, ella. Siempre lo ha sido. Pero todo esto le pilla demasiado mayor. ¿Crees que…? —le miró a los ojos, implorante—. ¿Crees que podrías llevarlas a tu villa? ¿A Kusa? Mi hija lleva mi sangre. Sé que será kunoichi algún día. Y quizá, al contrario que su madre, podría serlo luchando en el bando correcto. En el que tienes un hogar al que volver sin temor a ser atrapada, encarcelada o esclavizada.

[Tsukiyama Daigo]

Daigo posó su mano en el hombro de Kasaru, en un gesto reconfortante.

—Te lo juro —le dijo, totalmente en serio—. Haré todo lo que esté en mi mano por ayudarlas, y estoy seguro de que Kusagakure hará lo mismo.

Quiso preguntarle entonces qué había hecho una persona como ella para ser considerada una criminal, pero probablemente no era algo de lo que quisiera.

—Tú... ¿qué harás?

[Uchiha Datsue]

Kasaru quiso agradecérselo. Quiso decirle cuánto apreciaba su gesto. Cuánto significaba para ella. Cuánto hacía que nadie había hecho nada por ella como él. Pero no le salieron las palabras. Simplemente, el nudo que tenía en la garganta era demasiado fuerte.

En su lugar, le abrazó. Un abrazo fuerte, largo, con el que quiso transmitirle toda su gratitud. Esperó que al menos le llegase una parte.

Cuando se separó de él, tuvo que enjugarse las lágrimas.

—¿Yo? —se encogió de hombros. Eso era lo de menos—. No puedo pedirte que me llevéis con vosotros. No funcionaría. —Había que ser prácticos, y marcarse metas realistas—. Yo siempre he sido una Bedōin. Se me da bien, morar por el desierto. —Aunque, ¿qué había conseguido con ello? ¿No terminaban siempre encontrándola? ¿Pillándola?—. Pero quizá sea hora de cambiar, ¿no crees? Ir a algún sitio donde nadie se le ocurriría buscarme. Como… qué sé yo, ¿el País del Agua?

Esa era la cultura, el ambiente y la climatología más opuesta a ella que existía en Oonindo. Era una locura, pero, ¿y si era justo lo que necesitaba?

[Tsukiyama Daigo]

Daigo correspondió su abrazo, comprendiendo perfectamente lo que significaba. Sabiendo que, en aquel momento, esa era la única forma que tenía Kasaru de demostrar todo su agradecimiento.

El chico ya se lo había imaginado. Probablemente sería relativamente fácil llevar a una anciana y a una niña dentro de la aldea, ¿pero una criminal? Ni hablar. No había manera.

Aunque sentía pena por no poder hacer nada al respecto, Daigo sonrió ante la idea de la Bedōin.

—El País del Agua será un buen sitio —afirmó—. He conocido gente muy agradable de por allí, y... ¡venden una muy buena bebida! Amecola, se llama.

Calló unos segundos.

»Espero que tengas suerte.

[Uchiha Datsue]

Kasaru apenas pudo esbozar una sonrisa entre tanto moretón.

—Yo también. Pero espero que de la buena. —Porque de mala suerte iba sobrada—. ¿Qué piensas hacer con… la Kaguya?

Daigo pudo darse cuenta que, en verdad, a Kasaru no le importaba demasiado. Más bien, parecía que estuviese haciendo tiempo. Despedirse de una hija por siempre no era fácil. Ni de una madre. Menos si son las dos al mismo tiempo.

[Tsukiyama Daigo]

Sí, la Kaguya, casi se le olvidaba.

—He estado pensando... —dijo, mirando por la ventana—. Quizá puedan estudiar su sello y aprender a... revertirlo.

En verdad odiaba lo que estaban haciendo con los criminales.

»Lo que están haciendo con los fugados es inhumano. Debo detenerlo —afirmó, enfadándose solo de pensar que habían cientos como ella—. Pero no tengo ni idea de cómo llevarla hasta allí, son demasiados días de viaje... ¿podré ordenarle que me siga?

[Uchiha Datsue]

Kasaru creyó que eso era una idea muy buena. Cualquier cosa que jodiese a Nathifa y ayudase a tratar a los presos como personas y no animales de feria se lo parecería, en verdad.

—¿Sabes? Cuando te vi por primera vez, pensé que eras un poco rarito. No todo el mundo se pone a rugir a un escarabajo para espantarlo —le salió una media sonrisa—. Pero ahora veo que no eres raro. Tú lo que eres es especial.

Y un gran ninja, también.

—Ella parecía estar obedeciendo las órdenes del guardia… ¿Por qué no le dices, transformado en Nathifa, que obedezca a mi madre? Así podríais hacer todo el viaje sin preocuparte de estar transformada en ella todo el rato. Oh, pero antes deshaz la orden del otro. Dile que ya no es necesario matar al chico peliverde con sonrisa bondadosa.

Sonrió, y le pellizcó una mejilla.

—Eres la mejor persona que he conocido en mi vida, Daigo. Quiero que lo sepas. —Carraspeó—. Será mejor… Será mejor que entre a despedirme.

[Tsukiyama Daigo]

—Esto... —se rascó la nuca y rio, avergonzado.

La verdad, prefería recordar la versión en la que le rugía a un animal enorme.

Kasaru, entonces, le dio una gran idea. Por lo visto, podía simplemente ordenarle que obedezca a otra persona ¿Cómo no lo había pensado?

Claro, pero antes tenía que deshacer la anterior orden: la de matar al chico peliverde con... una sonrisa bondadosa.

Daigo cerró los ojos, extremadamente avergonzado. Le estábamos diciendo demasiadas cosas buenas juntas y apenas podía contra ellas.

—Es... esperaré aquí, para que tengan algo de privacidad. No tengas prisa.

[Uchiha Datsue]

Diez minutos. Eso fue todo lo que Kasaru necesitó ahí adentro. Para despedirse. Para dejar su imprenta. Para intentar condensar en pocas palabras todo lo que sentía por Gura y Koku. Para intentar aconsejar a su hija, el consejo que solo una madre podía dar, para que fuese feliz en aquella vida. Para que la aprovechase. Para que se cuidase de los chicos. Pero para que tampoco tuviese miedo.

A quién vamos a engañar, probablemente no le diese tiempo ni para la mitad. Se requería de toda una vida para conseguirlo. A veces, ni con eso.

Kasaru salió de la vivienda con el turbante puesto. Solo sus ojos, verdes y empañados, recibían la luz del sol. Daigo la vio desaparecer entre las dunas, derritiéndose entre el espejismo provocado por el sofocante calor.

Allí iba, una verdadera Bedōin. Allí iba, la última Moradora del Desierto.

[Tsukiyama Daigo]

Diez minutos pasaron antes de que, son decir una sola palabra más, Kasaru se marchara hacia cualquiera que fuera su destino.

«Adiós, Kasaru-san, espero volver a verte».

Se tomaría unos segundos extra para darle tiempo a la familia de prepararse. Probablemente estarían afectadas por despedirse, quizá definitivamente, de un tercio de su familia.

Luego, una vez más, Nathifa volvió a hacer acto de presencia.

Miró a Koku, luego a Gura y finalmente a la esclava.

—Esclava —se esforzó en volver a usar ese término—. Ya no será necesario que mates al chico peliverde.

Giró la cabeza hacia Koku, con la misma expresión severa de siempre.

»Y obedecerás las órdenes de esta mujer. ¿Entendido?

[Uchiha Datsue]

La Esclava abrió los ojos nada más oír que la llamaban. No parecía haberse dormido. Oyó las órdenes, e hizo un asentimiento tan mecánico que parecía un robot.

—Sí —respondió a la pregunta de Nathifa. Su voz sonó ronca, como si llevase muchísimo tiempo sin hablar.

Gura lloraba en los brazos de Koku, quien contemplaba la escena con ojos enrojecidos y la determinación de salvar a su nieta del mismo destino que Kasaru. Cuando consiguió tranquilizarla, empezó a hacer sus petates. Algo de comida, cantimploras, mudas... Lo básico y necesario para sobrevivir ahí afuera. Iba a ser un viaje largo. El viaje más largo de su vida.

[Tsukiyama Daigo]

«Bien. Con eso será suficiente».

Nathifa volvió a marcharse, dejándole paso a Tsukiyama Daigo, quien varios segundos después pasó por la puerta, apresurado.

Se dirigió hacia Gura, deteniéndose cuando pasó frente a la esclava. Todavía no estaba seguro de que no le fuera a arrancar los ojos a la mínima oportunidad.

Volvió a mirar al frente, sabiendo que de momento tenía que confiar en que todo iría bien, y se acercó a la pequeña.

—Hey —se agachó, poniéndose a su altura—. ¿Cómo estás?

[Uchiha Datsue]

La niña, con los ojos enrojecidos de tanto llorar, no pudo más que asentir.

—S-sí. —Más bien parecía que no, pero que intentaba sobreponerse a la situación—G-gracias p-por a-ayud-darnos, Daigo-kun. Eres el me-mejor.

Y, de tan pequeña que era, tuvo que conformarse con abrazar las piernas de su héroe.

—Estamos listas —anunció Koku, con dos petates bien envueltos. Se había vestido para la ocasión, con ropas cómodas y flojas para el viaje, y se acercó a Gura para colocarle un turbante en la cabeza—. Cuando quieras, Daigo-kun.

[Tsukiyama Daigo]

Sin saber cómo responderle a Gura para hacerla sentir mejor, el chico simplemente correspondió su abrazo. Recuperarse de esta solo estaba en manos de la pequeña.

—Sí, un momento. —le respondió a Koku—. ¿Dónde están las llaves? Tengo que quitarle las esposas.

Una vez se lo indicaran, Daigo tomaría las llaves y se acercaría a la esclava.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, empezando a liberarla—. ¿Puedes caminar?

No sabía ni por qué preguntaba. No recibiría una respuesta...

[Uchiha Datsue]

No, efectivamente. No hubo ni una sola respuesta a las preguntas de Daigo. No obstante, solo hacía falta verle la cara para saber que no se encontraba en sus mejores días. Tenía sangre seca en la nariz, los labios, el mentón… Y estaba pálida, como cansada.

Koku se acercó a ella y le limpió la piel con un trapo húmedo, para acto seguido darle algo de beber. Le tenía miedo, pero algo dentro de ella la obligaba a preocuparse por su estado. Quizá, por el pensamiento de que hubiese podido ser su hija la que estuviese así.

—¿Las llaves? —preguntó Koku, confusa—. No… ¿No son tus esposas?