Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Y como en el cuento ese de los cerditos... ¡sopló! ¡sopló! ¡y sopló! ¡hasta que sus casitas derrumbó!
Solo que en éste caso el tipo esperó, y no sopló.
La gente pasaba a su alrededor, tediosa y con miradas recelosas. Nadie quería siquiera dirigirle la palabra al chico, y no era de extrañar, pues después de todo la había liado un buen rato, y olía a alcohol que tumbaba. Era todo un ejemplo de vida rockera, vivía al máximo, y posiblemente moriría joven. Bueno, quizás llevamos demasiado alto el melodrama...
Aunque el chico parecía aturdido, y reposado sin ton ni son, esperaba cual rapaz al momento adecuado. Estaba con todos sus sentidos alerta, esperando escuchar cualquier cosa. Esperando lo obvio, una acometida de cualquier tipo.
Pero los cuatro no parecían hacer acto de presencia. ¿Qué era eso algo que el Inuzuka había obviado en las palabras de los cuatro? El genin entonces pudo intuir algo: Búho había salido a la oscuridad de la madrugada, y el cargamento estaba aún en la casa de Rao. Nadie había ido a por él. ¿Qué podía significar aquello?
Pero para cuando pudo reflexionar eso, su organismo iba a distraerlo con otros pensamientos.
El genin estaba atento, pero su cuerpo no iba a cooperar tan fácilmente. El tiempo pasaba y él se había esforzado bastante, pero a la llegada del medio día sucedió lo inevitable: Las tripas rugieron como oso furioso, víctima del hambre. No desayunó, ni siquiera un misero pan duro de los que apenas se podían conseguir en ese pueblo. Ciertamente se había mantenido en pie por su temple temple shinobi, pero llegando ya el medio día no era muy buena idea que se diga que te emboscaran estando sin calorías de reserva.
Etsu sufre penalización de -10 a Aguante hasta que ingiera algo de alimento.
Tanta era su concentración en la misión, que el chico no se había dado cuenta hasta el momento de que nadie estaba vigilando el cargamento que Búho había intentado mover a la madrugada. Por un breve instante pensó en ir a echarle un vistazo, mirar si aún estaba ahí en mitad de la calle, cerca de la casa de Rao. Pero su pensamiento se vio drásticamente eclipsado por un rugido fiero y resonante, un sonido al que no pudo evitarle importancia.
*RRRRGGGGGGGGRRRRRRRRR*
Su estómago le pedía a gritos —literalmente— que comiese algo. Realmente no era de extrañar, criar esa masa de músculos requería de una buena tarea, no era meramente gimnasio. El chico se llevó ambas manos a la barriga, y terminó por levantarse. Sí, tenía que comer algo, definitivamente tenía que hacerlo.
Tomó de su bolsillo unos cuantos billetes, y con su circo aún montado, caminó tambaleante hasta el puesto de venta que había visitado ya varias veces. Plantó el dinero en el mostrador, y tomó lo primero que tuviese a mano para comer. Ya fuese un poco de carne, o quizás algo de bollería, sería bueno fuese lo que fuese. Por otro lado, ni le dirigió la palabra al hombre, no tenía demasiado tiempo que perder.
Con las mismas, y comiendo en el camino aquello que pudiese haber tomado, el Inuzuka tomaría dirección hacia el carro de Búho. Lejos de quedarse allí observándolo (Si es que aún estaba allí), destaparía la mercancía, para averiguar de qué se trataba.
El tendero, ya sea por miedo o por querer jalarle billetes de más al borracho, le entregó el pedido, justo para luego cerrarle en la cara la persiana de su preciado negocio.
Sin embargo, el tambaleo de Etsu ya no era sólo fruto de su mascarada sino del hambre que sufría. Aún tras comer sentía el cuerpo algo pesado por la abrupta ingesta de alimentos y necesitaría su rato para la digestión. Pero aún así, se las arregló para regresar a la parte trasera de la casa dónde aún estaba el carromato cubierto con lonas.
Al inspeccionarlo por encima, no notaría nada extraño en aquellas piezas de cerámica. Sin embargo, parecía tener un tablón que daba a un compartimiento inferior por debajo de toda la mercancía original. Al apartar un poco las tinajas y demás, descubriría lo que realmente se hallaba ahí abajo: Armas, y no corrientes.
Si recordaba su pelea con Búho, este usaba alguna clase de artilugios poco convencionales. De hecho, ahí abajo encontró varias pelotitas similares a las del matón. Pero lo más intrigante eran las demás armas escondidas. Eran katanas, e incluso algunas shuriken. ¿De dónde habían sacado armamento ninja unos bandidos cualquiera? Quizá no eran unos cualquiera. Cabe destacar, que las estrellas no parecían convencionales. Eran más livianas y con siete puntas. Las katanas, a simple vista no poseían alguna cualidad especial. ¿Los Cuatro eran alguna clase de renegados? Búho a ciencia cierta no lo era. ¿Qué significaba todo aquello?
El estómago rugía de nuevo, y en ésta ocasión por la abrupta ingesta, en vez de por la falta de alimento. Fuere como fuere, el Inuzuka terminó por llegar hasta el carromato, que curiosamente no se había movido un centímetro de donde lo habían dejado. Nadie había sido lo suficientemente valiente como para intentarlo, lo cuál podía significar dos cosas: Lo que fuese que portaban no tenía valor alguno para la banda de maleantes, o bien nadie a excepción de los que la transportaban sabía quien era el dueño de ésta.
Tras quitarle la tela de encima, el chico inspeccionó un poco de qué se trataba, topando con un curioso cargamento de piezas de cerámica. El Inuzuka arqueó una ceja, incrédulo. No entendía demasiado bien cómo es que una banda tan ruin y peligrosa, se dedicaba a traer cargamentos d cerámica de un lado a otro.
«Ésto no me cuadra nada... una cosa es que transporten cosas sin valor, y por eso no hayan hecho por recuperarlas. Pero ésto es demasiado, no tiene ningún sentido... ¿TINAJAS? ¿Desde cuando una banda de maleantes se dedica a trapichear con tinajas? Tiene que haber algo más, algo se me está escapando...»
Sin embargo, en una de éstas que el de rastas manipulaba la carga, las madera que resistían bajo la carga resonó de manera un tanto singular. Parecía que bajo toda esa cerámica, había espacio vacío, como una fosa donde guardaban algo más.
«¿Será que guardan aquí el dinero que han timado?»
Apartó las tinajas de poco a poco, y finalmente pudo observar que se trataba de un tablón superpuesto, que daba a una cavidad inferior repleta de...
«¿¡ARMAS!?»
Se sorprendió un poco, pero más aún por el tipo de armas que eran. Se trataba de armas que para nada eran comunes, eran armas que prácticamente cualquier shinobi acostumbraba a usar. A decir verdad, no cualquier shinobi, eran armas diseñadas para ellos, pero no parecían las de siempre...
Tomó un par de estrellas de metal, y claramente pudo detectar la clara diferencia entre las que sostenía y las que había usado siempre. Éstas eran mucho más livianas, y tenían distinta forma. Además, había un gran número de esas bolitas que vio usar a Búho.
—No puede ser verdad... —pensó en voz alta.
Pocas explicaciones podían haber a ésto. La banda llamada los Cuatro de Ibaraki tenían que tener algo de conocimiento de ninjutsu, podían incluso ser shinobis exiliados, o bien... podían estar robando la mercancía a algún proveedor de armamento ninja, o incluso fabricándolo y vendiéndolo. Más allá de eso, pocas razones más se le ocurrían al Inuzuka para que esas armas estuviesen ahí.
Podría decirse que se encontraba en una situación crítica, pues tenía que enfrentarse a tres personas que quizás sabían ninjutsu. Pero por otro lado, ellos no sabían que el Inuzuka también era un shinobi. Quizás tenía alguna posibilidad, pero de tratarse de exiliados... seguramente estaba jodido.
¿Qué debía hacer? ¿No era más sensato dar parte de lo sucedido y que se encargase un shinobi más experimentado? De ser shinobis exiliados, quizás sus habilidades escapaban de las manos de un simple genin...
Maldito el día en que el abuelo y su padre le inculcaron que el Tekken era imposible de vencer. Maldito el día en que le dijeron que estaba destinado a ser el mejor de los shinobis. Maldito el día en que le sentenciaron la obligación de convertirse en el Inuzuka más poderoso de todos los tiempos.
Etsu tomó dos de éstas estrellas, y un par de esas bolitas que había visto usar a Búho. Guardó las bolitas en el bolsillo, echó de nuevo la capucha al carro, y terminó por sentarse sobre el carro con los shurikens a su lado. No las mostraba abiertamente, pero las tenía lo suficientemente cerca como para poder tomarlas rápidamente.
Al tiempo, alguien llegaría. Pero no serían los cuatro, ni los pobladores. Se trataba de Yukari, la esposa de Rao. ¿Qué qué hacía ahí? Lo raro es que no hubiese aparecido antes siendo que aquello era justamente la parte de trasera de su casa. ¿Cómo reaccionaría al verle? probablemente no muy agradada luego de que él mismo le dijera a Rao que se desvincularan de él.
La mujer se agarró el vestido e hizo una mueca, tenía la cara roja y parecía querer romper a llorar.
—¿¡A qué has vuelto!?— Su voz se quebró. —¡Vete de aquí antes de que caiga la noche y vengan los Cuatro de Ibaraki! ¡No quiero que nos involucres más! ¡Mi esposo ya ha sufrido lo suficiente! — Le señaló con el dedo índice mientras se mordía el labio.
»¡Te ofrecimos un trabajo y así nos pagas! Además, apestas a alcohol... ¿¡Así devuelves nuestra poca hospitalidad!? Lárgate, ¡LÁRGATE!
Agitó varias veces la cabeza. Aparentemente Rao había cumplido su parte del trabajo mintiendo a los demás.
¤ Shuriken - Tipo: Arma arrojadiza - Tamaño: Pequeño - Requisitos:Destreza 15 - Precio: 200 ryos - Daño: 8 PV/corte superficial, 12 PV/corte e impacto directo - Efectos adicionales: Pueden trazar parábolas complicadas con 40 o más de Destreza
Los shuriken, como los kunai, son una de las armas más básicas de los shinobi. Son estrellas metálicas de cuatro puntas afiladas muy útiles para el lanzamiento. Aunque son de pequeño tamaño, pueden usarse para distracciones, presionar al oponente, o incluso pueden ser letales si se tiene la suficiente precisión. Poseen un círculo en el centro, usado para agarrarlo con un dedo para evitar cortarse uno mismo o colocar hilos a través. El círculo es también beneficioso para las armas aerodinámica en general, asegurando trayectorias más precisas.
Alterador (Tako): Shuriken ligeras modificadas de siete puntas, mucho más aerodinámicas que las habituales. Debido a su forma no pueden clavarse al impacto, pero se compensa con su sigilo al no hacer ruido en el aire y volar a una velocidad ligeramente mayor. Sin embargo, esto mismo las vuelve más complicadas de manejar. El requerimiento base de Destreza para su uso pasa a ser de 30, y para trazar parábolas complejas se necesita 50 o más de Destreza. Poseen grabado el kanji "凧", que significa cometa.
¤ Bomba de azufre - Tipo: Consumible - Tamaño: Pequeño - Uso: 5 metros de humo apestoso durante 2 turnos
Bomba especial poco común que libera una nube maloliente que no busca entorpecer la visión como tal, sino que causa mareo al olerla de manera que dentro de su área de efecto los afectados tendrán -20 a Percepción. Dada su propia naturaleza, si una chispa eléctrica o un fuego está cerca, la nube se encenderá y causará 25 PV de daño ignífugo consumiendo la nube en el proceso.
19/04/2020, 00:47 (Última modificación: 19/04/2020, 00:47 por Inuzuka Etsu.)
Esperó, y esperó, y esperó más...
Al cabo del tiempo, una persona apreció por allí. Por desgracia, no se trataba de ninguno de los cuatro. Tampoco era uno de esos campesinos temerosos, ni mucho menos su "amigo". Apareció allí la menos esperada, aunque a decir verdad no era extraño, pues estaba cerca de su casa. La mujer de Rao se agarró el vestido en lo que hacía una mueca de querer romper a llorar. El corazón de Etsu se rompió en mil pedazos en ese instante, y más aún cuando ésta le reprochó su actitud.
El hombre había hecho bien su trabajo, había hecho todo lo que el Inuzuka le había indicado, y su mujer ni sospechaba de lo que pasaba. Sin duda alguna, a veces ser shinobi era de lo más doloroso...
El rastas tragó saliva, y sonrió. Su costumbre para afrontar las situaciones más difíciles que se le planteaban. Con las mismas, se levantó del carromato y lanzó una de las tinajas al suelo. Ésta tambaleó un par de veces, y por poco parte en mil pedazos. Quizás si la hubiese lanzado más lejos, o con otro propósito lo hubiese logrado, pero no era su intención.
—A-ahora me via qu-quedar con el negosio —contestó de vuelta.
Si debía ser el malo de la película, debía serlo para todos, sin excepción.
El Inuzuka tomó por la fuerza el carro, y comenzó a moverlo hacia mitad del pueblo. Por un lado alejaba al carro de la casa de Rao, pero por otro lado no solo hacía eso, si no que chuleaba aún más a los Cuatro. Cada vez que paraba para tomar un descanso del peso, lanzaba una tinaja o dos a los flancos.
—¡Tri-tijranas pa TOOOOS! ¡TijanAAAAS PA ToooooOOS!
¿Cuánto tardarían en llegar esos maleantes que tan controlados tenía supuestamente el lugar?
21/04/2020, 00:22 (Última modificación: 21/04/2020, 00:22 por King Roga.)
¿Cuando aparecerían los Cuatro? La respuesta la tenía en la punta de la lengua, un detalle que repetidamente le fue revelado por los aldeanos, pero por una misteriosa razón no lograba ser captado por el Inuzuka. El ensimismamiento en su papel no le dejaba ver cuál era la condición planteada para su llegada. Por ahora continuaba con sus planes de volverse el enemigo público número uno de aquel asentamiento sin nombre. ¿La buena noticia? Estaba surgiendo efecto de maravilla. ¿La mala noticia? Quizá se pasó de efectivo.
Ante la incertidumbre y el hecho de que los bandidos no se presentaban, algunos vecinos envalentonados se estaban reuniendo nuevamente. Pero esta vez no eran únicamente el patriarca y sus dos gatos, esta vez estaban los campesinos, el gordo Wagu e incluso el tipo que le vendió el alcohol. Se habían armado de rastrillos, palas y antorchas improvisadas dispuestos a apalear al adolescente borracho.
—¡Ahí está!— Dijo Wagu quién ahora parecía liderar al grupo enfurecido.
—¡Pagarás por lo que el hiciste al patriarca! — Refunfuñó el sujeto a quién había intentado apalear originalmente.
De pronto entre la turba, Etsu alcanzaría a divisar al joven Koke que intentaba abrirse paso infructuosamente entre la muchedumbre. Formaba una equis con sus brazos por delante de su pecho, como si intentase advertirle algo al shinobi. Sin embargo, alguien le tomó por el cuello de la camisa y fue arrastrado lejos de la multitud.
—¡Él sólo ha venido a perturbar nuestra paz! — Incluso el viejo médico estaba ahí en su contra.
Empezarían a cercarlo, no estaban dispuestos ya a esperar que les resolvieran sus problemas los bandidos.
La fama del Inuzuka no hizo más que agrandar por momentos. Por desgracia, en éste caso en absoluto era algo bueno, pues se estaba ganando el odio de todo el poblado. Había querido parecer el malo de la película para que llamasen a los Cuatro, pero resultó más de lo que éstos campesinos podían aguantar por lo visto...
Un gran número de éstos salió a las calles, armados con rastrillos, antorchas, y todo tipo de objetos y mobiliario que podían usarse para golpear o causar daño al "indeseado" invitado. Por suerte o por desgracia, al menos había podido observar que éstos campesinos cuando se enfadaban eran muy capaces de defenderse. Raro era que no lo hiciesen con los Cuatro, o puede que se debiese al modo en que éstos trabajaban; yendo a por familiares y posesiones, aprovechando la fragilidad de las mentes civiles.
Etsu aún llevaba consigo el carromato, y de poco a poco comenzó a ser rodeado. Parecían tenerle entre las cuerdas, pues pocas escapatorias habían aparentemente. Etsu sonrió, los valientes se atrevían a amenazar al malo de la película.
—Los Cuatro... —intentó reclamar la atención de todos con esas palabras, y terminó de tirar las tinajas al suelo. Rápidamente abriría la caja, y sacaría todas las bolas parecidas a las que Búho había usado. Sin más palabras, tomó aire y las lanzó todas a los pies de los ciudadanos. Tantas como hubiese, repartiéndolas en un arco justo frente a él.
¿Para qué? ¿Qué pasaría con tantos ciudadanos que habían en otros lados?
No importaba, el Inuzuka era bien rápido y fuerte. Sin demora alguna, saldría corriendo cual toro, a cruzar entre todos los afectados frente a él. Cruzaría por entre todos, y si alguien se cruzaba lo embestiría para apartarlo del camino. Obviamente, intentaría no topar con nadie, ya había hecho suficientes amigos por hoy.
Cruzada la polvareda que había armado con las bolitas, y dejados atrás los civiles, intentaría escurrirse de las miradas de todos. Su agilidad le daba una ventaja ante simples granjeros y/o campesinos, o al menos eso esperaba. Para cuando pudiese, tomaría rumbo al escondite de Koke, si es que no había nadie en la inmediación. Ésta vez ni se molestaría en tomar las escaleras escondidas si no habíanadie observando, daría un brinco para entrar por la misma ventana.
Si encontraba dificultades para ello, tomaría camino hacia las afueras, donde la maleza del bosque lo ocultase.
Miedo y desorden, las dos acepciones principales que conformaban el caos. Cuando Etsu lanzó todas aquellas pestilentes bombas al suelo, la nube de mal olor sembró discordia en las filas de los habitantes que se vieron asqueados ante la terrible y amarillenta humareda. Sin embargo, el Inuzuka desconocía un detalle terrible de aquellos artilugios, debido a que Búho no había llegado a mostrarlo en su momento. El humo entró en contacto con las antorchas de algunos de estos, explotando al instante.
Y entonces, el Inuzuka desató el infierno sin saberlo. Una enorme nube de fuego que envolvió a los pobres campesinos abrasando sus cabellos, prendiendo sus harapos, quemando sus pieles. Todo se volvió una marejada de gritos de agonía cuando las llamas envolvieron a los pobres paisanos. Unos corrieron despavoridos en busca de agua, otros de despojaban de sus ropajes y otros en su desesperación se echaron al suelo. Kito, ahora era un villano mucho más terrible a temer que los propios Cuatro de Ibaraki que habían asolado al pueblo.
Etsu había pasado a convertirse en un remedio peor que la enfermedad. Si continuaba con su plan de volver a la casa de Koke, encontraría a un Búho apenas vivo. La herida estaba extremadamente morada y el criminal tenía una fiebre enorme. Sus ojos se habían hundido, parecía deshidratado al no haber bebido ni comido en todo ese tiempo.
Entonces, el sol volvía a ponerse.
Sin embargo, al llegar encontraría una nota, o más bien un dibujo. Koke no sabía leer ni escribir, pero se esmeró en dejar un dibujo ahí esperando que el Inuzuka pudiese interpretarlo. ¿En que consistía? Era un dibujo, un cielo oscuro con luna y estrellas, con tres siluetas de hombres en él. Y entonces comprendió las palabras que los aldeanos estuvieron repitiendo todo este tiempo, recordando a cada uno de ellos.
Traten de alejarlo de aquí hasta la noche, ellos vendrán, ellos vendrán seguro
Ya verás, cuando llegue la noche vendrán con refuerzos y no tendrás la más mínima oportunidad contra él
¡Vete de aquí antes de que caiga la noche y vengan los Cuatro de Ibaraki! ¡No quiero que nos involucres más! ¡Mi esposo ya ha sufrido lo suficiente!
Etsu lanzó las bombas de humo, creando así una cortina que perfectamente le haría pasar desapercibido entre los aldeanos. Al menos eso pensó él, en su magnífica mente. Lo que jamás de los jamases se hubiese imaginado es que todo terminaría patas arriba. Literalmente, pues apenas la nube de humo topó con la primera de las antorchas, todo explotó por los aires. Una inmensa cortina de fuego sembró el caos, haciendo que la mayoría de los habitantes de la aldea saliesen disparados con la propia explosión.
Mira que su abuelo se lo advirtió mil y una vez... "No toques las cosas que no son tuyas. Mucho menos si son de otro ninja, que nunca sabes por dónde te saldrá." Ni poca razón le faltaba al viejo.
Etsu no pudo evitar que los ojos le llorasen, cual nube en abril. Pero ahora mucho menos podía quedarse allí plantado. La había liado, y mucho. Debía esconderse, porque ahora sí que era el malo de la película. Ahora se había convertido en un remedio peor que la propia enfermedad. Había dejado a los Cuatro como meros aficionados.
El Inuzuka corrió como alma que lleva del diablo, y tras asegurarse de que nadie lo veía, saltó hacia el escondite de Koke. Una vez allí, pudo observar que Búho estaba moribundo, en las últimas. Por otro lado, había un dibujo del pequeño, en el que se podían ver unas siluetas y una luna. Sí, estaba claro que los maleantes no llegarían hasta lo noche...
Pero, ¿debía volver a aparecer por el pueblo?
Sin duda, si aparecía, por mucho que fuese el bueno, seguía siendo más malo que los Cuatro.
Tomó aire, y se acercó hasta Búho. Lo exhaló en un suspiro demasiado profundo, meditando qué debía hacer. No podía liberarlo, no podía curarlo, había causado una tremenda carnicería... Ésta misión se le había ido de las manos.
¿Acaso el Inuzuka planeaba quedarse ahí escondido hasta volverse viejo? Búho intentó decir algo, pero entre la mordaza y la poca fuerza que le quedaba por el hambre y las heridas era más que inútil. ¿Qué mas podía hacer? La inacción era peor que no hacer nada. ¿Iba a afrontar las consecuencias de sus decisiones o planeaba huir de ellas? Debía meditarlo, ¿qué pasaría cuando Rao se enterase de lo sucedido con los aldeanos?
Tenía muchas cosas para reflexionar pero le quedaba menos tiempo del que él creía, pero lo que él no sabía es que había provocado otra cosa, o mejor dicho, había prendido una antorcha gigante alertando a alguien más. El sol volvía a ponerse y algunas aves cantaban al atardecer, el escucharía algo como un loro cotorrear mientras volaba por encima de aquel bosque.
Debía pensar. Si Koke había dejado la nota es porque había regresado a la guarida, así que quizá volviese de nuevo.
Etsu estuvo meditándolo un poco, quizás demasiado poco. Estaba claro que después de todo lo que había liado, ésto traería repercusiones, de todos lados. Así pues, se asomó a la ventana para asegurarse de que nadie lo veía, y se lanzó de nuevo al suelo. En el mismo aire realizó una leve secuencia de sellos, y adoptó la forma de un perro. Se había transformado con un Henge en un labrador bastante viejuno, de piel dorada y bastante manchada por canas. Buscando darle algo de credibilidad, el can estaba bastante manchado de tierra y fango, y bastante delgado.
Volvió hacia el lugar del incidente, y buscó por allí a Koke o a Rao. Fuese cual fuese al primero que viese, buscaría un momento que el que estuviese solo. Entre tanto, Etsu se agazaparía por cualquier rincón, interpretando a un perro callejero. Con las mismas también tenía un punto a favor, podría ver desde primera línea si ahora que el atardecer caía venían de regreso los Cuatro restantes.
Y el Inuzuka se marchó de la casa bajo un disfraz canino esperando que no lo descubriesen. Inteligente, oportuno, más de lo que él creía. Se marchó del sitio, dejando una vez más a Búho a su suerte el cuál no tenía ni siquiera ya fuerzas para sentirse iracundo. Estaba desahuciado. Sin embargo, alguien más aparte de Etsu y Koke tenían conocimiento de aquella guarida.
Búho observaba desde el borde del lugar, pero no tenía la más mínima voluntad de lanzarse desde esa altura para intentar huir.
Y entonces vióo algo que le heló la sangre, a alguien con un parche en el ojo y una guacamaya azul en el hombro. Lo conocía, temía. Tanto así que terminó desfalleciendo de miedo al verlo.
—Huh— se pararía frente al árbol y miraría al muy maltrecho Búho. —Pensar que incluso los Cuatro de Ibaraki serían víctimas de alguien mucho peor que ustedes.
—Kua kua. Era un adolescente de rastas kua. Lo vi venir hasta aquí, kua — Habló el ave.
—No tengo derecho moral de asomar mi carota en este sitio. Ve a buscarlo y dile que venga para que pueda darle una paliza y le haga pagar por sus crímenes.
—¡¿Como se te ocurre que va a venir con una propuesta como esa kua?! ¡¿Estás idiota?!— le abofeteó con el ala.
—¡Ay ya no me pegues! Bueno tú ve y dile lo que creas conveniente para que venga —. Se tocó la mejilla.
—¿Y cómo se supone que haga eso? Ahhhh en la que me metes, kua — Echó a volar.
***
En el pueblo había conmoción, podían escucharse llantos de congoja de mucha gente provenientes de las casas. Habían logrado retirar a los heridos, aunque no todos habían logrado vivir tras sufrir ser devorados por las llamas. Seis cuerpos yacían en la zona y a duras penas habían logrado cubrirlos con mantas y sábanas viejas para evitar que el resto de personas contemplasen el horror. El aroma a carne chamuscada aún persistía en al aire así como una enorme marca negra en el suelo chamuscado que fácilmente cubría un área de 8 metros. Una sola pelotita no era letal, pero la concentración de varias causaron un desastre enorme.
Había curiosos en la zona, siendo uno de ellos Rao que estaba acompañado por Akane. Sin embargo, la cara del tuerto únicamente denotaba desesperación absoluta mientras se jalaba de los pelos con fuerza.
—¡Por los Dioses Cardinales!— Brotaban lágrimas de sus ojos.
Etsu avanzó poco a poco hasta el lugar del incidente, descubriendo una horripilante realidad. El lugar estaba destrozado, había numerosos cráteres, obviamente de cada cortina de humo que había explotado, y una gran canteidad de gente llorando. En un principio el chico no comprendió hasta qué punto había llegado la situación, pero al ver varias personas tapadas con mantas y sabanas en el suelo, la sangre se le heló...
«N-no me digas... que... ¿¡NO!? ¿¡NO PUEDE SER!?»
Quedó totalmente paralizado, completamente destrozado.
Al otro lado del lugar, Akane y Rao apenas llegaban al sitio, y el hombre hasta se tiraba de los pelos. Sin duda alguna, las acciones del Inuzuka se había ido mucho de las manos. Quién le iba a decir que podía haberla liado tanto con un mero intento de fuga...
Akane pudo ver y oler a Etsu, aunque no se atrevió a movilizarse hasta él al verlo de esa manera. No entendía la situación, pero sí que sabía que si Etsu estaba usando un henge, es que algo andaba realmente mal. Quiso jalar de Rao, para que pudiese hablar con su hermano, pero tan solo mirando al hombre, era comprensible que ahora mismo debía dejarlo digerir la situación. Él mismo debía hacerlo, pues no entendía cómo había acabado todo así.