28/03/2016, 14:05
—Por cierto, mi nombre es Sakamoto Noemi, encantada. — La rubia y más mayor de las jóvenes que allí se encontraba se presentó con unos modales que a Eri le sonaron como si de su propia aldea fuese residente y no la propia, pero sonrió al notar como aun fuera de Uzushio, las buenas maneras gobernaban y eso hacía a la muchacha llenarse de orgullo por dentro. -Yo soy Eri, ¡muchísimas gracias por la invitación! - Alegó inclinándose para imitar a la de Takigakure, recreando así una especie de reverencia un tanto exagerada, sin poder hacer competencia a la rubia, que, nada más terminar la inclinación, sonrió de una manera indescriptible para ambos hombres de la estancia.
Era un contraste bastante diferente, lo coqueta y natural que tenía una contra lo infantil e inocente que tenía la otra.
-Noemi-san... - Susurró un tanto avergonzado mientras rascaba su nuca, incapaz de articular una frase en condiciones tras haber quedado fascinado ante la belleza de la kunoichi, y no fue otra sino ella misma la que le dio un pequeño empujón para salir de aquel trance. —Entonces… ¿Que nos recomendaría ordenar? —. Así, parpadeó varias veces y saltó por encima de la barra para colocarse al lado de su abuelo, midiendo quizás una cabeza más de lo que el anciano medía, y soltó. -Veréis, aquí se suele servir platos preferentemente hechos con pollo, y de beber, siempre destacará nuestro té verde... - Como si de la carta propia se tratase, el joven lo recitó con la mirada de aprobación de su abuelo y la cara de fascinación de la kunoichi de Uzushiogakure.
-¡Y-yo quiero té verde! P-pero no tengo hambre... ¿Está mal si no pido nada para comer? - Hizo un pequeño puchero al sentirse bastante mal pese a ser invitada por ambos hombres, ya que se habían ofrecido, ¡y ella lo pagaba sin tener hambre! Pero no le gustaba comer por comer...
- No te preocupes, tu solo siéntete como en casa y descansa, ¡este lugar es para eso! - Esta vez fue el mayor quién habló, restándole importancia a la preocupación de la joven que mostró una sonrisa ante las palabras tranquilizadoras del abuelo de Kuro. Éste, entonces, se giró a la rubia, y preguntó. -Y a usted, joven señorita, ¿qué le gustaría tomar?