10/04/2016, 14:46
La joven peliblanca se encontraba sentada en uno de los muchos bancos que se repartían por una plaza circular, en cuyo centro se erigía la estatua de lo que parecía haber sido un antiguo gobernante del País del Fuego. Desde su posición se limitaba a observar a la gente en sus quehaceres diarios, le resultaba relajante seguir con la mirada al chico del reparto, a la madre que arrastraba a su chiquillo que no quería dejar de jugar con sus amigos... vidas pacíficas y alegres, con sus luces y sus sombras, pero al fin y al cabo libres.
Desde el incidente en el Valle del Fin, muchas cosas habían cambiado. Los primeros días se sentía insegura, caminara por donde caminara... las heridas, aún visibles en su espalda, le recordaban que el mundo no era tan brillante como se le había presentado. Le recordaban que el mal existe, que hay personas que lo eligen sin justificación alguna...
Mitsuki dió un sorbo a la lata de té helado que sostenía con ambas manos sobre su regazo, esperaba que el frío de la bebida le ayudase a dejar de pensar por un rato.
Se recostó con cuidado contra el respaldo del banco. El contacto de la madera sobre los vendajes de las heridas, a pesar de que la ropa se interponía entre ambas, le resultaba molesto.
Sacudió la cabeza con fuerza, haciendo que sus largos cabellos ondeasen en el viento. No era momento de dejarse atrapar por malos pensamientos, todo aquello había pasado. Y no sólo había pasado, si no que al final todo acabo bien gracias a la ayuda de otras personas. Si, sin duda esa era la enseñanza que debía de sacar de aquello. El mal no triunfaría mientras hubiese personas buenas que se interpusiesen en su camino.
Volvió a dar otro sorbo a su té y dejó que su vista recorriese en lugar. Mercaderes ambulantes y sus ofertas, ancianos corriendo tras sus nietos, esposas volviendo de la compra... personas viviendo en paz al fin y al cabo... y todo gracias a personas que habían decidido dedicar su vida a luchar por los demás. Como aquella shinobi que la salvó de los cazadores de dojutsus... como Yota o Ayame... Shiona-sama... La joven Hyuga comenzaba a entender que ser shinobi no significaba solo luchar, significaba proteger.
Esbozó una suave sonrisa ante aquella idea, ahora podía entender un poco mejor a su vieja maestra
Desde el incidente en el Valle del Fin, muchas cosas habían cambiado. Los primeros días se sentía insegura, caminara por donde caminara... las heridas, aún visibles en su espalda, le recordaban que el mundo no era tan brillante como se le había presentado. Le recordaban que el mal existe, que hay personas que lo eligen sin justificación alguna...
Mitsuki dió un sorbo a la lata de té helado que sostenía con ambas manos sobre su regazo, esperaba que el frío de la bebida le ayudase a dejar de pensar por un rato.
Se recostó con cuidado contra el respaldo del banco. El contacto de la madera sobre los vendajes de las heridas, a pesar de que la ropa se interponía entre ambas, le resultaba molesto.
Sacudió la cabeza con fuerza, haciendo que sus largos cabellos ondeasen en el viento. No era momento de dejarse atrapar por malos pensamientos, todo aquello había pasado. Y no sólo había pasado, si no que al final todo acabo bien gracias a la ayuda de otras personas. Si, sin duda esa era la enseñanza que debía de sacar de aquello. El mal no triunfaría mientras hubiese personas buenas que se interpusiesen en su camino.
Volvió a dar otro sorbo a su té y dejó que su vista recorriese en lugar. Mercaderes ambulantes y sus ofertas, ancianos corriendo tras sus nietos, esposas volviendo de la compra... personas viviendo en paz al fin y al cabo... y todo gracias a personas que habían decidido dedicar su vida a luchar por los demás. Como aquella shinobi que la salvó de los cazadores de dojutsus... como Yota o Ayame... Shiona-sama... La joven Hyuga comenzaba a entender que ser shinobi no significaba solo luchar, significaba proteger.
Esbozó una suave sonrisa ante aquella idea, ahora podía entender un poco mejor a su vieja maestra