13/04/2016, 15:50
—No sacaremos nada de andar haciendo conjeturas, quizás las respuestas están ahí adentro —la verdad Tatsuya no estaba tan seguro como sus palabras indicaban—. Si indagamos podremos salir de dudas. —Concluyó.
—Cierto… Pero tengamos cuidado.
El joven de ojos dispares se encaminó hacia la estructura abandonada y la criatura entre sus brazos había dejado de temblar para quedar en una quietud y silencio perturbadores. Kazuma le seguía de cerca, pisando con cuidado pero sin poder ignorar el fuerte ardor en sus tobillos descubiertos. Era ilógico, pero en aquel sitio y en aquel momento, una gota de sudor frío recorrió el costado de su rostro. Se encontraba mucho más tenso que en el momento en que combatió con aquel jabalí. Se acercaron a una puerta desprovista de perilla y estando a tan solo un metro de la misma, el lugar era tan carente de sonido que el de cabellos blancos podía escuchar el ahora irregular palpitar de su corazón.
Un par de toque y la puerta comenzó a moverse lentamente con un chillido desesperante. Lo primero que percibieron fue una oscuridad ominosa que amenazaba con el miedo a lo desconocido. Lo segundo fue un olor, un aroma fuerte y penetrante. Un olor que aunque jamás hubieses experimentado, tus instintos te dirían de qué es. Se trataba del perfume de la muerte. La puerta se abrió un poco más por sí misma y mientras entraba un poco de luz, el ojos grises se situó junto a su compañero.
—Por los dioses del bosque… —Su voz era neutra, pero le costó un gran esfuerzo el mantener a rayas las náuseas.
Era un sitio reducido con algunos estantes y frascos, nada demasiado resaltante. Excepto por él, aquel sujeto que desde una silla les observaba. Los miraba fijamente con aquellas cuencas vacías y con aquellas facciones en las cuales aún colgaban restos verdosos de carne. Su postura era cuando menos espeluznante, como si su último pensamiento y su última voluntad hubiesen estado avocados en esperar a que alguien apareciera por aquella entrada.
Al final se mantuvo esperando, solo en aquella choza que parecía un horno. Se suponía que el calor debía de acelerar el proceso de descomposición y los insectos harían el resto. Pero es que no había ni insectos. Lo único que aquel sujeto tenía enzima eran sus ropas que aún parecían calzar en sus restos mortales. De no ser por aquellas vestimentas y por el bulto torcido e irregular en su pecho habría sido imposible comprender que se trataba de una mujer.
Medio descompuesto como estaba el cuerpo, lo más curioso era aquel agujero en su costado justo en el mismo lugar donde Tatsuya había recibido su herida. El ancho y los bordes eran aterradoramente familiares, tanto como el grupo de hongos negro que habían comenzado a echar raíces alrededor de aquella herida.
Kazuma no sabia como reaccionar. La situación era extraña, era incómoda y era triste, pero por sobre todas las cosas, era aterradora.
—Cierto… Pero tengamos cuidado.
El joven de ojos dispares se encaminó hacia la estructura abandonada y la criatura entre sus brazos había dejado de temblar para quedar en una quietud y silencio perturbadores. Kazuma le seguía de cerca, pisando con cuidado pero sin poder ignorar el fuerte ardor en sus tobillos descubiertos. Era ilógico, pero en aquel sitio y en aquel momento, una gota de sudor frío recorrió el costado de su rostro. Se encontraba mucho más tenso que en el momento en que combatió con aquel jabalí. Se acercaron a una puerta desprovista de perilla y estando a tan solo un metro de la misma, el lugar era tan carente de sonido que el de cabellos blancos podía escuchar el ahora irregular palpitar de su corazón.
¡Toc, toc!
Un par de toque y la puerta comenzó a moverse lentamente con un chillido desesperante. Lo primero que percibieron fue una oscuridad ominosa que amenazaba con el miedo a lo desconocido. Lo segundo fue un olor, un aroma fuerte y penetrante. Un olor que aunque jamás hubieses experimentado, tus instintos te dirían de qué es. Se trataba del perfume de la muerte. La puerta se abrió un poco más por sí misma y mientras entraba un poco de luz, el ojos grises se situó junto a su compañero.
—Por los dioses del bosque… —Su voz era neutra, pero le costó un gran esfuerzo el mantener a rayas las náuseas.
Era un sitio reducido con algunos estantes y frascos, nada demasiado resaltante. Excepto por él, aquel sujeto que desde una silla les observaba. Los miraba fijamente con aquellas cuencas vacías y con aquellas facciones en las cuales aún colgaban restos verdosos de carne. Su postura era cuando menos espeluznante, como si su último pensamiento y su última voluntad hubiesen estado avocados en esperar a que alguien apareciera por aquella entrada.
Al final se mantuvo esperando, solo en aquella choza que parecía un horno. Se suponía que el calor debía de acelerar el proceso de descomposición y los insectos harían el resto. Pero es que no había ni insectos. Lo único que aquel sujeto tenía enzima eran sus ropas que aún parecían calzar en sus restos mortales. De no ser por aquellas vestimentas y por el bulto torcido e irregular en su pecho habría sido imposible comprender que se trataba de una mujer.
Medio descompuesto como estaba el cuerpo, lo más curioso era aquel agujero en su costado justo en el mismo lugar donde Tatsuya había recibido su herida. El ancho y los bordes eran aterradoramente familiares, tanto como el grupo de hongos negro que habían comenzado a echar raíces alrededor de aquella herida.
Kazuma no sabia como reaccionar. La situación era extraña, era incómoda y era triste, pero por sobre todas las cosas, era aterradora.