14/05/2015, 08:29
Yota había decidido hacer un viaje a las tierras del país del fuego por su propia cuenta y aunque Kota no era de los que disfrutaba de largas travesías, no pensaba hacer el tonto y quedarse en casa mientras su hermano disfrutaba de una nueva experiencia más allá de entrenar en casa junto a él y dar paseos por la villa. Así que, en respuesta de; el mellizo de cabello blanco planificó también un viaje al mismo país que fue ocupado alguna vez, según los libros de historia, por los antepasados de su clan. De cualquier forma, su interés no estaba en los bosques que su mellizo estaba dispuesto a visitar, por lo que cambió de dirección y marcó la extraordinaria ciudad de Taikarune como destino predilecto.
Naomi le había contado grandes cosas de ese lugar. La había visitado hace un par de años durante los vestigios de una misión, y aunque no pudo disfrutar realmente de las localizaciones, siempre recordó con buenos ojos los días que estuvo en los alrededores. Si quería que sus hijos vieran algo, eran las cosas que se encontraban allá.
El Uchiha partió muy temprano por la mañana, incluso antes de que el sol ocupara su trono allí en lo más alto del cielo. Quería poder aprovechar al máximo el tiempo, así que calculó que le tomaría aproximadamente unas 6 horas de avance constante para alcanzar aquel majestuoso arco de piedra que cubría la ciudad hasta ocupar el acantilado. Por suerte, no tuvo ninguna clase de contratiempo que le impidiera cumplir con su planificado esquema. Así que tan pronto la sombra le advirtió que el mediodía de acercaba, su aproximación a la civilización antaña del fuego era cada vez más inminente.
La ciudad le recibió con los brazos abiertos. Kota cruzó aquel gran umbral y se introdujo en los callejones, pidiendo direcciones y tomando nota mental de cada cosa que llamara su atención. Incluso paró a comprar uno que otro recuerdo artesanal para llevar a casa o para comprar una bebida refrescante. Hasta que estuvo dispuesto a tomar la calle principal para dirigirse al gran Castillo re-convertido en museo que se encontraba en lo más alto de la sierra, pero algo interrumpiría sus intenciones y ese era el cuerpo de un transeúnte que evitó por los pelos chocar con él en una de las revesadas intersecciones.
Luego de tambalearse, giró sorprendido y observó a quien ahora pedía disculpas por lo sucedido.
—Tranquilo hombre, no ha pasado nada —contestó con aparente tranquilidad—. Buenos reflejos, por cierto.
Kota aprovechó un par de segundos para evaluar al muchacho que tenía ahora en frente. Lucía contemporáneo con su edad y por su vestimenta podía discernir que no se trataba de un simple ciudadano. Aún así, el factor determinante de aquella deducción fue la bandana con un símbolo que representaba a las misteriosas tierras de Amegakure que estaba dispuesta en su frente. Y al notarlo, no pudo evitar pensar lo mucho que le recordaba el rostro del chico al de una... ¿serpiente?.
—Vaya, eres un ninja de la Lluvia, ¿no es así?—aunque fuese obvio, debía preguntarlo—. nunca había visto a un shinobi de otra nación, esto es genial.
»Yo soy Kota, mucho gusto.
Naomi le había contado grandes cosas de ese lugar. La había visitado hace un par de años durante los vestigios de una misión, y aunque no pudo disfrutar realmente de las localizaciones, siempre recordó con buenos ojos los días que estuvo en los alrededores. Si quería que sus hijos vieran algo, eran las cosas que se encontraban allá.
El Uchiha partió muy temprano por la mañana, incluso antes de que el sol ocupara su trono allí en lo más alto del cielo. Quería poder aprovechar al máximo el tiempo, así que calculó que le tomaría aproximadamente unas 6 horas de avance constante para alcanzar aquel majestuoso arco de piedra que cubría la ciudad hasta ocupar el acantilado. Por suerte, no tuvo ninguna clase de contratiempo que le impidiera cumplir con su planificado esquema. Así que tan pronto la sombra le advirtió que el mediodía de acercaba, su aproximación a la civilización antaña del fuego era cada vez más inminente.
La ciudad le recibió con los brazos abiertos. Kota cruzó aquel gran umbral y se introdujo en los callejones, pidiendo direcciones y tomando nota mental de cada cosa que llamara su atención. Incluso paró a comprar uno que otro recuerdo artesanal para llevar a casa o para comprar una bebida refrescante. Hasta que estuvo dispuesto a tomar la calle principal para dirigirse al gran Castillo re-convertido en museo que se encontraba en lo más alto de la sierra, pero algo interrumpiría sus intenciones y ese era el cuerpo de un transeúnte que evitó por los pelos chocar con él en una de las revesadas intersecciones.
Luego de tambalearse, giró sorprendido y observó a quien ahora pedía disculpas por lo sucedido.
—Tranquilo hombre, no ha pasado nada —contestó con aparente tranquilidad—. Buenos reflejos, por cierto.
Kota aprovechó un par de segundos para evaluar al muchacho que tenía ahora en frente. Lucía contemporáneo con su edad y por su vestimenta podía discernir que no se trataba de un simple ciudadano. Aún así, el factor determinante de aquella deducción fue la bandana con un símbolo que representaba a las misteriosas tierras de Amegakure que estaba dispuesta en su frente. Y al notarlo, no pudo evitar pensar lo mucho que le recordaba el rostro del chico al de una... ¿serpiente?.
—Vaya, eres un ninja de la Lluvia, ¿no es así?—aunque fuese obvio, debía preguntarlo—. nunca había visto a un shinobi de otra nación, esto es genial.
»Yo soy Kota, mucho gusto.
