3/05/2016, 21:21
Su comapñero parecía haberse quedado clavado en el sitio, por mucho que lo intentase era incapaz de arrastrar al chico hacia el exterior. Todo empeoró aún más cuando uno de esos extraños tipos se levantó de su asiento de una manera un tanto extraña, parecía que le pesasen las extremidades... incluso la cabeza... pero una vez estuvo en pie consiguió sostenerla para lanzar una turbadora mirada a los dos jóvenes visitantes.
Mitsuki podía notar el miedo en su compañero, miedo que se traslado a ella en cuanto la mirada del extraño comensal se cruzó directamente con la de ella. Había tratado por todos los medios de no hacer contacto visual, pero no pudo evitarlo esta vez. No pudo evitar dejar escapar un suspiro de tensión mientras bajaba la mano del hombro del muchacho y la llevaba lentamente hasta su portaobjetos por si se veía obligada a defenderse.
El extraño profirió un rugido que la dejó helada en el sitio, la Hyuga no sabía muy bien que debía de hacer ¿Correr? ¿Luchar? ¿Tratar de dialogar?... peor que demonios se dijo así misma, ni siquiera tenía claro de que fuesen humanos. Por suerte para ella, el chico la arrastro de un fuerte tirón del brazo hacia el exterior. Tatsuya no se lo había pensado y había optado por lo más sensato, correr... aunque la pregunta que le surgía ahora era hacia donde.
Los dos chicos salieron al exterior de la taberna a toda velocidad, internandose en la vía principal. El camino parecía despejado hasta que los ladridos de perros comenzaron a escucharse por todas partes. Mitsuki pudo mirar hacia su izquierda y vio como varios canes corrían en su dirección. Eran negros, bastante grandes y sus bocas rezumaban rabiosa baba. Miro hacia la derecha y también había animales
—¡Estamos rodeados!— dijo la joven mientras se detenía en seco haciendo fuerza para que su compañero también lo hiciese, si seguían corriendo por allí acabarían siendo atrapados por los animales. La de Kusabi localizó una puerta que parecía entreabierta, aunque estuviese trabada parecía fácil de derribar con un poco de suerte —¡Hacia allí!— la joven señaló la puerta mientras comenzaba a correr hacia la misma a toda velocidad mientras agarraba a su compañero por el cuello de su ropa —¡Refugiémonos en esa casa!— apremió la joven que no quería mirar hacia atrás para no ver la menguante distancia que los separaba
Mitsuki podía notar el miedo en su compañero, miedo que se traslado a ella en cuanto la mirada del extraño comensal se cruzó directamente con la de ella. Había tratado por todos los medios de no hacer contacto visual, pero no pudo evitarlo esta vez. No pudo evitar dejar escapar un suspiro de tensión mientras bajaba la mano del hombro del muchacho y la llevaba lentamente hasta su portaobjetos por si se veía obligada a defenderse.
El extraño profirió un rugido que la dejó helada en el sitio, la Hyuga no sabía muy bien que debía de hacer ¿Correr? ¿Luchar? ¿Tratar de dialogar?... peor que demonios se dijo así misma, ni siquiera tenía claro de que fuesen humanos. Por suerte para ella, el chico la arrastro de un fuerte tirón del brazo hacia el exterior. Tatsuya no se lo había pensado y había optado por lo más sensato, correr... aunque la pregunta que le surgía ahora era hacia donde.
Los dos chicos salieron al exterior de la taberna a toda velocidad, internandose en la vía principal. El camino parecía despejado hasta que los ladridos de perros comenzaron a escucharse por todas partes. Mitsuki pudo mirar hacia su izquierda y vio como varios canes corrían en su dirección. Eran negros, bastante grandes y sus bocas rezumaban rabiosa baba. Miro hacia la derecha y también había animales
—¡Estamos rodeados!— dijo la joven mientras se detenía en seco haciendo fuerza para que su compañero también lo hiciese, si seguían corriendo por allí acabarían siendo atrapados por los animales. La de Kusabi localizó una puerta que parecía entreabierta, aunque estuviese trabada parecía fácil de derribar con un poco de suerte —¡Hacia allí!— la joven señaló la puerta mientras comenzaba a correr hacia la misma a toda velocidad mientras agarraba a su compañero por el cuello de su ropa —¡Refugiémonos en esa casa!— apremió la joven que no quería mirar hacia atrás para no ver la menguante distancia que los separaba