6/05/2016, 21:10
Mitsuki pudo notar como su mirada incomodaba a los aldeanos, al parecer las explicaciones de la anciana solo los habían apaciguado pero la creencia en que no era de este mundo aún seguía bastante latente. Así que la joven prefirió no prestarles más atención, centrandose en la anciana. Así evitaría incomodar al resto y sentirse rechazada por aquella gente, o al menos eso era lo que la chica creía.
La lluvia regresó, no era más que una fina llovizna pero fue suficiente como para que la mujer que se disponía a hablar prefiriese que se retirasen a un lugar más resguardado. Tatsuya se resignó con bastante facilidad a seguir a la sacerdotisa, por lo que a la Hyuga no le quedó más remedio que acceder. No tenía especial interés en pasar allí más de lo necesario, pero también era cierto que ella era la que había preguntado así que lo justo era seguirla si quería conocer la respuesta.
Sin titubear ni un momento, la joven echó a caminar tras el chico y la mujer. Los fue guiando através de la vía principal del poblado hasta una pequeña casucha alejada en varias calles del bar donde todo se había torcido. Atravesaron la puerta y se internaron en la casi absoluta oscuridad, apenas rota por la tenue luz que cruzaba el marco de la puerta. No tardó mucho en aparecer un hombre portando unas velas, con lo que dio un poco de claridad al lugar. Aunque casi hubiese sido mejor que no, aquel recibidor de lo que antaño debió ser una posada estaba casi tan abandonado como el resto del pueblo. Seguramente llevaba casi cincuenta años sin ser utilizado y eso se notaba, en el polvo y en las férreas telarañas que habían tejido por aquí y por allá sus peludas dueñas.
No era el lugar más acogedor del mundo, pero al menos se estaba resguardado de la lluvia. Tras ofrecerles asiento en un viejo sofá, el chico de la coleta se empeñó en la imposible tarea de despejar aquello de polvo. Lo único que consiguió es que casi se ahogasen en una nube de acaros que parecían tener el tamaño de pelotas de pin pon. La peliblanca no pudo evitar estornudar, tapándose prestamente con ambas manos para guardar las formas.
Aunque Tatsuya se había esforzado, cuando ambos dieron con su trasero sobre el duro sofá, aún quedaba polvo para fundar un desierto.
La chica asintió cuando su comañero le pregunto sobre su comodidad, respondiendo así mientras se afanaba en quitarse la chaqueta, quedando tan sólo con la camiseta gris oscura de manga corta.
-No son malas personas depués de todo, sólo fue un malentendido-
—Lo sé, por eso necesito saber que es lo que ha pasado aquí— contestó la joven mientras doblaba su chaqueta y la dejaba apoyada sobre el reposabrazos del sofá antes de aprovechar la toalla para secar su blanca melena.
Tras unos instantes reapareció el diligente azafato entregandoles un par de chocolates calientes que la joven agradeció con una sonrisa antes de dejarlo sobre la mesa para que se enfriase un poco. La sacerdotisa reapareció de nuevo, Mitsuki no tenía muy claro cuando se había marchado de la habitación, pero había regresado con un tipo bastante enorme e imponente que se retiró tras un gesto de la mujer.
La señora parecía querer evitar aquella conversación, sin embargo la Hyuga era algo a lo que no estaba dispuesta a ceder. Casi los matan, al menos quería saber por qué.
—Si, por favor— respondió la Hyuga mientras tomaba el chocolate con ambas manos y lo apoyaba sobre su regazo, clavando sus ojos en aquella extraña mujer para que esta entendiese que no iba a retractarse de sus palabras
La lluvia regresó, no era más que una fina llovizna pero fue suficiente como para que la mujer que se disponía a hablar prefiriese que se retirasen a un lugar más resguardado. Tatsuya se resignó con bastante facilidad a seguir a la sacerdotisa, por lo que a la Hyuga no le quedó más remedio que acceder. No tenía especial interés en pasar allí más de lo necesario, pero también era cierto que ella era la que había preguntado así que lo justo era seguirla si quería conocer la respuesta.
Sin titubear ni un momento, la joven echó a caminar tras el chico y la mujer. Los fue guiando através de la vía principal del poblado hasta una pequeña casucha alejada en varias calles del bar donde todo se había torcido. Atravesaron la puerta y se internaron en la casi absoluta oscuridad, apenas rota por la tenue luz que cruzaba el marco de la puerta. No tardó mucho en aparecer un hombre portando unas velas, con lo que dio un poco de claridad al lugar. Aunque casi hubiese sido mejor que no, aquel recibidor de lo que antaño debió ser una posada estaba casi tan abandonado como el resto del pueblo. Seguramente llevaba casi cincuenta años sin ser utilizado y eso se notaba, en el polvo y en las férreas telarañas que habían tejido por aquí y por allá sus peludas dueñas.
No era el lugar más acogedor del mundo, pero al menos se estaba resguardado de la lluvia. Tras ofrecerles asiento en un viejo sofá, el chico de la coleta se empeñó en la imposible tarea de despejar aquello de polvo. Lo único que consiguió es que casi se ahogasen en una nube de acaros que parecían tener el tamaño de pelotas de pin pon. La peliblanca no pudo evitar estornudar, tapándose prestamente con ambas manos para guardar las formas.
Aunque Tatsuya se había esforzado, cuando ambos dieron con su trasero sobre el duro sofá, aún quedaba polvo para fundar un desierto.
La chica asintió cuando su comañero le pregunto sobre su comodidad, respondiendo así mientras se afanaba en quitarse la chaqueta, quedando tan sólo con la camiseta gris oscura de manga corta.
-No son malas personas depués de todo, sólo fue un malentendido-
—Lo sé, por eso necesito saber que es lo que ha pasado aquí— contestó la joven mientras doblaba su chaqueta y la dejaba apoyada sobre el reposabrazos del sofá antes de aprovechar la toalla para secar su blanca melena.
Tras unos instantes reapareció el diligente azafato entregandoles un par de chocolates calientes que la joven agradeció con una sonrisa antes de dejarlo sobre la mesa para que se enfriase un poco. La sacerdotisa reapareció de nuevo, Mitsuki no tenía muy claro cuando se había marchado de la habitación, pero había regresado con un tipo bastante enorme e imponente que se retiró tras un gesto de la mujer.
La señora parecía querer evitar aquella conversación, sin embargo la Hyuga era algo a lo que no estaba dispuesta a ceder. Casi los matan, al menos quería saber por qué.
—Si, por favor— respondió la Hyuga mientras tomaba el chocolate con ambas manos y lo apoyaba sobre su regazo, clavando sus ojos en aquella extraña mujer para que esta entendiese que no iba a retractarse de sus palabras