18/05/2016, 22:02
Un resplandor cegador y un calor abrasador, fue lo que percibió antes de que una onda de choque lo dejara inconsciente. Todo el bosque se encontraba sumido en un silencio fantasmal como si algo terrible acabase de suceder, como si todos los seres vivos, que hasta hacía unos minutos bullían en agresividad, hubiesen sido callados por el súbito estruendo.
«¿Qué ha pasado? —se preguntó a sí mismo mientras comenzaba a recuperar la conciencia—. Claro… El sello.»
Kazuma respiro hondo antes de abrir los ojos y percibió cómo el aire se encontraba cargado con un penetratante olor a quemado. Lo segundo que hizo fue abrir los ojos, para encontrarse a sí mismo tirado en el suelo. Les costaba ver más allá de un metro, pues aún sentía los efectos del brillo de aquellas llamaradas blancas. Su piel también se resentía por la cercanía a aquella poderosa técnica, sentía un ardor superficial como el de quien ha estado todo el día bajo un sol abrasador.
«¿Quién será?» —Se preguntó al escuchar unos pasos cercanos.
Con gran esfuerzo se levantó, utilizando su espada como apoyo. Con lentitud sus sentidos se fueron normalizando hasta el punto en que pudo apreciar con claridad lo que había sucedido. El aire estaba lleno de cenizas y donde solía estar el claro solo había un enorme cráter todo negro y chamuscado. Mientras trataba de orientarse una figura moviéndose sobre el terreno le llamó la atención, por el tamaño y lo encorvado al caminar, era obvio que se trataba del micólogo.
—Esper… —iba a ir tras él, pero la piel le ardía muchísimo como para correr— Cielos, esto es todo un bronceado. Me pregunto. ¿Cómo estará Tatsuya?
En ese momento cayó en cuenta de que solo faltaba su compañero. Caminó como pudo hacia el último lugar donde lo había visto, pero ahí solo estaban los cuerpos desmembrados de algunas panteras. Busco entre los arbustos, seguro de que la explosión lo hizo retroceder algunos metros al igual que a él. Luego de unos angustiosos minutos, dio con el pelinegro, se encontraba entre unos arbusto, inconsciente e igual de herido. Su piel lucia roja como la de un camarón, se había llevado la madre de las insolaciones.
—Tatsuya, lo logramos, despierta —le daba palmaditas en el cabello mientras decía aquello—. Ahora si podemos irnos de este bosque.
El Ishimura pudo ver cómo el anciano se acercaba hacia donde estaban ellos. Su cara denotaba más preocupación por el hecho de marcharse que por la condición de ambos muchachos.
—¿Qué es eso? —Le extraño aquel enorme frasco que el viejo estaba cargando.
—Es lo que queda de los onikin —respondió con naturalidad—. Es casi imposible el matar a este organismo, lo más que pude conseguir fue reducirlo a esto —se refería a la enorme esfera negra con puntitos amarillos que flotaba en aquel líquido cetrino—. Solo me queda colocarle unos cuantos sellos y guardarlo en un lugar seguro, pero eso lo haré luego, por ahora vayámonos.
—Entiendo, pero tendrá que esperar a que mi compañero y yo estemos en condiciones de caminar —dijo con determinación ante la prisa del anciano—. Además… Parece que ese traje lo protegió de la explosión. ¿Por qué no nos dio uno a nosotros también si sabía que esto terminaría así?
—Solo tenía uno… Además no sabía que el sellado sería tan violento —se le veía avergonzado, más por su ignorancia que por lo lastimados que habían terminado aquellos muchachos—. Ya había estudiado los relatos y las descripciones, pero al tratarse de un área pequeña intuí, erradamente, que la reacción sería algo mínimo e inofensivo.
El Ishimura pudo sentir que un escalofrío recorrió su cuerpo; Según las palabras de aquel anciano, hacía unos cien años el bosque se vio afectado por aquella plaga en una escala enorme. Aquello implicaba un montón de cosas perturbadoras. Se imaginó las interminables olas de bestias rabiosas e incansables, la enorme masa de cuerpos desmembrados. La gran cantidad de gente que perdió la vida en aquella lucha. La inconcebible escala de destrucción y violencia que debió de provocar el sellado ardiente de aquel entonces.
«¿Qué ha pasado? —se preguntó a sí mismo mientras comenzaba a recuperar la conciencia—. Claro… El sello.»
Kazuma respiro hondo antes de abrir los ojos y percibió cómo el aire se encontraba cargado con un penetratante olor a quemado. Lo segundo que hizo fue abrir los ojos, para encontrarse a sí mismo tirado en el suelo. Les costaba ver más allá de un metro, pues aún sentía los efectos del brillo de aquellas llamaradas blancas. Su piel también se resentía por la cercanía a aquella poderosa técnica, sentía un ardor superficial como el de quien ha estado todo el día bajo un sol abrasador.
«¿Quién será?» —Se preguntó al escuchar unos pasos cercanos.
Con gran esfuerzo se levantó, utilizando su espada como apoyo. Con lentitud sus sentidos se fueron normalizando hasta el punto en que pudo apreciar con claridad lo que había sucedido. El aire estaba lleno de cenizas y donde solía estar el claro solo había un enorme cráter todo negro y chamuscado. Mientras trataba de orientarse una figura moviéndose sobre el terreno le llamó la atención, por el tamaño y lo encorvado al caminar, era obvio que se trataba del micólogo.
—Esper… —iba a ir tras él, pero la piel le ardía muchísimo como para correr— Cielos, esto es todo un bronceado. Me pregunto. ¿Cómo estará Tatsuya?
En ese momento cayó en cuenta de que solo faltaba su compañero. Caminó como pudo hacia el último lugar donde lo había visto, pero ahí solo estaban los cuerpos desmembrados de algunas panteras. Busco entre los arbustos, seguro de que la explosión lo hizo retroceder algunos metros al igual que a él. Luego de unos angustiosos minutos, dio con el pelinegro, se encontraba entre unos arbusto, inconsciente e igual de herido. Su piel lucia roja como la de un camarón, se había llevado la madre de las insolaciones.
—Tatsuya, lo logramos, despierta —le daba palmaditas en el cabello mientras decía aquello—. Ahora si podemos irnos de este bosque.
El Ishimura pudo ver cómo el anciano se acercaba hacia donde estaban ellos. Su cara denotaba más preocupación por el hecho de marcharse que por la condición de ambos muchachos.
—¿Qué es eso? —Le extraño aquel enorme frasco que el viejo estaba cargando.
—Es lo que queda de los onikin —respondió con naturalidad—. Es casi imposible el matar a este organismo, lo más que pude conseguir fue reducirlo a esto —se refería a la enorme esfera negra con puntitos amarillos que flotaba en aquel líquido cetrino—. Solo me queda colocarle unos cuantos sellos y guardarlo en un lugar seguro, pero eso lo haré luego, por ahora vayámonos.
—Entiendo, pero tendrá que esperar a que mi compañero y yo estemos en condiciones de caminar —dijo con determinación ante la prisa del anciano—. Además… Parece que ese traje lo protegió de la explosión. ¿Por qué no nos dio uno a nosotros también si sabía que esto terminaría así?
—Solo tenía uno… Además no sabía que el sellado sería tan violento —se le veía avergonzado, más por su ignorancia que por lo lastimados que habían terminado aquellos muchachos—. Ya había estudiado los relatos y las descripciones, pero al tratarse de un área pequeña intuí, erradamente, que la reacción sería algo mínimo e inofensivo.
El Ishimura pudo sentir que un escalofrío recorrió su cuerpo; Según las palabras de aquel anciano, hacía unos cien años el bosque se vio afectado por aquella plaga en una escala enorme. Aquello implicaba un montón de cosas perturbadoras. Se imaginó las interminables olas de bestias rabiosas e incansables, la enorme masa de cuerpos desmembrados. La gran cantidad de gente que perdió la vida en aquella lucha. La inconcebible escala de destrucción y violencia que debió de provocar el sellado ardiente de aquel entonces.