3/07/2016, 02:10
Estaba concentrado en su libro. Estaba bajo la seducción de las oraciones mientras se sumergía en las profundidades del relato... No, en realidad no tenía ni idea de que decía lo que tenía justo frente a sus ojos.
«De verdad, que vergüenza… Y aquella muchacha...» —Su mente solo giraba en torno a la pelirroja y a lo que había sucedido horas atrás.
Ni siquiera se había tomado la molestia de echarle un ojo a la portada, pues, de cierta manera, se encontraba en modo autómata. No entendía porque, pero sentía que las cosas no habían terminado de la manera que debían.
En el local se podía percibir cierto ruido, casi como un trote. El joven de piel morena prestó poca atención a aquello, le parecía de importancia mínima comparado con su debate interno. Debate que le hacía parecer un poco raro, pues ya tenía varios minutos de pie haciendo gestos extraños mientras simulaba estar leyendo algo.
«¡De verdad, que chica tan grosera y descarriada!» Pensaba en ello mientras suspiraba con molestia. «¡Debería dar gracias de que no nos veremos más nunca, porque de tenerla en frente la pondría en su sitio, seguro que sí!» Refunfuño y pisoteo de una manera bastante infantil.
De pronto se escuchó un golpe seco y el estante de libros frente a él se estremeció, provocando una lluvia de papel encuadernado. El joven, muy calmadamente, dirigió su vista hacia arriba, y con ágiles pasos esquivo todos los pesados tomos que amenazaban con dejarle una contusión. Para cuando todo había terminado, se encontraba un poco más tranquilo.
—¿De nuevo…? —Le preguntaron.
Desde su punto de vista, aquella voz se manifestó desde la nada absoluta. Cuando, por mero instinto, el joven bajó la vista, pudo sentir como si por obra de algún shinigami, su alma tratara de abandonar su cuerpo. Ahí en el estante había una cabeza humana incrustada…
«Espera…» Su detenido corazón comenzaba a palpitar de nuevo. No era solo una cabeza humana, era la de aquella chica pelirroja y no era solo su cabeza, su cuerpo entero estaba clavado de lado a lado en el librero.
—¿Otra vez tu? —Preguntó con consternación—. Espera, ¿Qué haces? ¡No,no, no! —exclamó al ver como la chica se sacudía para tratar de librarse—. Si te contoneas así, provocaras que…
Tal como temía, el mueble perdió el equilibrio. La muchacha consiguió liberarse, no de la manera que buscaba, sino cayendo justo hacia donde se encontraba un “condenado” peliblanco. Tras ella se movía de manera amenazante e indetenible aquel polvoriento estante con cientos de kilos de peso en forma de libros. Era como si un ave carmesí volará hacia él, con una avalancha tras de sí. El joven aceptó su destino y cerró los ojos, esperando estar vivo para cuando el polvo se asentara.
«De verdad, que vergüenza… Y aquella muchacha...» —Su mente solo giraba en torno a la pelirroja y a lo que había sucedido horas atrás.
Ni siquiera se había tomado la molestia de echarle un ojo a la portada, pues, de cierta manera, se encontraba en modo autómata. No entendía porque, pero sentía que las cosas no habían terminado de la manera que debían.
En el local se podía percibir cierto ruido, casi como un trote. El joven de piel morena prestó poca atención a aquello, le parecía de importancia mínima comparado con su debate interno. Debate que le hacía parecer un poco raro, pues ya tenía varios minutos de pie haciendo gestos extraños mientras simulaba estar leyendo algo.
«¡De verdad, que chica tan grosera y descarriada!» Pensaba en ello mientras suspiraba con molestia. «¡Debería dar gracias de que no nos veremos más nunca, porque de tenerla en frente la pondría en su sitio, seguro que sí!» Refunfuño y pisoteo de una manera bastante infantil.
De pronto se escuchó un golpe seco y el estante de libros frente a él se estremeció, provocando una lluvia de papel encuadernado. El joven, muy calmadamente, dirigió su vista hacia arriba, y con ágiles pasos esquivo todos los pesados tomos que amenazaban con dejarle una contusión. Para cuando todo había terminado, se encontraba un poco más tranquilo.
—¿De nuevo…? —Le preguntaron.
Desde su punto de vista, aquella voz se manifestó desde la nada absoluta. Cuando, por mero instinto, el joven bajó la vista, pudo sentir como si por obra de algún shinigami, su alma tratara de abandonar su cuerpo. Ahí en el estante había una cabeza humana incrustada…
«Espera…» Su detenido corazón comenzaba a palpitar de nuevo. No era solo una cabeza humana, era la de aquella chica pelirroja y no era solo su cabeza, su cuerpo entero estaba clavado de lado a lado en el librero.
—¿Otra vez tu? —Preguntó con consternación—. Espera, ¿Qué haces? ¡No,no, no! —exclamó al ver como la chica se sacudía para tratar de librarse—. Si te contoneas así, provocaras que…
Tal como temía, el mueble perdió el equilibrio. La muchacha consiguió liberarse, no de la manera que buscaba, sino cayendo justo hacia donde se encontraba un “condenado” peliblanco. Tras ella se movía de manera amenazante e indetenible aquel polvoriento estante con cientos de kilos de peso en forma de libros. Era como si un ave carmesí volará hacia él, con una avalancha tras de sí. El joven aceptó su destino y cerró los ojos, esperando estar vivo para cuando el polvo se asentara.