21/05/2015, 00:34
Tras varios días de entrenamiento, el chico de orbes azules como el cielo tuvo una oportunidad inexpugnable. Su madre le ofreció traer a casa un par de sacos de arroz un tanto especial, uno llamado "el arroz que nunca se pasa". Al parecer, ese peculiar arroz era lo mejor de lo mejor, y por tanto una oportunidad de suculentas comidas. Además, tenía el añadido de ir bastante lejos, algo que no solía hacer con frecuencia. Ataviado con sus ropas de costumbre, así como con sus dos espadas y el resto de su equipaje shinobi, el chico emprendió el viaje. Llevaba consigo una mochila, en la cuál llevaba varios recipientes con comida. No sabía ni de qué se trataba, pero buena sería para el camino. De igual modo, llevaba consigo unos cuantos ryos... nunca se sabía, quizás en el camino le apeteciese comprar algo.
El joven comenzó a andar, no demasiado rápido, pues el viaje aparentaba largo. Casi tenía que salir del país, realmente estaba lejos, quizás un par de días de viaje. Mejor disfrutar el camino, pues el regreso lo haría cargado, y eso sí que sería algo mas molesto. El chico camino con no demasiada parsimonia, a ésta se la dejó en casa. Eso sí, tampoco iba dejándose el pulmón en el camino, había de disfrutar.
Las horas pasaron, y abrió el primer contenedor de comida. En su interior, arroz. El chico se quedó mirando ese monstruoso bol de arroz aprisionado en el envase, y sin rechistar comió éste manjar. Recuperó fuerzas, y continuó el camino. Caminó y caminó, hasta dar comienzo a un sinfín de arrozales. Las horas habían pasado hasta llegar la hora del almuerzo de nuevo, y por tanto sacó un nuevo envase de comida. Lo abrió, y observó que de nuevo se trataba de mas arroz.
— Me tienes que estar tomando el pelo... — Masculló para sí mismo.
Miraba la comida, profundamente decepcionado. Su madre no acostumbraba a hacer éste tipo de cosas... raro. Se terminó por comer ese plato, pues el hambre ya apretaba algo. Tampoco era cuestión de tirar comida. Ya que tenía esa comida, había de tomarla. Tras alimentarse, y descansar un poco, volvió a levantarse y emprender el camino. Caminó y caminó, mientras las horas transcurrían. Casi al ocaso, volvió a parar. Era la hora de la cena, y ya había de estar cerca de esa tienda que había de hallarse a mitad de los arrozales.
"Bueno... a ver si me he equivocado al pillar los envases. Ahora tiene que tocarme otra cosa... ¿no?"
Con paz y armonía, a la luz del sol casi escondido, el chico abrió un envase de comida mas. Sus ojos se ciñeron, y su entrecejo se frunció rotundamente. Si, de nuevo, la comida no era mas que arroz. Rodeado de arroz, en busca de arroz, y sin mas nada que comer salvo arroz. Iba a sacar cara de chino y todo...
— ME CAGO EN TODO LO CAGABLE! JODER YA! PUTA MADRE DEL ARROZ! —
Indudablemente, si, se le fue del todo la cabeza. Abrió un par de envases mas, y tras retirar cada una de las tapas, volvió a ver lo mismo. ARROZ. El chico inspiró una enorme bocanada de aire, y la dejó salir en una profunda exhalación. Intentaba relajarse, allí, en mitad del puto arrozal. Al mirar la última tapa que abrió, observó un par de puntos seguidos de un final de paréntesis.
Su cara resultó todo un poema al ver ese símbolo, había sido obra de su tío. Ese gracioso se la había jugado... a saber si realmente existía esa maldita tienda de arroz, o simplemente le había tomado el pelo junto a su madre. A saber qué había propuesto a la mujer para que aceptase a gastarle semejante broma...
El joven comenzó a andar, no demasiado rápido, pues el viaje aparentaba largo. Casi tenía que salir del país, realmente estaba lejos, quizás un par de días de viaje. Mejor disfrutar el camino, pues el regreso lo haría cargado, y eso sí que sería algo mas molesto. El chico camino con no demasiada parsimonia, a ésta se la dejó en casa. Eso sí, tampoco iba dejándose el pulmón en el camino, había de disfrutar.
Las horas pasaron, y abrió el primer contenedor de comida. En su interior, arroz. El chico se quedó mirando ese monstruoso bol de arroz aprisionado en el envase, y sin rechistar comió éste manjar. Recuperó fuerzas, y continuó el camino. Caminó y caminó, hasta dar comienzo a un sinfín de arrozales. Las horas habían pasado hasta llegar la hora del almuerzo de nuevo, y por tanto sacó un nuevo envase de comida. Lo abrió, y observó que de nuevo se trataba de mas arroz.
— Me tienes que estar tomando el pelo... — Masculló para sí mismo.
Miraba la comida, profundamente decepcionado. Su madre no acostumbraba a hacer éste tipo de cosas... raro. Se terminó por comer ese plato, pues el hambre ya apretaba algo. Tampoco era cuestión de tirar comida. Ya que tenía esa comida, había de tomarla. Tras alimentarse, y descansar un poco, volvió a levantarse y emprender el camino. Caminó y caminó, mientras las horas transcurrían. Casi al ocaso, volvió a parar. Era la hora de la cena, y ya había de estar cerca de esa tienda que había de hallarse a mitad de los arrozales.
"Bueno... a ver si me he equivocado al pillar los envases. Ahora tiene que tocarme otra cosa... ¿no?"
Con paz y armonía, a la luz del sol casi escondido, el chico abrió un envase de comida mas. Sus ojos se ciñeron, y su entrecejo se frunció rotundamente. Si, de nuevo, la comida no era mas que arroz. Rodeado de arroz, en busca de arroz, y sin mas nada que comer salvo arroz. Iba a sacar cara de chino y todo...
— ME CAGO EN TODO LO CAGABLE! JODER YA! PUTA MADRE DEL ARROZ! —
Indudablemente, si, se le fue del todo la cabeza. Abrió un par de envases mas, y tras retirar cada una de las tapas, volvió a ver lo mismo. ARROZ. El chico inspiró una enorme bocanada de aire, y la dejó salir en una profunda exhalación. Intentaba relajarse, allí, en mitad del puto arrozal. Al mirar la última tapa que abrió, observó un par de puntos seguidos de un final de paréntesis.
Su cara resultó todo un poema al ver ese símbolo, había sido obra de su tío. Ese gracioso se la había jugado... a saber si realmente existía esa maldita tienda de arroz, o simplemente le había tomado el pelo junto a su madre. A saber qué había propuesto a la mujer para que aceptase a gastarle semejante broma...