6/07/2016, 23:51
Al principio, no entendió nada. Estaba en un mundo extraño, con un cielo color crema y manchas negras. El suelo, pese a parecer césped, era más bien una alfombra de pelo. Como si estuviese sobre la espalda de un oso gigante.
Siguió al pequeño panda que tenía frente a él, que a su vez siguió a una figura, una persona, pero sin ojos ni nariz. Solo una gran sonrisa. A Datsue le pareció perturbador, y más todavía los sonidos que emitía, más parecidos a ladridos que a la voz humana. ¿Será así como nos oyen?
De pronto, aparecieron niños. Niños con orejas de panda, que se unieron al osezno y saltaron de alegría. En realidad, todo el sueño parecía feliz, alegre. Hasta que la silueta del hombre se evaporó, y con ello, trajo la aparición de una nueva persona a escena. Un anciano, por la manera en que caminaba y su espalda jorobada, con un gran bigote dibujada en un rostro sin forma. A la espalda, una cola de tigre se meneaba al aire, así como calcinaba el suelo que pisaba a cada paso que daba.
Con su llegada, se acabó la diversión. El osezno pasó a estar encerrada en una caja, y aunque los niños seguían llegando, divertidos, el osezno ya no era feliz. Sin embargo, finalmente, una luz de esperanza pareció surgir en la pesadilla. Un niño de cabellos marrones, silencioso, le acababa de crear una salida…
Datsue tenía frío. Mucho frío. Se dio cuenta que estaba tiritando, y la oreja sobre la cual reposaba su cabeza estaba absolutamente congelada. Se levantó lo más rápido que pudo, todavía somnoliento, se sacudió la nieve del pelo y se frotó las manos para entrar en calor. Luego, empezó a dar saltitos en el sitio.
Había sido una insensatez probar el Baku en un lugar como aquel. Con un frío como aquel. Era una suerte que se hubiese despertado.
Por otro lado, las imágenes que acababa de vivir junto al panda todavía seguían claras en su cabeza. Había merecido la pena. Había entendido mucho. Más de lo que en un primer momento se imaginó. El viejo, el mudo, el hombre de una gran sonrisa… Sospechaba que sabía el nombre de dos de esos tres. Y, lo que era todavía mejor, sospechaba que ya sabía cómo atraer al oso de vuelta a casa.
A casa…
Más que una casa, parecía una cárcel. Datsue había creído comprender, muy interiormente, lo que estaba sufriendo el oso. Su hastío por estar encerrado, la pérdida de ganas por vivir… Le habían quitado la libertad, le habían arrebatado la vida. Y ahora que por fin había escapado, ahora que por fin era libre para volar, ¿sería capaz Datsue de cortarle de nuevo las alas? ¿Después de todo lo que había visto?
Los quinientos ryos resonaron en su cabeza. Era bastante dinero. Eran muchas las molestias que se había tomado para llegar hasta allí. Y el viejo Ikki había mencionado que los osos no escaparían muy lejos. Incluso si él se negaba a llevarlo de vuelta, ¿cuántos días extra de libertad supondría eso para el oso? ¿Una semana? ¿Dos? El tiempo en que el muy malnacido tardase en contratar otros ninjas, esta vez con menos escrúpulos. Esta vez más listos.
Le dio una patada al suelo, provocando una ola de nieve que fue a caer directamente en Tatsuya.
—Mierda, joder… ¡Mierda! —Volvía a sentir una maldita presión en el pecho. ¿Le vería con los mismos ojos su yegua, Tormenta? ¿Le vería como a un ser horrible que lo único que hacía era encerrarla y tirarle comida?
Prefería no pensarlo.
Siguió al pequeño panda que tenía frente a él, que a su vez siguió a una figura, una persona, pero sin ojos ni nariz. Solo una gran sonrisa. A Datsue le pareció perturbador, y más todavía los sonidos que emitía, más parecidos a ladridos que a la voz humana. ¿Será así como nos oyen?
De pronto, aparecieron niños. Niños con orejas de panda, que se unieron al osezno y saltaron de alegría. En realidad, todo el sueño parecía feliz, alegre. Hasta que la silueta del hombre se evaporó, y con ello, trajo la aparición de una nueva persona a escena. Un anciano, por la manera en que caminaba y su espalda jorobada, con un gran bigote dibujada en un rostro sin forma. A la espalda, una cola de tigre se meneaba al aire, así como calcinaba el suelo que pisaba a cada paso que daba.
Con su llegada, se acabó la diversión. El osezno pasó a estar encerrada en una caja, y aunque los niños seguían llegando, divertidos, el osezno ya no era feliz. Sin embargo, finalmente, una luz de esperanza pareció surgir en la pesadilla. Un niño de cabellos marrones, silencioso, le acababa de crear una salida…
…
Datsue tenía frío. Mucho frío. Se dio cuenta que estaba tiritando, y la oreja sobre la cual reposaba su cabeza estaba absolutamente congelada. Se levantó lo más rápido que pudo, todavía somnoliento, se sacudió la nieve del pelo y se frotó las manos para entrar en calor. Luego, empezó a dar saltitos en el sitio.
Había sido una insensatez probar el Baku en un lugar como aquel. Con un frío como aquel. Era una suerte que se hubiese despertado.
Por otro lado, las imágenes que acababa de vivir junto al panda todavía seguían claras en su cabeza. Había merecido la pena. Había entendido mucho. Más de lo que en un primer momento se imaginó. El viejo, el mudo, el hombre de una gran sonrisa… Sospechaba que sabía el nombre de dos de esos tres. Y, lo que era todavía mejor, sospechaba que ya sabía cómo atraer al oso de vuelta a casa.
A casa…
Más que una casa, parecía una cárcel. Datsue había creído comprender, muy interiormente, lo que estaba sufriendo el oso. Su hastío por estar encerrado, la pérdida de ganas por vivir… Le habían quitado la libertad, le habían arrebatado la vida. Y ahora que por fin había escapado, ahora que por fin era libre para volar, ¿sería capaz Datsue de cortarle de nuevo las alas? ¿Después de todo lo que había visto?
Los quinientos ryos resonaron en su cabeza. Era bastante dinero. Eran muchas las molestias que se había tomado para llegar hasta allí. Y el viejo Ikki había mencionado que los osos no escaparían muy lejos. Incluso si él se negaba a llevarlo de vuelta, ¿cuántos días extra de libertad supondría eso para el oso? ¿Una semana? ¿Dos? El tiempo en que el muy malnacido tardase en contratar otros ninjas, esta vez con menos escrúpulos. Esta vez más listos.
Le dio una patada al suelo, provocando una ola de nieve que fue a caer directamente en Tatsuya.
—Mierda, joder… ¡Mierda! —Volvía a sentir una maldita presión en el pecho. ¿Le vería con los mismos ojos su yegua, Tormenta? ¿Le vería como a un ser horrible que lo único que hacía era encerrarla y tirarle comida?
Prefería no pensarlo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado