Después de mucho tiempo, escuchó la respuesta a aquella pregunta que nadie se había atrevido a contestarle. Le dolió mucho, no quería oirla, y aunque el lo había sospechado todo el tiempo terminó por afectarle más de lo que creía. El oso intentaba reconfortarlo y eso sólo hacía que se sintiera aún más culpable. Tatsuya respiró hondo, y con su mano acarició parte del hocico de Kumaneko.
—Perdón, perdóname por esto— Le dijo con voz quebrada al oso.
Nunca había odiado a nadie en su vida, pero en ese momento se odió a sí mismo por no tener la fuerza de voluntad para oponerse a una orden. El Uchiha decía que para él todas las cosas se simplificaban al olvidarse de la moral, sin embargo pudo ver que aquella sonrisa era más falsa que un bunshin. No podía comprender el afán por el dinero de su compañero, quizás cómo el nunca había padecido escases no sabía lo que era pasar penas, no, sus problemas eran muy difrentes.
El joven de los ojos dispares se incorporó poco a poco mientras el gran oso gato le miraba desconcertado.
—Ven...
Tatsuya empezó a caminar de regreso al pueblo, el panda, preocupado por él le empezó a seguir. No necesitó decirle nada al Uchiha, sabía perfectamente lo que tenían que hacer. El cielo estaba más gris que los otros días, los copos de nieves eran ténues pero constantes, alfombrando su regreso a Kuroshiro. Un lugar que el espadachín recordaba alegre en su infancia, pero que ahora inexplicablemente había cambiado. Todo era distinto, ya no solía ser un lugar donde la gente respetaba a los pandas como animales sagrados, ahora era la mina de oro del disque monje llamado Ikki.
“Hubo un tiempo en que los pandas eran blancos. Pero un día, mientras que una madre de oso panda y su hijo estaban jugando con un pastor, un leopardo atacó al joven oso panda. El pastor le salvó la vida, pero fue asesinado por el leopardo. Movidos por su coraje, los pandas decidieron cumplir con los ritos funerarios locales que consistían en cubrir sus brazos de ceniza. Así, el oso panda gigante se convirtió en blanco y negro.”
Era una vieja leyenda que le habían contado de pequeño, la recordó de repente y la repitió en voz alta sin más, sin ningún motivo en especial. Aún tenían un último pequeño panda por encontrar, pero ese día no lo encontrarían, no había rastro de él en todo el bosque.
Al llegar al templo el de ojos dispares quiso tocar la puerta, pero dudó unos instantes. Al final la puerta se abrió sóla, Hidetaka se había asomado y se quedó boquiabierto al ver al Gran Kumaneko. Abrió el portón torpemente mientras observaba a los dos shinobis, lucía confuso al ver la actitud de ambos.