Esa mañana Hidetaka no tenía mucho por hacer, su jefe andaba de resaca por lo que simplemente regresó a casa a eso del medio día, esperaba poder atender al osito y llevarle cañas sin tanto químico como las que les daba Ikki. Al entrar a su casa todo iba normal, se dirigió a la cocina con tranquilidad, abrió la puerta y cuando dió un par de pasos una silueta le sorprendió por detrás mientras algo alargado y fino rozaba su garganta... algo como una espada envainada.
—Perdona por entrar así, pero necesito que me ayudes para ayudarte, valga la redundancia— Tatsuya retiró su arma.
De haber podido el moreno hubiese gritado, pero eso no ocurriría ni en un millón de años. El muchacho dudó, no confiaba en el Takanashi pero temía que lo delatasen, asií que decidió cooperar. Con la mano invitó al intruso a sentarse en la sala, donde había una pequeña libreta y un lápiz. Hidetaka la tomó y escribió algo en ella para que luego el de ojos dispares la leyese.
—Descuida, al entrar vi que tu tienes al último panda, pero no te delataré. Dime, ¿quién era Hideyoshi?
El moreno se turbó ante la pregunta, aún así escribió en la libreta pero tardó bastante en hacerlo antes de pasársela al espadachín.
—Hmmmmmm... ¿Sabes? Es justamente por eso que quiero ayudar. Y creo que sé cómo hacerlo, sígueme— Acto seguido, los dos fueron rumbo al templo.
Se suponía que Ikki y Hideyoshi eran buenos amigos, pero el monje tenía una forma de pensar muy distinta a la del dueño de ese entonces. Tentado por el dinero, había tomado a Hidetaka como ayudante y fingió que el testamento había desaparecido. Era su deber encontrarlo, y Tatsuya creía saber donde podría estar.
Ikki no estaba dentro del santuario, él estaba caminando en círculos cerca de la entrada del pueblo esperando a que Datsue se asomara con el último panda. Lucía desesperado y cansado, tener que salir con los efectos de la borrachera de la noche anterior habían provocado que estuviera de peor humor que nunca.
—Perdona por entrar así, pero necesito que me ayudes para ayudarte, valga la redundancia— Tatsuya retiró su arma.
De haber podido el moreno hubiese gritado, pero eso no ocurriría ni en un millón de años. El muchacho dudó, no confiaba en el Takanashi pero temía que lo delatasen, asií que decidió cooperar. Con la mano invitó al intruso a sentarse en la sala, donde había una pequeña libreta y un lápiz. Hidetaka la tomó y escribió algo en ella para que luego el de ojos dispares la leyese.
—Descuida, al entrar vi que tu tienes al último panda, pero no te delataré. Dime, ¿quién era Hideyoshi?
El moreno se turbó ante la pregunta, aún así escribió en la libreta pero tardó bastante en hacerlo antes de pasársela al espadachín.
—Hmmmmmm... ¿Sabes? Es justamente por eso que quiero ayudar. Y creo que sé cómo hacerlo, sígueme— Acto seguido, los dos fueron rumbo al templo.
Se suponía que Ikki y Hideyoshi eran buenos amigos, pero el monje tenía una forma de pensar muy distinta a la del dueño de ese entonces. Tentado por el dinero, había tomado a Hidetaka como ayudante y fingió que el testamento había desaparecido. Era su deber encontrarlo, y Tatsuya creía saber donde podría estar.
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Ikki no estaba dentro del santuario, él estaba caminando en círculos cerca de la entrada del pueblo esperando a que Datsue se asomara con el último panda. Lucía desesperado y cansado, tener que salir con los efectos de la borrachera de la noche anterior habían provocado que estuviera de peor humor que nunca.