10/07/2016, 16:49
Ikki andaba con las manos detrás de la espalda, mascullando insultos que sería mejor que el Uchiha no escuchase. Día de sol y nubes, aparentemente normal (salvo por el humor del monje que estaba peor que de costumbre). Ninguno de esos dos se imaginaba lo que les esperaba al llegar al santuario. Ikki aceleró el paso, iba más rápido de lo que se podría esperar para alguien de su edad y con sus ojos clavados en el genin lo apremiaba para que le siguiese.
—Ya casi llegamos— Estaban a unos cuantos pasos —Los pandas me importan un bledo, pero no puedo dejar las atracciones cerradas más tiempo y darme el lujo de seguir perdiendo dinero— Posó su mano en el picaporte —Tendremos que, que... qu-que ¿¡QUÉ!?— No podía creer lo que estaba viendo.
Ikki entró corriendo por el templo sin mostrar el supuesto respeto que deberia darle a un lugar sagrado, el camino de piedras parecía aflojarse ante sus pisadas y cuando llegó al interior del santuario su bigote languideció cómo si fuese un trapo mojado al ver la estatua del panda de oro cortada en dos de forma vertical. El monje se echó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza en un intento de jalarse sus inexistentes cabellos.
Desde adentro se asomó Hidetaka con rostro serio, cargando en su regazo a un pequeño osezno de panda comiendo unas hojas de bambú. Desde otro rincón se asomó el hasta ese entonces desaparecido Tatsuya, caminando sereno mientras pulía su espada hasta llegar al pedestal de la estatua, se apoyó en lo que quedaba de ella y guardó su arma antes de esbozar una sonrisa de zorro y dirigirse a los recién llegados.
—Hola.
—Ya casi llegamos— Estaban a unos cuantos pasos —Los pandas me importan un bledo, pero no puedo dejar las atracciones cerradas más tiempo y darme el lujo de seguir perdiendo dinero— Posó su mano en el picaporte —Tendremos que, que... qu-que ¿¡QUÉ!?— No podía creer lo que estaba viendo.
Ikki entró corriendo por el templo sin mostrar el supuesto respeto que deberia darle a un lugar sagrado, el camino de piedras parecía aflojarse ante sus pisadas y cuando llegó al interior del santuario su bigote languideció cómo si fuese un trapo mojado al ver la estatua del panda de oro cortada en dos de forma vertical. El monje se echó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza en un intento de jalarse sus inexistentes cabellos.
Desde adentro se asomó Hidetaka con rostro serio, cargando en su regazo a un pequeño osezno de panda comiendo unas hojas de bambú. Desde otro rincón se asomó el hasta ese entonces desaparecido Tatsuya, caminando sereno mientras pulía su espada hasta llegar al pedestal de la estatua, se apoyó en lo que quedaba de ella y guardó su arma antes de esbozar una sonrisa de zorro y dirigirse a los recién llegados.
—Hola.