10/07/2016, 18:07
La reacción de Ikki no le extrañó para nada al espadachín, lo que sí le sorprendió fue que Datsue parecia igual o más conmocionado que el propio monje. La cara del niño era de película. El Uchiha le pidió explicaciones, era como sí se hubiese puesto de lado del abusador.
—Tranquilo, tengo todo bajo control.
—¿¡Có-cómo te atreves...!? ¡VAS A PAGAR POR ESTO!— Se levantó con el rostro colorado por la rabia —¡Ustedes tienen que obedecerme! ¡Ustedes trabajan para mí!
El monje estaba temblando de los nervios, pero el Takanashi en esos momentos no se inmutó, es más, parecía más concentrado en acomodar su espada que en prestarle atención al monje. Pues las cartas ya habían sido jugadas.
—Nuestra misión nos ponía bajo las órdenes del dueño y déjeme decirle, que usted ya no es más el jefe de este lugar— Le devolvió una mirada afilada.
—¿¡De-de-de qu-qué est-estas hablando!?— Algo no andaba bien, estaba acorralado y lo sabía.
—Lo sé todo— Ikki se petrificó al escucharlo —¿Un negocio turístico en Kuroshiro no es muy rentable verdad? No a menos que se sacrifique el bienestar de los pandas. Pero eso no le importaba al anterior dueño, alguien que si cuidaba a los pandas con amor, algo que usted no entiende. Cuando el dueño anterior falleció vió una oportunidad de oro, pero había un obstáculo, Hidetaka. Él se haría cargo del negocio, pero... ¿que pasaría si nadie se enteraba de eso? Tan fácil cómo esconder el testamento de Hideyoshi y fingir que no sabía nada. Aprovechó que su colega le confió a usted el documento para luego traicionar la última voluntad de su amigo y quedarse usted con el negocio. Pero ahora, todo se ha terminado para usted— Tatsuya miró a Hidetaka y ambos asintieron.
El mudo entonces caminó hacia la estatua que estaba partida en dos y de en medio de las mitadas sacó un pergamino de color verdecino, pergamino que le certificaba cómo heredero legítimo.
—Datsue-kun, parece que ha habido un cambio en la administración del lugar, ¿no te parece?— Le dijo para luego caminar y ponerse al lado de Ikki, sin mirarlo. No necesitaba recurrir a venganzas tontas para escarmentar a ese hombre, terminaría con ese asunto a su manera: con estilo. No le miró, y aunque estaba cerca lejos de susurrarle habló alto y claro —Jaque mate...
—Tranquilo, tengo todo bajo control.
—¿¡Có-cómo te atreves...!? ¡VAS A PAGAR POR ESTO!— Se levantó con el rostro colorado por la rabia —¡Ustedes tienen que obedecerme! ¡Ustedes trabajan para mí!
El monje estaba temblando de los nervios, pero el Takanashi en esos momentos no se inmutó, es más, parecía más concentrado en acomodar su espada que en prestarle atención al monje. Pues las cartas ya habían sido jugadas.
—Nuestra misión nos ponía bajo las órdenes del dueño y déjeme decirle, que usted ya no es más el jefe de este lugar— Le devolvió una mirada afilada.
—¿¡De-de-de qu-qué est-estas hablando!?— Algo no andaba bien, estaba acorralado y lo sabía.
—Lo sé todo— Ikki se petrificó al escucharlo —¿Un negocio turístico en Kuroshiro no es muy rentable verdad? No a menos que se sacrifique el bienestar de los pandas. Pero eso no le importaba al anterior dueño, alguien que si cuidaba a los pandas con amor, algo que usted no entiende. Cuando el dueño anterior falleció vió una oportunidad de oro, pero había un obstáculo, Hidetaka. Él se haría cargo del negocio, pero... ¿que pasaría si nadie se enteraba de eso? Tan fácil cómo esconder el testamento de Hideyoshi y fingir que no sabía nada. Aprovechó que su colega le confió a usted el documento para luego traicionar la última voluntad de su amigo y quedarse usted con el negocio. Pero ahora, todo se ha terminado para usted— Tatsuya miró a Hidetaka y ambos asintieron.
El mudo entonces caminó hacia la estatua que estaba partida en dos y de en medio de las mitadas sacó un pergamino de color verdecino, pergamino que le certificaba cómo heredero legítimo.
—Datsue-kun, parece que ha habido un cambio en la administración del lugar, ¿no te parece?— Le dijo para luego caminar y ponerse al lado de Ikki, sin mirarlo. No necesitaba recurrir a venganzas tontas para escarmentar a ese hombre, terminaría con ese asunto a su manera: con estilo. No le miró, y aunque estaba cerca lejos de susurrarle habló alto y claro —Jaque mate...