12/07/2016, 13:43
Katomi terminó de sentarse, para cuando lo había hecho, tenía en mente una ligera imagen tipo flashback de la silueta de la chica que tenía justo a su vera. Su cabellera blanca, sus ojos del mismo color, un montón de sangre, unos niños degollados... Sin duda alguna, era una imagen dantesca, horripilante. Pero no llegaba a entender de qué diablos podía ser esa imagen, no conocía a esa chica de nada... ¿Dónde leches podía haberla visto hacer algo similar? Aún no cabía a entender de qué le sonaba, aún no llegó a atar cabos.
Pasando un poco del cacao mental de ese momento, realizó un sello con su izquierda mientras que situaba el índice de su diestra justo frente al cigarrillo que hacía unos segundos había puesto entre sus labios. Acto seguido, una leve llama prendió desde su mismo dedo, encendiendo el cigarrillo casi al instante. Le propinó una pequeña calada, inundó sus pulmones en humo, y lo dejó escapar con tranquilidad.
Con un mero chasquido, a la par que deshacía el sello con su zurda, la pequeña llama desapareció tal y como había aparecido. La kunoichi dejó la cajetilla en la mesa, pues si la guardaba la mojaría. Antes de que pudiese volver a echar un vistazo a la chica de su vera, una serie de infortunios ocurrieron.
Un primer grito anunció la bronca que venía por camino. Al parecer alguien estaba realmente enfadado con un "niñato", en la vida se le hubiese ocurrido a la Sarutobi que se trataba del chico que segundos antes acababa de pasar a su vera. Fuese quien fuese, no había conseguido algo que debía haber logrado, y eso había provocado un gran cataclismo. Un primer porrazo se escuchó, y a pesar de que había poca gente, no pareció que nadie mas se agregase a la bronca. Sería que en éstos lares no eran tan como decían... En fin, cuando esa persona golpeada fue a excusarse, claramente se notó un tono realmente infantil. Las excusas no sirvieron, nuevamente un golpe rompió los silencios, y el niño que había pasado antes por su lado voló hasta la mitad del porche.
«No me lo puedo creer... ¿En serio? ¿De verdad está haciendo ésto a su propio hijo?»
La mirada fulminante de la Sarutobi quizás se aguó en la asesina mirada del padre. Éste, haciendo caso omiso al par de chicas, seguía dando mas insultos al joven, así como a su madre. La tomó de puta, y se quejó de que debió haberlo dejado con ella. La sangre de la chica hervía, mas aún cuando vio que el padre vestía bien, mientras que su hijo parecía un mendigo.
—De verdad, no entiendo cómo el dinero puede hacer ésto...— Se quejó en casi un susurro la chica.
Para terminar de cavar su propia tumba, el hombre sacó el arma que llevaba en el cinto, y amenazó al chico de darle una nueva "lección" tras nuevamente haberle golpeado. Éste hombre no sabía en donde se estaba metiendo...
La chica tomó una última calada del cigarrillo, dejando éste por la mitad. Sin pensarlo dos veces, tomó el cigarrilo y lo lanzó con los dedos de manera directa hacia el cogote del hombre, buscando que éste proyectil incendiario se colase por la espalda y le diese un buen meneo. Hecho ésto, y llamando su atención casi seguro, la chica dejó escapar el humo de sus pulmones con parsimonia. —Estúpido-san, cuidado con lo que haces, o terminarás quemándote.
Quizás la sutileza de su amenaza no había quedado clara, para quien la conociese, sabía de que hablaba. No pensaba tolerar que hiciese algo parecido a lo que tenía en mente ese hombre, mucho menos delante suya. Si hacía falta, incineraría esa maldita villa. Ese hombre no iba a tocar mas al niño.
Pasando un poco del cacao mental de ese momento, realizó un sello con su izquierda mientras que situaba el índice de su diestra justo frente al cigarrillo que hacía unos segundos había puesto entre sus labios. Acto seguido, una leve llama prendió desde su mismo dedo, encendiendo el cigarrillo casi al instante. Le propinó una pequeña calada, inundó sus pulmones en humo, y lo dejó escapar con tranquilidad.
Con un mero chasquido, a la par que deshacía el sello con su zurda, la pequeña llama desapareció tal y como había aparecido. La kunoichi dejó la cajetilla en la mesa, pues si la guardaba la mojaría. Antes de que pudiese volver a echar un vistazo a la chica de su vera, una serie de infortunios ocurrieron.
Un primer grito anunció la bronca que venía por camino. Al parecer alguien estaba realmente enfadado con un "niñato", en la vida se le hubiese ocurrido a la Sarutobi que se trataba del chico que segundos antes acababa de pasar a su vera. Fuese quien fuese, no había conseguido algo que debía haber logrado, y eso había provocado un gran cataclismo. Un primer porrazo se escuchó, y a pesar de que había poca gente, no pareció que nadie mas se agregase a la bronca. Sería que en éstos lares no eran tan como decían... En fin, cuando esa persona golpeada fue a excusarse, claramente se notó un tono realmente infantil. Las excusas no sirvieron, nuevamente un golpe rompió los silencios, y el niño que había pasado antes por su lado voló hasta la mitad del porche.
«No me lo puedo creer... ¿En serio? ¿De verdad está haciendo ésto a su propio hijo?»
La mirada fulminante de la Sarutobi quizás se aguó en la asesina mirada del padre. Éste, haciendo caso omiso al par de chicas, seguía dando mas insultos al joven, así como a su madre. La tomó de puta, y se quejó de que debió haberlo dejado con ella. La sangre de la chica hervía, mas aún cuando vio que el padre vestía bien, mientras que su hijo parecía un mendigo.
—De verdad, no entiendo cómo el dinero puede hacer ésto...— Se quejó en casi un susurro la chica.
Para terminar de cavar su propia tumba, el hombre sacó el arma que llevaba en el cinto, y amenazó al chico de darle una nueva "lección" tras nuevamente haberle golpeado. Éste hombre no sabía en donde se estaba metiendo...
La chica tomó una última calada del cigarrillo, dejando éste por la mitad. Sin pensarlo dos veces, tomó el cigarrilo y lo lanzó con los dedos de manera directa hacia el cogote del hombre, buscando que éste proyectil incendiario se colase por la espalda y le diese un buen meneo. Hecho ésto, y llamando su atención casi seguro, la chica dejó escapar el humo de sus pulmones con parsimonia. —Estúpido-san, cuidado con lo que haces, o terminarás quemándote.
Quizás la sutileza de su amenaza no había quedado clara, para quien la conociese, sabía de que hablaba. No pensaba tolerar que hiciese algo parecido a lo que tenía en mente ese hombre, mucho menos delante suya. Si hacía falta, incineraría esa maldita villa. Ese hombre no iba a tocar mas al niño.